Queridos blogueros/as: Quedan dos capítulos para el final y la cosa parece que se va animando. Empiezan a decirse sus verdades y me da la impresión que todavía no se vislumbra el final, pero os aviso que ha quedado bastante sorprendente, por lo menos para mi.
Bueno, esta vez escribo poco en la presentación del capítulo, pero entre vinos y vinos se me ha hecho tardísimo, o sea que hasta la próxima
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
22.-
Entré
en casa y traté de no asustar a Ana con el consabido “ya estoy en aquí”
obteniendo la callada por respuesta. En un principio me pareció extraño porque
nunca llegaba tan tarde a casa, pero pensé que estaría en casa de cualquier
amiga por lo que saqué una cerveza de la nevera y me senté en el porche a
esperarla. No se el tiempo que pasaría, posiblemente me quedé dormido, pero me
despertaron sus gritos desde la puerta, como si quisiera ahuyentar a los malos espíritus
-
¿Por qué chillas
tanto? – pregunté al despertarme bruscamente
-
No sabía que
estabas en casa
-
Entonces un
motivo mas para no chillar
-
¡Que pasa! ¿vienes
de malhumor?
-
No, lo que ocurre
es que estaba profundamente dormido.
-
¿Habéis andado
mucho?
- No ha
estado mal. En total, veintidós kilómetros
-
Eso es muchísimo
¿no?
-
Bueno, según
– no llevaba casi nada de senderista y
ya hablaba como un experto – ten en cuenta que el camino era todo llano y menos
mal porque si algún día hago veintitantos kilómetros con cuestas seguro que me
tiene que ir a buscar una ambulancia
-
Me imagino que
todo eso será progresivo
-
Naturalmente, si
no, menudo negocio
-
Pero tu no deberías
tener problemas porque andas mucho
-
Eso es lo que tú
te crees, que me miras con buenos ojos, pero aparte de ser el mas viejo del
grupo posiblemente sea el que está menos en forma
-
¿De verdad?
-
Pues claro,
piensa que son gente que llevan años haciendo senderismo y tiene mucha
práctica.
-
No pasa nada
porque afortunadamente ahora tienes mucho tiempo y puedes caminar todos los
días si te apetece
-
Eso será lo que
tendré que hacer aunque no se si me apetece tanto como dices porque también me
gustaría estar contigo
-
Por mi no te
preocupes.
-
¡Como no me voy a
preocupar! Está claro que a mi me gusta caminar, de eso no hay duda, pero
también hay otras cosas que me gustan y tengo que buscar la fórmula de
compaginarlas, me parece difícil, pero lo tenemos que intentar.
-
Yo no lo veo tan
complicado, tú andas unas horas y después tenemos todo el día para estar juntos
-
Si, pero tu te
quieres apuntar a clase de Informática
-
¡Y que más da! Si
tu andas por la mañana yo me apunto por la mañana y así los dos estamos
ocupados en algo
-
Esa me parece muy
buena idea
Pero
como pasa casi siempre el hombre propone y Dios dispone. Naturalmente la clase
de informática era por la tarde y así poco a poco y casi sin darnos cuenta nos
fuimos distanciando uno del otro. Lo llevábamos bien, eso si, pero la relación
de pareja se iba deteriorando. Fue una cosa extraña porque se fue produciendo
casi sin darnos cuenta y eso que estábamos pendientes porque los dos éramos
conscientes que con mi senderismo por las mañanas y su informática por las
tardes algo de nuestras habituales costumbres tenía que cambiar, pero fue una
evolución como muy lenta. Ana empezó con el ordenador y no se si serían sus
novelas o lo que fuera, el caso es que nunca tenía tiempo para charlar. También
es verdad que yo llegaba todos los días bastante tarde, primero el dominó y
luego una vuelta larga por los alrededores del pueblo con lo que la mayoría de
los días me daban las ocho o las ocho y media cuando entraba por la puerta,
pero también es verdad que mas de un día tuve la sensación de estorbar, que ya
es el colmo que eso te pase en tu casa, pero era así. Ana me daba las buenas
tardes con desgana y siempre me daba la impresión que estaba en lo mejor de
cada novela como para que no pudiera hacerme caso. Eso si, si le decía que
tenía interés en conocer lo que había escrito, entonces cambiaba como si
hubiera ocurrido algo extraordinario y se mostraba la mar de interesada, pero
la mayoría de los días se podía decir que no levantaba la vista del dichoso
ordenador. Me parecía mentira que un cacharro de evidente utilidad me resultara
tan incómodo. Se había vuelto mi rival, tenía la impresión como si me pusiera
los cuernos, eso si, con una máquina, pero la misma sensación. Todo lo que
habíamos luchado para estar tranquilos, sin el bullicio de la ciudad, con todo
el día por delante para charlar y charlar, sin otra cosa que hacer, se había
esfumado con cuatro clases y unos mínimos conocimientos de informática.
Naturalmente, como siempre, la culpable era ella o por lo menos la manía esa de
escribir y escribir a todas horas y nunca se me pasó por la cabeza que mis
ausencias por culpa del entrenamiento para estar en forma los fines de semana
fueran también una parte de los males que me aquejaban, pero eso no era ninguna
novedad porque en toda mi vida de casado nunca había sido yo el causante de
nada, bastante tenía con trabajar de sol a sol, pero ahora la situación había
cambiado notablemente y yo no era consciente hasta el día en que Ana se
sublevó, cosa que no había hecho hasta entonces y me cantó las cuarenta. No me
acuerdo pero llevaría un par de años con el senderismo, ya era un experto
andarín, tenía los músculos muy bien preparados para mi edad, tendría casi
setenta años y al llegar Ana estaba, como casi siempre, sentada en la mesa del
ordenador y el lío fue mas o menos como sigue
-
Hola – era casi
las nueve de la noche de aquel Domingo de Febrero y por culpa del frío los
desayunos se prolongaban en el tiempo y no empezábamos a caminar por lo menos
hasta las doce o la una y naturalmente llegábamos siempre tarde a nuestros
respectivos domicilios y yo mas porque
por culpa de un par de nuevos, el autobús variaba su rumbo y me dejaban
el último.
-
Hola – Ana no
separó la vista del ordenador – que tarde vienes hoy ¿no?
-
Ya sabes,
empezamos tarde y lógicamente también acabamos tarde
-
Ya. ¿Has cenado?
- Preguntó sin levantar las manos del de teclado y la vista de la pantalla.
-
¿Cómo voy a cenar
si acabo llegar? – me molestaba que me hablara sin dignarse mirarme a la cara
-
No sé, lo mismo
te habías quedado por ahí a tomar algo
-
Pues no –
contesté de mala manera – vengo directamente del autobús y no se porqué pero
esperaba que tuvieras algo preparado
-
No me ha dado
tiempo
-
Claro todo el día
sentada delante del puñetero ordenador
-
Eh, eh, que yo
estoy haciendo algo útil, pero tú vienes de pasarte el día por el monte como si
fueras una cabra
-
¿A estar sentada
todo el día delante de ese cacharro le llamas tú hacer algo útil? Ana, por
favor, no me tomes el pelo que solo me faltaba eso para terminar el día.
-
Siéntate y ponte
lo mas cómodo que puedas porque te voy a decir un par de cosas ¿te parece?
-
¿Se puede saber
que te pasa?
-
¡Que que me pasa!
– Ana apagó el ordenador, se pasó la mano derecha por el pelo y se plantó
enfrente de mi reflejando en su cara lo mal que lo estaba pasando – que estoy
harta Juan, harta ¿tú sabes lo que es eso? harta de que todas las mañanas, y me
importa un bledo si es sábado o cualquier otro día de la semana, te levantes,
desayunes y te vayas por ahí y solo apareces para comer o cenar y mientras la que
se queda sola soy yo y encima si me busco una diversión, encima te parece mal
¡Es el colmo!
-
No es eso, Ana,
no es eso y tú lo sabes
-
¡Como que no es
eso! entonces que es ¿me lo puedes decir?
-
Claro que te lo
puedo decir y espero que lo entiendas. Una cosa es escribir algo en un
ordenador y otra es pasarte el día entero dándole a las teclas y no levantas la
vista ni cuando entro en casa.
-
¡Y que quieres
que haga! Que me quede todo el día sentada en la puerta de casa para que cuando
venga el señor me encuentre siempre dispuesta ¿es eso lo que quieres? Pues lo
siento mucho porque te vas a tener que buscar a otra porque ya lo he hecho
durante toda mi vida y da la casualidad que me he cansado
-
Pues eso es lo
que a mi me extraña – contesté sabiéndome dominador de la situación – todavía
lo vería lógico a los pocos años de casarnos, pero después de cincuenta años ¡a
que viene este numerito!
-
Pues viene porque
estoy harta, si, si – Ana me miraba con una expresión que no la entendía muy
bien, parecía como muy enfadada pero por otra parte también podría ser como
desilusionada – harta y ahora que me relaciono con mas gente, eso si a mis
setenta años, me doy cuenta que he perdido mucho tiempo y si me descuido un
poco me muero y no me ha dado tiempo a decírtelo. Ahora, si no me mires con esa
cara, ahora es cuando estoy conociendo a través de este chisme como sueles
decir – puso la mano encima del ordenador – a unas personas de todas las edades
que tienen ilusión por vivir, que piensan que la vida hay que vivirla porque
cuando te quieres dar cuenta ya se ha pasado y ¡que quieres! Posiblemente es
muy tarde para cambiar, pero a mi me ha pasado desde que descubrí el Internet.
-
No digas cosas
raras – estaba bastante cansado y encima sin nada que cenar – parece como si
toda tu vida hubiera sido una tragedia.
-
Ahora el que dice
tonterías eres tu – Ana se levantó y se paseó lentamente por el cuarto de
estar- por supuesto que mi vida no ha sido una tragedia y tu lo sabes, pero
estarás de acuerdo conmigo en que hemos estado muy poco tiempo juntos. Llevamos
cincuenta años casados y es curioso, pero ahora me doy cuenta que te conozco
muy poco
-
¿Como? – no
entendía absolutamente nada
-
Pues es así,
Juan. Hemos vivido juntos, hemos tenido hijos a los que reconocerás que los he
educado yo sola porque tú siempre estabas trabajando
-
Pero gracias a mi
trabajo, no vivías nada mal.
-
Claro que no,
solo faltaba que encima viviera mal, no es eso Juan, no es eso – Ana se frotaba
las manos nerviosa – pero es ahora cuando me doy cuenta que durante todos estos
años nuestra relación ha sido, como te diría yo, como muy superficial. Tu
siempre llegabas tardísimo a casa y si te contaba algún problema de los niños o
de lo que fuera te ponías como una fiera ¿te acuerdas?
-
La verdad es que
no – lentamente me levanté y me acerqué a la ventana donde ella trataba de
disimular las lágrimas que caían por sus mejillas. Le pasé un brazo por los
hombros y al verla en ese estado de nervios sentí una sensación como de
culpabilidad y aun reconociéndolo no estaba
dispuesto a dar mi brazo a torcer y eso que para mi esta conversación me
resultaba como si ya la hubiéramos tenido hace unos años, no se porqué pero era
de esos momentos que no sabía precisar, pero los había vivido previamente ¿lo
habría soñado? – pero tú sabes igual que yo, porque eso si que lo hemos hablado
cientos de veces, que muchas veces tengo una sensación como de haber perdido el
tiempo, pero bueno, la vida fue como fue y ya está.
-
Si, pero no – Ana
apoyó su cabeza sobre mi hombro – porque yo me vine a este pueblo con la idea
de recuperar el tiempo perdido y tú lo sabes porque en eso habíamos quedado,
pero una cosa es lo que dices y otra lo que haces. Estoy de acuerdo contigo en
que empezamos bien, pero poco a poco nos hemos ido separando y ahora estamos, o
por lo menos estoy yo, en una situación que me parece como si fuera un mueble
mas de esta casa y si no mira, por ejemplo, como ha sido el día de hoy. Te has
levantado ¿que hora sería? ¿las ocho?
-
Las ocho y cuarto
– contesté
-
Las ocho y
cuarto, bien. No siquiera te has dignado darme un beso
-
¡Pero si estabas
dormida como un tronco! Encima que no te quise despertar, me llevo una bronca
¡lo que me faltaba por oír!
-
El caso es que no
me desperté y cuando me levanté te habías ido, serían mas o menos las nueve
-
Que conste que desayuné
en casa
-
Bien, bien, pero
yo cuando me levanté estaba sola, supongo que te irías a andar con esa pandilla
de desocupados y ahora que son casi las
nueve de la noche entras por la puerta ¿tu te crees que eso es normal?
-
¿No me digas que
a tus años te has vuelto celosa y no confías en mí? – la pregunta la hice con
el ánimo de quitar un poco de tensión
-
Solo me faltaba
que te fueras con alguna – Ana me miró con los ojos llenos de lágrimas – el
tema no va por ahí y tu lo sabes porque no hace tantos años, cuando nos vinimos
a vivir aquí, empezamos ¿te acuerdas? empezamos muy bien, un poco como
queríamos los dos, pero ahora todo es diferente y no me digas que la culpa la
tengo yo porque no es verdad.