Queridos blogueros/as: Lo siento pero volvemos otra vez con la enfermera al pueblo. Ya decía el otro día que era una novela de un pasito "pa alante" y otro "pa atrás" y ahora toca el primero.
Yo no se vosotros, pero yo ya tengo ganas que se mate con el Médico para entrar en temas interesantes, pero lo escrito, escrito está y no seré yo el que lo cambie, que ya lo hice el otro día y llevo una semana dedicado a darle vueltas a los últimos capítulos porque, de lo contrario, la historia no pega ni con cola.
Tengo que inventar algún premio para vosotros por ser blogueros/as con una fidelidad pasmosa, eso si, no el número no aumenta de ninguna manera, pero vosotros seguís erre que erre todas las semanas y eso tiene que tener algún reconocimiento por mi parte. Ahora no se me ocurre el que, pero todo se andará
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
15
Sofía
estaba impaciente. El cuarto de estar se le hacía pequeño, hasta el cuadro del
salón que semejaba un mar con la línea del horizonte parecía haberse acercado
más y se percibía como el rumor de las olas. Sofía permanecía sentada unos
segundos y a continuación se levantaba y recorría el salón dando pasos y más
pasos. Comprobó que el timbre funcionaba, bajó hasta la consulta para ver el
ordenador. Volvió a subir, se preparó un café y se acercó hasta la habitación
de su hijo que dormía placidamente. Se
quedó mirándole, como hacía muchas noches, y pensó en el futuro. ¿Cómo sería?
Para ella bueno, casi con seguridad, pero para el niño, sin padre, en un pueblo
perdido, sin conocer a casi nadie, ¿Se abría equivocado saliendo de
Madrid? En una capital todo es mas
probable, los peligros por supuesto y las oportunidades mas. ¡Que mayor está!
Parece mentira, claro que ya tiene casi trece años ¡trece años que murió
David! Y desde entonces ni un solo día
había dejado de recordarle. Habían sido unos años maravillosos, primero en
Honduras y luego en Mali hasta el día que lo secuestraron sin motivo ni razón,
pero las guerras son las guerras y muchas veces pagan justos por pecadores.
David, su marido, no había ayudado a ningún jefe de ninguna tribu y mucho menos
de alguna banda rival y aunque se empeñasen, él no era culpable de nada.
Atendía a todo aquel que llegase herido a la Misión y nunca preguntaba por las afinidades
políticas de cada uno. El era Médico, atendía enfermos y ni su pasado, por
supuesto su presente y mucho menos su futuro, le interesaba lo mas mínimo.
Lo que
empezó siendo una simple discusión entre bandas rivales, acabó como el rosario
de la aurora y el país se enzarzó en una guerra civil que acabó entre otros con
su marido que nada tenía que ver. El destino, en el que tanto creía Sofía,
había sido protagonista nefasto en aquella ocasión.
Estaba
tan obsesionada en sus pensamientos que no advirtió como David, su hijo, abría
los ojos y la miraba fijamente
- Mamá, mamá eh, eh despierta – David movía los brazos tratando de
llamar la atención - ¿en que estabas pensando?
- Perdona David – Sofía se echó para atrás unos
mechones de pelo que le impedían una buena visibilidad de su hijo – pensaba en
tu padre.
- Pues espabila porque te está llamando Charo
¿no la oyes?
- Si ahora si - contestó Sofía mientras bajaba
las escaleras de dos en dos – voy, voy
- Venga, Sofía que ya tenemos a la primera
paciente – la auxiliar que le había proporcionado el ayuntamiento la llamaba
ilusionada – cuando quieras la paso porque la he dejado en la sala de espera.
Sofía
se sentó delante de la mesa de su despacho. El tablero de caoba precioso,
solamente estaba cubierto por una carpeta de cuero que hacía las veces de
cajonera y una especie de cubilete donde se apilaban distintos bolígrafos de varios colores. Sofía se
santiguó como hacía siempre que comenzaba algún trabajo interesante, se ajustó
la bata blanca y se sentó con la mayor de sus sonrisas.
- Charo: Dile que pase.
La
puerta se abrió y lentamente apareció una señora mayor aunque no sabría decir
cuanto, enormes ojeras que la hacían parecer todavía mas mayor, el pelo bien
cuidado, las mejillas con un discreto toque de colorete al igual que los
labios. Un sobre de grandes dimensiones en su mano derecha y el bolso en la
otra eran los complementos a un vestido rigurosamente negro reflejo de su
pasada viudedad.
Sofía
se levantó de la silla, rodeó la mesa y dio la mano a su primera paciente con
gesto algo más que sonriente. A continuación la invitó a sentarse y ella hizo
lo propio.
- Si le parece empezamos por la parte
burocrática y luego me cuenta ¿le parece?
- Lo que usted diga Señorita.
- Bien - Sofía se ajustó el ordenador e iba
anotando las respuestas de su primera paciente - me dice su nombre, por favor.
- Si señorita, mi nombre es Eunomia.
- ¿Apellidos?
- Lopez Salgado
- ¿Fecha de nacimiento?
- Espere un momento que me acuerdo porque fue
hace muchos años, el 12 de Enero de hace ochenta y un años.
- Pues está usted muy bien para esos años
¿nunca se lo han dicho?
- Si, pero no se fíe - la señora se secó una
lágrima con un pañuelo que sacó del bolso -
porque desde que se murió mi pobre Evaristo no levanto cabeza.
- ¿De que se murió?
- De siempre tenía asma y se debió de romper
algo en el pulmón porque se murió casi de repente. Una tarde en el Hospital y a
última hora nos avisaron que estaba muy mal y cuando llegamos había fallecido
- Lo siento.
- Gracias, hija
- ¿Hace cuanto tiempo que se murió?
- El día de San Teodoro, el veinte de Abril de
hace casi un año
- ¿Usted vive sola?
- Si señorita, si. Ahora si
- ¿No tiene hijos?
- Tuvimos dos, pero se nos murieron. Uno, nada
mas nacer, en plena guerra y otro cuando tenía cinco años. Ya sabe usted.
Tuberculosis. No había nada que hacer
- Menuda faena - Sofía pensaba en ese momento
en David, su hijo. Si le pasara algo no
sabía si podría superarlo.
- Si, pero hija mía, ¡ya sabes! es ley de vida.
Dios te los da y Dios te los quita.
- ¿Es usted creyente?
- Si, mucho. Mi Evaristo y yo éramos como los
encargados de mantener la
Iglesia en condiciones y claro teníamos mucha relación con D.
Hermógenes, el Cura.
- O sea, que si no le he entendido mal era
usted la sacristana.
- Bueno, el sacristán era mi Evaristo y yo
ayudaba en todo lo que podía.
- Muy bien, Doña Eunomia y ¿que le trae por
aquí?
- Me gustaría que me diera algo para mejorar
porque estoy como sin fuerza ¿me comprende?
- Claro que la comprendo ¡como no! Doña
Eunomia. Se ha quedado viuda y sola en la vida y quiere encontrarse mejor ¿no
eso?
- Si, hija si. El problema es que llevo mucho
tiempo intentándolo y yo sola no soy capaz.
- ¿La ha visto Don Antonio María?
- ¿El
Médico? Si, muchas veces
- ¿Y que le ha dicho?
- Que estoy depresiva y que con el tiempo se me irá pasando
- ¿Le ha recetado algo?
- Si, unas “cláusulas” rojas y blancas
- Se podrían llamara Lexatin o algo así
- Si me suenan
- Eso está muy bien
- Si, pero yo no me encuentro mejor.
- ¿Y hace mucho tiempo que las toma?
- Tres o cuatro meses.
- Ya - Sofía creía que podría ayudarla con algún
producto de herbolario, pero cualquiera le cambiaba el tratamiento - yo creo
que Don Antonio María tiene razón y con esas pastillas y dejando pasar un poco
mas de tiempo seguro que mejorará.
- No se yo - Doña Eunomia había depositado toda
su confianza en aquella chica, pero tenía la impresión que no se interesaba
mucho por su caso - es normal - pensó casi en voz alta - una vieja pesada ¡que
tome unas pastillas y que vuelva en tres meses! son todos iguales.
- Si me permite un consejo
- Dime hija, dime
- Salga de su casa. No se quede mucho tiempo
allí sin hacer nada porque no tendrá nada más que recuerdos y eso no le vendrá
bien para su recuperación. ¿Sigue yendo a la Iglesia ?
- No. Bueno si, pero no como antes. Ahora solo
voy a Misa los días de precepto y nada más.
- ¿Y eso porqué?
- Pues porque en la Iglesia , en cada jarrón
del altar, en cada rincón, en cada altar, en la sacristía, en el banco en que
me siento, en cualquier lugar de la
Iglesia allí está mi
Evaristo y no puedo, es superior a mis fuerzas
- Pues no se - Sofía trataba de buscar otras
alternativas - vaya a casa de una vecina a tomar un café, a charlar un rato. En
fin, que se tiene que buscar algo que hacer Doña Eunomia y ya verá como si lo
busca lo encuentra.
- Muchas gracias, Señorita, ha sido usted muy
amable y me ha dedicado bastante mas tiempo que D. Antonio María - Doña Eunomia se levantó de la silla y salió
de la consulta caminando lentamente apoyada en su bastón. Casi en la puerta se
dio la vuelta
- Señorita ¿le debo algo?
- No se preocupe, Doña Eunomia, que esta vez por
ser la primera paciente que me visita en el pueblo, no le cobro nada.
- Muchas gracias
- Adiós y que supere esa situación poco a poco.
- Adiós.
Sofía
vio como se cerraba la puerta y pensó lo difícil que era tratar este tipo de pacientes porque no necesitaban
medicinas, ni actuaciones muy complicadas, ni siquiera la visita a un Médico o
como en su caso acudir a una consulta de enfermería, no, lo que necesitaban era
pura y simplemente, compañía, algo que parece tan fácil y que habitualmente
resulta tan difícil. Una sonrisa, una palmada en la espalda y comprensión hacia
su problema. Sofía no era psicóloga pero no era necesario ser muy lista para
darse cuenta que después de convivir con una persona cincuenta o sesenta años,
si de pronto fallece, naturalmente que te tiene que quedar un vacío muy
importante. ¡Como no! y llenarlo es muy complicado. Encima estas cosas te pasan
cuando tienes muchos años y pocas ganas de pelea.
Lo que
puedo hacer como Doña Eunomia vive aquí al lado, mañana me paso un segundo por
su casa y le hago un rato de compañía y seguro que eso le viene mejor que todas
las pastillas que le ha mandado D. Antonio María, pero, de todas las maneras y
para no meterme en líos, no seré yo la que le diga que esas pastillas no le
valen para nada, pero no le valen.
La
enfermera comprobó que no había nadie más en la sala de espera y subió a su
casa. Charo, la chica que había contratado para la consulta y para ayudarla en las labores del hogar, se
esmeraba entre las cazuelas para dejar la cocina como “los chorros del oro”.
Con una fregona pasaba un suelo agradecido que al menor contacto con el agua,
brillaba casi con luz propia. Los armarios estaban cerrados aunque a través de una especie de
rejilla de alambre se adivinaba con claridad todo su interior. Los platos
estaban apilados con un orden riguroso, los platos hondos a un lado, los llanos
a otro y en medios los de postres. Todos
eran de color amarillo con un ribete en azul marino. Los cubiertos, cada uno en su espacio
correspondiente, contribuían a mantener el orden y todo el interior de los
amplios armarios reflejaban el carácter ordenado de su dueña.
Sofía
pasó revista a los dormitorios. El de su hijo estaba hecho un desastre
como siempre. Por supuesto la cama sin
hacer, lo ropa toda tirada por el suelo, el armario medio abierto con algún
jersey haciendo esfuerzos para no caerse, los libros mezclados con los apuntes,
un plumier con todos los lápices a medio salir, en fin la habitación de un crío
desordenado.
- Esta noche en cuanto venga a casa le cantaré
las cuarenta porque esto no puede ser. Este niño necesita un poco de disciplina
y hasta ahora yo no he sido capaz de dársela, entre otras cosas, porque es un
amor, da pena hasta regañarle. ¡Es tan bueno! Si viviera su padre otro gallo
nos cantaría, pero la vida es así y esta es la que me ha tocado a mi.
Casi
sin darse cuenta y con un movimiento que ya formaba parte de ella, cogió un
marco donde aparecía David, su marido, rodeado de niños en la misión hondureña.
Tenía los dos brazos estirados y en cada uno de ellos, varios niños se apoyaban
como si buscaran su amparo. David sonreía con esa alegría que solo aparece
cuando por todos los poros del cuerpo aparece la felicidad y la sensación de
estar haciendo algo que merece la pena.
Vestía una camisa blanca, unos vaqueros que llegaban hasta las viejas
botas de las que no se deshacía nada más que para dormir y un sombrero de paja
de ala ancha le hacía parecer todavía más alto.
Sofía
casi ni se acordaba de aquel fatídico día en que le habían comunicado el secuestro y posterior asesinato de David por
falta de colaboración del gobierno español, según comunicaba el panfleto que
habían hecho repartir las fuerzas revolucionarias de aquel país. ¡Que pena que
todo acabara así de mal! Que pena y que injusto. Si injusto, aunque el Padre
García Molins, el Jesuita que la atendió en aquellos momentos, se empeñara en
que la voluntad de Dios era lo mejor para todos. Se quedaba sola, bueno sola y
una nueva criatura a punto de nacer de sus entrañas y encima tenía que dar
gracias a Dios. Su educación le indicaba que ese era el camino, pero su
interior no lo admitía. Como es posible que ese Dios tan bueno que le decían
las monjas de su colegio de Soria, fuera capaz de hacerle semejante faena.
El
tiempo iba haciendo que todas las situaciones se fueran sedimentando. No era
una mujer feliz, en muchas ocasiones se encontraba muy sola, pero tenía que
reconocer que cada día estaba mejor. A ello contribuía y mucho, su hijo David,
el hecho que fuera haciéndose mayor
también le ayudaba. Era lo que los psicólogos llaman un niño maduro ¡que
remedio! y la verdad es que con su manera de ser le servía como un bastón en el
que apoyarse en los malos momentos que cada vez iban siendo menos. Intentaba,
en la medida de lo posible, consultar todas las cosas con su hijo, sabiendo
naturalmente que estaba en plena adolescencia e incluso para desplazarse al
pueblo había recabado su opinión y el si tan rotundo que salió de su boca, la
animó a continuar hacia delante.
La
campana de la puerta de la consulta la
hizo volver a la realidad de la vida cotidiana. Bajó la escalera rápidamente y
allí en la sala de espera, de pié,
vestida de negro como lo hacía permanentemente, allí estaba Doña
Eulalia.
- Pase, por aquí, por favor
La
enfermera y la paciente penetraron en la consulta tomando asiento cada una en
su lugar. Sofía como hacía con todos los pacientes, se colocó un paquete de
folios encima de la mesa dispuesta a realizar una pequeña historia clínica
- Dígame, Doña Eulalia ¿en que puedo ayudarla?
- Perdone, Doña Sofía, pero yo no vengo a que
me trate porque eso ya lo hace D. Antonio María, vengo a que me recete unas
pastillas que se me han acabado.
- Lo siento, pero como sabe, esto es una consulta
de enfermería y no se receta porque eso es misión de D. Antonio María.
- Ya – Doña Eulalia no tenía nada claro por
donde empezar – es un tema un poco delicado.
- Cuénteme sin miedo que yo en esta consulta
soy como un Sacerdote en un confesionario.
- Mire -
Doña Eulalia quería contar todo – como sabe las cosas van muy mal en el
campo y mi Antonio dice que no podemos seguir manteniendo la iguala que tenemos
con D. Antonio María y por eso me he
atrevido a venir a hablar con Usted ¿me entiende?
- Pues la verdad es que no.
- Mire, Señorita, a mi el tratamiento de D.
Antonio María me va muy bien y llevo con
él mas de treinta años, pero como no le puedo pagar, seguro que no me recibe.
- ¿Y eso no se lo puede explicar a él? Seguro
que le da algunas solución
- ¡Que se lo cree Usted! Ya se lo he dicho y su
contestación ha sido absolutamente clara.
Me contestó : He llegado a una edad que solo me importa rentabilizar
todo las horas que le he dedicado en mi vida a
la Medicina
y ahora y solo trabajo para ganar mas. Si le gusta bien y si no, ahí tiene el
Hospital. Usted puede ir siempre que quiera y le atenderán como se merece.
- Ya, le contesté pero el problema es que el
Hospital está a casi cincuenta kilómetros de aquí y claro ir solo para pedir
recetas me sale muy caro
- Ese es su problema. Yo si no tiene iguala la
atiendo, faltaría más, pero la tengo que apuntar a turno de espera y le tocará
cuando le toque.
- Pero
si yo solo vengo a por recetas.
- No, no, usted viene a consulta y si yo lo
considero oportuno le recetaré lo que creo que la curará cuanto antes
- ¡Pero si llevo casi treinta años con estas
pastillas!
- No importa, Doña Eulalia, ahora han salido
pastillas nuevas que le vendría muy bien para lo suyo
- Pero Doctor ¿yo que tengo? Y ¿sabe lo que me
contestó? que eso era secreto profesional y no me lo podía decir y que en todo
caso como ya sabía que vendría a esta consulta que me diagnosticara usted
- ¿Así se lo dijo?
- Si no es verdad, que me muera ahora mismo
- No lo haga Doña Eulalia que entonces si que
tendría que llamar a Don Antonio María para que le hiciera el Certificado de
Defunción
- Pues usted me dirá que hago
- Lo tiene muy fácil. Lo primero es que no
vuelva a tomar esas pastillas porque son para la tensión y usted ahora mismo la tiene perfecta.
- ¿Pero algo tendré que tomar?
- Tome una tila que venden en la farmacia, muy
suave, que le ayudará a estar menos alterada y ya verá como con eso será
suficiente
- ¿Tengo que volver?
- Debería de revisarse en una semana para saber
si le ha ido bien o no
- ¿Y cuanto cuesta la consulta?
- La primera diez euros y la sucesivas tres,
excepto si son consultas solo para recetas en cuyo caso no parece lógico que le
cobre nada.
- Fíjese la diferencia - Doña Eulalia hacía cuentas mentalmente – Don
Antonio María cobra veinticinco euros por la primera y quince por las
sucesivas.
- Si, pero piense que el es el Médico y yo solo
soy Enfermera.
- Ya, pero me ha dicho la Clotilde que la está
usted tratando de la reuma y está muchísimo mejor y encima con productos mucho
mas baratos que los que venden en las Farmacias.
Yo es
que no puedo recetar aunque quisiera porque no soy Médico.
- Bueno, por la razón que sea, pero el caso es
que está mucho mejor y encima se enfada D. Antonio María, señal que lo hace
usted bien porque con la otras enfermeras no decía nada, pero con usted es que
no para
- No se porqué será, porque lo mismo que lo he
hecho con usted, lo hago con todo el
mundo, o sea que le podrá molestar, pero no tiene ninguna razón. De todas formas
tendría que hablar con él, pero nunca veo el momento.
- Estoy de acuerdo porque ya sabe usted que
hablando se entiende la gente.
- Bueno, no se preocupe que la mantendré
informada.
- Hasta otro día
- Adiós.