miércoles, 29 de julio de 2020

Así fue y así paso Capítulo 41


CAPITULO 41.-

Fueron unos meses de una felicidad que se reflejaba en cada uno de nuestros gestos, hasta la propia Noguá que hacía las veces de enfermera mientras Jane me ayudaba en quirófano, una mañana mientras que pasábamos visita nos felicitó y nos deseó que fuera una relación duradera, hasta que Dios quiera, nos dijo visiblemente emocionada.
-         ¿Tanto se nos nota? – Jane le preguntó con la mejor de sus sonrisas
-         Señorita ¿cómo me pregunta eso? – nos miró con envidia – pues claro que se les nota. Desgraciadamente yo no he tenido oportunidad de conocer ese sentimiento porque a los nueve años mis padres me entregaron a un hombre cuarenta años más viejo que yo y desde entonces se puede decir que no tengo sentimientos pero ojalá lo hubiera sentido.
-         No desesperes Noguá que nunca se sabe donde puede aparecer y lo mismo cualquier día nos vienes con la misma felicidad que ahora tenemos nosotros
-         Me extrañaría, pero todo puede suceder.

Los pacientes aumentaban en número diariamente como si de una pandemia se tratase, nos las veíamos y nos las deseábamos para darles una cama a los que la necesitaban pero, mal que bien, íbamos resolviendo los problemas de espacio. En cuanto al personal no teníamos problemas porque ya habíamos creado lo que pomposamente llamábamos “Escuela de Enfermería” donde cerca de diez voluntarias aprendían los conocimientos mínimos para tratar a un paciente hospitalizado. Eran ocho chicas y dos chicos que aprendían a velocidad de vértigo para que cuanto antes se les pudiera incorporar a esa plantilla en la que ayudaban con una solidaridad impresionante a todos los pacientes. Al principio ayudando a las enfermeras más antiguas y luego volando solas y solos. Igualmente inauguramos la “Escuela de Celadores” en la que curiosamente no había ninguna mujer y tuvimos oportunidad de formar a los más fuertes de los presentados. La Misión iba tan viento en popa que hasta Pepe se permitió el lujo de tener un ayudante que lo único que sabía era poner más o menos éter en el aparato de anestesia a demanda del Cirujano y que era tan feliz realizando su cometido que nos contagiaba a todos, incluso en los momentos, que hubo más de los necesarios, de mayor urgencia. Tenía una tranquilidad innata y cuando algún paciente fallecía se quedaba completamente satisfecho con su labor y repetía constantemente “contra la voluntad de Dios no se puede hacer nada”. Se quitaba la mascarilla y se iba a hablar con los familiares como si fuera yo mismo y supongo que les haría este mismo razonamiento porque todos admitían la pérdida de su ser querido con la mayor naturalidad del mundo.

Mientras que el tal Jemén hacía las funciones de Anestesista, Pepe se dedicaba a poner música por todo el quirófano y por toda la zona de hospitalización, música que no tengo ni idea de donde la sacaría que era completamente autóctona y los pacientes lo agradecían con sus sonrisas. Estableció un curioso sistema de altavoces que introducía en piedras que enmarcaban las puertas de entrada y se distribuía con una calidad de sonido excelente e incluso algunas veces nos echaba una mano en las cirugías y teníamos que soportar sus opiniones como si hubiera estudiado la carrera de Oxford, pero es cierto que nos hacía superar con facilidad muchos momentos de intenso cansancio y salíamos de operar tan contentos. Pepe tenía la cualidad, que no es fácil de conseguir, de hacerse amigo de todo el mundo, de unos porque los conocía de las consultas, de otros porque eran de aldeas, más o menos, próximas y de otros muchos porque trataba de tranquilizarles con sus bromas que generalmente se las tomaban muy bien, a pesar que les decía cosas como “ no te preocupes que es la primera vez que voy a dormir a alguien” o “tú tranquilo que en este quirófano está prohibido morirse” y los pacientes empezaban a relajarse antes que el éter llegara a sus cerebros.

Hacía algunas semanas que el Padre Javier no estaba por la Misión, según contaba Pepe que se sabía cualquier chisme que circulara por la zona, se había ido a visitar a otro Misionero que estaba un poco más allá de las montañas que se veían en el horizonte y tardaría en volver un mes. Una tarde cuando estábamos en la consulta apareció y nos sorprendió porque venía como mucho más envejecido. La barba más larga, el pelo como siempre en una coleta, las botas peor que nunca, la cartera sobre una correa en su hombro derecho y la cara reflejando un tremendo cansancio y todo en conjunto con sensación de tristeza No quería interrumpir y se quedó como una hora con los brazos cruzados oyendo todo lo que nos comentaban los pacientes.

-          Esto es mucho más divertido que un confesonario – interrumpió la consulta en un momento en que parecía que no esperaba demasiada gente – nunca se me había ocurrido que los pacientes contaran tantas cosas.
-         Es la vida, Padre – le dije desde mi mesa – cuando el cura desaparece nosotros tenemos que hacer su labor.
-         Bueno, bueno, vosotros seguir con lo vuestro que me voy a dar una ducha y espero que luego me convidaréis a cenar ¿os parece bien?
-         Por supuesto – contestamos Jane y yo a la vez
-         Por lo  que he oído por ahí tenéis muchas cosas que contarme – nos guiñó un ojo con picardía - ¿Es verdad?
-         Este ha hablado con Pepe – Sonrió Jane.
-         Seguro – afirmé.

La noche llegó, las estrellas brillaban con más fuerza que otras veces, posiblemente avisadas de lo que se avecinaba, mientras Sinoa dormía plácidamente en lo que ya era “nuestra cama”
Javier se había puesto sus mejores galas cambiando su sucio gabán por una camisa blanca con su inseparable cruz de madera sobre su pecho, pantalones de pana azules y unos calcetines blancos envueltos en unas sandalias casi nuevas como queriendo demostrar su alegría.

Habíamos cenado una pasta al mas puro estilo siciliano y unas carnes a la parrilla con patatas que estaban como para chuparse los dedos, todo ello acompañado de un buen vino de Rioja como debe de ser y ya estábamos dispuestos a iniciar la charla habitual de nuestros encuentros. Los tres con nuestra copa de ese ron de origen desconocido que está, como diría un madrileño “como para ponerle un piso” esperábamos el inicio de lo que estábamos seguros iba a ser una velada larga y entretenida. El cura fue el primero que tomó la palabra y como siempre no se anduvo por las ramas.

-          O sea que – nos miró directamente a los ojos previo beber un poco de aquel ron  al que él había bautizado, nunca mejor con un poco de agua – que me voy cuatro días y os enamoráis ¿os parece bonito?
-         No ha sido tan rápido – contestó rápidamente Jane – y no hacía falta que te hubieras ido.
-         Ya ¿y ahora qué?
-         Ahora a disfrutar que por lo menos yo voy siendo mayorcito – me tocaba el turno a mí
-         ¿Así por las buenas? ¿os parece bien? – el cura nos miró con una expresión entre divertida y seria mientras Jane y yo no sabíamos a qué se refería - ¿se puede saber para que estoy yo aquí?
-         Bastante trabajo tienes con todos tus clientes como para pensar en nosotros – trataba de ganar un poco de tiempo para conocer sus intenciones – ¿se puede saber de donde vienes?
-         Me imagino que no os lo vais a creer pero iba caminando hacia la montaña para visitar a un Misionero que me habían asegurado que andaba por ahí y mi sorpresa fue mayúscula cuando una niña que yo conocía de haberla visto por aquí, me agarró de la mano y me invitó a acompañarla a su aldea porque su madre se estaba muriendo y quería que la viera.  Por supuesto que la acompañé y el panorama que me encontré fue para que se me quede grabado eternamente. La madre en el suelo, moribunda, caquéctica total con unos brazos como palillos, tapada con una manta y a su lado un hombre mayor de barba blanca tan delgado como ella que tenía en la mano una estampa de algún santo. Le pregunté de donde la había sacado y me contestó que hacía muchos años conoció a un Misionero que no sabía como se llamaba que se la había dado y le había dicho que cada vez que tuviera el más mínimo problema que le rezase a ese Santo que le ayudaría. El hombre, con su voz temblona y casi en un susurro me confesó que ya le había pedido ayuda en más de una ocasión y que siempre le había ayudado, pero que esta vez también se lo había pedido pero su hija se moría. Observé a la hija y le pregunté a su padre si sabía lo que tenía, me contestó que mucha fiebre y muy pocas ganas de vivir. Intenté hablar con ella pero no me contestó. Entonces le indiqué al viejo que le pusiera la estampa sobre su pecho y así lo hizo. A los pocos segundos abrió los ojos, miró a su padre, le sonrió, apretó con fuerza la estampa y casi sin voz me hizo prometerle que cuidara de su hija, a continuación cerró los ojos y con una expresión de calma en toda su cara, falleció

-          Joder, Javier, vaya putada – fue lo único que se me ocurrió en esos momentos

-         ¿Te puedes imaginar?, pero que le vamos a hacer, es la voluntad de Dios y no hay más remedio que acatarla, lo peor vino después

-         ¿No me digas que hubo algo más?

-         Si, comprobé que había fallecido, le puse las manos sobre el pecho apretando la estampa,  el padre rezó el Padre Nuestro que se sabía más o menos bien y cuando terminamos pude comprobar que la hija había desaparecido. La buscamos por todas partes y no la encontramos hasta pasadas veinticuatro horas. Estaba sentada a la orilla de un pequeño riachuelo y cuando intenté abrazarla me rechazó con una mirada de rabia como no había visto nunca y me dijo que me fuera que mi Dios en el que ella había creído no valía para nada. Traté de explicarle, pero no hubo manera. Sus últimas palabras fueron: si algún día cambio de opinión puedes tener la seguridad que te buscaré en la Misión, pero ahora ya no te necesito para nada y salió corriendo con rumbo desconocido. Sentí tanta impotencia que permanecí sentado unas horas y despacio, sin prisas, me vino andando hasta aquí, pidiendo a Dios que me diera toda la fe que necesitaba para superar esos momentos y aquí estoy otra vez, con mucha pena por lo que he presenciado estos últimos días pero también con la agradable sorpresa de saber lo vuestro lo que quiere decir que Dios me ha escuchado y parece como que eso me ha levantado un poco el ánimo.
-         Nos alegramos que sea así – Le serví un poco más de ron – y si, es verdad que Jane y yo nos hemos enamorado, no se puede negar, pero lo que no tengo tan claro es que sea de un día para otro – la miré mientras nuestras manos se juntaban y nuestros dedos se entrecruzaban – ahora ya se porqué me vine y me alegro. La razón principal de mi decisión fue Jane.
-         ¿Estás seguro? – Javier interrumpió mi discurso – no será que Dios ha utilizado a esta señorita como medio para traerte hasta aquí?
-         En el fondo me da lo mismo – no estaba seguro si esa era la respuesta más adecuada, pero fue lo primero que me salió – lo importante es que estoy aquí y soy feliz.
-         ¿Se puede ser feliz en un lugar como éste rodeado de miseria y hambre por todas partes? Javier no me dejó continuar - ¿te acuerdas que hace unos pocos meses hablamos de la felicidad y de donde se podía encontrar? Pues aquí la tienes y agradéceselo a Dios porque es el que interviene en todos estos casos
-         Eh ¿y yo no tengo nada que ver? – la eterna felicidad de Jane nos interrumpió
-         Por supuesto que si, faltaría más ¿os parece que brindemos?

Las tres copas chocaron entre si, Javier nos indicó que con unos breves cursillos matrimoniales que nos podía dar mientras dábamos un paseo por algún camino y como no teníamos necesidad de invitar a ningún familiar por razones obvias, la boda se podía celebrar cuando quisiéramos.

Al día siguiente nos invitó a dar una vuelta por un camino que conducía directamente a las montañas y a los pocos pasos nos preguntó:

-         ¿Os queréis para toda la vida?
-         Si – contestamos a la vez Jane y yo
-         Entonces juntad vuestras manos - y dándonos su bendición dijo: a partir de este momento consideraros marido y mujer. Por mí, os podéis besar.
-         Javier, perdona, pero falta un detalle muy importante
-         ¿Cuál?
-         Los anillos
-         Eso no hay problema, para eso tengo yo a Pepe que los ha comprado en la ciudad hace unos días. Venga, cada uno que le ponga el suyo a su pareja.

Parecían hechos a la medida, eran de plata con nuestros nombres y nos los colocamos cada uno en nuestros respectivos dedos

-          Solo me queda una pregunta ¿cómo lo sabía Pepe si Andrés se me declaró anteayer por la noche?
-           En las cosas de Dios yo nunca me meto.

Javier nos dio un beso, nos deseó suerte y se dio la vuelta. Nosotros continuamos agarrados de la cintura mientras las montañas, a lo lejos, se alegraban con nuestro nuevo estado civil.



Madrid, 29 de Marzo de 2020 (en pleno confinamiento por el coronavirus)

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario