sábado, 27 de febrero de 2021

REQUIEM POR UNAS IDEAS

 

CAPITULO 5.-

 

-        Me gustaría celebrar nuestros treinta años de casados en tu bar ¿Qué te parece?

-       ¿Ya lleváis treinta años casados? – Juan, su inseparable compañero de la Guardia Civil durante muchos años se mostraba sorprendido - que suerte has tenido Antonio, encontrar una mujer como Guadalupe que te ha aguantado todos estos años.

-       Por supuesto que si, pero a ella tampoco le ha ido tan mal

-       Hombre, claro que no – Juan le ofreció una copa – me parece muy bien celebrar aquí ese día, ya sabes que para mí es un honor que te acuerdes de los amigos

-       Ahora lo que quiero saber es lo que me va a costar

-       Por eso no te preocupes, eso está arreglado, pero, joder Antonio, precisamente porque somos amigos no me hagas perder dinero.

-       No, ya sabes que no quiero que sea así, pero tú que has sido Guardia Civil sabes el sueldo que tenemos y da para lo que da.

-       Ya, si yo te entiendo, por eso estoy pensando que dar algo de marisco es muy caro y encima para sesenta y tantas personas te va subir mucho, pero ¿por qué no hacemos una cosa? – Juan adoptó una actitud como si se le acabara de iluminar la luz de una bombilla.

-       Tu dirás, pero algo que quedemos bien que treinta años de casados no se cumplen todos los días

-       No te preocupes que quedar vas a quedar bien. Yo lo que te propongo es cambiar los centollos por varias raciones de mejillones que las podemos poner al centro y así te sale mucho mas económico

-       ¿Y la gente no echará de menos algo de marisco?

-       No, seguro que no, porque la misa es a las siete y mientras que D. Eugenio dice un sermón y llegáis hasta aquí son por lo menos las ocho y media y lo que haremos es recibiros con la sidra ya preparada para que todo el mundo tenga un vaso en la mano y pasamos queso de Cabrales en tostadas y así los entretenemos hasta las nueve y pico y a esa hora les damos una buena crema de marisco y seguro que se quedan encantados y después carne o pescado a gusto del consumidor

-       ¿Y con esa solución cuanto me ahorro?

-       Por lo menos – Juan echó unas cuentas en la pequeña calculadora que tenía encima del mostrador – quince o veinte euros por barba. Bueno por ser tú y celebrarlo en mi chiringuito, veintidós euros por persona y en paz ¿vale?

-       Vale.

Antonio y Juan se fundieron en un abrazo que era lo mismo que sellar el acuerdo sin necesidad de firmar ningún papel.

-       Me voy que me está esperando Guadalupe y todavía nos tenemos que ir a Oviedo.

-       Bueno, entonces no hablamos mas, el día veinticinco a las ocho y media estará todo preparado para sesenta y cinco personas. ¿Todo en orden?

-       Si, si, todo en orden. Ese día te pago todo o ¿quieres que te deje algo de señal?

-       De verdad Antonio que muchas veces pareces tonto ¿Tu vas a venir con toda esa gente que hemos quedado?

-       Pues claro

-       Entonces no te preocupes. Me pagas cuando sea y tan amigos. Tu ahora preocúpate de organizar el resto que lo de la comida corre de mi cuenta.

 

El Teniente Coronel Antonio Cruz abrió la puerta de su Ford Mondeo, se ajustó el cinturón de seguridad, arrancó con lentitud y a los pocos metros se incorporó a la Autopista.

Ajustó la velocidad a 120 Kms. por hora dando pequeños toques a una palanca a la izquierda del volante y levantó el pié del acelerador continuando el coche la marcha previamente fijada.

Antonio recordaba con una sonrisa en los labios aquella época en que conoció a Juan en el acuartelamiento que la Guardia Civil tenía en el centro de San Sebastián. Hacía ya unos años, entonces él Comandante, y Juan Teniente e hicieron muy buenas migas sin razón aparente. Por aquel entonces ya Juan apuntaba maneras de buen jefe de cocina y cualquier acontecimiento lo celebraban a lo grande, eso sí, sin salir del cuartel que no está el horno para bollos, solía decir el asturiano mientras daba vueltas a las fabes con almejas que estaba preparando. En esta ocasión la detención de un grupo de etarras fue la causa para organizar una “farrada”, pero los motivos no tenían que ser necesariamente importantes.  Una victoria del Sporting de Gijón, su equipo de toda la vida o alguno de los partos de cualquier mujer de los allí alojados y que por razones obvias vivían en Burgos o se quedaban con sus padres en sus lugares de residencia. -  Las penas con pan siguen siendo penas pero se sobrellevan mejor - repetía mientras servía con alegría unas raciones bien colmadas de fabes con almejas. 

Fueron días muy duros en aquellas frías instalaciones. Las salidas se hacían siempre en coches camuflados con los cristales tintados para evitar ser reconocidos, los paquetes que entraban en el Cuartel eran rigurosamente supervisados y chequeados mediante un potente Scanner. Lo perros olisqueaban todo y a todos los que entraban en la llamada zona de seguridad y la alerta era permanente.

El aviso de bomba era casi constante y había días que las llamadas avisando era cada cuatro horas. Todas, absolutamente todas, se chequeaban, se localizaba el lugar desde donde habían sido realizadas y se buscaban, en la medida de lo posible, con el riesgo que eso conllevaba para los del grupo de explosivos. Al principio salían en grupos de diez, primero acordonaban la zona y luego ante la presencia de cualquier artefacto procedían a su desactivación.

El día que ocurrió lo de Juan, pasó lo que tenía que pasar. Las dotaciones eran escasas y estaban permanentemente de guardia. Los únicos que se permitían el lujo de disponer de algunos permisos eran los chóferes que, lógicamente, nunca se acercaban a las zonas mas conflictivas.

Era un Domingo, por la noche, no serían mas de las diez y media. El Sporting de Gijón había ganado a su eterno rival, el Oviedo y Juan había organizado una degustación de quesos. Muchos de los guardias no habían vuelto del fin de semana y sonó el aviso de turno que ya, a fuerza de ser tantas veces repetido, no dejaba de causar cierta preocupación y las caras de los agraciados a los que tocaba salir de patrulla lo reflejaban.

Alberto Perez Sota, estaba de alerta ese día y con gesto resuelto fue el primero que se levantó y empuñando su fusil ametrallador, se ajustó los correajes y anunció:

-       Vamos, al tajo que la unidad de España nos llama.

Poco a poco los otros tres Guardias que estaban de alerta se levantaron y se sumaron a su compañero con un “hasta la vista y no os comáis todo el queso que está cojonudo”

-       Y tan cojonudo – respondió Isidro Blanco, natural de Zamora y nuevo en el Cuartel – y encima ahora tiene madre, porque el otro día estaba bastante mas duro que hoy.

-       No te quejes, joder que me lo manda un patriota desde Cabrales, pero para que me lo coma yo que para eso tengo un paladar tan exquisito y no como tu que te da lo mismo queso de Burgos que un cabrales - Juan contestaba mientras se ajustaba el tricornio – y espero que sea la última alarma del día porque hoy ya hemos tenido que salir dos veces.

-       ¿Y te parece musho? – el acento sevillano de Jesús del Nido retumbó por todo el amplio comedor – el Domingo pasao fueron tres, pisha y encima uno al campo de la Real con lo que te puede imaginá como fue el resibimiento de esa gentusa . Te juegas la vida y el agradecimiento es ponerte a parir

Uno de los guardias tomó el aviso, inmediatamente activó el mecanismo de urgencia para la Unidad que estuviera mas cerca del lugar en el que teóricamente estaba colocada la bomba y en unos pocos minutos una patrulla de la Guardia Civil estaba en los alrededores de la sucursal bancaria en el centro de San Sebastián. En la primera inspección ocular, los dos agentes no apreciaron ningún paquete sospechoso, por lo que comunicaron que se volvían a su puesto de guardia.

A los pocos segundos el sonido de la sirena que anunciaba la explosión de una bomba se dejó sentir por todo el cuartel, dejando enmudecidos a los doce o catorce Guardia Civiles que degustaban el magnífico queso de Cabrales ofrecido por Juan por la victoria de su equipo favorito.

En esos momentos nunca se sabía si había victimas o no, pero la experiencia les indicaba que si se activaba era porque el coche había sido objeto de un atentado importante y las posibilidades eran altas.

Cuando bajaron al patio para recoger los coches, el tercer Jeep tenía una rueda deshinchada y Juan ofreció su coche para no perder ni un segundo. Dos números y él al volante salieron a toda velocidad mientras colocaban una sirena manual en el techo.

La llegada hasta las proximidades del lugar de los hechos y gracias al localizador de urgencias que todos los agentes tenían la obligación de llevar consigo, se había producido con absoluta normalidad y procedieron con celeridad a establecer un rígido control de toda la zona cruzando el coche en el centro de la amplia avenida. Desde ese lugar no se podía saber la magnitud de la  explosión aunque la intensa humareda que se adivinaba a unos cien metros no presagiaba nada bueno.

Los agentes se acercaron con las pistolas en la mano y se encontraron la imagen nunca deseada, el jeep estaba volcado en el centro de la calzada, uno de los guardias estaba tumbado sangrando abundantemente por una herida en la cabeza, mientras el otro permanecía llorando apoyado en una de las puertas del coche. Gracias a Dios parecía que esta vez no se habían producido victimas mortales y en pocos minutos la situación estaba controlada por los efectivos que habían llegado de Policía Nacional y Autonómica.

Juan sabía que los Guardias que le acompañaron se tenían que quedar al menos un par de horas para recabar información, incoar un expediente, tomar declaración a los testigos y buscar posibles huellas por lo que se decidió por dar una vuelta en lugar de volverse al Cuartel, arrancó y en ese momento se produjo una segunda explosión, esta vez, en los bajos de su coche particular, que lo levantó varios metros del suelo.

Después silencios, lloros, caras de preocupación en sus familiares y amigos, meses de hospital, dolores, lágrimas, desesperación, dudas, rabia, fe en Dios, odio hacia todo lo vasco, necesidad de revancha, operaciones quirúrgicas y mas operaciones, rehabilitación y lo mas importante una amputación de su pierna derecha por encima de la rodilla que le llevó a la situación de abandonar el servicio activo y dedicarse a montar su chiringuito en la playa de Laredo.

La Guardia Civil pasó a un segundo plano mientras las fabes con almejas, los calamares en salsa y la famosa carne de ternera con cabrales eran el objeto de su vivir. Los comienzos fueron muy duros, pero la vida es así y por mucho que te lamentes si te falta una pierna, te falta y lo único que puedes hacer es asumirlo, como se repetía casi diariamente Juan con resignación.

 

Juan había tirado la casa por la ventana, al fin y al cabo era la primera vez desde que inauguró el local hacía ya casi cuatro años que iba a celebrar un acontecimiento similar con tantos invitados y su preocupación era quedar lo mejor posible. Se consideraba amigo personal de Antonio y Guadalupe desde hacía muchísimos años e incluso había sido compañero de fatigas de Antonio cuando estaba en la Academia de la Guardia Civil en Baeza cuando todavía era soltero y sin compromiso. Después había sido nombrado testigo de la boda y por si todo eso fuera poco, había sido padrino de Belen la última hija de la pareja.

En esta ocasión, Antonio le había pedido el favor para invitar a familiares y amigos en aquella celebración de nada menos que treinta años de matrimonio. Rápidamente se habían puesto de acuerdo, aunque al principio hubo ciertas reticencias por parte de Antonio en lo referente al precio, pero como hablando se entiende la gente, lo solucionaron delante de unos “culines” de sidra y solamente consistía en unas pequeñas variaciones en el menú.

La tarde tocaba a su fin, el sol parecía querer esconderse a través del horizonte y el viento había caído como queriendo sumarse a la celebración.

Antonio y Guadalupe caminaban agarrados de la cintura a lo largo de la interminable playa. Las huellas de sus pisadas les seguían con la intención de no olvidar su paso por la blanca arena mientras algunos barcos se acercaban al pantalán con algún tripulante en la proa con el cabo dispuesto para ser enviado a cualquiera que estuviera en la punta del muelle.

Por detrás de la feliz pareja caminaban a buen ritmo los hijos del matrimonio que naturalmente no se habían querido perder tan importante  celebración de sus padres, acompañados de cerca de sesenta invitados que constituían una especie de manifestación a lo largo del amplio arenal de la playa de Laredo. Con parsimonia y con las zapatillas en la mano, todos encaminaban sus pasos hacia “la Taberna del Faro” propiedad de Juan Lopez García, Teniente de la Guardia Civil en situación de jubilado por gracia de una bomba colocada en los bajos de su coche por un etarra.  La taberna estaba ubicada en el extremo mas alejado de la playa y allí en las noches frías de invierno se organizaban tertulias de marcado contenido político que finalizaban a altas horas de la madrugada

 

La fiesta salió tal y como se la habían imaginado Antonio y Guadalupe. Primero tuvieron una Misa en la Iglesia Parroquial de Laredo celebrada por el Padre Dionisio, un capellán de la GuardiaCivil que durante la ceremonia repitió varias veces la labor del citado cuerpo en el País Vasco y la valentía de todos sus miembros al aceptar aquel destino. Realzó la calidad humana de Antonio y Guadalupe y la fuerza que habían tenido para superar todo lo que les había sucedido. Lo definió como un gran patriota y a ella como una mujer fiel que había sabido mantener con mano firme la educación de sus hijos mientras su padre permanecía arrestado por defender a su Patria y a sus hijos les supo decir que tenían que sentirse orgullosos de sus padres y que ya verían como con el tiempo todos sus esfuerzos se verían recompensados. Vendrán tiempos mejores afirmó, el gobierno será como Dios manda y el país volverá a ser lo que nunca debió dejar de ser. Comulgaron la mayoría de los presentes y al final les impartió la bendición Urbi et Orbi por gracia del Papa Pablo VI, finalizando la ceremonia con el canto del Himno a la Guardia Civil interpretado a capela por la mayoría de los presentes.

El banquete en la taberna había salido como lo habían planeado, la gente estaba satisfecha, comieron con ansia como era norma entre los Guardias Civiles, bebieron todo lo que quisieron, brindaron por los homenajeados, surgieron proclamas sobre España, su unidad territorial y su bandera, pusieron a caer de un burro al Gobierno de Zapatero y se les iluminó la mirada cuando alguien levantó su copa y brindó primero por el Gobierno del Partido Popular, por Rajoy y por supuesto por España reproduciéndose otra vez los vivas a España y al Rey y como remate final el Himno de la Guardia Civil. Todos los presentes emocionados lo cantaron y se despidieron con grandes abrazos asegurando que para la celebración de los cincuenta estarían los mismos

viernes, 19 de febrero de 2021

REQUIEM POR UNAS IDEAS.- CAPITULO 4

 

CAPITULO 4.-

 

La vida en Cartagena transcurría sin mayores problemas. Carlos Gonzalez Alía había recobrado la tranquilidad. Después de varios días había recibido la comunicación del Almirante del Departamento Marítimo del Mediterráneo en la que le indicaba que según el Ministerio de Marina continuaba en el escalafón militar con su graduación de Capitán de Navío, conservaba su empleo en el Arsenal y por lo tanto no necesitaba cambiarse de ciudad. El telegrama fue un alivio, al fin y al cabo para un Marino un cambio de destino siempre constituía un problema. Los niños estaban estudiando y para uno o dos años no merecía la pena moverlos, pero el gasto por tener que mantener dos casas abiertas tampoco era pequeño y sobre todo, las dos niñas eran lo suficientemente pequeñas como para dar miedo dejarlas solas y ya habían planteado que si lo enviaban a Ferrol o a Cádiz, Cristina su mujer, se quedaría en Cartagena, aunque si le cambiaban de destino también se tendría que cambiar de casa, porque el chalet de Tentegorra iba con el cargo, pero dentro de lo malo eso era lo de menos porque después de varios viajes en El Elcano había ahorrado lo suficiente para dar la entrada en un piso en medio de la ciudad y al menos el tema de la vivienda lo tenía solucionado.

Carlos había conseguido salir un poco antes del Arsenal y con la excusa que tenía que arreglar unos papeles en Capitanía, salió pronto y se fue a su casa a comunicarle a su mujer la mejor noticia de los últimos años. Cuando Cristina se enteró, le abrazó con alegría y aprovecharon para celebrarlo tomándose un caldero los dos solos en Cabo Palos. Hacía un día caluroso, el sol brillaba como siempre, pero para la pareja les parecía que les iluminaba mas que ningún día. Como llegaron pronto les dio tiempo a darse un paseo entre los barcos que volvían de pescar y a contemplar como la pesca no es solo el acto de estar en la mar, sino también los preparativos y el dejar todo preparado para el día siguiente. Un pescador, moreno casi negro, se esforzaba en clasificar las capturas colocándolas cuidadosamente sobre unos canastos en la proa de su pequeña embarcación. Eran por los menos veinte ejemplares de pescado no muy grande. Algunos peces movían todavía la cola como queriendo resistirse a una muerte por falta de oxígeno. Carlos y su mujer se acercaron y le preguntaron que tal había ido el día. El marinero los miró desde el fondo del pequeño barco y después de limpiarse el sudor con un pañuelo sucio que sacó del bolsillo del pantalón amarillo por el que todavía circulaban escamas y restos de una larga jornada de navegación, les contestó

-       No se ha dado mal, para que les voy a engañar, pero mejor hubiera estado si toda lo noche la hubiera pasado con una brasileña que conocí ayer – los ojillos de aquel hombre de mediana edad brillaron como un faro en la oscuridad - pero lo primero es lo primero y la obligación va antes que la devoción ¿sabe usted?

-       Bueno, pero no hay que preocuparse – Carlos sonreía tratando de ganarse la confianza de aquel esforzado pescador – seguro que la brasileña le está esperando con los brazos abiertos.

-       Ojalá, pero no lo creo. Las mujeres son como los pescados, si pican el anzuelo ahí se quedan para siempre, pero si a la primera pican y se sueltan ya no hay quien las vuelva a pescar.

-       Bueno, pues otras picaran.

-       Eso es verdad, pero un ejemplar como aquel no creo que lo vea en mucho tiempo.

-       No pierda la esperanza buen hombre, que el que la sigue la consigue.

-       Eso espero.

El marinero dejó a un lado la sonrisa que le iluminaba la cara y volvió a su trabajo. Con calma y como si el tiempo no fuera con el, se levantó, sujetó los cabos con fuerza, dejó los canastos en el muelle y salió del barco. En una carretilla colocó los dos cestos y con paso cansado se acercó al bar mas próximo para tomar una cerveza, el vino lo dejaba para por la tarde, e intentar vender el pescado al mejor precio posible. Durante unos minutos discutió con Ginés, el dueño y debieron de llegar a un acuerdo, aunque solo fuera de principios, porque un camarero se acercó y empujó la carretilla con su contenido hacia el interior de la cocina. Pescado mas fresco imposible pensaba Carlos mientras el camarero desaparecía por la puerta de la cocina.

Carlos y Cristina se sentaron en la terraza del restaurante que estaba dispuesta para casi cuarenta comensales y sin embargo eran ellos solos los que la disfrutaban. Era pronto y disponían de toda la tarde para charlar y celebrar el hecho de no tener que cambiarse de casa y mucho mas importante, el no tener que abandonar Cartagena donde casi sin darse cuenta llevaban cerca de veinte años, si bien es cierto que algunos años Carlos había estado destinado en Ferrol o había estado haciendo algún curso en Madrid y la familia no se había tenido que mover de la ciudad departamental. Si que era un sacrificio pero todavía lo sería mas si los niños tuvieran que cambiar de colegio.

 Sentados uno enfrente del otro, tuvieron la oportunidad de apreciar en el rostro de ambos el paso del tiempo, mucho mas acusado en el de Carlos. Ella se mantenía mucho mejor, claro que también tenía menos años, pero la maternidad suele dejar secuelas lo que no era en el caso de Cristina. Su mirada era limpia, pequeñas arrugas trataban de labrar sus surcos alrededor de los ojos mientras las cejas perfectamente depiladas ejercían su labor de tensar la piel cercana. La boca resultaba muy atractiva en una cara bien conformada y en todos sus gestos se apreciaba la importancia de ser feliz y ella lo era y en esos momentos mas todavía. No dijo nada porque no era el momento pero por su imaginación pasaron muchos momentos buenos vividos en común, pero también algunos no tan buenos y todo por culpa de la dichosa política. Hasta entonces había sido un marino de comportamiento ejemplar, con una hoja de servicios impecable, dedicado a su mujer y sus hijos y desde hacía cuatro o cinco años, desde aquella reunión de la OTAN en Bruselas. Solo estuvo allí quince días, pero por la forma en que regresó, parecía que hubiera estado allí quince años.

Al principio, Cristina llegó a pensar hasta que hubiera aparecido otra mujer y se hubiera interpuesto entre ellos, pero poco a poco se dio cuenta que no era otra mujer, sino la compañía de un Teniente Coronel de la Guardia Civil que le había embarcado en una aventura de salvar al país que le había cambiado la vida. Desde entonces, se había vuelto un contestatario, no estaba de acuerdo con nada, cada vez que leía un periódico o veía un Telediario, se ponía como un energúmeno y todo ello se reflejaba en la relación de pareja y sobre todo en la relación con sus hijos. En cuanto veían que su padre empezaba a hablar de política, desaparecían como si se los hubiera tragado la tierra. Cristina lo llevaba mejor, lo conocía casi tan bien como a ella misma y sabía callar cuando era necesario y contestar cuando le parecía que era mas oportuno. Sin embargo y a pesar que se volcó para quitarle de la cabeza su manía de intentar solucionar los problemas del país desde su puesto de Comandante de una Corbeta, no tuvo ningún éxito. Cada día que pasaba eran mas frecuentes los desplazamientos a Madrid, según él para cursos de especialización y todo terminó con su detención por participar en lo que se dio en llamar un intento de golpe de estado que nunca llegó a nada, excepto para los miembros del Tribunal Militar que lo juzgó. Carlos juraba por su honor que nunca había intentado hacer nada contra el gobierno democráticamente elegido y que él solo pretendía mejorar las condiciones de trabajo de sus compañeros y nada mas. A pesar de todo fue condenado a siete años de cárcel en una prisión militar y la inmediata separación de su puesto de Comandante. La sanción fue recurrida y al final se quedó en un arresto en el Castillo de Cartagena durante siete meses y en su día se decidiría si continuaba o no con su rango como Capitán de Navío.

 Para Cristina fueron meses muy duros, nadie lo dudaba. Su marido era un patriota para muchos, un golpista para otros y un tonto para ella. Le quería tanto que nunca se lo diría, pero en lo mas íntimo de su cerebro sabía que Carlos era fundamentalmente una buena persona, nada político y que tenía la sana costumbre, no siempre bien entendida, de decir todo lo que pensaba y claro cuando uno pone la cara sistemáticamente lo normal es que antes o después te la rompan y eso fue lo que pasó.

Lo peor con diferencia fue explicarle a sus hijos que su padre estaba arrestado por cumplir con su deber, realmente defendía a la Patria desde unos principios de unidad y respeto que le había sido grabados a fuego en su conciencia cuando era joven y estaba en la Escuela Naval de Marin en Pontevedra. El no había cambiado, los que lo habían hecho eran los demás y eso era muy difícil de explicar. Ya se sabe que los niños son muy crueles y tuvieron que soportar muchas burlas en el Colegio, aunque otros niños los defendían y con la mentalidad de sus pocos años era muy difícil entender lo que estaba pasando. Afortunadamente el tiempo lo borra casi todo y con la vuelta a casa todo iba volviendo a la normalidad. Los niños están felices porque veían a sus padres felices y la estancia en el Penal parecía que había conseguido lo que parecía imposible en los últimos años y no era otra cosa que llevar la tranquilidad a una familia normal y corriente. Era evidente que Carlos eludía hablar de política y parecía como si tuviera un verdadero arrepentimiento de todo lo sucedido, incluso había llegado a decir que sabía el daño que había provocado a sus hijos sobre todo y que no volvería a ocurrir. Cristina sabía que lo decía de corazón y esperaba que fuera una realidad lo antes posible.

Mientras todo esto pasaba por la cabeza de Cristina, Carlos la miraba con admiración, estaba enamorado de ella hasta las trancas que diría un castizo y nunca había podido entender como una mujer tan atractiva había sido capaz de enamorarse de él y mucho menos aguantarle durante tantos años. La miraba y la veía como cuando tenía treinta años menos. Había cambiado muy poco, la admiraba más que nunca y el hecho de haber soportado estos últimos meses daba muestras de su impresionante entereza moral. Sabía que no estaba de acuerdo en muchos de sus planteamientos, sin embargo de su boca nunca había salido ni una sola palabra de reproche y por eso la quería más todavía. Tenía que cambiar, esa mujer que tenía enfrente no se merecía nada de lo que le estaba pasando y tenía que cambiar. Sabía que no iba a ser fácil, pero con su ayuda y la de sus hijos lo tenía que conseguir. No sabía como, pero lo tenía que conseguir. Lo primero, por supuesto, no volver a Madrid a aquellas reuniones en las que se ponía al gobierno a caer de un burro y lo segundo y posiblemente lo más difícil recuperar a sus hijos. No estaban bien, eso se había dado cuenta enseguida, aunque también se notaba que habían sido cuidadosamente aleccionados por su madre. Como es natural se alegraban de su vuelta a casa, pero estaban como expectantes hasta ver lo que pasaba. Hasta entonces todo había sido de color de rosa, pero esperaba el paso de unas semanas mas para saber por donde salían, sobre todo Cris y Mamen que están en una edad complicada y a saber cual será su reacción. En cuanto a Carlos, el mayor, seguro que no habría ningún problema porque estaba educado de la misma pasta que él, había bebido de las mismas fuentes militares y malo sería que tuviera ideas diferentes. Arancha, la segunda, tampoco porque vivía muy apegada a la Marina, su novio era Marino y lo único era en la Universidad de Murcia donde estudiaba segundo de Filosofía y Letras y ahí si que le habrían podido meter ideas raras en la cabeza, pero hasta ahora no parecía y la pequeña Paula, esa era lo mejor de la casa, claro que tenía tres años y la sola presencia de su padre la hacía completamente feliz.

-        ¿Desean tomar algo los señores? – un camarero vestido con pantalón negro y camisa blanca interrumpió sus pensamientos.

-       ¿Qué tomamos? ¿te parece bien un tinto de verano?

-       Yo casi prefiero un vino blanco.

-       Bueno, pues nos trae una botella de vino blanco bien frío, unos calamares y un caldero para los dos.

-       ¿Les parece bien un Barbadillo?

-       Perfecto

El camarero anotó el pedido en una pequeña libreta y se retiró hacia la barra. A los pocos segundos volvió con una botella del vino gaditano que abrió con leves movimientos del sacacorchos, sirvió una pequeña cantidad en la copa de Carlos para que lo probara y al aprobarlo, rellenó las dos copas. A continuación, introdujo la botella en un enfriador y se volvió al interior del local.

El matrimonio brindó y se quedaron en silencio disfrutando de una vista preciosa de un mar mediterráneo que parecía con su tranquilidad querer contribuir a la paz de la pareja.

Degustaron un caldero en su punto y después de un café, abonaron la factura y fueron caminando lentamente hasta el faro que estaba situado al final del puerto. Se sentaron en un banco y casi sin hablar pasaron un rato hasta que se levantaron para ir a buscar a Paula que salía de la guardería a las cinco y media y a continuación ir a su casa para charlar en el pequeño jardín que rodeaba el chalet pareado de la urbanización en la que les había correspondido su vivienda.

Se levantaron y se marcharon en el coche. Sentados en las sillas del jardín- terraza, Cristina pasó un brazo por el hombro de su marido y se sentó en la silla de al lado.

-        ¡Que tranquilidad! Parece como si viviéramos en medio de la selva.

-       Espera un segundo – sonrió Carlos – porque por ahí viene Paulita y se acabó la buena vida.

Efectivamente la pequeña de la casa llegó llorando como una magdalena porque, según ella, su seño la había regañado por no recoger los juguetes y por no lavarse las manos antes de comer y

-        ¿Sabes que?

-       Tu me dirás – respondió su madre mientras le secaba una lágrima solitaria

-       Que la seño me tiene manía

-       ¿Si?

-       Si – la niña desde la atalaya de sus tres años insistía en su razonamiento – me tiene manía porque yo recojo más que María y a ella no la ha regañado y además me mojé las manos y ella decía que no y yo que si, o sea que me tiene manía.

Cristina la sentó en sus rodillas, le retiró el flequillo que le tapaba los ojos y la abrazó muy fuerte.

-        Yo ya se que eres muy buena, pero a veces no eres muy obediente y claro la seño lo sabe y por eso te regaña.

-       Esa es tonta

-       Paula – ahora era Carlos, el padre, el que trataba de imponer algo de autoridad – por favor. Los profesores nunca son tontos, pueden tener más o menos razón, pero si te regañan es por tu bien, ¿no lo entiendes?

-       Pues no – Paula con su lengua de trapo trataba de no perder – porque Elenita tampoco recoge y nunca le dice nada.

-       Bueno, bueno, - el padre alargó los brazos para que ella se subiera y la abrazó muy fuerte – lo más importante es que mamá y yo te queremos mucho. ¿Quieres una patata?

La niña se acercó al plato y metió la mano entera dejando vacio todo su contenido

-       Paula, por favor – la madre estaba dispuesta a corregir su comportamiento – no se cogen las patatas todas de golpe

-       Es que tengo mucha hambre

-       Ya, pero se cogen de una en una y se comen con la boca cerrada ¿no te acuerdas de lo que te conté el otro día?

-       Si y se lo he contado a Laurita y dice que eso es mentira

-       Pues dile a tu amiga Laurita que las madres nunca decimos mentiras y que es verdad que si comes con la boca abierta se pueden meter las mariposas en el estómago y entonces notarías como si tu barriga tuviera alas y si comes muchas, pero muchas, muchas, incluso podías salir hasta volando

Carlos que observaba la escena desde su cómoda sillón casi no podía aguantar las ganas de soltar una carcajada, pero como buen padre tenía que mantener la seriedad y colaborar en la broma. Paula le miraba con su habitual cara traviesa como intentando sonsacarle la verdad, pero Carlos se mantenía impasible.

-       Papá ¿tú has comido muchas patatas fritas cuando eras como yo?

-       Si quieres que te diga la verdad, he comido algunas, pero no tantas como tu, porque mi padre no tenía mucho dinero, éramos muchos hermanos y no había para chucherías, pero alguna si que he comido, claro

-       ¿Y volaste alguna vez?

-       No - contestó Carlos muy serio - pero era porque las comía con la boca cerrada.

-        Ya – para Paula la contestación de su padre era definitiva y con eso era suficiente, nunca mas volvería a comer patatas fritas con la boca abierta, ni aunque Laurita le dijera que era mentira, si su padre decía que era verdad, entonces es que era verdad.

viernes, 12 de febrero de 2021

OR UNAS IDEAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hola: Ahí os va otro capítulo. Que os entretenga. Un beso para todos

 

 

 

 

CAPITULO 3.-

 

La pareja avanzaba con paso rápido por un camino interminable. Solo llevaban hora y media andando pero podrían seguir todo el día, Castilla daba para ese camino y mil mas. Era un camino de tierra, como debe ser cualquier sendero que se precie de haber sido pisado por miles de peregrinos desde hacía muchos años, serpenteaba entre los trigales con su color amarillo como no queriendo molestar. Ese camino llegaba a Astorga, pero ellos se daban la vuelta antes, excepto el año que hicieron el camino de Santiago. A lo lejos un pastor se alejaba con su rebaño dejando una estela de polvo. La tarde iba lentamente cayendo, el calor no quería ayudar y el sol remoloneaba antes de irse a dormir. La autovía que desde cerca de Astorga se continuaba hasta La Coruña se adivinaba en la lejanía y los coches parecían hormigas que atravesaban el horizonte mientras el silencio, ese que solo se oye en el campo, se iba haciendo el amo por unas horas.

Antonio Cruz y Guadalupe Lozano volvían a su casita de pueblo después del paseo habitual que todos los días a las ocho de la tarde comenzaban con puntualidad germánica. Era un momento ideal para hacer un poco de ejercicio y de paso charlar sobre lo divino y lo humano. Tan solo llevaban una semana en aquel pequeño pueblo y les parecía que llevaban todo el invierno. Los días se hacían muy cortos, mientras las noches se acortaban a base de charlar de forma interminable. Debajo de unos árboles centenarios situados en el centro de aquel lugar del que en invierno vivían solo tres familias mientras que en verano la población se multiplicaba por diez, los escasos vecinos y los veraneantes sacaban sus sillas a las puertas de las casas y charlaban haciendo que las tertulias durasen hasta que el frío les obligaba a refugiarse cada uno al calor de sus chimeneas que estaban todas las noches encendidas. Se buscaba la fresca que casi siempre llegaba a partir de las nueve de la noche y se madrugaba para evitar, en lo posible el sol y el calor correspondiente.

La casa les había tocado al matrimonio como una parte de la herencia que la madre de Guadalupe había dejado cuando se murió hacía ya mas de quince años. Se trataba de una edificación típica de la zona sin muchas pretensiones, paredes gruesas que mantenían una buena temperatura mas o menos estable durante todo el año, ventanas y balcones pintadas de azul, contras de hierro, muros altos que separaban el patio de la plaza mayor, con un jardín suficiente para disfrutarlo sin dedicarle muchas horas. El Teniente Coronel Cruz había hecho una pequeña obra para que al fondo le instalaran una piscina de siete por tres metros que dejaba espacio suficiente para una mesa de piedra con dos bancos corridos sin necesidad de desplazar de su sitio el pozo con la hiedra que le recubría. La casa estaba situada a unos 15 Kms de Astorga, en plena provincia de León,  a escasos doscientos metros del Camino de Santiago y había sido el refugio para el matrimonio en aquellas épocas de soledad que seguían los diferentes períodos de arrestos  que Antonio Cruz había sufrido con excesiva asiduidad. Era una casa de campo de los antiguos peones camineros con una estancia principal muy amplia en la que destacaba sobre manera una chimenea que hacía las delicias de todos los que la conocían. Ubicada en el centro de la sala, con un tiro espectacular de casi tres por tres metros, tenía unos bancos de madera alrededor en los que se acumulaban miles de historias contadas por todos lo que tuvieron la fortuna de acceder a sus tertulias desde finales del siglo XIX donde el entonces bisabuelo de Guadalupe trataba de coaccionar al gobierno de la época y planificaba sus intervenciones en el Parlamento, del que era Diputado por León, en colaboración con diferentes amigos que le aconsejaban, siempre alrededor de unos troncos que caldeaban el ambiente en aquellas frías tardes de invierno y saboreando unas buenas copas de orujo casero. Posteriormente transformada en fonda, la casa había constituido un lugar clave para reuniones de muchos arrieros que desde Castilla la Vieja, se desplazaban hasta Galicia por aquellos caminos de Dios con mercancías de todo tipo guiados por el afán de vender y conocer otras gentes.

El matrimonio de Antonio Cruz y Guadalupe Lozano habían heredado la casa y la mantenían prácticamente igual que se la dejaron. Hasta un viejo piano continuaba presidiendo el amplio salón al que solo entraban en aquellas ocasiones en que se reunía toda la familia como algunas Navidades, en verano algún fin de semana y poco mas. Los hijos eran muy de ir al pueblo, pero unos porque estaban destinados lejos, como era el caso de Antonio, el mayor, que desde que había salido como Alferez de de la Academia Militar de Zaragoza estaba destinado en Tarifa y el de Julián, el segundo, que andaba siempre metido con temas políticos en la Universidad y solamente iba para las fiestas y quedaba Belén, la mas pequeña quien a sus diecisiete años empezaba a tontear con algún veraneante y era realmente la única que estaba en el pueblo todas las vacaciones.

Entraron por el amplio portalón de madera que daba acceso directamente al patio a través de una especie de pasillo con la amplitud suficiente como para permitir el paso de aquellos viejos carruajes de los que Antonio todavía guardaba uno al fondo. A la derecha la entrada de la casa y justo antes de entrar una especie de oquedad en la pared que hacía las veces de armario, les permitió dejar los bastones que les acompañaban siempre en sus caminatas y colgar las chaquetas que llevaban anudadas a sus cinturas.

Era un día de calor, pero ya se sabe que en esta zona el tiempo es muy cambiante y siempre llevaban algo de abrigo por si acaso tuvieran necesidad de usarlo. Ese no era el caso y el calor todavía apretaba de lo lindo. Antonio, con una camisa blanca, pantalones de esos que teóricamente se pueden hacer cortos o largos a voluntad regalo de sus hijos el invierno pasado, botas de campo con las gruesas suelas de goma desgastadas por el uso diario durante muchos años, se acercó a un congelador situado detrás de la mesa de piedra, cogió un botellín de cerveza muy frío y se sentó en el banco. A los pocos segundos le acompañó Guadalupe provista de una botella de agua. A los dos se les notaba el paso de los años. Antonio, próximo a los sesenta, tenía un pelo negro con abundantes canas  que solamente dejaba entrever una pequeña calva en la parte de atrás. Un bigote tremendo le daba a su cara una expresión severa, los pliegues de la piel de su cara demostraban que durante mucho tiempo había pasado largas temporadas al aire libre, lo cual era cierto solo hasta cierto punto, porque efectivamente, había pasado muchos años paseando mañana y tarde por los patios de diferentes cárceles, en las que el único que podía de verdad sentirse libre era el aire. Se consideraba, sin lugar a dudas, un preso político actualmente en libertad pero todavía pendiente de dos resoluciones judiciales que posiblemente y dados sus antecedentes le supondrían mas meses o años de cárcel. Deleitándose con la cerveza dejaba pasar los minutos. Sus brazos musculosos con manos recias, se entrelazaban detrás de su cuello mientras el resto de su cuerpo trataba de relajarse.

Desde allí contemplaba a su mujer que, sentada en el banco de enfrente, se disponía a sujetar su melena rubia con una goma. Se había puesto un bañador azul celeste que todavía permitía adivinar un cuerpo bien moldeado. Antonio la miró con cariño, con aquel cariño que todavía sentía después de tres décadas largas de matrimonio y gracias a el había soportado tantas y tantas injusticias. Con nostalgia vinieron a su memoria aquellas noches eternas encerrado en la soledad de aquellas celdas por las que había pasado muchos presos antes que él. Conocía prácticamente todas las cárceles militares del país y era de justicia reconocer que en la que mejor había estado era en la última. Un viejo castillo, en las proximidades de Cartagena, había sido su residencia los últimos siete meses, pero antes había estado, casi sin solución de continuidad, en las de Ferrol, Córdoba, Cadiz, Sevilla, Santander y Segovia. Los procesos judiciales se repetían y ya se había acostumbrado. Tres meses de privación de libertad por atentar contra el Gobierno democráticamente elegido, otros tres por atentar contra la integridad territorial de España, aquello fue el colmo, él que defendía todo lo contrario, encarcelado por ese mas que discutible delito. Seis meses mas por desacato a la Corona y todo por decir que el Rey llegó a donde estaba porque Franco lo había decidido que si no estaría en Estoril en la casa de su padre ¿Acaso era mentira? Para el Tribunal parece ser que si y como fin de fiesta otro dos años por deshonrar a la bandera nacional cuando lo único que hizo fue quemar una bandera con el escudo constitucional porque entendía que la bandera legal era la preconstitucional puesto que para él, la constitución era un ataque a la integridad de la Nación española y había sido diseñada en todos sus apartados por una serie de políticos que habían demostrado su falta de ética al formar parte del régimen anterior y luego volverse demócratas tocados por una especie de varita mágica que les había hecho cambiarse de chaqueta. Eso los que había formado parte del Gobierno de Franco, porque otros habían luchado sin ninguna clase de dudas en el bando republicano y después de haber perdido la guerra y huir como ratas, habían vuelto para integrarse en un sistema que trataba de olvidar todo lo anterior y convertir a España en un país que, según algún dirigente de la época, no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió y el, Antonio Cruz Perez no estaba por la labor. Sabía que iría a la cárcel pero anteponía su espíritu militar al castigo correspondiente, había jurado unos principios y no estaba dispuesto a cambiarlos. Pretendía ser la mecha que incendiara los corazones de muchos de sus compañeros del Ejército que, en privado, le confesaban tener su misma manera de pensar, pero en todos los casos, al llegar el momento de la verdad, no habían dado la cara y el único que iba a la cárcel era el.

-       ¿En que piensas?

La pregunta de su mujer lo sacó de aquellas situaciones que habían ocurrido a lo largo de los últimos cinco años

-       Prácticamente se puede decir que estaba en la celda del penal de Cartagena

-       ¿Solo o con alguien?

-       En la celda siempre solo, en el patio y el resto del día, siempre con Carlos

-       ¿El Marino?

-       Si

-       ¿Qué tal es?

-       Un patriota

-       Y ¿cómo persona?

-       Un amigo

-       ¿Solo eso?

-       ¿Qué quieres que te diga?

-       Pues no se – Guadalupe trataba de hacer hablar a su marido. Era consciente de lo difícil del intento. Sabía, porque lo había padecido en diferentes ocasiones en su propia relación que, al principio, era muy difícil, pero tenía que intentarlo. Los últimos años habían sido un infierno, sobre todo para él, que era el que mas los padecía, pero también para ella. Se había casado con un Militar y en lugar de mandar tropas, se pasaba la vida de cárcel en cárcel como si fuera un terrorista. La relación de pareja se había visto alterada bruscamente. Ella que debía haber compartido la educación de sus tres hijos, se encontró, sin comerlo ni beberlo con la obligación de educarlos ella sola, teniendo que convencer a sus hijos que fueran por el mundo con la cabeza bien alta porque su padre era un hombre honrado, fiel a sus principios y por eso estaba en la cárcel. Estaba convencida que eso era así y así trataba de inculcárselo a sus hijos aunque algunas veces dudaba y cuando se metía en la cama, sola, pensaba si no sería mejor que su marido volviera a ser el de antes, con sus ideas pero sin meterse en política, pero a los pocos minutos rectificaba y se volvía a convencer que lo mejor era que no cambiara nada, que fuera él y si por culpa de su forma de pensar tenía que estar entre barrotes, ella lo que tenía que hacer era ayudarle y así iban pasando los días, las semanas y los meses. En los períodos cortos de libertad provisional, trataba por todos los medios de no hablar de política, pero era inevitable como también lo era el que Antonio saltara como si tuviera un resorte cada vez que se nombraba a algún miembro del Gobierno

-        ¿Has quedado con Carlos, el marino, en veros algún día?

-       Bueno, ya sabes, lo de siempre. Ya te llamaré, si voy por Madrid nos vamos un día a comer y cosas por el estilo, pero luego todo es diferente, ten en cuenta que vive en Cartagena y va a ser difícil, pero ya veremos. Es un buen hombre y un gran Marino, pero no creo que continúe con esta lucha y yo lo comprendo. Ten en cuenta que nos jugamos el puesto y no es fácil dar siempre la cara. A mi ya me da igual – Antonio bebió del botellín de cerveza – porque en cuanto alguien dice algo, inmediatamente sale alguien diciendo que yo estoy detrás y otra vez a la cárcel. Creo que no merece la pena ni defenderse

Guadalupe rodeó la mesa y se acercó a su marido. Le besó en la mejilla y apoyó su cara en su hombro mientras el le pasaba su brazo por encima atrayéndola para estar muy juntos

-       Esta vez te veo un poco mas desanimado que otras veces

-       No – Antonio la apretó fuerte – no creo que esté peor, lo que pasa es que ya no tengo treinta años y me estoy empezando a cansar

-       ¡Hijo, ni que tuvieras ochenta años!

-       Ochenta no, pero cincuenta y nueve si y eso se nota. Llevo tiempo dándole vueltas a una idea y posiblemente sea mas eficaz que todo lo hecho hasta ahora. Quizás es una forma como mas cobarde, pero si los guardias civiles tuviéramos un sindicato, lo mismo nos iban mejor las cosas, no lo se

-       ¡Un sindicato! Eso si que es nuevo

-       Claro, pero ahora para algunas cosas somos militares, por ejemplo si yo hago alguna declaración política me voy a la trena por desobediencia, pero si fuera sindicalista no me podrían aplicar el código militar

-       Pero entonces la guardia civil no sería militar

-       Eso es lo malo

-       ¿Y tus compañeros estarían de acuerdo?

-       No tengo ni idea

-       ¿Se lo vas a preguntar?

-       No lo se. Se verá

Guadalupe lo dejó otra vez a vueltas con sus pensamientos y se tiró de cabeza a la piscina. El agua estaba francamente buena y estuvo un rato nadando con un estilo que demostraba su buen aprovechamiento de las clases de natación a las que había asistido cuando era una niña. En algo se tenía que notar que había vivido en París. De nadar se acordaba bastante, no así del francés que había sido su lengua hasta que sus padres volvieron a España cuando ella tenía doce años. Habían emigrado después de la guerra y la familia volvió con algún miembro mas, un poco de dinero, en definitiva, un idioma, la ilusión por volver a su país aunque las condiciones políticas no eran las ideales y las manos en los bolsillos. Su padre se había dedicado antes de emigrar al campo y en Francia había sido cocinero y su vuelta coincidió con la muerte de su abuelo y con unas pocas tierras y el dinero ahorrado compraron un pequeño restaurante en Astorga y allí vivieron y crecieron los cinco hijos del matrimonio. Guadalupe estudió Magisterio en Leon y al terminar la enviaron con una beca a Madrid para completar su formación.  La Escuela estaba muy cerca de la Dirección General de la Guardia Civil y en aquella época por allí andaba Antonio haciendo de instructor para las nuevas generaciones de guardias. Las niñas de Magisterio tomaban café en un café cercano a su escuela y allí se juntaban con aquellos guardias que se mostraban ufanos de enseñar sus uniformes.

Empezó poco a poco, como casi todas las cosas. Un día Antonio invitó a un grupo de chicas a una demostración de perros policías en la Academia y allí que se plantaron Guadalupe y tres amigas mas. Vieron las pruebas, tomaron unos vinos en el bar de la Academia y quedaron para otro día. Ella se fijó en uno que no era Antonio y él en una que no era Guadalupe y así comenzaron a salir en grupo. Un día en Segovia, perdieron el autobús los dos y en el siguiente entablaron una conversación que luego duró treinta años. Para Antonio, mucho mayor que ella, la prisa era una palabra que no existía en su diccionario y todo debería discurrir con tranquilidad. Estaba perdidamente enamorado, pero no se atrevía a dar el paso definitivo hasta no saber cual iba a ser su próximo destino. Pasaron casi seis meses, salían casi a diario, los dos estaban a gusto pero no se planteaban casarse hasta que un tres de Marzo Antonio terminó su período de formación y fue destinado, nada mas y nada menos que a Las Palmas de Gran Canaria y aquel fue un momento crucial. Si se pasaba a la Guardia Civil, lo destinarían a Toledo, pero si continuaba con su idea de continuar en el Ejército entonces serían nada menos que dos años en las islas y las posibilidades de que el noviazgo con Guadalupe llegara a algo se hacían cada vez mas difíciles. Ella también había terminado y o se volvía a su casa o se casaba y de común acuerdo decidieron que lo mejor era juntar sus vidas y compartir muchas ilusiones.

Ese día Antonio se enteró que la familia de ella no sabía absolutamente nada de su noviazgo. Guadalupe nunca encontraba el momento oportuno para decirlo y por eso hasta entonces lo había ocultado porque sabía que iba a ser un tema conflictivo. Su novio era como era y su padre todo lo contrario. Guadalupe temía el día en que tendría que decírselo a su familia y hasta entonces si que les había hablado que salía con un chico, pero nada que era militar ni mucho menos. Sin embargo había llegado el momento y lo mejor era plantearlo directamente. Guadalupe esperó a que un Domingo después de comer y cuando ya parecía que tenía que volver a Madrid, vio que su padre estaba solo y ni corta ni perezosa se lo soltó como si nada

-       Papá ¿puedo decirte una cosa?

-       Por supuesto – contestó el padre quitándose las gafas y dejando a un lado el periódico que estaba leyendo

-       ¿Te acuerda que hace tiempo os dije que estaba saliendo con un chico en Madrid?

-       Si, pero ¿todavía sigues con él?

-       Por supuesto y ¿sabes que?

-       Dime

-       Que nos hemos hecho novios

-       Muy bien, hija – el padre la abrazó con cariño – ya sabes que si tu eres feliz yo también

-       Estaba segura que lo ibas a entender

-       ¿Es que tenías alguna duda?

-       Bueno – Guadalupe no sabía por donde empezar – es un poco mayor que yo y….

-       Venga, hija, dime lo que sea que me tienes en ascuas

-       Que es militar

-       ¿Militar?

-       Si y ahora se pasa a la Guardia Civil para no ser destinado a Canarias y por eso, como acaba de ascender a Capitán quiere formalizar nuestra relación y empezar a pensar en casarse.

-       O sea que si no he entendido mal mi hija se ha enamorado de uno de aquellos que hicieron una guerra y se dedicaron a asesinar a todos los que no pensaban como ellos.

-       Papá, por favor, no empieces

-       Claro para ti no es nada importante – el padre se levantó y comenzó a pasearse por toda la habitación - Hemos tenido que vivir casi quince años en Francia, todos hemos hecho un gran esfuerzo tratando de luchar por la libertad, cada uno a su manera y ahora llega la señorita y se casa nada menos que con un capitán de la Guardia Civil. Solo faltaba que cualquier día venga a detenernos por activistas y que vayamos a la cárcel por rojos

-       Papá – Guadalupe tenía veintiún años y hasta que conoció a Antonio nunca se había atrevido a llevarle la contraria, pero desde que comenzó su relación, no le pasaba ni una – yo no trato de convencerte a ti y puedes pensar como quieras, pero también debes de admitir que por encima de tus ideas políticas, lo primero como decías antes, es mi felicidad y con Antonio lo soy. En cuanto nos casemos, nos iremos a vivir fuera y si insistes en negar la evidencia de nuestra relación, no se como vamos a hacer, pero yo a Antonio le quiero y me voy a casar.

-       ¿Será si yo te autorizo?

-       Y si no me autorizas también. Nunca te lo he dicho, pero aunque me consideres una niña, te recuerdo que soy mayor de edad y tengo derecho a decidir mi futuro.

-       Guadalupe no digas cosas de las que te puedas arrepentir

-       Ni tu tampoco

-       Te recuerdo que soy tu padre

Guadalupe no pude continuar y comenzó a llorar desconsoladamente. El padre también se dio cuenta que por ese camino no debía continuar y la abrazó con fuerza.

-       Vamos a dejarlo porque estamos los dos muy alterados. Venga, Guadalupe – el padre separó un mechón de la cara de su hija que continuaba llorando como una magdalena y la invitó a tomarse una coca cola con él, poco a poco la situación se iba calmando y ambos cambiaron de tema - ¿cuando tienes que volver a Madrid?

-       Mañana

-       ¿Te vas a quedar mucho tiempo?

-       No lo se – Guadalupe miró a su padre – pensaba pedir un traslado a León, pero con todo esto, no se que hacer.

El padre miró fijamente a los ojos de su hija y a pesar de su carácter autoritario demostró el enorme cariño que tenía hacia ella y reconoció que se había equivocado. Quería seguir siendo como era, pero también entendía la postura de su hija y trató de rectificar

-       No me gusta ese noviazgo, eso no hay duda, pero lo primero eres tu y si te parece podemos llegar a un acuerdo. Tu sigues siendo mi hija y yo acepto que Antonio es un Guardia Civil. Lo que si que te pido es que para evitar discusiones, como la que acabamos de tener tu y yo, es que no hablemos de política ¿de acuerdo?

-       Por mi no hay inconveniente, pero se lo tendré que preguntar a él si está por la labor

-       ¿Crees que aceptará?

-       No le va a quedar mas remedio porque si no se queda sin novia

El Padre la volvió a abrazar y le confesó que la quería

-       Quiero pedirte perdón. De verdad que no volverá a pasar

-       Yo también te quiero y también quiero pedirte perdón porque …..

La madre interrumpió la conversación sin darse cuenta, pero en el momento justo. Nada mas entrar con su intuición femenina percibió que había ocurrido algo importante. Miró alternativamente a su marido y a su hija y se quedó con los brazos cruzados esperando alguna explicación. El primero que trató de explicarse fue el padre

-       ¿Sabes la noticia?

-       No, pero decírmela porque debe ser muy importante

-       La niña tiene novio y se quiere casar

La madre la abrazó y las lágrimas volvieron a salir a la superficie.

-       ¡Que tonta soy! debía ser un motivo de alegría y me pongo a llorar como una idiota.

-       No te preocupes. Hemos discutido un poco Papá y yo porque Antonio, mi novio es Guardia Civil, pero ya lo hemos arreglado.

La madre miró al padre que estaba detrás de su hija e hizo un gesto como queriendo decir que no le gustaba pero no tenía mas remedio que aguantarse.

-       Voy a buscar una botella de champán y nos tomamos una copita para celebrarlo.

A los pocos segundos estaba de vuelta y los tres brindaron por la felicidad de la nueva pareja y quedaron en que irían a Madrid para conocer al novio.