CAPITULO
24.-
Llevo
una semana en Madrid y todavía no he visto el momento para llamar a mis hijas y comentarles que estaba aquí.
Sabía que antes o después tendría que hacerlo pero, de momento, me encontraba
bien como estaba. No sabía como iban a reaccionar y la verdad es que me daba un
poco de miedo. Hablaba con ellas una vez al mes, mas o menos, pero eran unas
conversaciones que para mí eran como un deber que tenía que hacer como padre
pero poco más. Era consciente que mis dos hijas siempre habían tomado partido
por mi exmujer, lo cual era normal porque habían convivido con ella mucho mas
que conmigo. Era como una relación formal que por ninguna de las dos partes se
quería romper, pero nada más. Solo hubo una época en la que tuve mucha mas
confianza, tanto con Carmen, mi hija la mayor, como con Patricia, la segunda y
fue cuando se vinieron a vivir conmigo durante un curso escolar. Primero vino
Carmen y fueron unos meses dignos de recordar. Tenía unos maravillosos
diecinueve años y me pareció una persona como
muy responsable, muy seria y con ganas de colaborar en que mi relación
con mi ex fuera mas o menos amigable. Todos los días la llevaba en coche a la
Universidad, estudiaba segundo de Filosofía y Letras, la volvía a ir a buscar a
las dos, tomábamos un sándwich por ahí y
dábamos vueltas por Londres hasta las cuatro en que la dejaba en casa y yo me
iba al quirófano con el Dr. Taylor y volvía sobre las diez de la noche. A esas
horas Carmen me esperaba viendo la televisión y sentados en un sillón con la
chimenea encendida ayudando a crear un ambiente más íntimo, sosteníamos
conversaciones de todo tipo. Al principio eran del tipo a saber que habías
aprendido hoy en clase, si ya ibas conociendo a tus compañeros, si te manejabas
bien con el inglés y cosas por el estilo. Ella contestaba sinceramente y me
parece que fueron unos primeros meses como de un mutuo conocimiento pero poco a
poco como es natural las preguntas, sobre todo por su parte, eran cada vez mas
difíciles de contestar por mi.
Desde
el primer minuto me dejó muy claro, ahí se notaba los consejos de su madre, que
me quería porque era su padre y me había portado muy bien con ella hasta los
ocho o nueve años, pero luego, claro que coincidía con mi llegada a Londres, no
entendía porqué las había abandonado. Cuando me lo dijo, reconozco que me dolió
y mucho pero escuchándola era consciente que tenía razón. Para la mayoría de
sus preguntas no tenía ninguna respuesta que resultara convincente, aunque
muchas las hacía y las contestaba ella sin darme casi ni opción.
-
Al principio nos
creímos, como nos contaba Mamá, que te habías ido a un Hospital en Londres y
que en pocos meses estarías de vuelta. Hablábamos contigo todos los días y
bueno no era como si estuvieras en casa pero bueno, por lo menos te veíamos por
Skipe, pero casi sin darnos cuenta o eso me parecía a mí entonces, nos íbamos
viendo cada vez menos. Tú no venías nunca a Madrid y Mamá fue a verte tres o
cuatro veces pero nosotras no porque no teníamos dinero, porque teníamos que
estudiar, porque no podíamos perder cole o por cualquier excusa que a nosotras
entonces nos valía, hasta que un día Mamá nos sentó a Patricia y a mí en
nuestro cuarto y con muy buenas palabras nos explicó que habíais decidido
separaros y que nosotras continuaríamos igual pero que entre vosotros dos ya no
había nada. Yo entonces tenía, me parece que doce años y no te puedes imaginar
lo mal que lo pasé
-
Ya me lo imagino
pero….
-
Déjame terminar,
te lo pido por favor Papá porque nunca he tenido oportunidad de hablar de este
tema contigo y quiero que sepas lo que pasó – empezó a llorar y yo intenté
consolarla apoyando su cabeza sobre mi brazo – a Mamá se le notaba a la legua
que no estaba bien, se arreglaba poco, salía menos y cuando llegábamos del cole
siempre tenía pinta de haber llorado toda la tarde. También notábamos, éramos
niñas pero no tontas, que estaba mucho mas tiempo con nosotras, siempre quería
ayudarnos con los deberes y hasta después de cenar, en lugar de mandarnos a la
cama nos quedábamos un rato viendo la tele y hasta a veces nos dormíamos en el
sillón y luego ella nos acompañaba a la cama. Nosotras sabíamos que algo raro
estaba pasando y ahora después de tanto tiempo creo que sabíamos que os habíais
separado, pero como hablábamos contigo de vez en cuando y Mamá no decía nada,
pues nosotras seguíamos igual. Hasta el día que nos lo dijo, yo creo que porque
ya no podía mas y las tres nos pusimos a llorar como tontas y hasta Patricia,
claro que era muy pequeña, preguntó si entonces ya no te volveríamos a ver mas.
Mamá nos convenció siempre y eso lo digo con toda la fuerza del mundo porque
creía y lo sigo creyendo que es verdad que entre vosotros dos se había acabado
el amor, sin entrar en mas detalles y que a nosotras nos seguías queriendo
igual. No se si te acuerdas pero a los pocos días teníamos vacaciones de Semana
Santa y las pasamos contigo y fue la demostración evidente de que lo que nos
decía Mamá era verdad porque estuvimos diez días que nos lo pasamos fenomenal y
a ti se te veía feliz.
-
Me acuerdo
perfectamente – respondí mientras me bebía una cerveza helada que había sacado
del congelador – entonces vivía cerca de Hyde Park y salíamos a correr todas
las mañanas y casi me matáis porque yo estaba empezando con esto del footing y
vosotras teníais muy pocos años y no os cansabais nunca.
-
También nos
llevaste al Zoo
-
Y a la Tate
Galery ¿te acuerdas?
-
Claro y también
me acuerdo que una de las veces te enfadaste porque preferíamos ir a un
mercadillo que a los Museos y te sentó fatal.
-
Indudablemente
porque eráis pequeñas, pero tampoco tanto y no entendía como no os podía gustar
ver obras de arte de tantísimo valor.
-
Perdona, pero tú
con tu cole y a nuestra edad ¿cuántas veces habías ido al Museo del Prado?
-
Yo una y porque
me llevaron pero eran otros tiempos.
-
Papá. déjate de
historias. Yo ya no soy una niña, pero entonces con doce o trece años reconoce
que los Museos eran un rollo y más contigo que te empeñabas en que estuviéramos
delante de cada cuadro diez minutos.
-
¡Que menos!
-
Pero metete en la
cabeza que éramos dos niñas, pero bueno eso es lo de menos, lo que más nos
llamó la atención a pesar de nuestra edad es que no nos dijiste ni una sola
palabra que te habías separado y con nosotras hablabas todas las semanas, pero
nunca con Mamá y de eso nos dábamos cuenta.
-
Si me dejas
trataré de explicarte todo como fue y como tú me has dicho antes, te ruego, por
favor, que no me interrumpas – bebí un trago largo de cerveza para tratar de
ordenar mis ideas - Me gustaría empezar desde el principio ¿de acuerdo?
-
Muy bien – Carmen
se acomodó en el sillón, subió las piernas sujetándolas con ambas manos y se
dispuso a escuchar.
-
Lo primero y
posiblemente lo más importante es que yo me fui a Londres absolutamente
enamorado de tu Madre, es más por no separarme de ella y por supuesto de
vosotras, estuve cerca de un año dando largas hasta tomar esa decisión que para
mí también fue muy difícil. Durante ese año busqué trabajo sin encontrarlo y
traté de que vosotras no os dieráis cuenta de la situación, eso si, tu Madre
iba recortando gastos dejando para el final los vuestros y siempre pensando en
no teneros que cambiar de colegio, lo que gracias a ella se consiguió, pero, a
pesar de todo, llegó un momento que no
tuvimos mas remedio que no dejaros ir a las excursiones programadas ni a la
Semana Blanca y cosas por el estilo que no se si Mamá os dijo algo, pero no
pusisteis demasiadas pegas y yo al final me fui a Inglaterra a trabajar en un
Hospital y te lo puedes creer o no, pero siempre pensé que esa situación
duraría como mucho un año y a partir de ese tiempo o me volvía o las tres
vendrías a vivir conmigo.
Esa era la idea principal y al
principio todo fue según habíamos planeado. Yo entré a trabajar en el Hospital
viviendo con una serie de españoles en un piso compartido y hablaba con tu
Madre a diario. Pasados unos meses tú Madre vino a verme y pasamos un fín de
semana maravilloso, pero sin darnos cuenta nuestras conversaciones por Skype se
fueron distanciando, unos días por mí y otros por ella el caso es que ya nos
veíamos en el ordenador cada semana, casi siempre intentando coincidir con
vosotras. Después tu Madre se puso a trabajar y te acordarás que ahí empezamos
a hablar algunos fines de semana nosotros solos ¿Te acuerdas?
-
Claro que me acuerdo y que más de uno te
llamábamos nosotras a ti y nunca estabas
-
Estaría
trabajando supongo
-
Seguro que si,
pero Mamá se ponía de los nervios porque no entendía porqué no estabas en tu
casa, al fin y al cabo era la única forma de saber que estabas bien.
-
Es verdad – otro
largo trago de cerveza para continuar con esta historia – pero estaba
absolutamente loco y obsesionado con ganar dinero para juntarnos toda la
familia cuanto antes y por eso me fui a vivir a la Clínica y por eso hacía las
guardias que mis colegas no querían hacer y por eso intentaba ser el ayudante
de cualquier cirujano y mil trabajos más que no me aportaban demasiado, pero
era un sobresueldo y todo eso, lo reconozco, a base de dejaros a vosotras en la
estacada. Muchos días llegaba tan cansado que me metía en la cama sin cenar y
no tenía ni fuerzas para llamar por Skype.
Por aquella época tú Madre y había dejado de venir a
verme y yo no tenía tiempo material para ir a España y desgraciadamente los
días pasaban y pasaban y hablaba con vosotras pero con tu Madre cada vez se me
hacía mas difícil. Ya se que esto que te digo no es fácil de entender, pero es
la verdad y en plena crisis, apareció un fin de semana y tuvimos oportunidad de
hablar largo y tendido. Nuestra relación se había enfriado por aquello que dice
la canción “que la distancia es el olvido” y nos pusimos de acuerdo en tomarnos
unos meses para pensar en todo y mientras tanto no deciros nada y tratar de
comportarnos de tal manera que no os dierais cuenta. El plazo que nos pusimos
fue de tres meses y pasado ese período que podríamos llamar de reflexión nos
volvimos a ver y llegamos a la conclusión que entre nosotros se había acabado
el cariño y entonces fue cuando os dijo que nos habíamos separado. Aquellos
días me acuerdo que fueron muy duros porque los dos sabíamos que era un paso
decisivo en nuestras vidas y sobre todo por vosotras. Tu Madre estaba
convencida que yo tenía otra mujer en Inglaterra y no fui capaz de hacerla
entender que no era así. En ese tiempo había tenido alguna aventurilla con
alguna inglesa pero sin ningún compromiso, te lo juro por lo que mas quieras,
pero no lo entendió y tampoco entendía si, como yo le decía, que os echaba de
menos porqué no iba a veros aunque fuera una vez al mes y en eso tenía razón,
pero de verdad que no tenía tiempo.
-
Papá, tienes que
reconocer que eso suena bastante raro ¿no te parece?
-
Posiblemente si,
pero es la verdad. En ningún caso quería que vosotras fueras las perjudicadas
por todo este follón, aunque era consciente que lo que yo proponía era
prácticamente imposible. De verdad que tenía intención que todo siguiera igual,
pero poco a poco me pasó como con tu Madre, hablaba algunos Domingos y cada vez
os iba conociendo menos y sabiendo menos de vuestros problemas y por eso,
pasados unos meses, decidimos que vinierais en verano y así ha sido hasta ahora
en que ya venís un año con lo que vuestro nivel de inglés es o será muy bueno y
ya que no estoy con vosotras por lo menos podéis aprovecharos y aprender un
idioma como Dios manda que siempre viene muy bien.
-
Estoy de acuerdo
- mi hija mayor parecía entender mis razonamientos – pero solo en parte. Por un
lado si que entiendo que entre Mamá y tú se acabe todo, bueno las cosas son
como son y hay que aceptarlo aunque no nos guste, pero en lo que no estoy de
acuerdo es en la última parte porque nosotras no tenemos nada que ver en esa
guerra y las que nos quedamos sin padre fuimos nosotras ¿no lo entiendes?
-
Me parece una
exageración porque tampoco es eso
-
¡Como que no! a
nosotras cuando nos hacía falta un padre era entonces que es cuando teníamos
problemas, ahora en el fondo ya nos da igual.
-
Pero es que yo
sigo siendo el mismo
-
Eso es así porque
lo dices tú, pero no lo podemos saber ¿cómo lo íbamos a saber si no te veíamos
casi nada?
-
Pero yo si que
sabía de vuestros problemas porque vuestra Madre me los contaba de vez en
cuando.
-
¡Venga Papá no me
cuentes rollos! – Carmen no parecía enfadada si no más bien decepcionada – yo creo que te fuiste
pensando en toda la familia, seguro que si, pero luego y a mí hasta cierto
punto me parece lógico, te fuiste olvidando primero de Mamá y luego de nosotras
dos, aunque como veníamos en verano, parece como si eso fuera tu justificación
para casi ni vernos ni hablarnos en todo el invierno siguiente, pero eso no es
lo mismo que un padre en casa todos los días, sabiendo en cada momento nuestras
preocupaciones, pero bueno, yo ahora ya tengo una edad y no soy quien para
juzgarte, lo hiciste así y ya está, ¡que le vamos a hacer!
-
Me parece
bastante injusto tu manera de pensar, pero lo único que puedo hacer es pedirte
perdón por todas aquellas cosas que no hice bien e intentar en un futuro
hacerlo mejor.
-
Pero ¿tú piensas
volver?
-
Si quieres que te
diga la verdad es una pregunta tan directa que tengo que pensar la respuesta –
me quedé unos segundo en silencio mirando como, a través de un cristal, ardían
los troncos simulado de una chimenea – ahora mismo pienso que no, pero después
de esta conversación posiblemente cambie de opinión, porque me fastidia mucho
más de lo que te imagines que pienses, más o menos es lo que me has venido a
decir, que no tienes padre y lo peor es que creo que tienes razón y no se si
aunque volviera llegaría a tiempo, precisamente por lo que has dicho que ya
tienes una edad y como es lógico dentro
de nada tendrás tu vida y yo ya no seré nada para ti, suponiendo que ahora sea
algo.
Carmen me abrazó mientras yo notaba como empezaba a
llorar. Me dio muchísima pena pero no me parecía el mejor momento para
interrumpirla. Es verdad que tenía ya veintitres años, pero se estaba
comportando como si tuviera doce porque no creo que fuera el único padre que
separa y por supuesto no seré el último, pero no era capaz de entender como
ella no lo entendía, que no lo entendieran mis padres me parecería lógico
porque son de otra época pero ella que vivía en un mundo en el que una de cada
dos parejas se separaba ¿porqué no lo entendía?
Seguíamos abrazados y yo no quise continuar con
aquella conversación, venía una año y tendríamos mucho tiempo para volver a retomarla,
pero aquella primera explicación me vino muy bien para valorar su opinión y
estaba claro que no era nada favorable. Solo
me quedaba ayudarla en todo lo que pudiera mientras estuviera conmigo.
Me deshice del abrazo, me levanté y poniéndome un delantal
que tenía en la cocina me planté delante de ella y
-
Creo que ha llegado el momento que el Chef
Andrés haga uso de sus cualidades innatas y prepare una excelente cena para tan
buena compañía ¿la señorita desea que le deje una carta o prefiere una selección
de los productos frescos que hemos preparado como menú de la casa?
-
Sorpréndame Chef
Andrés, pero cosas sin queso por favor
-
Faltaría más, sus
palabras son órdenes para mí – y así terminamos esa conversación que para mí
fue muy, pero que muy interesante.
Iban
pasando las semanas e incluso meses, hablábamos con mi otra hija cada vez con
más frecuencia y la complicidad entre los tres se iba haciendo más evidente, de
tal manera que pasó el curso y casi sin solución de continuidad Carmen se
volvió a Madrid y vino Patricia con sus quince años y unas ganas de vivir que
no había manera de seguirla. Era un auténtico torbellino, no paraba en casa y
no me atrevo a decir que fuera por casualidad pero casi nunca coincidíamos. Era
bastante frecuente que cuando llegaba de trabajar ella se estaba organizando
para salir, tenía un grupo de amigos y amigas, todos ellos ingleses, que se
reunían en un pub del padre de uno de ellos, oían música, bailaban y sobre todo
hablaban en inglés que era lo que más me interesaba. Los Domingos, no todos,
comíamos por ahí y era el momento que teníamos para charlar, pero en cuando
salía el tema de la separación entre Carmen y yo, se escapaba como una anguila
y no hubo manera, en todo un año, de saber que es lo que pensaba de todo lo ocurrido
y lo único fue un día que dijo algo así como que lo importante es que Mamá ha
rehecho su vida e inmediatamente cambió de conversación.
En
cualquier caso, esos años fueron muy
productivos para conocernos más y que cada uno de nosotros, mis hijas y
yo, supiera lo que pensaba el otro y sobre todo estar al tanto de las
circunstancias personales. Yo era un separado con dos hijas y con dinero y
Carmen era una separada y actualmente casada con un psicólogo argentino con el
que había primero compartido despacho de consulta y posteriormente sus vidas.
Habían tenido un hijo, que ahora tendría cuatro o cinco años y parecía que
estaba feliz con su nueva situación. Bien, me parecía bien, entre otras cosas
porque no tenía ningún derecho para meterme en su vida, una vez que de común
acuerdo habíamos decidido separarnos. Alguna vez hablábamos por algún problema
de las niñas y poco más, realmente se podría decir que no sabía absolutamente
nada de su vida, ella no me la contaba y yo nunca preguntaba. Me llegaba solamente
con saber como se encontraban Carmen y
Patricia.
Sin
embargo la vida no siempre por los mismos cauces por los que a uno le gustarían
que fueran y como ocurre con las inundaciones nunca pensé que tendría que
afrontar la situación de volver a Madrid y aquí estaba. En principio solo por
un año, eso parece pero cualquiera se atreve a opinar de lo que va a pasar en
tan largo período de tiempo, desde luego yo seguro que no. Lo único que tenía
absolutamente claro es que ser ayudante de un buen Cirujano y si no tienes
mayores aspiraciones es un sistema de vida francamente agradable. No tienes
ninguna responsabilidad, una buena parte del sueldo lo cobras en negro y una
vez que terminas el quirófano te vas a casa tan tranquilo y lo único es que si
algún enfermo se complica no te queda más remedio que volver pero siempre con
el Cirujano que para eso lo han escogido los pacientes y por si todo eso fuera
poco, ahora un año sabático que nunca viene mal, para que mentir, tenía dinero
que gracias a unas buenas inversiones lo había multiplicado bastante y tenía la
posibilidad de volver a disfrutar de la ciudad de Madrid donde había pasado tan
buenos momentos y sobre estar con mis hijas, que ya no eran ningunas niñas y
valorar con calma como va evolucionando mi familia, pero con visión directa no
a través de segundas personas.
Por
lo pronto ya había dado el primer paso que era hablar con Carmen, mi hija la
mayor y poco a poco seguro que me iría
ganando su confianza que hasta entonces la tenía en verano cuando pasaban conmigo
un mes, la perdía en invierno porque once meses separados aunque hablara todas
las semanas por Skype no era lo mismo y la volvía a recuperar el siguiente
verano y así transcurría mi relación. Parecía como una ruleta que giraba y
giraba siempre en el mismo sentido y parecía que nunca iba a variar su
recorrido y afortunadamente, por lo menos a mí me lo parece, ahora tenía la
posibilidad de cambiar el rumbo aunque solo fuera por un año, pero doce meses
dan para mucho.
CAPITULO
25.-
Todos los días a las siete de la mañana salía
a correr, ya tenía un recorrido habitual que empezaba lógicamente en la puerta
de mi apartamento en la Plaza de España, llegaba hasta el Retiro, daba unas
cuantas vueltas y volvía por las mismas calles. Para la hora del jubilado que
diría un castizo, sobre las nueve y media o diez de la mañana pedía un desayuno
a la cafetería del hotel, mientras tanto me duchaba y me afeitaba y cuando ya
vestido me encontraba listo para salir, me tomaba un te muy caliente, debía ser
una manía de mi etapa inglesa y salía a la calle sin rumbo fijo. Eso si,
siempre me metía en el metro para salir en cualquier estación. En un pequeño
mapa iba anotando las que ya conocía y así quería recorrer con tranquilidad
todos los barrios de Madrid de los cuales, yo diría que muchos por no decir la mayoría, no sabía ni que existían
cuando me fui. Algunos parecían como de reciente construcción con sus amplias
avenida, sus aceras pensadas para que los viandantes pudieran pasear, multitud
de carriles bici con muy escasa concurrencia de ciclistas que hacían dudar a la
población si merecía la pena continuar con el plan de inversiones en ese tipo
de vías o era una pérdida de dinero y de tiempo. Sin embargo otros barrios
sufrían el deterioro del paso del tiempo, las fachadas estaban llenas de
pintadas, los portales parecía que hubieran sido saqueados por unos banda de
asaltadores de camino y las ventanas carecían de cortinas que impidieran dejar
al descubierto la intimidad de cada hogar.
Al
mediodía cuando terminaba mis paseos por zonas desconocidas para mí, tomaba alguna caña con alguna tapa en cualquier bar de la zona donde trataba de
degustar lo más conocido de los típicos
menús del día servidos en platos con desconchones sobre unos manteles ajados
por el paso de los años. También podía entablar conversaciones con algún
parroquiano que si llegaba al carajillo, un café cortado con coñac, ya tenía
tema de conversación para un par de horas. Eran gentes extrovertidas, deseosas
de comentar su vida antes de preguntarte nada de la tuya y naturalmente se
dejaban invitar, no tanto al menú del día, cada uno se paga lo suyo solían
decir, como a la copita posterior al carajillo. A esa copa, un gin tonic o una
Coca Cola con un poquito de ginebra pero poca que luego tengo que trabajar
decían como deseando que aquella conversación no se terminase, a esa si se
dejaban invitar sin oponer mayor resistencia. El alcohol ayudaba y mucho a esas
amistades de unas pocas horas que casi siempre terminaban cuando el sol avisaba
que se retiraba a sus cuarteles de invierno. Entonces volvía a entrar el Metro,
tomaba algo ligero en la cafetería del Hotel y a continuación subía un rato a
la habitación, leía un par de horas, a veces escribía alguna cosa y a la cama
que mañana será otro día. Así transcurrieron mis dos o tres primeras semanas en
Madrid y debo reconocer que, al principio, fue francamente divertido pero
llegas a un punto en que necesitas hacer algo mas y ese algo no era otra cosa
que llamar a mis hijas.
Una
noche calurosa sentado en la terraza de mi habitación mientras contemplaba como
las luces de la ciudad iban encendiéndose lentamente como queriendo invitar a
la población a que se fuera recogiendo y mientras degustaba un whisky con
abundante hielo, marqué el teléfono de mi hija Carmen, la mayor. Era un poco
tarde y mientras sonaban los primeros tonos tuve la esperanza que estuviera
durmiendo pero enseguida descolgó
-
¿Diga?
-
¿Sabes quien soy?
-
Papá – contestó
con la alegría de sus veintitantos años - ¿Qué es de tu vida? Hacía un montón
que no hablábamos ¿Qué tal?
-
Muy bien, la
verdad. Me he tomado un año sabático y estoy bien, si, muy bien.
-
¡Que suerte! Un
año sabático y ¿que vas a hacer? ¿vas a venir?
-
No te lo vas a
creer pero llevo aquí unos días.
-
Me parece muy mal
que no me llamaras antes de venir, te hubiera ido a buscar al aeropuerto y te
hubiera hecho un sitio en mi casa.
-
Pero ¿tu no vives
con David?
-
Si bueno, pero –
su voz pareció dudar unos segundos- tenemos dos habitaciones y…….
-
Déjalo Carmen, no
te preocupes yo estoy instalado en unos apartamentos de la Torre de Madrid y
estoy muy bien.
-
Como quieras pero
ya sabes que en mi casa tienes sitio – otro pequeño silencio para facilitar las
cosas y nueva pregunta - ¿Cuándo nos vemos?
-
¿Tu sigues con tu
trabajo en esa empresa de seguros?
-
Si, si, de
momento estoy ahí y aunque hacen a veces regularizaciones de empleo y echan a
unos cuantos sin previo aviso, a mi hasta ahora no me ha tocado y la verdad es
que estoy contenta
-
Entonces eres tú
la que tienes que poner el día y la hora para vernos. Yo no tengo nada que
hacer, en principio soy un jubilado de lujo, eso sí, durante un año.
-
¿Te parece bien
pasado mañana?
-
Por mi, sin
problemas.
-
Estoy pensando
que el mejor sitio para ir es uno de cocina internacional que está al lado de
mi trabajo y así tenemos tiempo hasta para tomar un café.
-
Muy bien ¿Cómo se
llama?
-
Charly, pero si
te parece yo reservo mesa y te espero debajo de las torres de Colón y vamos
juntos ¿vale?
-
Entonces pasado
mañana jueves a la una te espero en Colón
-
Papá ¡que estamos
en España! A las dos y posiblemente
tengamos que esperar algo.
-
Muy bien a las
dos y tu ¿cómo estás?
-
Ya te contaré –
hizo una pequeña pausa que me pareció algo preocupante - pero muy bien
-
¿Y Patricia, tu
hermana?
-
También muy bien.
Sigue viviendo con Mamá y Carlos y me da la impresión que tiene ganas de tener
su propia vida, lo malo es que no tiene dinero, ya sabes, lo que le pasa a casi
todo el mundo en este país.
-
Ya – hicimos una
pausa en espera de la siguiente pregunta que los dos sabíamos cual era – y
vuestra Madre ¿está contenta con su nueva situación?
-
La verdad es que
la veo poco, eso de vivir fuera de Madrid es un poco follón sobre todo para
gente como yo que me muevo a todas partes en Metro pero creo que sí. Ten en
cuenta que con Carlos lleva viviendo casi cuatro años y quieras o no un poco se
va perdiendo la relación.
-
Me gustaría verla
-
Bueno Papá, ya
hablaremos pero no creo que quiera.
-
En fin, pasado
mañana hablamos ¿de acuerdo?
-
Un beso Papá y
bienvenido a España.
-
Gracias hija,
hasta pasado mañana y ya sabes que te quiero
-
Yo también a ti.
Adiós.
Como
se me liberara de una obligación que tenía que haber cumplido nada más llegar,
cerré los ojos y esta vez me quedé completamente dormido hasta la mañana
siguiente en que me desperté pronto y después de hacer mi habitual circuito de
jogging, una buena ducha y un mejor desayuno, todavía no sé porqué, pero se me
ocurrió ir hasta el Hospital de Fuenlabrada donde había estado trabajando unos
cuantos años. Durante el trayecto en Metro naturalmente, que tonto era cuando
trabajaba allí, todos los días tenía que soportar más de tres cuartos de hora
de tapón por aquello de ir en mi coche, se me acumulaban los recuerdos y tengo
que reconocer, sería injusto no hacerlo, que estuve muy a gusto. Trabajábamos
mucho pero éramos como un grupo de amigos que sacábamos el trabajo de la mejor
manera posible y como era habitual, si lo hacías bien, tratabas a los pacientes
con amabilidad y encima los resultados en general eran favorables, el número de
los que se querían operar con nosotros iba aumentando mientras la plantilla
seguía siendo la misma. Mi entonces jefe Guillermo Oltraberas era un hombre,
mayor que yo, pero todavía joven que se preocupaba mucho porque su gente
estuviera a gusto. Teníamos una relación personal excelente entre todos, claro
que entonces éramos solamente cinco y con una ilusión por aprender y por hacer
las cosas bien que superaba la media. Era un Jefe
Subí
hasta la cuarta planta donde estaba instalado el Servicio de Cirugía Plástica.
Miré la lista de Médicos y de mi época solamente quedaba uno, los demás
empezando por el Jefe no me sonaban de nada. Fui al despacho de la secretaria y
había una nueva, bastante mona por cierto y después de presentarme me indicó
que fuera a la Urgencia porque todos los demás estaban en un Congreso de la
Sociedad Española de Cirugía Plástica en Valencia y no volvería ninguno hasta dentro de tres o
cuatro días. Pregunté quien estaba de guardia y como no le conocía me fui no
sin antes dar una vuelta por la planta en la que había trabajado y por no
conocer no conocía ni a las Enfermeras. Solo me reconoció una auxiliar con la
que estuve hablando unos minutos y ella fue la que me comentó que aquello ya no
era como antes. Los Médicos ya no pasaban visita diaria todos juntos y habían
desaparecido las sesiones clínicas a las ocho de la mañana. Ahora cada uno
llegaba, hacía lo que le tocaba hacer y se volvía a su casa. Por supuesto los
sábados y Domingos por allí no aparecía absolutamente nadie y en caso que
hubiera algún problema se llamaba al Médico de Guardia, pero también es
verdad, me comentó mientras se despedía,
que la mayoría de las cirugías eran de corta estancia y se quedaban en el
Hospital de Día.
Salí
bastante deprimido, era consciente que diez años son muchos años pero ¿eran
tantos como para que no me conociera nadie? Me daba un poco de pena, pero que
le vamos a hacer, la vida es así. Volví a meterme en el Metro, estaba decidido
a darme un paseo por el Parque del Oeste y comer en un pequeño restaurante
cerca de la Torre de Madrid, pero me sucedió algo especial. De pronto y sin
razón aparente sentí una necesidad muy fuerte, muy violenta de ver a Carmen, mi
ex, con la que hacía por lo menos cuatro años que no había hablado ni sabía
nada de ella. No había tenido ningún contacto y las noticias de mis hijas las
conocía por ellas mismas que de vez en cuando me llamaban y todo como consecuencia de la última discusión
por Skype en la que creo recordar que fue cuando me dijo que se había casado.
¿Cuántos años hacía de eso? Ni idea, pero por lo menos tres o cuatro años, o
incluso más porque el tiempo pasa bastante más deprisa de lo que parece. Estoy
pensando que aunque quiera no podría ir a verla porque no se donde vive,
se lo tendría que preguntar a Patricia y
todavía es un poco prematuro. La podría llamar por teléfono pero ¿querrá hablar
conmigo? ¿por qué no? al fin y al cabo seguimos siendo los padres de dos niñas,
aunque la situación entre nosotros haya cambiado. Bueno, de momento esta tarde
voy a una conferencia en el Ateneo de Madrid y tiempo habrá para contactar.
Hay
que reconocer que tener tiempo libre en Madrid es una auténtica gozada, los
días son claros, el sol nos hace compañía permanentemente y se pueden contar
por cientos los lugares que existen para pasar una tarde. Locales de música, de
lectura, para tomar una copa, para degustar un buen café y muchas actividades
más. Esa tarde fui al Ateneo porque estaba interesado en la historia reciente
de Europa y daba una conferencia con su correspondiente coloquio un diputado de
la Comunidad Europea, creo que era alemán aunque hablaba perfectamente español
y resultó una conferencia muy ilustrativa y sobre todo un coloquio de lo más
relajante y tuve oportunidad de charlar con gentes de la más diversa condición,
pero todos unidos por un nexo común como era el de estar al día de los
problemas que nos solucionaba la Unión Europea de la que por cierto, gracias al
“brexit” se había ausentado el Reino Unido y ahora, según parece andaban tratando de renegociar como
podrían volver, de una manera un poco particular, pero volver al fin y al cabo.
Me llamó la atención que la preciosa sala del Ateneo donde se celebraba la
reunión estaba hasta los topes con gran cantidad de gente joven lo que indicaba
el interés que provocaba este tema entre los jóvenes, de bastantes generaciones
anteriores a la mía, preocupados por su futuro.
Lo cierto es que no estoy seguro que fuera por la simpatía del
eurodiputado, por el interés de los presentes o por el contenido de la charla,
el caso es que resultó de lo más agradable.
El Sr. Kirsbrown, que así se llamaba el
político alemán, no dejó ni un minuto de relatar anécdotas y más anécdotas
ocurridas en los casi treinta años que llevaba como político representado al
centro liberal del estado alemán y las contaba con un sentido del humor más
propio de un político italiano, español o de algún otro país del sur de
Europa. Casi sin darnos cuenta y gracias
a su extraordinaria habilidad para ir mezclando temas, la charla giró hacia la
preparación necesaria para llegar a ser Eurodiputado y lo que tendrían que
hacer los jóvenes para conseguir una plaza, insistiendo en el conocimiento de
los idiomas, por lo menos dos además del propio y teniendo la ilusión de
integrarse en otro tipo de cultura siempre relacionándose con gente de los mas
distintos lugares del mundo. Un trabajo apasionante, pero que nadie piense que
se trabaja poco, porque no es cierto. Soy consciente que a los políticos nos
llaman de todo, ya lo se y no hace falta que me lo repitan, comentó con la
mejor de sus sonrisas, pero en Bruselas, en donde tengo la suerte de estar
destinado en estos momentos, se trabaja muchísimo más de lo que ustedes se
imaginan. Las comisiones son el pan nuestro de cada día y las negociaciones
cada vez son más complejas estando discutiendo los diferentes temas, viendo
contratos, proposiciones, ventajas e inconvenientes para cada uno de los países
y para toda la unión Europea, hasta altas horas de la noche y al día siguiente
otra vez, o sea, que si alguno de los presentes está pensando en hacerlo para
vaguear después por las distintas Comisiones Europeas, que se dedique a otra
cosa porque aquí no va a encontrar lo que busca. Se que más de uno estará
pensando que en contraprestación recibimos unos buenos sueldos y no van
desencaminados, pero siempre teniendo en cuenta que lo habitual es que la
mayoría tengamos a nuestras familias en nuestros países de origen y por lo
tanto tenemos que mantener dos casas, lo que cuesta bastante ¿cómo dicen
ustedes? nos cuesta bastante pasta
exactamente, aunque también deben de saber que Bruselas no es precisamente
Madrid y las posibilidades de divertirse son mucho más escasas con lo que los
gastos personales siempre son algo más reducidos.
Esta
última parte de la charla dio pié a todo tipo de preguntas a las que el liberal
alemán contestaba con miradas y gestos de complicidad con lo que la
concurrencia se lo pasó en grande siendo despedido con grandes aplausos. Una copa de vino español y una pequeña charla
con alguno de los presentes fue el final de aquella tarde de lo más agradable.
Pedí un programa de actividades culturales, me tomé una caña en la Plaza Mayor
y pronto estaba en casa.
Mi
habitual sesión de footing fue el inicio de una mañana que debía ser como todas
las demás y que sin embargo pareció decisiva en mi futuro porque corriendo y
corriendo parecería que mi vida cambiaría de una manera progresiva pero
absolutamente radical y todo por culpa de un colega que me invitó a ir a
conocer con un grupo de amigos unas cuevas en un pueblo perdido de la provincia
de Burgos. Sería un fin de semana, unos diez o doce en total, que dormiríamos
en su casa, haríamos excursiones y las tardes las dedicaríamos a pensar en
nuestro futuro. Si, así como suena, me invitaba con insistencia y a mí me
parecía bien porque hace años que llevaba dándole vueltas a ese tema, hablando
con unos y otros y me ha parecido siempre muy interesante y sobre todo
intrigante. Hablaremos – decía entusiasmado - con total libertad de lo que nos
apetezca pero siempre enfocado hacia el futuro, hacia lo que quisiéramos que
pasara, a nuestras inquietudes y a todos los temas que vayan surgiendo. Serán
noches largas, con las correspondientes copas
y eso si todo el que vaya se tiene que comprometer a desnudarse
mentalmente y a tratar de resolver, si es que se puede, sus problemas y con un
poco de suerte los de los demás. ¿Qué te parece?
La
proposición me la hizo uno de mis
colegas de jogging sentado en una terraza al lado del estanque del Parque del
Retiro, donde solíamos tomar “una cañita” con los diferentes corredores que nos
apuntábamos cada mañana. Algunos ya habían ido y me animaban a disfrutar de
aquella experiencia, mientras otros decía que era un coñazo y que por no valer
no valía ni para ligar
-¿También
van mujeres? – pregunté con candidez.
-
Cada uno va con quien le da la gana, pero casi todos vamos con nuestras
respectivas parejas, aunque no sería la primera
vez que se organizan dos grupos para hablar con mayor libertad.
-
¿Y cuantos somos en total?
- Lo estamos organizando para finales de Junio
con lo que todavía tenemos tiempo, pero en principio seremos unos diez o doce.
- ¿Yo conozco a alguien?
- De los apuntados hasta ahora conoces a todos
los varones y a las mujeres de tres de ellos. Incluso al que creo que no
conoces es posible que me equivoque y alguna vez hayas corrido con él, no estoy
seguro porque viene bastante poco.
- Chico, no se que hacer, la verdad – bebí lo
poco que me quedaba de cerveza – lo tengo que pensar
- ¿Se lo tienes que comentar a tu mujer?
- No – le contesté tranquilamente – estoy
separado hace años y no tengo ese problema
- ¿Entonces?
- No se – pedí otra caña al camarero que en ese
momento pasaba por allí – no lo tengo claro. Me parece todo como un poco raro
-
¿No estarás pensando que somos del Opus y queremos atraerte hacia nosotros?
- Pues la verdad es que no lo había pensado –
contesté mirando fijamente al que me estaba haciendo la propuesta – pero
supongo que no, lo que pasa es que tienes que reconocer que es una proposición
extraña, casi no me conoces de nada y me invitas a un fin de semana a tu casa
en la provincia de Burgos ¿no te parece?
- ¡Que quieres que te diga! – me contestó
sonriente – tienes razón, para que nos vamos a engañar, pero pregúntale a Jesús
que ya ha ido dos veces
Cuéntale
para que se quede tranquilo.
Jesús
era posiblemente al que más conocía. Era digámoslo mi compañero de fatigas. Mas
o menos de mi edad, era el dueño de una empresa de informática lo que le
permitía tener un horario no excesivamente rígido, corría como él decía por
prescripción facultativa porque había tenido un amago de angina de pecho y su
cardiólogo se lo había recomendado. Corría todos los días exactamente diez
kilómetros, ni uno más ni uno menos y no le sucedía lo que a todos nosotros que
estábamos deseando ir progresando para llegar algún día a hacer el Maratón
Popular de Madrid que era la meta de casi todos. El no, en cuanto llegaba a los diez
kilómetros se paraba y todos los días se sentaba en alguna terraza, decía muy
sonriente “misión cumplida” y se volvía a su empresa. Los Domingos hacía
exactamente lo mismo con la diferencia que se quedaba más tiempo sentado con el
resto. Creo que un día comentó que estaba casado, pero que no tenía hijos y que
no tenía prisa porque su mujer que era algo de Sanidad, no se si enfermera o
auxiliar, trabajaba hasta las tres y por
eso no tenía prisa porque los demás del grupo que éramos como quince o veinte o
no iban los Domingos o casi seguían corriendo para llegar a sus casas cuanto
antes y dedicarles tiempo a sus mujeres y a sus hijos.
-
Hombre ¡que quieres que te diga! – me miró a
través de sus ojos azules – tengo que reconocer que suena raro, es verdad y a
mí me pasó igual la primera vez que me lo dijo, pero aunque yo tenía, como tú,
mis dudas, me olvidé de todo y fui – estaba sentado a mi lado y me puso su mano
derecha sobre mi antebrazo – No te puedes imaginar como me cambió todo. De
verdad que todo lo que te diga es poco y ahora muchos días soy yo el que
organiza cosas parecidas lo que pasa es que como yo no tengo un “casoplón” como
Antonio lo hago a través de paseos por el campo con un grupo de amigos.
-
¿Siempre sois los
mismos?
-
No,
afortunadamente no porque si no a la tercera reunión ya estaríamos todos hasta
el gorro de oír las mismas historias. Yo invito a algunos y luego cada uno
lleva al que quiere.
-
¿Qué días os
juntáis?
-
Depende – Jesús
consultó su móvil – por ejemplo el Domingo que viene nos juntamos en el Monte
del Pilar que está entre Majadahonda y Pozuelo.
-
¿A que hora?
-
Sobre las diez en
la puerta de la estación de tren de Majadahonda y desde allí andamos un poco y
luego nos sentamos a charlar y si quieres venir ya sabes que estás invitado.
-
Posiblemente vaya
y así me hago una idea de lo que me estáis proponiendo
-
De acuerdo –
Jesús me dio un fuerte apretón de manos -
El Domingo te esperamos.
-
Pero no te
olvides que también tienes un compromiso conmigo – Antonio no quería perder un
posible participante en su casa de la provincia de Burgos, apuró su caña y se
levantó dando por terminada la sesión de ese día.
-
Primero voy con
Jesús y después si me convence me apunto a tu casa en Burgos ¿de acuerdo?
-
Perfecto –
Antonio pidió la cuenta y la dividió entre los presentes – pero que no se te
olvide el footing
-
No, hombre no,
¡como se me va a olvidar!
-
Bueno, chavales,
entonces nos vemos el lunes a la hora de siempre.
-
Hasta el lunes.
-
Adiós.
Tenía
una semana por delante para decidir lo que quería hacer y no lo tenía nada
claro. Todo me parecía muy raro, un grupo de gente que se reúne para hablar del
futuro ¿era así? Y no te pedían nada a cambio, ni una cuota mínima o algo por
el estilo. La verdad es que a mí me tenía un cierto tufillo a algo relacionado
con la religión, posiblemente no del Opus, pero si de alguna tendencia de esas
que estaban apareciendo en los últimos tiempos y si era así conmigo que no
contaran. No es que fuera ateo, mi educación el en el colegio de curas había dejado un poso dentro de mí, pero desde
luego lo que no era de ninguna manera era practicante. Hacía muchos años que no
iba a Misa y eso de confesarse me sonaba a chino, o sea que por ahí no creo que
trataran de convencerme porque a los cincuenta años ¡como pasa el tiempo! Pocas
cosas cambian y con mi mentalidad más porque los cambios bruscos nunca fueron
mi especialidad, excepto mi marcha a Londres que sí que lo fue, pero no por mi
voluntad si no porque el destino se presentó así, pero, en general, se puede
decir que no era muy amigo de los vaivenes en mi vida.
Tampoco
me gustaría que fuera una reunión de esas de meditación profunda ni nada por el
estilo y el razonamiento que me hacía era bastante simple, no creía en esas
teorías, formas de vivir o como se les llame. Nunca había estado en el Tibet ni
en ningún país oriental donde la meditación formaba parte de sus vidas, no
conocía nada de esas filosofías y tampoco tenía muchos interés en aprenderlas.
Creo que en mi caso no sería eficaces y no iba más allá en mis planteamientos.
No creo que sea una especie de reunión de esas donde un fulano con pinta de
haber salido de las profundidades de la tierra nos contara como iba a ser
nuestro futuro. Si era así, me daré la vuelta y me volveré por donde he venido.
Sin embargo, Jesús, el que me invitaba no parecía formar parte de ninguna de
esas cosas, más bien parecía un tío de lo más normal que no buscaba protagonismo,
ni mucho menos. En fín, lo que sea se verá, pero reconozco que voy con cierta
prevención. En cualquier caso hasta el Domingo quedan varios días y tiempo
habrá para tomar la decisión si voy o me quedo en mi casita tan tranquilo.
Llegó
el jueves y allí estaba en el centro de la Plaza de Colón, a la una en punto
viendo como el sol se adueñaba de todos y cada uno de los rincones. La terrazas
estaban como si regalaran las cervezas y los jóvenes se tumbaban el los amplios
espacios de hierba tratando de apoderarse de todos los rayos de sol para que la
llegada del verano, que se acercaba a pasos agigantados, no les pillara blancos
como la leche. Algunos se demostraban su amor y otros simplemente dejaban pasar
los minutos disfrutando de aquella cálida mañana. Di una vuelta aspirando el
olor de Madrid, si, un olor típico que solo lo percibíamos los habitantes de
esta gran capital y estuve un rato viendo la estatua de Blas de Lezo, un marino
español que anduvo por Centroamérica y allí defendió a España llegando a perder
un brazo y una pierna por lo que era conocido como el medio hombre. Es curioso
porque yo no sabía absolutamente nada de este Marino Ilustre hasta que, gracias
a la Embajada de España en Londres, se organizó una exposición en las
instalaciones portuarias y fue un rotundo éxito de visitantes, entre los que
estuve yo hace años. Llamaba la atención que un español desconocido para la
mayoría hacía frente con cuatro barcos y unos cuantos marineros dispuestos a
dar su vida por su país defendiera con uñas y dientes unas islas lejanas
rodeadas por una Armada inglesa prodiga en medios materiales y humanos y
lograran la victoria pero así fue y la historia se ha encargado de recordar a
través de exposiciones como aquella.
Estuve
tentado de entrar en la Biblioteca Nacional, pero lo dejé para otro día porque
había quedado con mi hija Carmen y tampoco me parecía oportuno darle un plantón
y menos el primer día. Por otra parte, ya habría tiempo para visitarla con la
tranquilidad que requiere un lugar con tantísimos libros para disfrutar.
A
las dos ¿se me habría pegado algo de la famosa puntualidad inglesa? estaba en
el centro de la Plaza y allí apareció con una sonrisa que daba envidia mi hija
Carmen. La vi de lejos y me pareció, por un instante, estar viendo a su madre
cuando tenía veintipocos años. Fue solo un segundo pero me impactó. Me abrazó
con calor, con esa efusión que da el ser y sobre todo el sentirse joven y nos
sentamos en el restaurante que había propuesto, después de esperar un buen rato
en la barra. ¡Que raro se me hacía todo! sentado delante de ella me parecía
como si hiciera siglos que no la veía y eso que no habrían pasado más de dos
años desde la última vez que estuvo en
mi casa de Londres. Estaba radiante, se notaba en sus ojos que ese momento
esperado, por fin estaba llegando. Al principio casi no nos salían las palabras
y estuvimos unos minutos solamente disfrutando de la certeza de estar juntos
otra vez, pero poco a poco nos fuimos animando y la conversación resultó de lo
mas agradable. No se porqué me parecía, justo en el momento de sentarnos , que
iba a ser como una charla de padre a hija sin darme cuenta que estaba hablando
con toda una mujer que por tener tenía hasta pareja y vivía con ella desde
hacía por lo menos un año. Se trataba, su pareja, de un arquitecto que
trabajaba por libre y que por lo que me
comentaba Carmen le iba bastante bien. Era un hombre, siempre versión de mi
hija, de un hombre de treinta años, pero con cara de niño, culto, con una
educación exquisita y que la trataba de una manera absolutamente liberal por
tener separación tenían hasta dos cuentas diferentes y, cosas de jóvenes, de
vez en cuando se hacían préstamos y hasta para devolverlo se aplicaban un
pequeño porcentaje y hasta una penalización si el pago no se producía en la
forma y en el momento aceptado por ambos
-
¿De verdad que
funcionáis así? – pregunté entre sorprendido y divertido
-
¡Y como vamos a
funcionar! – ahora la que se mostraba sorprendida era mi hija – es lo que hace
todo el mundo, Papá
-
Ya, ya – en sus
ojos se notaba la ilusión que la llenaba cuando hablaba de su pareja – la
verdad es que a mí me parece una fórmula un poco rara, pero en fin, vosotros
sois la pareja y yo, como es natural no soy quien para meterme donde no me
llaman.
-
Pero, si no fuera
así ¿ de que otra manera nos podríamos organizar?
-
No lo se, hija,
no lo se, pero a pesar del tiempo que llevo por ahí todavía no me he
acostumbrado a esa manera de entender la vida y que quede claro que cada uno se
organiza como quiere, pero déjame pensar que para mí es un poco extraño, me
parece como una especie de falta de confianza entre vosotros dos, pero es un
tema vuestro.
-
Falta de
confianza ¡que va! – Carmen aprovechó para tomarse un pequeño sorbo de una copa
de un excelente Rioja que no habían servido – es justo al revés. ¿Sabes que me
está resultando muy difícil llamarte Papá – me miró y se rió como solo se ríen
los de veinte años.
-
Me puedes llamar
Andrés
-
No digas
tonterías
-
Eso digo yo,
aunque lo entendería.
-
No empieces,
Papá, por favor – se puso sería – hemos venido a comer y a retomar nuestra
relación que estaba un poco fría desde hace un par de años y – puso su mano
sobre mi antebrazo derecho- y lo tenemos que conseguir.
Le
dí un beso en la mejilla y estuve algunos minutos mirándola a través de mi copa.
El cristal deformaba la realidad y por unos instantes me pareció ver a Carmen
cuando volvía del colegio con su uniforme, la cartera bajo el brazo y las
preocupaciones de una niña que comenzaba su adolescencia, esa adolescencia que
me perdí y que ahora trataba de recuperar como si quisiera volver a iniciar la
vida que ya pasó y que nunca iba a volver me pusiera como me pusiera. Esa etapa
de su vida seguro que a ella le resultaba reciente pero que a mi me parecía
como muy lejana. Su llamada me hizo volver a la realidad.
-
Papá – su sonrisa llenaba todo el espacio
alrededor de nuestra mesa situada en un lateral de aquel restaurante - ¿sabes
que estás comiendo conmigo?
-
Perdona, perdona,
pero se me ha ido la cabeza
-
Y me veías como
una niña ¿a que si?
-
¿Cómo lo sabes?
-
Las mujeres
tenemos como un sexto sentido que, a veces, nos permite conocer lo que pasa por
vuestras cabezas.
-
¿Y eso que casi
no me conoces?
-
Te conozco
bastante más de lo que tú te crees, pero en cualquier caso para eso estamos
aquí ¿no?
-
Supongo que si
-
Y que te parece
¿he cambiado tanto?- bebió otro pequeño sorbo de vino sin dejar de mirarme
fijamente
-
Así, a bote
pronto, yo diría que si. Me parece que has madurado bastante y no se porqué
creo que estás muy influenciada por el chico con el que estás viviendo, se
llama David ¿no?
-
Si
-
Hombre, al fin y
al cabo te lleva unos años y eso se tiene que notar ¿no te parece?
-
No se – me
pareció como si se pusiera un poco seria al tocar ese tema – por una parte
pienso que si, que tienes razón, pero por otra ya verás cuando lo conozcas que
tiene una mentalidad más cercana a la mía que a la que debería tener con los
años que tiene. Es una persona con una vitalidad que le sale por todas partes y
con una alegría que contagia a todos los que tiene a su alrededor. Es muy amigo
de sus amigos y los defiende a capa y espada y tiene las ideas bastante claras
sobre lo que quiere en la vida y eso tiene su mérito porque no te olvides que
tiene treinta años
-
¡Que suerte!
-
¿Te da envidia? –
me preguntó con la inocencia reflejada en sus ojos
-
Sinceramente si –
afirmé con la cabeza mientras saboreaba un rabo de toro que me estaba sabiendo
a gloria – Ojalá yo a sus años hubiera sabido lo que quería.
-
¿De verdad que no
lo sabías? – preguntó como muy sorprendida.
-
Pues no me
acuerdo muy bien, pero creo que no. Desde luego de lo que estoy seguro es que
lo que quería, por aquel entonces, era trabajar lo más posible y por supuesto
ganar dinero y como dice la canción de Julio Iglesias me olvidé de vivir y
ahora, que sin darme cuenta me voy haciendo viejo, pienso que me he equivocado
en muchas cosas y lo que no tiene remedio, como decía mi padre, ya está
arreglado y mejor pensar en otra cosa.
-
Es una buena
teoría – Carmen me miraba como intentando leer en mi cerebro lo que me guardaba
para más adelante – y tengo ganas que conozcas a David para que te cuente la
suya que es absolutamente contraria.
-
¿Piensa que lo
hecho tiene remedio?
-
Habrá que
preguntárselo a él, pero supongo que no, lo que has hecho ya lo has hecho y no
tiene arreglo, pero si que puedes intentar no hacer cosas de las que pasados
unos años te tengas que arrepentir, esa me parece que es su teoría y sobre todo
lo que tiene clarísimo es que hay que ganar dinero, sería absurdo decir lo
contrario, pero que los árboles no te impidan ver lo que hay más allá y que la
vida solo se vive una vez y que cuando vayan pasando los años también se irán
pasando las múltiples oportunidades que se ponen delante de nosotros y hay que
aprovecharlas porque el tren solo pasa una vez.
-
Bueno, bueno –
apuré un café que tenía sobre la mesa – habrá que conocerle porque me parece un
tipo muy interesante.
-
Si que lo es,
Papá, si que lo es
-
Y tú le
quieres ¿verdad?
-
Un montón –
Carmen miró su reloj y se puso de pié como si le hubieran puesto un resorte en
el asiento - ¿sabes cuanto tiempo llevamos aquí?
-
No tengo ni idea, pero yo desde luego prisa no
tengo ninguna.
-
Tú no, pero yo
soy una curranta con un horario y ya llego tarde, o sea que te dejo. Ya
hablaremos por teléfono y quedamos un día ¿te parece?
-
Yo estoy a tu disposición.
-
Te quiero Papá
-
Y yo también a
ti, ya lo sabes.
-
Se puso la chaqueta mientras se alejaba por el
restaurante y desde la puerta se volvió y me dijo adiós con la mano.
Después de pagar la cuenta, la verdad es que este tipo
de restaurantes pequeños, con encanto creo que les llaman, situados en el
Centro de Madrid, salen bastante bien de precio o quizás es que yo estoy
acostumbrado a los precios de Londres pero no me pareció nada caro, y a las
cuatro y media de la tarde estaba paseando por la Castellana camino de la Plaza
de Cibeles. Era un día de primavera precioso que invitaba a disfrutar de la
vida, avanzaba lentamente por un lateral y en casi sin darme cuenta estaba en
la puerta del Museo del Prado. Dudé si entrar pero me pareció que ese sol radiante
no se podía abandonar y continué paseando hasta el Jardín Botánico. Estaba
abarrotado de flores y árboles de todos los tipos y colores y vacío de
personas. Al fondo, un pequeño bar con unas mesas a la sombra de unos ficus
milenarios parecían atraerte como un imán y al minuto estaba allí sentado
disfrutando de un gin tonic que hacía de medio de transporte para llevarte con
la imaginación hasta otro mundo alejado de las grandes ciudades y donde todo
estaba organizado para que los sonidos de los pájaros que volaban libremente
por entre aquella especie de selva parecieran contribuir a sentirte en un
estado que se podría definir como de felicidad perfecta. Como diría David, el
novio de Carmen, ahora o nunca era el momento de dejar la mente en blanco y no
pensar en nada. Hacía años que no conseguía estar como suspendido en un mundo
increíble en el que hasta los problemas permanecían aparcados para no enturbiar
esos minutos y sería absurdo no tratar de aprovecharlos lo mejor posible. No
tengo la menor idea cuanto tiempo estuve sentado en aquel cómodo sillón de
mimbre, mas de dos horas seguro, hasta que una pequeña brisa vino a enfriar el
ambiente y me volví tranquilamente por la calle de Alcalá y la Gran Vía hasta
mi piso en la Torre de Madrid paladeando un atardecer que con la huida del sol
se iba transformando en noche y con ganas de que aquellas horas de tranquilidad
se confundieran con un sueño reparador como fue mi caso.