sábado, 21 de septiembre de 2013


Queridos blogueros/as: Parece que poco a poco todo va volviendo a normalidad y ya que es un fin de semana como otro cualquiera, ahí os mando el segundo capítulo. No tengo ni idea cuantos capítulos tiene esta novela, porque ahora estoy en la fase de trocearla y no los he contado, pero bastantes y la única duda es si dejarlos exactamente como están o ir alternando las historias de uno y otra hasta llegar al final que, como os dije el otro día, va ser completamente nuevo y tengo que espabilar porque todavía no he empezado a escribirlo y como me descuide me pilla el toro. 
Creo que hay una bloguera nueva, por lo menos del primer capítulo lo que me demuestra que los milagros existen. Casi no os voy a decir quien es porque ésta mañana hablando de la privacidad, de internet y todas esas historias, se me han puesto de corbata y mas vale que esté calladito porque todo esto, que para mí es un juego y como tal me lo tomo, parece ser que por el mundo adelante hay mucha gente que lo utiliza para hacer lo que quiera y puedo meterme en líos
Como siempre espero que éste capítulo os guste
Un abrazo para todos
Tino Belas






CAPITULO 2.-

-  ¡Tráigame el expediente de la Empresa Talvora.-  La voz de Fernando Altozano sonaba con firmeza a través del interfono colocado en la mesa de la secretaria, justo al lado de un pequeño ramillete de flores secas que destacaban sobre un fondo de expedientes y papeles desordenados.
-  Enseguida, Don Fernando –
Una voz desconocida le hizo volver sobre el asunto de la Talvora que había dejado de lado con motivo de su reciente enfermedad que lo había mantenido en la cama por espacio de varios meses.  Era una empresa con muy mala organización y con un dueño todavía peor; solo entendía de dinero fácil y rápido y siempre a costa de doce empleados muy fieles que cargaban con el trabajo sin rechistar. La fábrica dedicada a la construcción de rieles para ventanas era, desde hacía unos años, un auténtico filón. D. Eduardo Talvora, su propietario, se había asociado con diferentes constructores dedicados a la promoción de chalets adosados y sus ventas se habían disparado. Los operarios, algunos en nómina desde hacía veinte años, trabajaban como jabatos y, de vez en cuando, recibían una paga extra que les compensaba sus muchas horas robadas al sueño. Todos colaboraban con la empresa como un solo trabajador y la industria  funcionaba con absoluta normalidad hasta un día en que, D. Eduardo contrató a un tal Laureano Rodríguez en sustitución de Juan Pérez que se había jubilado por edad.
D. Eduardo hizo una entrevista al tal Laureano y así pudo saber que su formación en aluminio la había adquirido en Alemania durante siete años en los que estuvo trabajando con el grupo industrial Krupp, que era un hombre trabajador, nada conflictivo, enamorado de su mujer y de sus dos hijos, amante del campo y sobre todo un experto en árboles para lo cual disponía de abundantes libros en su domicilio de Alcorcón, donde había comprado un piso con los ahorros obtenidos durante aquellos duros años de emigración a un país que, después le había dado todo y del que guardaba maravillosos recuerdos.
Los primeros meses Laureano fue, con diferencia, el mejor de los obreros y al que, D. Eduardo siempre lo ponía como ejemplo. Sin embargo, todo cambió el día que le hicieron fijo en la empresa. No había pasado ni media hora cuando entró en el pequeño despacho que el Jefe tenía en el fondo del almacén y solicitó con bastantes malos modos una paga, según convenio, en la que se incluyeran todas horas extraordinarias. Para D. Eduardo aquello le pareció absolutamente inadmisible y no solo no  se amilanó ante semejante petición si no que le despidió con cajas destempladas, lo que motivó las iras del nuevo empleado fijo, quien le amenazó con acudir a los tribunales, cosa que hizo a través de los Abogados de Comisiones Obreras.
Al principio, la reclamación solamente incluía una paga de horas extras, pero como la negociación no fue del agrado del trabajador, decidió vengarse y solicitar de la autoridad competente el cierre de la empresa por incumplimiento de contrato y sobre todo porque en el intervalo, D. Eduardo le había impedido el acceso a las instalaciones con el consiguiente daño moral. De esta manera habían comenzado las relaciones del citado empresario con el Gabinete de Abogados Altozano y Cia, especialistas en temas laborales.
Como hacía con todos sus nuevos clientes, Fernando Altozano le recibió por primera vez en su amplio despacho de la calle de Serrano 29 y allí pudo comprobar la calidad humana del personaje y su falta de respeto hacia su propio personal, lo que no dejaba de ser sorprendente. Su carácter le hacía reaccionar con violencia ante cualquier solicitud de mejoría en las condiciones laborales, excepto aquellas que iban firmadas por él mismo y así le lucía el pelo. Aunque no le cupiera en su dura cabeza, el empleado tenía razón y habría que buscar alguna fórmula para que retirara la denuncia porque, de lo contrario, D. Eduardo saldría escaldado de la reclamación.
Todavía recordaba la última reunión, celebrada como hacía dos meses, en que el empresario amenazaba con cerrar la empresa e invertir lo que sacase en bolsa porque, según su propia expresión, “estaba hasta los cojones que el gobierno y los trabajadores rojos le tomaran el pelo”.
En esas estaba cuando se abrió la puerta de su despacho y una secretaria, con muy buena pinta, apareció por el quicio de la puerta.
-  Perdón, D. Fernando, aquí le traigo el expediente que me ha pedido.
Fernando la miró con curiosidad y cayó en la cuenta que había sido él el que la había contratado, después que la empresa consultora le diera a escoger entre un trío de profesionales. Posiblemente, esta era la menos buena, en sentido estrictamente académico; había terminado los estudios en un Academia de Bravo Murillo mientras que las otras dos aspirantes al cargo procedían de escuelas privadas con amplio conocimiento de dos idiomas, marketing ...etc...etc. Sin embargo, la entrevista había resultado decisiva. Su manera absolutamente natural de presentarse y el desparpajo demostrado al contestar a las preguntas  del tribunal formado por el dueño del bufete, D. Fernando Altozano; su jefe de contabilidad, D. Jesús Prieto, hombre que, desde sus inicios, siempre había acompañado a Fernando en el bufete y la Srta. Inés Lastrera, joven Abogada y colaboradora en asuntos relacionados con lo penal, le habían supuesto el voto favorable de todos sus componentes, con una pequeña afirmación por parte de Inés, que no había pasado desapercibida para el resto y que no era otra que “cuidado con esta chica que puede revolucionar el bufete; es muy buena secretaria y seguro que lo hará muy bien, pero os la habéis comido con los ojos y lo mismo que me he dado cuenta yo, también se la ha dado ella y puede ser muy peligroso” lo que causó la hilaridad de Fernando quien tuvo a bien afirmar aquello de que “como lo de casa nada”
El dichoso infarto que le había obligado a estar en tratamiento casi seis meses, le había hecho olvidar los compromisos adquiridos con anterioridad y bastante tenía con recuperarse como para pensar en una nueva secretaria. Pero debía reconocer que había sido una agradable sorpresa ¡Alguna cosa buena le tendría que suceder porque llevaba una racha que ya, ya.! Primero, el dolor en el costado izquierdo, al principio que si algo que había comido y que le había sentado mal, luego que si una úlcera pequeña que molestaba de vez en cuando, a continuación que si parecía que sangraba algo y como fin de fiesta, la gastroscopia que todavía le producía vómitos al recordarla:” No se preocupe, usted trague la sonda y respire tranquilo por la nariz como si no le estuviéramos haciendo nada ¿de acuerdo?” ¡Qué fácil es aconsejar cuando no se lo hacen a uno! Ya le gustaría ver al Médico si se lo hicieran y encima, para animar, tenía a Mamen, que no hacía más que recordarle que ella en los partos de los cinco  hijos en común, lo había pasado muchísimo peor ¡ y a él que le importaba !  Después de tantas exploraciones, el dolor súbito en el brazo izquierdo, su estancia en la UVI de la Seguridad Social y el diagnóstico de Infarto de Miocardio parecía que iban a truncar su vida.
 Es curioso como es la vida, siempre piensas que una temporada en casa te vendría fenomenal para hacer todas esas cosas que nunca tienes tiempo de hacer y luego cuando te dicen que ya puedes reincorporarte a tu trabajo, te das cuenta que has perdido el tiempo de una forma absurda y que no has hecho nada de lo que habías planificado.
En su caso la situación era diferente porque al ser el dueño del bufete el trabajo se lo llevaban a casa y nunca dejó abandonado su quehacer pero si que los días se hacían interminables y pudo comprobar, con cierta preocupación, que a pesar de llevar treinta y un años casado con Mamen, su mujer, no tenía casi temas de conversación. El hecho de permanecer en la cama del hospital durante tantos días fue para él una experiencia nueva, por desconocida, tener tanto tiempo para hablar con su mujer fue como comenzar una nueva relación, eso sí con una persona cercana. Aquello fue motivo de muchas horas de reflexión para ambos y en conjunto, se podría decir que fueron horas de mucho hablar recordando temas vividos con un análisis como más pormenorizado y haciendo un repaso de sus años de matrimonio. La pregunta clave que flotaba en el trasfondo era si habían sido felices y la respuesta era que si; si, aunque sin exagerar. Ahora la situación era muy diferente por aquello de que las penas con pan son menos penas, pero los inicios fueron espantosos: sin un duro, trabajando a todas horas y Mamen pariendo, como una coneja, hijo tras hijo, hasta cinco, eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja y afirmando que los hijos eran una bendición de Dios. ¡Hay que ver como se cambia! Los hijos que Dios nos dé y tan tranquilos que se quedaban. Ahora, con el paso del tiempo, ambos se daban cuenta de lo difícil que era la empresa en la que se habían embarcado, pero lo peor era que ya no tenía remedio.
Naturalmente los hijos habían crecido y las discusiones eran frecuentes y eso que presumían de ser una familia que se llevaban bien y además era verdad, lo que ocurre es que entre tantos y con tan diferentes caracteres, la menor chispa provocaba un incendio que exigía la presencia del cuerpo de bomberos, normalmente Mamen, que con su manera de ser los apagaba con sentido común y siendo consciente de la realidad de las cosas y del mundo que le había tocado en suerte.



sábado, 14 de septiembre de 2013

EL TRIO DE DOS:CAPITULO 1

 

Queridos blogueros: No me acuerdo si es aquí donde tengo que empezar, tampoco se porqué sale la letra en negrita y encima empiezo con el primer capítulo y no tengo ni idea como va a acabar esto. En fin, que toca echarle imaginación y seguro que queda bien- También se me ha ocurrido ir intercambiando capítulos, pero después de mucho pensar (por lo menos un par de segundos) he llegado a la conclusión que lo mejor es ir cambiando el texto de algún capítulo para que se pueda parecer a la segunda parte que está por escribir, pero ya mas o menos la tengo pensada y solo será cosa de ponerse y lo malo es eso, porque llevo casi dos meses sin tocar ni una sola tecla del ordenador y a pesar que lo politicamente correcto sería decir que lo he echado (es sin h ¿no?) mucho de menos, la verdad es que me he quedado tan tranquilo y ni me he acordado ¡que le vamos a hacer! uno es así y a mis años ya no voy a cambiar.

Bueno, menos rollo caperucita que son las doce y media de la noche y me está empezando a entrar un sueño que en cuanto me meta en la cama me voy a quedar mas dormido que un bebé.
Hasta la próxima semana y como siempre espero que os guste esta nueva novela
Un abrazo para todos 
Tino Belas

 

 

 

 

 

EL TRIO DE DOS






















F. Belascoain




CAPITULO 1.-

Caminaban por la inmensa playa dando patadas a las conchas que se iban encontrando en su lento paseo. Las huellas de sus pisadas dejaban un regusto amargo de un pasado que ambos pretendían olvidar solamente por unos días. La arena mojada contribuía a mantener frescas las ideas, mientras los rayos de sol iban difuminándose como tratando de rodearlos en un ambiente más intimista. Algunas gaviotas revoloteaban por los alrededores de las olas que acariciaban la orilla. Unos pequeños botes de pescadores, con sus proas enfilando el inmenso mar, parecían querer romper la monotonía de aquel paisaje desértico. Los pescadores, con sus pobladas barbas, los gorros de lana de chillones colores, pantalones amarillos de aguas y botas verdes también preparadas para las faenas marineras, preparaban unos “pescaítos” que, primero clavaban en una especie de flecha y, a continuación, la acercaban a unas pequeñas hogueras que mantenían a babor y a estribor de cada bote.
Algunos turistas, de pié, saboreaban estos productos de tan peculiar huerta, acompañados de unos “finos” que, en pequeñas copas de plástico, servían unos chiquillos descalzos que se movían entre la gente con ese duende que solo se encuentra en Andalucía.
Alrededor de toda aquella industria, flotaba un ambiente de miseria mezclado con olores de aceite requemado, manzanilla, caléndula y hasta un poco de jazmín. El cuadro lo completaba el sonido de una guitarra que parecía querer expresar los sentimientos de aquel pueblo: alegre y triste, desgarrador y amable, salvaje y cariñoso. Todos estos ingredientes contribuían a que los escasos paseantes por la playa, se acercaran al chiringuito.
Una pareja atraída, sin duda, por el sonido de la guitarra y también por el olor de los pescaítos, se acercaba haciéndose presentes sus facciones. El, Fernando, era un hombre de una edad próxima a figurar en la zona en que se empieza a pensar en la cantidad de asignaturas pendientes, fuerte, con un tórax que se adivinaba a través de su Fred Perry azul, bien conformado, abdomen plano  y un conjunto  de músculos muy trabajados en interminables sesiones de gimnasio. Su cabeza estaba salpicada por unas canas que querían hacerse notar en una cabellera negra bien tratada, lo que le daba un aire juvenil aunque los años, no se pudieran disimular. Sus ojos, de un intenso azul enmarcados en una pobladas cejas, se movían casi tanto como sus manos y todo el conjunto le hacía aparecer como un hombre interesante. El lo sabía, y tanto en su forma de vestir como en su comportamiento, se advertía un cuidado extremo de su aspecto, para resultar todavía más atractivo. Siempre vestía con ropa de firma y para esta ocasión presentaba un niqui azul, Fred Perry, pantalones cortos Burberrys mil rayas, zapatillas de la misma marca, también azules con un ribete de Príncipe de Gales y completando el atuendo un jersey amarillo sobre los hombros y un reloj de esfera negra y sujeción  de loneta azul con una banda amarilla.
Ana, su acompañante, era bastante más joven, no pasaría de los treinta y pocos y todo su aspecto era de absoluta vitalidad. El pelo rubio y muy largo, caía sobre su espalda mientras que una cinta ancha lo sujetaba sobre la frente; una nariz aguileña presidía el centro de su cara y a los lados, como dos faros, unos enormes ojos azules permanecían muy abiertos para no perderse detalle de lo que abarcase su campo visual. Las cejas, igual que las pestañas, habían sido cuidadosamente, perfiladas con un lápiz y una amplia sonrisa era lo habitual en una cara que, igual que la de Fernando, no era espectacular, pero llamaba la atención por lo cuidado de su aspecto. Un cuerpo ajustado, con las piernas largas y bien contorneadas, terminaba de completar una figura atractiva.
Ella propuso una carrera hasta el chiringuito y ambos, cogidos de la mano, iniciaron una veloz carrera. Al principio Fernando se quedó algo sorprendido y rezagado, pero, inmediatamente, se puso a su altura y la pasó mientras decía:
-  El último paga.
A escasos metros del bar se pararon jadeantes y se miraron a los ojos; él desvió la mirada y preguntó ceremoniosamente:
-  ¿La señora marquesa desea tomar alguna cosa?
-  Si – contestó ella mientras extendía su mano derecha como para ser
besada – si, señor marqués, quiero caviar iraní acompañado de una copa de “Moet Chandon”, muy frío, por favor.
-  Ya sabe usted que sus deseos son órdenes para mí – Fernando besó su mano con exquisita educación y levantando la mano con voz chillona dijo : ¡Quillo! : una de pijotas, una de bienmesabe, unos chanquetitos y una botella de manzanilla bien fría para la señora marquesa, ¿oído?.
El camarero les hizo una seña con el pulgar extendido hacia arriba y les indicó con el acento habitual de aquella zona :
-  Usté, espereme allí en er fondo que les voy a dar unas cozita que les van a quitar er zentío “mi arma” si, si, allí, al lado de la palmera que está especialmente reservada para recien casados “ozú” que en un segundito estoy con ustedes vosotros.
Siguiendo las indicaciones de tan peculiar “somelier” se sentaron en una especie de hamacas confeccionadas con una hojas de palmeras entrecruzadas sobre una loneta de un azul ajado por la brisa y se quedaron extasiados ante el paisaje que los envolvía; el sol parecía querer contribuir con su palidez a acrecentar los deseos de Fernando y Ana. La proximidad de la noche hacía como más excitante la nueva experiencia que ambos comenzaban. Era como una aventura pensada durante años por Fernando que, por fin, se iba a hacer realidad. Todo empezó cuando........................                                                                                                 

lunes, 9 de septiembre de 2013

VUELTA A CASA

Queridos blogueros lectores o lectores blogueros: Tendría que comenzar diciendo aquello de que bonito es volver a encontrarnos después de las vacaciones etc....etc, pero la verdad es que me he vuelto de Cedeira con un tiempo maravilloso y ha sido una de las veces que mas pena me ha dado volverme, pero ¡que le vamos a hacer!
Se me ha ocurrido pasar al blog la novela del Trio de Dos que algunos ya tenéis en vuestra casa, pero como la letra es tan enana supongo que ninguno lo habéis leído, o sea que se puede repetir, eso si cambiando algunas cosas para que la segunda parte, que he empezado a escribir estos días, quede medianamente regular. Eso si, va a ser un tocho de mucho cuidado porque lo que se me acaba de ocurrir tiene que llevar necesariamente muchos folios, pero bueno por mi parte no hay problemas, otra cosa es que vosotros tengáis la paciencia suficiente para llegar hasta el final. Espero que si.
Dentro de unos días comenzamos y si por casualidad hay alguien nuevo(ya se que los milagros son en Lourdes pero la esperanza es lo último que se pierde) ya sabe que la única obligación es contestarme de vez en cuando
Un abrazo para todos y hasta pronto
Tino Belas