sábado, 30 de marzo de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR. CAPITULO 10

Queridos blogueros/as: Juraría que ya he metido este capítulo hace un rato, pero como no lo encuentro lo vuelvo a publicar y si ya está, pues dos por el mismo precio.
Semana Santa pasada por agua en Cedeira (La Coruña) pero no como casi siempre, no, esta vez ha sido mucho mas.
Hasta la próxima semana que hoy me pilláis agotado, no se si por tanta agua o por los 650 kms que me he metido entre pecho y espalda.
Un beso
Tino Be 

CAPITULO 10.-

El Abuelo que había hecho el mismo recorrido cientos de veces, trataba de hacer de la rutina un momento de diversión y así observaba con atención todos los pequeños movimientos de los gorriones que se alineaban en los cables de la luz como queriendo hacerle un pasillo. El Abuelo sería su rey y ellos sus vasallos. De vez en cuando alguno de ellos, abandonaba la formación y es que tenía ganas de hacer pis y se iba un segundo al servicio, pero enseguida estaba de vuelta. El camino no era muy largo, pero para hacerlo requería un esfuerzo y las consiguientes paradas cada poco para recuperar el resuello. Un ramillete de margaritas parecía querer llamar la atención del Abuelo y así desde un lado del camino, se movían como si estuvieran haciendo la ola. El Abuelo se agachó y tomando una entre sus dedos recordó  sus años mozos cuando ante una chiquilla guapa que como él no tendría mas de doce años la fue deshojando lentamente recitando aquello de si me quiere, no me quiere y al fina como el resultado fue que si le dio un beso en la mejilla y continuó su camino. Un poco mas allá  tuvo necesidad de pararse porque el cansancio comenzaba a hacer mella en su cuerpo y como quiera que ya iba recuperando su optimismo habitual, decidió que la forma de mejorar era hacer inspiraciones profundas llenando el pecho de aire de tal manera que el campo llegara hasta sus pulmones y así se encontraba mucho mejor. Ese era el Abuelo que él quería ser siempre hasta que el que le tenía que llamar al otro mundo lo llamase, pero mientras tanto tenía que ser una persona que contagiase vitalidad, que la sonrisa fuera la expresión permanente de su cara, que supiera valorar las cosas que le rodeaban, que la aparición de un tomate en el dedo gordo de su calcetín fuera un motivo de risa, que vibrase con el cri-cri de los grillos al acercarse la noche o que se emocionase ante el vuelo de una mariposa y para eso tenía que hacer un ejercicio de voluntad todas las mañanas hasta conseguirlo. Simplemente el hecho de abrir la ventana y dejar pasar los rayos del sol debería ser como el comienzo de una nueva vida. Todo lo anterior sería interesante para tener experiencia, eso que siempre se le supone a su edad, pero aunque eso fuera así, él se tenía que dedicar a vivir el día a día apreciando las cosas de hoy, no las de ayer que ya pasaron  ni las de mañana que sabe Dios si llegarían. Mientras caminaba el sol se iba adormeciendo, las luces de su casa se iban aproximando y el Abuelo pensaba

-        Ha pasado un día mas o a lo peor un día menos, pero lo he pasado que es lo importante y encima la caída de mi nieto ha venido a contribuir a que el día hubiera sido diferente ¿se puede pedir mas?

Un poco mas allá, Ana, su mujer, le esperaba intranquila mirándole con reproche

-        Pero ¿dónde te has metido alma de Dios?
-        He estado en el pueblo
-        ¿Has bebido?
-        Como me preguntas eso si sabes que yo no bebo nunca
-        No lo se, pero estaba preocupada. ¿Te has dado cuenta que es la primera vez que te vas de casa estando tus nietos aquí?
-        Si – el Abuelo pasó un brazo por el hombro de su mujer – tienes razón pero me molestó mucho la postura de nuestra nuera, pero ya está, no hay que darle mas vueltas.
-        Venga, anda, déjate de pensar cosas raras y ven a disfrutar de tus nietos que están terminando de cenar y dicen que no se acuestan si no les cuentas un cuento.
-        No se si me apetece mucho – el Abuelo acercó a su mujer apretándola con su brazo
-        ¿Te has enfadado mucho?
-        A ti que te parece
-        Hombre tampoco hay que sacar las cosas de quicio. Es natural que si oye llorar a su hijo salga corriendo para saber lo que ha pasado
-        Si – en la cara del Abuelo volvió a aparecer esa arruga que era el reflejo en la piel de lo que pasaba por su cerebro – pero yo el columpio lo hice con toda la ilusión del mundo para que disfrutaran y parece como si lo hubiera hecho casi para que se cayeran y se mataran.
-        No digas tonterías, Juan. Venga anímate y cuéntales un cuento que si no estos no se duermen y nos vas a dar las tantas.

La Abuela abrió la puerta de la cocina y entraron, Aquello para los niños fue como la llegada de los Reyes Magos. Los niños, los cuatro, se levantaron de sus sillas y se abrazaron al Abuelo que los miraba con lágrimas en los ojos. Uno le decía: que bien que has vuelto porque creíamos que te habías perdido, otro sabía que volvería porque según decía le había visto salir y como iba dejando migas de pan por el camino para saber volver

-        Pues yo pensé que te habías muerto y no venías porque estabas en el cielo – razonaba el tercero con su lengua de trapo
-        Si – replicaba el mayor – tú pareces tonto, se muere y viene aquí ¿no?
-        ¿Por que no? – el otro le sacó la lengua – el niño Jesús cuando fue mayor como el Abuelo también se murió y al tercer día respiró
-        Querrás decir resucitó – terció el Abuelo
-        Bueno pues eso
-        Niños, niños, venga terminar de cenar que si no el Abuelo no os cuenta ningún cuento – intervino la Abuela

Los niños obedecieron, el Cola Cao hacía estragos en los alrededores de sus bocas, las servilletas estaban tan oscuras como la noche que se avecinaba. Poco a poco terminaron con todas las galletas y después de dar un beso de buenas noches a sus padres subieron a la buhardilla donde se alineaban varios colchones sobre el suelo haciendo como si una inmensa cama les esperara.

-        Antes de dormiros hay que hacer algo ¿no?
-        Rezar – respondieron todos a la vez
-        Pues venga, abrir los ojos, juntar las manos y mirar al cielo
-        Yo no veo nada
-        Como vas a ver si está el techo
-        Bueno, bueno, el que no quiera que cierre los ojos y el que no que los tenga bien abiertos – el Abuelo se sentó en una silla – venga juntar las manos y decir conmigo Niño Jesús
-        Niño Jesús – respondieron los cuatro
-        Queremos darte las gracias porque hoy hemos cenado Cola Cao
-        Y croquetas – añadió el tercero
-        Y tu también has tomado tortilla de patata
-        Y tu
-        Bueno, muy bien – el Abuelo hacía las veces de mediador – pues te damos gracias por haber cenado croquetas, tortilla y Cola Cao
-        Yo también he tomado galletas
-        Pues yo no porque no tenía hambre
-        Tendremos que pedir por todos los niños del mundo para que todos, absolutamente todos, tengan cena todos los días ¿os parece?
-        Si y también que tengan una casa
-        Y un colegio
-        Muy bien, pues pedimos por todas esas cosas. Muchas gracias, Amén y ahora toca dormir, o sea que todo el mundo bien tapados y a dormir. Hasta mañana
-        Abuelo cuéntanos el cuento de la rana que quería ser astronauta
-        Eso no que es muy feo, mejor el de la ratita presumida
-        Vaya rollo, a mi me gustó uno que nos contaste un día que era de un niño futbolista que le dio una patada tan fuerte al balón que rebotó en la luna y a la vuelta casi choca con una estrella
-        Pues a mi el que mas me gusta es el de Blanca Nieves y los siete enanitos
-        ¡Otra vez! Ese no que ya nos lo has contado muchas veces
-        Bueno, lo mejor es que nos cuentes el que tú quieras.

El Abuelo se puso de pié y se hizo un gorro con un viejo periódico. Después muy despacio se subió a una bicicleta estática que estaba al fondo y comenzó:

-        Lo primero es que todos tengáis los ojos cerrados y os imaginéis que voy dando pedales y casi me estáis perdiendo de vista porque estoy entrando en una nube muy blanca, muy blanca y me pongo el gorro porque parece que empieza a llover. Sigo dando pedales y cada vez estoy mas lejos, muy lejos, muuuuy lejos…………………………

Juan estaba de pié en la terraza, la noche había pasado sin sobresaltos importantes y los niños habían dormido como auténticos lirones. El fin de semana había pasado y el Abuelo estaba observando como el coche de sus hijos abandonaba el pueblo y se encaminaba a la gran ciudad. Ana hacía ganchillo pacientemente sentada en una butaca de mimbre.

-        Desde luego que verdad es que los nietos dan dos alegrías, una cuando vienen y otra cuando se van

La Abuela levantó los ojos de la aguja y afirmó con la cabeza volviendo a continuación a la tarea de hacer una camiseta y unas braguitas para alguno de los nietos.

-        Lo importante es que lo podamos contar
-        Eso por supuesto y  la verdad es que yo con los niños me lo paso fenómeno
-        Y ellos contigo todavía mejor
-        Me alegro ¿sabes una cosa?
-        Dime
-        Que me al bar
-        Me parece muy bien. Yo termino esta vuelta y también me voy
-        ¿Vas a la compra?
-        Si
-        Entonces te acompaño hasta el pueblo y ya me quedo yo.
-        Muy bien ¿vamos?
-        Vamos

viernes, 22 de marzo de 2013


 Queridos blogueros/as: Tengo que reconocer por primera vez desde que soy aficionado a esto de escribir que, por primera vez y sin que sirva de precedente, que el Abuelo de éste capítulo soy yo. Hace mucho que no lo leía y lo debí de escribir algún día de esos que estás así como un poco bajo y me salió esto que no está mal. Sobre todo los Abuelos y Abuelas que leéis esto, ojo que todos sabemos que somos tres, estaréis de acuerdo en que las cosas son mas o menos como os cuento, pero en fin, ese es el papel que nos ha tocado vivir y lo que tenemos que hacer es disfrutar de los nietos que para eso están y si alguno se cae de un columpio ¡que le vamos a hacer!
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 9.-

Juan pareció despertar. Casi sin darse cuenta había entrelazado sus dedos con Ana, se había bebido toda la ginebra y le pareció volver a un mundo con el que siempre había soñado. Era de noche, la luna parecía querer sustituir al sol iluminando a su manera el amplio valle y el silencio se iba haciendo amo y señor de todo. Juan recorrió con sus ojos un paisaje que le resultaba tan familiar y a continuación se metió en la cama a la espera del nuevo día. Como todas las noches y antes de cerrar los ojos dio gracias a Dios por todo lo ocurrido durante ese día y sobre todo por conservar una memoria que le permitía tantos y tantos episodios de su vida. El conservarla era fundamental para transmitir a sus nietos todas sus vivencias y enseñarles, una a una, todas las piedras del camino de su vida para evitar que tropezaran  con ellas.
Eran cuatro niños, sus nietos, los que le hacían ver el paso del tiempo, dos de Carlos de seis y cuatro años y dos de Mateo de ocho y cuatro años ¡cuatro nietos! y parecía que fue ayer cuando hablaba con sus hijos sobre su futuro. Cuantas veces se habían planteado Ana y él como serían sus hijos de mayores y tenía que reconocer que ambos habían vaticinado el futuro francamente mal. ¡Peor imposible! No habían acertado ni una pero lo importante es que los cuatro eran felices. Seguro que tendrían sus problemas, naturalmente, pero en conjunto se podía decir que la vida les sonreía. Vivían bien, tenían buenas parejas, mas tiempo libre que tuvo su padre y sobre todo de lo que disponían a raudales era de juventud. Cierto es que los niños pequeños son la alegría de la casa y sin querer te envuelven en una constante actividad y buen rollito, que dirían los modernos, pero también se hace realidad el refrán castellano que, como todos es producto de la sabiduría popular, “Dios da los niños a una edad en la que se pueden aguantar” y es una verdad como un templo porque para Juan, el abuelo, desde la torre de vigilancia de su castillo de la edad, de mas de sesenta años, lo pasaba maravillosamente bien con ellos, les contaba cientos de cuentos, trataba de iniciarlos en el culto a la naturaleza, les permitía hacer prácticamente todo y lo único que les negaba y era el egoísmo. En ningún caso trataba de educarlos, para eso estaban sus padres. El tenía que conseguir y por lo menos lo intentaba siempre, que fueran a su casa como si cada día fuera una fiesta y de hecho creía que lo había conseguido. No los veía mucho, esa era la verdad, porque el pueblo estaba lejos de la ciudad  y era lógico que sus padres solo los pudieran llevar de vez en cuando y este fin de semana era uno de ellos. Normalmente los padres y los hijos de cada uno se quedaban a dormir en la casa del pueblo, para lo que adecuaban algunas habitaciones y sobre todo una especie de ático que lo llenaban de colchones y allí dormían todos los enanos organizando unas buenas juergas.

El abuelo sabía que estaban a punto de llegar y se sentó en el porche a esperarles. Apoyado en su bastón, compañero de fatigas de tantos y tantos paseos, con una gorra a cuadros muy inglesa, Juan guiñaba un ojo como queriendo escudriñar el futuro y de esta manera conseguía controlar el camino que, a través de infinidad de curvas, se aproximaba al pueblo. Desde su cómodo mirador controlaba a todos los que pasaban, tanto en coche como andando con tanta intensidad como si le fuera la vida en ello. Los coches, en su lenta ascensión, iban dejando una nube de polvo que los hacía todavía más visibles. Cuando venían desde la ciudad lo hacían todos juntos en una furgoneta Mercedes Vito propiedad de Carlos con lo que los primos venían todos juntos, se lo pasaban en grande y el viaje se hacía mucho más llevadero. Cuando se acercaba el momento el campo se iba transformando y hasta los girasoles estiraban sus tallos para asistir a la llegada de la inocencia. Los niños adoraban a los abuelos y los besos y los abrazos eran moneda común. Acostumbrados a la rigidez de la ciudad, el pueblo era para ellos una auténtica válvula de escape. El jardín de la casa se prolongaba, sin solución de continuidad, con los pinares próximos y la ausencia de coches hacía que el peligro fuera mínimo comparado con el de cualquier calle de cualquier gran ciudad.

-        Abuelo – Carlos el nieto mayor de todos que tenía nada mas y nada menos que ocho añazos preguntó - ¿te acuerdas que la última vez que estuvimos aquí nos prometiste que nos harías una portería?
-        Si, claro que me acuerdo – Juan no tenía ni idea de haber prometido semejante cosa – pero no la he podido hacer porque necesito un ayudante
-        Pues venga, vamos a hacerla porque me he traído el balón y me tiras unos tiros.
-        Carlos, Carlos – la madre desde una ventana le daba órdenes – antes de ponerte a jugar sube tu bolsa a la habitación, la deshacemos y luego juegas todo lo que te de la gana
-        Mamá ¿puedo subir por el árbol? – el niño la miraba suplicante desde el suelo
-        Ya sabes que no. Venga sube por la escalera que cualquier día te vas a caer y tenemos un disgusto.

El abuelo desde su sitio cerca del bosque le hizo un gesto como ¡que le vamos a hacer! Y a continuación – tú pon cara como que vas a obedecer, esta vez sube por donde te dice tu madre y en cuando no está subimos por el árbol que es mucho mas divertido

-        ¿Tú también te vas a subir conmigo?
-        Creo que no
-        ¿Te da miedo?
-        Hombre, miedo lo que se dice miedo no, pero ya tengo unos años y si me caigo seguro que me rompo una cadera y menudo lío.
-        No lo entiendo – Carlos puso cara de sorpresa
-        ¿Qué no entiendes?
-        Que no subas por el árbol, porque no se si te acuerda que nos dijiste que hasta hace muy poco esta casa no tenía escalera y siempre tenías que entrar por la ventana.
-        Tú te acuerdas de todo ¿verdad?
-        Pues claro, Abuelo y ¿sabes por qué?
-        No tengo ni idea
-        Porque no me imagino a la Abuela y tú entrando por la ventana
-        Es que en aquella época ni la Abuela ni yo éramos abuelos.

Carlos, desde su cerebro de ocho años, no entendía absolutamente nada. Solo sabía que en casa de sus Abuelos no había escalera, que el Abuelo entraba por la ventana trepando por un árbol, que era muy divertido según le había contado un montón de veces y ahora resulta que no era su Abuelo o que su Abuelo no era su Abuelo, todavía peor

-        Entonces si no erais Abuelos ¿qué erais?
-        Pues mucho mas jóvenes
-        ¿Como “Cachete”?
-        No hombre no, Cachete tiene cuatro años. Éramos pequeños pero no tanto
-        ¿Cómo el tío Mateo
-        ¡Que mas da, Carlitos! No seas pesado. Éramos tan jóvenes que subíamos por el árbol como si fuéramos monos
-        ¿Y te rascabas el culo?
-        ¡Como!
-        Que si te rascabas el culo
-        ¿Yo? – el Abuelo se mantenía muy serio aunque por dentro se estaba partiendo de risa.
-        Te lo digo porque yo fui una vez con Papá y Mamá al Zoo y había unos monos que se lo rascaban tanto que lo tenían colorado como un tomate.
-        Sería que les picaría
-        Claro, que cosas tienes Abuelo, pero yo hacía lo mismo en casa y Mamá me regañaba y hasta una vez  me dejó castigado sin salir del cuarto.
-        Me parece muy bien porque es un gesto bastante feo y los niños no lo debéis hacer
-        ¿Y los monos si?
-        Eso da lo mismo porque los monos son monos
-        Pues ¿sabe lo que te digo – el niño miraba a la copa de los pinos cercanos – que me gustaría ser mono
-        Hombre, tampoco hay que exagerar – Juan se partía de risa aunque tenía que mantener la seriedad de un abuelo – si que es verdad que los monos saltan y trepan por los árboles y se pasan el día comiendo cacahuetes y
-        Y se rascan el culo, Abuelo
-        Bien y hasta se rascan el culo, pero los que tú viste estaban en una jaula ¿no?
-        Claro porque si no se escapan
-        Pues a mi en ese plan no me gustaría ser mono – el Abuelo señaló los montes lejanos – prefiero vivir aquí disfrutando de la naturaleza que metido en una jaula
-        Si, pero me escaparía
-        Ya, pero los cuidadores no son tontos y no te dejarían
-        Bueno- el niño puso cara de pillo – pero yo buscaría unos alicates, cortaría la tela metálica y me escaparía para venir a jugar contigo
-        Carlos, Carlos – su madre le llamaba desde la ventana del dormitorio - ¿qué te he dicho?
-        ¿Todavía no has ordenado tu ropa? Preguntó el Abuelo
-        Es que no me ha dado tiempo
-        Anda, anda no seas cara dura, vete a tu cuarto y obedece a tu madre

Carlos entró en la casa con cara de pocos amigos. ¡Que pesados son los padres! Todo el día ordenando ropas, juguetes y mil cosas mas para luego jugar y que no vuelvan a estar en su sitio. El Abuelo había construido con una madera vieja que se había encontrado por ahí y unas cuerdas que compró en la ferretería del pueblo un columpio que colgaba de la rama de un pino próximo. El nieto mas pequeño se bajó sin esperar a que el balancín estuviera totalmente parado y se cayó cuan largo era. El Abuelo se asustó y aunque estaba a tan solo unos metros de distancia acudió rápido en su ayuda mientras el nieto lloraba como un loco. No parecía que se hubiese hecho nada importante, pero el llanto iba aumentando lo que hizo que se acercaran rápidamente los padres de la criatura.

-        Abuelo ¿qué ha pasado? – preguntó el padre tomando en brazos al niño mientras le besaba y lo acunaba como si se estuviera muriendo
-        Que se ha resbalado de la tabla del columpio y se ha caído, pero tampoco es para tanto – El Abuelo no entendía semejante barullo – no se ha hecho nada.
-        Para haberse matado. Abuelo – la madre continuaba mirando al niño y poco a poco todos se iban tranquilizando – tienes que tener mas cuidado porque el niño es muy pequeño
-        Yo no tengo la culpa que el niño se baje del columpio antes que esté completamente parado – contestó el Abuelo convencido de su inocencia
-        Hombre,  no digas eso porque las cuerdas las pusiste tu en la rama del árbol
-        Si, pero para que se suban los niños que no se caen, no éstos tan pequeños
-        ¿Se ha subido él solo?
-        Lo he subido yo
-        No te das cuenta que es muy pequeño

El Abuelo se dio media vuelta cabizbajo y se alejó del tumulto. Con paso lento anduvo hasta el pueblo. Llegó al bar de Juan y se tomó un café con leche con unas gotas de aguardiente y estuvo un rato sentado ante una mesa con un mármol casi tan envejecido como él. En su superficie, que había sido blanca, todavía quedaban restos de escritos con lápiz anotando los puntos de una partida de “cinquillo” que todas las tardes congregaba a bastantes viejos alrededor de la mesa. El Abuelo estaba triste, su cara con las arrugas que el tiempo iba dejando como una huella de su pasado, no mostraba una expresión tan risueña como en él era habitual. Sabía que quería a sus nietos mas que nadie en el mundo y sin embargo su nuera ¡quien se lo iba a decir! parecía como si le culpase de la caída del niño

-        Es una tontería -  pensó pero, a pesar de todo, seguía pensando en las palabras de su nuera – mira que si se llega a matar

Que barbaridad, como si fuera el único niño que se cae de un columpio. Todos se caen de vez en cuando y casi nunca pasa nada e incluso aunque pasase ¿no se montarían nunca más?  El Abuelo había fabricado el columpio con la mejor de sus intenciones y ahora resulta que casi era el causante de una mas que posibilidad de un grave accidente ¡que pena! le encantaría jugar con sus nietos, que hicieran el bestia todo lo que quisieran,  que se subieran a los árboles, incluso que se cayeran y hasta que se hicieran alguna brecha, no muy grande por supuesto, pero que los niños fueran niños, que se portaran como tales, que hicieran miles de travesuras, que se pusieran negros de porquería, que disfrutaran de las bondades del campo y que fueran, pues eso lo que eran, niños que iban creciendo poco a poco. El Abuelo era de los convencidos que la diversión se esconde en cualquier lugar y que para encontrarla no hacía falta recurrir a la tecnología punta, ni mucho menos, lo mas importante era tener un poco de imaginación, algo de fantasía que los niños la tienen por el mero hecho de ser niños y sobre todo ganas de dejarles hacer lo que les de la gana, ayudándoles y llevándoles por donde uno quiere pero sin ninguna limitación. Si por él fuera – esto que no lo oiga mi nuera que entonces si que me mata – no habría cogido a su nieto en brazos, si no que le hubiera convencido que iba en un avión y que había tenido un avería y había hecho un aterrizaje de emergencia justo delante de la casa, que la caída no había sido desde la madera del columpio si no  al dejarse caer por una rampa desde la puerta del avión hasta el suelo y que una vez que habían descendido todos los pasajeros, el avión se había incendiado y por eso no había ni rastro del aparato. Eso es lo que hubiera hecho el Abuelo, pero las cosas no siempre son como uno quiere y el niño en lugar de entender la caída como una experiencia positiva y así tener la posibilidad de aplicarla en otras muchas caídas que seguro tendría en su vida, lo que había hecho, por culpa de su nuera, eso lo tenía claro, era no asumir la realidad, no ser consciente que la caída había sido por su culpa y agarrarse a un clavo ardiendo que en este caso eran los brazos de su madre y ella, la madre, su nuera, que no le caía mal pero era muy diferente al Abuelo, también podría haber tenido algo mas de imaginación, esa que al Abuelo le sobraba y en lugar de tomárselo como casi una tragedia, se podría haber inventado que lo habían trasladado al Hospital en una ambulancia, tocando una sirena que iba despertando a todos los vecinos y que, como afortunadamente, no tenía ninguna lesión importante, lo devolvían a su casa en otra ambulancia, pero ésta en lugar de una sirena llevaba un altavoz en el que iba anunciando que el niño se encontraba muy bien y que volvía a jugar.

El Abuelo dejó unas monedas en la barra del bar, se despidió del dueño que estaba jugando una partida con unas cartas viejas y otra vez con paso lento desanduvo el camino tranquilamente hasta su casa. La brisa no era importante, las hojas de los árboles se movían al ritmo de sus propios pasos, alguna nube trataba sin conseguirlo de acelerar la llegada de la noche y el camino, plano y liso,  invitaba a recorrerlo aspirando su olor y masticando sus sabores.








viernes, 15 de marzo de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR:CAPITULO 8



 Queridos blogueros/as: Esta bien éste capítulo, sobre todo el final. Se conoce que como nuestro Juan se ha vuelto un pendón, Dios le castiga y cuando vuelve a casa se encuentra con su mujer despierta y le pasa aquello de que si quieres arroz pues toma dos tazas, pero bueno como eso es al final del capítulo todavía os queda leer todo lo de en medio que no está mal.
Esta tarde he estado perdiendo el tiempo de una manera que os aconsejo aunque hay que reconocer que un poco cara y es pasarte unas cuantas horas viendo libros y si es un sitio grande mucho mejor porque los libros se ven mas fácil. Mucho mas barato y también lo hago de vez en cuando es hacer lo mismo pero en una biblioteca municipal con lo cual pasas el mismo tiempo y no te gastas ni un euro. El tocar los libros, por lo menos a mi, ya me predispone hacia una novela, aunque es una exageración, pero casi diría que no me hace falta ni saber el nombre. Eso de ver unas letras pequeñas y como muy juntas me da muchísima pereza y el resumen de la última hoja viene muy bien para saber de que va y sobre todo si ha ganado varios premios, señal que no será especialmente mala, aunque a veces me equivoco y me compro cada cosa que ya, ya.
Podíamos poner cada uno lo que estamos leyendo y hacemos una especie de crítica. Yo voy a empezar una novela que se llama "Si te abrazo, no tengas miedo de un tal Fulvio Ervas que no lo conoce ni su padre, bueno su padre seguro que si, y solo al ver la carátula, seguro que me va a gustar. El próximo día os lo cuento
Un abrazo para todos/as
Tino Belas



CAPITULO 8.-

Juan se acercó al mueble librería, abrió una de las puertas inferiores y sacó un vaso ancho de cristal, de la nevera sacó varios cubitos de hielo que los depositó en el fondo y se sirvió una generosa dosis de su ginebra preferida. Completó la copa pasando un limón por el borde del vaso, dejó caer una pequeña rodaja de limón y el resto lo exprimió diluyéndose el jugo de limón entre los hielos y la ginebra. Se volvió a sentar haciendo tintinear los hielos para enfriar cuanto antes la ginebra y por su cabeza pasaron, como nubes en un día de intenso viento, aquellos años, por lo menos seis o siete, en que no dormía ni dos horas diarias por culpa de la evolución de su empresa. Fue una época muy dura en la que se entremezclaban tres historias. Una primera que era, efectivamente, una mas que mala evolución de la economía  en España, con huelgas por todas partes, los obreros desbordando odio hacia sus patrones que eran los que les daban de comer y un sistema fiscal y de contratación que parecía hecho para que nadie se animase a fundar su propia empresa y encima los bancos que, sin razón aparente, habían cerrado el grifo de los créditos. Lo fácil hubiera sido cerrar, los sesenta y tantos trabajadores con su correspondiente expediente de regulación de empleo se hubieran ido a la calle y se acababan los problemas, pero Juan no estaba por esa labor y tirar por la borda tantos años de sacrificio por la empresa. Estaba seguro, como así fue, que después de la tempestad viene la calma y era cuestión de aguantar como fuera, incluso perdiendo dinero de su propio patrimonio y encima teniendo que aguantar malas caras y hasta desplantes de empleados suyos, algunos con mucha antigüedad en la empresa que en lugar de comprender la situación y ayudar a resolverla de la mejor manera posible, se dedicaba a torpedear cualquier iniciativa como si no fueran todos en el mismo barco y no cedían un ápice en sus pretensiones tanto económicas como laborales. Juan pretendía reducirles la horas y a la vez el sueldo en la misma proporción, pero no por un capricho personal sino porque los pedidos disminuían de manera alarmante y no ingresaba lo suficiente para pagar. Las reuniones con los representantes de los trabajadores le llevaban tanto o más tiempo que el que tenía que dedicar a mantener la empresa a flote.

Por si todo lo anterior no fuera suficiente, su hijo Mateo, el tercero, de veintidós años entonces, había sufrido una transformación preocupante. Llevaba cerca de un año sumido en un profundo mar de dudas.
Estudiaba tercero de Ingeniería Industrial y hasta ese año había sido un estudiante razonablemente bueno. No sacaba unas notas excelentes, pero era de esos que aprobaba todas las asignaturas en Junio. Sin embargo, los problemas comenzaron cuando fue nombrado Delegado de Curso. Juan no sabía si lo habían elegido previa presentación de otros candidatos o simplemente a dedo, pero ahí empezó el cambio. Se dejó el pelo largo, una perilla mal cuidada, se vestía con unos vaqueros viejos a más no poder y unas eternas botas, como de montañero, que no se quitaba nada más que para dormir. Se volvió protestón, irascible, intransigente, discutidor y no paraba de pelearse con sus hermanos. El centro de la diana de acusaciones y el blanco de su cambio radical, le correspondió a su padre y de esta manera, Juan, sin comerlo ni beberlo, se encontró en su punto de mira. Una expresión habitual en boca de Mateo era empresarios explotadores y siempre la soltaba a la hora de comer, posiblemente el momento del día en que tenía más repercusión. Ana lloraba a escondidas y en cuanto tenía un minuto para hablar con su marido no paraba de mostrar su preocupación por la situación de su hijo. Aquel niño educado, bueno, simpático, colaborador y aseado se había vuelto todo lo contrario, había cambiado como si a un calcetín le hubieran dado la vuelta ¿no estará metido en temas de drogas? se preguntaba  cada vez que le veía entrar con aquella trenca de mangas sobadas, los pantalones rotos y aquellas botas que no podía soportar.

-        Si quieres que te diga la verdad, a mi no me parece tan preocupante – Juan trataba de autoconvencerse – este chico siempre ha estado muy apegado a tus faldas y ahora parece que quiere empezar a volar y claro está hecho un lío. Lo que tenemos que tener es un poco de paciencia y ya verás como poco a poco irá volviendo a ser el de siempre.
-        Dios te oiga porque yo lo veo muy raro – Ana continuaba haciendo ganchillo con la rapidez que condicionan los años de entrenamiento - ¿no sería bueno que controlásemos sus amistades?
-        Mujer ¡que tiene veintidós años!
-        Ya, pero muchas veces estos niños tan buenos son muy manejables y si tiene algún amigo o novia que lo aleje del camino que a nosotros nos gustaría que siguiese, o sacan con facilidad  y lo mismo mas adelante ya es tarde y no tiene arreglo –  los ojos de Ana se volvieron a llenar de lágrimas
-        ¡Venga! No llores que ya verás como todo se arregla. Hay que darle tiempo al tiempo

Juan se levantó del sillón, entró en el cuarto de baño, se lavó los dientes, se desnudó y se puso el pijama que colgaba de una percha situada detrás de la puerta y cuando estaba a punto de meterse en la cama oyó la puerta de la calle y a su hija pequeña Ana que saludaba con su desbordante alegría

-        Hola Padres ¡ya estoy aquí! ¿Qué tal?

Desde su cuarto también oyó como le daba dos sonoros besos a su madre y se sentaba a su lado

-        Estoy muerta – los zapatos de tacón cayeron al suelo – me han dado un día que mejor es que me hubiera quedado en la cama – Ana miró a su alrededor - ¿y Papá?
-        Se acaba de ir a la cama – contestó su madre
-        Pero ¿Qué hora es?
-        Casi las once
-        Si ya te lo decía yo que había sido un día horrible. Menos mal que mañana no trabajo y me voy a ir con Sara y  su novio a Segovia a pasar el día.
-        ¿Y eso?
-        Bueno, no tengo nada mejor que hacer.

Ana madre nunca preguntaba a Ana hija cuales eran las razones por las cuales unos días iba a dormir a casa y otros no. Iba cuando iba y la madre encantada. Hacía pocos meses que Ana hija había decidido vivir sola y lo respetaba. Conoció su casa y le pareció muy pequeña pero bien. Cuando decidió que se iba, y de eso habían pasado casi cuatro meses y ante la imposibilidad de convencerla que vivir en casa de sus padres era mucho mejor, Ana madre optó por la postura mas inteligente, como era habitual en ella, y en lugar de oponerse y montarle un escándalo, al fin y al cabo tenía todas las de perder, lo que hizo fue  ayudarla a buscar un piso de alquiler en el centro, no muy caro y orientarla en lo referente a la decoración. Era un piso pequeño pero muy luminoso a pesar de ser interior porque una de las ventanas daba a un patio grande por la que entraba luz más que de sobra. Tenía dos habitaciones no muy grandes, un cuarto de estar no muy grande con cocina americana separada del resto por una pequeña barra de madera y un cuarto de baño recién alicatado hasta el techo. En conjunto un piso rehabilitado que con unos muebles adecuados sería un lugar interesante para vivir sola y por si todo ello fuera poco, muy cerca de su trabajo ¿qué mas podía pedir?

Juan escuchaba, desde su habitación, como madre e hija comentaban lo cara que estaba la vida y lo complicado de los trabajos

-        Y tú ¿Cómo estás? – preguntó Ana madre.
-        Muy bien - contestó Ana hija – con muchísimo trabajo pero bien
-        ¿Tienes tiempo para estudiar?
-        No mucho, pero por lo menos me dejan ir a clase que ya es bastante
-        ¿Terminarás este año?
-        Supongo que si, aunque hay una asignatura, Psicología clínica, que la tengo atravesada y no se como voy a hacer para aprobarla.
-        Ya sabes que lo importante es terminar porque para trabajar tienes toda la vida por delante.
-        Ya lo se, Mamá, y en esas estamos pero trabajar y estudiar es mucho mas duro de lo que yo pensaba
-        Hija mía – Ana madre la miró con cariño – fuiste tu la que decidiste irte a pesar de que tu padre y yo te aconsejamos lo contrario
-        Ya lo se, pero alguna vez tenía que dar ese paso y por fin la he dado
-        Sarna con gusto no pica ¿no dice eso el refrán popular?
-        Es verdad, por cierto, ¿está Mateo?
-        No, no ha venido todavía ¿por qué?
-        Por nada ¿sabes que ayer estuvo en mi casa?
-        ¿Si? No se cual es tu opinión pero tu padre y yo estamos muy preocupados
-        Ya lo sé. Lo está pasando mal, pero por lo menos es consciente que puede mejorar cuando quiera, solo tiene que dejar a esos amigos que no lo están llevando por el mejor camino , pero eso no es tan fácil y quiere pedir una beca para irse por ahí y quitarse de en medio
-        ¿A que sitio se quiere ir?
-        Te lo cuento con una condición ¿vale?
-        ¿Cuál?
-        Que no le digas nada a él, porque todavía no lo sabe seguro y prefiere, cuando lo decida, decirlo él y además a mi me lo ha contado como un secreto y le he prometido que no se lo diría a nadie
-        No te preocupes que de aquí no pasa
-        Como te decía, él sabe que esos amigos no le están haciendo ningún bien, pero no puede pelearse con ellos así como así. Según me contó ayer, parece ser que gracias a ellos salió Delegado de Curso y encima le ayudaron para ser medio directivo del Sindicato de Estudiantes y encima parece ser que lo quieren ascender todavía más y pasaría a ser como el Delegado general de todos los Universitarios de su distrito y él no quiere ser eso ni de broma.
-        Pues que diga que no y ya está
-        No es tan fácil, Mamá. Ten en cuenta que los cuatro llevan juntos desde el primer día de Facultad y las cosas no se dejan así como así.
-        Ya, pero lo que es verdad es que tu hermano está muy raro. Parecería como si la culpa la tuviéramos nosotros
-        ¡Que va! lo que le pasa es que está enfadado con el mundo, le parece que la sociedad en la que le ha tocado vivir es muy injusta y trata de luchar contra eso, pero también es consciente que el cambio que pretende es como romper una pared dándose cabezazos y eso lo tiene que pagar con alguien y a los que tiene mas cerca es a vosotros, pero si hace lo que tiene pensado se acaban los problemas.
-        ¿Y que es lo que quiere hacer?
-        Por favor, Mamá, no le digas nada y menos que te lo he dicho yo
-        No te preocupes que seré una tumba.
-        Bueno pues la noticia es que está pendiente que le den una beca para irse dos años a Tel Aviv y terminar allí la carrera.
-        ¿Se quiere ir a Israel?
-        Yo creo que le da igual donde sea, lo que quiere es irse fuera, conocer a otras gentes y terminar la carrera para independizarse de una vez y cuanto antes.

Juan que desde la cama estaba oyendo las confidencias entre madre e hija, se quedó de piedra. Había sido capaz de imaginarse cualquier situación menos esa. Con la cantidad de países que hay en el mundo, tenía que escoger Israel, no otro cualquiera, sino Israel. Lo que le faltaba, la empresa de mal en peor, su hijo teniendo que irse fuera y él tonteando con una chica joven que había entrado a trabajar en la imprenta como becaria para ganarse unas perras. Llevaba dos meses con ella y era un secreto celosamente guardado entre ambos. Se veían dos o tres veces por semana en un motel de carretera como a media hora en coche. Allí se amaban con pasión y después cada uno a su casita y Dios en la de todos.

Todo empezó una mañana, hacía dos o tres meses, cuando Juan recibió la llamada de un amigo para que valorase la posibilidad de dejar entrar en su empresa, como becaria, a una chica. El no tendría que pagar nada, todos los gastos corrían a cargo de la Embajada Israelí. Se consideraba un intercambio cultural en el que el gobierno israelí se mostraba muy interesado. Janira que así se llamaba la becaria, tenía veinticuatro años, según le comentó a su llegada a la empresa, pelo negro corto, ojos verdes que en opinión de Juan solo reflejaban deseo, boca negra con labios perfilados y en conjunto una figura que irradiaba juventud por todos sus poros. Era una chica joven, simpática, muy atractiva y encima ella lo sabía y lo explotaba de manera permanente. Hablaba un perfecto castellano y desde el primer día se mostró muy interesada en aprender todo lo relacionado con la imprenta. Al finalizar su período de prácticas pensaba volver a Israel y montar un negocio exactamente igual para lo cual necesitaba conocer absolutamente todo sobre la empresa. Era insaciable en el trabajo y disponía de todas las horas tanto de día como de noche y a esas horas quería saber, por ejemplo, cuantos guardias de seguridad de seguridad se necesitaban para evitar robos de las  distintas máquinas o el ritmo al que trabajaban teniendo en cuenta que la plantilla quedaba reducida a menos de la mitad.

Fue precisamente en una de aquellas noches cuando Juan  llamó a su mujer para decirla que tenía una reunión y que no sabía la hora en que llegaría a casa. A los pocos minutos ya estaba con Janira proponiéndola llevarla a su casa y tomar algo por el camino. Dicho y hecho, discretamente, sin llamar la atención, el coche de Juan salió a las nueve de la noche del aparcamiento de la empresa y a los quinientos metros esperaba la israelita más atractiva que nunca. El pelo recién seco, un traje de chaqueta marrón y un bolso en bandolera eran todo su equipaje. Tomaron un vino en un establecimiento cercano Juan, por primera vez en su vida, la propuso ir a un hotel a pasar la noche. Ella aceptó como si lo estuviera esperando desde el primer día y así Juan y Janira iniciaron una relación peculiar. Los dos pensaban que, en ningún caso, estaban hechos el uno para el otro, pero la cama era el nexo de unión. Ella, con la impaciencia propia de su juventud, deseaba más y más mientras que él iba lentamente despertando el deseo. Los preliminares siempre eran muy lentos y sin embargo la traca final era muy breve.

El primer día, cuando ambos yacían exhaustos en una cama a la que no le habían dado ni tiempo de retirar la colcha, Juan pensó en su mujer. Aquello era una aventura y como tal debería entenderla. Se daría una ducha, dejaría a la chica en su casa y volvería con Ana con la que llevaba nada menos que veintitrés años felizmente casado.

-        Me voy a casa – Juan se levantó y se quedó sentado en la cama
-        Ya me lo imaginaba – contestó Janira iniciando desnuda un movimiento hasta el cuarto de baño donde en un inmenso “jaqucci” hicieron nuevamente el amor
-        Si quieres que te lleve a casa me tienes que decir donde vives – Juan arrancó el coche y lentamente salió del aparcamiento privado.
-        ¿Pasamos por la Gran Vía?
-        Paso por donde tú quieras porque a estas horas no pienso dejarte en medio de la calle
-        ¿Por qué? ¿tienes miedo que me violen?
-        No, lo que pasa es que yo soy un señor educado a la antigua y llevo a las señoras a su casa.
-        Pues empieza a modernizarte porque no te pienso decir donde vivo. Desde pequeña me ha gustado jugar y  para eso es necesario que entre nosotros se creen algunos secretos y el primero podría ser no saber donde vivimos
-        ¿Y el segundo?
-        ¡Que más da! Ya irán saliendo mas cosas, por ejemplo, no hacerme nunca preguntas comprometidas para que no tenga que contestarte con evasivas.

Juan la miraba con el rabillo del ojo. Por un segundo trató de imaginarse como sería la vida de aquella muchacha a la que acababa de conocer de una manera íntima y fueron muchas las ideas que se le ocurrieron. Todo lo que fuera israelí le sonaba a misterioso, todos los judíos, posiblemente con razón después de tantos palos como les habían dado por todas partes, eran reservados, enigmáticos Janira era el mas vivo ejemplo. Lo único que sabía es que se llamaba como decía, parece ser que vivía sola y por supuesto que no quería de ninguna manera que la acompañase a su casa. Si, ahora también sabía que era un auténtico terremoto en la cama y que por su carácter parecía que la cama era el único lugar donde perdía la calma.

Juan llegó a su casa y se encontró con Ana, su mujer, profundamente dormida. Se desnudó, se lavó los dientes y con cuidado se metió en la cama. A los pocos segundos, Ana movió un brazo y entre sueños preguntó:

-        ¿Qué tal? ¿has vuelto?
-        Si, pero sigue durmiendo. Hasta mañana.

Juan permaneció durante unos minutos despierto y el remordimiento se iba agrandando por momentos. Pensó en muchas cosas, incluso en despertarla y contarle todo lo que estaba pasando, sin embargo fue ella la que resolvió la situación. Introdujo una mano por el pantalón del pijama de su marido y recorrió lentamente las zonas que sabía que le proporcionaban placer.

-        Ven – le susurró al oído – acércate y cuéntame como te ha ido en la empresa.

Aquella noche fue de las que debería recordar. Hicieron el amor como dos adolescentes y para Juan fue como un acto de reconciliación. Se querían, se entendían y sobraban todo tipo de explicaciones. Convencido como estaba que lo sucedido era el producto de una noche loca, Juan se quedó profundamente dormido mientras su mujer le animaba a descansar para estar lo mas fresco posible y al día siguiente continuar con aquellas reuniones para salvar la empresa. Sin embargo, al día siguiente al volver a la empresa y encontrarse nuevamente con ella Juan decidió que podía continuar con aquella aventura que no ponía en peligro su matrimonio y para él era como rejuvenecer unos cuantos años.
Así llevaban dos meses y cada vez que abandonaban la habitación del motel, Juan salía convencido que era la última noche y que esa aventura no volvería a repetirse hasta que una mañana de Domingo, sentado ante una taza de café negro, Juan decidió una vez resuelto el tema de Janira, que se lo había dado hecho porque se iba como becaría a otra empresa en París, tenía la obligación de resolver los otros dos problemas que le agobiaban últimamente y volver a su vida normal. El primer problema resuelto, La becaria a París y él a su casa con su mujer, menos mal que no se le había ocurrido comentárselo porque conociendo a Ana, le perdonaría, seguro que si, pero nunca lo olvidaría. EL segundo problema, en orden de importancia en lo personal, era el de su hijo Mateo que estaba casi resuelto porque todos los trámites se iban haciendo con normalidad y lo lógico es que le concedieran su estancia en Israel ya que estaba solo a un papel de la Embajada que ya le había dicho que se lo mandaban en una semana y olvidarse por unos meses de la Universidad y de esos amigos que lo estaban maleando le vendría muy bien y el último problema era el de la empresa que no terminaba de levantar cabeza. Como ocurre casi siempre, las desgracias nunca vienen solas y un incendio fortuito había destruido casi totalmente la imprenta y lo que había constituido un problema, se resolvió porque cuando la necesidad aprieta el personal se tiene que ir a la calle. No había empresa, el seguro cubrió todos los gastos y Juan casi de la noche a la mañana se encontró en la calle.

Juan deambulaba de oficina en oficina tratando de encontrar subvenciones para comenzar un nuevo proyecto, siempre relacionado con la imprenta que era el tema que dominaba, cuando una tarde, al llegar a su casa, le esperaba Ana con un par de benjamines de champán y una tarta con dos velas, el 6 y el 2, los años que cumplía

-        Muchas felicidades marido

A Juan se le alegró la cara, eran muy pocas las oportunidades que tenía últimamente para sonreír  y esta era una de ellas. Sopló las velas, dio un beso a su mujer y cuando parecía que todo había terminado, aparecieron sus tres hijos, a Juan le había sido imposible desplazarse desde San Francisco, pero había enviado un correo de lo mas cariñoso felicitándole. Regalos típicos, un reloj, un jersey, una bufanda, una camisa, una corbata y sobre todo el mejor regalo, un sobre grande que contenía una cartulina en la que con letras grandes ponía

TE QUIERO Y HE DECIDIDO QUE SI QUIERES NOS VAMOS AL PUEBLO
ANA.