Queridos blogueros/as: Parece que poco a poco todo va volviendo a normalidad y ya que es un fin de semana como otro cualquiera, ahí os mando el segundo capítulo. No tengo ni idea cuantos capítulos tiene esta novela, porque ahora estoy en la fase de trocearla y no los he contado, pero bastantes y la única duda es si dejarlos exactamente como están o ir alternando las historias de uno y otra hasta llegar al final que, como os dije el otro día, va ser completamente nuevo y tengo que espabilar porque todavía no he empezado a escribirlo y como me descuide me pilla el toro.
Creo que hay una bloguera nueva, por lo menos del primer capítulo lo que me demuestra que los milagros existen. Casi no os voy a decir quien es porque ésta mañana hablando de la privacidad, de internet y todas esas historias, se me han puesto de corbata y mas vale que esté calladito porque todo esto, que para mí es un juego y como tal me lo tomo, parece ser que por el mundo adelante hay mucha gente que lo utiliza para hacer lo que quiera y puedo meterme en líos
Como siempre espero que éste capítulo os guste
Un abrazo para todos
Tino Belas
CAPITULO 2.-
- ¡Tráigame el expediente de la Empresa Talvora.- La voz de Fernando Altozano sonaba con
firmeza a través del interfono colocado en la mesa de la secretaria, justo al
lado de un pequeño ramillete de flores secas que destacaban sobre un fondo de
expedientes y papeles desordenados.
- Enseguida, Don Fernando –
Una voz
desconocida le hizo volver sobre el asunto de la Talvora que había dejado
de lado con motivo de su reciente enfermedad que lo había mantenido en la cama
por espacio de varios meses. Era una
empresa con muy mala organización y con un dueño todavía peor; solo entendía de
dinero fácil y rápido y siempre a costa de doce empleados muy fieles que
cargaban con el trabajo sin rechistar. La fábrica dedicada a la construcción de
rieles para ventanas era, desde hacía unos años, un auténtico filón. D. Eduardo
Talvora, su propietario, se había asociado con diferentes constructores dedicados
a la promoción de chalets adosados y sus ventas se habían disparado. Los
operarios, algunos en nómina desde hacía veinte años, trabajaban como jabatos
y, de vez en cuando, recibían una paga extra que les compensaba sus muchas
horas robadas al sueño. Todos colaboraban con la empresa como un solo
trabajador y la industria funcionaba con
absoluta normalidad hasta un día en que, D. Eduardo contrató a un tal Laureano
Rodríguez en sustitución de Juan Pérez que se había jubilado por edad.
D. Eduardo
hizo una entrevista al tal Laureano y así pudo saber que su formación en
aluminio la había adquirido en Alemania durante siete años en los que estuvo
trabajando con el grupo industrial Krupp, que era un hombre trabajador, nada
conflictivo, enamorado de su mujer y de sus dos hijos, amante del campo y sobre
todo un experto en árboles para lo cual disponía de abundantes libros en su
domicilio de Alcorcón, donde había comprado un piso con los ahorros obtenidos
durante aquellos duros años de emigración a un país que, después le había dado
todo y del que guardaba maravillosos recuerdos.
Los
primeros meses Laureano fue, con diferencia, el mejor de los obreros y al que,
D. Eduardo siempre lo ponía como ejemplo. Sin embargo, todo cambió el día que
le hicieron fijo en la empresa. No había pasado ni media hora cuando entró en
el pequeño despacho que el Jefe tenía en el fondo del almacén y solicitó con
bastantes malos modos una paga, según convenio, en la que se incluyeran todas
horas extraordinarias. Para D. Eduardo aquello le pareció absolutamente
inadmisible y no solo no se amilanó ante
semejante petición si no que le despidió con cajas destempladas, lo que motivó
las iras del nuevo empleado fijo, quien le amenazó con acudir a los tribunales,
cosa que hizo a través de los Abogados de Comisiones Obreras.
Al
principio, la reclamación solamente incluía una paga de horas extras, pero como
la negociación no fue del agrado del trabajador, decidió vengarse y solicitar
de la autoridad competente el cierre de la empresa por incumplimiento de
contrato y sobre todo porque en el intervalo, D. Eduardo le había impedido el
acceso a las instalaciones con el consiguiente daño moral. De esta manera
habían comenzado las relaciones del citado empresario con el Gabinete de
Abogados Altozano y Cia, especialistas en temas laborales.
Como hacía
con todos sus nuevos clientes, Fernando Altozano le recibió por primera vez en
su amplio despacho de la calle de Serrano 29 y allí pudo comprobar la calidad
humana del personaje y su falta de respeto hacia su propio personal, lo que no
dejaba de ser sorprendente. Su carácter le hacía reaccionar con violencia ante
cualquier solicitud de mejoría en las condiciones laborales, excepto aquellas
que iban firmadas por él mismo y así le lucía el pelo. Aunque no le cupiera en
su dura cabeza, el empleado tenía razón y habría que buscar alguna fórmula para
que retirara la denuncia porque, de lo contrario, D. Eduardo saldría escaldado
de la reclamación.
Todavía
recordaba la última reunión, celebrada como hacía dos meses, en que el
empresario amenazaba con cerrar la empresa e invertir lo que sacase en bolsa
porque, según su propia expresión, “estaba hasta los cojones que el gobierno y
los trabajadores rojos le tomaran el pelo”.
En esas
estaba cuando se abrió la puerta de su despacho y una secretaria, con muy buena
pinta, apareció por el quicio de la puerta.
- Perdón, D. Fernando, aquí le traigo el
expediente que me ha pedido.
Fernando
la miró con curiosidad y cayó en la cuenta que había sido él el que la había
contratado, después que la empresa consultora le diera a escoger entre un trío
de profesionales. Posiblemente, esta era la menos buena, en sentido
estrictamente académico; había terminado los estudios en un Academia de Bravo
Murillo mientras que las otras dos aspirantes al cargo procedían de escuelas
privadas con amplio conocimiento de dos idiomas, marketing ...etc...etc. Sin
embargo, la entrevista había resultado decisiva. Su manera absolutamente
natural de presentarse y el desparpajo demostrado al contestar a las preguntas del tribunal formado por el dueño del bufete,
D. Fernando Altozano; su jefe de contabilidad, D. Jesús Prieto, hombre que,
desde sus inicios, siempre había acompañado a Fernando en el bufete y la Srta. Inés Lastrera,
joven Abogada y colaboradora en asuntos relacionados con lo penal, le habían
supuesto el voto favorable de todos sus componentes, con una pequeña afirmación
por parte de Inés, que no había pasado desapercibida para el resto y que no era
otra que “cuidado con esta chica que puede revolucionar el bufete; es muy buena
secretaria y seguro que lo hará muy bien, pero os la habéis comido con los ojos
y lo mismo que me he dado cuenta yo, también se la ha dado ella y puede ser muy
peligroso” lo que causó la hilaridad de Fernando quien tuvo a bien afirmar
aquello de que “como lo de casa nada”
El dichoso infarto que le
había obligado a estar en tratamiento casi seis meses, le había hecho olvidar
los compromisos adquiridos con anterioridad y bastante tenía con recuperarse
como para pensar en una nueva secretaria. Pero debía reconocer que había sido
una agradable sorpresa ¡Alguna cosa buena le tendría que suceder porque llevaba
una racha que ya, ya.! Primero, el dolor en el costado izquierdo, al principio
que si algo que había comido y que le había sentado mal, luego que si una
úlcera pequeña que molestaba de vez en cuando, a continuación que si parecía
que sangraba algo y como fin de fiesta, la gastroscopia que todavía le producía
vómitos al recordarla:” No se preocupe, usted trague la sonda y respire tranquilo
por la nariz como si no le estuviéramos haciendo nada ¿de acuerdo?” ¡Qué fácil
es aconsejar cuando no se lo hacen a uno! Ya le gustaría ver al Médico si se lo
hicieran y encima, para animar, tenía a Mamen, que no hacía más que recordarle
que ella en los partos de los cinco
hijos en común, lo había pasado muchísimo peor ¡ y a él que le importaba
! Después de tantas exploraciones, el
dolor súbito en el brazo izquierdo, su estancia en la UVI de la Seguridad Social
y el diagnóstico de Infarto de Miocardio parecía que iban a truncar su vida.
Es curioso como es la vida, siempre piensas
que una temporada en casa te vendría fenomenal para hacer todas esas cosas que
nunca tienes tiempo de hacer y luego cuando te dicen que ya puedes
reincorporarte a tu trabajo, te das cuenta que has perdido el tiempo de una
forma absurda y que no has hecho nada de lo que habías planificado.
En su caso la situación
era diferente porque al ser el dueño del bufete el trabajo se lo llevaban a
casa y nunca dejó abandonado su quehacer pero si que los días se hacían
interminables y pudo comprobar, con cierta preocupación, que a pesar de llevar
treinta y un años casado con Mamen, su mujer, no tenía casi temas de
conversación. El hecho de permanecer en la cama del hospital durante tantos
días fue para él una experiencia nueva, por desconocida, tener tanto tiempo
para hablar con su mujer fue como comenzar una nueva relación, eso sí con una
persona cercana. Aquello fue motivo de muchas horas de reflexión para ambos y
en conjunto, se podría decir que fueron horas de mucho hablar recordando temas
vividos con un análisis como más pormenorizado y haciendo un repaso de sus años
de matrimonio. La pregunta clave que flotaba en el trasfondo era si habían sido
felices y la respuesta era que si; si, aunque sin exagerar. Ahora la situación
era muy diferente por aquello de que las penas con pan son menos penas, pero
los inicios fueron espantosos: sin un duro, trabajando a todas horas y Mamen
pariendo, como una coneja, hijo tras hijo, hasta cinco, eso sí, con una sonrisa
de oreja a oreja y afirmando que los hijos eran una bendición de Dios. ¡Hay que
ver como se cambia! Los hijos que Dios nos dé y tan tranquilos que se quedaban.
Ahora, con el paso del tiempo, ambos se daban cuenta de lo difícil que era la
empresa en la que se habían embarcado, pero lo peor era que ya no tenía
remedio.
Naturalmente los hijos
habían crecido y las discusiones eran frecuentes y eso que presumían de ser una
familia que se llevaban bien y además era verdad, lo que ocurre es que entre
tantos y con tan diferentes caracteres, la menor chispa provocaba un incendio
que exigía la presencia del cuerpo de bomberos, normalmente Mamen, que con su
manera de ser los apagaba con sentido común y siendo consciente de la realidad
de las cosas y del mundo que le había tocado en suerte.