domingo, 27 de octubre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 7

Queridos blogueros/as: Hemos estado parte de la tribu de los Belascoaines en Cartagena celebrando los 60 tacos de mi hermano Jesús y por eso escribo hoy Domingo cuando lo normal será hacerlo el sábado o el viernes,, pero estaréis de acuerdo conmigo en que hoy es por causa justificada.
El otro día oyendo el discurso de Antonio Muñoz Molina que pronunció con motivo de serle entregado el Premio Príncipe de Asturias de Literatura comentaba aquello del oficio de escritor y decía que para eso había que dedicarle muchas horas y pensaba yo para mi mismamente, que diría Doña Rogelia, eeso no debo de ser yo porque ni me acuerdo la última vez que escribía algo, menos mal que tengo muchos capítulos anteriores y solo es copiar y pegar porque si no, me pilla el toro igual que si corriera por la calle Estafeta de Pamplona el día de San Fermín.
En fin, ya veremos lo que pasa y mientras tanto ahí os va el capítulo 7 que supongo que estará bien porque yo hace mil años que no lo repaso.
Un abrazo
Tino Belas


CAPITULO 7.-

Fernando Altozano Ortiz de Mendivil pisó el acelerador de su pequeño deportivo dejando atrás la casa donde vivía desde hacía doce años. Antes, su padre D. Antonio Altozano Gil de Viana, tenía su residencia en el tercer piso de la calle de Alcalá 14, justo encima de la Notaría que primero había sido de su abuelo y posteriormente a su nombre, pero con la muerte de su augusta madre le había tocado en herencia una casa cerca de  la calle Arturo Soria en la que, por aquel entonces, era una Urbanización de postín con solo cincuenta chalets.  Por comodidad, al principio, solamente iban los fines de semana, pero a D. Fernando le suponía una salida para disfrutar de los hijos en plena naturaleza y era consciente que el no utilizar el enorme caserón de fines de siglo, lo único que le suponía   eran mas preocupaciones. Su madre, Doña Victoria Ortiz de Mendivil pertenecía de lleno a la alta sociedad madrileña y desde siempre se negó en redondo a vivir “en colonias,” como denominaba a la preciosa Urbanización. Su paseo diario por La Cibeles y el Paseo de Recoletos, acompañada de Elizabeth, institutriz inglesa de sus hijos y las partidas de bridge en los salones de su casa por la tarde, llenaban todas sus horas y el desplazarse hasta Arturo Soria le parecía un auténtico viaje y la imposibilidad de asistir a sus múltiples compromisos sociales.
En esas estaban cuando D. Fernando se enamoró perdidamente de Inesita  de Puértolas, hija del Embajador de Venezuela en España y para evitar los dimes y diretes propios de la ciudad, se inventó una infección pulmonar que le obligaba a respirar diariamente aire puro y a ser posible en las áreas próximas a Arturo Soria por prescripción facultativa de su íntimo amigo el Dr. D. Froilán de Avellaneda del que todo Madrid sabía su afición a las fiestas de sociedad y sus amoríos con jovencitas a las que iniciaba en el arte de amar.
Así fue como Fernando Altozano en compañía de su madre, sus dos hermanos, Elizabeth y dos chicas de servicio, inició una nueva etapa, fuera de la calle de Serrano y aledaños, donde desde hacía unos años había ejercido su bien merecida fama de galán. Era un joven guapo, serio, bien parecido, escrupulosamente vestido y perfectamente aseado, estudiante de Derecho con solo veintitrés años y amigo de sus amigos y de la velocidad.
El hecho de vivir en las afueras y sobre todo el haber descubierto a su padre en manos de Inesita en un hostal próximo a Galapagar, le había reportado un coche de importación, concretamente un MG descapotable que era la envidia de todos sus compañeros de Facultad y un reclamo para sus múltiples admiradoras  que suspiraban porque Fernando las invitase al Pardo a tomar un refresco. Su vida transcurría por las mañanas en la Facultad tomando apuntes no solo de Derecho Penal y otras asignaturas sino también de todas las estudiantes que acudían nuevas a clase, comida en casa con Mamá y Elizabeth, estudio dos o tres horas y a continuación salida diaria hasta las once de la noche en que charlaba un rato con Mamá y descanso hasta el día siguiente. Como se ve, un auténtico “partidazo”, como así se lo hacía ver su madre, Doña Victoria, quien le daba sabios consejos sobre con quien se tenía que codear.
Fernando desde muy pequeño era persona muy ordenada y estricta en los horarios y no pasaba ni un solo día, pero ni un solo día, en todo el año en que no se sentase al menos dos horas a estudiar, de tal manera que su base era excepcional y las matrículas se sucedían por doquier. No era el típico empollón pero era, eso sí, muy constante. Tanto o más que su transformación a partir de las siete de la tarde en que se volvía un Don Juan fino y educado pero perseverante hasta la total seducción de la pieza elegida. Había formado parte de una pandilla de niños bien que desde los quince años merodeaban por el Colegio de Jesús María, en la calle Jorge Juan y al que iban las amigas de su hermana y las  hermanas y amigas de todos sus amigos. Naturalmente él y el resto provenían del Colegio del Pilar del que ya eran antiguos alumnos sus padres y en algunos casos, como el de Fernando Altozano, hasta su abuelo. Con el paso de los años todos los componentes habían tomado diferentes caminos, pero siempre confluían en el Colegio los viernes a las seis de la tarde. Excepto dos, todos los demás estaban como clavos en la cafetería a la hora señalada y desde allí, a pesar del paso de los años, se dirigían en pequeños grupos hasta la esquina de siempre a esperar a las niñas. Como el nivel de vida había mejorado y hasta algunos ganaban importantes cantidades de dinero al mes, la tertulia ya no se hacía en la calle sino que se refugiaban en “El Mildford” aquel pub donde desde pequeños veían pasar a los mayores de ambos colegios y los temas también eran diferentes, aunque, en el fondo eran los mismos pero expresados de otra manera. Lo único que estaba desde siempre rigurosamente prohibido eran las parejas y solamente aquellas que se formaban en la misma pandilla eran admitidas aunque con ciertas críticas y tomaduras de pelo por parte de la mayoría, sobre todos por aquellos, como Alberto Castelo, que se mostraban incombustibles ante la simple posibilidad de tener que soportar a una pareja de manera estable (¡que disparate con lo buenísimas que están todas para qué conformarse con una sola!, solía decir poniendo cara de no haber roto un plato en su vida)
Fernando se consideraba de los más resultones y desde siempre había sabido sacarse partido a su atractivo físico; era guapo y además se lo tenía creído. Su sistema era eficaz y consistía en explotar su simpatía personal para empezar y atacar duramente cuando ya tenía confianza. El principio siempre era muy fácil, Fernando era un estudiante maduro, culto, que había viajado bastante y que conocía cientos de anécdotas de los tres países en los que había vivido, Francia dos años, Inglaterra casi uno e Italia nueve meses y medio y era de conversación amena. Sus años en las distintas embajadas, siguiendo los pasos de su padre que aunque Notario de profesión se consideraba Diplomático de vocación y como tal había ejercido hasta casi cumplidos los cincuenta en que se volvió a Madrid, le habían dotado de un importante don de gentes y todo desde los siete años que fue la primera vez que salió de su casa para irse a Roma donde D. Fernando padre había sido designado Embajador Plenipotenciario ante la Santa Sede.

P.D.- Es un capítulo muy corto pero ya nos hacemos una idea de como es el protagonista y eso que es un chavalín, pero todo se andará.



domingo, 20 de octubre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 6

 Queridos blogueros/as: Este capítulo si que es corto, pero otros vendrán que lo alargarán. Si queréis que os diga la verdad, esta división de los capítulos todavía no se muy bien como la hago, bueno si que lo se, es un poco a la buena de Dios y en el fondo que aparezca alguno corto me viene muy bien porque es una semana mas y así tengo mas margen para escribir los últimos que, aunque ya he empezado todavía me queda mucho que inventar, pero bueno, paciencia que todo llegará.
Lo que si que es curioso es que como hace tanto tiempo que escribí esta novela, ahora aparecen cosas que ni me suenan y hoy, por ejemplo, sale el nombre de un pueblo, San Pedro de Ropamío, que no tengo ni idea si existe, supongo que no, pero ¿de donde lo habrá sacado? ni idea, pero estaréis conmigo que es bonito y me lo puedo imaginar perfectamente, el típico pueblo de Castilla, con pocos habitantes, todos mayores menos un niño, una plaza central con el Ayuntamiento con un balcón del que cuelgan tres banderas, la de España, la de la Comunidad y la del Ecuador porque uno de los vecino vivía allí y mandaba dinero al Alcalde todos los meses.
Bueno, ya está bien de rollo que si me dedico un poco mas, escribo otra novela y tampoco es eso. Ahora estamos en lo que estamos.
En fin, espero que este capítulo os guste y paséis un rato agradable, mucho mejor del que pasó la Tía Conso que eso si que es mala suerte.
Un abrazo
Tino Belas





CAPITULO 6.- 

Además, el paso del tiempo hace que los peores momentos se recuerden de una manera como más dulcificada y episodios como el de Consolación se viven como con menos dramatismo.
-  Mamá, cuéntame lo de mi madrina que aquello debió de ser tremendo ¿no?
-  Si, hija, si; todavía se me ponen los pelos de punta solo de pensar lo que pasó y la suerte que tuvimos con tu madrina porque si no llega a reaccionar con la velocidad que lo hizo, ahora estaríamos todavía lamentándonos que por nuestra culpa se hubiera producido una tragedia.
-  Pero ¿fue para tanto? Porque tú siempre dices que casi nos morimos intoxicados y cuando hablo con la Tía Conso parece como si no hubiese pasado nada.
-  Tu Tía Consolación siempre ha sido muy buena con todos nosotros y por eso yo creo que  no le da importancia a lo que hizo, pero todos los que estábamos allí sabemos que si no hubiera sido por ella, tú y tus dos primas no estaríais aquí.
-  Pero que fue ¿de repente?
-  Yo que sé, si casi no nos dimos cuenta. Estábamos en San Pedro de Ropamio y hacía bastante frío. Tu padre tenía que ir a visitar a un paciente y decidió que esperásemos en el Palomar del Tío Enrique porque sería cuestión de poco. Nos bajamos del carro, tu padre abrió el portalón y nos metimos en la caballeriza. Hacía un frío tremendo y entre la Tía Conso y yo encendimos el fuego en la chimenea y nos sentamos al retortero. Vosotros erais muy pequeños, bueno tú todavía eras algo más grande, pero la Loli y la Begoña eran dos micos que casi ni andaban, sobre todo la Begoña y por eso estaba en un capazo al lado de la lumbre, mientras que vosotras dos jugabais alrededor de la mesa de piedra. En esas estábamos cuando oímos un ruido terrible y con terror nos dimos cuenta que una parte del techo, como a unos dos metros de donde estábamos nosotras, se estaba hundiendo. La verdad es que en esos momentos y sin saber porqué, lo único que se te ocurre es salir corriendo y gracias a la Tía Conso nos salvamos todos porque en lugar de ir hacia la puerta, nos empujó justo hacia el otro lado, donde ya no había techo y cuando estábamos acurrucadas contra la pared se cayó el resto de tejado encima de la puerta. Todo se llenó de polvo y entre los gritos y el susto no nos dimos cuenta que la Tía Conso tenía la pierna derecha atrapada por una viga.
Ana, como siempre que escuchaba aquella historia, notaba como se le ponían los pelos de punta solo de pensar lo que debía doler aquello y encima sin posibilidad de llamar a nadie
-  Desde luego, lo tuvisteis que pasar muy mal y vaya susto ¿no?
-  Imagínate -  Doña María se acordaba de aquel día como si fuera ahora mismo – y es curioso porque, al principio me engañó completamente, cuando decía que era mejor no moverse para evitar que se cayera el resto de techo que todavía quedaba en su sitio y que sonaba como si se fuera a caer de un momento a otro. La pobre no dijo ni esta boca es mía y ni siquiera dijo que tenía el pié atrapado cuando decía que parecía que ya había pasado el peligro y que sería conveniente salir para buscar ayuda. – Doña María todavía sentía escalofríos como los que sintió cuando oyó la voz de su marido que desde lejos les llamaba con una evidente preocupación en su voz que se fue agravando todavía más según se acercaba y se iba dando cuenta de la magnitud del derrumbe. Esa angustia se vio incrementada cuando los lloros de los niños se hicieron más audibles y solo se alivió cuando pudo comprobar por si mismo que todos estaban bien.
-  Conso, vete saliendo por la parte del tejado que yo creo que es lo que mejor se ha conservado – El Médico no había terminado de dar las oportunas instrucciones cuando la Tía no pudo aguantar más la tensión y perdió el conocimiento. Tu padre intentó tirar de ella pero su pierna derecha estaba fuertemente atrapada por una viga grande de las del techo.
-  ¿ Y no se podía levantar un poco la viga?- Ana se ponía en situación enseguida y parecía querer resolver la situación desde el sillón de su casa.
-  Hija mía ¿qué quieres que hiciera yo? Tu padre lo intentaba con todas sus fuerzas y aun cuando llegaron algunos vecinos no eran capaces de levantarla del todo y eso con un riesgo grande de que se desprendiera la poca estructura que quedaba. Mientras tanto, la Tía Consolación se iba deteriorando y tu padre ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos no tuvo más remedio que aplicarle un torniquete y sacando de su maletín una sierra de finos dientes y unas cuantas piezas de material quirúrgico, procedió a amputar el pié cerrando el muñón con unos puntos de colchonero que cohibían la hemorragia
- ¡Vaya trago! – Ana a pesar de ser muchas las veces que había oído esa historia seguía sintiendo la misma sensación de asco que el primer día y a la vez una admiración hacia su padre por tomar la decisión y tener la valentía de hacer lo que había hecho. – eso no lo hago yo ni por todo el oro del mundo.
-  Bueno, no hay que quitarle mérito a tu padre porque tuvo mucho valor, pero por otra parte, no había otra solución porque la tía cada vez estaba peor y entonces no era como ahora que avisas al Médico y en media hora están en el sitio. No, antes había que llevarla en el carro hasta Medina y desde allí a Salamanca y desde luego no estaba para traslados. Si que es cierto que tu padre le hizo una amputación, pero también es verdad que gracias a eso se le salvó la vida y ella lo sabía y así está de agradecida.
-  De todas maneras perder una pierna debe ser un palo – Ana se movió incómoda en el sillón y se miraba sus dos piernas que movía al compás - ¿te imaginas?
-  Hija mía, que Dios no nos mande todo lo que podemos aguantar porque la raza humana se adapta a todo y aguanta lo que le echen. Pero, en fin – Doña María se levantó de su asiento – Vamos a dejarnos de historias que son casi las siete y tu hermana me espera a esa hora en el portal y no quiero hacerla esperar.
-  Mamá, ¿ porqué no te quedas? – Ana se agarraba al brazo de su madre como si de una despedida para siempre se tratara y Doña María sonreía sin dejar de mirar a su hija la pequeña
-  ¡ Que treatera eres!  menudo lío para ti si me quedo. – Doña María se puso un abrigo de paño, se ajustó el bolso a su antebrazo izquierdo y salió por la puerta no sin antes recordarle a Ana que el Domingo siguiente había una Misa por su padre en Medina del Campo con motivo del aniversario de su fallecimiento.




jueves, 10 de octubre de 2013

EL TRIO DE DOS CAPITULO 5

 Queridos blogueros/as: Este fin de semana no estoy y por eso os mando el capítulo 5 que como véis que cosas pasaban entonces ¿verdad?
Espero que os guste
Un abrazo para todos
Tino Belas



CAPITULO 5.- 
¿Te he contado alguna vez la llegada de tu padre a Medina? Todavía me acuerdo como si fuera ayer. Fue como una aparición. D. Juan, el Médico de toda la vida, estaba muy mayor y aunque podía seguir en activo, decidió que sus hijos ya estaban colocados y que no necesitaba mas dinero, así que, dicho y hecho; se lo comunicó al Señor Alcalde y casi sin decírselo a nadie más se fue por donde había venido. De una manera eventual se hizo cargo el Médico de Mágina, pero claro, entre consultas en un lado y otro, los desplazamientos y las llamadas urgentes, casi no podía descansar ni cinco minutos y al mes solicitó ,por el conducto reglamentario, un suplente y así fue como apareció tu padre.
Al principio la gente lo miraba como con suspicacia, al fín y al cabo era un chico joven, mucho más joven que D. Juan, y nadie sabía su trayectoria. Pero, poco a poco y con mucho esfuerzo se fue ganando la confianza de todos y a los pocos meses era muy respetado y querido. Me acuerdo que, al principio, ya sabes cosas de los pueblos, la gente se dedicaba a llamarle por las noches y según me contaron, nunca ponía mala cara y acudía solícito a las casas sin pedir ni una sola explicación y encima casi nunca cobraba, o sea que imagínate.
Ana se dio cuenta que su madre estaba ilusionada con sus recuerdos y continuó tirando del hilo con el fin de, al menos, hacerla pasar un rato agradable y que por unos instantes olvidase la desaparición de su marido y solamente recordase los momentos de felicidad vividos.
-  Mamá: cuentame otra vez como lo conociste que siempre me ha hecho mucha gracia.
-  Pero ¿otra vez quieres que repita la misma historia? – Doña María trataba de disimular su alegría al recordar sus primeros años de relaciones, pero sin perder ni un minuto se apresuró a mirar hacia atrás y recordar aquel paseo por la Calle Mayor de Medina del Campo donde, por aquel entonces, las chicas casaderas de la época paseaban sus encantos los Domingos a la salida de Misa de doce – Yo te la cuento, pero luego no me llames pesada ¿eh?
-  Venga, Mamá, empieza que ya me estoy poniendo en situación – Ana, se volvió a levantar y entre los sillones iba repartiendo adioses y miradas pícaras hacia un lado y a otro – Adios, D. Marcial. Usted siga bien, Señorita de la Peña, ¿qué tal su Señora Madre? Muy bien D. Marcial. Dele recuerdos de mi parte y dígale que se reponga pronto para asistir a la fiesta en casa de la Señora de la Losa el próximo martes. Muy bien, D. Marcial, no se preocupe que en cuanto llegue a mi casa  se lo diré. Muchas gracias, Señorita. No se merecen D. Marcial.
-  Ana: siéntate y escucha porque de aquella época deberíais aprender muchas cosas y no como ahora que ya no se tiene ningún respeto. Los caballeros de entonces si que eran auténticos. Te ofrecían sus gabanes si llovía y por supuesto siempre había un brazo a tu disposición para cruzar una calle o para pasar un escalón y no como ahora que a las viejas como yo  ya no te ceden ni el asiento en el autobús. Pero bueno, vayamos al grano – Doña María se estiró un poco la falda negra que se le había subido – La noticia que había llegado al pueblo un nuevo Médico se extendió como la pólvora y los paseos de los primeros Domingos de Mayo se convirtieron en un hervidero de chicas jóvenes que mal disimulábamos la ansiedad de conocerlo.  El muy cuco, no daba señales de vida y enseguida pensamos que se iría a Salamanca los fines de semana, pero la Sinforosa que trabajaba en nuestra casa e iba por las tardes dos horas al Hostal a ayudar en la limpieza y donde moraba el Médico, nos aseguraba que no saldría por las razones que fueran pero que D, Jose Luis que así se llamaba el recién llegado, nunca iba a Salamanca los fines de semana, entre otras cosas porque le podían llamar de urgencia y no podía dejar desatendidos a sus pacientes. Como la Sinforosa sabía de nuestro interés, no solo del mío sino también de mis amigas de la escuela, todos los días se inventaba una historia y nos tenía a las cuatro amigas realmente intrigadas. Fijate como sería que llegamos a montar una especie de servicio de información que su única misión era seguirlo por todo el pueblo para saber lo que hacía durante todo el día.
-  ¿De verdad que lo seguíais por todo el pueblo? Eso si que no lo sabía – Ana se emocionó oyendo esta historia y se interesó por sus métodos - ¿y como lo seguíais sin que se diese cuenta?
-  Hija mía, piensa que teníamos dieciséis años y a esa edad todo se puede inventar y encima nos lo pasábamos estupendamente. Todavía me acuerdo de las carreras que nos pegábamos hasta escondernos en algún portal y desde las rendijas detrás de las puertas lo veíamos pasar y a mis amigas menos, pero a mí, cada vez me latía más fuerte el corazón.
-  ¿O sea que fue un flechazo en toda regla?
Doña María se removió inquieta en el sofá. No se atrevía a decir que aquello hubiera sido un flechazo, pero fuera lo que fuera, si que a ella le producía una sensación muy agradable que ahora si que podría decir que era amor, pero entonces no se lo podía ni imaginar. Naturalmente, D. José Luis, no se percató de tanto disparate - ni siquiera sabía que existíamos, por lo que había que realizar un plan de ataque y lo más fácil para que te vea un Médico es ponerte enferma, o sea que dicho y hecho lo que pasa es que se nos fue la mano y casi organizamos una tragedia.
-  Mama: ¿no me digas que erais así de lanzadas? – Ana se levantó del sillón y se acercó a su madre, sentándose en el suelo y apoyando la cabeza en sus rodillas.
-  No es que fuéramos lanzadas sino que teníamos dieciséis años que es bastante diferente. Ahora lo vemos como una chiquillada pero menudo susto se llevó mi pobre padre.
-  La verdad es que erais la monda – Ana se movió inquieta en el suelo mientras se llevaba a la boca un nuevo pitillo que encendió con un pequeño mechero de color azul celeste y el anagrama de la UGT – Mira que para simular un atracón te tomaste cinco latas de sardinas ¡ que pasada ¡
-  Si, la verdad es que fue una barbaridad pero te recuerdo que no fueron cinco sino seis y en menos de una hora que tiene mas delito. Bueno, total que me puse malísima y mi padre empeñado en llevarme a Valladolid y yo con la ilusión que tenía de ver al joven Médico, solo decía que no hacía falta, pero entre dimes y diretes, me dí cuenta que estaba muy, pero que muy mal y ya llegó un momento en que me daba igual que viniera quien viniera pero lo que quería es que alguien me atendiese. Por fín le llamaron de urgencia, porque era ya casi medianoche y al poco tiempo estaba tomándome el pulso y haciéndome una especie de lavado de estómago con un liquido que sacó de un maletín y unas gomas que dependían de una especie de pera que hacían el vacío y me sacó casi dos litros de un líquido de un color como amarillo mezclado con restos de sardianas que me dejó como nueva. El hombre vino a casa durante una semana, todos los días a las cuatro menos cuarto de la tarde y con la excusa de la visita, se tomaba un café con mis padres. La relación de amistad se fue, poco a poco, haciendo mayor y al final venía mas a casa que mis tías; incluso creo recordar que hubo una época en la que venía hasta los Domingos y era la envidia de todas mis compañeras de Colegio.
Al principio yo siempre me quedaba mirándole con cara de tonta, pero él hacía como que no se enteraba, al fin y al cabo yo era una niña, hasta que un día charlando después de una comida y dando una vuelta por la finca de D. Arsenio, me confesó que mi conversación era como la de una mujer y que estaba encantado que así fuera para que no tuviera necesidad de comerme más latas de sardinas.
-  O sea que lo sabías desde el principio – Ana no pudo por menos de expresar su admiración hacia un hombre que sabiendo que una mocosa de dieciséis años estaba tan enamorada que hasta se intentaba enfermar para ser tratada por él no se aprovechara de la situación y estuviera disimulando durante unos meses
-  A mi me parecía que yo disimulaba perfectamente, pero después de aquello me dí cuenta que no era así y le pregunté como me descubrió y él, ya sabes como era, soltó una carcajada y me lo explicó.
Parece ser que cuando una se agarra una “entripada” como la mía, es muy frecuente que suba la fiebre y los pacientes comiencen a delirar y como el muy cuco lo sabía, por eso se quedó varias horas conmigo y casi siempre solo, porque decía que cuando se está mal lo mejor es cerrar los ojos y tratar de descansar. En ese tiempo, parece ser que, entre llantos, medio dormida por la medicación y demás historias, le conté todo y así me lo pudo recordar pasados esos primeros meses. ¡Fijate que vergüenza!
Ana se volvió a levantar y mientras preparaba un café, desde la cocina le dijo a su madre que continuara porque la oía perfectamente.
-  Bueno – Doña María trataba de quitarle importancia a aquel incidente que ahora, pasados tantos años le parecía banal, pero que entonces le supuso pasar un rato no muy agradable – si ya te he contado todo. A partir de ahí, empezamos a salir y cuando tenía veinte años nos casamos y tan ricamente.
Ana se acercó con sendas tazas de café - ¿quieres azucar o sacarina? – y se sentó al lado de su madre y pasándole una mano por la suya la acarició con cariño.
Desde muy pequeña le habían interesado esas historias y para su madre siempre había sido como una confidente. Habían sido muchos los días que, sentadas en la cocina antes de decidirse a marcharse a Madrid, había repasado diferentes pasajes de su vida matrimonial y Ana estaba al tanto de muchos momentos de la vida en pareja de sus padres. A pesar que las escenas se repetían, nunca eran iguales y dependían en gran medida del estado de ánimo de la narradora y así los mismos sucesos resultaban tristes o francamente divertidos.





sábado, 5 de octubre de 2013

CAPITULO 3 Y 4 EL TRIO DE DOS

Queridos blogueros/as: Yo juraría que el otro día metí el capitulo 3 pero como no lo encuentro por ningún lado lo vuelvo a publicar. Si ya lo tenéis, pues mejor para vosotros y si no lo publico y tan amigos.
¿Sabéis lo que me pasa ? que últimamente no leo los capítulos y por lo tanto no puedo opinar mucho de su contenido porque todo esto lo escribí el año 2005 y ahora lo único que hago es copio y pego que parece que no, pero para uno como yo, ya es bastante. También debo confesaros que ya tengo pensado mas o menos como voy a seguir esta novela, pero resulta que el otro día, leyendo la parte final, me di cuenta que todo eso lo tengo que cambiar porque si no, no hay manera de meterle el diente, pero tranquilidad que todo se arreglará. Lo que es seguro que tengo que hacer es empezar a escribir la parte final porque mucho largar, pero escrito, lo que se dice escrito, no tengo nada.
En fin, uno es así y a la vejez ya no voy a cambiar. Si aparece por ahí el capítulo 3 pues muy bien lo tenéis repe y si no, pues espero que os guste.
Un abrazo para todos
Tino Belas




CAPITULO 3.-

Fernando levantó los ojos de un informe que estaba leyendo y preguntó con voz impersonal :
-  Usted es nueva aquí ¿verdad?
-  Si, perdone que no me haya presentado antes, pero no he tenido oportunidad de verle. Me llamo Ana y soy su nueva secretaria – mientras que se acercaba con la mano extendida, una amplísima sonrisa llenaba toda su cara.
Fernando se mostró algo confuso, aunque trató de disimularlo estrechando con fuerza la mano que se le ofrecía generosamente.
     -  Si ya sabe quien soy, quizás sobraría tanto protocolo, pero, en fín, espero que su trabajo sea satisfactorio y que dentro de muy poco se encuentre como en su casa –Fernando se movió incómodo en su silla de cuero con brazos acolchados del mismo material.- En este tiempo que he estado sin venir¿ ha habido alguna novedad interesante?
-  No, por lo menos que merezca la pena. Ha llamado un montón de gente, pero todos han entendido la situación y volverán a llamar, o sea que, a partir de ahora usted me dirá cuantos quiere que le cite al día y si continuamos con las horas que tenía antes o prefiere cambiarlas.
-  La verdad es que no lo había pensado, pero pretendo continuar con mi vida normal, al fin y al cabo, solamente ha sido una falsa alarma, un aviso para que cambie mis hábitos de vida o como se le quiera llamar pero, en cualquier caso, no creo que debamos exagerar. Las cosas yo creo que deberían volver a como estaban, pero si usted lo estima oportuno puede cambiarlas para eso la he contratado y espero que poco a poco vaya conociendo mis manías y estoy seguro que llevará la oficina a las mil maravillas, aunque al final todo será igual y si no el tiempo demostrará quien tiene la razón.
-  Muchas gracias, Don Fernando – Ana permanecía con la mirada fija en unos expedientes – si le parece podemos ir citando tres o cuatro clientes cada mañana y según se vaya encontrando mejor, vamos aumentando el número.
-  Muy buena idea.
-  Espero su ayuda si me equivoco, sobre todo, al principio, pero ya verá como pasado muy poco tiempo todo funcionará  a su gusto.
-  Eso espero  - Fernando se ajustó los puños de una camisa blanca dejando ver unos gemelos de oro con la forma de una especie de bastón -  Muy bien, hechas las presentaciones de rigor, ahora ¡ a trabajar!
Fernando la miró otra vez al mismo tiempo que alargaba su brazo derecho para recoger unas carpetas que Ana le aproximaba. La verdad es que la nueva secretaria no era una mujer atractiva – bueno –pensó para sus adentros – atractiva, lo que se dice un bombón no era, pero no estaba mal. La cara no era maravillosa, pero su sonrisa permanente la hacía irradiar alegría por todos sus poros; las manos, que era lo primero que miraba en una mujer, eran finas pero no especialmente cuidadas y las uñas, cortas y sin pintar, le daban un aire como muy natural; el cuerpo tampoco era espectacular, pero las formas resultaban agradables. Poco pecho, caderas no muy anchas y piernas largas conformaban una silueta más atractiva por los treinta y pocos años que por otras razones. Un vaquero ajustado con una blusa de un azul claro realzaban esa juventud que ella trataba de destacar en todo momento.
Tras una mirada rápida, ella también había visto algunos rasgos de su nuevo Jefe y en nada había coincidido con lo que le habían contado sus compañeras. No parecía tan antipático y desde luego con ella se estaba portando como un caballero, quizás y por ponerle algún pero, era un típico ejecutivo agresivo, moderno, bien vestido y mejor peinado y con un rasgo que le fue lo primero que más le llamó la atención y eran lo cuidadas que tenía sus manos; era impresionante, desde luego, nunca en su vida había visto nada igual, parecían salidas de una escultura y las movía lentamente como quien sabe de las excelencias de algo y trata de enseñarlo para deleite de los que le rodean. Por lo demás, tampoco era para tanto. Según Toñi, la recepcionista, era un tío como para comérselo sino fuera porque era el Jefe y al menos la primera impresión no era para tanto. Si, no estaba mal, pero sin exagerar, un poco “creidillo” pero como todos los de su edad y, en fin, habrá que esperar a ver que pasa pero, pensó para si – este trabajo me viene de miedo, me pagan bien, no parece que sea agotador y el ambiente parece que es bueno ¡qué más se puede pedir! -  Que pena que no me pueda ver mi padre – pensó porque ahora, por fin, tenía un trabajo estable y podía permitirse algunos lujos que le habían sido vedados hasta entonces. Si que es verdad que había tenido algunos “trabajillos” que le habían reportado algún beneficio, pero todos como eventuales y sin ningún futuro y en este ni siquiera había pasado por la dura prueba de unos meses para decidir si la hacían fija o no y desde el primer momento había conseguido un contrato por tres años que le daba bastante margen para demostrar su valía y estaba segura que no le decepcionaría
-  Ana – la voz de Fernando le hizo salir de sus pensamientos – tráeme las citas de mañana para revisar los expedientes ¿de acuerdo?.
-  Enseguida - contestó la nueva secretaría
Ana se dio lentamente la vuelta y con paso decidido abrió la puerta y la cerró tras de si, no sin antes darse cuenta que los ojos de Fernando la siguieron por todo el recorrido desde la mesa hasta la puerta del amplio despacho.
A los pocos minutos llamó con los nudillos a la puerta de caoba del despacho de su Jefe y después de escuchar un adelante, se acercó a la mesa de Don Fernando con una lista en la mano derecha y un lote de expedientes en la izquierda.
-  Siéntate, por favor, - Fernando le indicó con un leve movimiento que se sentara en una silla colonial de cuero verde grisáceo, justo enfrente de él – Vamos a ver, mañana es viernes ¿no?.
-  Si señor, mañana es viernes, día dieciocho y según tengo anotado, tiene tres citas, una vista en el juzgado numero cuatro de Getafe, una comida con el Señor Ayala, la firma de un contrato en el Notario, recibir a Don ……..
-  Espera, espera, no vayas tan deprisa que me pierdo – Fernando la interrumpió con una amplia sonrisa – primero has dicho que tengo tres citas ¿quiénes son?
Ana buscó entre los expedientes y se los alargó a su Jefe por encima de la mesa
-  Perdone que  no le pueda explicar demasiado, pero todavía estoy un poco aterrizando y aunque he mirado los papeles no me he enterado de mucho. El primero es D. José Paramío y es algo relacionado con una herencia o algo por el estilo.
-  Si, es un amigo de mi familia, al que le estamos haciendo los papeles de Hacienda para que los presente y podamos realizar el cuaderno particional. Bueno, esa gestión es fácil  y en media hora espero que lo hallamos despachado. Acuérdate de decirle a Juan Pedro que tenga preparado todo, porque interesa que, si está de acuerdo, deje todos los papeles firmados y así nos ahorramos llevárselos a su casa. ¿Qué más?.
Ana volvió a consultar su lista y después de unos segundos contestó :
-  El siguiente está citado a las  diez y media y no he conseguido saber de qué se trata. Es el Sr. Figueirido y en el expediente, aparte de sus datos personales, solamente figura una nota que pone: contactar con la Gestoría Abrantes y consultar presupuesto.
-  Si, yo me acuerdo; es un gallego, muy gallego, que tiene un barco en Bueu y quiere matricularlo a nombre de un hijo suyo y está pendiente del presupuesto de la gestoría porque dice que el barco es muy viejo y que si le cuesta mucho casi mejor lo vende y se deja de líos ¿ a ti te gusta la vela?
-  ¿A mí que si me gusta la vela? – Ana esbozó una amplia sonrisa – si quiere que le diga la verdad, no he estado nunca en un barco de vela, una es de Medina del Campo y la mayor cantidad de agua que he visto ha sido la del embalse del río Sequillo que, como su nombre indica, casi nunca tiene agua, pero le puedo asegurar que es muy divertido.
-  No, te lo digo porque si te interesa un barco de vela seguro que lo vende barato, porque, según me contó la otra vez que estuvo aquí, solo le da preocupaciones y a él encima le horroriza el mar y lo usa el hijo los fines de semana que suele ir con amigos a dar una vuelta y el padre tiene miedo que cualquier día les pase algo y se meta en un lío de mucho cuidado. Ya sabes como son los hijos. Por cierto, ¿tú tienes hijos?
-  ¿Yo? – Ana se volvió a reir con esa risa contagiosa y franca en la que destacaba una muy bien cuidada dentadura – No, muchas gracias, yo soy soltera y sin compromiso. ¿No lo sabia?
Fernando puso cara de sorpresa y no sabía muy bien como contestar:
-  ¿Porqué tenía que saberlo? Pinta de señora casada no tienes, pero ahora la gente joven engaña mucho y no te habrá molestado que te lo haya preguntado ¿verdad?.
-  No, a mí no me molesta, lo que pasa es que en la entrevista me pareció que se insistía mucho en ese apartado pero bueno, no, no estoy casada y espero seguir así durante mucho tiempo porque no me veo yo aguantando a un hombre toda la vida.
-  Bueno, bueno, no exageres que ahora con eso de que la mayoría de las mujeres trabajáis, a los maridos los veis en fotos y poco más. Distinto era cuando yo me casé que la mujer estaba en casa cuidando niños y esperando a que llegara su marido para poder hablar con alguien.
-  Pues menos mal que eso ha cambiado porque vaya rollo. ¡Para eso me quedo como estoy! No me veo yo limpiando culitos de niños, aunque sean de los míos, y pendiente de que llegue a casa mi maridito, cansado de trabajar, se siente en un sillón y se quede medio dormido y si le cuentas algún problema doméstico te conteste que te preocupes tú, que para llevar el dinero a casa ya está él  ¡Ni hablar! Para eso, conmigo que no cuenten.
-  Perdón si te he molestado – Fernando la miró con una mueca burlona en la comisura de sus labios – Ya veo que no eres una defensora a ultranza de la Santa Institución del Matrimonio.
-  No, no, tampoco es eso, lo que pasa es que yo entiendo la relación de pareja como otra cosa y no como los matrimonios de antes que eran como guarderías infantiles. A mí me gustan los niños, pero sin exagerar y para eso tengo a mis sobrinillos que son encantadores, pero que los aguante mi hermana y su marido que yo me lo paso mejor por ahí. Para casarse siempre hay tiempo y yo todavía soy muy joven para meterme en líos.
Fernando miró su reloj y exclamó sorprendido:
-  Parece mentira, si son ya las once y media.  ¡Hay que ver como pasa el tiempo. Venga, ¿por donde íbamos?
-  Espere un momentito – Ana consultó nuevamente su agenda mientras con su mano izquierda se movía un mechón de pelo que le había caído sobre su frente – Ah si, ya caigo, nos queda el Sr Golmayo que estuvo conmigo hace unos días y lo que quiere es que usted lo reciba para que le asesore en que invertir un millón de pesetas que, según me dijo, le han tocado jugando a los ciegos.
-  Si, si, a los ciegos. El Sr. Golmayo, al cual tienes el gusto de conocer nada más que de un momento que estuvo en el despacho, es uno de los asiduos del Casino de Madrid y se juega al póker todo lo que tiene y más. Es una persona encantadora y ahora parece que las cosas le van bien, pero, como todos los jugadores, ha pasado épocas muy malas y lo mismo que ha ganado auténticas fortunas, las ha perdido con la misma facilidad, pero, eso sí, para charlar con él, es un hombre encantador ¿verdad?
• Si, es simpático, aunque me pareció, si usted me lo permite, un poco  ligón de más y como fuera de contexto, porque ya es mayorcito para ir por la vida intentando ligar con cándidas secretarias que no tenemos porqué aguantar algunas cosas suyas como lo que me dijo a mí de que si yo quisiera, podría conocer los mayores momentos de placer de mi vida si me fuera con él al Parador de Alarcón un fin de semana. ¡Pues solo me faltaba eso: flirtear con un viejo!
Fernando se removió en su cómodo sillón de cuero y sin dejar de reconocer que era amigo de Manolo Golmayo comprendió la postura de su nueva secretaría y con poca convicción en sus argumentos trató de defenderlo:
-  Tampoco te lo tomes así porque es buena gente, un poco chuleta, estoy de acuerdo, pero en el fondo es buena persona y ¿a qué hora dices que viene mañana?
-  Yo le he dicho que viniera sobre las doce y media, pero también quedamos en que lo confirmaría con usted, o sea que si quiere podemos cambiar la hora sin ningún problema.
-  No, déjalo como está, porque luego, según me has dicho, tengo que ir al Juzgado de Getafe y aunque siempre van con retraso, media hora está bien, pero tampoco puedo llegar allí a las mil y una y para fin de fiesta comida con el Sr. Ayala. ¿no? Bueno, supongo que por la tarde no habrá nada y si lo hay anúlalo, porque las comidas con Ramón siempre comienzan con un recorrido de nueve hoyos en el campo pequeño de la Moraleja  como aperitivo y como postre una partidita de mus que nunca viene mal.
-  Muy bien, D. Fernando, ¿desea alguna cosa más.?
-  No, muchas gracias, para ser el primer día no ha estado mal. Hasta mañana.
-  Hasta mañana D. Fernando.
Ana fue colocando pausadamente los expedientes uno encima de otro y los agarró con la mano izquierda, mientras con la derecha se alisaba el pelo y salió del despacho. Al cerrar la puerta, se mantuvo unos segundos como embobada y, por fin, reaccionó con un: “buf”, para ser el primer día ya está bien; espero que todo continúe igual. Dicho lo cual se encaminó a su despacho y después de echar un poco de agua en un pequeño florero que con su largo cuello abrazaba a una rosa que trataba de mantenerse erguida, se instaló ante el ordenador y estuvo unas horas pasando informes y tratando de conocer los casos pendientes.   A las tres,
se alisó un poco el pelo con la mano, se perfiló los labios con un lápiz negro de gruesa mina, recogió sus cosas en una pequeña mochila y salió con paso decidido, bajando las escaleras de dos en dos mientras tarareaba una canción. En el garaje de la oficina abrió el portacascos de su pequeño “scooter” y se ajustó una chichonera de vistosos colores que le permitía mantener la melena al viento y disfrutar de los días soleados a la vez que se protegía de eventuales caídas. Arrancó con un pequeño movimiento de su mano derecha después de introducir la llave en el contacto y sorteando vehículos de gran cilindrada, salió a la calle. El calor era de verdad y entre la canícula y las emanaciones de los coches, llegó a su casa sudando por todos los poros de su piel.







CAPITULO 4.-
El apartamento, situado relativamente cerca  de la oficina, era el típico de una mujer soltera; situado en el ático de un viejo edificio de un más viejo Madrid, era pequeño, pero suficiente -cuanto más grande, más tengo que limpiar, pensó cuando lo alquiló- La puerta de entrada era una más de las seis que se distribuían por el amplísimo descansillo de la escalera hasta el que se ascendía por unos anchos peldaños de ruidosa madera que al pisarlos parecían querer contar las     historias milenarias de sus viejos inquilinos. La última planta, reformada hacia un año, parecía constituir parte de otro edificio y lo único que se habían conservado con su añejo sabor eran las puertas que, con sus redondas y amplias mirillas de un latón limpio como los chorros del oro, daban entrada, en el caso del alquilado por Ana hacía tan solo unas semanas antes, a un coqueto salón, no muy grande, pero sí muy luminoso gracias a unas ventanas antiguas disimuladas por unos estores de loneta blanca, en el que destacaba por su colorido un sillón de dos plazas tapizado con una tela clara y fondo de hortensias. A su lado, una lámpara de pié, comprada en El Rastro, y barnizada por Ana imitando a caoba, con una especie de mesita adosada con, solamente tres patas y llena, hasta los topes, de infinidad de revistas del corazón. Delante del sillón, una mesa baja con dos bandejas de cristal, una cesta con flores secas y unos libros distribuidos de manera informal, le daban un aire juvenil al conjunto. Los cuadros, también comprados en El Rastro a un anticuario amigo de sus padres, eran con motivos de caza y ayudaban a dar al salón un aire algo más rústico. Una lámpara de hierro forjado con tres tulipas de diseño adornaba un altísimo techo que, a pesar de la reforma, continuaba desentonando. Las paredes estaban pintadas de un color amarillo tirando a albero y una especie de cenefa de escayola trataba de cortar la altura de las paredes. La estantería de obra, estaba atestada de libros que parecían empujarse buscando un hueco donde descansar. Alrededor de la mesa de centro, a modo de solitarios acompañantes, dos pequeños sillones completaban tan acogedor lugar.
Ana observó su rincón desde la puerta y sonrió para sus adentros. Por fin, después de algunos años de dudas, había conseguido un lugar tantas veces soñado. Su paso por diferentes pensiones, unas mejores y otra peores, le había llevado a la conclusión que tenía que buscar algo, no muy caro porque sus finanzas no eran especialmente boyantes, pero que le permitiera una cierta autonomía.
Ana no era una mujer de juergas en su casa, más bien todo lo contrario, pero le gustaba reunirse con sus escasas amistades y casi sin querer lo había conseguido. El apartamento era propiedad de los padres de un compañero suyo que habiendo terminado sus estudios de Técnico de Medioambiente en la misma Academia de Bravo Murillo, se había vuelto a su ciudad natal y se lo habían alquilado por cinco años con opción a dos más. De momento llevaba dos semanas y estaba encantada con su adquisición.
Cerró la puerta con un pequeño empujón dado con su pié derecho, dejó los expedientes sobre uno de los sillones y se sentó, con aire cansado, en el sofá más grande. Casi sin darse cuenta, encendió una mini cadena  y las notas de un son cubano, inundaron todos los rincones incitando a su inquilina a cerrar los ojos y soñar. Y soñó, claro que soñó, ¿cómo no?                                                                   
Le parecía mentira, a sus treinta y cuatro años, haber conseguido tantas cosas y hasta un piso ¡ Dios Mío! Quien se lo iba a decir cuando hace diez años, ¡parece mentira como pasa el tiempo!, decidió salir de  Medina del Campo en contra de su padre que se oponía rotundamente, y venirse a Madrid a ganarse la vida como fuese, pero con el ánimo de volar sola. Los comienzos, como todo, fueron muy duros y trabajó en muy diferentes oficios, desde una tintorería  de donde se tuvo que ir por no poder resistir los gases tóxicos que desprendía una vieja máquina de lavar, hasta camarera en un bar de copas de Pozuelo, pasando por repartidora de propaganda por los buzones, telefonista en una empresa de trabajo temporal y vendedora a domicilio de productos de belleza. Tuvo que resistir las inclemencias del tiempo en pensiones cochambrosas de la capital y hasta las insinuaciones de los hijos de las patronas que se debían considerar con derecho de pernada sobre sus inquilinas. A pesar de todo, consiguió realizar los estudios de Secretariado Internacional en la Academia Mendez de Bravo Murillo, estudiando por las noches y haciendo prácticas de máquina de madrugada envolviéndola en una manta para no molestar a los vecinos.
Al principio, el titulo  de Secretaria, no le valió de nada, a pesar de haber hecho cerca de cien fotocopias con un breve resumen de su actividad profesional y enviarlo a todos los anuncios de los periódicos dominicales, pero una tarde la llamaron del Gabinete de Abogados Altozano y Cía y ahí empezó una nueva etapa de su vida. Entre sueños, rememoró la entrevista y su decisión de mostrarse tal cual era, en contra de sus dos rivales al mismo puesto, que venían dispuestas a parecer mucho más de lo que eran. Al principio, la sala donde la entrevistaron impresionaba por la gran cantidad de libros que se apilaban por todas partes, pero, a los pocos minutos, la gente que le hacía las preguntas se le fue haciendo como familiar y su confianza iba en aumento, hasta tal punto que se permitió bromear con ellos y decirles que, no solo escribía a máquina con soltura, sino que también hacía unos cafés buenísimos.
Al salir tenía la impresión que la plaza sería para ella y no sabría decir porqué; intuición femenina quizá, pero era consciente que había caído bien.
A los pocos días le comunicaron la decisión favorable y no tardó ni un minuto en llamar a su madre para darle la gran noticia y llorar con ella por teléfono. Habían sido varios años de dar tumbos y por fin su vida iba a adquirir una estabilidad que ya se iba haciendo necesaria.
De manera prácticamente simultánea, se puso a buscar piso. Lo tenía muy claro: necesitaba un piso cerca de su nuevo trabajo, no muy grande, pero, por lo menos con dos habitaciones, céntrico, aunque seguro que no podría ser nuevo, porque iba a tener muy buen sueldo, pero quería reservarse algo para salir, vestir, viajar y tener todos aquellos caprichos que, hasta entonces, no había tenido oportunidad de disfrutar y la única condición imprescindible era que tuviera mucha luz. Su paso por lúgubres pensiones la había marcado y pretendía cambiar, ahora que su situación había mejorado sustancialmente, sobre todo, porque había conseguido un empleo estable, con nómina, Seguridad Social y no se cuantas prebendas más.
Su madre, consejera habitual de la mayoría de sus  decisiones y a la que estaba muy unida desde el fallecimiento de su padre en  accidente de tráfico precisamente una de las veces que había venido a verla a Madrid, también estaba de acuerdo en que su hija debería de variar sus condiciones de vida y se vino a la capital a ayudarla a buscar un alojamiento adecuado
Doña María, persona buena donde las hubiera, tenía claro que nunca sería un estorbo para su hija y por lo tanto, no admitía la posibilidad de compartir piso, aunque fuera con la hija que mas lo necesitaba; se lo había explicado de todas maneras y no había forma de convencerla y Ana insistía una y otra vez:
-  Pero, Mamá, no seas cabezota ¿no ves que podemos vivir en el mismo apartamento y nos acompañamos mutuamente?
-  Mira, Ana, ya sabes que si me necesitas siempre me tendrás a tu disposición, pero no puedo quedarme. Mi vida está en Medina del Campo y no la puedo cambiar así como así- Doña María pasó el brazo por debajo de la nuca de su hija y la acercó contra su pecho- ¿te acuerdas como te acurrucabas contra mí cuando había tormenta? Pues ahora todo tiene que seguir igual. Un día, cosas del destino, decidiste vivir tu vida y ni tu padre ni yo pusimos la más mínima pega en que salieras de casa y te vinieras para Madrid – unas lágrimas se deslizaron por las mejillas de la madre recordando lo mal que lo pasaron y eso que ya hacía catorce años – fueron meses muy duros, pero, gracias a eso, tu padre y yo nos unimos todavía más. Aquello era un lío – lo recordaba como si lo estuviese pasando en ese momento – no sabíamos nada de ti
-  ¡Pero como que no sabíais nada de mí, si llamaba casi todos los días! – Ana se levantó, se colocó al lado de la estantería de obra y tomando un viejo album de fotos, lo abrió, ojeándolo distraídamente.
-  Tienes razón – Doña María la miró con cariño – pero te estoy hablando de hace muchos años y con la mentalidad de un pueblo. Todas las noches tu padre y yo nos sentábamos en el cuarto de estar y nos hacíamos cientos de preguntas como en que habíamos fallado para que tu, la tercera de cuatro hermanas, decidieras irte de casa a vivir la vida, que sería de ti en una ciudad como Madrid y yo que se la cantidad de preguntas que nos hacíamos todos los días ¿tu sabes lo que es eso?
-  Ahora si que lo sé, pero en aquellos momentos, lo único que buscaba era salir de Medina como fuera y no me arrepiento porque, a todos nos vino muy bien. Papá se enfadó, pero como era así, no lo dijo a voces, pero disimulaba perfectamente.
-  ¿Qué no se le notaba? No se lo notarías tu, pero pasó una época horrible. -Doña María no pudo resistir una lágrima que resbaló por su cara y con un gesto casi imperceptible, la secó con el dorso de su mano izquierda – Todavía me acuerdo la cantidad de cosas que tu padre decía que te podían suceder en Madrid y  aquello para lo único que servía era para alimentar aun más mis inquietudes. Yo trataba de mantener la tranquilidad y quitarle hierro a las cosas, pero tu padre, que ya sabes que era muy  exagerado para todo lo relacionado con vosotras, no paraba de hacer una lista de peligros. Aquello estaba llegando a unos límites insoportables, menos mal que tu hermana Matilde me echaba una mano  de vez en cuando y aliviaba algo la tensión, pero fue una época que no se la deseo ni a mi peor enemigo.
-  Bueno pero ya has visto que todo pasa y aquí estoy hecha  una señorita de capital y no me han comido los lobos ni nada por el estilo ¿no te parece? – Ana aprovechó el momento y con el ánimo de hacer reir a su madre, inició una especie de pase de modelos por el salón y mientras desfilaba moviendo con fuerza sus caderas preguntó - ¿tengo pinta de ser de la capital, señora?
Doña María no pudo por menos que esbozar una amplia sonrisa mientras su hija continuaba dando vueltas por el salón como si de la pasarela Cibeles se tratara. Ana pasaba al lado de su madre y con mirada perversa continuaba con su particular interrogatorio: Señora ¿usted cree que estoy de buen ver? Señora, ¿usted cree que puedo ser una secretaria perfecta? Señora ¿sabe una cosa? Me cae usted muy bien y creo que lo mejor sería que viviéramos juntas ¿qué le parece?
Doña María miraba a su hija con expresión entre sorprendida y divertida y siguiendo la broma contestó :
-  Señorita : las chicas de Madrid no necesitan para nada a su Mamá y usted es la que ha elegido  vivir en la capital, o sea que se aguanta y si lo que desea es tener una asistenta por horas, lo que tiene que hacer es pagarla que para eso tiene usted ahora un buen sueldo y no me enfade usted  ¿entendido?
Ana, esta vez sujetando un plumero de vistosos colores, continuaba con su show particular yendo y viniendo por el salon agitando las plumas y dando a su madre discretos toques en la mejilla
-  Señora, yo le ofrezco algo que no lo conseguirá en ninguna otra casa y es tratarla como lo que usted es; aquí se podrá considerar como en su propia casa e incluso si algo no le gusta o quiere cambiarlo podrá  hacer lo que le de la gana, ¿no es muy buena propuesta? Venga señora decídase y ya verá como su vida dará un giro radical – Ana se sentó sobre las rodillas de Doña María y la besó en ambas mejillas – Papá se murió hace ya casi un año  y tú no puedes seguir sin salir de casa; seguro que desde donde esté  piensa que deberías salir.
Doña María separó a Ana de su regazo y otra vez en su mejilla asomó una lágrima traicionera que le obligó a pasarse de nuevo el dorso de la mano a modo de pañuelo
-  Ana, no seas pesada, ya te he dicho mil veces que no es un problema de salir o no, sino que simplemente no me apetece. Mi vida está llena de recuerdos y con las visitas a tus hermanas y la Misa todos los días no me hace falta nada más. ¡qué más quisiera yo que ser un pendón y pasarme la  vida corriendo la calle! pero, de verdad,  que no me apetece y el plan de Madrid todavía me apetece menos, porque tu te vas a las siete de la mañana y ya me contarás que hago  todo el día sola,
Ana encendió un Ducados bajo en nicotina y alquitrán, le dio una larga calada y expulsó el humo haciendo que sus labios se cerraron un poco y los aros de humo se distribuyeron de manera informal por el techo pintado de blanco del cuarto de estar, provocando la tos de Doña María.
-  Si tu padre viviera todo sería diferente porque nos vendríamos los dos y conoceríamos Madrid de pe a pa porque ya sabes que le encantaba pasear por aquello de que el que mueve las piernas, mueve el corazón, pero ahora no tendría ningún sentido que me viniera.
Ana se alisó el pelo y tomando una lima de una caja colocada encima de la mesa, comenzó a cuidarse las uñas e insistiendo en sus argumentos trataba de convencer a Doña María
-  Pero Mamá,  ¿te imaginas ir por las mañanas al Museo del Prado con calma a una hora en que no hay nadie y luego darte un paseito por Recoletos? Eso tiene que ser una gozada.
-  Si, hija, si, para ti, pero para mí, la vida ya no tiene ningún sentido –Doña María puso los ojos en blanco mientras intentaba no volver a llorar – ni tu ni nadie podéis entenderme. Yo sé que lo haces por mí y te lo agradezco, pero después de vivir casi cuarenta años con una persona a la que quieres y él te quiere a ti, cuando de pronto te llaman de una manera tan, como diría yo, tan brusca y te dicen que ha fallecido de una manera absurda, encima en un accidente de tráfico en el que él no tenía ninguna culpa y se acabó. ¿Tú sabes lo que es? No, hija mía, no, no lo puedes entender y hasta te fallan tus propias creencias religiosas y te planteas porque Dios es tan injusto y porqué ¡qué se yo! porqué no se lleva a montones de gente que estan deseando dejar este mundo, enfermos terminales, chicos con sida que no tienen solución y sin embargo, le toca la china a un hombre bueno, entregado a los demás y con unas ganas de vivir que parecía mentira en una persona de su edad. En fin, Ana, perdona que siempre diga lo mismo, pero, de verdad, que la vida sin él para mí no tiene sentido.
Doña María se volvió a enjugar una lágrimas con un pañuelo blanco que se sacó de la manga izquierda y continuó : -  yo no digo que con el tiempo, a lo mejor, me plantee las cosas de otra manera pero, ahora mismo lo único que me apetece sería llorar y si no lo hago mas es por vosotras, sobre todo por Begoña que aunque tiene casi treinta años parece que tiene diez y para ella verme preocupada es como una tragedia y me tengo que pasar los días disimulando y todavía diciendo que vuestro padre está de viaje y tardará algún tiempo en volver. ¡Fijate el esfuerzo que supone hacer esto! Pero hay que hacerlo y no hay otra solución.
-  Ya, Mamá, todo eso está muy bien pero tienes que superarlo, aunque lo de Begoña sea  como un obstáculo en el camino, pero yo lo que te quería decir es que seguro que Papá no acepta como te estás comportando, otra cosa es que no te lo pueda decir pero conociéndole, segurísimo que sería así o ¿es que ya no te acuerdas como era?
-  Si, Ana, ¿cómo no me voy a acordar? si era el mejor del mundo. Era un hombre de los que ya no quedan, siempre pendiente de la familia y de sus enfermos y nunca preocupado de si mismo. ¡Así lo querían en Medina! Ojo que alguien hablase mal de él porque tenía a todo el pueblo encima.