viernes, 31 de octubre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 47

 Queridos blogueros/as: Como véis todo vuelve a la normalidad y como es viernes, toca capítulo.
 Por curiosidad acabo de leer el capítulo 48 y os adelanto que volvemos con el Abogado Fernando Altozano y su querida mujer, o sea que la semana que viene dejamos el Camino de Santiago y nos vamos con la pareja por ahí. 
De verdad que para mí esto de escribir de vez en cuando se está convirtiendo en una experiencia de lo mas entretenida porque no me acuerdo prácticamente de nada y es como una novedad cada vez que tengo que grabar un nuevo capítulo por lo menos lo leo que algo es algo. 
Otra novedad: Me han abandonado los cookies.Si, si, así como suena, les he debido hacer algo y se han ido y ya que está de moda, lo único que puedo hacer es pedirles perdón, como Rajoy o Esperanza Aguirre, pero en el fondo debo reconocer que un poco si que me ha molestado que se vayan sin despedirse. Uno es pobre pero honrado y aunque hay cosas que hace mucho tiempo que las perdí ( dejo un espacio para que cada uno piense cuales son) lo de los cookies muy mal. ¡Como vuelvan a aparecer se van a enterar! A mi que no se me pongan "chulitos" que aviso a Artur Mas y hacemos un referendum consultivo.
Ultima novedad y con esta de verdad que acabo la introducción habitual: He empezado a escribir ayer una nueva novela, todavía sin título, que trata de describir con humor como me imagino este país, que hasta ahora en el 2014 se llama España, en el año 2018. Os iré contando poco a poco, pero en principio me gustaría que fuera como "Las Autonosuyas" de Vizcaíno Casas. Veremos si lo consigo.
Como siempre intentar ser felices pero pensar que viene el invierno y a lo peor con tanto frío es un poco mas difícil conseguirlo, pero intentarlo hay que intentarlo
Un abrazo
Tino  

CAPITULO 47.-

A la mañana siguiente Ana se despertó, sin saber exactamente si aquella situación había ocurrido o todo fue fruto de un plácido sueño. Sin embargo, todo se hizo realidad cuando a las seis en punto de la tarde, sonó el timbre de la puerta y al abrirla, allí estaban Ignacio, con una sonrisa tan grande como el ramo de flores que portaba en su mano derecha, Juan Olmedo hijo con un gorrito tirolés de vistosos colores, Manuel Suarez con su eterno Ducados en la mano izquierda, Pacho y una chica a la que no conocía de nada.
Ignacio fue, como representante de los caminantes, le entregó el ramo de flores mientras le dedicaba unas palabras:
-  Señorita Ana Segura: tengo el gusto de hacerle entrega de este pequeño obsequio como agradecimiento por haber escogido a nuestra organización para hacer el Camino de Santiago. Puede tener la seguridad que su erección, perdón no sé en que estaría pensando, quería decir elección, ha sido acertada y estamos seguros que entre todos conseguiremos el objetivo. Si nos permite flanquear la puerta de su mansión, con mucho gusto procederemos a la firma del contrato correspondiente. ¿Me permite?
Ignacio penetró en el pequeño salón y haciendo uso de su proverbial facilidad de palabra, continuó con su disertación, mientras el resto de los caminantes se acomodaban como podían.
-  Señorita Ana Segura : Los socios de la Organización del Camino de Santiago hemos decidido por unanimidad admitirla entre nosotros, previo pago de cinco mil pelillas, ¿me da las pelas si es tan amable?
Ana metió la mano en el bolsillo de su pantalón vaquero y sacó el billete y se lo entregó solemnemente a Ignacio que lo colocó en una pequeña bandeja de plata, mientras los acompañantes aplaudían la nueva incorporación.
Una vez realizado el acto más incómodo, por parte del Secretario General se procederá, como es norma habitual, a la lectura de los Estatutos que deberá respetar durante todo el recorrido. Señor Secretario  ¿tiene la amabilidad?
Juan Olmedo se levantó lentamente del sillón en el que estaba ricamente sentado y sacó un papel del bolsillo, lo alisó sobre la mesa de centro y comenzó:
-  Con la venia Señor Presidente. Estos estatutos que voy a leer han sido ya consensuados por el resto de los socios y por lo tanto, lo único que tiene que hacer es decir amén al final de cada uno de ellos ¿de acuerdo?
-  Si señor – Ana saludó militarmente ante el secretario.
-  Baje la mano, por favor y comencemos – Juan Olmedo carraspeó ligeramente – Artículo Primero: El Señor Presidente es D. Ignacio Lopez Alvarez a quien, a pesar de su cargo, le podremos llamar Ignacio y al que naturalmente en razón se su presidencia, está absolutamente prohibido tocarle los cojones – Juan Olmedo levantó la vista del papel solicitando la respuesta de Ana
-  Amén . contestó rapidamente.
Articulo Segundo: Como consecuencia del primero y para que quede constancia de lo democrático de la Sociedad a la que tenemos el placer de pertenecer, tampoco se podrán tocar los cojones al resto de caminantes, con la excepción de las dos ilustres señoritas que nos van a acompañar y a quienes, por deferencia, tampoco se les debe de tocar la vagina ni aledaños.
-  Amén – Ana tenía que hacer grandes esfuerzos para no soltar una carcajada.
Articulo Tercero: El Señor Presidente será el encargado de establecer los itinerarios y el tiempo de caminar cada día, siendo sometido a votación, diariamente, por si alguno no estuviera de acuerdo. En el caso que tal cosa ocurriera u ocurriese, se disminuirán los kilómetros en razón del número de aquellos que no estén de acuerdo, estableciendo como límite mínimo doce kilómetros diarios, siendo imprescindible el consenso. Las minorias, en este caso las doñas que nos acompañan, tendrán voto doble.
-  Amén – a Ana esta cláusula le pareció muy bien.
Articulo Cuarto: El recorrido se iniciará en Roncesvalles el día 17 de Junio, sábado y se terminará cuando sea menester.
-  Amen.
Articulo Quinto: Queda terminantemente prohibido dormir en un albergue de Peregrinos – Juan Olmedo paseó la vista por los presentes y no pudo por menos de repetir su opinión – Sigo diciendo que este artículo es una gilipollez porque ¿alguien piensa que vamos a llegar a algún albergue antes de media tarde?
-  No empecemos a discutir este punto que ya se decidió el otro día – Manuel Suarez intervino desde el suelo donde estaba cómodamente sentado entre dos
sillones – se va a hoteles y se acabó.
-  Perdona Manuel, pero el otro día quedamos que dormiríamos en hostales y en pensiones que siempre sale más barato – la que así hablo era Olga, la novia de Manuel a la que todos habían conocido a través de él. Al principio, todos fueron un poco reacios por no pertenecer al estudio, pero fue el propio Manuel el que les convenció que era una compañera estupenda y que se encontrarían a gusto con ella. La verdad es que estaba francamente bien. Hasta el propio Ignacio, como profesional del senderismo, admitió que se trataba de una mujer muy atractiva y eso que él la miraba desde la perspectiva de sus muchos años, pero era evidente que la belleza no estaba reñida con las canas. La envidia era un sentimiento sano e Ignacio la notaba en todos los poros de su piel. Desde que la conoció, reconocía que era una chica que le había caído bien y estaba encantado con tan agradable compañía. En ningún caso, pensaba en la posibilidad de entablar algún tipo de relación, reconocía íntimamente que estaba muy trabajado y para novias estaba él, pero aquello de llevar una joven en su expedición le parecía muy bien y le hacía sentirse como más joven. No era una sensación nueva, hacía años cuando organizó algo parecido, pero esta vez en Cerdeña, se apuntaron dos “pichoncitos” que fueron la alegría del viaje. Tenían una libertad en el lenguaje y un remango en la manera de plantear los temas que siempre lo tenían como embobado. Para empezar, le llamaban “el señor mayor”, lo que le provocó cierta incomodidad al principio y sonrisas en definitiva, al admitir, y eso si que fue un ejercicio de autocrítica, que efectivamente era verdad que era un señor mayor, visto desde la juventud de los cerca de veinte años, porque les llevaba cerca de treinta años de diferencia y cualquiera de ellas podía haber sido hija suya. Le encantaba acercarse a ellas y oir sus conversaciones, se sentía rejuvenecido y en el fondo de su corazón les agradecía que le hicieran sentirse mas joven. También es cierto que, en ocasiones se sentía absolutamente ruborizado y lo disimulaba como podía porque aunque era hombre de mundo, aquello era demasiado para él. Ellas lo apreciaban y habitualmente cambiaban de conversación
-  Ignacio, eh, Ignacio ¿sabes que estamos aquí?
-  Si, perdonarme, pero se me había ido el santo al cielo.
-  Bien, después de este inciso continuemos con los diez articulos consensuados entre los que vamos a hacer el Camino de Santiago – Juan Olmedo solicitó silencio y atención - pensad que la Señorita Ana es la primera reunión a la que asiste y aunque haya soltado la mosca, que es lo mas importante, tiene que conocer el resto de condiciones. Sigamos.
Articulo Sexto y para mí el más importante: vamos a andar, no a correr ni a ganar ninguna competición. ¿Qué tiene usted que decir, señorita Ana?
-  ¿Yo? – Ana los miró todavía asombrada con tanto formulismo – a mí me parece muy bien.
-  Pues a mí – Juan  Olmedo la interrumpió casi con brusquedad – me parece muy mal, usted tiene que contestar amén que para eso todavía no es socia de pleno derecho.
-  Perdone, perdone, pero no me dí cuenta.
-  Pues preste mas atención, señorita.
-  Si señor. Amén.
-  Bien, continuemos
Articulo Séptimo: Se hará un fondo que se irá reponiendo según se vaya acabando. Para evitar problemas las copas se pagará cada uno las suyas, sobre todo yo que soy el que mas bebe.
Articulo Octavo: Se establecerán puntos de encuentro a lo largo de cada trayecto y todos estaremos obligados a esperar a los mas rezagados.
Articulo Noveno: Si queda fondo, al llegar a Santiago dormiremos como curas en el Hostal de los Reyes Católicos.
-  ¿Y si no llega el fondo? – Ana preguntó con su candidez habitual.
-  Pues entonces se decidirá
-  ¿Cómo que se decidirá? Ni hablar, – Manuel hablaba como sorprendido- quedamos en que ese día lo pagabas tú ¿te acuerdas?
-  Bueno, bien, de eso ya hablaremos. Primero hay que llegar y después todo se arreglará y vamos ya con el décimo y último artículo de esta casi Constitución Nacional. A pesar de todo lo expuesto anteriormente y teniendo en cuenta que ninguno de nosotros es político, todos y cada uno de estos artículos pueden ser modificados en cualquier momento, excepto el primero.
-  Señorita, algo que decir.
-Perdone, amén.
-  Bien, leídos los articulos y estando todos de acuerdo, solo nos queda admitir, si se considera pertinente a la Srta Ana Segura como miembro de hecho y por supuesto el último requisito que es que, como hemos hecho todos, nos explique porqué quiere hacer el Camino , eso sí en posición de máximo acercamiento a la tierra es decir tumbada a todo lo largo. Proceda
Ana se tumbó en el suelo con facilidad y en dos minutos explicó sus intenciones:
-  Puede que os parezca mentira, pero desde hace por lo menos siete u ocho años estoy pensando en llegar a Santiago desde Roncesvalles y para eso necesitaba compañía y vosotros me la dais. Justo lo que buscaba, creo que nos vamos a llevar muy bien y se cumplirán mis sueños y quiero hacer el Camino porque, aunque parezca una tontería, necesito mirar hacia mi interior y por lo que he podido leer, eso es muy fácil en treinta y tantos días caminando y yo, por lo menos, no digo que los demás no puedan, pero yo no tengo tiempo de pararme y pensar y si lo tengo no lo aprovecho, que al final es lo mismo. En fín, quizás todo esto suena a un poco cursi, pero eso es lo que pienso.

Todos los que habian decidido hacer el Camino, se miraron y en el fondo sabían que a todos les pasaba igual o muy parecido y aunque lo disimulaban con fórmulas divertidas, todos, absolutamente todos, estaban muy ilusionados. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 46

Queridos blogueros: Como el viernes que viene no voy  a estar en Madrid, ventajas de ser jubilado, os mando el capítulo 46 para no perder la costumbre. Los viernes son viernes y la obligación es la obligación, o sea que lo primero es lo primero.
Si queréis que os diga la verdad, supongo que si, no tengo ni idea de por donde voy en este lío de novela, aunque parece ser que ahora unos cuantos están haciendo el Camino de Santiago, pero tampoco se si los siguientes capítulos van por ahí, eso es lo bueno de escribir lo que a uno le da la gana, pero lo que tengo absolutamente claro es que se queda como está  y que salga el sol por Antequera porque cambiar no pienso cambiar ni una coma.
En fin, como siempre, espero que paséis un rato agradable e intentar ser felices a pesar de todo lo que hay por ahí
Un beso
Tino Belas 




CAPITULO 46.-

Pacho brindaba con una copa de vino mientras un color le iba y otro le venía. Desde su visión de Ayudante de Obras Públicas, por fín había destacado en algo e incluso abrigaba la ilusión que, después de aquello, Ana se fijase en él y comenzase algo que fructificase en mas todavía. Su amor por Ana Segura comenzó al segundo de verla en la oficina y eso que era de los que no creían en los flechazos, pero fue verla y decidir que esa era la mujer de su vida y todavía no había cruzado ni una sola palabra con ella. Como ocurría habitualmente, aquella mirada no pasó desapercibida para Ana y en un ejercicio de egoísmo impropio de ella, decidió que se dejaría querer hasta que dominara la situación. Así admitió con una luminosa sonrisa la invitación de su compañero para cenar esa misma noche y conocer de primera mano todo lo relacionado con su nuevo trabajo.
-  Entonces ¿te parece que quedemos a las nueve? – Pacho no cabía en sí de gozo.
-  Bien, por mi parte no hay ningún inconveniente porque no tengo ningún plan para hoy
-  Fenomenal, ya verás como no te vas a arrepentir.
-  Eso espero – Ana le sonrió – porque es la primera vez en mi vida que acepto una invitación de alguien a quien no conozco de nada.
-  Por eso no te preocupes que la diversión está garantizada. Entonces ¿a las nueve te paso a recoger?
-  Estupendo, si quieres me llamas un poco antes y bajo al portal.
-  Ni dos palabras mas, su fiel seguro servidor estará a la puerta de su casa a las “nine o clock”
-  O. k., Mackey – Ana lo despidió con la mejor de su sonrisas sabiendo que en dos minutos estaría de vuelta, ¿por qué? No por intuición femenina, sino porque no sabía donde vivía. Efectivamente, a los dos segundos, sonó la puerta y la cabeza de Pacho asomó para preguntar la dirección.
-  Sabía que volverías, es más, estaba segura -  Ana le extendió un papel en el que llevaba anotada la dirección y el teléfono.
-  Gracias y allí estaré como un clavo.
Desde la cristalera de su pequeño despacho, Ana observaba el movimiento de la oficina como la gente se movía con prontitud, los papeles iban y venían a velocidad de vértigo y enseguida se dio cuenta que era la única mujer, o si había más, ese día no habían acudido al trabajo. - En fin, paciencia, lo que sea sonará - y se enfrascó en hacer un informe de un posible puente en la carretera de Extremadura. Las expresiones a utilizar no eran muy complicadas y su nuevo Jefe, sabiendo sus limitaciones, le había dado los números a mano para evitar equivocaciones. A la hora aproximadamente lo había finalizado y después de guardar una copia, se acercó al despacho de Olmedo hijo,
-  Juan – Ana se acercó al mesa repleta de planos, informes, propaganda y un sin fin de papeles – aquí tiene el informe que me solicitó.
-  Gracias, Ana – El Jefe advirtió enseguida la pulcritud del escrito  – ¿te puedo decir una cosa?
-  Claro, faltaría mas – Ana se dispuso a aceptar cualquier crítica, al fin y al cabo llevaba muy poco tiempo trabajando en esa empresa – para eso estamos.
-  Es la primera vez desde que estoy en esta oficina y ya llevo algunos años que me presentan un informe como Dios manda. Lo habitual es que al que se lo diera, me llamara varias veces para preguntarme si el título era el que ponía, si era mejor que todo fuera en negrita, que si la suma de los primeros encargos se añadía al final, que si …... - el Arquitecto se levantó y  miró fijamente a una sorprendida secretaria que no estaba especialmente acostumbrada a que su trabajo fuera tan bien calificado – En fin, que me alegro haber hecho tan buen fichaje y estoy seguro que si sigues así, hasta mi padre reconocerá la efectividad de una mujer en su empresa.
-  Muchas gracias, pero me da un poco de vergüenza tanto piropo – Ana miró hacia el suelo – trataré de hacerlo lo mejor posible para ganarme la confianza de todos. Por lo menos lo intentaré.
-  Eso está muy bien, Ana porque aquí hay gente que cree que una secretaria no solo no favorece el trabajo, sino que incluso lo dificulta porque los empleados la mirarán en función de su sexo y no por sus cualidades profesionales.
-  Bueno, eso no me importa mucho porque, aunque usted me ha conocido en un ambiente universitario que, normalmente es como mas abierto, antes he tenido otros trabajos y todos como muy machistas, o sea, que, digamos que estoy acostumbrada
-  Perdona, pero me ha parecido que me has tratado de usted y debes hacerlo de tú, porque es como una norma de la casa. Desde el primero hasta el último nos tratamos de tú y así  no hay diferencias y no tienes que andar distinguiendo entre unos y otros.
-  Muy bien – Ana guardó en una carpeta varios papeles- ¿necesita algo más?
-  ¿Te has enterado de lo que acabo de decirte?
-  Perdón, ¿necesitas algo?
-  Eso está mucho mejor. Nada, gracias.
Ana se dio media vuelta y abandonó el despacho. Sabía que era una secretaria eficaz, que no iba a tener ningún problema desde el punto de vista profesional, pero lo de no ver ninguna mujer, eso si que le preocupaba. En fin, será cuestión de esperar y ver lo que pasa. Mientras pensaba en todo eso, metió sus bártulos en el bolso y después de apagar su ordenador, bajo al aparcamiento, y con precaución salió por la salida que daba a la calle principal y desde allí conduciendo rápida, llegó a su casa, se dio una ducha y envuelta en una toalla se tumbó en un sillón, encendió la radio y estuvo cerca de una hora mirando al techo sin hacer absolutamente nada. Se volvió a acordar de los razonamientos de su padre, el Dr. Segura, que siempre le recomendaba que, al menos una hora al día, procurase relajarse, olvidarse del mundo y pensar solamente en ella y en sus problemas, práctica que ella procuraba cumplir a rajatabla, fuera a la hora que fuera. Desde su llegada a Madrid, hacía nada mas y nada menos que diez años, ¡ hay que ver como pasa el tiempo! Ese ejercicio lo realizaba continuamente y en esta ocasión le sirvió para acordarse de Pacho, ese chico de la oficina con el que prácticamente no había cruzado ni dos palabras y con el que había quedado para salir a cenar. Le pareció un hombre interesante, posiblemente algo joven para ella, pero ya estaba bien de salir con vejestorios, eso sí, jefes de empresa y lo que se quiera, pero  mayores. Eso no era premeditado, la vida era así y no hay que llevarle la contraria. Desgraciadamente había tenido diferentes experiencias amorosas y todas habían terminado en un fracaso de tamaño natural. Reconocía que, en las primeras, se había entregado en cuerpo y alma y  para el resto ya iba como muy avisada. El recelo hacia los hombres era natural y aunque, como todo el mundo necesitaba compañía, ahora llevaba una temporada muy tranquila y la súbita aparición de ese chico le había producido, cuando menos, curiosidad. En principio, no era el hombre de su vida, eso seguro, pero podía dar algo de juego. Se había dado perfecta cuenta de las miradas y sabía que era presa fácil, que diría su amiga María Jesús, pero su carácter le impedía continuar una relación si sabía que no iba a tener un final feliz. En eso, era como muy legal, a ella le habían hecho daño, mucho daño, sobre todo aquel Farmacéutico de Marina del que estaba tremendamente enamorada y no quería, bajo ningún concepto, que alguien se hiciera ilusiones. Sabía que con esa manera de ser se cerraba muchísimas puertas, pero cada una es como es, se decía mientras examinaba el armario sin decidirse por la ropa apropiada para la salida nocturna. Al final se decidió por una blusa rosa de tela casi transparente y un pantalón negro. Delante del espejo que ocupaba todo el frente del armario, se quitó la toalla y se miró de un lado y de otro. En fin, para ser jueves por la noche no estoy del todo mal. Se vistió despacio, se miró y volvió a mirar varias veces, se cambió tres veces de zapatos hasta encontrar unos que no desentonaran con el resto de la indumentaria y tampoco que la hicieran demasiado alta porque su galán no era muy alto y no quería parecer superior. Las nueve y un minuto, tengo que darme prisa que llego tarde, Ana abrió un  bolso de vistosos colores y metió las llaves de la casa, una barra de labios, el monedero, no creo que tenga que pagar pero por si acaso mas vale que lleve algo de dinero, un peine, un paquete de Kleenex, una polvera y un apunte de las cosas que tenía que comprar en el super y que siempre llevaba consigo para irlas anotando sobre la marcha. Bajó las escaleras, abrió el portal y allí estaba Pacho, hecho un pincel, con un traje de estambre gris, corbata azul con puntos blancos, camisa azul clarita y mocasines negros. El pelo engominado y su dilatada anatomía corporal, le daban aspecto de guardaespaldas, mas que de ayudante de obras públicas. La recibió con una sonrisa encantadora y comenzaron a caminar por la amplia avenida.
El día iba perdiendo salud y la enfermedad de la noche comenzaba a hacer su labor. Los escaparates se iban apagando casi de manera instantánea, las personas con las que se cruzaban, se hacían como diferentes, no se atrevían a decir que eran otras, pero, por lo menos, con otro talante; incluso algunas se permitían el lujo de decir buenas noches como si estuvieran en un pueblo, olvidándose de los sinsabores de las grandes capitales. El ambiente iba cambiando, mientras Pacho y Ana continuaban caminando sin rumbo. Había transcurrido casi una hora y ya estaban en las inmediaciones de la Puerta del Sol, tomaron una caña con unas gambas en la tradicional tasca del “Abuelo” y continuaron hasta sentarse en un banco de la Plaza de Oriente. Era casi medianoche y el tiempo se había pasado sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Estaban a cincuenta metros de la terraza del Café de Oriente, donde se agolpaban los turistas como si regalasen los cubalibres, un violonchelista desgranaba las notas de su instrumento hacia el cielo del viejo Madrid, mientras a sus pies la funda del aparato hacía las veces de improvisada hucha, donde permanecían como huérfanas, unas pocas monedas depositadas por algún vecino dadivoso. El Palacio de Oriente iluminado y sus ventanales, parecían querer reflejar miles de historias de los diferentes inquilinos que a lo largo de los siglos lo habían ocupado. La luz era como muy alegre en el frontal y difuminada en el resto, con una especial luminosidad en la puerta principal y en el balcón de la primera planta. Unos guardias de vistosos uniformes hacían guardia en unas garitas situadas a ambos lados de la entrada y también, al igual que el resto de la arquitectura de tan famosa plaza, eran objeto de los “flash” de diferentes máquinas de fotos portadas por gentes de todas partes del mundo, entre los que destacaban, faltaría mas, el inevitable grupo de asiáticos que parecían cortados por el mismo patrón
-  ¿Sabes que estoy cansada? – Ana se descalzó y encogiendo las piernas, se dio un ligero masaje en los pies apoyándolos a continuación en el césped que rodeaba el banco de madera en el que se habían sentado a reposar después del largo camino.
-  No me extraña porque casi sin darnos cuenta llevamos tres horas andando. ¿Te apetece tomar algo?- Pacho preguntó con la intención de ir a cualquier restaurante antes que cerraran
-  A mi, la verdad, no me apetece sentarme en un sitio, casi prefiero tomar otra tapa por ahí y con eso es suficiente.
-  Como quieras.
Ana se quedó mirando las puntas de los dedos de sus pies, mientras Pacho trataba de encontrar nuevos temas de conversación que hasta ese momento habían girado alrededor del trabajo. Gracias a eso, Ana se había enterado de muchas cosas. Pacho llevaba en la empresa solamente un año o algo mas, pero se conocía todos los entresijos. Sabía la vida y milagros de cada uno de los mas de cuarenta empleados, empezando por D. Juan Olmedo Padre y terminando por el último mono que para él era el nuevo encargado de la Centralita de la empresa.
Posiblemente alguno se quedó sin diseccionar, pero la mayoría fueron fruto de los comentarios de Pacho quien se mostró locuaz y demostrando un sentido del humor que hacía las delicias de Ana que no paraba de reir.
-  Perdona Pacho, pero no se me quita de la cabeza lo que me has contado de Teresa. Seguro que es una exageración tuya.
-  ¿Exageración?- Pacho se mostró muy sorprendido – pero si eso lo sabe toda la empresa, lo que ocurre es que nadie lo dice, si no, ¿porqué la han mandado al edificio de enfrente?
-  No se, pero es muy fuerte eso que dices
-  Mas fuertes son otras historias que no te pienso contar
- ¿Todavía hay mas líos como el de Teresa con ¿cómo se llamaba la otra secretaria?
-  Carmen, Carmen García que era otra igual. Por cualquiera de las dos hubiera puesto la mano en el fuego y míralas, parecían tontas, pero cuando las cazó Don Juan padre, estaban desnudas en su despacho y claro, las puso de patitas en la calle y nunca mas quiso tener una secretaria femenina.
-  Ya, pero Teresa continua por allí.
- No, por allí no. Continua trabajando con Juan Hijo porque es una señora muy competente, pero todos dicen que en cuanto se acabe el trabajo de Logroño se va a la calle igual que su novia o como se diga.
Ana no terminaba de entender aquella historia. Por su mentalidad, le parecía imposible el amor entre dos mujeres, pero mas imposible todavía que se lo intentaran demostrar en el despacho del Jefe. ¡Que vergüenza y encima las cazaron! No sabía porqué pero siempre le pasaba igual, cuando le contaban una historia mas o menos rara le venía a la memoria su padre. Menos mal que se había muerto porque seguro que no podría soportar esas situaciones. Casi, casi ella no las entendía, como las iba a entender su padre.
-  Es curioso lo de las grandes ciudades, - pensó,-  pasan cosas que en los pueblos no pasan ¿cómo es posible? A lo mejor es que al haber tanta gente, todo es como mas desmadrado.
-  Es posible – repondió Pacho – pero yo estoy convencido que en los pueblos pasa igual, lo que ocurre es que se disimula mejor y en Madrid no hace falta disimular nada porque no te ven.
-  Ya – Ana se quedó pensativa – parecía que la conversación comenzaba a discurrir por cauces normales – por cierto, no hemos hablado nada de Ignacio ¿qué tal es?
-  ¿Ignacio Lopez Alvarez? Lo mejor de la empresa con diferencia – Pacho se dejó llevar por su afición de encumbrar a sus amigos – lo único que le falta es una buena novia porque por lo demás, lo tiene todo. Es un tio serio cuando hay que serlo y el primero que se apunta a un bombardeo a pesar de tener mas años que Matusalén. De verdad que para mí es de lo mejorcito que hay
-  Estoy de acuerdo contigo. Desde luego conmigo se ha portado siempre como un señor y en cuanto le he pedido algo, enseguida me lo ha conseguido.
-  Si, es muy buena gente, por cierto ¿sabes que está organizando un grupo para hacer el Camino de Santiago?
-  ¿En serio? – Ana se levantó del banco para estirar un poco las piernas – no te lo creerás, pero hace por lo menos diez años que estoy pensando en hacerlo y nunca doy el paso al frente, o sea, que mañana mismo hablo con él y si me admite me apunto encantada.
-  Seguro que dice que si porque lo organiza en el fondo para él porque es de los que se coge la mochila los Domingos y se  hace quince ó veinte kilómetros y se queda tan pancho.
-  Claro – Ana se volvió a sentar - lo malo de hacer un grupo es que siempre aparece gente completamente diferente y conseguir que todos anden parecido debe ser bastante difícil.
-  Tienes razón, pero para eso es fenómeno. Se adapta a todo y es el compañero ideal para charlar.
-  No sabes la alegría que me acabas de dar – Ana le apretó un brazo con fuerza – de verdad que llevo años leyendo cosas sobre el Camino y solo me faltaba compañía.
-  Si quieres – Pacho volvía a ofrecer sus servicios – mañana voy a ir con él a una cosa del estudio en Toledo y si te apetece nos vemos a última hora, tomamos unas cañas y que te cuente sus planes.
-  Fenomenal – Ana se volvió a levantar – venga amigo, vámonos que mañana tendré que empezar mi entrenamiento.
Comenzaron el regreso por el mismo camino de la ida, la gente se movía con soltura, a pesar de ser casi las dos de la mañana y despacio, disfrutando del Madrid nocturno, que para muchos era la mejor ciudad del mundo, llegaron al portal de la casa de Ana. Pacho insistía en tomar una copa, pero ella lo despidió con amabilidad, pero con firmeza, no quería en ningún caso que se hiciera falsas ilusiones, ni era una chica fácil de las que se iba a la cama con cualquiera. Es verdad que Pacho le había caído bien, pero una cosa era que estuviera a gusto y otra que iniciaran una relación ya desde el primer día. Las cosas tienen que ir a su paso y no por mucho madrugar amanece antes.
Después de lavarse la cara con fruición y de retirarse el poco maquillaje que todavía le quedaba, se metió en la cama y cuando estaba en lo mejor de sus sueños sonó insistentemente el teléfono. Alargó una mano y lo descolgó todavía sin estar del todo despierta.
-  Digame.
-  ¿Estabas durmiendo? – La voz de Pacho sonaba alegre a través del auricular.
-  Claro – Ana miró el despertador en la mesilla de noche, marcaba las cuatro y cuarenta y ocho – pero ¿tú sabes que hora es?
-  Perdona – Pacho trataba de disculparse, pero se notaba que no le preocupaba en absoluto – si, ya se que es tardísimo, pero tengo una noticia que darte. Sin esperar respuesta, continuó con su exposición – después de lo mal que me trataste esta noche, sin ni siquiera dejarme subir a tu casa, deambulé por los distintos tugurios de la capital y al final en el sitio en el que menos me lo esperaba, zas, allí estaba él, con su eterna sonrisa aguantando el rollo de una joven, con dos mil copas encima y a la que se ofrecía a acompañarla a su casa. Ella no estaba por la labor y entre susurros le explicaba que no se acordaba donde vivía.
-  Pacho, por favor – Ana se revolvió enfadada en la cama – quieres dejar de contarme cuentos a las cinco de la mañana.
-  No es ningún cuento. Te lo juro por lo que quieras. Era Ignacio y enseguida me acordé de lo que habíamos estado hablando y se lo dije.
-  Venga, Pacho, ¿quieres terminar que me quiero dormir?
-  ¡ Desde luego el mundo está lleno de gente desagradecida! Te consigo que te admita en el grupo para hacer el Camino de Santiago y ¿ así me lo pagas? Bueno, ¡que le vamos a hacer! Ten amigas para esto.
-  Espera, espera, Pacho – Ana se sentó en la cama, mientras el sueño se le pasaba como por encanto - ¿es verdad lo que me estás contando?
-  Pues claro que es verdad. ¿Tú te crees que si no lo fuera te llamaría a estas horas? Pero espera un segundo que se pone Ignacio y te lo cuenta él.
Ana continuaba intentando aclararse las ideas que todavía estaban algo confusas. Tenía ante sí la posibilidad de integrarse en un grupo para hacer el Camino de Santiago y para eso la llamaban a las cinco de la mañana. Si que es verdad que estaba muy interesada en hacerlo y aquello era una oportunidad, pero eran las cinco de la mañana.
Una voz familiar la sacó de tales pensamientos.
-  Señorita Ana, ¿ quiere compartir con cinco amigos un mes de su vida?
-  Si quiero – contestó decidida.
-  Si es así – la voz se tornaba cada vez mas solemne – levante su mano derecha y repita conmigo: haré el Camino de Santiago
-  Haré el Camino de Santiago
-  Con Ignacio y algunos más
-  Con Ignacio y algunos más
-  Y prometo serle fiel
-  Y prometo serle fiel
-  En las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, con ampollas en los piés o sin ellas, todos los días que dure el Camino
-  En las alegrías y en la penas, en la salud y en la enfermedad, con ampollas o sin ellas. Todos los días que dure el Camino.
-  Muy bien, queda usted admitida. Lo que el alcohol ha unido que no lo separe el hombre y mucho menos Juan Olmedo – Un pequeño silenció continuó como final de la ceremonia telefónica – Por último, deberá abonar en concepto de socia la cantidad de cinco mil pesetas que en ningún caso le serán devueltas. Si acude a la cita se las gastará y  sinó, otros lo harán por usted. ¿De acuerdo?
-  Muy bien, Ignacio – Ana volvió a su buen humor habitual – y ahora que ya somos una pareja casada y bien casada ¿no te parece que es una hora algo intempestiva para esta declaración de amor eterno?
-  Perdóneme usted, señorita, no he sido yo el que ha mostrado interés, si no este joven que tengo a mi derecha y que es el que ha organizado todo este lío. Sepa usted, señorita que me ha pillado en un momento en que estoy absolutamente borracho, me acompaña una joven que no se ni como se llama, con mas alcohol en el cuerpo que yo y que está empeñada en que la acompañe a su casa, pero no se acuerda donde vive, o sea que valore en su justa medida la importancia del momento.
-  Bueno, bueno Ignacio no te pongas así y ya hablaremos con calma ¿de acuerdo?
-  Si, si, lo que usted diga señorita, pero le recuerdo que en esta ceremonia han actuado como testigos el joven al que hacía referencia hace un momento, la joven esta, que está como una cuba y mi amigo Ataulfo, barman del más prestigioso burdel de la capital, conocido por todos como el “Conejito Sabrosón”, y  por lo tanto no se puede volver atrás.
-  Bien – Ana trataba de cortar, pero no veía el momento – entonces mi querido marido te espero mañana por la tarde en mi domicilio para firmar todos los documentos.
-  Muy bien, mi querida señorita, mañana, a las seis en punto de la tarde, allí estaré, en compañía de tan ilustres testigos, para estampar nuestras firmas. Buenas noches y felices sueños, mi adorada y querida esposa.
-  Buenas noches, esposo y que la paz sea contigo.
En unos pocos minutos, Ana volvió a la posición inicial y el sueño la dejó inmovilizada durante varias horas.






viernes, 17 de octubre de 2014

EL TRIO DE DOS:CAPITULO 45

Queridos blogueros (si es que queda alguno): Por fin después de no se cuantos meses se reanuda las comunicaciones semanales y como decíamos ayer continuamos con el capitulo 45 y así hasta el final porque la novela ya está completamente terminada y esta vez no pienso cambiarla.
Pocas novedades en este tiempo, veraneo de jubilado, o sea, casi tres meses y poco mas. Debo reconocer que será por la edad o por lo que sea pero me he vuelto bastante vago y ultimamente no he escrito ni una sola letra, eso si, estoy dedicado a leer y supongo que por ahí me iré animando. Tengo pendientes varias cosas entre otras mis memorias, aquellas que titulé "Memorias de un tío normal" y que todavía estoy estudiando en Santiago, o sea que todavía me queda mucho camino por andar y eso que habrá cosas de aquella época que mejor se queden en el cajón de mis recuerdos porque sinó me puede suponer un conflicto familiar y uno ya no está para esas cosas.
¡Que curioso! después de mas de un mes sin tocar una tecla ahora me están entrando unas ganas locas de escribir y escribir. En fin, veremos lo que dura. De momento, ya he dado el primer paso y así se empieza.
Supongo que durante este tiempo habréis seguido mi consejo de intentar ser felices, yo, desde luego, lo he intentado aunque ultimamente no he tenido mas remedio que meterme en implantes y demás problemas dentales y me están jo......... la boca y el bolsillo
Un abrazo para todos/as (parezco Zapatero) y hasta la semana que viene



CAPITULO 45.-

El camino continuaba entre árboles haciendo pequeñas curvas que impedían ver el final. La hierba que les había acompañado durante casi tres etapas se había convertido en riguroso asfalto que alguien, como queriendo tapar la mano del hombre, había pintado de un amarillo chillón. Unos bloques de cemento separaban ese tramo del camino, de la Nacional VI y menos mal que, por el lado de la izquierda el río continuaba su alegre discurrir y mantenía una vegetación en sus orillas que le hacían invisible a los ojos de los caminantes. Un sonido de agua mantenía la tranquilidad de aquel pequeño grupo que se encontraba descansando en una de las múltiples áreas de descanso que los habitantes de los pequeños pueblos habían habilitado para ayudar a todos aquellos que habían tomado la determinación de hacer el Camino de Santiago. Las mochilas parecían formar parte del mobiliario urbano, los bastones se mantenían en posición apoyados en los bancos de piedra que rodeaban el pequeño espacio y varias botellas de agua se amontonaban en la mesa. Algunas botas esparcidas en el campo y varias camisetas se disputaban un sitio, mientras que sus propietarios se encontraban en la ribera del río. El agua estaba helada y el río se abría camino entre multitud de piedras peleándose con ellas y creando pequeñas cascadas que provocaban un ruido que hacía inevitable que las conversaciones fueran en voz alta.
El grupo de cinco caminantes permanecía en la ribera del río, agradeciendo las suaves caricias que el agua proporcionaba a su paso por las plantas de sus cansadas piernas. Eran ya casi veinte días de camino y las fuerzas comenzaban a flaquear. El calor que quería hacer acto de presencia, tampoco contribuía a continuar y había sido el causante de aquella parada inesperada que estaba haciendo las delicias de todo el grupo.
A un lado y como queriendo establecer una cierta distancia, Juan Olmedo, Arquitecto, treinta y nueve años, pantalones cortos, calcetines blancos, botas “chirucas” gastadas por el paso de los kilómetros, pecho con mucho vello, barba de una semana, amplias entradas y gafas de sol sobre la frente, consultaba la guía del Camino que llevaba en una pequeña bolsa que le colgaba del cuello y escribía algunas notas al margen para que sus recuerdos quedaran impresos.
-  ¿Sabéis cuanto nos falta para Ambasmestas?
Ignacio Lopez Alvarez fue el único que miró al que hacía la pregunta. Levantó sus ojos del agua en la que parecía encontrarse absorto y se pasó un pañuelo empapado por el cuello. En su cara se reflejaba el esfuerzo realizado hasta entonces. Era el abuelo del grupo, como le llamaban sus compañeros. Al fin y al cabo, entre pecho y espalda, llevaba nada menos que sesenta y siete años, eso si, poco trabajados, porque como repetía con cierta frecuencia, el trabajo es un deporte para el que solo unos pocos están capacitados y los que siempre habían odiado los gimnasios no tenían porqué someterse a tan extraños sacrificios. Su lema de vida que cumplía a rajatabla era “primero vive y luego trabaja”.  Desde los dieciséis años, en que abandonó el domicilio familiar en Monforte de Lemos, provincia de Orense, había conseguido mantenerse en esa actitud y después de diferentes trabajos, tuvo oportunidad de formar parte de la plantilla de “Olmedo y Arquitectos Asociados” y así pudo dedicarse a su afición favorita que era viajar.  Llegó a un acuerdo, desde el primer día, que trabajaba una hora más pero tenía dos meses de vacaciones. Era el encargado en la empresa de pasearse por los distintos Ministerios y conocer, de primera mano, los planes de la Administración. Los principios en Olmedo fueron difíciles porque, aunque era un chico muy simpático, su preparación era muy deficiente, pero con habilidad supo esquivar todos esos escollos que se presentaban y desde el último escalón de la empresa, había conseguido no ser el Director, pero casi. Por su despacho desfilaban Arquitectos y Empresarios que deseaban establecer contactos con los diferentes miembros de la Administración y él se encargaba de facilitarles los medios para crear ese clima de confianza. Desde el nacimiento, pero también como consecuencia de su actividad, era un hombre francamente simpático, con una conversación muy agradable, se sabía miles de anécdotas y era el compañero ideal para largas horas de conversación, aunque para andar era algo incómodo porque iba especialmente rápido  gracias a su dilatada experiencia. Cada poco tiempo tenía que pararse y esperar al resto del grupo, cosa que hacía con naturalidad y siempre les recibía con frases de ánimo hacia todos sus compañeros de caminata.
-  ¿Cuánto dice que falta, Jefe?
-  Según esta guía estamos casi al lado. Suponiendo que aquellas casas que se ven desde aquí sean la aldea de Pereje, Ambasmestas está como a dos kilómetros y no hay ni una sola cuesta ¿qué te parece?
-  Muy bien – Ignacio se acercó a su jefe de oficina con el que había trabajado toda su vida. Cuando Juan Olmedo comenzó la carrera de Arquitecto siguiendo la tradición familiar, ya estaba Ignacio en la oficina aunque entonces era un simple currito que se encargaba de llevar papeles de un lado a otro de los diferentes Ministerios. Era muy conocido en todos los Departamentos por su simpatía y su capacidad de hacer favores a todo el mundo. Como nunca tenía prisa, era el encargado de comprar la lotería a todas las secretarias, paquetes de tabaco a los jefes y hasta los distintos periódicos del día que distribuía por todas partes. Juan Olmedo hijo lo tomó como a su cargo y comenzó su ascenso en la empresa a base de copiar planos en una fotocopiadora del Ministerio de Obras Públicas. Ignacio, vete y tráeme un juego de escuadra y cartabón y un papel de planos ¿de acuerdo? Si, enseguida estoy de vuelta porque creo que lo venden aquí al lado. Bien, date prisa que luego me tienes que traer un billete que he encargado en la Agencia de Viajes y mil encargos más que los hacía con prontitud y una sonrisa permanente. Mientras tanto, Juan Olmedo iniciaba su trabajo en la empresa de su padre con un futuro absolutamente prometedor. Se había preparado a conciencia con una carrera profesional muy brillante, no solo en la Escuela de Arquitectura, sino tambien, en París, Londres y Berlín donde había completado estudios en diferentes períodos de tiempo que en conjunto le habían supuesto, casi tres años de andar por el extranjero aprendiendo distintos idiomas y sobre todo mejorando su capacidad de relacionarse con todo el mundo. Respetaba con meticulosidad a cualquiera y no era como su padre lo que suponía que en un futuro la empresa cambiaría y no se caracterizaría por un machismo llevado a sus últimos extremos que se demostraba con la no contratación de secretarias del sexo femenino. Para Don Juan padre, las mujeres donde mejor estaban era en la cocina y cuidando a sus hijos, que para eso si que estaban preparadas. Las discusiones entre ambos eran frecuentes, las mentalidades absolutamente diferentes y sus maneras de pensar chocaban  en cuanto estaban mas de cinco minutos juntos. Por eso, Juan Olmedo hijo, vivía solo en un piso propiedad de su padre y en que pagaba religiosamente un alquiler mensual porque según el inquilino: 
-  Papá, tienes otros hijos y ellos no tienen porqué no cobrar 
-  Eso está muy bien - contestaba Don Juan Olmedo padre,- pero el piso es mío y hago con él lo que me da la gana.
-  Ya, pero tú que presumes de ser justo, no es lógico lo que estás diciendo, parece como si a mí, por trabajar contigo me tratases de manera preferente y en eso no estoy de acuerdo.
Con este y otros muchos argumentos, Juan Olmedo hijo, trataba de ir cambiando la mentalidad de su padre y así fue el que tuvo la idea de contratar a Ana Segura a la que había conocido en un concurso de Arquitectura de la Universidad de Madrid. Era la encargada de entregar los diferentes formularios para acceder al concurso y desde el primer instante, le pareció de una eficacia impresionante y después de observarla durante mas de media hora, se atrevió a ofrecerle un empleo a lo que ella accedió casi sin hacer ninguna pregunta.
Los primeros días fueron muy  duros para Ana. En la empresa era la única mujer y todos la miraban de una manera, se podía decir, que diferente. Para ella, era el cuarto empleo y aunque no tenía ni idea de cual sería su misión, le parecía que sería mucho mas fácil que el anterior y desde luego mucho mejor pagado. Comparado con la Universidad, los empleados se movían con mucha mas rapidez a la voz de mando del padre de Juan Olmedo que los trataba francamente mal. Con ella afortunadamente no se metía para nada porque estaba en otro Departamento y ya se cuidaba ella de entregarle con la mayor rapidez posible todos los proyectos que le pedía y eso que siempre lo hacía a última hora y le obligaba a permanecer en el estudio mas de una hora después de su jornada laboral. Las cosas se iban desarrollando con normalidad y ella no protestaba ni una sola vez, hasta que un día Juan hijo se enfrentó con su padre y puso las cosas en su sitio.
-  Papá, perdona pero ahora no le pidas nada a Ana porque es su hora de salida. Casi, si no te importa, déjalo para mañana.-  El padre lo miró muy serio y después de un “ ya hablaremos tu y yo, mañana”, pegó un portazo y salió sin decir ni una sola palabra más.
     -  Juan, déjalo que a mí no me importa quedarme un rato
      - No, ni hablar, tú tienes un horario y todos nos tenemos que acostumbrar, empezando por el jefe que para eso lo es y si no le gusta que se aguante que para eso me ha nombrado a mí Jefe de Personal y desde el primer día le dejé muy claro que las normas las dictaba yo y por eso me he puesto así de serio porque si nó, no se da cuenta que el que manda ahora en eso soy yo.
-  Ya, pero lo que no quiero es que por mi culpa te metas en líos.
-  No te preocupes que no hay problemas.
-  Por cierto – Ana se removió inquieta en su asiento – tengo la impresión y me gustaría que me la confirmarás que las relaciones entre tu padre y tú no son tan buenas como hace unos meses y me fastidiaría que fuera por mi culpa. La verdad es que yo intento hacer todo lo que me pide, pero a veces es imposible.
-  No, no pienses que las relaciones con mi padre se estan deteriorando por tu culpa porque no es así.- Juan se ajustó el nudo de la corbata – el problema es que, desde siempre está acostumbrado al ordeno y mando y los tiempos, desgraciada o afortunadamente, han cambiado y se tiene que adaptar. Yo se que eso es difícil, pero las cosas son como son y si yo voy a ser el continuador de esta Empresa, es lógico que también opine. Yo le conozco muy bien y sé que acabará por darse cuenta que tengo razón, pero – la conversación se vió interrumpida por unos golpes en la puerta – pase.
Por el quicio de la puerta asomaron unos enormes bigotes que enmarcaban una tremenda nariz aguileña que, a su vez, dejaba adivinar unos saltones ojos azules. A pesar de todo, el conjunto de la cara no resultaba especialmente desagradable, quizá por la sonrisa que la iluminaba. El que así llamaba a la puerta, iba vestido de manera informal con vaqueros de dudosa antigüedad, camisa azul clara lisa y una chaqueta de ante. Entró con un montón de papeles en el despacho del segundo de a bordo, los depositó cuidadosamente sobre la mesa, sacó un Ducados del bolsillo del pantalón y después de encenderlo parsimoniosamente, exclamó:
-  Tus deseos son órdenes para mí. Aquí tienes todo lo presentado para el concurso de la instalación de un Parque Temático en Logroño.
-  Gracias Manel – Juan Olmedo los repasó lentamente. Era su primer proyecto serio y estaba muy orgulloso de todo el trabajo realizado. La inversión era muy importante y no parecía que el Ayuntamiento estuviera por la labor, pero había que esperar a que se reuniera la Comisión Municipal, creada para tal fín. Continuó por un largo período de tiempo mirando hoja por hoja, hasta llegar a la última
-  ¿Y esto?
-  Eso es la resolución del Ayuntamiento de Logroño en la que se certifica que tu trabajo ha sido seleccionado, junto con otros dos, para ser estudiado por la Comisión y, según consta, en el plazo de una semana o como mucho veinte días, el concurso debe estar resuelto.
Juan se puso en pié y comenzó a dar vueltas por el amplio despacho haciendo como que bailaba un vals teniendo como compañero al dossier que suponía su primer paso en la carrera que iniciaba. Entre vuelta y vuelta soñaba como atravesaba el amplio pasillo del Salón de Juntas del Excelentísimo Ayuntamiento de Logroño mientras era aplaudido por todos los presentes por su excelente trabajo. Recibía del Regidor un Diploma acreditativo y un cheque de mil doscientos millones de pesetas que sería, según el presupuesto aprobado, lo necesario para realizar el proyecto. Se imaginaba el abrazo de su padre al volver y lo orgulloso que se encontraba de tener un hijo ganador de un concurso de tan prestigioso Ayuntamiento y la frase lapidaria de “hijo, ya me puedo morir tranquilo, porque sé que dejo la Empresa en las mejores manos” le retumbaba en sus oídos como música celestial. Casi sin darse cuenta, pasó de la euforia a la depresión mas rigurosa y su mente asumía que, en lugar de levantarse y caminar por el pasillo en busca del ansiado Diploma, el Jurado había decidido entregar la construcción a una empresa de Barcelona que había presentado un proyecto mucho mas caro, pero también mucho mas faraónico. Su imaginación discurría por esos derroteros cuando la voz de Ana, su secretaria, lo sacó de aquel mal sueño
-  Juan, habrá que celebrarlo ¿no?
-  Venga, llama al bar de Juanito y que suban unos canapés y unas cervezas y avisa a todos los que hemos participado directamente en el Concurso.
-  ¿Quieres que avise también a Jose y Carlos?
-  No porque si avisas a estos dos, tenemos que invitar a toda la oficina y no tengo mayor interés
-  Entre otras cosas – esta vez fue Manel el que intervino – porque lo que has visto es una posibilidad entre tres, pero no que el contrato sea nuestro.
-  Ya, ya, ya lo sé – Juan trataba de disimular su euforia, porque para él, el hecho de haber sido seleccionado ya era como un triunfo – por eso digo que no invitaremos a toda la oficina. Lo mejor sería que vinieran solo los directamente implicados, es decir, que faltan Pacho y Teresa.
-  Muy bien, enseguida los aviso.
Con la diligencia que la caracterizaba, Ana localizó en unos segundos a los dos compañeros que faltaban y no había transcurrido ni media hora cuando estaban todos en el despacho tomando un aperitivo.
Los cinco habían constituido una especie de mini departamento y siguiendo las instrucciones de Juan Olmedo hijo, habían trabajado intensamente, codo con codo, durante mas de seis meses para conseguir un buen proyecto. En ese tiempo, se habían desligado de otras funciones de la empresa y casi se habían constituido en una empresa particular de Juan Olmedo hijo, siendo envidiados por algunos y criticados por la mayoría que pensaban que hablaban mucho y trabajaban poco. Sin embargo, la ilusión era tan grande que los cinco estaban dispuestos a reunirse a la hora que fuera y a discutir, hasta las tantas de la madrugada, todos aquellos aspectos que fueran en beneficio de conseguir un proyecto de mil y pico millones de pesetas que, para una empresa como la suya, suponía una importante inyección de moral.
Cada uno de los seis, Juan Olmedo, hijo, Ignacio Lopez Alvarez, Manel Suarez, Pacho Rivas. Teresa Jiménez y Ana Segura habían contribuido con sus ideas a obtener un proyecto ambicioso en el que se mezclaban la juventud de Pacho con la veteranía de Ignacio, la profesionalidad de Juan Olmedo con el sentido común de Teresa y hasta las innovaciones gráficas de Manel con la paciencia y el buen hacer de Ana, la única sin una preparación específica, pero con una ilusión que contagiaba a todos. Nunca ponía pegas para nada, cambiaba los textos con rapidez, tiraba hojas y mas hojas de papel sin decir esta boca es mía y hasta en los momento mas difíciles, que naturalmente los hubo, aparecía con “unos cafelitos” que hacían de bálsamo y las discusiones volvían a aspectos profesionales y se olvidaban los temas personales que siempre influían en sus apasionadas discusiones y si nó, que le pregunten a Pacho que con sus veintiséis años estaba empeñado en que el Parque Temático tenía que ser fundamentalmente ecológico y menos técnico, mientras que para Juan Olmedo el éxito estaría, y así quedó demostrado, en conseguir una mezcla de tecnología muy de andar por casa, sin olvidar los aspectos medioambientales, pero, sobre todo, que la ciencia fuera, para los visitantes, una forma más de diversión y para ello había que huir de aparatos sofisticados y explicaciones engorrosas y refugiarse en lo de todos los días, en lo habitual y para ello el ambiente tenía que ser como familiar y a la vista de los resultados, parece ser que lo habían conseguido. Hasta la pérgola con energía solar había sido objeto de admiración por parte del Jurado.