CAPITULO
30.-
Un
correo electrónico me citaba a las nueve y media de la mañana en el parking del
Carrefour en las proximidades de Alcobendas. Tenía que llevar ropa de abrigo
aunque las predicciones metereológicas no indicaban la posibilidad de lluvias
abundantes, el tanque de gasolina lleno porque hasta la hora de comer se
pensaba hacer una etapa de doscientos kilómetros, toda la documentación de la
moto en regla y sobre todo ganas de disfrutar de un fin de semana en compañía
de la Harley. Podía ir solo o acompañado, pero tenía que avisarlo con cierto
tiempo para reservar habitación simple o doble en el Parador de Segovia que era
donde se pensaba pasar la noche del sábado al Domingo. Tenía que enviar una
pequeña cantidad de dinero, una especie de adelanto para que la organización se
asegurara un número mínimo de participantes, y confirmar mi presencia.
Recibí
con ilusión aquel correo e hice todos los trámites para que mi participación se
hiciera efectiva y allí estaba a las
nueve y cuarto de la mañana en el parking previsto. No sé porque pensaba que seríamos cuatro moteros y
no os podéis imaginar cual fue mi sorpresa cuando me encontré con cientos y
cientos de Harleys de todos los tamaños, cilindradas, colores, tuneadas y de
fábrica. La organización era perfecta y unos guardias de seguridad te indicaban
el lugar donde debías aparcar la moto y encaminarte hacia las oficinas móviles
donde diez o doce chicas comprobaban si tenías bien la documentación y te
hacían entrega de una bolsa con el emblema de la fábrica americana en la que te
incluían varios regalos y te invitaban a la cena que se celebraría en los
salones del Parador y a un sorteo posterior para lo que tú número de
inscripción era imprescindible. Entre los regalos incluidos en la bolsa había
una caja con unos gemelos de plata con una moto en un lado y una rueda en el
contrario, unas gafas de sol, unos calcetines negros con el anagrama de la
casa, una gorra muy americana, un plano de la etapa, la reserva de habitación
en Segovia, una entrada para la cena, una invitación para visitar al día
siguiente el Alcazar y el Museo Diocesano en la Catedral y la carta de una
conocida bodega que no solo te invitaba a visitar sus instalaciones sino que
además te regalaba una caja de botellas de vino que, con mucho gusto te enviaban
a tu domicilio porque eran conscientes de las limitaciones de la moto para
llevar equipajes.
Yo
no se cuanta gente se movía por el parking, desde luego mucha más de la que yo
me imaginaba y el que más y el que menos miraba las otras motos con cierta
envidia porque había muchas peores que la mía, seguro que si, pero había otras
que eran impresionantes y una cualidad que se podía considerar como igual para
todas era la limpieza de todos los carenados. Parecían recién salidas de la
fabrica cuando todos sabíamos que algunas, aunque solo fuera por el número de
matrícula, tenían bastantes años. Por unos altavoces distribuidos
estratégicamente se recordaba a todos los participantes que en ningún caso se
trataba de una carrera de motos. Eran unas jornadas moteras, exclusivamente de
la marca Harley Davinson y consistía en un paseo por la capital y posterior
cena y fiesta en Segovia con un paseo previo por los alrededores. La Guardia Civil con seis
números y sus correspondientes motos abriría y cerraría la circulación de las
motos impidiendo que ninguno de los participantes circulara a más velocidad de
la permitida. La concentración había conseguido un record guiness al
inscribirse en una sola ciudad el mayor número de motos desde que se iniciaron
ese tipo de reuniones. Es cierto que los premios eran suculentos, con uno gordo
que sería el sorteo del último modelo de Harley recién aparecido en el mercado,
pero también se sorteaban monos, cascos, botas y bastantes accesorios para
circular que podían provocar la ilusión de los presentes. Por otra parte el buen tiempo previsto también había
contribuido a que muchos moteros de toda Europa se hubieran sumado a este
evento y el espectáculo de moteros y motos estaba garantizado.
Por
los altavoces entre exclamaciones de sorpresa y un aplauso general, se comunicó
que el número de motos participantes había superado todas las expectativas
previstas y ya se habían inscrito nada más y nada menos que doscientas doce y
todavía quedaban por contabilizar algunas por lo que era más que posible que el
número llegara a las doscientas cincuenta. Todos los presentes hicimos sonar
nuestras bocinas y el estruendo fue de los que hacen época. Los pequeños grupos
de amigos que solamente se veían en las diferentes concentraciones iban creciendo
en el parking y allí solo se hablaba de motos, eran auténticos forofos y la
mayoría de ellos bastante entendidos por la manera como hablaban de los
reglajes efectuados, los cambios de ruedas, las faros halógenos que eran mucho
más efectivos que los que venían de fábrica y cientos de temas más. Resultaba
muy fácil unirse a cualquiera de ellos y enseguida, casi sin darte cuenta,
pasabas a formar parte de la gran familia motera. Los más viejos del lugar, se
preocupaban que nadie permaneciese solo, sabían que había gente difícil de
integrarse pero tanto por sus gestos como por sus conversaciones hasta el más
tímido se sentía como en casa y ya desde el principio quedaban para reservarse
un sitio en la mesa de la comida o para la cena a celebrar en el Parador. Lo que más me llamó la atención con
diferencia fue la pinta de los diferentes participantes. Debo reconocer que
personalmente nunca había asistido a una concentración de este tipo y por lo
tanto puedo decir que todo era nuevo para mí. Curiosamente lo primero que te
resultaba chocante era la enorme cantidad de moteros que iban en parejas, la
mayoría con sus mujeres, novias o lo que fuese, aunque también había parejas,
pocas pero había, del mismo sexo, sobre todo mujeres. Todas las parejas
llevaban un mono exactamente igual y lo que las diferenciaba eran unos pañuelos
anudados al cuello de diferentes colores. Además una vez en marcha también se
diferenciaban por los cascos que iban
pintados o tuneados de dos en dos de manera idéntica coincidiendo muchos de
ellos con las pinturas de sus motos por lo que constituían un conjunto
exactamente igual. Había moteros de
todas las edades predominando los de mediana edad e incluso algunos que parecía
haber salido esa misma mañana de alguna residencia de la tercera edad y
curiosamente iban acompañados de la mujeres mas jóvenes e impresionantes que se
veían por ahí. Para los bien pensados serían sus nietas que se había decidido a
hacer un recorrido con el abuelo y para otros, entre los que me incluía, a esos
moteros les costaría su buen dinero disponer de un fin de semana de tan jovial
compañía, pero la realidad es que con su belleza y sus tipos esculturales
contribuían a realzar todavía más la espectacular concentración. La diferencia más significativa era en los cascos, todos ellos
integrales, eso sí, pero tuneados al antojo de cada uno, incluso había un stand
que por cincuenta euros se ofrecía a hacerlo en un plazo no mayor de tres horas
y hasta si lo querías te lo llevaban a casa ofreciéndote una amplia gama de figuras
y colores para poder escoger el que más te gustase o fuera acorde con tu mono.
Otro aspecto que llamaba la atención era el color de la piel de prácticamente
todos los participantes, era un moreno producto de muchas horas de exposición
al sol, posiblemente porque muchos de los presentes practicaban con asiduidad
deportes en el sur de España, tanto el golf como el Windsurf que les provocaba
ese envidiable color.
Una
insistente llamada a través de todos los altavoces mediante el sonido de una
potente sirena advertía a todos que fueran arrancando sus motos en espera que
se diera la salida y como el número era tan importante se recomendaba que se
guardase un cierto orden y fueran saliendo según les indicasen los miembros de
Protección Civil. Poco a poco las motos comenzamos a avanzar y fuimos paseando
por todo Madrid ante la visión sorprendida de cientos de miles de curiosos que
nos miraban con envidia. También eran numerosos los espectadores que disparaban
sus cámaras de los móviles queriendo inmortalizar el paso de tantas Harleys
juntas por el centro de la capital. El aspecto del Paseo de la Castellana hasta
arriba de motos resultaba muy bonito y todavía lo era más, la Plaza de Cibeles
rodeada por tantísimo vehículo de dos ruedas que hacían la curva lentamente e
iniciaban la subida hasta la Plaza de la Independencia y desde allí continuar
por distintas calles hasta desembocar en la M-30, posteriormente en la M-40 y
finalmente tomar rumbo hacia Segovia por la carretera de La Coruña.
La subida al puerto de Navacerrada con un día
soleado como fondo, fue impresionante y en el amplio parking del Puerto, donde
en invierno dejaban sus coches los amantes de la nieve, hicimos nuestra primera
parada y disfrutamos durante un par de horas de las magníficas vistas desde la
terraza de un conocido bar de la zona y nos metimos entre pecho y espalda un
maravilloso bocadillo de jamón que nos supo a gloria. La bajada lenta por la
zona de las siete revueltas, nos hizo deleitarnos con la belleza de aquellos
paisajes y continuamos nuestro camino
hasta la Granja de San Ildefonso donde hicimos otra parada y finalmente
llegamos a Segovia donde instalamos nuestra exposición itinerante de Harleys
justo debajo del Acueducto. Nos hicimos y nos hicieron cientos de fotos,
comida, café, siesta y ducha en el Parador y a las seis nueva ruta, esta vez
andando para conocer, con la ayuda de unos cuantos guías, las maravillas de
esta ciudad castellana. Comenzaba a hacer frío cuando volvimos a nuestro lugar
de residencia y allí se organizó una fiesta con cena buffet y baile hasta altas
horas de la madrugada. En el sorteo me tocaron un par de guantes que parecían
hechos a mi medida y que me venían muy bien porque llevaba unos de lana que
parecía que abrigaban más de lo que decían y estos aparte de ser más largos
iban forrados de una especie de gamuza especial que los hacía muy acogedores.
Durante
el baile me senté en una mesa con un grupo de Médicos, concretamente cuatro con
sus respectivas parejas, que venían desde La Coruña y lo pasamos francamente
bien. Hablamos de la Medicina en España, ya se sabe que en cuanto se juntan dos
Médicos solo se habla de Medicina, de cómo estaba la situación y si
en Madrid parecía que estaba mal, por lo que ellos contaban era mucho peor en
provincias donde las injerencias políticas era el pan nuestro de cada día.
Estuvimos de cháchara más de tres horas y también en esa mesa tuve oportunidad
de conocer a la Dra.Vorovian que era una Médico Adjunto de Anatomía Patológica en la Residencia de la Seguridad Social Juan
Canalejo de La Coruña y con la que muy pronto entablé una conversación fluida .
La Dra. Cristina Vorobian Yulev era española, ella había nacido aquí,
concretamente en Barcelona, pero sus padres eran rusos que habían tenido que
salir de su nación por motivos políticos.
Cristina
creció en la capital catalana y a los diez años su familia se trasladó a La
Coruña, el padre era ingeniero textil y lo contrató Amancio Ortega para su
fábrica en Arteixo. La fórmula para convencerle fue sencilla, aumento de
categoría, aumento de sueldo y pagarle, además de un coche de los conocidos
como de alta gama, el alquiler de una vivienda en la ciudad a escasos
kilómetros de la fábrica del empresario textil más conocido no solo en Galicia
o en España, sino en Europa y hasta en todo el mundo. Sus famosísimas tiendas
Zara habían surgido como churros por todas partes y rara era la ciudad en la
que no hubiera una tienda con el emblema característico de la firma gallega. El
hecho de haber crecido tan rápidamente
era la razón por la que necesitaban gente experta en la fábrica y por eso fue contratado el padre de Cristina.
Ella tenía entonces diez años y muy a su pesar tuvo que dejar Barcelona y
cambiarse a una capital del norte de Galicia dejando atrás a sus amigas del
colegio con las que se llevaba muy bien y
según me explicó, ya digo que estuvimos casi toda la fiesta juntos,
entró en La Coruña llorando y, como le ocurre a mucha gente, a los pocos meses
no se acordaba prácticamente de su época anterior y no digo que saliera
llorando porque todavía seguía viviendo allí.
Era
una mujer feliz y a los dieciocho años se fue a estudiar a la Universidad de
Santiago, el primer año se desplazaba todos los días en autobús, al fin y al
cabo parece que está muy lejos pero tampoco es tanto, la misma distancia que
desde Villalba hasta Madrid, pero después de obtener unas brillantes notas en
primero de Medicina, consiguió que su padre la dejara vivir en Santiago durante
todo el año, aunque los fines de semana se volvía a su casa como cualquier otro estudiante.
Siguiendo las técnicas que le habían enseñado en el colegio para estudiar
asimilando correctamente los conocimientos, en Santiago obtuvo unas brillantes
notas en todos los cursos de la carrera. Todo el mundo decía que Medicina era
muy difícil y que había que estudiar mucho además de poseer una inteligencia
por encima de lo normal, sin embargo para Cristina no lo fue tanto. Eso sí, iba
a clase todos los días sin perderse ni una, tomaba los correspondientes apuntes
que luego pasaba a limpio por la tarde en el piso que compartía con tres amigas
y estudiaba todas las tardes hasta las siete o siete y media en que salía a
tomar unos vinos en la calle del Franco y alrededores donde había tantos bares
como portales y un ambiente estudiantil muy apetecible. Cenaba siempre en casa
donde las cuatro amigas presumían de sus habilidades culinarias, sobre todo,
Izaskun que como buena vasca era una auténtica aficionada a la cocina. No solo
se encargaba de hacer unos platos primorosamente presentados si no que le
encantaba ir a la compra con lo que rápidamente sus colegas de piso la
nombraron administradora de todos sus gastos mensuales. Carmen y Adela, las
otras dos chicas que vivían en el piso, solían volver todos los fines de semana
cargadas de productos de sus respectivas huertas, una venía de una aldea en la
provincia de Pontevedra y otra de un pequeño lugar de la provincia de Lugo y la
que más dinero aportaba era Cristina, pero cada uno con lo suyo, se organizaban
bastante bien y no había problemas importantes entre ellas. También es verdad
que Carmen y Adela vivían en la misma habitación mientras que Cristina e
Izaskun lo hacían en habitaciones independientes, con lo que si dejaban ropa u
otros objetos sin recoger, no se mezclaban con lo de las otras. Tenían una
serie de obligaciones que cumplían a rajatabla, sobre todo la limpieza de los
cuartos de baño, cada día le tocaba a una y la lavadora y la plancha que les
tocaba cada cuatro días. Era un poco rollo pero la otra solución era contratar
a alguna persona y la economía de las estudiantes tampoco era tan boyante como
para permitirse esos lujos.
Cristina
completaba sus ingresos dando dos horas diarias de clase de ruso en una
academia situada en el centro de Santiago con lo que perdía poco tiempo en los
desplazamientos. Alguna vez había pensado renunciar a esas clases pero le
suponían “un dinerito” que nunca viene mal.
Los
cursos académicos iban pasando muy deprisa, las calificaciones seguían siendo
más que notables y en cuarto entró como Asistente Voluntaria en el Departamento
de Anatomía Patológica del Hospital Universitario de Santiago donde no cobraba
pero se podría decir que se lo cobraba en especies porque su cargo, en
principio dedicada a recoger muestras por los diferentes servicios, le
proporcionaba múltiples amistades entre los encargados de cátedras y personal
interino que siempre era una ayuda para los exámenes finales.
En
todos esos años, según me contó tuvo infinidad de amigos y compañeros de
facultad, pero de ahí no pasó. Alternaba en los bares y no lo pasaba nada mal.
Muchos en aquella época la conocían como “la rusa” y aunque ella explicaba que
era tan española como la que más, su aspecto no contribuía a hacer creíble esa
versión.
-
¿Tú tuviste muchos amores en la carrera? – me
preguntó directamente.
-
Se que es difícil
de creer pero no tuve ninguno porque aunque parezca mentira – me reí antes de
decirle la verdad – yo creo que cuando nací ya estaba enamorado de la que
durante muchos años fue mi mujer
-
¿Y ahora ya no lo
es?
-
No
-
¿Y eso?
-
Cosas que pasan.
Por una serie de razones que ahora no vienen al caso, tuve que irme a trabajar
a Inglaterra y allí se enfrió todo
-
¿Tienes hijos?
-
Dos chicas, una
de veinticuatro años y otra de veintiuno ¿y tú?
-
Yo no. Cuando
vivía con mi antiguo novio alguna vez lo pensamos pero me da la impresión que
él ya estaba pensando en irse a Madrid y supongo que no tenía muchas ganas de
arrastrar a toda una familia y no tuvimos ninguno.
-
Tus hijas ¿viven
contigo?
-
No, la mayor vive
con el novio y la pequeña con su madre.
-
¿y que tal?
-
Mal, para que te
voy a decir lo contrario. Me separé hace cerca de diez años y desde entonces de
vez en cuando veo a mis hijas, pero mi mujer rehízo su vida, se casó con su
Jefe del Gabinete de Psicología con el que ha tenido un hijo y no he vuelto a
hablar con ella desde entonces
-
¡De verdad que
hace diez años que no hablas con la madre de tus hijas! No me lo puedo creer
-
Pues es la verdad
– me recosté sobre el respaldo del cómodo sillón en el que estábamos sentados –
hablo una vez al mes con mis hijas a través de Skype, pasan temporadas conmigo
en Londres y eso es todo.
-
Chico, todo eso
es muy raro ¿no te parece? – bebió de un trago el segundo zumo de naranja y
después de confesarme que no le gustaba el alcohol, continuó - ¿y no te apetece
saber como está o que es de su vida, no se, perder el contacto definitivamente parece como
muy fuerte porque no te puedes olvidar que es la madre de tus hijas
-
Y mi pareja
durante cerca de treinta años
-
Peor me lo pones
-
Si quieres que
sea sincero contigo te diré que estoy disfrutando de un año sabático en España
y he venido con la intención de hablar con ella y hacer lo que tú dices, pero
según mi hija la pequeña que vive con ella, no quiere oir ni saber nada de mí.
Dice que me he portado muy mal y que la deje en paz.
-
¿Y es verdad?
-
¡Que se yo! – me estaba poniendo especialmente
serio y sin darme cuenta le estaba contando mi vida y todo mis sentimientos a
una motera que acababa de conocer en una concentración - ¿Qué te parece si
bailamos?
-
No quieres hablar
de esto ¿no?
-
No
-
Entonces es que
en una parte muy importante, yo diría que en toda, te consideras el culpable y
ahora vienes a intentar arreglarlo después de tantos años
-
Será eso – me
puse en pié interrumpiendo bruscamente la conversación – mañana será otro día,
ahora vamos a bailar.
La
pista de baile estaba llena de carrozas, no estoy seguro pero creo que la
pareja más joven y creo que con enorme diferencia era la formada por Cristina y
por mí. La música era la adecuada para ese tipo de danzantes y así alternaban
pasodobles, salsa y ritmos cubanos con Paquito el Chocolatero provocando las
risas de todos los presentes. En un momento determinado cesó la música y a través
de los altavoces se anunció el sorteo de la moto, que era el premio más
esperado por todos y la suerte fue a parar a una pareja de moteros de Toledo
que lo celebraron dando saltos de alegría y haciendo partícipes a todos los de
su mesa por lo que pidieron unas botellas de champán y brindaban felices, al
fin y al cabo una moto es una moto y una Harley de última generación había que
reconocer que era un auténtico regalazo.
Cristina
era una mujer de unos treinta y muchos, cuarenta años, rubia, con el pelo
corto, ojos azules de mirada entre penetrante y despistada, un poco más baja
que yo, pero tirando a alta, delgada con una cintura de las que antiguamente se
decía de avispa y muy simpática. Probablemente lo más llamativo era la pinta de
rusa, pero rusa, rusa, de esas de competición y una facilidad enorme para
contactar con todos los que le rodeaban tanto por su simpatía como por su
belleza. Tenía una dentadura blanca como pocas enmarcada en una boca de labios
jugosos y una sonrisa siempre a flor de piel. Hablaba un castellano con ese
deje gallego tan característico y no paraba de mover las manos como tratando de
convencer todavía más a sus interlocutores.
Enseguida
nos dimos cuenta, los dos, que éramos una pareja hecha a medida como si fuera
un traje de sastrería, ella insistía en que no se me notaba nada que vivía en
Londres mientras que yo sostenía la misma teoría en cuanto a su residencia en
La Coruña, aunque es verdad, para que vamos a andarnos con tonterías, que yo
tenía mucho menos acento gallego que ella inglés y del ruso ni hablamos porque,
según me contó, lo hablaba correctamente porque su padre desde muy niña le
obligaba a usarlo en casa como el idioma oficial de su familia, entre otras
cosas porque estaba convencido, cosa que no sucedió, que antes o después, se
volverían a su país de origen.
-
Era separada, bueno no se si separada porque
nunca me casé oficialmente pero si que viví bastantes años con un Médico
compañero desde que acabé la residencia y del que yo diría que me distancié
cuando él obtuvo una plaza de Ayudante de Cátedra de Cirugía en la Facultad de
Medicina de Madrid y yo me negué a acompañarle porque tanto mi vida como mi
profesión estaban en La Coruña, yo por aquel entonces ya era Médico Adjunto de
Anatomía Patológica y no era cosa de
perder mi trabajo así como así, o sea que él se fue y yo me volví a casa de mis
padres por un tiempo y luego me emancipé como todo el mundo que tiene esa
posibilidad
-
¿Hace mucho tiempo? – pregunté para ir poco a
poco sabiendo algo más de su vida
-
Siete años
-
¿Y desde entonces
no ha habido nadie que te hiciera tilín?
-
¿Quieres que te
diga la verdad?
-
Claro, para eso
te lo pregunto
-
He tenido varios
amigos, a lo mejor un poco más que íntimos, pero no tenía ganas de volverme a
ir con nadie porque me podría ocurrir lo mismo que con mi anterior pareja y no
estaba por la labor.
-
Ya – la miré
mientras apuraba mi segundo gin tonic de la noche – y sigues trabajando supongo
¿no?
-
Si, si –en sus
ojos se reflejaba una enorme ilusión por lo que hacía – ya se que ser microbióloga
es como muy raro, pero tengo un trabajo apasionante y no creo que lo deje por
nada del mundo.
-
Cuéntame una cosa
– llamé al camarero y le pedía otra copa para mí y un zumo de naranja para ella
– ¿se puede saber que hace una anatomopatóloga en un hospital aparte de analizar biopsias y
cosas por el estilo?
-
Andrés – Cristina
se reía de una manera de lo más atractiva - pero tú no me has dicho que eres
Médico ¿cómo me preguntas eso?
-
Si, soy Médico
pero me hice Cirujano Plástico hace un montón de años y la poca medicina que
sabía reconozco que se me ha olvidado.
-
No será para
tanto – mi acompañante me miraba no teniendo la certeza de si la estaba tomando
el pelo o hablaba en serio – hay cosa que no se olvidan nunca.
-
¿Qué te parece si
continuamos esta conversación en mi habitación?
-
¿Tú crees que
vamos a hablar mucho?
-
Seguro que no.
CAPITULO
31.-
La
noche fue interminable e inolvidable. Los dos hacía tiempo que no tenían pareja
estable y necesitaban no solo satisfacer sus apetencias sexuales, si no sentir
algo más y eso había ocurrido de tal manera que no tenían mayor interés en que
pasara ese momento y por todos los medios trataban de perpetuarlos, pero eran
cerca de las diez de la mañana y mientras se duchaban era muy posible que el
desayuno se terminase. Habían intentado que se lo subieran a la habitación pero
no lo habían conseguido – lo siento Señor - le había contestado unan señorita
con una voz muy agradable- pero tenemos tantos pedidos que nos es imposible
atenderlos a todos con lo que tuvieron que bajar al salón donde, en el que
servían los desayunos, había un buffet exclusivo para moteros en el que estaba
incluido tanto dulce como salado y las diferentes bandejas llegaban llenas cada
dos minutos y desaparecían como por encanto entre los comensales que con sus
monos estaban dispuestos a subirse a sus motos respectivas para regresar a su
lugares de origen.
Llegó
el momento definitivo de la partida, aunque en la habitación ya habían tenido
el primer asalto y ambos se subieron en sus respectivas motos tomando, Andrés
el camino de Madrid y Cristina el de La Coruña. Sin embargo al llegar al peaje
Andrés decidió que a él le daba igual llegar antes o después a a su destino y
nada más llegar tomó el desvio a la capital gallega, aceleró la Harley y en
lugar de a cien por hora que era la velocidad habitual se puso en ciento
treinta y cerca de Benavente vió en el horizonte la silueta de Cristina por lo
que poco a poco fue acercándose hasta llegar a su altura. La Doctora
ruso-coruñesa había advertido la presencia de una Harley que se acercaba muy
deprisa hacia donde ella estaba, pero nunca se pudo imaginar que sería Andrés el motero que había conocido
la noche anterior el que la perseguía. Aceleró un poco para valorar la
velocidad media y a pesar de todo a los pocos metros las dos motos se pusieron
en paralelo y fué Andrés el primero que le guiño un ojo y le hizo señas para
que se parara en el primer desvío. Una vez aparcadas las motos en una pequeña
área de descanso y retirados los cascos, ambos se besaron como si hiciera años
que no lo hacían.
- Andrés ¿tú estás loco? - logró preguntar
Cristina en un segundo en que sus labios se separaron
- Estoy loco, es verdad pero loco por tí y
dentro de un rato me vuelvo a Madrid y perderé muy poco tiempo-
Se
volvieron a besar y así permanecieron durante unos minutos tumbados en la
hierba como si el tiempo se hubiera detenido o por lo menos los dos quisieran
que se detuviese, pero la vida es la
vida y sobre todo ella que era la que al día siguiente tenía guardia en el
Hospital, no tuvo mas remedio que despedirse, ajustarse el casco y continuar su
camino.
- Ni se te pase por al cabeza seguirme porque
mañana no llego a a mi trabajo y me matan mis colegas.
- No te preocupes que a partir de ahora te
seguiré solamente por Skype – sonrió Andrés - ¿a que hora nos conectamos?
- No lo sé, pero a partir de las ocho de la
tarde de mañana te llamo
- Y hoy ¿no voy a saber como has llegado?
- Tranquilo que si no es muy tarde te llamo y
en caso contrario te pongo un mensaje.
- Adiós y vete con cuidado
- Adiós, hasta pronto.
Durante
diez largos minutos Cristina continuó su
camino hacia La Coruña y sin dejar de
mirar por el espejo retrovisor por si la seguía Andrés, pero como era natural
esa situación no se produjo, por lo que Cristina aceleró y en pocas horas
estaba en su casa.
Andrés
tardó un poco más porque notó como el embrague no funcionaba correctamente por
lo que se paró en un área de servicio, llamó al servicio de atención al cliente
y en pocos minutos tenía allí un mecánico quien después de revisar el recorrido
convino con Andrés que tenía un pequeño fallo por lo que se lo cambió sobre la
marcha y en poco más de una hora pudo reanudar su camino sin ningún problema.
Cerca de las nueve de la noche llegó al parking de su casa después de evitar un
impresionante tapón que acumulaba los coches en todos los carriles de la
Carretera de La Coruña a su entrada en la capital de España pero dado el tamaño
de la moto y la habilidad del piloto, fue adelantando coche tras coche y en
poco tiempo estaba en la Plaza de España. Subíó a su apartamento y lo primero que hizo
fue conectarse a Skype para hablar con Cristina que curiosamente entraba en ese
momento en su casa y casi sin dar tiempo para saludar a sus padres oyó una
llamada en el ordenador y se encerró en su cuarto ante la sorpresa de los
padres que dada la cara de ilusión de su hija dedujeron, sin esforzarse
demasiado, que en este fin de semana había encontrado un nuevo amor. Estuvieron
esperando en el cuarto de estar cerca de una hora pero como la comunicación
continuaba y mañana tendría que madrugar decidieron irse a dormir y que al día
siguiente ya les contaría su aventura.
- ¿No te parece que vamos muy deprisa?-
preguntó Cristina después de casi media hora de conversación
- Yo no se tú, pero yo no paso de ciento
veinte.
- No digo en la moto Andrés – no pudo evitar
una carcajada – digo en nuestra relación. Nos hemos conocido anteayer por la
noche y ya hablamos como si lleváramos toda la vida juntos
- ¿Y te parece mal?
- No, no es que me parezca mal, no – Cristina
se adaptó un poco las sábanas – lo que pasa es que lo veo todo muy difícil.
Ahora estás en Madrid, bueno que tampoco está ahí al lado que estás a
seiscientos y pico de kilómetros, pero es que dentro de nada estarás en Londres
- Mejor – la interrumpió Andrés – a dos horas y
pico de avión.
- Ya – Cristina mantenía un significativo
silencio – pero la distancia es el olvido ¿no decía eso la canción ?
- Si eso decía, pero nuestro caso va ser
diferente, ya lo verás
- ¿Por qué?
- Tenemos Skype para hablar todos los días y los
fines de semana voy a verte ¿que te apuestas?
- Yo no me apuesto nada y ojalá sea como tú
dices pero reconoce que es complicado – Cristina como hacía siempre analizaba
en frío los acontecimientos que le iban pasando en su vida y esta vez no había
tenido ni tiempo de comentarlo con sus padres que eran, para ella, como
verdaderos amigos y en muchos casos confidentes de sus andanzas por el mundo,
pero la llamada de Andrés parecía como hecha a propósito para evitar esa
primera conversación - ¿sabes que por tu culpa no he hablado con mis padres al
llegar?
- ¡Como!
- Andrés manifestó su sorpresa con una cara que traspasó hasta los
límites de la pantalla - ¿cada vez que sales por ahí se lo cuentas a tus
padres? Pero ¿soy muy indiscreto si te pregunto cuantos años tienes?
- ¿No te lo he dicho?
- Creo que no, en todo caso si me lo has dicho
no me acuerdo.
- Pues tengo treinta y ocho ¿te parece bien?
- Todo lo tuyo me parece bien – Andrés se
acomodó en el sillón y bebió lentamente una Coca-Cola con abundante hielo –
pero todo lo que conozco y por lo que veo hay muchas cosas de tu forma de ser
que no las he descubierto todavía
- Tampoco soy tan rara ¿o tú crees que si? -
Cristina sonrió con aquella alegría que
había cautivado a Andrés a las primeras de cambio
- Supongo que no, pero eso de contarle a tus
padres todo lo que haces suena a raro en pleno siglo veintiuno y más en el caso
de una mujer como tú que durante algunos años has sido independiente ¿no te
parece?
- Si – Cristina se puso seria – ya se que es
raro, muchas amigas me lo han dicho pero yo creo que no. Posiblemente si que
sea extraño que me lleve tan bien tanto con mi padre como con mi madre pero es
una situación que ha sido así desde que era muy pequeña. Nosotros somos tres
hermanos, Fernando e Iván que son mayores que yo y después de varios años nací
yo con lo que era la mas pequeña con casi diez años de diferencia con mis
hermanos y encima niña con lo que para mis padres fuí como un regalo del cielo
y siempre he estado como muy protegida, pero si piensas que tenía diez años
menos que mis hermanos posiblemente resulte más fácil de entender. Luego, con
el paso de los años, mis hermanos se pusieron a trabajar y yo me quedé con ellos
y al final me fuí con mi anterior novio, pero me dí cuenta que aquello no
funcionaba y me volví a lo que para muchos sería como un fracaso y para mí era
volver a mi casa.
- Y mientras vivías con tu novio ¿también les
contabas todo?
- Naturalmente – en la pantalla del ordenador
volvió a aparecer la cautivadora sonrisa – hablaba con ellos más de media hora
diaria y por supuesto que les contaba todo, como no, ¿tú crees que hay alguien
en el mundo que te pueda aconsejar mejor que tu padre o tu madre?
- Dicho así no me parece ni bien ni mal, pero
estarás de acuerdo conmigo en que resulta un poco raro. Por ejemplo – Andrés
preguntó con la absoluta certeza de no conocer la respuesta – ¿le vas a contar
lo nuestro?
- Claro y seguro que se encontrarán tan ilusionados
como yo.
- Pero ¿les vas a contar todo, todo, todo?
- ¿Hay algo malo que no se pueda decir?
- No se – por la cabeza de Andrés pasaron
varias imágenes de sus hijas y no se podía imaginar la situación que cualquier
día llegara cualquiera de las dos y le dijera que había estado con un chico que
había conocido esa misma tarde y que se
había acostado con él ¿estaba preparado para esa situación?¿tenía la suficiente
confianza como para que se lo contaran? Era absurdo negar la evidencia pero una
cosa era la realidad y otra cosa es que lo fueran contando por ahí. Bueno por
ahí en el caso de Cristina no, porque se lo contaba a sus padres, pero en el
fondo le daba envidia el grado de confianza al que había llegado. Andrés no
tenía ni padre ni madre desde hacía muchos años y nunca había tenido esa
oportunidad pero desde luego entre sus amigos no era una manera de actuar de
las distintas familias, se contaban cosas pero se dejaban para la intimidad
otras que se acumulaban en el apartado de experiencias personales y no se
salían de su envoltorio por los siglos de los siglos.
- Andrés, Andrés, ¿estás ahí?
- Claro, lo que pasa es que me has dejado un
poco preocupado lo que me has dicho de contárselo a tus padres.
- ¡Que va! Al revés, les caerás muy bien, ya lo
verás.
- Bueno, bueno, si tú lo dices
La
vuelta a Madrid coincidió con las fiestas de San Isidro y Andrés aprovechó para
visitar la Plaza Mayor engalanada con motivo de su aniversario con flores y
guirnaldas de diferentes colores, degustó productos típicos de esa región de
España instalados en diferentes puestos, cada uno con su particular propaganda,
escuchó Zarzuelas donde comprobó que los chulapos siguen como siempre bailando
el chotis sin mover los pies de un
ladrillo
mientras ellas daban vueltas sin parar. Había vendedores de barquillos con sus
tradicionales ruletas, aguadores, la guardia de entonces y los tradicionales “
soldaos” que con osadía les decían a las chicas de servir si necesitaban un
novio para el fin de semana y requiebros por el estilo que eran tomados por
ellas como auténticos requiebros lo que provocaba sonrisas y miradas
disimuladas. En el mercado de San Miguel, Andrés probó la auténtica sangría
para turistas y con medio vaso reconocía que tenía una trompa como un Capitán
General y con su gorrilla de chulapo con sus cuadros negros y blancos , creo
que se llama palmusa o algo así, se acercó a un grupo de señoras mayores
ataviadas con sus trajes de madrileñas y alguna que otra vestida de goyesca que
disfrutaban de la fiesta y consumían abundante horchata y vino de Madrid
piropeándolas como un madrileño más.
Aprendió a bailar el chotis y finalizó con una
pasodoble haciendo de pareja de una rubia, oronda, con los mofletes como si se
los hubiera pintado con una gran cantidad de colorete que insistía una y otra
vez en que a ella no la esperaba nadie en casa y tenía un caldo de gallina que
al que lo probase se le iban a hacer las tripas agua. Andrés le agradeció el
detalle pero salió de allí haciendo “fu” como los gatos. Se dio una vuelta por
la Pradera de San Isidro y tuvo
oportunidad de degustar las famosas pastas, las listas y las tontas y acabó,
muy avanzada la noche, tomando chocolate con churros en San Ginés en unión de
los componentes de la peña “Los gatos” que se esforzaban en cantar y bailar
como queriendo prolongar la noche mágica del Santo Patrón de la ciudad.
Al
día siguiente que amaneció radiante como pocos, reinició sus ejercicios de
“jogging” por los aledaños de la Gran Vía, el Retiro y vuelta por la calle de
Goya, los Bulevares, calle de Princesa y a la ducha que había sudado más de lo
habitual. Parece mentira como se puede notar tanto dejar de hacer ejercicio dos
días, pero era así y poco a poco tendría que recuperar su condición física que
se encontraba discretamente alterada, con tanta comida y las interminables
copas que no eran lo más apropiado para un corredor de tantos años de
experiencia.
Degustó
una comida que le había dejado preparada su asistenta y se tumbó cuan largo en
un sillón, con un café con hielo y su inseparable copa de coñac después de las
comidas. Estuvo leyendo durante una hora aproximadamente un ensayo sobre la
evolución del cambio climático y a continuación se fue al cine donde comprobó
que las películas españolas habían mejorado espectacularmente en cuanto a
medios e inversiones económicas, pero seguían conservando los argumentos de
siempre con la guerra civil como telón de fondo y los episodios ocurridos
durante ese desgraciado período de tiempo. Le pareció una película entretenida,
con un buen final y que había conseguido su objetivo que era entretenerle
durante un par de horas. No tenía ganas de copas y se volvió a su casa para
conectarse con Estefanía previa preparación de un sándwich de jamón y queso
y con la que estuvo hablando cerca de
una hora y después se metió en la cama y
termino de leer el ensayo que había comenzado al mediodía.
Mientras
intentaba dormirse analizó los cinco meses y pico que llevaba en Madrid y llegó
a la conclusión que habían sido muy productivos. Tuvo mucho tiempo para pensar
en Carmen y en la ruptura definitiva de su amistad, en la nueva unión que había
conseguido establecer con sus hijas, sobre todo con la mayor, por supuesto
también pensó en Estefanía, su nuevo amor que podría llenar todo el tiempo que
le faltaba para volver a Londres. Por un segundo y como una estrella fugaz se
atravesó en sus pensamientos Jane Chesterplace y en ese momento se percató que
no tenía nada claro si volvería a Londres, si volvería con ella, si seguiría
como un soltero de oro, si continuaría su relación con Estefanía e incluso se
replanteaba si volvería siquiera a Londres o quedarse en Madrid e intentar
reanudar su vida como Cirujano Plástico, esta vez con una más que probada
experiencia en operaciones de cirugía estética. Se quedó dormido como si
estuviera tumbado en el agua de un mar
de dudas y todas ellas sin resolver. Tiempo tenía todavía para tratar de
desenredar esa madeja y los días que iban pasando casi sin darse cuenta serían los que determinasen
finalmente su futuro.