miércoles, 29 de julio de 2020

Así fue y así pasó Capitulo 33


CAPITULO 33.-

Aquella época la recuerdo como muy feliz. Encontré un apartamento en las proximidades del barrio de Chelsea, una zona residencial muy tranquila y allí comencé con Cristina una nueva vida. Lo primero era buscarle un trabajo. Por aquel entonces, el Sr. Chesterplace era el Presidente de la Fundación de la Clínica Privada en la que yo había entrado como Médico de guardia hace un montón de años y que desde hace dos años me habían nombrado Director Médico y dio la casualidad que un mes antes un anatomopatólogo se había jubilado y aunque parecía que podría ser una plaza a extinguir, el Sr. Chesterplace con el que me unía ya una verdadera amistad desde que atendí el parto de su hija, consultó el curriculum de Cristina, le pareció adecuado y dio su conformidad para que, mi compañera por aquel entonces, ocupara ese puesto y por si fuera poco no de una manera eventual, como se hacían todos los contratos en la Clínica, si no con carácter permanente con lo que al mes de llegar a Londres Cristina ya tenía un trabajo fijo, con un buen sueldo y un horario razonable y encima en la misma Clínica que yo ¿qué más se podía pedir?
Por la mañana íbamos juntos en mi coche, comíamos en la cafetería de la Clínica y por la tarde ella se volvía casi todos los días andando mientras que yo continuaba, como siempre, ayudando al Dr. Taylor unos días en su consulta privada y otros en el quirófano. Con las bromas llevaba más de diez años siendo su ayudante, su mano derecha, su hombre de confianza y bien que me lo agradecía pagándome magníficamente y por si todo eso fuera poco, me permitía tener mis propios enfermos privados, cosa nada habitual para un ayudante aunque el número de ellos era muy escaso, entre otras cosas, porque yo era el primero que no me parecía oportuno. Tenían que ser casos excepcionales para que los aceptase, porque, me gustara o no, yo era el primer ayudante del Cirujano Plástico de la Clínica.
En aquella época la situación para mí era la ideal, por la mañana era el Director de la Clínica, tenía mi secretaria, mi despacho y no excesivos problemas y por la tarde trabajaba con el Dr. Taylor en la misma clínica con lo que si había algún problema me llamaban y en menos de un minuto estaba en mi despacho resolviendo alguna cuestión urgente. Entonces y aunque estuviéramos en medio de una cirugía el Dr. Taylor se arreglaba con la Srta. Celin, su enfermera de toda la vida. La situación era perfecta para ambos porque a mi jefe en la cirugía no le parecía mal que resolviese los problemas de la Clínica y la Clínica estaba encantada por el hecho de tener a su Director de manera casi permanente atento a su cargo y yo ¡para que decir! mataba dos pájaros de un tiro, tenía dos sueldos y como se suele decir en estos casos era mas feliz que una perdiz. Por si todo esto fuera poco, Cristina, mi compañera ganaba un buen sueldo y aunque teníamos una clarísima declaración de separación de bienes vivíamos francamente bien y poco a poco nos íbamos adaptando el uno al otro.
Tenía muchas ventajas, pero también algunos inconvenientes porque con Cristina no iba a muchos eventos porque casi siempre estaba cansada. Podría haber ido solo y continuar con mis buenas relaciones con la alta sociedad londinense, pero no me parecía oportuno. De hecho, alguna vez que acepté ir a alguna cena de las que organizaba mi Clínica a las que no tenía mas remedio por razones obvias, siempre discutíamos a la vuelta en el coche porque la mujer del Lord fulano era completamente vacía y parecía no querer enterarse que su marido era un golfo de cuidado, lo sabe todo Londres, menos ella, fíjate si será simple que lo se hasta yo que se puede decir que no salgo de la clínica y encima no vivo en su ambiente. Yo trataba de darle la razón pero siempre tenía que poner por delante mi cargo de Director y que yo también lo sabía pero no tenía mas remedio que aceptarla como era.

-          Pues por eso siempre te digo que vayas tú solo y le aguantes todo lo que sea, pero yo prefiero quedarme en casa viendo la tele o estudiando algo ¿no crees?
-         No te preocupes Cristina que a todo se acostumbra uno – le comentaba yo tratando de mantener la calma. También a mi me pasaba igual cuando comencé a ir a esas cenas, pero con el tiempo no son tan aburridas.
-         Espero que eso no me pase – me respondía ella – porque eso supondrá que me he vuelto tan vacías como ellas
-         Bueno, bueno, no te pongas así que de momento no tengo más eventos a la vista.

Eso se lo decía para terminar la conversación, pero sabía de sobra que en muy pocos días habría mas cenas porque aunque no le pareciera del todo bien, eso formaba parte de mi trabajo y tenía que aceptarlo como era. Por lo demás tengo que reconocer que nos veíamos poco, si que vivíamos bajo el mismo techo, pero yo llegaba todos los días tardísimo, cenaba algo y enseguida me metía en la cama.  Los fines de semana nos íbamos a una casa que había comprado en la playa y allí si que disponíamos de muchas horas de intimidad, a pesar del teléfono que no paraba de sonar para consultarme pequeñas cosas de la Clínica y que desde mi lugar de descanso podía resolver con cierta facilidad. Además, la Clínica, por supuesto con mi consentimiento, había nombrado nuevo jefe de urgencias al hijo de un conocido empresario londinense que se movía muy bien entre los pacientes que acudían a la Clínica y me ahorraba bastante trabajo.

Cristina era una mujer muy preparada para su labor en la Clínica como anatomopatólogo y aunque tenía su genio lo sacaba a pasear en muy contadas ocasiones, le gustaba la decoración y perdía horas y horas leyendo revistas y estaba al tanto de todo lo que se llevaba. También recuerdo que era una excelente cocinera y siempre me llamó la atención no solo el sabor de lo que hacía si no sobre todo la presentación. Era muy frecuente oírla decir que los buenos comedores tienen que tener buen estómago, si no y además también buena vista. Tengo que reconocer que los principios siempre son un poco difíciles pero a pesar de todo nos llevábamos muy bien con nuestros momentos de relajación en la playa, dábamos interminables paseos, hablábamos de todo y como era muy aficionada a leer, me enseñaba los libros que tenía en su mesilla y me hacía una especie de resumen de cada uno de ellos una vez que los había terminado. Era muy amiga, sobre todo, de los ensayos y si que es cierto que invertía muchas horas en la lectura y no tenía mayor interés en salir. Casi siempre a última hora de la tarde preparaba alguna cosa y nos sentábamos en el porche a ver anochecer. El silencio era lo mejor y mientras la penumbra nos iba envolviendo, muchos días recordábamos nuestros primeros días después de conocernos y reconozco que éramos felices.

Una de esas noches en las que estábamos disfrutando de los últimos rayos de sol, con un gin tonic en la mano me preguntó

-         Andrés, ¿cómo se te ocurrió comprarte una Harley a tu edad?
-         ¿Me estás llamando viejo?
-         Estarás de acuerdo conmigo en que no eras ningún chaval
-         Posiblemente tengas razón, pero yo siempre he tenido moto, nunca una grande, pero tenía ese gusanillo de asistir a alguna concentración motera, no se muy bien porqué, pero desde siempre tenía esa ilusión y estando en Madrid en aquel año sabático que te conté, surgió la oportunidad y ya está. Luego vino el tema de aquella famosa excursión a Segovia donde nos conocimos y aquí estamos ¿qué te parece?
-         No – ella me miraba desde su butaca – si yo estoy encantada pero me extraña porque todos los que tienen una moto como la Harley son, o somos, como un poco especiales y tú de especial no tienes nada, eres más bien un tipo de lo más clásico
-         No me digas ¿tú crees que soy un tipo clásico? Si que es cierto que de joven no era muy loco, no tuve ninguna aventura de esas que tú llamas locas, pero tampoco era un monaguillo
-         Hombre ya me imagino, pero por ejemplo yo con dieciocho años ya iba a “los pingüinos” con una pandilla de moteros de Barcelona y lo pasábamos genial 
-         ¿Ibais desde Barcelona a Tordesillas en pleno invierno?
-         Ves como tú eres distinto – Cristina se levantó, me dio un beso y se quedó mirando la puesta de sol – pues claro que íbamos en moto y entonces no había los trajes calefactados como ahora.
-         No lo digo por eso - yo también sonreí recordando aquella época – lo digo porque yo entonces era cuando tenía una honda Yupy que era el no va mas en Madrid. Era de noventa centímetros cúbicos y para mí era de lo mejorcito, por no tener no tenías ni que cambiar y es mas – todavía recordaba con nostalgia aquellos años de motero principiante – para mí que andaba más de lo necesario.
-         Tú nunca has sido de esos que les gusta darle al acelerador, por lo menos desde que yo te conozco
-         Eso es verdad, ten en cuenta que soy Médico, he pasado muchas horas de mi vida en la Urgencia y por desgracia he visto bastantes accidentes de moto unos por su culpa y otros no, pero la realidad es que en una moto el parachoques eres tú.
-         Sin duda, eso no creo que ningún motero lo niegue, pero la sensación de velocidad, el sentirte libre por una carretera, a veces te hace ir más deprisa de lo permitido, pero no te creas que mucho más porque las Harleys no son para correr son para disfrutar de una vida diferente. No hace falta que seas un loco de la velocidad, yo creo que no, pero si que tienes que ser un poco alocado en tu vida y si no mírame a mi.
-         Lo mejor que me ha pasado en mi vida ha sido conocerte - me levanté y puse mis manos en sus hombros – y si llego a saber que nos iba a unir esa moto me la hubiera comprado cuando tenía cinco años
-         ¡Exagerado!
-         Tú no sabes, porque no te lo puedes ni imaginar, lo que significas para mi. Tengo que reconocer que tuve la suerte de conocerte en un momento bastante difícil de mi vida, estaba, para que negarlo, un poco desorientado, se podría decir aunque suene algo cursi que me encontraba parado en un cruce de caminos y no estaba muy seguro de cual sería el mejor para continuar mi vida y ahí apareciste tú ¿te acuerdas?
-         Claro que me acuerdo ¡como se me va a olvidar! Y eso si que se puede decir que fue el destino porque estuve a punto de no ir
-         ¿Y eso?
-         No se – Cristina se quedó unos segundos absolutamente quieta – ir a Madrid a una reunión con una gente con la que no tenía excesiva confianza y con los que había salido en La Coruña muy pocas veces, se puede decir que no los conocía de nada y luego ir a Segovia sabiendo que al día siguiente tenía guardia y no podía faltar, no se, la verdad es que tuve mis dudas
-         ¿Y supongo que ahora te alegras?
-         ¿Tu que crees? – Cristina abandonó se acercó lentamente y me besó en la boca como si fuera el primer día. Por unos minutos permanecidos abrazados sintiéndonos muy a gusto.
-         Lo que no te he dicho nunca es que el que estuvo a punto de no ir fui yo
-         Eso no me lo había contado
-         Ya lo se, pero te lo digo ahora. A la pandilla de tus moteros dices que los conocías poco, pero yo a los míos no los conocía de nada y encima te tengo que confesar que dominaba bastante poco la moto, de hecho me la había comprado muy pocos días antes y estuve en un tris de no ir
-         Estas son las cosas del destino ¿no te parece?
-         Supongo que si – dejé el gin tonic y sonreí abiertamente - ¿quién me iba a decir a mi que me iba a encontrar contigo?  
-         La vida a veces nos sorprende y en cualquier curva aparece algo nuevo y diferente.
-         Absolutamente de acuerdo, pero también es cierto que para eso ocurra hay que estar en la curva que dices tú en el momento justo y a la hora exacta y eso fue lo que nos pasó a nosotros.
-         Si yo no hubiera ido ¿cómo sería ahora tu vida?
-         No tengo ni idea – volví a besarla lentamente mientras que el sol estaba ya durmiendo y había dejado de suplente hasta el día siguiente a una luna llena que nos ayudaba a vernos – sabe Dios. Por lo pronto seguro que ya no tendría moto, tendría mucha menos ilusión que la que tengo, trabajaría supongo que lo mismo, vendría por esta casa mucho menos porque contigo estoy muy bien, pero solo sería bastante aburrido
-         Alguna de esas de tus clientas de la alta sociedad seguro que se apuntaría a hacerte compañía.
-         No es por presumir, pero posiblemente fuera así aunque de manera diferente porque el placer que se siente cuando se quiere a una persona como me pasa a mí, no es igual que venir con cualquiera para pasarte medio fin de semana en la cama y el resto charlando de cosas sin importancia. Además, eso que a ti te parece tan fácil de venirse aquí con cualquiera no te creas que es tan sencillo  - la miré con cara de pillo – hay que sembrar en los lugares de reunión para pasado un tiempo recoger la cosecha y para eso hay que salir casi todas las noches, asistir a muchas cenas, ir al teatro si es a un palco mejor, tener una presencia casi continua en casi todos los eventos y trabajando por la mañana y por la tarde cuesta bastante trabajo.
-         Lo mismo tenías otra novia – se levantó y se sirvió otro gin tonic
-         ¿Por que no? – le puse un poco de hielo en la copa – tú misma lo has dicho que en la vida nunca se sabe lo que te va a pasar dentro de media hora, pero afortunadamente te encontré a ti y eso es lo mas importante ¿no crees?
-         Para mí, desde luego que si, ya lo sabes Andrés.
-         ¿Te apetece bailar?
-         Bueno

Cristina dio un pequeño sorbo a su gin tónic mientras yo conectaba el aparato de música y una música relajante inundó la amplia terraza. No abrazamos y lentamente comenzamos a movernos como lo que éramos, dos auténticos enamorados. Al cabo de unos minutos le propuse irnos a la cama y allí continuamos disfrutando de nuestro amor fundiendo nuestros cuerpos como si fuera uno solo.   

Así fueron los cinco años que estuvimos juntos, pero desgraciadamente no todo dura lo que uno quiere y un día cualquiera de un otoño frío y lluvioso de Londres, sin saber muy bien por qué, Cristina me confesó que echaba de menos su vida anterior, a su familia, a sus amigos de La Coruña, en fin a todo lo que era antes de conocerme y en siete días me encontré solo. Había transcurrido tantos años que se podía decir que no tenía amigos solteros, por no saber, no conocía ni los sitios de moda. Pasé una época bastante mala, salía solamente a trabajar y en cuanto tenía un minuto me volvía a mi casa y me dediqué a escribir toda esta historia que se podría definir como una especie de memorias, mas o menos de mi vida. Pensaba que todo lo que tenía que hacer ya lo había hecho y ahora solo me quedaba esperar la jubilación, escribir que me llenaba muchas horas, sobre todo, los fines de semana en mi casa de la playa donde me acostaba muy tarde y pasaba muchos días sin salir. Un pequeño paseo por la playa, por aquello de mantenerme un mínimo en forma y poco más, Disfrutar del paisaje, de la lectura y escribir y escribir, una veces mejor y otras peor, pero echando muchas horas frente al ordenador siguiendo las instrucciones de alguien que dijo que un escritor, bueno o malo, lo que tiene que hacer es estar siempre preparado para que si en un momento llegaba la inspiración te pillara cerca del teclado del ordenador para dejar reflejado lo que ocurría en cada instante.

Al principio, tengo que reconocer que todos mis escritos giraban en torno a Cristina y a aquellos años maravillosos que pasé con ella, pero poco a poco los recuerdos iban más allá y empecé a escribir de mis años de juventud, de cuando estudiaba la carrera, de mi primer amor, de mis hijas y de todo lo que se me iba ocurriendo sobre la marcha. Tengo que reconocer que en alguna ocasión tuve la tentación de escribir alguna novela y hasta llegué a hacerlo, pero enseguida me daba cuenta o a lo mejor inconscientemente siempre volvía a aspectos de mi vida y no era capaz, como hacen los buenos escritores, de olvidarme de mi realidad y escribir sobre algo que me fuera ajeno y por eso después de unos años lo dejé y me dediqué a salir, a visitar a mis antiguas amistades, a saltar de flor en flor como si tuviera veinte años y a beber con mucha menos parsimonia de la que hubiera debido ser.

De vez en cuando, pero muy de vez en cuando, volvía a mi casa de la playa con alguna que quisiera disfrutar de unos días de descanso, pero los recuerdos de Cristina eran tan grandes que me volvía un hombre triste, sin ganas de nada y mucho menos de salir a pasear como hacía con ella, de tal manera que aquella casa se convirtió en un refugio para mi soledad. Oía mucha música, pensaba bastante, y siempre terminaba con una copa viendo anochecer  solo, muy solo, aunque también es verdad que era porque quería. Eran día de soledad compartidos con mis recuerdos y no eran pocas las veces que me sentaba ante el ordenador y antes de escribir ni una sola letra, lo apagaba y me quedaba mirando el horizonte ¿pensando? posiblemente si pensaba, seguro que si, pero también aprendí a dejar mi mente en blanco dejando pasar las horas, los minutos y los segundos como si fuera la niebla que en las noches de primavera se iba haciendo dueña de todo lo que me rodeaba.

Volvía a mi trabajo uno y otro lunes y la vida se me iba haciendo bastante monótona y cuando menos lo esperaba todo cambió como si le hubiera dado la vuelta a un calcetín. Fue una de las muchas tardes que después de trabajar salía por ahí a tomar una copa. Ultimamente iba a un pub cerca de mi casa, lo que permitía ir andando sin necesidad de utilizar el coche, pero ese día, supongo que sería el destino, me animé a sentarme en un taxi e ir al centro de Londres. Allí muy cerca de Picadilly Circus, me senté en una terraza, era a finales de primavera y empezaba a anochecer. La gente pasaba y pasaba, todos con prisa, con el stress reflejado en sus caras ya cansadas después de pasar la jornada laboral. Algunos jóvenes se sentaban en las escaleras del monumento, mientras que otros hacían planes para el fin de semana que ya estaba muy próximo. Yo tenía un informe en la mano sobre la vacunación en Europa y mi mirada paseaba de manera alternativa hacia un lado y hacia el otro. Llevaba dos copas y mi cabeza empezaba a llamarme la atención porque por la mañana habría que madrugar, pero por otra parte, era de los días que no tenía ganas de volver a casa. Estaba solo completamente rodeado de gente, con esa soledad que solo se vive en las grandes ciudades donde parece que no hay ni un solo hueco para notar ese sentimiento. Para mí era una situación nueva, si que es cierto que me sentía solo muchas veces, pero nunca como ese día. Tenía ganas de hablar con la gente, de conocer caras nuevas, de decirle a todos que necesitaba compañía, que la vida se me iba pasando casi sin darme cuenta y que tenía ahora o nunca la posibilidad de cambiar. Podía tomar otro camino pero no tenía ni idea de cual. Afortunadamente mi situación económica era muy buena, mis inversiones en pisos y alguna que otra acción de algún banco conocido iban viento en popa a toda vela, tenía mas trabajo del que quería pero por lo menos me permitía matar el tiempo. Muchas horas las pasaba trabajando en la Clínica y hoy el Dr. Taylor me había comunicado que había decidido dejar de operar y que si quería me dejaba su consulta privada y por supuesto si lo aceptaba era con la condición de seguir operando en aquel viejo hospital de beneficencia. Entonces yo tenía cincuenta y dos años y era el momento ideal para dedicarme a otra cosa, aunque no estaba seguro si sería capaz de abandonar todo lo anterior que me había permitido vivir muy bien durante muchos años, parece mentira pero ya eran más de quince años y tampoco estaba seguro si sería capaz de quedarme en casa todo el día. Por una parte, creo que me merecía descansar, habían sido muchos años de Director de la Clínica, sin contar mis tres o cuatro años primeros en los que estuve de Médico de Guardia. La noticia de hoy del Dr. Taylor me había descolocado y no tenia que haber sido así porque fueron muchas las veces que lo decía. Se quería ir a Filipinas con su mujer y su familia y olvidarse de la medicina, ser un absoluto desconocido para poder viajar, dibujar, escribir y sobre todo dedicarse a sus múltiples hijos de los que no había podido disfrutar desde que nacieron. Esa mañana nos lo había comunicado, sin posibilidad de discusión, porque era una decisión tomada después de muchas noches de insomnio y ya era definitiva. Pensaba vender todo lo que tenía, que debías de ser bastante y desaparece como si de un secuestro se tratase, aunque ya se lo había comunicado a algunos de sus amigos. Todos nos quedamos sorprendidos y tratamos de convencerle para que no tomara ese camino, pero lo tenía todo muy pensado y nada ni nadie lo iba a apartar del camino que había decidido tomar.

A mi, la verdad es que no me sorprendió, es más, lo entendía y lo único que sentía es no tener yo la misma valentía para seguirle, no a Filipinas, por supuesto que no, sino en la idea de dedicarme a otra cosa. Por miles de motivos, nunca veía el momento e incluso ahora que el panorama estaba mucho mas claro, tampoco era capaz de tomar una decisión que me permitiera vivir la vida. Mas fácil no me lo podía poner el Dr. Taylor, él se iba y yo detrás, pero por otro lado, el hecho de ofrecerme su consulta también era una posibilidad única que seguro que no se volvería a repetir. Ganaría mucho dinero, eso seguro, continuaría ubicado en un sector de lo mas selecto de la alta sociedad londinense y mil ventajas más, eso si, todo eso a base de perder calidad de vida porque tendría que dejar la dirección de la Clínica que me daba mucho dinero y poco trabajo, tendría que tener la consulta por la mañana y dedicar las tardes a operar y el poco tiempo que me dejase libre tendría que seguir en la beneficencia. Se acabaron los viajes a España a ver a mis hijas o por lo menos serían de muy pocos días. Carmen, la mayor había formalizado su relación con su novio de toda la vida y ya tenía dos hijos, uno de seis años y otra de dos, vivía en Ibiza y todavía no había llegado el día en que fuera a conocer su nueva casa y disfrutar como ella utilizando su tiempo libre Al primero de mis nietos le había conocido en uno de mis viajes, pero a la pequeña ni siquiera la había tenido en brazos y era una pena porque disfrutar de los nietos debe ser una buena cosa, dedicaba varias horas al día a mantener  una pequeña huerta con tomates, judías, pepinos, lechugas y alguna sandía. Me acuerdo que por teléfono consiguió que yo, que nunca había sido una persona especialmente romántica, me enamorase como ella de sus rosas, geranios, azucenas y un sinfín de especies de las que me explicaba con un cariño casi como si fueran sus hijos, como iban creciendo, como alguna estaba un poco “pachucha” y había que regarla con mimo para evitar que empeorase, como unas dalias que plantó casi sin darse cuenta en un extremo del jardín crecieron rápidamente y no tuvo mas remedio que recortarlas para que no sobresaliesen de su valla o como unas hortensias que le habían regalado en una aldea gallega había conseguido, después de múltiples intentos, que saliera un buen ramo. En fin, una enamorada que trataba por todos los medios de transmitírmelo a mí con resultado desigual porque reconozco que me resultaba muy entretenido como ella me lo contaba, pero me parecía un auténtico “coñazo” andar todo el día con la manguera de un lado a otro mirando y remirando cuales eran las plantas que necesitaban mas agua, las que solo había que mojar las hojas o aquellas que solo necesitaban la humedad en los tallos. Si tenía tiempo libre, todo eso lo podría hacer, pero ¿sería capaz? ¿no me aburriría a los cuatro días?

Por otra parte, mi otra hija, Patricia, que desde muy pequeña siempre había sido bastante contestaria y vivía como dicen los modernos “a su bola” se había ido a Estados Unidos a finalizar sus estudios y cada vez se comunicaba menos conmigo, según Carmen si que lo hacía con su madre, pero conmigo se puede decir que había perdido casi toda su relación.

En fin, mi situación era así y me tenía que decantar por algo cuando, como si fuera un fantasma, apareció por la calle viniendo hacía la terraza donde yo estaba sentado, ella, si,  nada menos que Jane Chesterplace a la que hacía por lo menos tres o cuatro años que no la veía. Fue tal la ilusión que me hizo que sin esperar a que llegara me levanté y fui en su busca fundiéndonos en un abrazo de esos que solo se dan a los verdaderos amigos. Estaba tan contento de encontrarme con una auténtica amiga que no me dí cuenta que llevaba de la mano a una niña de unos cuatro años que me miraba muy seria desde unos ojos azules como el mar. No se movió y solo al final cuando las invité a sentarse conmigo me preguntó si yo era amigo de su madre. Le dije que si y fue Jane la que le explicó que yo había sido el que la había traído al mundo
-         ¿Te acuerdas el año pasado cuando me ayudaste a parir a una oveja en Etiopía?
-         Si – respondió de manera tímida
-         Pues este señor que es Médico fue el que me ayudó a mí el día que tu naciste
-         Y has cambiado mucho ¿sabes? – le hice una pequeña caricia lo que provocó una sonrisa de la niña – cuando naciste eras una cosa pequeñita, como muy morenita y ahora ya eres toda una señorita – me quedé absorto mirándola como si el tiempo no hubiera pasado – y de eso hace ya cuatro años
-         Cinco – me contestó poniéndome los cinco dedos delante de mi cara.
-         Claro, es que con cinco añazos ya eres toda una señorita.
-         Eso me dice mi madre muchas veces
-         Oye – puse cara de máximo interés - ¿Cómo te llamas?
-         Sinoa – me contestó mientras no dejaba de mirarme - ¿te gusta?
-         Si, es muy bonito
-         Pues mi Abuelo dice que es muy feo
-         No es verdad – la interrumpió Jane con una sonrisa que dejaba entrever unos dientes impecablemente alineados –  el Abuelo no dice que sea feo, no, lo que dice es que para los ingleses es un nombre raro pero no feo ¿Tú conoces alguna Sinoa en Londres.?
-         Aquí no, pero en el hospital de Etiopía si que conozco a una ¿verdad?
-         Si y es muy amiga tuya ¿a que si?
-         Si – respondió Sinoa mientras sacaba de una bolsa una muñeca y un peine y se dedicó durante unos minutos a peinarla delicadamente.
-         ¡Es muy simpática! – le comenté a su madre
-         Si, la verdad es que si – se rió Jane
-         Y se parece mucho a ti
-         Eso dicen

Pedimos una naranjada para la niña, una coca- cola sin cafeína para su madre y el ya clásico whisky con hielo para mi a un camarero que nos atendió muy correctamente y me quedé mirando a Jane como si hubiera sido la primera vez que la había visto. Habían pasado algunos años y estaba como mas hecha, en ningún caso mas señora porque seguía teniendo maneras y actitudes correspondientes a su edad, rondaría seguro que a los treinta años no llegaba ni de broma, pero si que parecía como más centrada. Su mirada seguía siendo limpia, muy directa y como generando confianza en cada uno de sus movimientos. Su pelo rubio tirando a corto completaba una cara muy atractiva con la frente despejada, una nariz no muy grande y unos labios finos, perfectamente delineados. Una discreta capa de maquillaje, un mínimo toque de lápiz de ojos y unos pendientes mínimos de perlas completaban el conjunto. Las manos eran lo primero que miraba en una mujer, eran largas y finas con las uñas pintadas de un rosa difuminado que la hacía todavía mas atractiva. No tenía ni un solo anillo. Yo la miraba como si de una aparición se tratase y ella sonreía con ilusión

-         Que casualidad encontrarnos ¿verdad?
-         El destino Jane, el destino
-         Seguro que si – ella también me miraba como si fuera la última persona a la que esperase encontrar – no se cuantos habitantes tiene Londres y tampoco cuantos pasan por aquí a diario, pero ha sido una suerte, al menos para mi, encontrarte porque aunque no te lo creas, andando habré pasado por aquí como mucho diez veces en mi vida.
-         Ya te digo que es el destino.
-         Cuéntame cosas Andrés que estoy deseando saber de ti
-         Si quieres que te diga la verdad mi vida no ha cambiado mucho desde la última vez que nos vimos
-         Te fuiste a España un año ¿no?
-         Si – la miré como queriendo expresarle cuales habían sido mis razones y sin la seguridad de saber si se lo había comentado con anterioridad – bueno mejor sería decir siete meses porque se murió el Director de la Clínica y me llamó tu padre para que lo sustituyera.
-         No sabía nada – Jane también me miró con la intención de conocer lo que estaba pensando
-         Es lógico porque si no recuerdo mal, ya te habías vuelto a Etiopía.
-         Si, cuando pasó eso yo no estaba en Londres
-         ¿Y tu padre no te comentó nada?
-         La verdad es que no, pero también es cierto que donde estaba no existían muy buenas comunicaciones.
-         El caso es que acepté el cargo y lo pude compaginar con el de ayudante del Dr. Taylor y aquí estoy.
-         ¿Te has casado?
-         No – esbocé un amago de sonrisa – tuve una novia durante unos años pero me dejó.
-         ¿Española?
-         Si, la conocí en una reunión de moteros en Madrid, era anatomopatólogo y le conseguí un trabajo en la Clínica y se vino a vivir conmigo.
-         No sabía que eras motero ¡que sorpresa!
-         Ni yo – solté una carcajada – es una historia larga que se resume en que me compré una Harley, fui a una concentración de esas que organizan los fines de semana en Madrid, allí la conocí y después de muy poco tiempo de relación Cristina se vino para aquí.
-         Es como una novela romántica -  Jane me miraba divertida - dos personas aficionadas a las motos que se enamoran y se vienen como quien no quiere la cosa a trabajar a Londres.
-         Tampoco es tan como tu lo cuentas – bebí el resto de whisky – yo ya tenía trabajo aquí y aunque ella si que dejó el suyo en La Coruña, una ciudad al noroeste de España, yo sabía que le conseguiría otro aquí y así fue, o sea, que no fue para tanto
-         ¿Y dices que te dejó?
-         Si – a pesar del tiempo transcurrido tuve que mirar para otro lado para que Jane no notase mi emoción – y de eso hace ya varios años
-         Y desde entonces ¿estás solo?
-         Si

Jane acercó sus manos a las mías como queriendo transmitirme su amistad y dándome una especie de calor que llenó todo mi cuerpo.

-    ¿La echas de menos?
-     La verdad es que si, aunque cada día que pasa voy mejorando
-     Pero todavía no estás bien del todo.
-    ¡Que quieres que te diga! fueron cuatro o cinco años maravillosos y olvidar eso no es tan    fácil    

La niña que estaba jugando con su muñeca sentada en una silla, se levantó, bebió un poco de zumo de naranja y se sentó encima de su madre

-          ¿Qué quieres mi amor?
-         Tengo sueño y quiero irme a casa
-         Muy bien, prepara tu muñeca y nos vamos

Sinoa se dedicó unos minutos a ponerle unos zapatos a su muñeca, la volvió a peinar y enseguida se mostró dispuesta a irse a su casa

-          Mamá, yo ya estoy ¿nos vamos? – preguntó agarrando a su madre de la mano para que se levantase.
-         Un segundo que me despido de este señor y nos vamos
-         A todo esto – yo también me levanté – te he contado toda mi vida y tú no has dicho ni mu de la tuya.
-         No te creas - me dio un beso de despedida en la mejilla – ha cambiado muy poco, pero de todas maneras si te apetece nos veamos otro día y nos contamos todo.
-         Muy bien.
-         ¿Sigues teniendo el mismo teléfono?
-         Si
-         Bueno, esta semana estoy un poco liada pero intentaré buscar un hueco y quedamos para comer ¿te parece?
-         Fenomenal, cuando quieras yo estoy a tu disposición.

Sinoa también se despidió dándome un beso y se alejaron lentamente. Unos metros mas allá, Jane se dio la vuelta igual que su hija y me dijeron adiós con la mano.

Pedí otro whisky, Andrés es el cuarto y ahora ya tienes un nuevo motivo para dejar la bebida me decía mi cabeza que ya empezaba a estar un poco obnubilada como la niebla que empezaba a pasearse por el centro de la capital del Reino Unido. Bebí lentamente como queriendo continuar con la conversación con Jane interrumpida por Sinoa. Bueno, tampoco es para tanto, ya tendremos tiempo de hablar cualquier día. Pagué las consumiciones, dejé una generosa propina y me fui lentamente hacia mi casa. Las farolas se fueron encendiendo a mi paso como queriendo iluminar una decisión que tendría que tomar en pocos días mientras las luces de los escaparates se apagaban dando a entender que los propietarios tenían que descansar porque mañana sería otro día. Tomé un poco de jamón con un vino rioja que nunca faltaba en mi casa y me metí en la cama, pensando que la noche iba a ser muy larga pero me equivoqué porque a los pocos minutos de apoyar la cabeza en la almohada me quedé dormido como un tronco y no me desperté hasta las siete en que, como todos los días, sonó el despertador, me dí una ducha, desayuné un café de pie apoyado en la encimera de la cocina, me vestí y a las ocho y media en punto estaba en la Clínica dispuesto como siempre a ayudar a Dr. Taylor.









No hay comentarios:

Publicar un comentario