sábado, 27 de diciembre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 54


 Queridos blogueros/as: Si os creíais que Fernando le iba a contar a su santa sus devaneos por ahí en este capítulo os diré que os habéis equivocado de medio a medio y que conste que yo también porque lo lógico es que siguiera el final del capítulo anterior, pero no y bien que lo siento porque ahora le toca el turno a Mamen y eso que parecía una mosquita muerta. Ya , si es lo que yo digo, si pagas con una moneda lo normal es que el cambio te lo den en la misma moneda y esto es lo que parece que va a pasar. Los Médicos somos así ¡que le vamos a hacer! bueno, por supuesto algunos Médicos porque incluir a todos en el mismo saco no sería justo. Entre ellos a mi, no si por en nada pero lo digo por si acaso alguien puede pensar que son vivencias de uno mismo pero no, ese tal Alvaro Cuesta no soy yo ni de lejos.
¿Le contará Fernando su aventura? y Mamen ¿le contará la suya? Supongo que los próximos capítulos que ya serán en el 2015 saldremos de dudas porque ahora me voy a Cedeira a pasar el Fin de Año o sea que lo paséis lo mejor posible, comer por lo menos doce uvas que con esto de la crisis lo mismo tocamos a seis y que seáis felices o por lo menos intentarlo.
¡Ah se me olvidaba! ¿os acordáis que hace poco os conté algo de una nueva novela que empecé hace poco de un Cirujano Plástico que tenía que emigrar y no se que? bueno pues me parece un rollo y he decidido que voy a escribir otra cosa, pero que conste y ya os lo enseñaré que el principio queda como muy bien, pero se acabó. Parezco el tal Fernando. En fin, continuaremos el año que viene 
FELIZ 2015
Un abrazo
Tino Belascoain

CAPITULO 54.-

Mamen recordaba sus primeras entrevistas con Alvaro Cuesta, el Médico de la UVI. Desde el primer momento, le pareció un hombre interesante y sobre todo muy buena persona, parecía como que era capaz de ponerse en el lado de la familia del paciente, lo que no hacía casi ningún Médico, entendía que fueras pesada y que todos los días preguntases lo mismo y siempre tenía una sonrisa a flor de piel como una brisa de aire fresco en un lugar donde las alegrías se contaban con los dedos de una mano. Son de esas situaciones que se notan en la que se establece una especie de relación desde el primer minuto. Una atracción mutua que no se expresa con palabras, pero que se adivina en los gestos y en la manera de explicar la situación del paciente. En ningún caso existe interés personal, pero si una persona te cae bien, el trato es diferente, no es que sea mejor, pero es diferente, como con mas interés, dedicándole algún minuto mas, pequeños detalles que hacen que la estancia en la UVI se haga mas llevadera. Con la intuición femenina habitual, Mamen se dio perfecta cuenta que la miraba con curiosidad y que su entrada en el pequeño despacho le había producido una impresión favorable, claro que ella lo entendía viendo lo que había en el pasillo, gente con mala pinta, algunos gitanos que alteraban la tranquilidad del lugar con sus gritos y lamentos, personas de la España real, trabajadores normales y corrientes que veían alteradas sus vidas por una enfermedad que los mantenía ingresados en un Hospital de la Seguridad Social. Sus problemas serían los que fueren, pero en nada parecidos a los de Mamen o a los del Dr, Cuesta. Estos se movían en una escala social diferente y enseguida fueron conscientes de ello. Egoistamente a Mamen le venía muy bien, porque la información era privilegiada y cuando era mas consciente de todo aquello es cuando no estaba de guardia. Las tardes se hacían interminables y solo a última hora y ya con el cambio de turno, alguna enfermera le explicaba que Fernando estaba razonablemente  bien, pero no era igual. Aquellos cafés en el despacho del Cardiólogo de Guardia, las charlas sobre cientos de temas, los ratos agradables interrumpidos por alguna llamada desde la Urgencia, se iban haciendo norma y hasta algún Domingo el Dr Alvaro Cuesta se acercaba hasta el Hospital con la excusa de hacer algún trabajo o de revisar alguna historia clínica y departía con ella amigablemente. La verdad es que Mamen se encontraba a gusto en su compañía y aun después de abandonar el Hospital, se veían con alguna frecuencia. Nunca quedaban, pero ambos sabían que, por lo menos un par de días a la semana, a la hora del café, coincidían en Goya 43, una conocida cafetería situada en el centro de  Madrid. Ella salía de compras y él se hacía el encontradizo como si no supieran ninguno de los dos que los jueves a las siete y media estaban en la cafeteria. Al principio, las conversaciones siempre giraban alrededor de Fernando y de su infarto, pero con el paso de las semanas, los temas personales se iban abriendo camino y los problemas afloraban a la superficie como si de una consulta de un psicólogo se tratase, aunque con intercambio de especialistas, uno días era él el psicólogo, la mayoría, y  otros ella. Ambos con bastante sentido común trataban de ayudarse mutuamente. La relación se iba haciendo cada vez mas estrecha y en ocasiones las visitas se veían complementadas con interminables llamadas telefónicas que el D. Cuevas le hacía desde el Hospital y siempre en horario de trabajo en el que habitualmente Fernando estaba fuera de casa. En ningún caso pensaron que aquello terminaría en algo concreto. Estaban a gusto y era suficiente, pero curiosamente ninguno de los dos contaba a sus respectivas parejas aquellos encuentros y sin darle mayor importancia, no se lo contaban porque no, pero tampoco tenían ningún sentimiento de culpabilidad.  Para Alvaro, Mamen era una madre de familia, con dinero, con un fondo de profundo respeto a su marido, pero aburrida de la vida que llevaba. Todos los días lo mismo, repetía con frecuencia, mientras él insistía en que la convivencia tenía que ser difícil, sobre todo con alguien a quien ves muy pocas horas al día.
-  ¿Pocas horas al día? – Mamen se reía, aunque maldita la gracia que tenía aquella situación – hay días que llega cuando estoy durmiendo y casi no nos damos ni las buenas noches.
-  ¿Y tú porqué se lo consientes?
-  ¿ Y que quieres que haga?
-  Yo que sé – Alvaro en esos casos se mostraba bastante crítico y no dejaba mucho margen para la discusión – Bueno, si que lo sé, mandándolo a freir puñetas y buscándote la vida de otra manera. Piensa que todo esto pasa muy deprisa y que en cuanto te quieras dar cuenta estás en el hoyo.
-  Alvaro no seas pesado – Mamen bebió un poco de té – siempre que sale este tema me cuentas la misma historia y ya te lo he dicho muchas veces, no estoy de acuerdo con la vida que llevo, no me gusta, me aburro, me parece que soy un cero a la izquierda para Fernando, pero las cosas no son así, tengo unos hijos a los que quiero con locura e incluso a Fernando, a pesar de todo, también le quiero, aunque no se si se lo merece, pero no se puede coger la puerta así como así y ahí te quedas y encima, tú no cuentas que yo no tengo ninguna carrera y de algo tendría que vivir.
-  No se, a lo mejor lo que digo es una barbaridad, pero una mujer como tú no se merece no ser feliz y creo que tienes derecho a planteárselo y entre los dos buscar la solución.
-  Pero, si no hay manera de estar juntos mas de cinco minutos. Siempre está ocupado y en cuanto pretendes hablar o está muy cansado o mañana nos vemos o te cuenta cualquier historia, pero se escabulle como gato panza arriba
-  ¿ Y seguro que no tiene por ahí otra?
-  ¡Que va! ¿a que hora? Hubo una temporada que lo pensé, pero analizando sus agendas era imposible. No, él está a gusto así. Está educado para trabajar y lo demás es complementario en su vida. Es triste pero hasta yo soy un objeto en relación con su trabajo. Tiene las camisas limpias, los trajes planchados, los zapatos limpios ¿qué mas puede pedir?
-  Bueno, pero eso no es así porque eso mismo lo haría una asistenta por horas
-  Hombre, Alvaro, no me valores tan poco – Mamen se alisó el pelo con su mano derecha – al fin y la cabo soy la madre de sus hijos.
-  Si, pero por lo que me cuentas, efectivamente le has llenado, o mejor dicho, te has llenado de hijos, pero tampoco les hace mucho caso
-  Si, si que les hace, lo que pasa es que no los ve y así es difícil disfrutar de los niños y además ahí si que no se le puede poner ni un pero, les compra todo lo que piden y soy yo la que tiene que cortar, porque si por él fuera no les dejaba de conceder ni un solo capricho.
-  Bueno, yo, afortunadamente para mí, no tengo hijos, pero lo bonito es jugar con ellos, verlos crecer, enseñarles a montar en bicicleta y esas cosas ¿no? 
-  Al fin y al cabo eso es de lo que estamos hablando, lo de menos es tenerlos, sino educarlos y eso es cosa de dos y en mi caso es solo de una que soy yo
-  Ya – Alvaro llamó al camarero - ¿quieres tomar algo más?
-  No, hoy tengo un poco de prisa
-  Bien, nos trae la cuenta.
Alvaro y Mamen se levantaron y se despidieron hasta otro día con un beso en la mejilla,  pero los dos sabían que ese día sería el viernes a las seis y media y hoy estaban a martes.




sábado, 20 de diciembre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 53

ieAunque sea presumir, os diré que me ha encantado la descripción de la tienda de Lamelas y a pesar de todo creo que todavía faltan muchas cosas pero ha quedado bien, a mi por lo menos me lo parece.
En fin, que parece que esto se va clareando aunque por los capitulos que faltan, algo mas tendrá que pasar, aunque no me acuerdo.
Ser felices, reconocer que en estas fechas es mas fácil porque todo el mundo está como mas amable y hasta el vecino ese que no te saluda nunca ahora dice Felices Fiestas o te pregunta cuantos váis a cenar el día de Nochebuena ¡Como si le importara algo! pero bueno uno que es de buena familia, aunque de vez en cuando no lo parezca, le contesto correctamente para que no digan.
Pues eso, FELICES PASCUAS
Un abrazo
Tino Belascoaín

CAPITULO 53.-

Dorinda les dio un pequeño toque en la puerta y casi con un susurro les advirtió que ya había llegado y que si querían desayunar lo tenía preparado en el porche. Mamen se puso unos vaqueros, un polo de color blanco y unas zapatillas de deporte, se hizo una cola de caballo sujeta con una cinta de vistosos colores y enseguida se unió a Fernando que iba hecho un pincel con su pantalón corto y una camisa de Burberrys a rayas azules rojas y negras y bajaron hasta el jardín.
Sentada en una mecedora con unos cojines blancos, les esperaba con una acogedora sonrisa, Dorinda, la dueña, vestida igualmente de manera informal con unos pantalones pirata de un rojo chillón y una camiseta con la inscripción “yo me tomaría otra ¿y tú?” escrita en grandes letras blancas que destacaban sobre el rojo del fondo. Al verlos, se levantó rápidamente y se acercó hacia ellos con los brazos extendidos.
-  Buenos días ¿habéis dormido bien?
Para Fernando el tono de voz le resultaba familiar después de las diferentes conversaciones mantenidas por teléfono, no solo para reservar la habitación, si no también para planificar las distintas excursiones que iban a realizar durante el fín de semana. Se besaron en la mejilla y Fernando no dejaba de expresar su admiración por el sitio que habían escogido.
-  Supongo que tú eres Dorinda ¿no es así?
-  Si, soy Dorinda Taracido ¿soy como me imaginabas?
-  La verdad es que no. Tienes una voz todavía mas bonita al natural. Perdona, esta es Mamen, mi mujer
-  Hola – se besaron en la mejilla - ¿cómo estás?
-  Muy bien y con un hambre que me muero.
-  Eso está muy bien – Dorinda se levantó y comenzó a levantar lo que había  preparado para el desayuno – Aquí tenéis café en esta jarra y leche en la otra, tostadas de pan de maiz, aquí – levantó como un secreto un pico del paño que cubría una cesta de mimbre - ¡ah si! Aquí las famosas eses de Cedeira, son como muy dulces y sobre todo a ti – se quedó mirando a Mamen – te recomiendo que no comas muchas porque aquí dicen que son un minuto en la boca y toda la vida en las cartucheras, pero están buenísimas y por último tenéis, si os apetece, bizcocho también casero, o sea que ánimo y a comeros todo que ahora vuelvo. Tengo que ordeñar una de las vacas que no me dio tiempo antes y en un cuarto de hora estoy de vuelta.
-  ¿Tienes que ordeñar una vaca? – Mamen la miraba con una envidia que se reflejaba en sus ojos.
-  Si, esta mañana estuve en el establo temprano y ordeñé a las otras dos, pero como se empezaron a mover nerviosas me dio un poco de miedo que os despertaran y dejé una sin ordeñar.
-  ¿Puedo ir contigo? – Mamen parecía una colegiala cuando las llevaban a las granjas de excursión – ya me imagino que te parecerá mentira, pero nunca lo he visto.
-  ¿De veras? Encantada, vente y te enseño.
Las dos mujeres se levantaron y después de un ahí te quedas hasta que terminemos, se fueron pradera abajo hasta un pequeño establo, protegido por un tejado natural de troncos de eucaliptos, cubiertos por una tupida hiedra que impedía el paso de la lluvia.
Fernando las siguió con la mirada y volvió a pensar en cuando sería el mejor momento para confesarse con su mujer. Mientras que estaba en la galería viendo casi amanecer, volvieron a surgir las dudas de siempre sobre si era mejor decirle la verdad o seguir como hasta ahora, al fin y al cabo, aquello había sido hacía varios años, pero su conciencia ¿todavía tenía conciencia? le decía que si quería que su matrimonio fuera como él quería, tenía que haber una confianza absoluta y tenía que soltar el lastre de aquello cuanto antes y esta vez estaba decidido. Había pensado mientras desayunaban, pero con la dueña delante, estaba claro que no era oportuno. En fin, no había problema porque en tres días habría cientos de momentos mas oportunos. Se sirvió un café y se enfrascó en la lectura de la “Voz de Galicia” que le pareció un muy buen periódico. Tan entretenido estaba entre el periódico y el paisaje que los minutos se le pasaron como por arte de magia.
La llamada lejana de Mamen lo sacó de su ensimismamiento y después de plegar lentamente el periódico y depositarlo en una pequeña mesa auxiliar, bajó casi corriendo la pradera para encontrarse con Mamen que en ese preciso instante estaba sacando una hogaza de pan de un horno instalado al fondo del establo. El pelo se le había puesto casi blanco y el mandil de un blanco inmaculado le llegaba hasta los pies. Por si fuera poco, una botas de agua la hacían parecer una auténtica labradora, Dorinda permanecía a su lado y la empujaba hacia Fernando para que le enseñara su obra de arte
-  ¿Has visto? Lo he hecho yo ¿te gusta?
Fernando la miró desde la puerta del establo y la encontró maravillosa. Mamen era de esas personas que nunca te cansas de estar a su lado, disfrutando de todo y siempre con una sonrisa. Era increíble, tenía una fuerza interior que la hacía ver en la vida solo la parte positiva, parecía si como para ella no existieran los problemas y si los tenía, que naturalmente los tenía, los disimulaba fenomenalmente bien. Últimamente se encontraba como eufórica, era consciente que su relación con Fernando era muy buena y trataba de volver al redil del que nunca debieron salir. Solo le faltaba una reunión entre Fernando y el Padre Huidobro con el que ella continuaba su amistad, pero desde aquel desgraciado incidente la obligaba a visitarlo en el Colegio Mayor del Opus. En diferentes ocasiones y siempre utilizando artes de mujer, había conseguido acercarlo al Colegio Mayor y en solo una consiguió que hablaran, aunque Fernando se mostró a la defensiva y todavía carente de fe. Ahora parecía que los tiempos iban cambiando y posiblemente a la vuelta a Madrid lo volvería a intentar. Se había equivocado y todo era susceptible de mejorar. Dios perdona siempre, como le repetía el Padre Huidobro y todavía estaba a tiempo de rectificar. Siguiendo las indicaciones de su confesor, ella también estaba dispuesta a abrirse a su marido y como él estaba a la espera del mejor momento. Todavía no tenía claro como iba a reaccionar Fernando, pero en aras de su matrimonio, era necesario que él conociera todo lo sucedido y sería difícil de explicar , pero lo tenía que conseguir. En esas estaba, cuando la voz de su marido la sacó de sus pensamientos
-  Panadera – Fernando mostraba su mejor cara de enamorado – me puede vender una hogaza de pan.
-  El señor la desea recién sacada del horno o prefiere una menos caliente
Fernando se rió estrepitosamente
-  Pero, Mamen, ¿cómo me dices esas cosas? Yo intento una escena de lo mas teatral y tú me contestas si te deseo muy caliente.
-  Pero que dices, tonto. Me refería a la hogaza de pan.
-  Usted perdone, panadera – Fernando volvió al escenario inicial - ¿esas hogazas las hace usted?
-  Naturalmente señor – Mamen le enseñó las palmas de las manos llenas de maiz – con estas manitas.
-  ¿Y eso no lo puede hacer algún empleado?
-  No señor, porque esta hogaza está hecha con mucho amor porque sabía que iba usted a venir y ………
Dorinda sentada en un montón de hojas de eucaliptos que casi la cubrían en su totalidad, no podía parar de reir. Con un bastón de madera tallada, se acercó y poniéndoselo sobre su cabeza hizo las veces de hada madrina :
-  Príncipe, si quieres liberar a la Princesa, bésela en la frente y vayan los dos a desayunar que se les va a enfriar el café.
Fernando así lo hizo y ya liberados del embrujo del Hada Dorinda, corrieron hasta sentarse extenuados en el porche de la casa y disfrutaron de un desayuno como en los viejos tiempos, sentados y hablando, no como en Madrid que Fernando tomaba un café bebido, mientras Mamen dormía a pierna suelta.
Siguiendo un itinerario cuidadosamente elaborado por Dorinda, subieron lentamente la cuesta hacia el faro de Punta Candelaria haciendo pequeñas paradas para disfrutar del valle de Regoa. En Lamelas compraron dos gaseosas en una tienda de aldea, de esas que tienen desde zapatillas de casa hasta jamón deshuesado y envuelto al vacío, pasando por tabaco de contrabando, café natural, castañas para asar, azadas para trabajar, lanas de todos los colores, ropas de agua para “os mariñeiros”, seis calcetines blancos por el precio de dos, sartenes hechas en la Francia, cuchillas de afeitar “Palmera”, bombillas de cuarenta, quitaesmaltes procedente de la Suiza, sombreros de ala ancha y un sin fin de cosas mas que evitaban que el vecindario tuviera que bajar a Cederia en cuanto se olvidasen de alguna cosa. Continuaron su lenta ascensión hasta el cruce con Trasmonte, allí giraron a la izquierda y como a cincuenta metros volvieron a girar a la izquierda y se adentraron por una pista que terminaba en una especie de casa de piedra medio destruida con un césped alrededor que invitaba a retozar. Por un estrecho camino se adentraron a través de un bosque de pinos no muy altos, pero suficientes para impedir ver el paisaje. Al final, los pinos abandonaron la compañía de Fernando y Mamen y un amplio paisaje solo de mar se puso enfrente como si de un cuadro se tratase. Se sentaron en una roca, se cogieron de la mano y así estuvieron muchos minutos transmitiéndose su amor. Fernando estaba deseando iniciar la conversación tantos años esperada, pero esta vez, tampoco le pareció el momento mas adecuado y así perdió otra oportunidad, pero aunque no dijo nada, si se imaginó como hubiera sido esa conversación si es que se hubiera producido. La situación sería muy parecida a ésta:
-  “Mamen, quiero decirte una cosa. Una cosa muy importante para mí y me gustaría que no me interrumpieras hasta que termine ¿vale?
Ella lo miró con una expresión entre curiosa y decidida, apretó mas su mano contra la de él y apoyando la cabeza en su hombro le animó a empezar. Ella pensó por fin me va a contar lo que yo ya sé y yo ¿le cuento lo que no sabe?
-  De verdad que no se ni por donde empezar. Toda la historia comienza después del infarto, una secretaria nueva en el despacho y yo empiezo a tontear. No se ni porqué, pero empiezo. Lo primero fue tratarla de tú, cosa que no había hecho en mi vida con ninguna otra, posiblemente su juventud o sabe Dios porqué, pero aquello fue el principio
-  ¿Era una rubia de pelo largo que vino a casa algunas veces?
-  Si, pero prefiero que no me interrumpas porque ya me resulta muy difícil contártelo como para encima entrar en detalles, pero si, era aquella que vino a casa después del infarto y en la que ni me había fijado. Sin embargo en el despacho ya me pareció otra cosa y tampoco puedo decir que fuera un día determinado, sino, poco a poco.”






  Cumpliendo con el compromiso semanal, os envío el capítulo 53

jueves, 4 de diciembre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 52


 Queridos blogueros/as: Como estas introducciones a cada capítulo comienzan a ser casi como un diario semanal, os diré que hoy me he levantado de buen humor. Supongo que a todo el mundo le pasa igual. No tiene explicación, te levantas bien y ya está y por eso aprovecho para escribir lo antes posible y también porque es jueves y me adelanto un día al capítulo semanal y que conste que me acabo de dar cuenta que hoy es jueves, pero ya que estoy sentado delante de este chisme me como un día y vosotros, si vosotros dos que ya sabéis a quien me refiero, lo leéis cuanto os de la gana, pero yo ya he cumplido con mi obligación. Antes que se me olvide quiero deciros que la semana que viene toca "ajo y agua" porque este cura y su santa nos vamos a Belgica a ver a Marta y el diecisiete volvemos. Creo que vamos a algún pueblo alemán a los mercadillos navideños y de paso iremos a conocer Colonia ¡ya que estamos! En fin ya os contaré.

No se porqué tengo la impresión que estas historias las leen alguien mas que vosotros dos, aunque no se si porque no quieren o porque no saben, el caso es que no lo escriben en ninguna parte, pero bueno, allá ellos, ellos se lo pierden, pero si escribieran podríamos hacer una especie de tertulia sin cookies que podría resultar mas divertida, pero bueno, todo se andará.

Mientras que escribo me pongo Spotify y por primera vez en mi vida estoy tranquilamente oyendo música, eso no tiene mérito porque lo he hecho muchas veces, pero si que hoy oigo las letras y por ejemplo ahora mismo hay un fulano con una guitarra y la letra dice que "soy un completo incompleto si me giro y no te veo etc...etc ¡Que bonito! 

No se si os dicho que estoy escribiendo otra novela sobre un Cirujano Plástico que tiene que emigrar porque las cosas no le van bien y habrá que darle un toque de alegría porque está quedando mas triste que yo que se. En fin, como siempre pasa con esto de escribir, le buscamos una novia y algo haremos y con la mujer también le daremos alguna alegría que para eso la dejamos en casita, compuesta y sin marido.

Bueno que seáis felices  porque como siga así nunca llegáis a leer el capítulo y espero que después de esto, me nombren por lo menos hijo adoptivo de la Villa de Cedeira porque mas propaganda imposible y la Dorinda estaréis de acuerdo conmigo que muy bien.

Hasta la próxima.

Un beso
Tino Belascoain




CAPITULO 52.-

El día amaneció soleado, cosa un tanto extraña en Galicia y más en aquella época en que el otoño se empeñaba en hacer acto de presencia. La casa rural, situada en lo mas alto de una montaña desde la que se veía perfectamente toda la ría de Cedeira, pequeño pueblo marinero a unos pocos kilómetros de Ferrol, estaba en un sitio increíble. Fernando la había encontrado casi de casualidad, pero el hecho de que estuviera en un lugar alejado del mundanal ruido, con posibilidad de ver el mar y en un pueblo famoso por sus percebes, hizo que Fernando reservase la mejor habitación o por lo menos así se lo había asegurado la dueña, a la que no tenía el gusto de conocer nada mas que por teléfono, pero que tenía una voz encantadora, una de esas personas que sin conocerla, ya sabes que te va a encantar, servicial como nadie y dispuesta a que aquel fin de semana fuera el mejor de sus vidas y estaba segura que  lo conseguiría y a fé que no les había engañado. La llegada fue a altas horas de la madrugada y la oscuridad de la noche les impidió ver la magnitud del paisaje. Como habían quedado previamente, deberían dejar el coche a un lado de un pequeño aparcamiento cubierto por una parra que hacía las veces de Uralita ecológica, la llave de la habitación estaría debajo del felpudo de la entrada, era la mejor de todas y Dorinda, que así se llamaba la propietaria, les había dejado, junto con la llave, una  nota en la que les avisaba que podían hacer todo el ruido que quisieran porque de las seis habitaciones disponibles, cinco estaban libres aquel fin de semana, porque estaban todas reservadas a una familia de Lugo, pero por algún motivo no habían podido ir. La habían llamado por teléfono y le preguntaron si tenían que pagar alguna cantidad, pero les era imposible acudir ese fin de semana. Además, la nota les advertía que ella estaría por allí por la mañana y que no se preocupasen por la hora del desayuno, cuando bajaran se lo preparaba sin ningún problema.
Mamen y Fernando siguieron rigurosamente todas las instrucciones y al encender la luz de la habitación se quedaron sorprendidos del buen gusto del que hacía gala la tal Dori. Se podía definir como una “suite rural”, si es que existe ese término. Era un pequeño apartamento decorado absolutamente con artesanía gallega en el que destacaba una cama con dosel al fondo, una especie de cuarto de estar con los periódicos del día encima de una acogedora mesa camilla rodeada por dos orejeros tapizados con una pana beis y hortensias de fondo. A la derecha una amplia galeria dejaba ver las luces de la villa y varias filas de pequeñas bombillas que parecían continuar el recorrido de viejos caminos. A cada pocos metros, esa luces se arremolinaban como queriendo fundirse en un abrazo luminoso y aunque era difícil de discernir, casi seguro que formarían partes de distintos núcleos rurales. La galería era larga, muy larga y casi al final unas sillas se disponían de manera informal, apoyadas en un suelo de madera que chirriaba con los pasos de Mamen y Fernando.
A la izquierda, una pequeña balda de piedra con un jarrón que contenía unas rosas rojas recién separadas de su habitat natural, daba entrada a una mini cocina de cuyas estanterías descendían, como cascadas, ramas de hiedra que llegaban casi a un fregadero de piedra natural por el que discurría sin parar un reguero de agua que se difuminaba por una de las esquinas. Dos pequeños bancos de madera, con una mesa en el centro hacían las veces de un moderno “office”. El cuarto de baño mantenía el suelo original de muchas casas gallegas, haciendo como rombos blancos y negros y toda la pared era de piedra vista, la llamada cantería y solamente en un lateral se abría una ventana de madera con unas contraventanas también de madera.
La pareja recién llegada, acostumbrada al lujo y amplitud de las grandes cadenas hoteleras del levante español, se quedó estupefacta. Aquello parecía como de cuento, la limpieza era impresionante y solo el sonido del agua discurriendo por la cocina  les parecía como estar en otro mundo. La elección había sido excelente y seguro que sería un lugar ideal para plantear aquellos asuntos que los dos llevaban en la cabeza.
El día anterior había sido muy duro y casi sin tiempo de deshacer las maletas, se quedaron dormidos en una cama amplia y blanda, ella con un camisón blanco de puntillas  y él con un pijama de rayas muy finas rojas y blancas.
El canto de un gallo los despertó a las siete de la mañana, Fernando se levantó, abrió las cortinas que cerraban de manera casi hermética la galería central y ante la maravillosa vista no pudo por menos que despertar a su mujer que se encontraba en lo  mejor de sus sueños.
-  Mamen, Mamen – la empujó suavemente – despiértate y ven a ver la vista, no te la puedes ni imaginar.
-  ¿ Que hora es?
-  ¡Que mas da!
-  ¿Cómo que que mas da? Debe ser prontísimo ¿no?
-  Son las siete y cuarto de la  mañana, pero es igual, porque te va a encantar
-  ¿Sabes a que hora nos acostamos ayer?
-  Ni idea, supongo que tarde
-  Pues nada mas y  nada menos que a las tres y media de la madrugada, o sea, que cierra la cortina y vamos a dormir que es  muy temprano.
-  ¿Serás capaz de no venir a ver el paisaje?  
-  Fernando, no seas pesado – Mamen se dio media vuelta y se tapó con la sábana de hilo.
Fernando descorrió completamente las cortinas y una luz maravillosa iluminó toda la habitación. El sonido del agua se vió atenuado por el piar de los pájaros. El cielo estaba completamente azul y en el horizonte todavía quedaban pequeñas zonas de niebla, como queriendo recordar los días anteriores en el que el sol no había sido capaz de vencerla. Sin embargo, esta mañana era especial, quizá porque en Galicia cuando hace sol, como la española cuando besa, es que hace sol de verdad y la luz es como mucho mas luz que en el resto de España. El amplísimo ventanal era como el patio de butacas y por el escenario pasaban escenas inolvidables. El pueblo marinero de Cedeira se rendía a los piés de la vista. La zona antigua con la torre del iglesia en el centro, todavía estaba en una zona sombría y los tañidos de la campana nos recordaba la llegada de los marineros de bajura, que habían salido a la mar para recoger sus capturas allá por las cuatro de la  madrugada. Los pequeños botes se aproximaban a las piedras del puerto como buscando abrigo en un día en el que la mar era como un plato de caldo gallego. No se movía ni una hoja debido a la escasez de viento y en el faro las olas no batían, como era habitual en otoño, sino que parecían querer contribuir a mejorar la belleza del paisaje dejando una estela de agua verdosa en sus proximidades. A la derecha, un monte de tupidos eucaliptos, parecía querer envolver a la villa como si fuera para regalo. Pocos núcleos de población, los llamados lugares, se veían en la ladera de la montaña y sin embargo, multitud se casas se repartían individualmente por todas las zonas verdes como si Dios se hubiera entretenido en depositarlas allí como granos de arroz blanco. Casi al alcance de la mano, unas ovejas se movían por el jardín de la casa rural, mientras un perro, de esos perros de campo que  no tienen ni raza ni pedigrí ni nada de nada pero que tienen un señorío que les hace rodear a las ovejas como si las estuviesen cortejando, daba vueltas alrededor del rebaño para que el amo  las tuviera siempre controladas.
Ese paisaje encantador se veía alterado por el canto de un gallo como si quisiera contribuir para que el espectáculo no fuera solo de luz y de paisaje, sino tratando de introducir un elemento nuevo como el sonido, pero de una manera que no resultara violenta.
Fernando miraba y miraba aquel lugar de ensueño desde el excelente mirador constituido por la amplia galería y no era capaz de entender como Mamen no se levantaba para contemplarlo. La había llamado dos o tres veces y ella seguía disfrutando de otros paisajes motivados por el profundo sueño que la mantenía en la cama con la sábana hasta la barbilla. 
Por fin, Mamen se acercó a su marido y le dio un beso en la mejilla, después se puso detrás de el y le abrazó.
-  ¡Que bonito! ¿verdad? Parece un paisaje de cuento.
-  Y eso que tú lo ves ahora, que yo llevo desde las siete de la mañana ensimismado. Es algo increíble.

Casi sin esfuerzo por parte de los dos, se encontraron abrazados demostrándose su amor con un beso largo y prolongado. Casi como en la noche de bodas, Fernando la tomó entre sus brazos y volvieron a la cama y sus cuerpos se fundieron como si no hubieran pasado casi veinticinco años desde aquel uno de Junio en que se casaron en la Catedral de San Isidro en presencia de casi quinientos invitados. Durante todos esos años, había habido de todo, momentos buenos, momentos malos y épocas de monotonía en las que su situación continuaba como un coche automático por una autopista. Alguna aventura había venido a alterar el tranquilo viaje, como si un animal invadiera la calzada,  pero ambos habían sabido disimular y continuaron como si nada hubiera sucedido. Después del infarto de Fernando la situación se había tornado muy delicada, pero por los niños y por otras muchas circunstancias, continuaron viviendo juntos  y ahora disfrutaban de una buena época.