Queridos blogueros: Como el viernes que viene no voy a estar en Madrid, ventajas de ser jubilado, os mando el capítulo 46 para no perder la costumbre. Los viernes son viernes y la obligación es la obligación, o sea que lo primero es lo primero.
Si queréis que os diga la verdad, supongo que si, no tengo ni idea de por donde voy en este lío de novela, aunque parece ser que ahora unos cuantos están haciendo el Camino de Santiago, pero tampoco se si los siguientes capítulos van por ahí, eso es lo bueno de escribir lo que a uno le da la gana, pero lo que tengo absolutamente claro es que se queda como está y que salga el sol por Antequera porque cambiar no pienso cambiar ni una coma.
En fin, como siempre, espero que paséis un rato agradable e intentar ser felices a pesar de todo lo que hay por ahí
Un beso
Tino Belas
CAPITULO 46.-
Pacho brindaba con una
copa de vino mientras un color le iba y otro le venía. Desde su visión de
Ayudante de Obras Públicas, por fín había destacado en algo e incluso abrigaba
la ilusión que, después de aquello, Ana se fijase en él y comenzase algo que
fructificase en mas todavía. Su amor por Ana Segura comenzó al segundo de verla
en la oficina y eso que era de los que no creían en los flechazos, pero fue
verla y decidir que esa era la mujer de su vida y todavía no había cruzado ni
una sola palabra con ella. Como ocurría habitualmente, aquella mirada no pasó
desapercibida para Ana y en un ejercicio de egoísmo impropio de ella, decidió
que se dejaría querer hasta que dominara la situación. Así admitió con una
luminosa sonrisa la invitación de su compañero para cenar esa misma noche y
conocer de primera mano todo lo relacionado con su nuevo trabajo.
- Entonces ¿te parece que quedemos a las nueve?
– Pacho no cabía en sí de gozo.
- Bien, por mi parte no hay ningún
inconveniente porque no tengo ningún plan para hoy
- Fenomenal, ya verás como no te vas a
arrepentir.
- Eso espero – Ana le sonrió – porque es la
primera vez en mi vida que acepto una invitación de alguien a quien no conozco
de nada.
- Por eso no te preocupes que la diversión está
garantizada. Entonces ¿a las nueve te paso a recoger?
- Estupendo, si quieres me llamas un poco antes
y bajo al portal.
- Ni dos palabras mas, su fiel seguro servidor
estará a la puerta de su casa a las “nine o clock”
- O. k., Mackey – Ana lo despidió con la mejor
de su sonrisas sabiendo que en dos minutos estaría de vuelta, ¿por qué? No por
intuición femenina, sino porque no sabía donde vivía. Efectivamente, a los dos
segundos, sonó la puerta y la cabeza de Pacho asomó para preguntar la
dirección.
- Sabía que volverías, es más, estaba segura
- Ana le extendió un papel en el que
llevaba anotada la dirección y el teléfono.
- Gracias y allí estaré como un clavo.
Desde la cristalera de su
pequeño despacho, Ana observaba el movimiento de la oficina como la gente se
movía con prontitud, los papeles iban y venían a velocidad de vértigo y
enseguida se dio cuenta que era la única mujer, o si había más, ese día no
habían acudido al trabajo. - En fin, paciencia, lo que sea sonará - y se
enfrascó en hacer un informe de un posible puente en la carretera de
Extremadura. Las expresiones a utilizar no eran muy complicadas y su nuevo
Jefe, sabiendo sus limitaciones, le había dado los números a mano para evitar
equivocaciones. A la hora aproximadamente lo había finalizado y después de
guardar una copia, se acercó al despacho de Olmedo hijo,
- Juan – Ana se acercó al mesa repleta de
planos, informes, propaganda y un sin fin de papeles – aquí tiene el informe
que me solicitó.
- Gracias, Ana – El Jefe advirtió enseguida la
pulcritud del escrito – ¿te puedo decir
una cosa?
- Claro, faltaría mas – Ana se dispuso a
aceptar cualquier crítica, al fin y al cabo llevaba muy poco tiempo trabajando
en esa empresa – para eso estamos.
- Es la primera vez desde que estoy en esta
oficina y ya llevo algunos años que me presentan un informe como Dios manda. Lo
habitual es que al que se lo diera, me llamara varias veces para preguntarme si
el título era el que ponía, si era mejor que todo fuera en negrita, que si la
suma de los primeros encargos se añadía al final, que si …... - el Arquitecto
se levantó y miró fijamente a una
sorprendida secretaria que no estaba especialmente acostumbrada a que su trabajo
fuera tan bien calificado – En fin, que me alegro haber hecho tan buen fichaje
y estoy seguro que si sigues así, hasta mi padre reconocerá la efectividad de
una mujer en su empresa.
- Muchas gracias, pero me da un poco de
vergüenza tanto piropo – Ana miró hacia el suelo – trataré de hacerlo lo mejor
posible para ganarme la confianza de todos. Por lo menos lo intentaré.
- Eso está muy bien, Ana porque aquí hay gente
que cree que una secretaria no solo no favorece el trabajo, sino que incluso lo
dificulta porque los empleados la mirarán en función de su sexo y no por sus
cualidades profesionales.
- Bueno, eso no me importa mucho porque, aunque
usted me ha conocido en un ambiente universitario que, normalmente es como mas
abierto, antes he tenido otros trabajos y todos como muy machistas, o sea, que,
digamos que estoy acostumbrada
- Perdona, pero me ha parecido que me has
tratado de usted y debes hacerlo de tú, porque es como una norma de la casa.
Desde el primero hasta el último nos tratamos de tú y así no hay diferencias y no tienes que andar
distinguiendo entre unos y otros.
- Muy bien – Ana guardó en una carpeta varios
papeles- ¿necesita algo más?
- ¿Te has enterado de lo que acabo de decirte?
- Perdón, ¿necesitas algo?
- Eso está mucho mejor. Nada, gracias.
Ana se dio media vuelta y
abandonó el despacho. Sabía que era una secretaria eficaz, que no iba a tener
ningún problema desde el punto de vista profesional, pero lo de no ver ninguna
mujer, eso si que le preocupaba. En fin, será cuestión de esperar y ver lo que
pasa. Mientras pensaba en todo eso, metió sus bártulos en el bolso y después de
apagar su ordenador, bajo al aparcamiento, y con precaución salió por la salida
que daba a la calle principal y desde allí conduciendo rápida, llegó a su casa,
se dio una ducha y envuelta en una toalla se tumbó en un sillón, encendió la
radio y estuvo cerca de una hora mirando al techo sin hacer absolutamente nada.
Se volvió a acordar de los razonamientos de su padre, el Dr. Segura, que
siempre le recomendaba que, al menos una hora al día, procurase relajarse,
olvidarse del mundo y pensar solamente en ella y en sus problemas, práctica que
ella procuraba cumplir a rajatabla, fuera a la hora que fuera. Desde su llegada
a Madrid, hacía nada mas y nada menos que diez años, ¡ hay que ver como pasa el
tiempo! Ese ejercicio lo realizaba continuamente y en esta ocasión le sirvió
para acordarse de Pacho, ese chico de la oficina con el que prácticamente no
había cruzado ni dos palabras y con el que había quedado para salir a cenar. Le
pareció un hombre interesante, posiblemente algo joven para ella, pero ya
estaba bien de salir con vejestorios, eso sí, jefes de empresa y lo que se
quiera, pero mayores. Eso no era
premeditado, la vida era así y no hay que llevarle la contraria.
Desgraciadamente había tenido diferentes experiencias amorosas y todas habían
terminado en un fracaso de tamaño natural. Reconocía que, en las primeras, se
había entregado en cuerpo y alma y para
el resto ya iba como muy avisada. El recelo hacia los hombres era natural y
aunque, como todo el mundo necesitaba compañía, ahora llevaba una temporada muy
tranquila y la súbita aparición de ese chico le había producido, cuando menos,
curiosidad. En principio, no era el hombre de su vida, eso seguro, pero podía
dar algo de juego. Se había dado perfecta cuenta de las miradas y sabía que era
presa fácil, que diría su amiga María Jesús, pero su carácter le impedía
continuar una relación si sabía que no iba a tener un final feliz. En eso, era
como muy legal, a ella le habían hecho daño, mucho daño, sobre todo aquel
Farmacéutico de Marina del que estaba tremendamente enamorada y no quería, bajo
ningún concepto, que alguien se hiciera ilusiones. Sabía que con esa manera de
ser se cerraba muchísimas puertas, pero cada una es como es, se decía mientras
examinaba el armario sin decidirse por la ropa apropiada para la salida
nocturna. Al final se decidió por una blusa rosa de tela casi transparente y un
pantalón negro. Delante del espejo que ocupaba todo el frente del armario, se
quitó la toalla y se miró de un lado y de otro. En fin, para ser jueves por la
noche no estoy del todo mal. Se vistió despacio, se miró y volvió a mirar
varias veces, se cambió tres veces de zapatos hasta encontrar unos que no
desentonaran con el resto de la indumentaria y tampoco que la hicieran
demasiado alta porque su galán no era muy alto y no quería parecer superior.
Las nueve y un minuto, tengo que darme prisa que llego tarde, Ana abrió un bolso de vistosos colores y metió las llaves
de la casa, una barra de labios, el monedero, no creo que tenga que pagar pero
por si acaso mas vale que lleve algo de dinero, un peine, un paquete de
Kleenex, una polvera y un apunte de las cosas que tenía que comprar en el super
y que siempre llevaba consigo para irlas anotando sobre la marcha. Bajó las
escaleras, abrió el portal y allí estaba Pacho, hecho un pincel, con un traje
de estambre gris, corbata azul con puntos blancos, camisa azul clarita y
mocasines negros. El pelo engominado y su dilatada anatomía corporal, le daban
aspecto de guardaespaldas, mas que de ayudante de obras públicas. La recibió
con una sonrisa encantadora y comenzaron a caminar por la amplia avenida.
El día iba perdiendo salud
y la enfermedad de la noche comenzaba a hacer su labor. Los escaparates se iban
apagando casi de manera instantánea, las personas con las que se cruzaban, se
hacían como diferentes, no se atrevían a decir que eran otras, pero, por lo
menos, con otro talante; incluso algunas se permitían el lujo de decir buenas
noches como si estuvieran en un pueblo, olvidándose de los sinsabores de las
grandes capitales. El ambiente iba cambiando, mientras Pacho y Ana continuaban
caminando sin rumbo. Había transcurrido casi una hora y ya estaban en las
inmediaciones de la Puerta
del Sol, tomaron una caña con unas gambas en la tradicional tasca del “Abuelo”
y continuaron hasta sentarse en un banco de la Plaza de Oriente. Era casi medianoche y el tiempo
se había pasado sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Estaban a cincuenta
metros de la terraza del Café de Oriente, donde se agolpaban los turistas como
si regalasen los cubalibres, un violonchelista desgranaba las notas de su
instrumento hacia el cielo del viejo Madrid, mientras a sus pies la funda del
aparato hacía las veces de improvisada hucha, donde permanecían como huérfanas,
unas pocas monedas depositadas por algún vecino dadivoso. El Palacio de Oriente
iluminado y sus ventanales, parecían querer reflejar miles de historias de los
diferentes inquilinos que a lo largo de los siglos lo habían ocupado. La luz era
como muy alegre en el frontal y difuminada en el resto, con una especial
luminosidad en la puerta principal y en el balcón de la primera planta. Unos
guardias de vistosos uniformes hacían guardia en unas garitas situadas a ambos
lados de la entrada y también, al igual que el resto de la arquitectura de tan
famosa plaza, eran objeto de los “flash” de diferentes máquinas de fotos
portadas por gentes de todas partes del mundo, entre los que destacaban,
faltaría mas, el inevitable grupo de asiáticos que parecían cortados por el
mismo patrón
- ¿Sabes que estoy cansada? – Ana se descalzó y
encogiendo las piernas, se dio un ligero masaje en los pies apoyándolos a
continuación en el césped que rodeaba el banco de madera en el que se habían
sentado a reposar después del largo camino.
- No me extraña porque casi sin darnos cuenta
llevamos tres horas andando. ¿Te apetece tomar algo?- Pacho preguntó con la
intención de ir a cualquier restaurante antes que cerraran
- A mi, la verdad, no me apetece sentarme en un
sitio, casi prefiero tomar otra tapa por ahí y con eso es suficiente.
- Como quieras.
Ana se quedó mirando las
puntas de los dedos de sus pies, mientras Pacho trataba de encontrar nuevos
temas de conversación que hasta ese momento habían girado alrededor del trabajo.
Gracias a eso, Ana se había enterado de muchas cosas. Pacho llevaba en la
empresa solamente un año o algo mas, pero se conocía todos los entresijos.
Sabía la vida y milagros de cada uno de los mas de cuarenta empleados,
empezando por D. Juan Olmedo Padre y terminando por el último mono que para él
era el nuevo encargado de la
Centralita de la empresa.
Posiblemente alguno se
quedó sin diseccionar, pero la mayoría fueron fruto de los comentarios de Pacho
quien se mostró locuaz y demostrando un sentido del humor que hacía las
delicias de Ana que no paraba de reir.
- Perdona Pacho, pero no se me quita de la
cabeza lo que me has contado de Teresa. Seguro que es una exageración tuya.
- ¿Exageración?- Pacho se mostró muy
sorprendido – pero si eso lo sabe toda la empresa, lo que ocurre es que nadie
lo dice, si no, ¿porqué la han mandado al edificio de enfrente?
- No se, pero es muy fuerte eso que dices
- Mas fuertes son otras historias que no te
pienso contar
- ¿Todavía hay mas líos
como el de Teresa con ¿cómo se llamaba la otra secretaria?
- Carmen, Carmen García que era otra igual. Por
cualquiera de las dos hubiera puesto la mano en el fuego y míralas, parecían
tontas, pero cuando las cazó Don Juan padre, estaban desnudas en su despacho y
claro, las puso de patitas en la calle y nunca mas quiso tener una secretaria
femenina.
- Ya, pero Teresa continua por allí.
- No, por allí no.
Continua trabajando con Juan Hijo porque es una señora muy competente, pero
todos dicen que en cuanto se acabe el trabajo de Logroño se va a la calle igual
que su novia o como se diga.
Ana no terminaba de
entender aquella historia. Por su mentalidad, le parecía imposible el amor
entre dos mujeres, pero mas imposible todavía que se lo intentaran demostrar en
el despacho del Jefe. ¡Que vergüenza y encima las cazaron! No sabía porqué pero
siempre le pasaba igual, cuando le contaban una historia mas o menos rara le
venía a la memoria su padre. Menos mal que se había muerto porque seguro que no
podría soportar esas situaciones. Casi, casi ella no las entendía, como las iba
a entender su padre.
- Es curioso lo de las grandes ciudades, -
pensó,- pasan cosas que en los pueblos
no pasan ¿cómo es posible? A lo mejor es que al haber tanta gente, todo es como
mas desmadrado.
- Es posible – repondió Pacho – pero yo estoy
convencido que en los pueblos pasa igual, lo que ocurre es que se disimula
mejor y en Madrid no hace falta disimular nada porque no te ven.
- Ya – Ana se quedó pensativa – parecía que la
conversación comenzaba a discurrir por cauces normales – por cierto, no hemos
hablado nada de Ignacio ¿qué tal es?
- ¿Ignacio Lopez Alvarez? Lo mejor de la
empresa con diferencia – Pacho se dejó llevar por su afición de encumbrar a sus
amigos – lo único que le falta es una buena novia porque por lo demás, lo tiene
todo. Es un tio serio cuando hay que serlo y el primero que se apunta a un
bombardeo a pesar de tener mas años que Matusalén. De verdad que para mí es de
lo mejorcito que hay
- Estoy de acuerdo contigo. Desde luego conmigo
se ha portado siempre como un señor y en cuanto le he pedido algo, enseguida me
lo ha conseguido.
- Si, es muy buena gente, por cierto ¿sabes que
está organizando un grupo para hacer el Camino de Santiago?
- ¿En serio? – Ana se levantó del banco para
estirar un poco las piernas – no te lo creerás, pero hace por lo menos diez
años que estoy pensando en hacerlo y nunca doy el paso al frente, o sea, que
mañana mismo hablo con él y si me admite me apunto encantada.
- Seguro que dice que si porque lo organiza en
el fondo para él porque es de los que se coge la mochila los Domingos y se hace quince ó veinte kilómetros y se queda
tan pancho.
- Claro – Ana se volvió a sentar - lo malo de
hacer un grupo es que siempre aparece gente completamente diferente y conseguir
que todos anden parecido debe ser bastante difícil.
- Tienes razón, pero para eso es fenómeno. Se
adapta a todo y es el compañero ideal para charlar.
- No sabes la alegría que me acabas de dar –
Ana le apretó un brazo con fuerza – de verdad que llevo años leyendo cosas
sobre el Camino y solo me faltaba compañía.
- Si quieres – Pacho volvía a ofrecer sus
servicios – mañana voy a ir con él a una cosa del estudio en Toledo y si te
apetece nos vemos a última hora, tomamos unas cañas y que te cuente sus planes.
- Fenomenal – Ana se volvió a levantar – venga
amigo, vámonos que mañana tendré que empezar mi entrenamiento.
Comenzaron el regreso por
el mismo camino de la ida, la gente se movía con soltura, a pesar de ser casi
las dos de la mañana y despacio, disfrutando del Madrid nocturno, que para
muchos era la mejor ciudad del mundo, llegaron al portal de la casa de Ana.
Pacho insistía en tomar una copa, pero ella lo despidió con amabilidad, pero
con firmeza, no quería en ningún caso que se hiciera falsas ilusiones, ni era
una chica fácil de las que se iba a la cama con cualquiera. Es verdad que Pacho
le había caído bien, pero una cosa era que estuviera a gusto y otra que
iniciaran una relación ya desde el primer día. Las cosas tienen que ir a su
paso y no por mucho madrugar amanece antes.
Después de lavarse la cara
con fruición y de retirarse el poco maquillaje que todavía le quedaba, se metió
en la cama y cuando estaba en lo mejor de sus sueños sonó insistentemente el
teléfono. Alargó una mano y lo descolgó todavía sin estar del todo despierta.
- Digame.
- ¿Estabas durmiendo? – La voz de Pacho sonaba
alegre a través del auricular.
- Claro – Ana miró el despertador en la mesilla
de noche, marcaba las cuatro y cuarenta y ocho – pero ¿tú sabes que hora es?
- Perdona – Pacho trataba de disculparse, pero
se notaba que no le preocupaba en absoluto – si, ya se que es tardísimo, pero
tengo una noticia que darte. Sin esperar respuesta, continuó con su exposición
– después de lo mal que me trataste esta noche, sin ni siquiera dejarme subir a
tu casa, deambulé por los distintos tugurios de la capital y al final en el
sitio en el que menos me lo esperaba, zas, allí estaba él, con su eterna
sonrisa aguantando el rollo de una joven, con dos mil copas encima y a la que se
ofrecía a acompañarla a su casa. Ella no estaba por la labor y entre susurros
le explicaba que no se acordaba donde vivía.
- Pacho, por favor – Ana se revolvió enfadada
en la cama – quieres dejar de contarme cuentos a las cinco de la mañana.
- No es ningún cuento. Te lo juro por lo que
quieras. Era Ignacio y enseguida me acordé de lo que habíamos estado hablando y
se lo dije.
- Venga, Pacho, ¿quieres terminar que me quiero
dormir?
- ¡ Desde luego el mundo está lleno de gente
desagradecida! Te consigo que te admita en el grupo para hacer el Camino de
Santiago y ¿ así me lo pagas? Bueno, ¡que le vamos a hacer! Ten amigas para
esto.
- Espera, espera, Pacho – Ana se sentó en la
cama, mientras el sueño se le pasaba como por encanto - ¿es verdad lo que me estás
contando?
- Pues claro que es verdad. ¿Tú te crees que si
no lo fuera te llamaría a estas horas? Pero espera un segundo que se pone
Ignacio y te lo cuenta él.
Ana continuaba intentando
aclararse las ideas que todavía estaban algo confusas. Tenía ante sí la
posibilidad de integrarse en un grupo para hacer el Camino de Santiago y para
eso la llamaban a las cinco de la mañana. Si que es verdad que estaba muy
interesada en hacerlo y aquello era una oportunidad, pero eran las cinco de la
mañana.
Una voz familiar
la sacó de tales pensamientos.
- Señorita Ana, ¿ quiere compartir con cinco
amigos un mes de su vida?
- Si quiero – contestó decidida.
- Si es así – la voz se tornaba cada vez mas
solemne – levante su mano derecha y repita conmigo: haré el Camino de Santiago
- Haré el Camino de Santiago
- Con Ignacio y algunos más
- Con Ignacio y algunos más
- Y prometo serle fiel
- Y prometo serle fiel
- En las alegrías y en las penas, en la salud y
en la enfermedad, con ampollas en los piés o sin ellas, todos los días que dure
el Camino
- En las alegrías y en la penas, en la salud y
en la enfermedad, con ampollas o sin ellas. Todos los días que dure el Camino.
- Muy bien, queda usted admitida. Lo que el
alcohol ha unido que no lo separe el hombre y mucho menos Juan Olmedo – Un
pequeño silenció continuó como final de la ceremonia telefónica – Por último,
deberá abonar en concepto de socia la cantidad de cinco mil pesetas que en
ningún caso le serán devueltas. Si acude a la cita se las gastará y sinó, otros lo harán por usted. ¿De acuerdo?
- Muy bien, Ignacio – Ana volvió a su buen
humor habitual – y ahora que ya somos una pareja casada y bien casada ¿no te
parece que es una hora algo intempestiva para esta declaración de amor eterno?
- Perdóneme usted, señorita, no he sido yo el
que ha mostrado interés, si no este joven que tengo a mi derecha y que es el
que ha organizado todo este lío. Sepa usted, señorita que me ha pillado en un
momento en que estoy absolutamente borracho, me acompaña una joven que no se ni
como se llama, con mas alcohol en el cuerpo que yo y que está empeñada en que
la acompañe a su casa, pero no se acuerda donde vive, o sea que valore en su
justa medida la importancia del momento.
- Bueno, bueno Ignacio no te pongas así y ya
hablaremos con calma ¿de acuerdo?
- Si, si, lo que usted diga señorita, pero le
recuerdo que en esta ceremonia han actuado como testigos el joven al que hacía
referencia hace un momento, la joven esta, que está como una cuba y mi amigo
Ataulfo, barman del más prestigioso burdel de la capital, conocido por todos
como el “Conejito Sabrosón”, y por lo
tanto no se puede volver atrás.
- Bien – Ana trataba de cortar, pero no veía el
momento – entonces mi querido marido te espero mañana por la tarde en mi
domicilio para firmar todos los documentos.
- Muy bien, mi querida señorita, mañana, a las
seis en punto de la tarde, allí estaré, en compañía de tan ilustres testigos,
para estampar nuestras firmas. Buenas noches y felices sueños, mi adorada y
querida esposa.
- Buenas noches, esposo y que la paz sea
contigo.
En unos pocos minutos, Ana
volvió a la posición inicial y el sueño la dejó inmovilizada durante varias
horas.