Queridos blogueros/as: Esta bien éste capítulo, sobre todo el final. Se conoce que como nuestro Juan se ha vuelto un pendón, Dios le castiga y cuando vuelve a casa se encuentra con su mujer despierta y le pasa aquello de que si quieres arroz pues toma dos tazas, pero bueno como eso es al final del capítulo todavía os queda leer todo lo de en medio que no está mal.
Esta tarde he estado perdiendo el tiempo de una manera que os aconsejo aunque hay que reconocer que un poco cara y es pasarte unas cuantas horas viendo libros y si es un sitio grande mucho mejor porque los libros se ven mas fácil. Mucho mas barato y también lo hago de vez en cuando es hacer lo mismo pero en una biblioteca municipal con lo cual pasas el mismo tiempo y no te gastas ni un euro. El tocar los libros, por lo menos a mi, ya me predispone hacia una novela, aunque es una exageración, pero casi diría que no me hace falta ni saber el nombre. Eso de ver unas letras pequeñas y como muy juntas me da muchísima pereza y el resumen de la última hoja viene muy bien para saber de que va y sobre todo si ha ganado varios premios, señal que no será especialmente mala, aunque a veces me equivoco y me compro cada cosa que ya, ya.
Podíamos poner cada uno lo que estamos leyendo y hacemos una especie de crítica. Yo voy a empezar una novela que se llama "Si te abrazo, no tengas miedo de un tal Fulvio Ervas que no lo conoce ni su padre, bueno su padre seguro que si, y solo al ver la carátula, seguro que me va a gustar. El próximo día os lo cuento
Un abrazo para todos/as
Tino Belas
CAPITULO
8.-
Juan
se acercó al mueble librería, abrió una de las puertas inferiores y sacó un
vaso ancho de cristal, de la nevera sacó varios cubitos de hielo que los
depositó en el fondo y se sirvió una generosa dosis de su ginebra preferida.
Completó la copa pasando un limón por el borde del vaso, dejó caer una pequeña
rodaja de limón y el resto lo exprimió diluyéndose el jugo de limón entre los
hielos y la ginebra. Se volvió a sentar haciendo tintinear los hielos para
enfriar cuanto antes la ginebra y por su cabeza pasaron, como nubes en un día
de intenso viento, aquellos años, por lo menos seis o siete, en que no dormía
ni dos horas diarias por culpa de la evolución de su empresa. Fue una época muy
dura en la que se entremezclaban tres historias. Una primera que era,
efectivamente, una mas que mala evolución de la economía en España, con huelgas por todas partes, los
obreros desbordando odio hacia sus patrones que eran los que les daban de comer
y un sistema fiscal y de contratación que parecía hecho para que nadie se animase
a fundar su propia empresa y encima los bancos que, sin razón aparente, habían
cerrado el grifo de los créditos. Lo fácil hubiera sido cerrar, los sesenta y
tantos trabajadores con su correspondiente expediente de regulación de empleo
se hubieran ido a la calle y se acababan los problemas, pero Juan no estaba por
esa labor y tirar por la borda tantos años de sacrificio por la empresa. Estaba
seguro, como así fue, que después de la tempestad viene la calma y era cuestión
de aguantar como fuera, incluso perdiendo dinero de su propio patrimonio y
encima teniendo que aguantar malas caras y hasta desplantes de empleados suyos,
algunos con mucha antigüedad en la empresa que en lugar de comprender la
situación y ayudar a resolverla de la mejor manera posible, se dedicaba a
torpedear cualquier iniciativa como si no fueran todos en el mismo barco y no
cedían un ápice en sus pretensiones tanto económicas como laborales. Juan
pretendía reducirles la horas y a la vez el sueldo en la misma proporción, pero
no por un capricho personal sino porque los pedidos disminuían de manera
alarmante y no ingresaba lo suficiente para pagar. Las reuniones con los
representantes de los trabajadores le llevaban tanto o más tiempo que el que
tenía que dedicar a mantener la empresa a flote.
Por
si todo lo anterior no fuera suficiente, su hijo Mateo, el tercero, de
veintidós años entonces, había sufrido una transformación preocupante. Llevaba
cerca de un año sumido en un profundo mar de dudas.
Estudiaba
tercero de Ingeniería Industrial y hasta ese año había sido un estudiante razonablemente
bueno. No sacaba unas notas excelentes, pero era de esos que aprobaba todas las
asignaturas en Junio. Sin embargo, los problemas comenzaron cuando fue nombrado
Delegado de Curso. Juan no sabía si lo habían elegido previa presentación de otros
candidatos o simplemente a dedo, pero ahí empezó el cambio. Se dejó el pelo
largo, una perilla mal cuidada, se vestía con unos vaqueros viejos a más no
poder y unas eternas botas, como de montañero, que no se quitaba nada más que
para dormir. Se volvió protestón, irascible, intransigente, discutidor y no
paraba de pelearse con sus hermanos. El centro de la diana de acusaciones y el
blanco de su cambio radical, le correspondió a su padre y de esta manera, Juan,
sin comerlo ni beberlo, se encontró en su punto de mira. Una expresión habitual
en boca de Mateo era empresarios explotadores y siempre la soltaba a la hora de
comer, posiblemente el momento del día en que tenía más repercusión. Ana
lloraba a escondidas y en cuanto tenía un minuto para hablar con su marido no
paraba de mostrar su preocupación por la situación de su hijo. Aquel niño
educado, bueno, simpático, colaborador y aseado se había vuelto todo lo
contrario, había cambiado como si a un calcetín le hubieran dado la vuelta ¿no
estará metido en temas de drogas? se preguntaba
cada vez que le veía entrar con aquella trenca de mangas sobadas, los
pantalones rotos y aquellas botas que no podía soportar.
-
Si quieres que te
diga la verdad, a mi no me parece tan preocupante – Juan trataba de
autoconvencerse – este chico siempre ha estado muy apegado a tus faldas y ahora
parece que quiere empezar a volar y claro está hecho un lío. Lo que tenemos que
tener es un poco de paciencia y ya verás como poco a poco irá volviendo a ser
el de siempre.
-
Dios te oiga porque
yo lo veo muy raro – Ana continuaba haciendo ganchillo con la rapidez que
condicionan los años de entrenamiento - ¿no sería bueno que controlásemos sus
amistades?
-
Mujer ¡que tiene
veintidós años!
-
Ya, pero muchas
veces estos niños tan buenos son muy manejables y si tiene algún amigo o novia
que lo aleje del camino que a nosotros nos gustaría que siguiese, o sacan con
facilidad y lo mismo mas adelante ya es
tarde y no tiene arreglo – los ojos de
Ana se volvieron a llenar de lágrimas
-
¡Venga! No llores
que ya verás como todo se arregla. Hay que darle tiempo al tiempo
Juan
se levantó del sillón, entró en el cuarto de baño, se lavó los dientes, se
desnudó y se puso el pijama que colgaba de una percha situada detrás de la
puerta y cuando estaba a punto de meterse en la cama oyó la puerta de la calle
y a su hija pequeña Ana que saludaba con su desbordante alegría
-
Hola Padres ¡ya
estoy aquí! ¿Qué tal?
Desde
su cuarto también oyó como le daba dos sonoros besos a su madre y se sentaba a
su lado
-
Estoy muerta – los
zapatos de tacón cayeron al suelo – me han dado un día que mejor es que me
hubiera quedado en la cama – Ana miró a su alrededor - ¿y Papá?
-
Se acaba de ir a
la cama – contestó su madre
-
Pero ¿Qué hora
es?
-
Casi las once
-
Si ya te lo decía
yo que había sido un día horrible. Menos mal que mañana no trabajo y me voy a
ir con Sara y su novio a Segovia a pasar
el día.
-
¿Y eso?
-
Bueno, no tengo
nada mejor que hacer.
Ana
madre nunca preguntaba a Ana hija cuales eran las razones por las cuales unos
días iba a dormir a casa y otros no. Iba cuando iba y la madre encantada. Hacía
pocos meses que Ana hija había decidido vivir sola y lo respetaba. Conoció su
casa y le pareció muy pequeña pero bien. Cuando decidió que se iba, y de eso
habían pasado casi cuatro meses y ante la imposibilidad de convencerla que
vivir en casa de sus padres era mucho mejor, Ana madre optó por la postura mas
inteligente, como era habitual en ella, y en lugar de oponerse y montarle un
escándalo, al fin y al cabo tenía todas las de perder, lo que hizo fue ayudarla a buscar un piso de alquiler en el
centro, no muy caro y orientarla en lo referente a la decoración. Era un piso
pequeño pero muy luminoso a pesar de ser interior porque una de las ventanas
daba a un patio grande por la que entraba luz más que de sobra. Tenía dos
habitaciones no muy grandes, un cuarto de estar no muy grande con cocina
americana separada del resto por una pequeña barra de madera y un cuarto de
baño recién alicatado hasta el techo. En conjunto un piso rehabilitado que con
unos muebles adecuados sería un lugar interesante para vivir sola y por si todo
ello fuera poco, muy cerca de su trabajo ¿qué mas podía pedir?
Juan
escuchaba, desde su habitación, como madre e hija comentaban lo cara que estaba
la vida y lo complicado de los trabajos
-
Y tú ¿Cómo estás?
– preguntó Ana madre.
-
Muy bien -
contestó Ana hija – con muchísimo trabajo pero bien
-
¿Tienes tiempo
para estudiar?
-
No mucho, pero
por lo menos me dejan ir a clase que ya es bastante
-
¿Terminarás este
año?
-
Supongo que si,
aunque hay una asignatura, Psicología clínica, que la tengo atravesada y no se
como voy a hacer para aprobarla.
-
Ya sabes que lo
importante es terminar porque para trabajar tienes toda la vida por delante.
-
Ya lo se, Mamá, y
en esas estamos pero trabajar y estudiar es mucho mas duro de lo que yo pensaba
-
Hija mía – Ana
madre la miró con cariño – fuiste tu la que decidiste irte a pesar de que tu
padre y yo te aconsejamos lo contrario
-
Ya lo se, pero
alguna vez tenía que dar ese paso y por fin la he dado
-
Sarna con gusto
no pica ¿no dice eso el refrán popular?
-
Es verdad, por
cierto, ¿está Mateo?
-
No, no ha venido
todavía ¿por qué?
-
Por nada ¿sabes
que ayer estuvo en mi casa?
-
¿Si? No se cual
es tu opinión pero tu padre y yo estamos muy preocupados
-
Ya lo sé. Lo está
pasando mal, pero por lo menos es consciente que puede mejorar cuando quiera,
solo tiene que dejar a esos amigos que no lo están llevando por el mejor camino
, pero eso no es tan fácil y quiere pedir una beca para irse por ahí y quitarse
de en medio
-
¿A que sitio se
quiere ir?
-
Te lo cuento con
una condición ¿vale?
-
¿Cuál?
-
Que no le digas
nada a él, porque todavía no lo sabe seguro y prefiere, cuando lo decida,
decirlo él y además a mi me lo ha contado como un secreto y le he prometido que
no se lo diría a nadie
-
No te preocupes
que de aquí no pasa
-
Como te decía, él
sabe que esos amigos no le están haciendo ningún bien, pero no puede pelearse
con ellos así como así. Según me contó ayer, parece ser que gracias a ellos
salió Delegado de Curso y encima le ayudaron para ser medio directivo del
Sindicato de Estudiantes y encima parece ser que lo quieren ascender todavía más
y pasaría a ser como el Delegado general de todos los Universitarios de su
distrito y él no quiere ser eso ni de broma.
-
Pues que diga que
no y ya está
-
No es tan fácil,
Mamá. Ten en cuenta que los cuatro llevan juntos desde el primer día de
Facultad y las cosas no se dejan así como así.
-
Ya, pero lo que
es verdad es que tu hermano está muy raro. Parecería como si la culpa la
tuviéramos nosotros
-
¡Que va! lo que
le pasa es que está enfadado con el mundo, le parece que la sociedad en la que
le ha tocado vivir es muy injusta y trata de luchar contra eso, pero también es
consciente que el cambio que pretende es como romper una pared dándose
cabezazos y eso lo tiene que pagar con alguien y a los que tiene mas cerca es a
vosotros, pero si hace lo que tiene pensado se acaban los problemas.
-
¿Y que es lo que
quiere hacer?
-
Por favor, Mamá,
no le digas nada y menos que te lo he dicho yo
-
No te preocupes
que seré una tumba.
-
Bueno pues la
noticia es que está pendiente que le den una beca para irse dos años a Tel Aviv
y terminar allí la carrera.
-
¿Se quiere ir a
Israel?
-
Yo creo que le da
igual donde sea, lo que quiere es irse fuera, conocer a otras gentes y terminar
la carrera para independizarse de una vez y cuanto antes.
Juan
que desde la cama estaba oyendo las confidencias entre madre e hija, se quedó
de piedra. Había sido capaz de imaginarse cualquier situación menos esa. Con la
cantidad de países que hay en el mundo, tenía que escoger Israel, no otro
cualquiera, sino Israel. Lo que le faltaba, la empresa de mal en peor, su hijo
teniendo que irse fuera y él tonteando con una chica joven que había entrado a
trabajar en la imprenta como becaria para ganarse unas perras. Llevaba dos
meses con ella y era un secreto celosamente guardado entre ambos. Se veían dos
o tres veces por semana en un motel de carretera como a media hora en coche.
Allí se amaban con pasión y después cada uno a su casita y Dios en la de todos.
Todo
empezó una mañana, hacía dos o tres meses, cuando Juan recibió la llamada de un
amigo para que valorase la posibilidad de dejar entrar en su empresa, como
becaria, a una chica. El no tendría que pagar nada, todos los gastos corrían a
cargo de la Embajada
Israelí. Se consideraba un intercambio cultural en el que el
gobierno israelí se mostraba muy interesado. Janira que así se llamaba la
becaria, tenía veinticuatro años, según le comentó a su llegada a la empresa,
pelo negro corto, ojos verdes que en opinión de Juan solo reflejaban deseo,
boca negra con labios perfilados y en conjunto una figura que irradiaba
juventud por todos sus poros. Era una chica joven, simpática, muy atractiva y
encima ella lo sabía y lo explotaba de manera permanente. Hablaba un perfecto
castellano y desde el primer día se mostró muy interesada en aprender todo lo
relacionado con la imprenta. Al finalizar su período de prácticas pensaba
volver a Israel y montar un negocio exactamente igual para lo cual necesitaba
conocer absolutamente todo sobre la empresa. Era insaciable en el trabajo y
disponía de todas las horas tanto de día como de noche y a esas horas quería
saber, por ejemplo, cuantos guardias de seguridad de seguridad se necesitaban
para evitar robos de las distintas
máquinas o el ritmo al que trabajaban teniendo en cuenta que la plantilla
quedaba reducida a menos de la mitad.
Fue
precisamente en una de aquellas noches cuando Juan llamó a su mujer para decirla que tenía una
reunión y que no sabía la hora en que llegaría a casa. A los pocos minutos ya
estaba con Janira proponiéndola llevarla a su casa y tomar algo por el camino.
Dicho y hecho, discretamente, sin llamar la atención, el coche de Juan salió a
las nueve de la noche del aparcamiento de la empresa y a los quinientos metros
esperaba la israelita más atractiva que nunca. El pelo recién seco, un traje de
chaqueta marrón y un bolso en bandolera eran todo su equipaje. Tomaron un vino
en un establecimiento cercano Juan, por primera vez en su vida, la propuso ir a
un hotel a pasar la noche. Ella aceptó como si lo estuviera esperando desde el
primer día y así Juan y Janira iniciaron una relación peculiar. Los dos
pensaban que, en ningún caso, estaban hechos el uno para el otro, pero la cama
era el nexo de unión. Ella, con la impaciencia propia de su juventud, deseaba más
y más mientras que él iba lentamente despertando el deseo. Los preliminares
siempre eran muy lentos y sin embargo la traca final era muy breve.
El
primer día, cuando ambos yacían exhaustos en una cama a la que no le habían
dado ni tiempo de retirar la colcha, Juan pensó en su mujer. Aquello era una
aventura y como tal debería entenderla. Se daría una ducha, dejaría a la chica
en su casa y volvería con Ana con la que llevaba nada menos que veintitrés años
felizmente casado.
-
Me voy a casa –
Juan se levantó y se quedó sentado en la cama
-
Ya me lo
imaginaba – contestó Janira iniciando desnuda un movimiento hasta el cuarto de
baño donde en un inmenso “jaqucci” hicieron nuevamente el amor
-
Si quieres que te
lleve a casa me tienes que decir donde vives – Juan arrancó el coche y
lentamente salió del aparcamiento privado.
-
¿Pasamos por la Gran Vía?
-
Paso por donde tú
quieras porque a estas horas no pienso dejarte en medio de la calle
-
¿Por qué? ¿tienes
miedo que me violen?
-
No, lo que pasa
es que yo soy un señor educado a la antigua y llevo a las señoras a su casa.
-
Pues empieza a
modernizarte porque no te pienso decir donde vivo. Desde pequeña me ha gustado
jugar y para eso es necesario que entre
nosotros se creen algunos secretos y el primero podría ser no saber donde
vivimos
-
¿Y el segundo?
-
¡Que más da! Ya
irán saliendo mas cosas, por ejemplo, no hacerme nunca preguntas comprometidas
para que no tenga que contestarte con evasivas.
Juan
la miraba con el rabillo del ojo. Por un segundo trató de imaginarse como sería
la vida de aquella muchacha a la que acababa de conocer de una manera íntima y
fueron muchas las ideas que se le ocurrieron. Todo lo que fuera israelí le
sonaba a misterioso, todos los judíos, posiblemente con razón después de tantos
palos como les habían dado por todas partes, eran reservados, enigmáticos
Janira era el mas vivo ejemplo. Lo único que sabía es que se llamaba como
decía, parece ser que vivía sola y por supuesto que no quería de ninguna manera
que la acompañase a su casa. Si, ahora también sabía que era un auténtico
terremoto en la cama y que por su carácter parecía que la cama era el único
lugar donde perdía la calma.
Juan
llegó a su casa y se encontró con Ana, su mujer, profundamente dormida. Se
desnudó, se lavó los dientes y con cuidado se metió en la cama. A los pocos
segundos, Ana movió un brazo y entre sueños preguntó:
-
¿Qué tal? ¿has
vuelto?
-
Si, pero sigue
durmiendo. Hasta mañana.
Juan
permaneció durante unos minutos despierto y el remordimiento se iba agrandando
por momentos. Pensó en muchas cosas, incluso en despertarla y contarle todo lo
que estaba pasando, sin embargo fue ella la que resolvió la situación.
Introdujo una mano por el pantalón del pijama de su marido y recorrió
lentamente las zonas que sabía que le proporcionaban placer.
-
Ven – le susurró
al oído – acércate y cuéntame como te ha ido en la empresa.
Aquella
noche fue de las que debería recordar. Hicieron el amor como dos adolescentes y
para Juan fue como un acto de reconciliación. Se querían, se entendían y
sobraban todo tipo de explicaciones. Convencido como estaba que lo sucedido era
el producto de una noche loca, Juan se quedó profundamente dormido mientras su
mujer le animaba a descansar para estar lo mas fresco posible y al día siguiente
continuar con aquellas reuniones para salvar la empresa. Sin embargo, al día
siguiente al volver a la empresa y encontrarse nuevamente con ella Juan decidió
que podía continuar con aquella aventura que no ponía en peligro su matrimonio
y para él era como rejuvenecer unos cuantos años.
Así
llevaban dos meses y cada vez que abandonaban la habitación del motel, Juan
salía convencido que era la última noche y que esa aventura no volvería a
repetirse hasta que una mañana de Domingo, sentado ante una taza de café negro,
Juan decidió una vez resuelto el tema de Janira, que se lo había dado hecho
porque se iba como becaría a otra empresa en París, tenía la obligación de
resolver los otros dos problemas que le agobiaban últimamente y volver a su
vida normal. El primer problema resuelto, La becaria a París y él a su casa con
su mujer, menos mal que no se le había ocurrido comentárselo porque conociendo
a Ana, le perdonaría, seguro que si, pero nunca lo olvidaría. EL segundo
problema, en orden de importancia en lo personal, era el de su hijo Mateo que
estaba casi resuelto porque todos los trámites se iban haciendo con normalidad
y lo lógico es que le concedieran su estancia en Israel ya que estaba solo a un
papel de la Embajada
que ya le había dicho que se lo mandaban en una semana y olvidarse por unos
meses de la Universidad
y de esos amigos que lo estaban maleando le vendría muy bien y el último
problema era el de la empresa que no terminaba de levantar cabeza. Como ocurre
casi siempre, las desgracias nunca vienen solas y un incendio fortuito había
destruido casi totalmente la imprenta y lo que había constituido un problema,
se resolvió porque cuando la necesidad aprieta el personal se tiene que ir a la
calle. No había empresa, el seguro cubrió todos los gastos y Juan casi de la
noche a la mañana se encontró en la calle.
Juan
deambulaba de oficina en oficina tratando de encontrar subvenciones para
comenzar un nuevo proyecto, siempre relacionado con la imprenta que era el tema
que dominaba, cuando una tarde, al llegar a su casa, le esperaba Ana con un par
de benjamines de champán y una tarta con dos velas, el 6 y el 2, los años que
cumplía
-
Muchas
felicidades marido
A
Juan se le alegró la cara, eran muy pocas las oportunidades que tenía
últimamente para sonreír y esta era una
de ellas. Sopló las velas, dio un beso a su mujer y cuando parecía que todo
había terminado, aparecieron sus tres hijos, a Juan le había sido imposible
desplazarse desde San Francisco, pero había enviado un correo de lo mas
cariñoso felicitándole. Regalos típicos, un reloj, un jersey, una bufanda, una
camisa, una corbata y sobre todo el mejor regalo, un sobre grande que contenía
una cartulina en la que con letras grandes ponía
TE
QUIERO Y HE DECIDIDO QUE SI QUIERES NOS VAMOS AL PUEBLO
ANA.