Queridos blogueros/as: Yo juraría que el otro día metí el capitulo 3 pero como no lo encuentro por ningún lado lo vuelvo a publicar. Si ya lo tenéis, pues mejor para vosotros y si no lo publico y tan amigos.
¿Sabéis lo que me pasa ? que últimamente no leo los capítulos y por lo tanto no puedo opinar mucho de su contenido porque todo esto lo escribí el año 2005 y ahora lo único que hago es copio y pego que parece que no, pero para uno como yo, ya es bastante. También debo confesaros que ya tengo pensado mas o menos como voy a seguir esta novela, pero resulta que el otro día, leyendo la parte final, me di cuenta que todo eso lo tengo que cambiar porque si no, no hay manera de meterle el diente, pero tranquilidad que todo se arreglará. Lo que es seguro que tengo que hacer es empezar a escribir la parte final porque mucho largar, pero escrito, lo que se dice escrito, no tengo nada.
En fin, uno es así y a la vejez ya no voy a cambiar. Si aparece por ahí el capítulo 3 pues muy bien lo tenéis repe y si no, pues espero que os guste.
Un abrazo para todos
Tino Belas
CAPITULO 3.-
Fernando levantó los ojos
de un informe que estaba leyendo y preguntó con voz impersonal :
- Usted es nueva aquí ¿verdad?
- Si, perdone que no me haya presentado antes,
pero no he tenido oportunidad de verle. Me llamo Ana y soy su nueva secretaria
– mientras que se acercaba con la mano extendida, una amplísima sonrisa llenaba
toda su cara.
Fernando se mostró algo
confuso, aunque trató de disimularlo estrechando con fuerza la mano que se le
ofrecía generosamente.
-
Si ya sabe quien soy, quizás sobraría tanto protocolo, pero, en fín,
espero que su trabajo sea satisfactorio y que dentro de muy poco se encuentre
como en su casa –Fernando se movió incómodo en su silla de cuero con brazos
acolchados del mismo material.- En este tiempo que he estado sin venir¿ ha
habido alguna novedad interesante?
- No, por lo menos que merezca la pena. Ha
llamado un montón de gente, pero todos han entendido la situación y volverán a
llamar, o sea que, a partir de ahora usted me dirá cuantos quiere que le cite
al día y si continuamos con las horas que tenía antes o prefiere cambiarlas.
- La verdad es que no lo había pensado, pero
pretendo continuar con mi vida normal, al fin y al cabo, solamente ha sido una
falsa alarma, un aviso para que cambie mis hábitos de vida o como se le quiera
llamar pero, en cualquier caso, no creo que debamos exagerar. Las cosas yo creo
que deberían volver a como estaban, pero si usted lo estima oportuno puede
cambiarlas para eso la he contratado y espero que poco a poco vaya conociendo
mis manías y estoy seguro que llevará la oficina a las mil maravillas, aunque
al final todo será igual y si no el tiempo demostrará quien tiene la razón.
- Muchas gracias, Don Fernando – Ana permanecía
con la mirada fija en unos expedientes – si le parece podemos ir citando tres o
cuatro clientes cada mañana y según se vaya encontrando mejor, vamos aumentando
el número.
- Muy buena idea.
- Espero su ayuda si me equivoco, sobre todo,
al principio, pero ya verá como pasado muy poco tiempo todo funcionará a su gusto.
- Eso espero
- Fernando se ajustó los puños de una camisa blanca dejando ver unos
gemelos de oro con la forma de una especie de bastón - Muy bien, hechas las presentaciones de rigor,
ahora ¡ a trabajar!
Fernando la miró otra vez
al mismo tiempo que alargaba su brazo derecho para recoger unas carpetas que
Ana le aproximaba. La verdad es que la nueva secretaria no era una mujer
atractiva – bueno –pensó para sus adentros – atractiva, lo que se dice un
bombón no era, pero no estaba mal. La cara no era maravillosa, pero su sonrisa
permanente la hacía irradiar alegría por todos sus poros; las manos, que era lo
primero que miraba en una mujer, eran finas pero no especialmente cuidadas y
las uñas, cortas y sin pintar, le daban un aire como muy natural; el cuerpo
tampoco era espectacular, pero las formas resultaban agradables. Poco pecho,
caderas no muy anchas y piernas largas conformaban una silueta más atractiva
por los treinta y pocos años que por otras razones. Un vaquero ajustado con una
blusa de un azul claro realzaban esa juventud que ella trataba de destacar en
todo momento.
Tras una mirada rápida,
ella también había visto algunos rasgos de su nuevo Jefe y en nada había
coincidido con lo que le habían contado sus compañeras. No parecía tan
antipático y desde luego con ella se estaba portando como un caballero, quizás
y por ponerle algún pero, era un típico ejecutivo agresivo, moderno, bien
vestido y mejor peinado y con un rasgo que le fue lo primero que más le llamó
la atención y eran lo cuidadas que tenía sus manos; era impresionante, desde
luego, nunca en su vida había visto nada igual, parecían salidas de una
escultura y las movía lentamente como quien sabe de las excelencias de algo y
trata de enseñarlo para deleite de los que le rodean. Por lo demás, tampoco era
para tanto. Según Toñi, la recepcionista, era un tío como para comérselo sino
fuera porque era el Jefe y al menos la primera impresión no era para tanto. Si,
no estaba mal, pero sin exagerar, un poco “creidillo” pero como todos los de su
edad y, en fin, habrá que esperar a ver que pasa pero, pensó para si – este
trabajo me viene de miedo, me pagan bien, no parece que sea agotador y el
ambiente parece que es bueno ¡qué más se puede pedir! - Que pena que no me pueda ver mi padre – pensó
porque ahora, por fin, tenía un trabajo estable y podía permitirse algunos
lujos que le habían sido vedados hasta entonces. Si que es verdad que había
tenido algunos “trabajillos” que le habían reportado algún beneficio, pero
todos como eventuales y sin ningún futuro y en este ni siquiera había pasado
por la dura prueba de unos meses para decidir si la hacían fija o no y desde el
primer momento había conseguido un contrato por tres años que le daba bastante margen
para demostrar su valía y estaba segura que no le decepcionaría
- Ana – la voz de Fernando le hizo salir de sus
pensamientos – tráeme las citas de mañana para revisar los expedientes ¿de
acuerdo?.
- Enseguida - contestó la nueva secretaría
Ana se dio lentamente la
vuelta y con paso decidido abrió la puerta y la cerró tras de si, no sin antes
darse cuenta que los ojos de Fernando la siguieron por todo el recorrido desde
la mesa hasta la puerta del amplio despacho.
A los pocos minutos llamó
con los nudillos a la puerta de caoba del despacho de su Jefe y después de
escuchar un adelante, se acercó a la mesa de Don Fernando con una lista en la
mano derecha y un lote de expedientes en la izquierda.
- Siéntate, por favor, - Fernando le indicó con
un leve movimiento que se sentara en una silla colonial de cuero verde
grisáceo, justo enfrente de él – Vamos a ver, mañana es viernes ¿no?.
- Si señor, mañana es viernes, día dieciocho y
según tengo anotado, tiene tres citas, una vista en el juzgado numero cuatro de
Getafe, una comida con el Señor Ayala, la firma de un contrato en el Notario,
recibir a Don ……..
- Espera, espera, no vayas tan deprisa que me
pierdo – Fernando la interrumpió con una amplia sonrisa – primero has dicho que
tengo tres citas ¿quiénes son?
Ana buscó entre los
expedientes y se los alargó a su Jefe por encima de la mesa
- Perdone que
no le pueda explicar demasiado, pero todavía estoy un poco aterrizando y
aunque he mirado los papeles no me he enterado de mucho. El primero es D. José Paramío
y es algo relacionado con una herencia o algo por el estilo.
- Si, es un amigo de mi familia, al que le
estamos haciendo los papeles de Hacienda para que los presente y podamos
realizar el cuaderno particional. Bueno, esa gestión es fácil y en media hora espero que lo hallamos
despachado. Acuérdate de decirle a Juan Pedro que tenga preparado todo, porque
interesa que, si está de acuerdo, deje todos los papeles firmados y así nos
ahorramos llevárselos a su casa. ¿Qué más?.
Ana volvió a consultar su
lista y después de unos segundos contestó :
- El siguiente está citado a las diez y media y no he conseguido saber de qué
se trata. Es el Sr. Figueirido y en el expediente, aparte de sus datos
personales, solamente figura una nota que pone: contactar con la Gestoría Abrantes
y consultar presupuesto.
- Si, yo me acuerdo; es un gallego, muy
gallego, que tiene un barco en Bueu y quiere matricularlo a nombre de un hijo
suyo y está pendiente del presupuesto de la gestoría porque dice que el barco
es muy viejo y que si le cuesta mucho casi mejor lo vende y se deja de líos ¿ a
ti te gusta la vela?
- ¿A mí que si me gusta la vela? – Ana esbozó
una amplia sonrisa – si quiere que le diga la verdad, no he estado nunca en un
barco de vela, una es de Medina del Campo y la mayor cantidad de agua que he
visto ha sido la del embalse del río Sequillo que, como su nombre indica, casi
nunca tiene agua, pero le puedo asegurar que es muy divertido.
- No, te lo digo porque si te interesa un barco
de vela seguro que lo vende barato, porque, según me contó la otra vez que
estuvo aquí, solo le da preocupaciones y a él encima le horroriza el mar y lo
usa el hijo los fines de semana que suele ir con amigos a dar una vuelta y el
padre tiene miedo que cualquier día les pase algo y se meta en un lío de mucho
cuidado. Ya sabes como son los hijos. Por cierto, ¿tú tienes hijos?
- ¿Yo? – Ana se volvió a reir con esa risa
contagiosa y franca en la que destacaba una muy bien cuidada dentadura – No,
muchas gracias, yo soy soltera y sin compromiso. ¿No lo sabia?
Fernando puso cara de
sorpresa y no sabía muy bien como contestar:
- ¿Porqué tenía que saberlo? Pinta de señora
casada no tienes, pero ahora la gente joven engaña mucho y no te habrá
molestado que te lo haya preguntado ¿verdad?.
- No, a mí no me molesta, lo que pasa es que en
la entrevista me pareció que se insistía mucho en ese apartado pero bueno, no,
no estoy casada y espero seguir así durante mucho tiempo porque no me veo yo
aguantando a un hombre toda la vida.
- Bueno, bueno, no exageres que ahora con eso
de que la mayoría de las mujeres trabajáis, a los maridos los veis en fotos y
poco más. Distinto era cuando yo me casé que la mujer estaba en casa cuidando
niños y esperando a que llegara su marido para poder hablar con alguien.
- Pues menos mal que eso ha cambiado porque
vaya rollo. ¡Para eso me quedo como estoy! No me veo yo limpiando culitos de
niños, aunque sean de los míos, y pendiente de que llegue a casa mi maridito,
cansado de trabajar, se siente en un sillón y se quede medio dormido y si le
cuentas algún problema doméstico te conteste que te preocupes tú, que para
llevar el dinero a casa ya está él ¡Ni
hablar! Para eso, conmigo que no cuenten.
- Perdón si te he molestado – Fernando la miró
con una mueca burlona en la comisura de sus labios – Ya veo que no eres una
defensora a ultranza de la
Santa Institución del Matrimonio.
- No, no, tampoco es eso, lo que pasa es que yo
entiendo la relación de pareja como otra cosa y no como los matrimonios de
antes que eran como guarderías infantiles. A mí me gustan los niños, pero sin
exagerar y para eso tengo a mis sobrinillos que son encantadores, pero que los
aguante mi hermana y su marido que yo me lo paso mejor por ahí. Para casarse
siempre hay tiempo y yo todavía soy muy joven para meterme en líos.
Fernando miró su reloj y
exclamó sorprendido:
- Parece mentira, si son ya las once y
media. ¡Hay que ver como pasa el tiempo.
Venga, ¿por donde íbamos?
- Espere un momentito – Ana consultó nuevamente
su agenda mientras con su mano izquierda se movía un mechón de pelo que le
había caído sobre su frente – Ah si, ya caigo, nos queda el Sr Golmayo que
estuvo conmigo hace unos días y lo que quiere es que usted lo reciba para que
le asesore en que invertir un millón de pesetas que, según me dijo, le han
tocado jugando a los ciegos.
- Si, si, a los ciegos. El Sr. Golmayo, al cual
tienes el gusto de conocer nada más que de un momento que estuvo en el
despacho, es uno de los asiduos del Casino de Madrid y se juega al póker todo
lo que tiene y más. Es una persona encantadora y ahora parece que las cosas le
van bien, pero, como todos los jugadores, ha pasado épocas muy malas y lo mismo
que ha ganado auténticas fortunas, las ha perdido con la misma facilidad, pero,
eso sí, para charlar con él, es un hombre encantador ¿verdad?
• Si, es simpático, aunque me pareció, si usted me lo permite, un
poco ligón de más y como fuera de
contexto, porque ya es mayorcito para ir por la vida intentando ligar con
cándidas secretarias que no tenemos porqué aguantar algunas cosas suyas como lo
que me dijo a mí de que si yo quisiera, podría conocer los mayores momentos de
placer de mi vida si me fuera con él al Parador de Alarcón un fin de semana.
¡Pues solo me faltaba eso: flirtear con un viejo!
Fernando se removió en su
cómodo sillón de cuero y sin dejar de reconocer que era amigo de Manolo Golmayo
comprendió la postura de su nueva secretaría y con poca convicción en sus
argumentos trató de defenderlo:
- Tampoco te lo tomes así porque es buena
gente, un poco chuleta, estoy de acuerdo, pero en el fondo es buena persona y
¿a qué hora dices que viene mañana?
- Yo le he dicho que viniera sobre las doce y
media, pero también quedamos en que lo confirmaría con usted, o sea que si
quiere podemos cambiar la hora sin ningún problema.
- No, déjalo como está, porque luego, según me
has dicho, tengo que ir al Juzgado de Getafe y aunque siempre van con retraso,
media hora está bien, pero tampoco puedo llegar allí a las mil y una y para fin
de fiesta comida con el Sr. Ayala. ¿no? Bueno, supongo que por la tarde no
habrá nada y si lo hay anúlalo, porque las comidas con Ramón siempre comienzan
con un recorrido de nueve hoyos en el campo pequeño de la Moraleja como aperitivo y como postre una partidita de
mus que nunca viene mal.
- Muy bien, D. Fernando, ¿desea alguna cosa
más.?
- No, muchas gracias, para ser el primer día no
ha estado mal. Hasta mañana.
- Hasta mañana D. Fernando.
Ana fue colocando
pausadamente los expedientes uno encima de otro y los agarró con la mano izquierda,
mientras con la derecha se alisaba el pelo y salió del despacho. Al cerrar la
puerta, se mantuvo unos segundos como embobada y, por fin, reaccionó con un:
“buf”, para ser el primer día ya está bien; espero que todo continúe igual.
Dicho lo cual se encaminó a su despacho y después de echar un poco de agua en
un pequeño florero que con su largo cuello abrazaba a una rosa que trataba de
mantenerse erguida, se instaló ante el ordenador y estuvo unas horas pasando
informes y tratando de conocer los casos pendientes. A las tres,
se alisó un poco el pelo
con la mano, se perfiló los labios con un lápiz negro de gruesa mina, recogió
sus cosas en una pequeña mochila y salió con paso decidido, bajando las
escaleras de dos en dos mientras tarareaba una canción. En el garaje de la
oficina abrió el portacascos de su pequeño “scooter” y se ajustó una chichonera
de vistosos colores que le permitía mantener la melena al viento y disfrutar de
los días soleados a la vez que se protegía de eventuales caídas. Arrancó con un
pequeño movimiento de su mano derecha después de introducir la llave en el
contacto y sorteando vehículos de gran cilindrada, salió a la calle. El calor
era de verdad y entre la canícula y las emanaciones de los coches, llegó a su
casa sudando por todos los poros de su piel.
CAPITULO 4.-
El apartamento, situado
relativamente cerca de la oficina, era
el típico de una mujer soltera; situado en el ático de un viejo edificio de un
más viejo Madrid, era pequeño, pero suficiente -cuanto más grande, más tengo
que limpiar, pensó cuando lo alquiló- La puerta de entrada era una más de las
seis que se distribuían por el amplísimo descansillo de la escalera hasta el
que se ascendía por unos anchos peldaños de ruidosa madera que al pisarlos
parecían querer contar las historias
milenarias de sus viejos inquilinos. La última planta, reformada hacia un año,
parecía constituir parte de otro edificio y lo único que se habían conservado
con su añejo sabor eran las puertas que, con sus redondas y amplias mirillas de
un latón limpio como los chorros del oro, daban entrada, en el caso del
alquilado por Ana hacía tan solo unas semanas antes, a un coqueto salón, no muy
grande, pero sí muy luminoso gracias a unas ventanas antiguas disimuladas por
unos estores de loneta blanca, en el que destacaba por su colorido un sillón de
dos plazas tapizado con una tela clara y fondo de hortensias. A su lado, una
lámpara de pié, comprada en El Rastro, y barnizada por Ana imitando a caoba,
con una especie de mesita adosada con, solamente tres patas y llena, hasta los
topes, de infinidad de revistas del corazón. Delante del sillón, una mesa baja
con dos bandejas de cristal, una cesta con flores secas y unos libros
distribuidos de manera informal, le daban un aire juvenil al conjunto. Los
cuadros, también comprados en El Rastro a un anticuario amigo de sus padres,
eran con motivos de caza y ayudaban a dar al salón un aire algo más rústico.
Una lámpara de hierro forjado con tres tulipas de diseño adornaba un altísimo
techo que, a pesar de la reforma, continuaba desentonando. Las paredes estaban
pintadas de un color amarillo tirando a albero y una especie de cenefa de
escayola trataba de cortar la altura de las paredes. La estantería de obra,
estaba atestada de libros que parecían empujarse buscando un hueco donde
descansar. Alrededor de la mesa de centro, a modo de solitarios acompañantes,
dos pequeños sillones completaban tan acogedor lugar.
Ana observó su rincón
desde la puerta y sonrió para sus adentros. Por fin, después de algunos años de
dudas, había conseguido un lugar tantas veces soñado. Su paso por diferentes
pensiones, unas mejores y otra peores, le había llevado a la conclusión que
tenía que buscar algo, no muy caro porque sus finanzas no eran especialmente
boyantes, pero que le permitiera una cierta autonomía.
Ana no era una mujer de
juergas en su casa, más bien todo lo contrario, pero le gustaba reunirse con
sus escasas amistades y casi sin querer lo había conseguido. El apartamento era
propiedad de los padres de un compañero suyo que habiendo terminado sus
estudios de Técnico de Medioambiente en la misma Academia de Bravo Murillo, se
había vuelto a su ciudad natal y se lo habían alquilado por cinco años con
opción a dos más. De momento llevaba dos semanas y estaba encantada con su
adquisición.
Cerró la puerta con un
pequeño empujón dado con su pié derecho, dejó los expedientes sobre uno de los
sillones y se sentó, con aire cansado, en el sofá más grande. Casi sin darse
cuenta, encendió una mini cadena y las
notas de un son cubano, inundaron todos los rincones incitando a su inquilina a
cerrar los ojos y soñar. Y soñó, claro que soñó, ¿cómo no?
Le parecía mentira, a sus
treinta y cuatro años, haber conseguido tantas cosas y hasta un piso ¡ Dios
Mío! Quien se lo iba a decir cuando hace diez años, ¡parece mentira como pasa
el tiempo!, decidió salir de Medina del
Campo en contra de su padre que se oponía rotundamente, y venirse a Madrid a
ganarse la vida como fuese, pero con el ánimo de volar sola. Los comienzos,
como todo, fueron muy duros y trabajó en muy diferentes oficios, desde una
tintorería de donde se tuvo que ir por
no poder resistir los gases tóxicos que desprendía una vieja máquina de lavar,
hasta camarera en un bar de copas de Pozuelo, pasando por repartidora de
propaganda por los buzones, telefonista en una empresa de trabajo temporal y
vendedora a domicilio de productos de belleza. Tuvo que resistir las
inclemencias del tiempo en pensiones cochambrosas de la capital y hasta las
insinuaciones de los hijos de las patronas que se debían considerar con derecho
de pernada sobre sus inquilinas. A pesar de todo, consiguió realizar los
estudios de Secretariado Internacional en la Academia Mendez de
Bravo Murillo, estudiando por las noches y haciendo prácticas de máquina de
madrugada envolviéndola en una manta para no molestar a los vecinos.
Al principio, el
titulo de Secretaria, no le valió de
nada, a pesar de haber hecho cerca de cien fotocopias con un breve resumen de
su actividad profesional y enviarlo a todos los anuncios de los periódicos
dominicales, pero una tarde la llamaron del Gabinete de Abogados Altozano y Cía
y ahí empezó una nueva etapa de su vida. Entre sueños, rememoró la entrevista y
su decisión de mostrarse tal cual era, en contra de sus dos rivales al mismo
puesto, que venían dispuestas a parecer mucho más de lo que eran. Al principio,
la sala donde la entrevistaron impresionaba por la gran cantidad de libros que
se apilaban por todas partes, pero, a los pocos minutos, la gente que le hacía
las preguntas se le fue haciendo como familiar y su confianza iba en aumento,
hasta tal punto que se permitió bromear con ellos y decirles que, no solo
escribía a máquina con soltura, sino que también hacía unos cafés buenísimos.
Al salir tenía la
impresión que la plaza sería para ella y no sabría decir porqué; intuición
femenina quizá, pero era consciente que había caído bien.
A los pocos días le
comunicaron la decisión favorable y no tardó ni un minuto en llamar a su madre
para darle la gran noticia y llorar con ella por teléfono. Habían sido varios
años de dar tumbos y por fin su vida iba a adquirir una estabilidad que ya se
iba haciendo necesaria.
De manera prácticamente
simultánea, se puso a buscar piso. Lo tenía muy claro: necesitaba un piso cerca
de su nuevo trabajo, no muy grande, pero, por lo menos con dos habitaciones,
céntrico, aunque seguro que no podría ser nuevo, porque iba a tener muy buen
sueldo, pero quería reservarse algo para salir, vestir, viajar y tener todos
aquellos caprichos que, hasta entonces, no había tenido oportunidad de
disfrutar y la única condición imprescindible era que tuviera mucha luz. Su
paso por lúgubres pensiones la había marcado y pretendía cambiar, ahora que su
situación había mejorado sustancialmente, sobre todo, porque había conseguido
un empleo estable, con nómina, Seguridad Social y no se cuantas prebendas más.
Su madre, consejera
habitual de la mayoría de sus decisiones
y a la que estaba muy unida desde el fallecimiento de su padre en accidente de tráfico precisamente una de las
veces que había venido a verla a Madrid, también estaba de acuerdo en que su
hija debería de variar sus condiciones de vida y se vino a la capital a ayudarla
a buscar un alojamiento adecuado
Doña María, persona buena
donde las hubiera, tenía claro que nunca sería un estorbo para su hija y por lo
tanto, no admitía la posibilidad de compartir piso, aunque fuera con la hija
que mas lo necesitaba; se lo había explicado de todas maneras y no había forma
de convencerla y Ana insistía una y otra vez:
- Pero, Mamá, no seas cabezota ¿no ves que
podemos vivir en el mismo apartamento y nos acompañamos mutuamente?
- Mira, Ana, ya sabes que si me necesitas
siempre me tendrás a tu disposición, pero no puedo quedarme. Mi vida está en
Medina del Campo y no la puedo cambiar así como así- Doña María pasó el brazo
por debajo de la nuca de su hija y la acercó contra su pecho- ¿te acuerdas como
te acurrucabas contra mí cuando había tormenta? Pues ahora todo tiene que
seguir igual. Un día, cosas del destino, decidiste vivir tu vida y ni tu padre
ni yo pusimos la más mínima pega en que salieras de casa y te vinieras para
Madrid – unas lágrimas se deslizaron por las mejillas de la madre recordando lo
mal que lo pasaron y eso que ya hacía catorce años – fueron meses muy duros,
pero, gracias a eso, tu padre y yo nos unimos todavía más. Aquello era un lío –
lo recordaba como si lo estuviese pasando en ese momento – no sabíamos nada de
ti
- ¡Pero como que no sabíais nada de mí, si
llamaba casi todos los días! – Ana se levantó, se colocó al lado de la
estantería de obra y tomando un viejo album de fotos, lo abrió, ojeándolo
distraídamente.
- Tienes razón – Doña María la miró con cariño
– pero te estoy hablando de hace muchos años y con la mentalidad de un pueblo.
Todas las noches tu padre y yo nos sentábamos en el cuarto de estar y nos
hacíamos cientos de preguntas como en que habíamos fallado para que tu, la
tercera de cuatro hermanas, decidieras irte de casa a vivir la vida, que sería
de ti en una ciudad como Madrid y yo que se la cantidad de preguntas que nos
hacíamos todos los días ¿tu sabes lo que es eso?
- Ahora si que lo sé, pero en aquellos
momentos, lo único que buscaba era salir de Medina como fuera y no me arrepiento
porque, a todos nos vino muy bien. Papá se enfadó, pero como era así, no lo
dijo a voces, pero disimulaba perfectamente.
- ¿Qué no se le notaba? No se lo notarías tu,
pero pasó una época horrible. -Doña María no pudo resistir una lágrima que
resbaló por su cara y con un gesto casi imperceptible, la secó con el dorso de
su mano izquierda – Todavía me acuerdo la cantidad de cosas que tu padre decía
que te podían suceder en Madrid y
aquello para lo único que servía era para alimentar aun más mis inquietudes.
Yo trataba de mantener la tranquilidad y quitarle hierro a las cosas, pero tu
padre, que ya sabes que era muy
exagerado para todo lo relacionado con vosotras, no paraba de hacer una
lista de peligros. Aquello estaba llegando a unos límites insoportables, menos
mal que tu hermana Matilde me echaba una mano
de vez en cuando y aliviaba algo la tensión, pero fue una época que no
se la deseo ni a mi peor enemigo.
- Bueno pero ya has visto que todo pasa y aquí
estoy hecha una señorita de capital y no
me han comido los lobos ni nada por el estilo ¿no te parece? – Ana aprovechó el
momento y con el ánimo de hacer reir a su madre, inició una especie de pase de
modelos por el salón y mientras desfilaba moviendo con fuerza sus caderas
preguntó - ¿tengo pinta de ser de la capital, señora?
Doña María no pudo por
menos que esbozar una amplia sonrisa mientras su hija continuaba dando vueltas
por el salón como si de la pasarela Cibeles se tratara. Ana pasaba al lado de
su madre y con mirada perversa continuaba con su particular interrogatorio:
Señora ¿usted cree que estoy de buen ver? Señora, ¿usted cree que puedo ser una
secretaria perfecta? Señora ¿sabe una cosa? Me cae usted muy bien y creo que lo
mejor sería que viviéramos juntas ¿qué le parece?
Doña María miraba a su
hija con expresión entre sorprendida y divertida y siguiendo la broma contestó
:
- Señorita : las chicas de Madrid no necesitan
para nada a su Mamá y usted es la que ha elegido vivir en la capital, o sea que se aguanta y
si lo que desea es tener una asistenta por horas, lo que tiene que hacer es
pagarla que para eso tiene usted ahora un buen sueldo y no me enfade usted ¿entendido?
Ana, esta vez sujetando un
plumero de vistosos colores, continuaba con su show particular yendo y viniendo
por el salon agitando las plumas y dando a su madre discretos toques en la
mejilla
- Señora, yo le ofrezco algo que no lo
conseguirá en ninguna otra casa y es tratarla como lo que usted es; aquí se
podrá considerar como en su propia casa e incluso si algo no le gusta o quiere
cambiarlo podrá hacer lo que le de la
gana, ¿no es muy buena propuesta? Venga señora decídase y ya verá como su vida
dará un giro radical – Ana se sentó sobre las rodillas de Doña María y la besó
en ambas mejillas – Papá se murió hace ya casi un año y tú no puedes seguir sin salir de casa;
seguro que desde donde esté piensa que
deberías salir.
Doña María separó a Ana de
su regazo y otra vez en su mejilla asomó una lágrima traicionera que le obligó
a pasarse de nuevo el dorso de la mano a modo de pañuelo
- Ana, no seas pesada, ya te he dicho mil veces
que no es un problema de salir o no, sino que simplemente no me apetece. Mi
vida está llena de recuerdos y con las visitas a tus hermanas y la Misa todos los días no me
hace falta nada más. ¡qué más quisiera yo que ser un pendón y pasarme la vida corriendo la calle! pero, de
verdad, que no me apetece y el plan de
Madrid todavía me apetece menos, porque tu te vas a las siete de la mañana y ya
me contarás que hago todo el día sola,
Ana encendió un Ducados
bajo en nicotina y alquitrán, le dio una larga calada y expulsó el humo
haciendo que sus labios se cerraron un poco y los aros de humo se distribuyeron
de manera informal por el techo pintado de blanco del cuarto de estar,
provocando la tos de Doña María.
- Si tu padre viviera todo sería diferente
porque nos vendríamos los dos y conoceríamos Madrid de pe a pa porque ya sabes
que le encantaba pasear por aquello de que el que mueve las piernas, mueve el
corazón, pero ahora no tendría ningún sentido que me viniera.
Ana se alisó el pelo y
tomando una lima de una caja colocada encima de la mesa, comenzó a cuidarse las
uñas e insistiendo en sus argumentos trataba de convencer a Doña María
- Pero Mamá,
¿te imaginas ir por las mañanas al Museo del Prado con calma a una hora
en que no hay nadie y luego darte un paseito por Recoletos? Eso tiene que ser
una gozada.
- Si, hija, si, para ti, pero para mí, la vida
ya no tiene ningún sentido –Doña María puso los ojos en blanco mientras
intentaba no volver a llorar – ni tu ni nadie podéis entenderme. Yo sé que lo
haces por mí y te lo agradezco, pero después de vivir casi cuarenta años con
una persona a la que quieres y él te quiere a ti, cuando de pronto te llaman de
una manera tan, como diría yo, tan brusca y te dicen que ha fallecido de una
manera absurda, encima en un accidente de tráfico en el que él no tenía ninguna
culpa y se acabó. ¿Tú sabes lo que es? No, hija mía, no, no lo puedes entender
y hasta te fallan tus propias creencias religiosas y te planteas porque Dios es
tan injusto y porqué ¡qué se yo! porqué no se lleva a montones de gente que
estan deseando dejar este mundo, enfermos terminales, chicos con sida que no
tienen solución y sin embargo, le toca la china a un hombre bueno, entregado a
los demás y con unas ganas de vivir que parecía mentira en una persona de su
edad. En fin, Ana, perdona que siempre diga lo mismo, pero, de verdad, que la
vida sin él para mí no tiene sentido.
Doña María se volvió a
enjugar una lágrimas con un pañuelo blanco que se sacó de la manga izquierda y
continuó : - yo no digo que con el
tiempo, a lo mejor, me plantee las cosas de otra manera pero, ahora mismo lo
único que me apetece sería llorar y si no lo hago mas es por vosotras, sobre
todo por Begoña que aunque tiene casi treinta años parece que tiene diez y para
ella verme preocupada es como una tragedia y me tengo que pasar los días
disimulando y todavía diciendo que vuestro padre está de viaje y tardará algún
tiempo en volver. ¡Fijate el esfuerzo que supone hacer esto! Pero hay que
hacerlo y no hay otra solución.
- Ya, Mamá, todo eso está muy bien pero tienes
que superarlo, aunque lo de Begoña sea
como un obstáculo en el camino, pero yo lo que te quería decir es que
seguro que Papá no acepta como te estás comportando, otra cosa es que no te lo
pueda decir pero conociéndole, segurísimo que sería así o ¿es que ya no te
acuerdas como era?
- Si, Ana, ¿cómo no me voy a acordar? si era el
mejor del mundo. Era un hombre de los que ya no quedan, siempre pendiente de la
familia y de sus enfermos y nunca preocupado de si mismo. ¡Así lo querían en
Medina! Ojo que alguien hablase mal de él porque tenía a todo el pueblo encima.