CAPITULO
33.-
Aquella
época la recuerdo como muy feliz. Encontré un apartamento en las proximidades
del barrio de Chelsea, una zona residencial muy tranquila y allí comencé con
Cristina una nueva vida. Lo primero era buscarle un trabajo. Por aquel
entonces, el Sr. Chesterplace era el Presidente de la Fundación de la Clínica
Privada en la que yo había entrado como Médico de guardia hace un montón de
años y que desde hace dos años me habían nombrado Director Médico y dio la
casualidad que un mes antes un anatomopatólogo se había jubilado y aunque
parecía que podría ser una plaza a extinguir, el Sr. Chesterplace con el que me
unía ya una verdadera amistad desde que atendí el parto de su hija, consultó el
curriculum de Cristina, le pareció adecuado y dio su conformidad para que, mi
compañera por aquel entonces, ocupara ese puesto y por si fuera poco no de una
manera eventual, como se hacían todos los contratos en la Clínica, si no con
carácter permanente con lo que al mes de llegar a Londres Cristina ya tenía un
trabajo fijo, con un buen sueldo y un horario razonable y encima en la misma
Clínica que yo ¿qué más se podía pedir?
Por
la mañana íbamos juntos en mi coche, comíamos en la cafetería de la Clínica y
por la tarde ella se volvía casi todos los días andando mientras que yo
continuaba, como siempre, ayudando al Dr. Taylor unos días en su consulta
privada y otros en el quirófano. Con las bromas llevaba más de diez años siendo
su ayudante, su mano derecha, su hombre de confianza y bien que me lo agradecía
pagándome magníficamente y por si todo eso fuera poco, me permitía tener mis
propios enfermos privados, cosa nada habitual para un ayudante aunque el número
de ellos era muy escaso, entre otras cosas, porque yo era el primero que no me
parecía oportuno. Tenían que ser casos excepcionales para que los aceptase, porque,
me gustara o no, yo era el primer ayudante del Cirujano Plástico de la Clínica.
En
aquella época la situación para mí era la ideal, por la mañana era el Director
de la Clínica, tenía mi secretaria, mi despacho y no excesivos problemas y por
la tarde trabajaba con el Dr. Taylor en la misma clínica con lo que si había
algún problema me llamaban y en menos de un minuto estaba en mi despacho resolviendo
alguna cuestión urgente. Entonces y aunque estuviéramos en medio de una cirugía
el Dr. Taylor se arreglaba con la Srta. Celin, su enfermera de toda la vida. La
situación era perfecta para ambos porque a mi jefe en la cirugía no le parecía mal
que resolviese los problemas de la Clínica y la Clínica estaba encantada por el
hecho de tener a su Director de manera casi permanente atento a su cargo y yo
¡para que decir! mataba dos pájaros de un tiro, tenía dos sueldos y como se
suele decir en estos casos era mas feliz que una perdiz. Por si todo esto fuera
poco, Cristina, mi compañera ganaba un buen sueldo y aunque teníamos una
clarísima declaración de separación de bienes vivíamos francamente bien y poco
a poco nos íbamos adaptando el uno al otro.
Tenía
muchas ventajas, pero también algunos inconvenientes porque con Cristina no iba
a muchos eventos porque casi siempre estaba cansada. Podría haber ido solo y
continuar con mis buenas relaciones con la alta sociedad londinense, pero no me
parecía oportuno. De hecho, alguna vez que acepté ir a alguna cena de las que
organizaba mi Clínica a las que no tenía mas remedio por razones obvias,
siempre discutíamos a la vuelta en el coche porque la mujer del Lord fulano era
completamente vacía y parecía no querer enterarse que su marido era un golfo de
cuidado, lo sabe todo Londres, menos ella, fíjate si será simple que lo se
hasta yo que se puede decir que no salgo de la clínica y encima no vivo en su
ambiente. Yo trataba de darle la razón pero siempre tenía que poner por delante
mi cargo de Director y que yo también lo sabía pero no tenía mas remedio que
aceptarla como era.
-
Pues por eso siempre te digo que vayas tú solo
y le aguantes todo lo que sea, pero yo prefiero quedarme en casa viendo la tele
o estudiando algo ¿no crees?
-
No te preocupes
Cristina que a todo se acostumbra uno – le comentaba yo tratando de mantener la
calma. También a mi me pasaba igual cuando comencé a ir a esas cenas, pero con
el tiempo no son tan aburridas.
-
Espero que eso no
me pase – me respondía ella – porque eso supondrá que me he vuelto tan vacías
como ellas
-
Bueno, bueno, no
te pongas así que de momento no tengo más eventos a la vista.
Eso
se lo decía para terminar la conversación, pero sabía de sobra que en muy pocos
días habría mas cenas porque aunque no le pareciera del todo bien, eso formaba
parte de mi trabajo y tenía que aceptarlo como era. Por lo demás tengo que
reconocer que nos veíamos poco, si que vivíamos bajo el mismo techo, pero yo
llegaba todos los días tardísimo, cenaba algo y enseguida me metía en la
cama. Los fines de semana nos íbamos a
una casa que había comprado en la playa y allí si que disponíamos de muchas
horas de intimidad, a pesar del teléfono que no paraba de sonar para
consultarme pequeñas cosas de la Clínica y que desde mi lugar de descanso podía
resolver con cierta facilidad. Además, la Clínica, por supuesto con mi
consentimiento, había nombrado nuevo jefe de urgencias al hijo de un conocido
empresario londinense que se movía muy bien entre los pacientes que acudían a
la Clínica y me ahorraba bastante trabajo.
Cristina
era una mujer muy preparada para su labor en la Clínica como anatomopatólogo y
aunque tenía su genio lo sacaba a pasear en muy contadas ocasiones, le gustaba
la decoración y perdía horas y horas leyendo revistas y estaba al tanto de todo
lo que se llevaba. También recuerdo que era una excelente cocinera y siempre me
llamó la atención no solo el sabor de lo que hacía si no sobre todo la
presentación. Era muy frecuente oírla decir que los buenos comedores tienen que
tener buen estómago, si no y además también buena vista. Tengo que reconocer
que los principios siempre son un poco difíciles pero a pesar de todo nos
llevábamos muy bien con nuestros momentos de relajación en la playa, dábamos
interminables paseos, hablábamos de todo y como era muy aficionada a leer, me
enseñaba los libros que tenía en su mesilla y me hacía una especie de resumen
de cada uno de ellos una vez que los había terminado. Era muy amiga, sobre
todo, de los ensayos y si que es cierto que invertía muchas horas en la lectura
y no tenía mayor interés en salir. Casi siempre a última hora de la tarde
preparaba alguna cosa y nos sentábamos en el porche a ver anochecer. El
silencio era lo mejor y mientras la penumbra nos iba envolviendo, muchos días
recordábamos nuestros primeros días después de conocernos y reconozco que éramos
felices.
Una
de esas noches en las que estábamos disfrutando de los últimos rayos de sol,
con un gin tonic en la mano me preguntó
-
Andrés, ¿cómo se
te ocurrió comprarte una Harley a tu edad?
-
¿Me estás
llamando viejo?
-
Estarás de
acuerdo conmigo en que no eras ningún chaval
-
Posiblemente
tengas razón, pero yo siempre he tenido moto, nunca una grande, pero tenía ese
gusanillo de asistir a alguna concentración motera, no se muy bien porqué, pero
desde siempre tenía esa ilusión y estando en Madrid en aquel año sabático que
te conté, surgió la oportunidad y ya está. Luego vino el tema de aquella famosa
excursión a Segovia donde nos conocimos y aquí estamos ¿qué te parece?
-
No – ella me
miraba desde su butaca – si yo estoy encantada pero me extraña porque todos los
que tienen una moto como la Harley son, o somos, como un poco especiales y tú
de especial no tienes nada, eres más bien un tipo de lo más clásico
-
No me digas ¿tú
crees que soy un tipo clásico? Si que es cierto que de joven no era muy loco,
no tuve ninguna aventura de esas que tú llamas locas, pero tampoco era un
monaguillo
-
Hombre ya me
imagino, pero por ejemplo yo con dieciocho años ya iba a “los pingüinos” con
una pandilla de moteros de Barcelona y lo pasábamos genial
-
¿Ibais desde
Barcelona a Tordesillas en pleno invierno?
-
Ves como tú eres
distinto – Cristina se levantó, me dio un beso y se quedó mirando la puesta de
sol – pues claro que íbamos en moto y entonces no había los trajes calefactados
como ahora.
-
No lo digo por
eso - yo también sonreí recordando aquella época – lo digo porque yo entonces
era cuando tenía una honda Yupy que era el no va mas en Madrid. Era de noventa
centímetros cúbicos y para mí era de lo mejorcito, por no tener no tenías ni
que cambiar y es mas – todavía recordaba con nostalgia aquellos años de motero
principiante – para mí que andaba más de lo necesario.
-
Tú nunca has sido
de esos que les gusta darle al acelerador, por lo menos desde que yo te conozco
-
Eso es verdad,
ten en cuenta que soy Médico, he pasado muchas horas de mi vida en la Urgencia
y por desgracia he visto bastantes accidentes de moto unos por su culpa y otros
no, pero la realidad es que en una moto el parachoques eres tú.
-
Sin duda, eso no
creo que ningún motero lo niegue, pero la sensación de velocidad, el sentirte
libre por una carretera, a veces te hace ir más deprisa de lo permitido, pero
no te creas que mucho más porque las Harleys no son para correr son para
disfrutar de una vida diferente. No hace falta que seas un loco de la
velocidad, yo creo que no, pero si que tienes que ser un poco alocado en tu
vida y si no mírame a mi.
-
Lo mejor que me
ha pasado en mi vida ha sido conocerte - me levanté y puse mis manos en sus
hombros – y si llego a saber que nos iba a unir esa moto me la hubiera comprado
cuando tenía cinco años
-
¡Exagerado!
-
Tú no sabes,
porque no te lo puedes ni imaginar, lo que significas para mi. Tengo que
reconocer que tuve la suerte de conocerte en un momento bastante difícil de mi
vida, estaba, para que negarlo, un poco desorientado, se podría decir aunque
suene algo cursi que me encontraba parado en un cruce de caminos y no estaba
muy seguro de cual sería el mejor para continuar mi vida y ahí apareciste tú
¿te acuerdas?
-
Claro que me
acuerdo ¡como se me va a olvidar! Y eso si que se puede decir que fue el
destino porque estuve a punto de no ir
-
¿Y eso?
-
No se – Cristina
se quedó unos segundos absolutamente quieta – ir a Madrid a una reunión con una
gente con la que no tenía excesiva confianza y con los que había salido en La
Coruña muy pocas veces, se puede decir que no los conocía de nada y luego ir a
Segovia sabiendo que al día siguiente tenía guardia y no podía faltar, no se,
la verdad es que tuve mis dudas
-
¿Y supongo que
ahora te alegras?
-
¿Tu que crees? –
Cristina abandonó se acercó lentamente y me besó en la boca como si fuera el
primer día. Por unos minutos permanecidos abrazados sintiéndonos muy a gusto.
-
Lo que no te he
dicho nunca es que el que estuvo a punto de no ir fui yo
-
Eso no me lo
había contado
-
Ya lo se, pero te
lo digo ahora. A la pandilla de tus moteros dices que los conocías poco, pero
yo a los míos no los conocía de nada y encima te tengo que confesar que
dominaba bastante poco la moto, de hecho me la había comprado muy pocos días
antes y estuve en un tris de no ir
-
Estas son las
cosas del destino ¿no te parece?
-
Supongo que si –
dejé el gin tonic y sonreí abiertamente - ¿quién me iba a decir a mi que me iba
a encontrar contigo?
-
La vida a veces
nos sorprende y en cualquier curva aparece algo nuevo y diferente.
-
Absolutamente de
acuerdo, pero también es cierto que para eso ocurra hay que estar en la curva
que dices tú en el momento justo y a la hora exacta y eso fue lo que nos pasó a
nosotros.
-
Si yo no hubiera
ido ¿cómo sería ahora tu vida?
-
No tengo ni idea
– volví a besarla lentamente mientras que el sol estaba ya durmiendo y había
dejado de suplente hasta el día siguiente a una luna llena que nos ayudaba a
vernos – sabe Dios. Por lo pronto seguro que ya no tendría moto, tendría mucha
menos ilusión que la que tengo, trabajaría supongo que lo mismo, vendría por
esta casa mucho menos porque contigo estoy muy bien, pero solo sería bastante
aburrido
-
Alguna de esas de
tus clientas de la alta sociedad seguro que se apuntaría a hacerte compañía.
-
No es por
presumir, pero posiblemente fuera así aunque de manera diferente porque el
placer que se siente cuando se quiere a una persona como me pasa a mí, no es
igual que venir con cualquiera para pasarte medio fin de semana en la cama y el
resto charlando de cosas sin importancia. Además, eso que a ti te parece tan
fácil de venirse aquí con cualquiera no te creas que es tan sencillo - la miré con cara de pillo – hay que sembrar
en los lugares de reunión para pasado un tiempo recoger la cosecha y para eso
hay que salir casi todas las noches, asistir a muchas cenas, ir al teatro si es
a un palco mejor, tener una presencia casi continua en casi todos los eventos y
trabajando por la mañana y por la tarde cuesta bastante trabajo.
-
Lo mismo tenías otra
novia – se levantó y se sirvió otro gin tonic
-
¿Por que no? – le
puse un poco de hielo en la copa – tú misma lo has dicho que en la vida nunca
se sabe lo que te va a pasar dentro de media hora, pero afortunadamente te
encontré a ti y eso es lo mas importante ¿no crees?
-
Para mí, desde
luego que si, ya lo sabes Andrés.
-
¿Te apetece
bailar?
-
Bueno
Cristina dio un pequeño sorbo a su gin tónic mientras
yo conectaba el aparato de música y una música relajante inundó la amplia
terraza. No abrazamos y lentamente comenzamos a movernos como lo que éramos,
dos auténticos enamorados. Al cabo de unos minutos le propuse irnos a la cama y
allí continuamos disfrutando de nuestro amor fundiendo nuestros cuerpos como si
fuera uno solo.
Así fueron los cinco años que estuvimos juntos, pero
desgraciadamente no todo dura lo que uno quiere y un día cualquiera de un otoño
frío y lluvioso de Londres, sin saber muy bien por qué, Cristina me confesó que
echaba de menos su vida anterior, a su familia, a sus amigos de La Coruña, en
fin a todo lo que era antes de conocerme y en siete días me encontré solo.
Había transcurrido tantos años que se podía decir que no tenía amigos solteros,
por no saber, no conocía ni los sitios de moda. Pasé una época bastante mala,
salía solamente a trabajar y en cuanto tenía un minuto me volvía a mi casa y me
dediqué a escribir toda esta historia que se podría definir como una especie de
memorias, mas o menos de mi vida. Pensaba que todo lo que tenía que hacer ya lo
había hecho y ahora solo me quedaba esperar la jubilación, escribir que me
llenaba muchas horas, sobre todo, los fines de semana en mi casa de la playa
donde me acostaba muy tarde y pasaba muchos días sin salir. Un pequeño paseo
por la playa, por aquello de mantenerme un mínimo en forma y poco más,
Disfrutar del paisaje, de la lectura y escribir y escribir, una veces mejor y
otras peor, pero echando muchas horas frente al ordenador siguiendo las
instrucciones de alguien que dijo que un escritor, bueno o malo, lo que tiene
que hacer es estar siempre preparado para que si en un momento llegaba la
inspiración te pillara cerca del teclado del ordenador para dejar reflejado lo
que ocurría en cada instante.
Al principio, tengo que reconocer que todos mis
escritos giraban en torno a Cristina y a aquellos años maravillosos que pasé
con ella, pero poco a poco los recuerdos iban más allá y empecé a escribir de
mis años de juventud, de cuando estudiaba la carrera, de mi primer amor, de mis
hijas y de todo lo que se me iba ocurriendo sobre la marcha. Tengo que
reconocer que en alguna ocasión tuve la tentación de escribir alguna novela y
hasta llegué a hacerlo, pero enseguida me daba cuenta o a lo mejor
inconscientemente siempre volvía a aspectos de mi vida y no era capaz, como
hacen los buenos escritores, de olvidarme de mi realidad y escribir sobre algo
que me fuera ajeno y por eso después de unos años lo dejé y me dediqué a salir,
a visitar a mis antiguas amistades, a saltar de flor en flor como si tuviera
veinte años y a beber con mucha menos parsimonia de la que hubiera debido ser.
De vez en cuando, pero muy de vez en cuando, volvía a
mi casa de la playa con alguna que quisiera disfrutar de unos días de descanso,
pero los recuerdos de Cristina eran tan grandes que me volvía un hombre triste,
sin ganas de nada y mucho menos de salir a pasear como hacía con ella, de tal
manera que aquella casa se convirtió en un refugio para mi soledad. Oía mucha
música, pensaba bastante, y siempre terminaba con una copa viendo
anochecer solo, muy solo, aunque también
es verdad que era porque quería. Eran día de soledad compartidos con mis
recuerdos y no eran pocas las veces que me sentaba ante el ordenador y antes de
escribir ni una sola letra, lo apagaba y me quedaba mirando el horizonte
¿pensando? posiblemente si pensaba, seguro que si, pero también aprendí a dejar
mi mente en blanco dejando pasar las horas, los minutos y los segundos como si
fuera la niebla que en las noches de primavera se iba haciendo dueña de todo lo
que me rodeaba.
Volvía a mi trabajo uno y otro lunes y la vida se me
iba haciendo bastante monótona y cuando menos lo esperaba todo cambió como si
le hubiera dado la vuelta a un calcetín. Fue una de las muchas tardes que
después de trabajar salía por ahí a tomar una copa. Ultimamente iba a un pub
cerca de mi casa, lo que permitía ir andando sin necesidad de utilizar el
coche, pero ese día, supongo que sería el destino, me animé a sentarme en un
taxi e ir al centro de Londres. Allí muy cerca de Picadilly Circus, me senté en
una terraza, era a finales de primavera y empezaba a anochecer. La gente pasaba
y pasaba, todos con prisa, con el stress reflejado en sus caras ya cansadas
después de pasar la jornada laboral. Algunos jóvenes se sentaban en las
escaleras del monumento, mientras que otros hacían planes para el fin de semana
que ya estaba muy próximo. Yo tenía un informe en la mano sobre la vacunación
en Europa y mi mirada paseaba de manera alternativa hacia un lado y hacia el
otro. Llevaba dos copas y mi cabeza empezaba a llamarme la atención porque por
la mañana habría que madrugar, pero por otra parte, era de los días que no
tenía ganas de volver a casa. Estaba solo completamente rodeado de gente, con
esa soledad que solo se vive en las grandes ciudades donde parece que no hay ni
un solo hueco para notar ese sentimiento. Para mí era una situación nueva, si
que es cierto que me sentía solo muchas veces, pero nunca como ese día. Tenía
ganas de hablar con la gente, de conocer caras nuevas, de decirle a todos que
necesitaba compañía, que la vida se me iba pasando casi sin darme cuenta y que
tenía ahora o nunca la posibilidad de cambiar. Podía tomar otro camino pero no
tenía ni idea de cual. Afortunadamente mi situación económica era muy buena,
mis inversiones en pisos y alguna que otra acción de algún banco conocido iban
viento en popa a toda vela, tenía mas trabajo del que quería pero por lo menos
me permitía matar el tiempo. Muchas horas las pasaba trabajando en la Clínica y
hoy el Dr. Taylor me había comunicado que había decidido dejar de operar y que
si quería me dejaba su consulta privada y por supuesto si lo aceptaba era con
la condición de seguir operando en aquel viejo hospital de beneficencia.
Entonces yo tenía cincuenta y dos años y era el momento ideal para dedicarme a
otra cosa, aunque no estaba seguro si sería capaz de abandonar todo lo anterior
que me había permitido vivir muy bien durante muchos años, parece mentira pero
ya eran más de quince años y tampoco estaba seguro si sería capaz de quedarme
en casa todo el día. Por una parte, creo que me merecía descansar, habían sido
muchos años de Director de la Clínica, sin contar mis tres o cuatro años
primeros en los que estuve de Médico de Guardia. La noticia de hoy del Dr.
Taylor me había descolocado y no tenia que haber sido así porque fueron muchas
las veces que lo decía. Se quería ir a Filipinas con su mujer y su familia y
olvidarse de la medicina, ser un absoluto desconocido para poder viajar,
dibujar, escribir y sobre todo dedicarse a sus múltiples hijos de los que no
había podido disfrutar desde que nacieron. Esa mañana nos lo había comunicado,
sin posibilidad de discusión, porque era una decisión tomada después de muchas
noches de insomnio y ya era definitiva. Pensaba vender todo lo que tenía, que
debías de ser bastante y desaparece como si de un secuestro se tratase, aunque
ya se lo había comunicado a algunos de sus amigos. Todos nos quedamos
sorprendidos y tratamos de convencerle para que no tomara ese camino, pero lo
tenía todo muy pensado y nada ni nadie lo iba a apartar del camino que había
decidido tomar.
A mi, la verdad es que no me sorprendió, es más, lo
entendía y lo único que sentía es no tener yo la misma valentía para seguirle,
no a Filipinas, por supuesto que no, sino en la idea de dedicarme a otra cosa.
Por miles de motivos, nunca veía el momento e incluso ahora que el panorama
estaba mucho mas claro, tampoco era capaz de tomar una decisión que me
permitiera vivir la vida. Mas fácil no me lo podía poner el Dr. Taylor, él se
iba y yo detrás, pero por otro lado, el hecho de ofrecerme su consulta también
era una posibilidad única que seguro que no se volvería a repetir. Ganaría
mucho dinero, eso seguro, continuaría ubicado en un sector de lo mas selecto de
la alta sociedad londinense y mil ventajas más, eso si, todo eso a base de
perder calidad de vida porque tendría que dejar la dirección de la Clínica que
me daba mucho dinero y poco trabajo, tendría que tener la consulta por la
mañana y dedicar las tardes a operar y el poco tiempo que me dejase libre
tendría que seguir en la beneficencia. Se acabaron los viajes a España a ver a
mis hijas o por lo menos serían de muy pocos días. Carmen, la mayor había
formalizado su relación con su novio de toda la vida y ya tenía dos hijos, uno
de seis años y otra de dos, vivía en Ibiza y todavía no había llegado el día en
que fuera a conocer su nueva casa y disfrutar como ella utilizando su tiempo
libre Al primero de mis nietos le había conocido en uno de mis viajes, pero a
la pequeña ni siquiera la había tenido en brazos y era una pena porque
disfrutar de los nietos debe ser una buena cosa, dedicaba varias horas al día a
mantener una pequeña huerta con tomates,
judías, pepinos, lechugas y alguna sandía. Me acuerdo que por teléfono consiguió
que yo, que nunca había sido una persona especialmente romántica, me enamorase
como ella de sus rosas, geranios, azucenas y un sinfín de especies de las que
me explicaba con un cariño casi como si fueran sus hijos, como iban creciendo,
como alguna estaba un poco “pachucha” y había que regarla con mimo para evitar
que empeorase, como unas dalias que plantó casi sin darse cuenta en un extremo
del jardín crecieron rápidamente y no tuvo mas remedio que recortarlas para que
no sobresaliesen de su valla o como unas hortensias que le habían regalado en
una aldea gallega había conseguido, después de múltiples intentos, que saliera
un buen ramo. En fin, una enamorada que trataba por todos los medios de
transmitírmelo a mí con resultado desigual porque reconozco que me resultaba
muy entretenido como ella me lo contaba, pero me parecía un auténtico “coñazo”
andar todo el día con la manguera de un lado a otro mirando y remirando cuales
eran las plantas que necesitaban mas agua, las que solo había que mojar las
hojas o aquellas que solo necesitaban la humedad en los tallos. Si tenía tiempo
libre, todo eso lo podría hacer, pero ¿sería capaz? ¿no me aburriría a los
cuatro días?
Por
otra parte, mi otra hija, Patricia, que desde muy pequeña siempre había sido bastante
contestaria y vivía como dicen los modernos “a su bola” se había ido a Estados
Unidos a finalizar sus estudios y cada vez se comunicaba menos conmigo, según
Carmen si que lo hacía con su madre, pero conmigo se puede decir que había
perdido casi toda su relación.
En
fin, mi situación era así y me tenía que decantar por algo cuando, como si
fuera un fantasma, apareció por la calle viniendo hacía la terraza donde yo
estaba sentado, ella, si, nada menos que
Jane Chesterplace a la que hacía por lo menos tres o cuatro años que no la veía.
Fue tal la ilusión que me hizo que sin esperar a que llegara me levanté y fui
en su busca fundiéndonos en un abrazo de esos que solo se dan a los verdaderos
amigos. Estaba tan contento de encontrarme con una auténtica amiga que no me dí
cuenta que llevaba de la mano a una niña de unos cuatro años que me miraba muy
seria desde unos ojos azules como el mar. No se movió y solo al final cuando
las invité a sentarse conmigo me preguntó si yo era amigo de su madre. Le dije
que si y fue Jane la que le explicó que yo había sido el que la había traído al
mundo
-
¿Te acuerdas el
año pasado cuando me ayudaste a parir a una oveja en Etiopía?
-
Si – respondió de
manera tímida
-
Pues este señor
que es Médico fue el que me ayudó a mí el día que tu naciste
-
Y has cambiado
mucho ¿sabes? – le hice una pequeña caricia lo que provocó una sonrisa de la
niña – cuando naciste eras una cosa pequeñita, como muy morenita y ahora ya
eres toda una señorita – me quedé absorto mirándola como si el tiempo no
hubiera pasado – y de eso hace ya cuatro años
-
Cinco – me
contestó poniéndome los cinco dedos delante de mi cara.
-
Claro, es que con
cinco añazos ya eres toda una señorita.
-
Eso me dice mi
madre muchas veces
-
Oye – puse cara
de máximo interés - ¿Cómo te llamas?
-
Sinoa – me
contestó mientras no dejaba de mirarme - ¿te gusta?
-
Si, es muy bonito
-
Pues mi Abuelo
dice que es muy feo
-
No es verdad – la
interrumpió Jane con una sonrisa que dejaba entrever unos dientes
impecablemente alineados – el Abuelo no
dice que sea feo, no, lo que dice es que para los ingleses es un nombre raro
pero no feo ¿Tú conoces alguna Sinoa en Londres.?
-
Aquí no, pero en
el hospital de Etiopía si que conozco a una ¿verdad?
-
Si y es muy amiga
tuya ¿a que si?
-
Si – respondió
Sinoa mientras sacaba de una bolsa una muñeca y un peine y se dedicó durante
unos minutos a peinarla delicadamente.
-
¡Es muy
simpática! – le comenté a su madre
-
Si, la verdad es
que si – se rió Jane
-
Y se parece mucho
a ti
-
Eso dicen
Pedimos
una naranjada para la niña, una coca- cola sin cafeína para su madre y el ya
clásico whisky con hielo para mi a un camarero que nos atendió muy
correctamente y me quedé mirando a Jane como si hubiera sido la primera vez que
la había visto. Habían pasado algunos años y estaba como mas hecha, en ningún
caso mas señora porque seguía teniendo maneras y actitudes correspondientes a
su edad, rondaría seguro que a los treinta años no llegaba ni de broma, pero si
que parecía como más centrada. Su mirada seguía siendo limpia, muy directa y
como generando confianza en cada uno de sus movimientos. Su pelo rubio tirando
a corto completaba una cara muy atractiva con la frente despejada, una nariz no
muy grande y unos labios finos, perfectamente delineados. Una discreta capa de
maquillaje, un mínimo toque de lápiz de ojos y unos pendientes mínimos de
perlas completaban el conjunto. Las manos eran lo primero que miraba en una
mujer, eran largas y finas con las uñas pintadas de un rosa difuminado que la
hacía todavía mas atractiva. No tenía ni un solo anillo. Yo la miraba como si
de una aparición se tratase y ella sonreía con ilusión
-
Que casualidad
encontrarnos ¿verdad?
-
El destino Jane,
el destino
-
Seguro que si –
ella también me miraba como si fuera la última persona a la que esperase
encontrar – no se cuantos habitantes tiene Londres y tampoco cuantos pasan por
aquí a diario, pero ha sido una suerte, al menos para mi, encontrarte porque
aunque no te lo creas, andando habré pasado por aquí como mucho diez veces en mi
vida.
-
Ya te digo que es
el destino.
-
Cuéntame cosas
Andrés que estoy deseando saber de ti
-
Si quieres que te
diga la verdad mi vida no ha cambiado mucho desde la última vez que nos vimos
-
Te fuiste a
España un año ¿no?
-
Si – la miré como
queriendo expresarle cuales habían sido mis razones y sin la seguridad de saber
si se lo había comentado con anterioridad – bueno mejor sería decir siete meses
porque se murió el Director de la Clínica y me llamó tu padre para que lo
sustituyera.
-
No sabía nada –
Jane también me miró con la intención de conocer lo que estaba pensando
-
Es lógico porque
si no recuerdo mal, ya te habías vuelto a Etiopía.
-
Si, cuando pasó
eso yo no estaba en Londres
-
¿Y tu padre no te
comentó nada?
-
La verdad es que
no, pero también es cierto que donde estaba no existían muy buenas
comunicaciones.
-
El caso es que
acepté el cargo y lo pude compaginar con el de ayudante del Dr. Taylor y aquí
estoy.
-
¿Te has casado?
-
No – esbocé un
amago de sonrisa – tuve una novia durante unos años pero me dejó.
-
¿Española?
-
Si, la conocí en
una reunión de moteros en Madrid, era anatomopatólogo y le conseguí un trabajo
en la Clínica y se vino a vivir conmigo.
-
No sabía que eras
motero ¡que sorpresa!
-
Ni yo – solté una
carcajada – es una historia larga que se resume en que me compré una Harley,
fui a una concentración de esas que organizan los fines de semana en Madrid,
allí la conocí y después de muy poco tiempo de relación Cristina se vino para
aquí.
-
Es como una
novela romántica - Jane me miraba
divertida - dos personas aficionadas a las motos que se enamoran y se vienen
como quien no quiere la cosa a trabajar a Londres.
-
Tampoco es tan
como tu lo cuentas – bebí el resto de whisky – yo ya tenía trabajo aquí y
aunque ella si que dejó el suyo en La Coruña, una ciudad al noroeste de España,
yo sabía que le conseguiría otro aquí y así fue, o sea, que no fue para tanto
-
¿Y dices que te
dejó?
-
Si – a pesar del
tiempo transcurrido tuve que mirar para otro lado para que Jane no notase mi
emoción – y de eso hace ya varios años
-
Y desde entonces
¿estás solo?
-
Si
Jane acercó sus manos a las mías como queriendo
transmitirme su amistad y dándome una especie de calor que llenó todo mi
cuerpo.
- ¿La echas
de menos?
- La verdad
es que si, aunque cada día que pasa voy mejorando
- Pero todavía no estás bien del todo.
- ¡Que
quieres que te diga! fueron cuatro o cinco años maravillosos y olvidar eso no
es tan fácil
La niña que estaba jugando con su muñeca sentada en
una silla, se levantó, bebió un poco de zumo de naranja y se sentó encima de su
madre
-
¿Qué quieres mi amor?
-
Tengo sueño y
quiero irme a casa
-
Muy bien, prepara
tu muñeca y nos vamos
Sinoa
se dedicó unos minutos a ponerle unos zapatos a su muñeca, la volvió a peinar y
enseguida se mostró dispuesta a irse a su casa
-
Mamá, yo ya estoy ¿nos vamos? – preguntó
agarrando a su madre de la mano para que se levantase.
-
Un segundo que me
despido de este señor y nos vamos
-
A todo esto – yo
también me levanté – te he contado toda mi vida y tú no has dicho ni mu de la tuya.
-
No te creas - me
dio un beso de despedida en la mejilla – ha cambiado muy poco, pero de todas
maneras si te apetece nos veamos otro día y nos contamos todo.
-
Muy bien.
-
¿Sigues teniendo
el mismo teléfono?
-
Si
-
Bueno, esta
semana estoy un poco liada pero intentaré buscar un hueco y quedamos para comer
¿te parece?
-
Fenomenal, cuando
quieras yo estoy a tu disposición.
Sinoa
también se despidió dándome un beso y se alejaron lentamente. Unos metros mas
allá, Jane se dio la vuelta igual que su hija y me dijeron adiós con la mano.
Pedí
otro whisky, Andrés es el cuarto y ahora ya tienes un nuevo motivo para dejar
la bebida me decía mi cabeza que ya empezaba a estar un poco obnubilada como la
niebla que empezaba a pasearse por el centro de la capital del Reino Unido.
Bebí lentamente como queriendo continuar con la conversación con Jane
interrumpida por Sinoa. Bueno, tampoco es para tanto, ya tendremos tiempo de
hablar cualquier día. Pagué las consumiciones, dejé una generosa propina y me
fui lentamente hacia mi casa. Las farolas se fueron encendiendo a mi paso como
queriendo iluminar una decisión que tendría que tomar en pocos días mientras
las luces de los escaparates se apagaban dando a entender que los propietarios
tenían que descansar porque mañana sería otro día. Tomé un poco de jamón con un
vino rioja que nunca faltaba en mi casa y me metí en la cama, pensando que la
noche iba a ser muy larga pero me equivoqué porque a los pocos minutos de
apoyar la cabeza en la almohada me quedé dormido como un tronco y no me desperté
hasta las siete en que, como todos los días, sonó el despertador, me dí una
ducha, desayuné un café de pie apoyado en la encimera de la cocina, me vestí y
a las ocho y media en punto estaba en la Clínica dispuesto como siempre a
ayudar a Dr. Taylor.
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