De vuelta al bus, el
conductor les adelantó que a partir de ese momento iban a padecer el otro
Brasil, aquel del que salen los mas famosos futbolistas y del que casi nadie
quiere hablar y mucho menos enseñar y les ruego señoritas - el conductor volvió
ligeramente la cabeza - que no abran las ventanillas bajo ningún concepto y por
supuesto, ni se les ocurra bajarse del coche para nada, vean lo que vean ni les
ofrezcan lo que les ofrezcan.
Al virar en una de las
amplias avenidas el asfalto desapareció como por encanto y una empinada subida
les hizo darse cuenta que el conductor tenía razon. La pequeña furgoneta avanzaba
muy despacio como queriendo hacerles partícipes de las miserias y a cada metro
una mujer enseñaba sus vergüenzas vendiendo su mercancía corporal al mejor
postor. A través de las puertas abiertas de las favelas se adivinaban, más que
se veían, la forma de vida si es que aquello se podía llamar vida. Los niños
rodeaban el bus y corrían alargando sus manos en busca de alguna propina,
mientras que en plena calle algunos lavaban sus cuerpos en enormes tinajas y se
echaban el agua por la cabeza manejando jofainas de distintos colores. Hacía
calor y el hedor se colaba por las rendijas del bus, haciendo el ambiente
irrespirable. El chofer, consciente de la situación, giraba su brazo y con un
pequeño movimiento de su mano, distribuía por el interior del vehículo una
especie de desodorante, de olor indefinido, que no lo modificaba en exceso,
pero por lo menos y con la ayuda de unos pañuelos aromatizados, se hacía algo
mas llevadero. La calles se sucedían una tras otra sin solución de continuidad
y aunque parecían todas iguales, pequeños detalles las hacían completamente
diferentes. En una de esas esquinas el conductor se detuvo con suavidad e hizo
sonar el claxon insistentemente. A los pocos segundos y de una favela de
chillones colores, aparecieron diez o doce negros, de esos de película con
tatuajes por todas partes, que hicieron un pasillo por el que las
excursionistas penetraron en una de aquellas casas para presenciar un
espectáculo de Vudú, previamente explicado por el conductor como la mayor y mas
importante tradición del pueblo brasilero. Solamente les pedimos que no hagan
fotos y que guarden silencio en señal de respeto y para no herir la
susceptibilidad de los presentes. Penetraron por un estrecho pasillo con tablas
como paredes y al final un cuarto más amplio con capacidad para unas treinta
personas hacía las veces de Santuario para realizar una ceremonia de petición
al Señor Nuestro Dios para que haga que la joven que estaba postrada en una
especie de camilla en el centro se recuperara de una enfermedad que la tenía
postrada en el lecho del dolor. Inmovilizada desde hacía cerca de siete años.
La paciente estaba tumbada en una especie de camilla formada por ramas
entrecruzadas mientras los familiares directos presenciaban la ceremonia en
primera fila y los invitados ocupaban una primera fila que estaba ocupada por
los invitados.
La maestra de ceremonia
apareció envuelta en un halo de misterio. Con una vela en su mano derecha y un
gallo vivo en la derecha, comenzó a dar vueltas alrededor de la paciente,
cantando unos extraños sortilegios y escupiéndola cada dos por tres, después de
masticar una barra como de tabaco que extraía de debajo de la faldriquera.
La acompañaban dos niños pequeños que
tambien daban vueltas detrás de la maestra tocando una especie de tambores de
reducidas dimensiones. El espectáculo era cutre, esperpéntico, demostrativo del
nivel cultural de un pueblo, pero también era verdad que daba cierto miedo,
inquietud y sensaciones diferentes a las habituales. Ana y sus amigas
permanecían de pié en un rincón de tan lúgubre lugar, cogidas de las manos, con
gesto de no entender nada, menos Blanca que, como siempre, permanecía en
primera fila asintiendo con la cabeza como si todo el embrujo la hubiera
poseído. La ceremonia comenzó con un baño de una especie de pintura roja con el
que la Sra Hermelinda
untó todas las partes del cuerpo de la joven, dejando solamente un triángulo
alrededor del ombligo en el que depositó una especie de pasta blanca que podría
parecerse a la nata y que luego rebaño con una pequeña rama de hierbabuena y se
la pasó a los ojos y a los oídos mientras chillaba alzando los brazos al cielo.
A continuación, se tumbó
al lado de la paciente y le tomó una de sus manos, la posó en su pecho y se
golpeaba con ella con tanta fuerza que parecía que se iba a romper. Mientras
tanto, la joven objeto del rito vudú, se agitaba primero lentamente y luego con
una virulencia que parecía querer partirse en dos,. Los ojos se agitaban como
hielos en una coctelera y el pelo se le erizaba como si por ella estuviera
pasando electricidad.
Sonia susurró algo al oido
de Ana y esta negó con la cabeza volviendo a mirar con atención lo que estaba
ocurriendo. Edurne miraba las caras de los presentes y aquello era quizás lo
mas llamativo. Los pocos turistas aparte de ellas que estaban presentes miraban
con ojos de terror mientras los nativos se movían a un ritmo endiablado. Sus
cabezas parecía que se iban a desprender del cuello y daban palmas al compás de
los tambores de los niños. Las piernas eran como torbellinos dando saltos sobre
el suelo de arena y dejando un cerco de huellas que se repetían por doquier.
- De verdad que no soy ninguna histérica, os lo
prometo. Mi palabra de honor, lo que pasa es que nada mas coger la pata esa o
lo que fuera, he sentido como si alguien me quisiera llevar a otro lado con una
fuerza tal que por eso he salido corriendo porque si me quedo, seguro que me
lleva.
Sus amigas la miraban con
preocupación porque ellas sin haber tenido la pata en su poder habían sentido
lo mismo, quizás menos intensamente, pero lo mismo y había resultado una
sensación como muy diferente a todas las conocidas. Blanca llegó un poco
después empeñada en que volvieran a entrar, pero todas se negaron en rotundo
Edurne se erigió en
representante del resto y se subió directamente al bus
- Venga, vámonos de aquí que todas tenemos
miedo y no es plan pasarlo mal para nada.
El chofer arrancó con
suavidad y miró por el espejo retrovisor las caras de sus ocupantes advirtiendo
que todas, menos una, iban pálidas como la cera.
- ¡Que! ¿por sus caras veo que no les ha
gustado el espectáculo? ¿estoy en lo cierto?
- Pues la verdad es que no mucho – contestó
Sonia en un tono que parecía como si el conductor tuviera la culpa de su
elección.
- Si, es bastante duro y la gente se vuelve
como loca, pero hay que reconocer que los resultados son espectaculares. Mi
suegra, por ejemplo, tuvo un problema de útero o algo así y la Tía Hermelinda se
lo resolvió. Yo no creo en el vudú, pero lo que es verdad es que desde que vino
le desaparecieron todas las molestias
- ¿Y le hicieron lo mismo que a la chica de
hoy? – Choni preguntó cuando todavía le temblaban las piernas
- No sé, porque a los hombres no se nos deja entrar
cuando son problemas de mujeres, pero me imagino que sería parecido – El chofer
acostumbrado a transportar turistas se ajustó nuevamente una gorra de los
Laikers de Nueva York y acelerando bruscamente soltó un grito de alegría
mientras exclamaba – ánimo señoritas que hasta ahora han visto el Brasil
costumbrista y pobre, pero a partir de este momento cambien el chip porque
vamos a entrar en el Brasil divertido y caliente. Anímense.
El taxi circulaba a
velocidad moderada por lo que parecía ser una avenida moderna en las
proximidades de la capital. Desde las ventanillas se divisaban enormes
rascacielos que parecían querer elevarse hasta tocar el cielo y sus cristales
emitían como fogonazos deslumbrantes como queriendo avisar de su presencia a
los futuros turistas. El tráfico se iba haciendo menos fluido y los conductores
se saludaban como si se conocieran de toda la vida haciendo sonar su bocinas a
un ritmo como de samba porque en aquella ciudad todo era a ritmo de samba. Los
camareros servían las copas moviendo sus cuerpos con samba, los conductores de
tranvías informaban de las paradas siguientes con un hablar semejante a la
samba, los billetes circulaban de mano
en mano al son de la samba, los
limpiabotas movían sus cepillos al son de la samba y hasta los curas daban la
bendición a ritmo de samba. Todo era samba y el brillo de los cuerpos en las
playas era para que el día de carnaval lucieran con rotundidad ante al mirada
atónita de miles de visitantes que abarrotaban las calles de Rio, como ahora
les estaba sucediendo al atravesar el sambódromo,una especie de pista como la
de un aereopuerto rodeada de gradas en toda su longitud y donde diferentes
escuelas de samba ensayaban sus movimientos como si de un desfile militar se
tratase.
El taxista observaba a través
del espejo retrovisor las caras de las
españolas y el estupor que se reflejaba en las mismas. Miles de brasileños se
movían a ritmo de pequeñas bandas que cada cien metros echaban al aire
increíbles notas de samba. El taxi discurría por una carretera elevada sobre
uno de los lados del sambódromo mientras que en el de enfrente las gradas
enormes acogían a miles y miles de familiares, acompañantes, turistas y gentes
de lo mas variopinta que bailaba con bastante menos ritmo que los que
circulaban por el asfalto, pero que intentaban poner su granito de arena en la
animación de tan importante fiesta.
El taxista continuaba
lentamente su caminar a lo largo de tan insólito escenario hasta llegar a una
especie de explanada en que se agolpaban los coches en un parking improvisado.
Cientos de “samboeiros” trataban de buscar clientes para un recorrido y casi se
introducían en los coches ofreciendo sus mercancías.
- Anímense señoritas y vuélvanse samboeiras por
un dólar. Animo – un cuerpazo musculoso era el que proponía tan apetecible
plan.
Choni y Ana se bajaron sin
pensarlo y le dieron un dólar al improvisado guía mientras Blanca, con su
habitual forma de entender la vida, se
entretenía en discutir con el taxista en como se iban a encontrar al finalizar
el recorrido. El taxista trataba de convencerla con un razonamiento
absolutamente lógico.
- Usted, no se preocupe, cuando acaben yo
estaré en la puerta, ¿se apuesta algo?
- No, yo no me quiero apostar nada, lo que
quiero es que no nos deje tiradas aquí y luego no tengamos como volver hasta el
hotel.
- Señorita, le aseguro que cuando terminen
estaré en la puerta. Palabra de Joao Moura , para servirla.
- Mas te vale porque tengo el número de tu
licencia y como desaparezcas, me voy derecha a la policia.
- Venga Blanca, deja de dar el coñazo que nos
estamos perdiendo lo mejor – Choni asomó la cabeza por la ventanilla del
pequeño bus metiendo prisa a su amiga de toda la vida
Blanca se bajó lentamente
del minibús y anotó en un papel el número de matrícula. A pesar de las
explicaciones del taxista, no se fiaba lo más mínimo. Desde su llegada a
Brasil, le pareció que eran todos unos cuentistas, con mucha cara, eso si, pero
con mas cuento que calleja. Mucho Princesa, Dama y demás piropos, pero de
formalidad nada de nada. Todo se reducía a lucir una sonrisa de oreja a oreja, uno dientes blancos como la leche y
labia, mucha labia y Blanca sería española, pero de tonta no tenía ni un pelo y
aunque parecía que no mataba una mosca, también tenía su carácter y había
toreado en plazas mucho peores con lo cual era difícil que se la dieran con
queso y por eso, como ya la habían toreado muchas veces, no estaba por la labor
que le ocurriera otra vez.
Se alisó la falda vaquera
que llevaba y casi corriendo se aproximó al grupo compuesto por sus cuatro
amigas que escuchaban con atención las explicaciones de un hombre que llamó
poderosamente su atención. Se encontraba en el centro de un grupo formado por
sus cuatro amigas y de momento ya destacaba por su altura. Les sacaba a cada
una, por lo menos una cabeza. Era negro, pero no muy negro, cabello
ensortijado, al igual que sus manos, vestía unos pantalones cortos con flecos y
una camiseta como de baloncesto de vistosos colores. En su mano derecha portaba
una especie de bastón que terminaba en un banderín del mismo color que la
camiseta y al cuello llevaba anudado un pañuelo rojo con pequeños cascabeles
que sonaban al mover la cabeza. Sus piés descalzos no tenía una sola mota de
polvo y parecía como si en ese momento saliera de una bañera. En definitiva, un
hombre atractivo, alto, guapo y con buena pinta
- Solo les pido una cosa: que no se separen de
nuestra banda por nada del mundo, porque este lugar es muy tranquilo para
bailar y no hay ningún problema, se lo puedo garantizar, si no se salen de la
comitiva. Sin embargo, si por la razón que fuese, la abandonan entonces no
puedo responder de su seguridad. No se preocupen porque no se van a perder. Les
parecerá alguna vez que sí, pero yo estaré pendiente y en todo caso, al final
de cada paso de samba levantaré mi caña y me verán perfectamente. Dejen volar
su imaginación y diviértanse que en Brasil eso está asegurado. Fijense en los
hombres brasileros y en su forma de bailar. No intenten imitarlos porque eso se
lleva en la sangre, pero ustedes bailen como se lo pida su cuerpo. Déjense
llenar del espiritu de la samba y verán como al final les parecerá que han
estado en un espectáculo de magia, pero, perdonen que sea tan pesado, pero no
se salgan del sambódromo ¿Si tienen alguna pregunta?
- Si, yo tengo una, mejor dicho dos – Sonia levantó la mano- Una: ¿cuánto dura el
recorrido? Y dos, ¿durante ese recorrido podemos bailar con los bailarines
profesionales?
- Naturalmente señorita que puede bailar con
quien quiera. Como decimos aquí esto es la libertad y, según vayan pasando las
diferentes escolas de samba sus ganas irán en aumento y mas de uno les hará
proposiciones de irse con ellos. Ahí es donde yo digo que hay que tener cuidado. Con respecto a la otra
pregunta, el sambódromo está abierto desde las diez de la mañana hasta las ocho
de la mañana del día siguiente y se cierra porque no hay mas remedio que
limpiar, que si no estaría abierto permanentemente, pero lo que ustedes han
contratado es un recorrido de dos horas y pero no se preocupe que yo la aviso
cuando se tengan que ir.
- Bueno, ¿a qué esperamos? – La primera en
lanzarse a la aventura fue Edurne que comenzó a mover las caderas al ritmo de
unos bongós que tocaba un niño de uno siete u ocho años y que la animaba a
mover con mas cadencia los piés.
El resto de las amigas se
animaron de manera diferente, Sonia comenzó andando pegada a un grupo de
turistas que hacían lo propio. Ana se subió a lo más alto de una carroza donde
le hicieron sacar la cabeza por un elegantísimo disfraz de pavo real que al
mover los brazos se abría y parecía querer comenzar a volar. El espectáculo
desde aquel privilegiado mirador era impresionante. Miles y miles de samboeiros
desfilaban en grupos de unos cien, precedidos por unas Banda de Música
entremezclándose con otros miles y miles de turistas incansables que con cámara
de fotos en ristre, no paraban de inmortalizar ese momento. La comitiva ocupaba
mas de cinco Kilómetros y lo mas
espectacular era que las músicas eran absolutamente diferentes y no se
entremezclaban unas con otras.
Choni y Blanca se cogieron
del brazo y se incorporaron lentamente a la comitiva y Almudena paseaba con
cara de pena por el arcén del sambódromo sin saber a que grupo unirse. Pensó
que, como siempre, sus amigas se divertirían y ella estaría dispuesta a
escucharlas cuando volvieran al hotel y todo por culpa de su maldita timidez.
No era la primera vez que le pasaba y por ello no tenía mayor preocupación. Sin
embargo, el guía que no la perdía de
vista, se acercó por detrás y como de sorpresa inició una conversación con
ánimo de que Almudena no se quedara sola
- Perdóneme, excelencia, mi nombre es Augusto
Soares y me mandan del cielo para preguntarle porqué no baila. Naturalmente San
Pedro ya sabe que es usted española, concretamente de Madrid, que es usted
tímida y que además le molesta que se metan en su vida. ¿Es verdad?
Almudena lo miró con
expresión sorprendida hasta que cayó en la cuenta que era el guía que les había
dado las recomendaciones unos minutos antes
- Pues dígale usted a su San Pedro que no ha
acertado ni una, bueno, si que soy tímida, pero nací en Italia, aunque mis
padres se vinieron enseguida para España y si que me molesta que se metan en mi
vida, sobre todo si vienen en plan de ligar o cosas así, porque suelen ser los
mas chulos de todos los sitios y una no tiene muchas ganas de aguantar
tonterías a mis años
- Totalmente de acuerdo y espero que no vea en
mí ninguna de esa cualidades. Mi misión aquí es tratar que usted se divierta y
me parece que hasta ahora no lo ha conseguido ¿estoy en lo cierto?
- Bueno, si, mejor, casi
no le contesto – Almudena quería iniciar una conversación, pero por otro lado
se daba cuenta que con el guía poco tenía en común y no quería, en ningún caso
que fuera a pensar algo distinto de ella.
- Señorita Almudena: si me lo permite le voy a
dar un consejo y espero que no me lo tome a mal- Augusto Soares adoptó una
actitud seria y en su cara se adivinaba un rictus de preocupación que le hacía
parecer mucho mas interesante- en Brasil decimos que la timidez se combate con
el anonimato y eso es lo que debería de hacer. No intente cambiar de manera de
ser porque eso es imposible y sobre todo porque no le merece la pena. Solo
estará con nosotros una semana y luego volverá a su país, o sea que no le da ni
tiempo, pero- el guía volvió la cabeza en dirección al sambódromo y pareció que
con sus gestos parecía confirmar lo que estaba diciendo- de todos los que
desfilan por ahí, esté segura que muchos y muchas, pero muchos mas de los que
se imagina, son igual que usted o mucho mas y no harían lo que hacen, en ningún
caso, si no fuera porque con tanta gente no se encuentran con ningún conocido.
Eso es el anonimato y a partir de ahí, deje que su cuerpo se manifieste tal
cual y verá la sorpresa que se va a llevar. Hágame caso señorita, inténtelo y
cuando volvamos a vernos dentro de una horas, verá como la vida es diferente en
Río. ¿Lo va a intentar? Dígame que sí, por favor.
Almudena contemplaba al guía con curiosidad, no tenía nada claro
si era un chulo y lo que pretendía era establecer una especie de lazos de
unión, para mas adelante, pasar al ataque,
o si era una buena persona que con su mejor voluntad trataba de
alegrarla la vida. El caso es que por una razón o por otra, consiguió que
entrase en una de las múltiples bandas y primero con pasos vacilante y después
con seguridad formara parte del grupo. Los piés se movían solos y desde las
caderas hasta la nuca una sensación desconocida se iba apoderando de todo su
ser. Le parecía como si estuviera suspendida en el aire, sus cuerpo no era suyo
y unas manos por encima de su cabeza se movían al ritmo de unos tambores que
atronaban el espacio. Le parecía increíble, pero el guía tenía razón. Toda su
energía se transmitía por cada uno de los poros de la piel, se acabó la timidez
y hasta bailó, muy ceñida a un negro, que parecía llevarla en volandas,
solamente unida a él por debajo de la cintura. El mundo se veía diferente, pero
no tanto como para abandonar las abigarradas filas de bailarines, como le
proponía su momentánea pareja y así continuó su discurrir por las diferentes
comparsas hasta que notó un brazo que la arrastraba fuera del recinto y que
correspondía al guía que, cumpliendo con lo prometido con anterioridad, le
indicaba que se habían terminado las dos horas y debía volver al hotel. Como se
las ingeniaba Augusto Soares para localizar a sus clientas era algo que no se
podía explicar y que él con una sonrisa insinuante definía como sexto sentido,
señoritas.
La llegada hasta el hotel
y las horas posteriores fueron un no parar de hablar y hablar con experiencias
y sensaciones para todos los gustos y como bien definió Choni hasta cuando se
fueron a la cama, y mañana más.