CAPITULO 5.-
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Me gustaría celebrar nuestros treinta años de
casados en tu bar ¿Qué te parece?
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¿Ya lleváis treinta
años casados? – Juan, su inseparable compañero de la Guardia Civil durante muchos
años se mostraba sorprendido - que suerte has tenido Antonio, encontrar una
mujer como Guadalupe que te ha aguantado todos estos años.
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Por supuesto que si,
pero a ella tampoco le ha ido tan mal
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Hombre, claro que
no – Juan le ofreció una copa – me parece muy bien celebrar aquí ese día, ya
sabes que para mí es un honor que te acuerdes de los amigos
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Ahora lo que
quiero saber es lo que me va a costar
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Por eso no te
preocupes, eso está arreglado, pero, joder Antonio, precisamente porque somos
amigos no me hagas perder dinero.
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No, ya sabes que
no quiero que sea así, pero tú que has sido Guardia Civil sabes el sueldo que
tenemos y da para lo que da.
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Ya, si yo te
entiendo, por eso estoy pensando que dar algo de marisco es muy caro y encima
para sesenta y tantas personas te va subir mucho, pero ¿por qué no hacemos una
cosa? – Juan adoptó una actitud como si se le acabara de iluminar la luz de una
bombilla.
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Tu dirás, pero
algo que quedemos bien que treinta años de casados no se cumplen todos los días
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No te preocupes
que quedar vas a quedar bien. Yo lo que te propongo es cambiar los centollos
por varias raciones de mejillones que las podemos poner al centro y así te sale
mucho mas económico
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¿Y la gente no
echará de menos algo de marisco?
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No, seguro que
no, porque la misa es a las siete y mientras que D. Eugenio dice un sermón y
llegáis hasta aquí son por lo menos las ocho y media y lo que haremos es
recibiros con la sidra ya preparada para que todo el mundo tenga un vaso en la
mano y pasamos queso de Cabrales en tostadas y así los entretenemos hasta las
nueve y pico y a esa hora les damos una buena crema de marisco y seguro que se
quedan encantados y después carne o pescado a gusto del consumidor
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¿Y con esa solución
cuanto me ahorro?
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Por lo menos – Juan
echó unas cuentas en la pequeña calculadora que tenía encima del mostrador –
quince o veinte euros por barba. Bueno por ser tú y celebrarlo en mi
chiringuito, veintidós euros por persona y en paz ¿vale?
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Vale.
Antonio y
Juan se fundieron en un abrazo que era lo mismo que sellar el acuerdo sin
necesidad de firmar ningún papel.
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Me voy que me está
esperando Guadalupe y todavía nos tenemos que ir a Oviedo.
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Bueno, entonces
no hablamos mas, el día veinticinco a las ocho y media estará todo preparado
para sesenta y cinco personas. ¿Todo en orden?
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Si, si, todo en
orden. Ese día te pago todo o ¿quieres que te deje algo de señal?
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De verdad Antonio
que muchas veces pareces tonto ¿Tu vas a venir con toda esa gente que hemos quedado?
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Pues claro
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Entonces no te
preocupes. Me pagas cuando sea y tan amigos. Tu ahora preocúpate de organizar
el resto que lo de la comida corre de mi cuenta.
El
Teniente Coronel Antonio Cruz abrió la puerta de su Ford Mondeo, se ajustó el
cinturón de seguridad, arrancó con lentitud y a los pocos metros se incorporó a
la Autopista.
Ajustó la
velocidad a 120 Kms. por hora dando pequeños toques a una palanca a la
izquierda del volante y levantó el pié del acelerador continuando el coche la marcha
previamente fijada.
Antonio
recordaba con una sonrisa en los labios aquella época en que conoció a Juan en
el acuartelamiento que la Guardia Civil tenía en el centro de San Sebastián.
Hacía ya unos años, entonces él Comandante, y Juan Teniente e hicieron muy
buenas migas sin razón aparente. Por aquel entonces ya Juan apuntaba maneras de
buen jefe de cocina y cualquier acontecimiento lo celebraban a lo grande, eso
sí, sin salir del cuartel que no está el horno para bollos, solía decir el
asturiano mientras daba vueltas a las fabes con almejas que estaba preparando.
En esta ocasión la detención de un grupo de etarras fue la causa para organizar
una “farrada”, pero los motivos no tenían que ser necesariamente
importantes. Una victoria del Sporting
de Gijón, su equipo de toda la vida o alguno de los partos de cualquier mujer
de los allí alojados y que por razones obvias vivían en Burgos o se quedaban
con sus padres en sus lugares de residencia. -
Las penas con pan siguen siendo penas pero se sobrellevan mejor - repetía
mientras servía con alegría unas raciones bien colmadas de fabes con
almejas.
Fueron
días muy duros en aquellas frías instalaciones. Las salidas se hacían siempre
en coches camuflados con los cristales tintados para evitar ser reconocidos,
los paquetes que entraban en el Cuartel eran rigurosamente supervisados y
chequeados mediante un potente Scanner. Lo perros olisqueaban todo y a todos
los que entraban en la llamada zona de seguridad y la alerta era permanente.
El aviso
de bomba era casi constante y había días que las llamadas avisando era cada
cuatro horas. Todas, absolutamente todas, se chequeaban, se localizaba el lugar
desde donde habían sido realizadas y se buscaban, en la medida de lo posible,
con el riesgo que eso conllevaba para los del grupo de explosivos. Al principio
salían en grupos de diez, primero acordonaban la zona y luego ante la presencia
de cualquier artefacto procedían a su desactivación.
El día
que ocurrió lo de Juan, pasó lo que tenía que pasar. Las dotaciones eran
escasas y estaban permanentemente de guardia. Los únicos que se permitían el
lujo de disponer de algunos permisos eran los chóferes que, lógicamente, nunca
se acercaban a las zonas mas conflictivas.
Era un
Domingo, por la noche, no serían mas de las diez y media. El Sporting de Gijón había
ganado a su eterno rival, el Oviedo y Juan había organizado una degustación de
quesos. Muchos de los guardias no habían vuelto del fin de semana y sonó el
aviso de turno que ya, a fuerza de ser tantas veces repetido, no dejaba de
causar cierta preocupación y las caras de los agraciados a los que tocaba salir
de patrulla lo reflejaban.
Alberto Perez
Sota, estaba de alerta ese día y con gesto resuelto fue el primero que se
levantó y empuñando su fusil ametrallador, se ajustó los correajes y anunció:
-
Vamos, al tajo
que la unidad de España nos llama.
Poco a
poco los otros tres Guardias que estaban de alerta se levantaron y se sumaron a
su compañero con un “hasta la vista y no os comáis todo el queso que está
cojonudo”
-
Y tan cojonudo –
respondió Isidro Blanco, natural de Zamora y nuevo en el Cuartel – y encima
ahora tiene madre, porque el otro día estaba bastante mas duro que hoy.
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No te quejes,
joder que me lo manda un patriota desde Cabrales, pero para que me lo coma yo
que para eso tengo un paladar tan exquisito y no como tu que te da lo mismo
queso de Burgos que un cabrales - Juan contestaba mientras se ajustaba el
tricornio – y espero que sea la última alarma del día porque hoy ya hemos
tenido que salir dos veces.
-
¿Y te parece
musho? – el acento sevillano de Jesús del Nido retumbó por todo el amplio
comedor – el Domingo pasao fueron tres, pisha y encima uno al campo de la Real
con lo que te puede imaginá como fue el resibimiento de esa gentusa . Te juegas
la vida y el agradecimiento es ponerte a parir
Uno de
los guardias tomó el aviso, inmediatamente activó el mecanismo de urgencia para
la Unidad que estuviera mas cerca del lugar en el que teóricamente estaba
colocada la bomba y en unos pocos minutos una patrulla de la Guardia Civil
estaba en los alrededores de la sucursal bancaria en el centro de San
Sebastián. En la primera inspección ocular, los dos agentes no apreciaron
ningún paquete sospechoso, por lo que comunicaron que se volvían a su puesto de
guardia.
A los
pocos segundos el sonido de la sirena que anunciaba la explosión de una bomba
se dejó sentir por todo el cuartel, dejando enmudecidos a los doce o catorce
Guardia Civiles que degustaban el magnífico queso de Cabrales ofrecido por Juan
por la victoria de su equipo favorito.
En esos
momentos nunca se sabía si había victimas o no, pero la experiencia les
indicaba que si se activaba era porque el coche había sido objeto de un
atentado importante y las posibilidades eran altas.
Cuando
bajaron al patio para recoger los coches, el tercer Jeep tenía una rueda
deshinchada y Juan ofreció su coche para no perder ni un segundo. Dos números y
él al volante salieron a toda velocidad mientras colocaban una sirena manual en
el techo.
La
llegada hasta las proximidades del lugar de los hechos y gracias al localizador
de urgencias que todos los agentes tenían la obligación de llevar consigo, se
había producido con absoluta normalidad y procedieron con celeridad a
establecer un rígido control de toda la zona cruzando el coche en el centro de
la amplia avenida. Desde ese lugar no se podía saber la magnitud de la explosión aunque la intensa humareda que se
adivinaba a unos cien metros no presagiaba nada bueno.
Los
agentes se acercaron con las pistolas en la mano y se encontraron la imagen
nunca deseada, el jeep estaba volcado en el centro de la calzada, uno de los
guardias estaba tumbado sangrando abundantemente por una herida en la cabeza,
mientras el otro permanecía llorando apoyado en una de las puertas del coche.
Gracias a Dios parecía que esta vez no se habían producido victimas mortales y
en pocos minutos la situación estaba controlada por los efectivos que habían
llegado de Policía Nacional y Autonómica.
Juan
sabía que los Guardias que le acompañaron se tenían que quedar al menos un par
de horas para recabar información, incoar un expediente, tomar declaración a
los testigos y buscar posibles huellas por lo que se decidió por dar una vuelta
en lugar de volverse al Cuartel, arrancó y en ese momento se produjo una segunda
explosión, esta vez, en los bajos de su coche particular, que lo levantó varios
metros del suelo.
Después silencios, lloros, caras de preocupación en
sus familiares y amigos, meses de hospital, dolores, lágrimas, desesperación,
dudas, rabia, fe en Dios, odio hacia todo lo vasco, necesidad de revancha, operaciones
quirúrgicas y mas operaciones, rehabilitación y lo mas importante una
amputación de su pierna derecha por encima de la rodilla que le llevó a la
situación de abandonar el servicio activo y dedicarse a montar su chiringuito
en la playa de Laredo.
La Guardia Civil pasó a un segundo plano mientras las
fabes con almejas, los calamares en salsa y la famosa carne de ternera con
cabrales eran el objeto de su vivir. Los comienzos fueron muy duros, pero la
vida es así y por mucho que te lamentes si te falta una pierna, te falta y lo
único que puedes hacer es asumirlo, como se repetía casi diariamente Juan con
resignación.
Juan había tirado la casa por la ventana, al fin y al
cabo era la primera vez desde que inauguró el local hacía ya casi cuatro años que
iba a celebrar un acontecimiento similar con tantos invitados y su preocupación
era quedar lo mejor posible. Se consideraba amigo personal de Antonio y
Guadalupe desde hacía muchísimos años e incluso había sido compañero de fatigas
de Antonio cuando estaba en la Academia de la Guardia Civil en Baeza cuando
todavía era soltero y sin compromiso. Después había sido nombrado testigo de la
boda y por si todo eso fuera poco, había sido padrino de Belen la última hija
de la pareja.
En esta ocasión, Antonio le había pedido el favor para
invitar a familiares y amigos en aquella celebración de nada menos que treinta
años de matrimonio. Rápidamente se habían puesto de acuerdo, aunque al
principio hubo ciertas reticencias por parte de Antonio en lo referente al precio,
pero como hablando se entiende la gente, lo solucionaron delante de unos “culines”
de sidra y solamente consistía en unas pequeñas variaciones en el menú.
La tarde tocaba a su fin, el sol parecía querer
esconderse a través del horizonte y el viento había caído como queriendo
sumarse a la celebración.
Antonio y Guadalupe caminaban agarrados de la cintura
a lo largo de la interminable playa. Las huellas de sus pisadas les seguían con
la intención de no olvidar su paso por la blanca arena mientras algunos barcos
se acercaban al pantalán con algún tripulante en la proa con el cabo dispuesto
para ser enviado a cualquiera que estuviera en la punta del muelle.
Por detrás de la feliz pareja caminaban a buen ritmo
los hijos del matrimonio que naturalmente no se habían querido perder tan
importante celebración de sus padres,
acompañados de cerca de sesenta invitados que constituían una especie de
manifestación a lo largo del amplio arenal de la playa de Laredo. Con parsimonia
y con las zapatillas en la mano, todos encaminaban sus pasos hacia “la Taberna
del Faro” propiedad de Juan Lopez García, Teniente de la Guardia Civil en
situación de jubilado por gracia de una bomba colocada en los bajos de su coche
por un etarra. La taberna estaba ubicada
en el extremo mas alejado de la playa y allí en las noches frías de invierno se
organizaban tertulias de marcado contenido político que finalizaban a altas
horas de la madrugada
La fiesta salió tal y como se la habían imaginado Antonio
y Guadalupe. Primero tuvieron una Misa en la Iglesia Parroquial de Laredo
celebrada por el Padre Dionisio, un capellán de la GuardiaCivil que durante la
ceremonia repitió varias veces la labor del citado cuerpo en el País Vasco y la
valentía de todos sus miembros al aceptar aquel destino. Realzó la calidad humana
de Antonio y Guadalupe y la fuerza que habían tenido para superar todo lo que les
había sucedido. Lo definió como un gran patriota y a ella como una mujer fiel
que había sabido mantener con mano firme la educación de sus hijos mientras su
padre permanecía arrestado por defender a su Patria y a sus hijos les supo decir
que tenían que sentirse orgullosos de sus padres y que ya verían como con el tiempo
todos sus esfuerzos se verían recompensados. Vendrán tiempos mejores afirmó, el
gobierno será como Dios manda y el país volverá a ser lo que nunca debió dejar
de ser. Comulgaron la mayoría de los presentes y al final les impartió la bendición
Urbi et Orbi por gracia del Papa Pablo VI, finalizando la ceremonia con el
canto del Himno a la Guardia Civil interpretado a capela por la mayoría de los
presentes.
El banquete en la taberna había salido como lo habían
planeado, la gente estaba satisfecha, comieron con ansia como era norma entre
los Guardias Civiles, bebieron todo lo que quisieron, brindaron por los
homenajeados, surgieron proclamas sobre España, su unidad territorial y su bandera,
pusieron a caer de un burro al Gobierno de Zapatero y se les iluminó la mirada
cuando alguien levantó su copa y brindó primero por el Gobierno del Partido
Popular, por Rajoy y por supuesto por España reproduciéndose otra vez los vivas
a España y al Rey y como remate final el Himno de la Guardia Civil. Todos los
presentes emocionados lo cantaron y se despidieron con grandes abrazos
asegurando que para la celebración de los cincuenta estarían los mismos