domingo, 23 de octubre de 2011

LA GRAND PLACE 3º CAPITULO

Queridos blogueros: Aunque parezca mentira no he sido yo el que ha cambiado la letra, entre otras cosas, porque no tengo ni idea como se hace, pero como no queda mal, no tengo que avisar a mi asesor informático que es mi hijo Tito.
Bueno, aquí estoy otra vez con un nuevo capítulo de la Grand Place, este es el 3º y queda un 4º para finalizar esta novela. Estaréis de acuerdo conmigo que está editada en el momento oportuno, justo cuando la ETA dice que se retira definitivamente de la lucha armada como ellos le llaman y de hacer acciones terroristas como decimos todos los demás. No se puede saber si es verdad o no, el tiempo lo dirá, pero algo es algo.
He decidido que todos los fines de semana voy a publicar algo, o sea, que tenemos blog para rato, porque, como os decía el otro día, aparecen escritos como churros y encima estoy escribiendo mas cosas
Como siempre sigo esperando vuestras opiniones que me vienen muy bien para que mi ego se mantenga como hasta ahora.
Un abrazo y hasta el próximo fin de semana
Faustino Belascoaín, el Tío Tinoo simplemente Tino para los amigos


CAPITULO 3.-

Desde los primeros instantes después de la tragedia de Hipercor que le había costado la vida, no solo a Patricia, su mujer, Sino también a cuatrocientas y pico personas más, la policía y los periódicos manejaban la tesis que los implicados eran un chico y una chica a los que habían visto salir corriendo desde la planta de niños, donde habían instalado el potente artefacto explosivo, y a tenor de las investigaciones el cerco se iba cerrando y parecía existir la casi total evidencia que los asesinos eran Gorka Iruin, de 36 años, residente habitual en el País Vasco francés, del que había desaparecido una semana antes del atentado sin que hubiera vuelto, a pesar del tiempo transcurrido e Idorne Zabala, de 26 años y compañera sentimental de Gorka.

Antonio había asistido a muchas reuniones de ETA pero en ninguna se respiraba un ambiente tan exaltado y nacionalista como en aquel mitin.

El odio irradiaba por la piel de, absolutamente, todos los oradores que rigurosamente de luto y con la cara cubierta con pasamontañas, arengaban a la audiencia, compuesta básicamente por jóvenes, no solo a la desobediencia civil sino también a destrozar todo aquello que tuviera el más mínimo tufillo a español. Los Vascos, decían, somos un pueblo y como tal no podemos consentir que el ejército invasor nos impida desarrollarnos como tal. Es necesario acabar con él y para ello todo vale: desde el impuesto revolucionario hasta el tiro en la nuca porque ellos son los que están pisoteando nuestros derechos.

La multitud, compuesta por unos treinta mil personas, no cesaba de corear cánticos radicales y la famosa frase de “ETA mátalos” se repetía con frecuencia. El corazón de Antonio latía a mil por hora, pero tampoco en aquella ocasión tuvo ninguna noticia de su perseguido. Parecía como si se lo hubiera tragado la tierra. Sin embargo, Antonio no perdía ni el tiempo ni la paciencia; sabía que, antes o después, aparecería y lo importante era estar preparado.
Dedicó casi un año a la compra de armas y estableció un auténtico arsenal en el sótano de su casa a base de comprar en lugares lejanos para evitar ser reconocido y hacer fracasar su ambicioso plan.
Uno de los rifles con mira telescópica lo había comprado en Honduras. En pleno mitin independentista, Antonio se acordó, con cariño, de los días pasados en la selva hondureña, donde se había apuntado a Médicos sin Fronteras y se había visto inmerso en un programa de la ONU de ayuda a los países más deprimidos de Centroamérica. ¡Que curioso! sus amigos decían que desde la muerte de su mujer, Antonio se había vuelto mucho más humano y hasta se apuntaba a organizaciones benéficas para contribuir con su saber a mejorar las condiciones de vida de sus semejantes. ¡Si supieran la realidad de las cosas!
A las dos semanas de permanencia en la selva hizo amistad con un soldado del frente revolucionario al que ofreció, nada más y nada menos, que 5.000 pesetas si conseguía ponerle en contacto con alguno de sus jefes. El soldado, de nombre Manuel Vargas, tardó solamente unas horas y se personó en el dispensario:

-D. Antonio: Que dice el Comandante que vaya al Valle de Sarpungo mañana por la mañana, que pregunte en la taberna de Eduardo y ya le darán las instrucciones precisas ¿de acuerdo?

- Gracias, Manuel, no sabes cuanto te lo agradezco.

- No se preocupe, D. Antonio – Manuel puso el sombrero para que introdujese el dinero y una vez conseguido se lo puso en la cabeza y con un gesto de complicidad añadió – ya sabe usted que los guerrilleros estamos para ayudar a lo que haga falta. Si necesita algo más me lo dice que ya verá como Manuel Vargas lo soluciona. ¡Ah! Y vaya solo porque seguro que lo estarán vigilando por si se trata de una emboscada.

- Gracias, otra vez Manuel por tus consejos y no tengas cuidado que iré solo y en cuanto reciba la mercancía me vuelvo al dispensario.
Al quedarse otra vez solo, Antonio se movió inquieto en la silla; iba a meterse en el corazón de la selva hondureña, con un “jeep” que él había aportado a Médicos sin Fronteras, solo y con casi medio millón de pesetas en el bolsillo ¿no le obligarían a entregar el dinero y volverse con las manos en los bolsillos? Era una posibilidad, pero tenía que asumir el riesgo y para eso había estado trabajando el mes anterior.
Todos los días finalizada la consulta privada, se encerraba con llave y pasaba horas y horas introduciendo los billetes por debajo de la tapicería delantera del asiento del conductor, levantando solamente dos centímetros y por ahí iba introduciendo, billete a billete, el medio millón que había conseguido, en unos meses, de los enfermos privados que acudían a su consulta privada. A continuación reponía la tapicería y se sentaba media hora para moldear el asiento. Al día siguiente repetía la operación y así consiguió un escondite perfecto.
Atento como estaba a posibles vigilancias y para evitar atracos, se dedicó a decir a todos los del campamento que al día siguiente iría a investigar las minas del valle de Sarpungo y que por la noche estaría de vuelta.
A las seis de la mañana se levantó, se duchó, se ajustó sus botas de andar por el monte, se abotonó la camisa y los pantalones vaqueros, se caló un sombrero de ala ancha y depositó una mochila en el asiento del conductor y arrancó lentamente el “jeep”. Al principio, estaba preocupado, pero con el paso de los minutos y de pasar la mano varias veces por la tapicería y apreciar que el escondite era perfecto, se tranquilizó.
La pista estaba razonablemente bien asfaltada y era ancha, pero, poco a poco, se fue haciendo más estrecha dificultando, aun más si cabe, la conducción. En varias ocasiones tuvo que pararse y consultar un mapa y a pesar de todo había alcanzado un punto en que se encontraba absolutamente perdido. Por la brújula parecería que debiera ir por el camino de la derecha sin embargo el de la izquierda parecía como más directo hacia un amplio valle que abría sus puertas sin ningún pudor; lleno de amapolas, parecía como si una bandera roja quisiera recibirle.
En estas disquisiciones estaba cuando notó un sonido metálico, como un clic, a unos pocos centímetros de su cabeza. Trató de reaccionar instintivamente, pero una voz ronca y autoritaria le recriminó:
- Estese completamente quieto y no haga ningún movimiento extraño porque le organizo “una balasera” que le vuelo la tapa de la sesera

- Bien, bien, no se preocupe que no haré nada que ponga en peligro mi vida

Antonio obedeció ¡qué remedio! Y respiró aliviado cuando su secuestrador, o lo que fuera, le dijo que pertenecía a la guerrilla hondureña y que estaba realizando un ejercicio de vigilancia para su unidad.

Antonio le explicó que iba en busca del Comandante Contreras a lo que el guerrillero comentó que cuales eran sus negocios y le contestó que su idea era comprar armas, sobre todo un fusil con mira telescópica y alguna munición.

¿ Y para eso hace falta que hable con el Comandante ¿ yo le puedo solucionar el problema y le ahorro sesenta km de mal caminar por la selva ¿de acuerdo?

- Yo quiero un fusil Kaleinikoff con mira telescópica de 75 y balas de amplio margen. Lo demás, no me vale para nada – Dijo Antonio mientras deslizaba su mirada por un viejo subfusil que el guerrillero se había colgado al hombro.

- No se preocupe, Jefe, que de eso tengo yo, pero ¿cuánto ofrece?

Antonio echó mano de la mochila y extrajo un fajo de billetes de mil que los había preparado por si era víctima de un atraco.

- Te ofrezco veinticinco mil pesetas que es mucho más de lo que ganarás hasta que te mueras, suponiendo que vivas muchos años ¿de acuerdo?
- Trato hecho. Dame el dinero y en media hora tienes aquí la mercancía.

- ¿Y como se que no me engañas?

- De ninguna manera ; tienes que fiarte pero si yo te digo que ahorita mismo te traigo una Kaleinikoff 75, puedes estar seguro que te la traigo.

Antonio le dio el dinero y el hondureño aficionado a guerrillero desapareció a través de la tupida vegetación. Casi no tuvo tiempo de valorar la situación porque enseguida apareció el indígena con una especie de figura de madera de ébano y en su interior, bien disimulada, iba el fusil que le ayudaría en su lucha contra el destino.

Pasó por Barajas sin ningún problema y ya en el sótano de su casa, en Burgos, pudo palpar su impresionante cañón.

martes, 18 de octubre de 2011

LA GRAND PLACE CAPITULO 2

Hola blogueros: Estoy pensando que casi estaba pensando que debería decir blogueras porque sois tres mujeres las que leéis esto y dos señores ¿quienes serán? yo como lo se ¿y vosotros? En fin, espero que alguien mas se pique y me escriba que es lo que quiero. A vosotros, a mis queridos blogueros/as os mando otro capitulo de la Grand Place y siguiendo los consejos de Merce Gutierrez (ya os he dicho una ¿quienes serán los otros cuatro?)  lo voy a acortar un poco. En el fondo, mejor para mí porque así mis múltiples escritos, que son bastantes mas de los que yo pensaba, van a durar un montón, pero bueno de poco en poco las cosas saben mejor como los menús esos largos y estrechos de los chefs hispánicos que están tan de moda.
Como curiosidad os diré que estoy escribiendo una nueva novela que me parece que está quedando bastante bien, aunque ya os digo que estoy en las primeras hojas, pero tiene buena pinta. Lo bueno que tiene esto del blog es que me obliga a revisar un montón de cosas que tengo escritas por ahí y estoy descubriendo algunas que no tenía ni idea y me resulta curioso. Por eso es por lo que me interesa vuestra opinión porque yo hace tiempo que no tengo Abuela y si pongo lo que pienso de mi mismo, seguro que me paso y me doy el Premio Planeta del año que viene. Por eso os decía hace un momento que no tengo Abuela.
Queridos, queridas (en el mejor sentido de la palabra) hasta la próxima y ahí va otro trozo de la Grand Place y continuará en unos días.
Un beso para todos/as
Faustino Belascoaín, El Tío Tino, Tino o yo, lo que queráis.



CAPITULO 2

-        ¿Es la consulta del Dr. Vazquez?

-        Si señor, ¿qué desea? – La voz que preguntaba por el Dr. era bien moldeada, agradable y con un marcado acento vasco.

-        Soy el Dr. Iriarte y quisiera hablar con él personalmente.

La señorita Isabel, secretaria desde hacía varios años de la consulta de Neurocirugía del Dr. Vazquez conectó un interfono que tenía a la derecha de su mesa:

-        ¿Dr. Vazquez?

-        Si – Antonio contestó desde el interior de su bien amueblado despacho – Dígame –

-        Le llama por la línea dos el Dr. Iriarte ¿quiere que le pase?

-        Si, por favor y a partir de ahora no quiero ser molestado absolutamente por nadie. Si hay algún paciente citado llámele a su casa por teléfono y que venga otro día. ¿De acuerdo?

-        Sí señor; le paso la llamada.

Isabel pasó la llamada  y después de comprobar que no había ninguna cita pendiente, recogió lentamente todas sus cosas, se pintó los labios, se estiró un poco el pelo, abrió un armario del que sacó una trenca  gris, abrió suavemente la puerta del despacho y se despidió de su jefe con un leve movimiento de su mano derecha.

-        Adiós, me voy. No hay nada pendiente. Hasta mañana.

Antonio tapó el micrófono del teléfono con una mano y despidió a su secretaria con un lacónico hasta luego retomando la conversación con su interlocutor continuando con la toma de  notas en un bloc que tenía sobre el centro de su mesa.

-        Perdona, Iñaqui, pero me he perdido. Repítemelo otra vez; Se va por la carretera de Bilbao a San Sebastián y como en el Km. 36 hay un desvío que pone Vitoria, me meto por ahí y a unos 2 Km., hay otro, esta vez a la izquierda, que pone Vergara y por ahí voy a pasar por Lisurbil ¿seguro? Perfecto -  Antonio se guardó el apunte en el bolsillo de su pantalón – Miguel, espero verte pronto y agradecerte personalmente todo lo que estás haciendo por mí.

-        Nada, hombre, no te preocupes que los amigos estamos para eso, pero antes que vayas me gustaría charlar contigo un poco más y sobre todo intentar meterte en la cabeza que todo tu plan es una barbaridad. ¿Te parece que comamos juntos?

-        Bueno, hacemos lo que quieras, pero a partir del lunes no cuentes conmigo para nada.

-        Bien, bien, - Iñaqui Iriarte se movió incómodo en el asiento delantero de su coche – podíamos quedar en El Josechu a las diez ¿te  parece?

-        Muy bien, allí estaré -  Antonio colgó cuidadosamente el teléfono pegando un grito que retumbó por todo el despacho – seis años esperando, de ir y venir de aquí para allá, siguiendo miles de pistas y por fin ha llegado el momento -  Se estiró todo lo que fue capaz y elevando los brazos hizo el gesto de la victoria. Eufórico como se encontraba, salió del garaje, en su viejo Range Rover, tarareando una canción de Julio Iglesias y dando pequeños golpes en el volante.  Tenía treinta y cinco Kms. por delante hasta llegar al restaurante y calculó que estaría allí en unos veinte minutos.



Conducía despacio mientras su cabeza era un auténtico hervidero. Habían sido  varios años, ya no se acordaba ni cuantos, esperando para localizar a Gorka Iruin y miles y miles las horas dedicadas a él. Comenzó siendo un día entero a la semana, pero como sus investigaciones eran muy lentas, decidió que era mejor utilizar tres tardes a la semana y así asistiría al Hospital con regularidad. Todo había sido cuidadosamente planeado, excepto el tiempo. Lo primero fue dejar pasar unos meses, lo que fue perfectamente entendido por todos sus familiares y amigos como un período de aclimatación a su recién estrenada viudedad. Los cinco sentidos de Antonio Vazquez, el Dr. Vazquez, prestigioso neurocirujano, estaban en permanente alerta para que, en ningún momento, nadie pudiera pensar que estuviese planeando algún tipo de venganza que, por otra parte, a buen seguro no sería entendida. Mantuvo su Jefatura de Servicio en la Residencia de la Seguridad Social y eran muchas las tardes que se quedaba en el Hospital, consultando en su ordenador personal y anotando cualquier mínimo detalle que fuera útil para su objetivo final.

Como se desplazaba con cierta frecuencia a Bilbao, su secretaria de toda la vida comenzó a preguntarle y ante la posibilidad que pudiera entrever algo, decidió que por una temporada dejaba su consulta privada, total no le hacía falta nada y así la puso de patitas en la calle. Durante ese tiempo, utilizó el despacho como una oficina de información y al cabo de cuatro o cinco meses, retomó la actividad privada, pero ya con una nueva secretaria, Isabel, y con tan solo los lunes y los miércoles de consulta con lo que eran varias las tardes que disponía  con absoluta libertad. También los congresos fueron una eficaz tapadera de sus planes y ya habían sido doce o catorce las semanas que había pasado en el País Vasco mientras que sus conocidos, amigos y gente de su servicio pensaban que se encontraba ampliando conocimientos en alguno de los prestigiosos hospitales americanos.

Al principio fue especialmente difícil conseguir enfocar el camino de sus investigaciones y gracias a Iñaqui Iriarte, que por aquel entonces era Adjunto de Neurocirugía del Hospital de Cruces, pudo introducirse en el mundo de la izquierda vasca. Iñaqui había sido representante de los Médicos en un sindicato vasco y, después de algunos crímenes cometidos por terroristas sin escrúpulos, decidió abandonar cualquier alternativa política y dedicarse por entero a su profesión, lo que le hizo ser muy feliz, aunque seguía manteniendo contactos. Con uno de ellos Antonio llegó a tener bastante confianza  y su sorpresa fue mayúscula cuando Jon Idígoras le propuso como coordinador de ese sindicato en Castilla-Leon.
El tema era peliagudo porque se tendría que enfrentar a sus compañeros, pero le venía como anillo al dedo para su objetivo particular.

El Dr. Vazquez se volvió muy agresivo, intolerante y hasta chulesco y aunque todos sus conocidos eran conscientes de la tremenda desgracia que había padecido, muchos decían que, dado el tiempo transcurrido, no tenían porqué aguantar tantas tonterías, lo que hacía que su círculo se fuera haciendo más vicioso y a mayores criticas mayor cerrazón por parte de Antonio. Se volvió un ser absolutamente huraño, solitario, de difícil convivencia y totalmente hermético. Entraba y salía con mucha frecuencia, pero nadie conocía su paradero.

Sus primeros pasos fueron hacia las reuniones conjuntas con los sindicalistas de otras provincias y así entabló amistad con varios del Sindicato Vasco del Metal y fue invitado, en muchas ocasiones, a la Casa del Pueblo de Orio, donde discutían de todos los temas laborales, incluyendo manifestaciones y algaradas callejeras, distribución de panfletos clandestinos, amenazas telefónicas y toda suerte de argucias para levantar a las masas. En tres ocasiones fue detenido por la Policía y en una de sus estancias en “El Tribunal de las Causas Vascas” conoció  a Iñaqui  Gaztelubide, Médico como él y activista de ETA Politico-Militar desde hacía treinta años. Las largas noches en la oscura celda, desde la que, entre barrotes, se adivinaba una cálida luna, creó entre ellos una corriente de amistad que fue creciendo con el paso de los días. Ambos salieron en libertad el mismo mes y coincidieron en casa de Iñaqui muchos fines de semana.

miércoles, 12 de octubre de 2011

LA GRAN PLACE CAPITULO 1

Queridos blogueros: Que os creíais ¿que me había olvidado de escribir? Pues no, lo que pasa es que con tanta boda de sobrinos he estado un poco desconectado, pero ya estoy de vuelta.
Os tengo preparada una sorpresa, esta vez será en ese semigallego inventado por mi (tiembla Rosalía de Castro que voy!) pero todavía no está preparado. Está escrito pero lo tengo que cambiar practicamente entero, porque no es lo mismo tenerlo yo guardado en el ordenador que soltarlo por ahí en este blog que no lo lee casi nadie, pero basta que no quieras que se entere el susodicho para que lo lea toda la familia.
Pero, en fin, para eso, hay que esperar.
Ahora sigo con alguna novela de las que están escritas hace un montón de años, pero con el sistema este de copiar y pegar, todo es mucho mas fácil.
Ya que estoy metido en faena os tengo que comentar que mucho hablar, pero luego nada de nada. Todo el mundo iba a escribir aquí, yo estaba deseando que fuera así para valorar si os gusta o no todas estas historias, pero solo me contestan tres o cuatro fieles a los que naturalmente les estoy muy agradecidos, pero me gustaría que fuérais mas.
La novela que os mando hoy es de cuando la ETA estaba en todo su apogeo y se me ocurrió un día que estaba aburrido y menos mal que la historia se quedó ahí porque si dejo volar mi imaginación (esto no lo borro, pero tengo que reconocer que queda bastante cursi) todavía estoy dando vueltas por ahí.
Sigo sin saber si esto, me refiero a lo que os mando, se puede considerar una novela, un cuento, un ensayo o ¿esto que ...... es? Espero que alguien me saque de dudas. Por otra parte, lo he dividido en tres o cuatro capítulos por aquello que se haga como mas largo, pero lo podía poner todo de golpe, pero la intriga siempre queda bien.
Esta es en serio, pero la próxima os prometo que volveré a mis inicios y será mas divertida y con un poco de picantillo que, según uno se va haciendo viejo, nunca viene mal
Un beso de mi parte que ya no se si soy Faustino Belascoain, El Abuelo Tino, El Tío Tino o Tino sin mas




LA GRAND PLACE





F. BELASCOAIN.









LA GRAND PLACE

CAPITULO 1
La iluminación tenue, pero decidida, sobre los diferentes edificios que constituían la Grand Place de Bruselas ofrecía a los ojos de los muchos espectadores una sensación de haber cambiado de siglo, solamente alterado por el sonido de un saxofón, que desde una de las esquinas, desgranaba las notas de bellas canciones interpretadas por un músico negro de pantalones raídos, ojos enrojecidos por las drogas de éxtasis y pelos lacios recogidos en una trenza. A su lado un pintor japonés trataba de plasmar en un lienzo la amplia sonrisa de una chica rubia que posaba sonriente. Un grupo de turistas admiraba el excelente trabajo del novel pintor mientras sus oídos se alegraban ante los espirituales negros que interpretaba sin cesar el músico americano.

Separado unos metros del grupo, un individuo con aspecto distinguido, vestido de manera informal, pantalones grises, chaqueta azul y camisa crema, sin corbata, miraba absorto la imponente fachada del edificio del Ayuntamiento. Sus ojos se humedecieron cuando, cambiando de rumbo, enfocaron la terraza de la Taberna del Rey, incluso pareció que entre las mesas aparecía una figura de mujer, morena de edad media, francamente atractiva que parecía recabar su compañía.

Antonio no se movió de la posición que ocupaba en el lateral de la amplia y majestuosa plaza porque esa sensación la tenía sistemáticamente al pasar por todos los sitios donde había estado previamente con Patricia, su mujer, fallecida hacía ya casi diez años. El recuerdo de aquellos nueve años de matrimonio estaba siempre con él y se acrecentaba en lugares como aquel de la Taberna del Rey. No se acordaba con exactitud, pero, posiblemente, fue donde le propuso que se casaran. Habían pasado casi dos años de relaciones cuando ella se fue a Bruselas, porque así lo requería su trabajo como Secretaria Personal del Subdelegado de Agricultura en la Comunidad Económica Europea y al igual que él había sido destinado por espacio de un año que podría ser prorrogado dos más.
Antonio viajó durante este tiempo casi una vez al mes hasta Bruselas y aquellos largos e intensos fines de semana los recordaba con nostalgia. Sus largos paseos por los diferentes parques de la ciudad y sus largas noches tomando una cerveza en las terrazas de las estrechas calles que circundaban el centro histórico de la capital belga. Aquella situación se mantuvo durante casi dos años y para justificarse, quizá moral o personalmente, Antonio que llegaba el último viernes de cada mes en el avión de las cuatro de la tarde, decidió que mejoraría su formación en Neurocirugía asistiendo los sábados por la mañana al Servicio del Profesor Andrews en el Hospital Universitario de Bruselas. Al principio su escaso conocimiento del idioma le impedía aprovechar el tiempo, sin embargo, Patricia se ofreció como intérprete y así se pudo enterar de algunas cosas en las largas sesiones clínicas famosas en todos los ámbitos de la Neurocirugía Europea y la que asistían eminentes profesores que exponían, en un lenguaje sencillo, sus trabajos sobre traumatismos craneoencefálicos, lesiones medulares etc. A diferencia de todas las sesiones clínicas a las que había asistido hasta entonces, no solo en el Hospital 12 de Octubre de Madrid donde había completado su Residencia, sino también en la Residencia de la Seguridad Social “General Yagüe” de Burgos donde había conseguido una plaza de Jefe de Servicio hacía ya siete años, eran unas reuniones entre amigos y no existían, como en España, “piques” entre los diferentes asistentes y así intervenían de manera activa no solo los cirujanos sino también los fisioterapeutas, enfermeras e incluso los celadores que opinaban sobre aspectos tan concretos como el traslado del enfermo desde el quirófano a la habitación... etc.

Aquellos sábados por la mañana eran para Antonio, desde el punto de vista profesional, lo que el resto del fin de semana en su aspecto personal. Era el motivo de su vida durante el resto del mes; trabajaba, comía, dormía y desarrollaba su actividad diaria en función de los días que quedaban para volver a Bruselas. Incluso su carácter también sintonizaba en la misma onda y así los primeros días, después del fin de semana en Bruselas, eran excelentes con muy buen humor y enormes deseos de colaboración lo que se iba progresivamente diluyendo a lo largo del mes y volvía a resurgir según se acercaban las hojas del calendario al último fin de semana del mes.
Patricia, su mujer, era lo mejor que había encontrado en su vida, no solamente por sus interesantes atractivos, sino porque le había entendido a la perfección. Los nueve años vividos conjuntamente le habían supuesto, lo primero felicidad y lo segundo un auge profesional que se vio claramente truncado cuando la muerte segó bruscamente esta relación.
Cientos de noches sin dormir, miles de horas pérdidas en pensar lo absurdo de su situación, habían llevado a Antonio a un callejón sin salida. En los diez años transcurridos no-solo no había sido capaz de entender los motivos de aquel demencial atentado y porqué le tenía que haber tocado a él padecer la barbarie de unos locos que al grito de “gora Euskadi” mataban sin escrúpulos a gente inocente..........
Habían preparado con mimo la comunicación que Antonio iba a presentar en el Congreso Internacional de Neurocirugía y en la que demostraba que el nivel de su Especialidad se había visto claramente mejorado no solo en Burgos sino en las provincias limítrofes.
Como siempre, Patricia había controlado cuidadosamente la calidad de las diapositivas e incluso había escuchado a su marido seis o siete veces como si de un ensayo general se tratara y había opinado sobre la duración de la charla y cuando tenía que hacer énfasis para que los oyentes prestaran atención; incluso en esta ocasión había decidido que para los intervalos intercalarían diapositivas de la Catedral y del campo burgalés.
El día 29 de Mayo de 1993, nunca se le olvidaría esta fecha, después de despedirse de su mujer que, como siempre se había levantado para hacerle el nudo de la corbata y desearle suerte y tranquilidad en su presentación ante el resto de los colegas, había salido del lujoso hotel de Barcelona y en el autobús que transportaba a los congresistas pensó que si terminaba pronto volvería al hotel para comer con su mujer y por la tarde alquilaría un coche y se acercarían a La Escala, en la Costa Brava, que les habían dicho que era un pueblo de pescadores precioso que merecía la pena ser visitado.
Por razones de organización, la charla sobre “hematomas epidurales” del Dr. Vazquez Olmo, Jefe de Servicio de Neurocirugía del Hospital “General Yagüe” de Burgos, fue retrasada hasta las doce y media por lo que Antonio se armó de paciencia, escucho algunas comunicaciones interesantes, se paseó por los distintos “stand” comerciales y se detuvo especialmente en el de Prodesfarma que le pagaba todos los gastos en Barcelona.
Mientras tanto Patricia se había levantado y después de ducharse se había colocado unos ajustados pantalones vaqueros y un “body” que marcaba su bien contorneado busto, desayunó mucho mas de lo habitual pensando en que no comería y después de leerse un “Hola” entero, decidió salir a dar una vuelta para hacer tiempo hasta la llegada de su marido. En esta ocasión , el programa social para los acompañantes en el Congreso era una excursión a Sitges con vuelta a las seis de la tarde por lo que no se apuntó para poder acompañar a Antonio a la Costa Brava que a los dos les apetecía. Incluso la noche anterior habían planificado un corto itinerario marcando especialmente aquellos lugares que les habían dicho que eran dignos de ser visitados.
Patricia paseaba lentamente por la Diagonal disfrutando de la bondad del clima con un sol que invitaba a disfrutar de las múltiples terrazas que se distribuían por las amplias aceras y pensaba que Burgos era una pequeña ciudad en la que vivían muy cómodos pero que también presentaba grandes inconvenientes, sobre todo, por el intenso frío que, prácticamente todo el año les impedía disfrutar de lo que en Barcelona era una práctica habitual: tomarse unas cañas sentado en una terraza. Sin embargo, por su mente también pasaron las ventajas y en una balanza ella tenía claro que prefería una ciudad pequeña porque, aunque Antonio por su Especialidad trabajaba prácticamente de sol a sol, les permitía muchas horas de estar juntos e incluso por las tardes Antonio se acercaba a su casa para tomar un café haciendo un alto en su arduo trabajo. Volvió a rememorar sus largas visitas a distintos Ginecólogos para tratar su problema de fertilidad y como siempre se sintió apenada por no poder aportar unos hijos a su familia ya que era ella la responsable puesto que los diferentes análisis realizados a su marido demostraban que sus espermatozoides eran rigurosamente normales. El tema de sus posibilidades de embarazo nunca había sido motivo de problemas en su relación de pareja y Antonio era absolutamente cuidadoso en no mencionarlo pero ella, como mujer, sabía que su matrimonio sufriría un fuerte impulso si un niño viniera a alegrar su vida.
Recordaba como la noche anterior se habían acostado con ardor, incluso con violencia, y tenía la corazonada que esta vez podría producirse el ansiado embarazo.
Mientras que estos pensamientos desfilaban por su mente, en la puerta del Hipercor vio un anuncio sobre los niños en los que se invitaba a entrar a los clientes para disfrutar en la planta tercera de todo aquello relacionado con el mundo de los niños.
Ilusionada por la posibilidad de embarazo, lo que le había ocurrido en múltiples ocasiones, subió las escaleras mecánicas y cuando un enorme racimo de globos le indicaba la entrada a la exposición, una tremenda explosión acabó con todas sus ilusiones sin posibilidades de pensar en nada ni en nadie.
A los pocos días se supo que la bomba estaba colocada en una caja de la que salían veinticinco globos de colores, justo a la entrada de la exposición.

El Palacio de Congresos de Barcelona situado muy lejos de Hipercor no se vio afectado por la onda expansiva pero si, todos los que allí se encontraban pudieron oír claramente una explosión y a los pocos minutos se desataron los rumores. Todo aquello coincidió con el final de la exposición del Dr. Vazquez Olmo que fue acogida con una cerrada ovación con la felicitación de los miembros de la mesa que a continuación se dirigieron a los teléfonos públicos para preguntar en sus casas si sus familiares estaban bien, puesto que los rumores apuntaban a que eran miles los muertos que se habían producido.
Antonio se encaminó a una sala adjunta al salón principal de conferencias y recogió y colocó cuidadosamente las diapositivas en las hojas correspondientes, las introdujo en la amplia cartera que se había convertido en su compañera inseparable de congresos y con paso decidido se acercó a una parada de taxis.
Se sentó en el asiento de atrás y después de indicarle que le llevase al Hotel Juan Carlos I, se aflojó el nudo de la corbata y trató de pensar en los planes de la tarde. La radio, que hasta ese momento emitía música clásica, fue interrumpida su emisión por una voz femenina que daba noticias sobre el atentado terrorista: “Esta tarde a las dos menos diez se ha producido una explosión en el almacén Hipercor que el Corte Ingles tiene en el número 37 de la Avenida Diagonal. La jefatura Superior de la Policía informa que, hasta el momento actual, han sido rescatados 49 cadáveres entre los escombros y según nuestro corresponsal en al zona, Juan López, intensas columnas de humo salen del interior del edificio siniestrado por lo que se supone que la lista de posibles víctimas se puede ver incrementadas.
El taxista movió la cabeza y exclamó con indignación:

- “¡Menuda pandilla de hijos de puta!, ¿Sabe lo que haría yo? Abría las puertas de las cárceles donde hubieran presos de ETA y les obligaba a escaparse y a continuación los cosía a tiros.
Antonio se reincorporo en el asiento y acercándose al cristal que le separaba del taxista comentó:
- Eso esta muy bien, pero entonces crearía nuevos mártires y al final más follón el tema es muy complicado, sobre todo, porque a esa gente la votan nada menos que el 10% de los vascos, o sea, que son muchos los que apoyan la violencia.”
ya, pero algo habrá que hacer porque sino acaban con nosotros, mire usted – dijo el taxista volviendo la cabeza para mirarlo a la cara, mientras el semáforo se pusiera verde- yo soy de un pueblo de Cáceres, me he venido a trabajar a Barcelona y en 20 años nunca he tenido el menor problema. Sin embargo, mi hermano que es Guardia Civil, ha vivido casi nueve años en San Sebastián y a pesar de irse con la familia, no han hecho ningún amigo. Los niños tenían orden de no decir en el colegio que su padre era Guardia Civil e incluso los apuntó a una escuela de Euskera para que se fueran relacionando y sin embargo, se tuvo que volver y ahora esta en Ciudad Real porque la situación era insoportable. Aquí es distinto, mis hijos estudian en una escuela en Castellano y no tienen ningún problema por ser extremeños.
Esa es la diferencia y si yo fuera el gobierno, les daba la independencia y que se arreglaran como pudieran.

- Si pero la luz, por ejemplo la toman de Burgos- terció el pasajero.

- Ese es su problema, si no tienen luz que se jodan. Por cierto se ha dado cuenta del tapón que hay; si le parece bien podríamos ir por la carretera de circunvalación, son unos Kilómetros más pero yo creo que acortaremos en tiempo ¿le parece?.

- A mí me da igual, lo que quiero es llegar pronto al Hotel, recoger a mi mujer e irme a la Costa Brava.

- Eso es lo mejor, porque están avisando que la gente deje el coche en casa para que las ambulancias se muevan mejor por la ciudad.
Después de mirar insistentemente por el espejo retrovisor giró bruscamente y avanzó en dirección contraría a la cola de vehículos que parecía no terminar nunca y enfiló su Seat Toledo hacia las afueras de Barcelona.
La radio continuaba emitiendo comunicados solicitando a la población su colaboración en la donación de sangre para los distintos hospitales. La cifra de muertos aumentaba en cada comunicado y la última ya iba por ciento sesenta y cuatro.
Al poco tiempo el taxi freno suavemente y después de unos minutos detenido ante un semáforo el conductor habló con un guardia de circulación quien le explicó que había pasado “ambulancias a cientos” y que lo mejor era que dejase al cliente y se fuera a su casa porque en todo el centro de Barcelona estaba prohibido circular.
Antonio pagó la carrera, agradeció al taxista que le hubiera traído por un atajo y después de agarrar su cartera, se bajo y tranquilamente cruzó la plaza de Calvo Sotelo, se paró en un Kiosco típico, compró “El País”, una revista del corazón y como iba contento por su comunicación también compró unas flores a su mujer. Con las compras en la mano, atravesó el amplio Hall de Hotel y subió a la habitación 17511 llamando con los nudillos a la puerta sin advertir ningún movimiento en su interior. Miró su reloj y con gesto fastidiado por el retraso que eso supondría en su excursión, bajo a la cafetería con la seguridad de que Patricia estaría comiendo, entre el retraso de la comunicación y el tapón ya eran las cuatro. Miró entre las mesas sin advertir su presencia y preguntó en Recepción por si le hubiera dejado algún mensaje. Nada, no había ni rastro. Pidió una llave para entrar en su habitación y subió mientras pensaba que lo mismo que a él, a ella le habría cogido todo el follón y ya aparecería.
Abrió la puerta, se pegó una ducha rápida y se tumbó en la cama solamente cubierto por la colcha y se quedó completamente dormido.
El sonido agudo del timbre del teléfono lo despertó violentamente, miró su reloj –coño, menuda siesta, si son las nueve de la noche- descolgó el auricular y la voz impersonal de la telefonista le indicó que tenía una llamada.
- Dígame, ya era hora de que me llamaras, ¿dónde estas?.
- ¿Antonio?
Una voz que le resulto conocida la llamaba desde el otro extremo del hilo telefónico. Antonio se dio cuenta de que era su suegra la que llamaba desde Burgos.
- ¿María? ¿Eres María?.
- Sí.
- Perdona, pero creía que eras Patricia.
- Pues si que estas tu bueno que no conoces ni la voz de tu mujer ¿cómo estáis?
- Bien, muy bien, -Antonio se dio cuenta de que eran las nueve de la noche y que su mujer no estaba con él- Bueno, Patricia ha salido y supongo que vendrá dentro de poco porque la verdad es que he vuelto del Congreso a las cuatro, me he tumbado en la cama y me acabas de despertar.
- Perdona Antonio –María se exculpo- pero estábamos preocupados por lo del atentado de Barcelona y por eso te he llamado.

- Nada, pues no te preocupes que en cuanto llegue Patricia le diré que te llame; seguro que ha venido y me ha visto tan dormido que se ha ido a dar una vuelta.
- Bueno, bueno ya me dejas más tranquila porque ha debido de ser horrible ¿tu me puedes contar?
- ¿yo? ¿Cómo quieres que te cuente si he salido del Congreso y me he venido directamente al Hotel?. Cuanto venía en el taxi si que nos hemos cruzado con muchas ambulancias y la radio hablaba de ciento y pico muertos pero no se nada mas.
Mientras hablaba miró distraídamente hacia la puerta y vio que el maletín se encontraba exactamente donde lo había dejado con lo que estaba claro que Patricia no había vuelto en toda la tarde. Un gesto como de sorpresa surcó su frente pero entendió que no merecía la pena preocupar a su suegra.
- María, no te preocupes que dentro de un rato te llamamos, hasta pronto.
- Adiós y llamarme para saber a que hora llegáis mañana. Un beso.
Un seco “clic” cortó la conversación y Antonio comenzó a notar una sensación de angustia y de preocupación que se reflejó inmediatamente en su rostro, aunque el sentido común le indicaba que en Barcelona hay dos o tres millones de personas y también sería casualidad que su mujer hubiera estado en el sitio del atentado. De todos modos era bastante tarde y le extrañaba que no estuviera en la habitación.
Se vistió, bajo a recepción, pregunto si tenía algún aviso y ante la respuesta negativa salió a la puerta principal. Miró a ambos lados pero no vio ningún rostro conocido y sin darse cuenta preguntó al portero si la había visto salir; naturalmente el uniformado vigilante le contestó lo que parecía obvio: sale tanta gente que no podía contestarle.

Antonio le contó sus preocupaciones y el portero con ánimo de tranquilizarle le dijo que el Hipercor estaba como a tres-cuatro horas andando y que seguro que se había entretenido haciendo alguna compra.
Penetró nuevamente en el amplísimo hall del Hotel y después de avisar que estaba por allí por si alguien preguntaba por él, se sentó en un sillón.
Gente de todas las clases entraban y salían por la dorada puerta giratoria pero todos tenían un aire de clase, excepto un grupo de unos veinte o veinticinco americanos que con sus pantalones cortos y sus sombreros tejanos mas parecían extras de una película del oeste que huéspedes del mejor hotel de Barcelona.
El tiempo pasaba, su mujer no aparecía por ninguna parte y su preocupación empezó hacerse patente en la aparición de pequeñas gotas de sudor en su despejada frente.

- Lo peor es que no puedo hacer nada -, pensó mientras se acercaba a la barra de la cafetería.




Una solitaria televisión permanecía encendida y tres o cuatro personas la miraban desde unos sillones próximos. Antonio pidió una cerveza y cuando se disponía a volver a su sillón, la televisión conectaba, en directo, con el Hipercor donde todavía a aquellas horas de la noche continuaban las labores de desescombro y las imágenes eran absolutamente trágicas con cadáveres esparcidos por el suelo, cubiertos por mantas, en espera de ser identificados y policías, bomberos, mossos de escuadra y fuerzas del ejército se desplegaban por todo el edificio que se encontraba completamente destrozado y con humo por todas partes.

Antonio consultó su reloj: las doce menos cuarto. Está claro que algo ha tenido que pasar y tengo que hacer algo.

Dando vueltas por el lustroso suelo de mármol se acordó que el organizador del Congreso, el Dr. Masaveu, era un prestigioso neurocirujano catalán y podría orientarle.

Buscó en la guía telefónica y en un par de minutos estaba hablando con él.

- ¿ Manolo?

- Si soy yo, ¿quién es?

- Manolo, soy Antonio Vazquez el neurocirujano de Burgos ¿sabes quien soy?

- Pues claro, Antonio, ¿no te acuerdas que estuvimos cuatro días en París en el Congreso del año pasado; ¿Cómo no me voy a acordar? Cuéntame, ¿tienes algún problema?

- En primer lugar pedirte perdón por llamarte a estas horas pero debo confesarte que no sé que hacer. Estoy en el Hotel Juan Carlos I y había quedado con mi mujer para comer y luego ir a la Costa Brava. Si que es verdad que yo he llegado tarde, serían las cuatro, pero todavía no ha vuelto y estoy preocupado ¿ qué puedo hacer?

Su voz se quebró un instante aunque inmediatamente se recuperó, pero este gesto fue advertido por su amigo que a través del hilo telefónico trató de tranquilizarle.

- Tranquilo Antonio con este lío del atentado están cortadas la mayoría de las calles y hay un jaleo importante. Ya verás como aparece pero a la Costa Brava ya no llegáis ¿eh? Por cierto no he tenido oportunidad de verte pero mi colaborador el Dr. Gil me ha dicho que tu comunicación ha sido excelente.

- Gracias- Antonio estaba realmente agradecido y no pudo por menos que sentir un poco de vanidad ante los halagos de una persona tan cualificada como el Dr. Masaveu – Bueno te dejo que es muy tarde y supongo que estarás muy cansado.

- Animo Antonio, no te preocupes que todo se arreglará pero si necesitas algo ya sabes donde me tienes.

- Gracias- Antonio colgó y comenzó a analizar su situación tratando de mantener la mayor tranquilidad posible

Volvió al salón de televisión donde ya no eran tres o cuatro los que miraban distraídamente sino treinta o cuarenta curiosos que se agolpaban alrededor del pequeño aparato. En ese momento el locutor estaba alertando a la población de Barcelona para que acudiera a los distintos hospitales para donar sangre ya que los heridos se contaban por centenares. También se daba repetidamente un teléfono para que se pusieran en contacto aquellas personas que estuvieran preocupadas y en el que se atendería personalmente a cada uno. Las imágenes de la tragedia se iban como repitiendo minuto a minuto y cada vez iba en aumento el número de fallecidos, aproximándose a los cuatrocientos en el último parte. Todos los presentes exigían responsabilidades a los políticos y estaban de acuerdo en que, de alguna forma, había que acabar con aquella banda de indeseables y que ya definitivamente habían traspasado la frontera del País Vasco y trasladaban el horror hasta otro territorio autonómico con lo que la barbarie se iba extendiendo.

Antonio pidió un “gin tonic” mientras sus pulsaciones iban en aumento según pasaban los minutos. Su mujer se podía haber entretenido en cualquier parte, pero no era habitual que no llamase. Esperó todavía casi una hora más y como la situación continuaba igual decidió subir a la habitación.

Absolutamente abrumado y preso de un pánico que casi le impedía hasta pensar, anotó el número de teléfono para información de posibles atentados y lo marcó con un dedo tembloroso. Durante media hora lo estuvo intentando consiguiéndolo al fin.

- Buenas noches: Soy el Dr. Vazquez y mi mujer salió del hotel por la tarde y todavía no ha venido y aunque supongo que no estaría en El Corte Inglés, me gustaría saber si usted conoce su paradero.

- Perdone señor- la señorita al otro lado del hilo telefónico se mostraba lo más amable posible – nosotros no le podemos facilitar el paradero de alguna persona desaparecida. Lo único que tenemos es una lista provisional de personas fallecidas y algunos datos de otras que todavía no hemos identificado y que sería conveniente que sus familiares se acercasen por aquí para ayudarnos. ¿Sería tan amable de decirme el nombre de su esposa?

- Si, señorita, se llama Patricia López Envés.

- ¿ Me podría dar algún otro dato más?

- ¿ Que tipo de datos?- preguntó Antonio.

- Pues no sé, datos tales como la ropa que podría llevar puesta, el color del pelo.....etc. Todo aquello que usted piense que pudiera sernos de utilidad en el caso que fuera una de las víctimas.



- La verdad es que me pone en un aprieto porque no estaba en el hotel cuando salió – Antonio dio un largo trago a su cuarto “Gin tonic” notando un intenso ardor en su estómago atormentado por la incertidumbre – Tiene un anillo de casada en su mano izquierda con la inscripción Antonio 1-7-1991 y en la otra mano solía llevar como un anillo triple de oro; podría buscar en el armario la ropa que falta, pero no creo que aportase muchos más datos.

- Perdón, me dijo que era usted el Dr. Vazquez ¿verdad? Y su esposa es Patricia Lopez Envés ¿no? Un momento por favor.

La señorita abandonó el teléfono durante unos minutos y para Antonio fueron los más largos de su vida. Por su mente pasaron cientos de situaciones vividas en compañía de su mujer, prácticamente toda una vida, en la que iban subiendo peldaños hasta llegar al descansillo de la felicidad, al que parecía que llegarían enseguida, aunque el tema de la descendencia era como un parapeto para alcanzar la felicidad completa. Estaban muy unidos y Patricia acompañaba siempre a su marido a todos los Congresos, tanto en España como en el extranjero, y era como una premisa que se habían impuesto cuando solicitó la plaza de Burgos; Antonio se presentaría al examen pero si lo aprobaba todos los trimestres tendrían que buscarse alguna actividad científica para salir y no quedarse anquilosados en una ciudad pequeña donde la vida fácil podría adocenarles con facilidad.

El dinero no era problema porque entre su plaza de Jefe de Servicio, la consulta de la tarde que se nutría fundamentalmente de enfermos privados y lo que aportaba su mujer como relaciones públicas y secretaria personal del Sr. Martín Ganzedo, Director General de la Caja Rural de Burgos, constituían unos ingresos considerables que sobrepasaban con creces sus necesidades. Por si todo esto fuera poco, los laboratorios en muchas ocasiones contribuían, sino en todo al menos parcialmente, en la financiación de los Congresos con la única condición que Antonio presentase una ponencia lo que no suponía ningún problema ya que eran varias las que tenía organizadas en el ordenador y solamente eran ponerlas en orden y hacer las correspondientes diapositivas.


Ni un solo trimestre habían fallado y ya eran habituales en las reuniones de la Sociedad Española de Neurocirugía e incluso, de no más de cuatro o cinco colegas, se habían hecho amigos y en compañía de sus mujeres organizaban no solo las actividades científicas sino también las lúdicas. La base de los viajes eran las actividades científicas pero la diversión era lo más importante. Por un instante pensó en el último, que fue en Noviembre; es decir, hacía cuatro o cinco meses, ¡ Dios mío como pasa el tiempo! En Santo Domingo y lo bien que lo pasaron bailando merengue y disfrutando de las aguas cristalinas del Caribe. Sobre todo una excursión a los Altos del Río Chabón que, según les contó un guía, era donde se había rodado la película de Apocalipsis Now y fue un día realmente maravilloso bañándose desnudos bajo la luz de la luna, de una luna increíble, en la playa privada del hotel.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la insistente voz de la telefonista:

- Dr. Vazquez, Dr. Vazquez, ¿está usted ahí?

- Si, perdone, dígame – Antonio volvió a la realidad – perdone. ¿Me puede informar de algo?

- Mire, su mujer no se encuentra entre los cadáveres identificados hasta ahora, pero todavía son muchos los que están sin identificar e incluso siguen apareciendo más entre los escombros por lo que mi consejo es que deje pasar unas horas y si no aparece, se ponga en contacto con la policía. ¿Alguna cosa más?

- Nada más, señorita, muchas gracias y si no tiene inconveniente la volveré a molestar en unas horas ¿de acuerdo?

- Encantada, doctor, espero que todo se arregle y estoy a su disposición.

Antonio marcó el teléfono de su suegra y le explicó la situación quedando en que a las ocho de la mañana la volvería a llamar y que si no había aparecido se vendría con él a Barcelona.

El Dr. Vazquez se tumbó en la cama y las imágenes de Patricia aparecían por todas partes; en el techo, en la pared, en las cortinas y hasta en la palma de sus manos que se frotaban la cara como queriendo salir de esa absurda situación. A los pocos minutos se levantó, se desnudó y se metió en la ducha sintiendo como la fuerza del agua, en lugar de relajarle, le iba poniendo los músculos en una mayor tensión. Se secó con una amplia toalla blanca que colgaba de una percha al lado de la mampara y se vistió de una manera informal. Se guardó la cartera en un bolsillo y algunas monedas en otro, se puso sobre los hombros la cazadora que le había regalado Patricia por Papá Noel y bajó a recepción. Volvió a recorrer el amplio hall, sin encontrar a nadie conocido, y sin poder resistir más, ya eran casi las dos de la madrugada, habló con el recepcionista, al que le explicó la situación, y después de una generosa propina, le dio un número de teléfono directo para que le llamara cada cuarto de hora y le informara de primera mano si hubiera alguna noticia.

Por aquellas horas ya estaba absolutamente convencido que algo tenía que haber ocurrido y una vez desechada la idea de que fuera una de las víctimas, pensó que podría estar herida en alguno de los muchos hospitales de la capital catalana.

El hotel estaba relativamente cerca de la Residencia Sanitaria “Valle de Hebrón” de la Seguridad Social y hacia allí encaminó sus pasos Antonio Vazquez dando un pequeño rodeo para aclarar sus ideas. Era una noche muy apacible, con una temperatura ideal para andar por la calle, solamente alterada por el ulular de las ambulancias que, todavía a esas horas distribuían el horror por las diferentes Instituciones Sanitarias. Con bastante lógica, pensó que hablaría con el neurocirujano de guardia y desde ese hospital podría hacer gestiones para localizar a su mujer. Sin embargo, no podía dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo en las proximidades de la puerta de urgencias: cientos de personas trataban de abrirse paso, a empujones, para llegar a unas ventanillas de información que, ante la actitud de la gente, estaban protegidas por una docena de guardias de seguridad que trataban de ordenar las interminables colas. Los ataques de histeria se repetían a ambos lados de la fila, mientras otros lloraban desconsoladamente y se preguntaban el porqué de todo aquello.


Antonio se percató de la imposibilidad de acceder a aquellas ventanillas y optó por la vía más fácil: con su carnet de Médico en el bolsillo atravesó sin dificultad la barrera que las Fuerzas de Seguridad habían establecido en la puerta principal del Hospital y después de consultar el organigrama que se encontraba a todo lo largo de la pared del amplio hall, se metió en un ascensor hasta la tercera centro donde estaba ubicado el Servicio de Neurocirugía. Cuando se abrió la puerta del elevador, toda su energía rodó por el suelo como una pelota y sus ilusiones se desvanecieron como por encanto. Aquello era un guirigay que no había ni por donde empezar; el ruido era ensordecedor, con todo el mundo gritando; los enfermos que se apilaban en camas y camillas por los pasillos, suplicaban, con mayor o menor fuerza según su gravedad, que alguien les atendiera. Algunos médicos daban órdenes para el traslado a quirófano de aquellos más graves mientras que improvisados camilleros respondían con más celo que diligencia a las demandas de los facultativos.

- Dr. Medina, yo los llevo donde me diga, pero en quirófano no cabe ni un alfiler – el hombre de amplia melena rubia contestaba así ante el requerimiento de un traslado, mientras que por la bata y los pantalones blancos del pijama caían gotas de sangre de pacientes anteriores.

- Usted haga lo que yo le diga y no me toque los cojones, Mariano, joder. Tenemos que ir sacando de aquí los más graves y cuando lo consigamos, entonces tendremos que dar de alta a los menos graves para que nos podamos organizar, o sea que, venga, llévese a este para la zona de quirófano.

- Dr. Medina, Dr. Medina, - una enfermera de edad media con amplio pijama verde y fonendo al cuello se acercaba corriendo – Dr. Medina, por favor, acaba de entrar una señora que hay que hacerle una traqueotomía urgente y lo único que le he podido entender es que tuvieran mucho cuidado porque creía que estaba embarazada y a continuación ha dejado de respirar. Chelo está tratando de reanimarla con un ambú, pero no sé sí reponderá.




El Dr. Medina dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia el principio del pasillo. Antonio Vazquez se interpuso en su camino:

- Perdona, soy neurocirujano y quería preguntarte por una paciente.

- Hola – el Dr. Medina hizo un gesto de impotencia. – Si quieres echarnos una mano nos vienes fenomenal, pero información ahora es imposible que te la podamos dar porque ya ves como estamos. Perdona pero tengo que hacer una traqueotomía urgente y no me puedo entretener, ¿me acompañas?

Mientras corrían por el pasillo, el Dr. Medina le indicó a una chica de bata blanca:

- Mar Luz: búscale una bata y unos guantes a este Dr. que nos va a echar una mano, pero date prisa.

Siguieron avanzando por el pasillo, sorteando pacientes y se acercaron hasta un biombo donde, delante y con un cuaderno en una mano, un hombre de elegante uniforme azul, se esmeraba en clasificar a los que entraban.

- Juan: ¿dónde está la señora que acaban de traer?

- Yo que sé, ¿tú te crees que con este lío hay quien se entere de algo? En el último cuarto de hora han traído como diez y cada uno a cuál más grave.

- El Dr. Medina le dio un cachete cariñoso en la mejilla:

- Tranquilo, Juan, que poco a poco ya verás como el panorama se va aclarando.



La enfermera que lo había ido a buscar, apareció tras una puerta:

- Dr. Medina, dese prisa que la enferma está muy mal.

El Dr. Medina le hizo una seña a Antonio para que pasase y ambos entraron en una especie de sala de boxes donde los enfermos más graves estaban ya intubados en espera de ser atendidos. El personal sanitario pasaba de cama en cama, sin descansar ni un minuto, cambiando un suero, regulando un respirador, poniendo una medicación y secando las secreciones. Aquello era un revuelo espantoso y solamente en uno de los boxes parecía reinar algo de tranquilidad. Una paciente era atendida por una enfermera que le aplicaba una mascarilla de oxigeno. La quietud era absoluta y aquello parecía como un oasis en el desierto.

- Dame la caja de traqueotomía- el Dr. Medina se quitó unos guantes mientras se ponía otros- no hay tiempo que perder- Miró a Antonio- ¿me ayudas?

- Naturalmente, faltaría más. ¿Dónde me lavo?

En ese momento la enfermera retiró la mascarilla de la cara de la paciente y el Dr. Vazquez sufrió un vuelco en el corazón:

- ¡Patricia! ¡Patricia! ¿me oyes?

- ¡Que pasa! ¿la conoces?- El Dr. Medina le miraba asombrado.

- Si, es mi mujer – Antonio no pudo dejar escapar unas lágrimas.

- Ostia, no me jodas – el Dr. Medina no pudo articular otras palabras – Está muy mal y hay que hacerle una traqueotomía urgente ¿estás de acuerdo?

Antonio asintió con la cabeza sin despegar los ojos de su mujer que trataba de llenar sus pulmones con poco éxito a pesar de la mascarilla

El Dr. Medina colocó unos paños estériles y se dispuso a comenzar una intervención cientos de veces repetida

- Perdona que me meta donde no me llaman pero creo que es mejor que me dejes solo.

- No, por favor – Antonio mantenía la mano de su mujer entre las suyas – Tú haz lo que tengas que hacer.

El Dr. Medina comenzó a dar las órdenes oportunas – ponerle el monitor, una ampolla de morfina intravenosa y tú Chelito no dejes de ventilar. Venga, bisturí y vamos rápido, cojones, que se nos muere.

Con la habilidad propia que dan los años, Ricardo Medina Cantalejo, 52 años, Jefe Clínico de Neurocirugía del Hospital Valle de Hebrón de Barcelona, introdujo el bisturí hasta la tráquea con un movimiento preciso, pasando a continuación una cánula que conectó rápidamente a un respirador.

- Enchúfalo y dale a tope para que durante unos minutos ventile lo más posible. Dale al monitor.- El Dr. Medina levantó la cabeza y pudo apreciar el electrocardiograma plano –

- Chelo, continúa con el ambú y dejarme el desfibrilador.

Después de dos intentos consecutivos de desfibrilación del corazón y cerca de media hora de continuar con las maniobras de resucitación, el Dr. Medina le dio una palmada en el hombro a su colega del que por cierto no sabía ni el nombre, y quitándose los guantes salió de los boxes.

Antonio retiró el tubo, miró el cadáver de su mujer, le dio un beso en la frente y solo acertó a decir: Gracias. A continuación, le cerró los ojos y salió del Hospital.

CONTINUARÁ...



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