CAPITULO
41.-
Fueron
unos meses de una felicidad que se reflejaba en cada uno de nuestros gestos,
hasta la propia Noguá que hacía las veces de enfermera mientras Jane me ayudaba
en quirófano, una mañana mientras que pasábamos visita nos felicitó y nos deseó
que fuera una relación duradera, hasta que Dios quiera, nos dijo visiblemente
emocionada.
-
¿Tanto se nos
nota? – Jane le preguntó con la mejor de sus sonrisas
-
Señorita ¿cómo me
pregunta eso? – nos miró con envidia – pues claro que se les nota.
Desgraciadamente yo no he tenido oportunidad de conocer ese sentimiento porque
a los nueve años mis padres me entregaron a un hombre cuarenta años más viejo
que yo y desde entonces se puede decir que no tengo sentimientos pero ojalá lo
hubiera sentido.
-
No desesperes
Noguá que nunca se sabe donde puede aparecer y lo mismo cualquier día nos
vienes con la misma felicidad que ahora tenemos nosotros
-
Me extrañaría,
pero todo puede suceder.
Los
pacientes aumentaban en número diariamente como si de una pandemia se tratase,
nos las veíamos y nos las deseábamos para darles una cama a los que la
necesitaban pero, mal que bien, íbamos resolviendo los problemas de espacio. En
cuanto al personal no teníamos problemas porque ya habíamos creado lo que
pomposamente llamábamos “Escuela de Enfermería” donde cerca de diez voluntarias
aprendían los conocimientos mínimos para tratar a un paciente hospitalizado.
Eran ocho chicas y dos chicos que aprendían a velocidad de vértigo para que
cuanto antes se les pudiera incorporar a esa plantilla en la que ayudaban con
una solidaridad impresionante a todos los pacientes. Al principio ayudando a
las enfermeras más antiguas y luego volando solas y solos. Igualmente inauguramos
la “Escuela de Celadores” en la que curiosamente no había ninguna mujer y
tuvimos oportunidad de formar a los más fuertes de los presentados. La Misión
iba tan viento en popa que hasta Pepe se permitió el lujo de tener un ayudante
que lo único que sabía era poner más o menos éter en el aparato de anestesia a
demanda del Cirujano y que era tan feliz realizando su cometido que nos
contagiaba a todos, incluso en los momentos, que hubo más de los necesarios, de
mayor urgencia. Tenía una tranquilidad innata y cuando algún paciente fallecía
se quedaba completamente satisfecho con su labor y repetía constantemente
“contra la voluntad de Dios no se puede hacer nada”. Se quitaba la mascarilla y
se iba a hablar con los familiares como si fuera yo mismo y supongo que les
haría este mismo razonamiento porque todos admitían la pérdida de su ser
querido con la mayor naturalidad del mundo.
Mientras
que el tal Jemén hacía las funciones de Anestesista, Pepe se dedicaba a poner
música por todo el quirófano y por toda la zona de hospitalización, música que
no tengo ni idea de donde la sacaría que era completamente autóctona y los
pacientes lo agradecían con sus sonrisas. Estableció un curioso sistema de
altavoces que introducía en piedras que enmarcaban las puertas de entrada y se
distribuía con una calidad de sonido excelente e incluso algunas veces nos
echaba una mano en las cirugías y teníamos que soportar sus opiniones como si
hubiera estudiado la carrera de Oxford, pero es cierto que nos hacía superar
con facilidad muchos momentos de intenso cansancio y salíamos de operar tan
contentos. Pepe tenía la cualidad, que no es fácil de conseguir, de hacerse
amigo de todo el mundo, de unos porque los conocía de las consultas, de otros
porque eran de aldeas, más o menos, próximas y de otros muchos porque trataba
de tranquilizarles con sus bromas que generalmente se las tomaban muy bien, a
pesar que les decía cosas como “ no te preocupes que es la primera vez que voy
a dormir a alguien” o “tú tranquilo que en este quirófano está prohibido
morirse” y los pacientes empezaban a relajarse antes que el éter llegara a sus
cerebros.
Hacía
algunas semanas que el Padre Javier no estaba por la Misión, según contaba Pepe
que se sabía cualquier chisme que circulara por la zona, se había ido a visitar
a otro Misionero que estaba un poco más allá de las montañas que se veían en el
horizonte y tardaría en volver un mes. Una tarde cuando estábamos en la
consulta apareció y nos sorprendió porque venía como mucho más envejecido. La
barba más larga, el pelo como siempre en una coleta, las botas peor que nunca,
la cartera sobre una correa en su hombro derecho y la cara reflejando un
tremendo cansancio y todo en conjunto con sensación de tristeza No quería
interrumpir y se quedó como una hora con los brazos cruzados oyendo todo lo que
nos comentaban los pacientes.
-
Esto es mucho más divertido que un
confesonario – interrumpió la consulta en un momento en que parecía que no
esperaba demasiada gente – nunca se me había ocurrido que los pacientes contaran
tantas cosas.
-
Es la vida, Padre
– le dije desde mi mesa – cuando el cura desaparece nosotros tenemos que hacer
su labor.
-
Bueno, bueno,
vosotros seguir con lo vuestro que me voy a dar una ducha y espero que luego me
convidaréis a cenar ¿os parece bien?
-
Por supuesto –
contestamos Jane y yo a la vez
-
Por lo que he oído por ahí tenéis muchas cosas que
contarme – nos guiñó un ojo con picardía - ¿Es verdad?
-
Este ha hablado
con Pepe – Sonrió Jane.
-
Seguro – afirmé.
La
noche llegó, las estrellas brillaban con más fuerza que otras veces,
posiblemente avisadas de lo que se avecinaba, mientras Sinoa dormía
plácidamente en lo que ya era “nuestra cama”
Javier
se había puesto sus mejores galas cambiando su sucio gabán por una camisa
blanca con su inseparable cruz de madera sobre su pecho, pantalones de pana
azules y unos calcetines blancos envueltos en unas sandalias casi nuevas como
queriendo demostrar su alegría.
Habíamos
cenado una pasta al mas puro estilo siciliano y unas carnes a la parrilla con
patatas que estaban como para chuparse los dedos, todo ello acompañado de un
buen vino de Rioja como debe de ser y ya estábamos dispuestos a iniciar la
charla habitual de nuestros encuentros. Los tres con nuestra copa de ese ron de
origen desconocido que está, como diría un madrileño “como para ponerle un
piso” esperábamos el inicio de lo que estábamos seguros iba a ser una velada
larga y entretenida. El cura fue el primero que tomó la palabra y como siempre
no se anduvo por las ramas.
-
O sea que – nos miró directamente a los ojos
previo beber un poco de aquel ron al que
él había bautizado, nunca mejor con un poco de agua – que me voy cuatro días y
os enamoráis ¿os parece bonito?
-
No ha sido tan
rápido – contestó rápidamente Jane – y no hacía falta que te hubieras ido.
-
Ya ¿y ahora qué?
-
Ahora a disfrutar
que por lo menos yo voy siendo mayorcito – me tocaba el turno a mí
-
¿Así por las
buenas? ¿os parece bien? – el cura nos miró con una expresión entre divertida y
seria mientras Jane y yo no sabíamos a qué se refería - ¿se puede saber para
que estoy yo aquí?
-
Bastante trabajo
tienes con todos tus clientes como para pensar en nosotros – trataba de ganar
un poco de tiempo para conocer sus intenciones – ¿se puede saber de donde
vienes?
-
Me imagino que no
os lo vais a creer pero iba caminando hacia la montaña para visitar a un
Misionero que me habían asegurado que andaba por ahí y mi sorpresa fue
mayúscula cuando una niña que yo conocía de haberla visto por aquí, me agarró
de la mano y me invitó a acompañarla a su aldea porque su madre se estaba
muriendo y quería que la viera. Por
supuesto que la acompañé y el panorama que me encontré fue para que se me quede
grabado eternamente. La madre en el suelo, moribunda, caquéctica total con unos
brazos como palillos, tapada con una manta y a su lado un hombre mayor de barba
blanca tan delgado como ella que tenía en la mano una estampa de algún santo.
Le pregunté de donde la había sacado y me contestó que hacía muchos años
conoció a un Misionero que no sabía como se llamaba que se la había dado y le
había dicho que cada vez que tuviera el más mínimo problema que le rezase a ese
Santo que le ayudaría. El hombre, con su voz temblona y casi en un susurro me
confesó que ya le había pedido ayuda en más de una ocasión y que siempre le
había ayudado, pero que esta vez también se lo había pedido pero su hija se
moría. Observé a la hija y le pregunté a su padre si sabía lo que tenía, me
contestó que mucha fiebre y muy pocas ganas de vivir. Intenté hablar con ella
pero no me contestó. Entonces le indiqué al viejo que le pusiera la estampa
sobre su pecho y así lo hizo. A los pocos segundos abrió los ojos, miró a su
padre, le sonrió, apretó con fuerza la estampa y casi sin voz me hizo
prometerle que cuidara de su hija, a continuación cerró los ojos y con una
expresión de calma en toda su cara, falleció
-
Joder, Javier, vaya putada – fue lo único que
se me ocurrió en esos momentos
-
¿Te puedes
imaginar?, pero que le vamos a hacer, es la voluntad de Dios y no hay más remedio
que acatarla, lo peor vino después
-
¿No me digas que
hubo algo más?
-
Si, comprobé que
había fallecido, le puse las manos sobre el pecho apretando la estampa, el padre rezó el Padre Nuestro que se sabía
más o menos bien y cuando terminamos pude comprobar que la hija había
desaparecido. La buscamos por todas partes y no la encontramos hasta pasadas
veinticuatro horas. Estaba sentada a la orilla de un pequeño riachuelo y cuando
intenté abrazarla me rechazó con una mirada de rabia como no había visto nunca
y me dijo que me fuera que mi Dios en el que ella había creído no valía para
nada. Traté de explicarle, pero no hubo manera. Sus últimas palabras fueron: si
algún día cambio de opinión puedes tener la seguridad que te buscaré en la
Misión, pero ahora ya no te necesito para nada y salió corriendo con rumbo
desconocido. Sentí tanta impotencia que permanecí sentado unas horas y
despacio, sin prisas, me vino andando hasta aquí, pidiendo a Dios que me diera
toda la fe que necesitaba para superar esos momentos y aquí estoy otra vez, con
mucha pena por lo que he presenciado estos últimos días pero también con la
agradable sorpresa de saber lo vuestro lo que quiere decir que Dios me ha
escuchado y parece como que eso me ha levantado un poco el ánimo.
-
Nos alegramos que
sea así – Le serví un poco más de ron – y si, es verdad que Jane y yo nos hemos
enamorado, no se puede negar, pero lo que no tengo tan claro es que sea de un
día para otro – la miré mientras nuestras manos se juntaban y nuestros dedos se
entrecruzaban – ahora ya se porqué me vine y me alegro. La razón principal de
mi decisión fue Jane.
-
¿Estás seguro? –
Javier interrumpió mi discurso – no será que Dios ha utilizado a esta señorita
como medio para traerte hasta aquí?
-
En el fondo me da
lo mismo – no estaba seguro si esa era la respuesta más adecuada, pero fue lo
primero que me salió – lo importante es que estoy aquí y soy feliz.
-
¿Se puede ser
feliz en un lugar como éste rodeado de miseria y hambre por todas partes?
Javier no me dejó continuar - ¿te acuerdas que hace unos pocos meses hablamos
de la felicidad y de donde se podía encontrar? Pues aquí la tienes y
agradéceselo a Dios porque es el que interviene en todos estos casos
-
Eh ¿y yo no tengo
nada que ver? – la eterna felicidad de Jane nos interrumpió
-
Por supuesto que
si, faltaría más ¿os parece que brindemos?
Las
tres copas chocaron entre si, Javier nos indicó que con unos breves cursillos
matrimoniales que nos podía dar mientras dábamos un paseo por algún camino y
como no teníamos necesidad de invitar a ningún familiar por razones obvias, la
boda se podía celebrar cuando quisiéramos.
Al
día siguiente nos invitó a dar una vuelta por un camino que conducía
directamente a las montañas y a los pocos pasos nos preguntó:
-
¿Os queréis para
toda la vida?
-
Si – contestamos
a la vez Jane y yo
-
Entonces juntad
vuestras manos - y dándonos su bendición dijo: a partir de este momento
consideraros marido y mujer. Por mí, os podéis besar.
-
Javier, perdona,
pero falta un detalle muy importante
-
¿Cuál?
-
Los anillos
-
Eso no hay
problema, para eso tengo yo a Pepe que los ha comprado en la ciudad hace unos
días. Venga, cada uno que le ponga el suyo a su pareja.
Parecían
hechos a la medida, eran de plata con nuestros nombres y nos los colocamos cada
uno en nuestros respectivos dedos
-
Solo me queda una pregunta ¿cómo lo sabía Pepe
si Andrés se me declaró anteayer por la noche?
-
En las cosas de Dios yo nunca me meto.
Javier
nos dio un beso, nos deseó suerte y se dio la vuelta. Nosotros continuamos
agarrados de la cintura mientras las montañas, a lo lejos, se alegraban con
nuestro nuevo estado civil.
Madrid,
29 de Marzo de 2020 (en pleno confinamiento por el coronavirus)
No hay comentarios:
Publicar un comentario