sábado, 31 de mayo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 38

  
 Queridos blogueros/as: Había escrito algunas cosas hace un rato, pero con esto de los cookies y la madre que los parió no se lo que habrá pasado pero ya no queda nada, o sea que vuelta a empezar.
Os decía que ya tengo pensado el final de la novela, mejor dicho la segunda parte porque la tercera está desde hace años. Posiblemente la retoque un poco, pero poco porque esto ya se empieza a parecer a cuéntame y no se va a acabar nunca.
En fin que Ana Segura y sus amigas siguen en Brasil y van de aquí para allá, primero a una especie de magia negra y luego, ya que están pues al sambódromo. Que conste que todo, absolutamente todo, es inventado o sea que si leéis alguna barbaridad no os asustéis que ese día no había fumado nada raro ni cosas por el estilo, pero bueno, parece como si lo conociera de toda la vida.
Espero que os guste y como siempre procurar ser felices
Un abrazo 
Tino Belas
  

 CAPITULO 38.-

 Lo que más llamaba la atención de las jóvenes españolas era la enorme cantidad de gente que deambulaba por las calles. Estaban todas abarrotadas de gentes entre las que predominaban los de raza negra, todos vestían de manera informal, con camisetas sin mangas, pantalones cortos y sandalias. En cada parada niños sucios esbozaban la mejor de sus sonrisas de dientes mellados para solicitar un dólar para comer, otros miraban distraídamente en busca de un botín que sería afanado con limpieza si no fuera porque las ventanillas iban herméticamente cerradas siguiendo los consejos del conductor, quien aseguró que después de aquellas horas tendrían una idea de cómo se vivía en aquella ciudad. Pasaron por una especie de mercadillo y siguiendo las indicaciones del chofer solamente entraron por una calle y él las esperó en la contraria y les explicó que en Brasil no se puede comprar nada sin regatear y que lo normal es que el primer precio sea aproximadamente el doble de su valor y que después de un tira y afloja se puede conseguir todo por la mitad. De esta manera, Ana y Blanca consiguieron un magnifico jersey de lana por unas seiscientas pesetas al cambio y tanto Sonia como Almudena y Edurne Goicoechea salieron ataviadas con una especie de sombreros de piel de coco que hicieron las delicias de las máquinas de fotos que plasmaban para la posterioridad los acontecimientos mas importantes del viaje. Sonia las sorprendió con unos guantes para los piés y Edurne con un pintalabios fosforito que según el vendedor sería la envidia de sus amigos y les atraería como el azucar a las moscas y si no le funciona, Duquesa, mañana se viene por aquí y se lo cambio por otro al aroma de Iguazú que espanta a los malos espiritus y verá como su estancia en nuestro país será maravillosa, se lo dice Jonathan Mourinho enviado de Dios al Mercado Central de Río.
De vuelta al bus, el conductor les adelantó que a partir de ese momento iban a padecer el otro Brasil, aquel del que salen los mas famosos futbolistas y del que casi nadie quiere hablar y mucho menos enseñar y les ruego señoritas - el conductor volvió ligeramente la cabeza - que no abran las ventanillas bajo ningún concepto y por supuesto, ni se les ocurra bajarse del coche para nada, vean lo que vean ni les ofrezcan lo que les ofrezcan.
Al virar en una de las amplias avenidas el asfalto desapareció como por encanto y una empinada subida les hizo darse cuenta que el conductor tenía razon. La pequeña furgoneta avanzaba muy despacio como queriendo hacerles partícipes de las miserias y a cada metro una mujer enseñaba sus vergüenzas vendiendo su mercancía corporal al mejor postor. A través de las puertas abiertas de las favelas se adivinaban, más que se veían, la forma de vida si es que aquello se podía llamar vida. Los niños rodeaban el bus y corrían alargando sus manos en busca de alguna propina, mientras que en plena calle algunos lavaban sus cuerpos en enormes tinajas y se echaban el agua por la cabeza manejando jofainas de distintos colores. Hacía calor y el hedor se colaba por las rendijas del bus, haciendo el ambiente irrespirable. El chofer, consciente de la situación, giraba su brazo y con un pequeño movimiento de su mano, distribuía por el interior del vehículo una especie de desodorante, de olor indefinido, que no lo modificaba en exceso, pero por lo menos y con la ayuda de unos pañuelos aromatizados, se hacía algo mas llevadero. La calles se sucedían una tras otra sin solución de continuidad y aunque parecían todas iguales, pequeños detalles las hacían completamente diferentes. En una de esas esquinas el conductor se detuvo con suavidad e hizo sonar el claxon insistentemente. A los pocos segundos y de una favela de chillones colores, aparecieron diez o doce negros, de esos de película con tatuajes por todas partes, que hicieron un pasillo por el que las excursionistas penetraron en una de aquellas casas para presenciar un espectáculo de Vudú, previamente explicado por el conductor como la mayor y mas importante tradición del pueblo brasilero. Solamente les pedimos que no hagan fotos y que guarden silencio en señal de respeto y para no herir la susceptibilidad de los presentes. Penetraron por un estrecho pasillo con tablas como paredes y al final un cuarto más amplio con capacidad para unas treinta personas hacía las veces de Santuario para realizar una ceremonia de petición al Señor Nuestro Dios para que haga que la joven que estaba postrada en una especie de camilla en el centro se recuperara de una enfermedad que la tenía postrada en el lecho del dolor. Inmovilizada desde hacía cerca de siete años. La paciente estaba tumbada en una especie de camilla formada por ramas entrecruzadas mientras los familiares directos presenciaban la ceremonia en primera fila y los invitados ocupaban una primera fila que estaba ocupada por los invitados.
La maestra de ceremonia apareció envuelta en un halo de misterio. Con una vela en su mano derecha y un gallo vivo en la derecha, comenzó a dar vueltas alrededor de la paciente, cantando unos extraños sortilegios y escupiéndola cada dos por tres, después de masticar una barra como de tabaco que extraía de debajo de la faldriquera. La  acompañaban dos niños pequeños que tambien daban vueltas detrás de la maestra tocando una especie de tambores de reducidas dimensiones. El espectáculo era cutre, esperpéntico, demostrativo del nivel cultural de un pueblo, pero también era verdad que daba cierto miedo, inquietud y sensaciones diferentes a las habituales. Ana y sus amigas permanecían de pié en un rincón de tan lúgubre lugar, cogidas de las manos, con gesto de no entender nada, menos Blanca que, como siempre, permanecía en primera fila asintiendo con la cabeza como si todo el embrujo la hubiera poseído. La ceremonia comenzó con un baño de una especie de pintura roja con el que la Sra Hermelinda untó todas las partes del cuerpo de la joven, dejando solamente un triángulo alrededor del ombligo en el que depositó una especie de pasta blanca que podría parecerse a la nata y que luego rebaño con una pequeña rama de hierbabuena y se la pasó a los ojos y a los oídos mientras chillaba alzando los brazos al cielo.
A continuación, se tumbó al lado de la paciente y le tomó una de sus manos, la posó en su pecho y se golpeaba con ella con tanta fuerza que parecía que se iba a romper. Mientras tanto, la joven objeto del rito vudú, se agitaba primero lentamente y luego con una virulencia que parecía querer partirse en dos,. Los ojos se agitaban como hielos en una coctelera y el pelo se le erizaba como si por ella estuviera pasando electricidad.
Sonia susurró algo al oido de Ana y esta negó con la cabeza volviendo a mirar con atención lo que estaba ocurriendo. Edurne miraba las caras de los presentes y aquello era quizás lo mas llamativo. Los pocos turistas aparte de ellas que estaban presentes miraban con ojos de terror mientras los nativos se movían a un ritmo endiablado. Sus cabezas parecía que se iban a desprender del cuello y daban palmas al compás de los tambores de los niños. Las piernas eran como torbellinos dando saltos sobre el suelo de arena y dejando un cerco de huellas que se repetían por doquier.
La Sra. Hermelinda iba lentamente caldeando el ambiente, comenzó a fumar y de su boca salía un humo espeso que expulsaba sobre los presentes. Una música suave comenzó a sonar y poco a poco se aproximaba a ellos, haciendola su aparición en el lugar de los hechos por una puerta lateral. El músico iba con una especie de calzoncillo y entonaba una flauta pequeña, hecha como de caña de bambú, y a su lado un animal extraño agachaba la cabeza como si fuera a embestir a los presentes. Todos hicieron un gesto como de terror, pero el animal, una especie de cabra pequeña, continuó en la misma posición como si fuera consciente de lo que iba a ocurrir, que no era otra cosa que la inmolación del citado cordero. Gracias a un certero golpe de machete que realizó un hombre de gesto ceñudo situado en la primera fila, el animal cayó a tierra envuelto en un charco de sangre y entonces todos los presentes se arrojaron al suelo y se embadurnaban con esa sangre mezclada con arena. Un ayudante descuartizó, en un abrir y cerrar de ojos al animal que yacía inerte en el suelo y sus patas se convirtieron en armas arrojadizas que eran manejadas con sorprendente habilidad por algunos de los presentes. El turno le llegó a Blanca que tomó una pata entre sus manos tan limpias e intentó pasarla a sus amigas quienes la rechazaron con un gesto de asco. Al final, tanto insistió que Ana la agarró y nada mas hacerlo notó una especie de corriente eléctrica que la hizo salir corriendo del lugar. Las otras amigas la siguieron hasta cerca del bus donde la encontraron presa de un ataque de nervios y llorando como una magdalena
-  De verdad que no soy ninguna histérica, os lo prometo. Mi palabra de honor, lo que pasa es que nada mas coger la pata esa o lo que fuera, he sentido como si alguien me quisiera llevar a otro lado con una fuerza tal que por eso he salido corriendo porque si me quedo, seguro que me lleva.
Sus amigas la miraban con preocupación porque ellas sin haber tenido la pata en su poder habían sentido lo mismo, quizás menos intensamente, pero lo mismo y había resultado una sensación como muy diferente a todas las conocidas. Blanca llegó un poco después empeñada en que volvieran a entrar, pero todas se negaron en rotundo
Edurne se erigió en representante del resto y se subió directamente al bus
-  Venga, vámonos de aquí que todas tenemos miedo y no es plan pasarlo mal para nada.
El chofer arrancó con suavidad y miró por el espejo retrovisor las caras de sus ocupantes advirtiendo que todas, menos una, iban pálidas como la cera.
-  ¡Que! ¿por sus caras veo que no les ha gustado el espectáculo? ¿estoy en lo cierto?
-  Pues la verdad es que no mucho – contestó Sonia en un tono que parecía como si el conductor tuviera la culpa de su elección.
-  Si, es bastante duro y la gente se vuelve como loca, pero hay que reconocer que los resultados son espectaculares. Mi suegra, por ejemplo, tuvo un problema de útero o algo así y la Tía Hermelinda se lo resolvió. Yo no creo en el vudú, pero lo que es verdad es que desde que vino le desaparecieron todas las molestias
-  ¿Y le hicieron lo mismo que a la chica de hoy? – Choni preguntó cuando todavía le temblaban las piernas
-  No sé, porque a los hombres no se nos deja entrar cuando son problemas de mujeres, pero me imagino que sería parecido – El chofer acostumbrado a transportar turistas se ajustó nuevamente una gorra de los Laikers de Nueva York y acelerando bruscamente soltó un grito de alegría mientras exclamaba – ánimo señoritas que hasta ahora han visto el Brasil costumbrista y pobre, pero a partir de este momento cambien el chip porque vamos a entrar en el Brasil divertido y caliente. Anímense.
El taxi circulaba a velocidad moderada por lo que parecía ser una avenida moderna en las proximidades de la capital. Desde las ventanillas se divisaban enormes rascacielos que parecían querer elevarse hasta tocar el cielo y sus cristales emitían como fogonazos deslumbrantes como queriendo avisar de su presencia a los futuros turistas. El tráfico se iba haciendo menos fluido y los conductores se saludaban como si se conocieran de toda la vida haciendo sonar su bocinas a un ritmo como de samba porque en aquella ciudad todo era a ritmo de samba. Los camareros servían las copas moviendo sus cuerpos con samba, los conductores de tranvías informaban de las paradas siguientes con un hablar semejante a la samba,  los billetes circulaban de mano en mano  al son de la samba, los limpiabotas movían sus cepillos al son de la samba y hasta los curas daban la bendición a ritmo de samba. Todo era samba y el brillo de los cuerpos en las playas era para que el día de carnaval lucieran con rotundidad ante al mirada atónita de miles de visitantes que abarrotaban las calles de Rio, como ahora les estaba sucediendo al atravesar el sambódromo,una especie de pista como la de un aereopuerto rodeada de gradas en toda su longitud y donde diferentes escuelas de samba ensayaban sus movimientos como si de un desfile militar se tratase.
El taxista observaba a través del espejo retrovisor las caras  de las españolas y el estupor que se reflejaba en las mismas. Miles de brasileños se movían a ritmo de pequeñas bandas que cada cien metros echaban al aire increíbles notas de samba. El taxi discurría por una carretera elevada sobre uno de los lados del sambódromo mientras que en el de enfrente las gradas enormes acogían a miles y miles de familiares, acompañantes, turistas y gentes de lo mas variopinta que bailaba con bastante menos ritmo que los que circulaban por el asfalto, pero que intentaban poner su granito de arena en la animación de tan importante fiesta.
El taxista continuaba lentamente su caminar a lo largo de tan insólito escenario hasta llegar a una especie de explanada en que se agolpaban los coches en un parking improvisado. Cientos de “samboeiros” trataban de buscar clientes para un recorrido y casi se introducían en los coches ofreciendo sus mercancías.
-  Anímense señoritas y vuélvanse samboeiras por un dólar. Animo – un cuerpazo musculoso era el que proponía tan apetecible plan.
Choni y Ana se bajaron sin pensarlo y le dieron un dólar al improvisado guía mientras Blanca, con su habitual forma de entender la vida,  se entretenía en discutir con el taxista en como se iban a encontrar al finalizar el recorrido. El taxista trataba de convencerla con un razonamiento absolutamente lógico.
-  Usted, no se preocupe, cuando acaben yo estaré en la puerta, ¿se apuesta algo?
-  No, yo no me quiero apostar nada, lo que quiero es que no nos deje tiradas aquí y luego no tengamos como volver hasta el hotel.
-  Señorita, le aseguro que cuando terminen estaré en la puerta. Palabra de Joao Moura , para servirla.
-  Mas te vale porque tengo el número de tu licencia y como desaparezcas, me voy derecha a la policia.
-  Venga Blanca, deja de dar el coñazo que nos estamos perdiendo lo mejor – Choni asomó la cabeza por la ventanilla del pequeño bus metiendo prisa a su amiga de toda la vida
Blanca se bajó lentamente del minibús y anotó en un papel el número de matrícula. A pesar de las explicaciones del taxista, no se fiaba lo más mínimo. Desde su llegada a Brasil, le pareció que eran todos unos cuentistas, con mucha cara, eso si, pero con mas cuento que calleja. Mucho Princesa, Dama y demás piropos, pero de formalidad nada de nada. Todo se reducía a lucir una sonrisa de oreja  a oreja, uno dientes blancos como la leche y labia, mucha labia y Blanca sería española, pero de tonta no tenía ni un pelo y aunque parecía que no mataba una mosca, también tenía su carácter y había toreado en plazas mucho peores con lo cual era difícil que se la dieran con queso y por eso, como ya la habían toreado muchas veces, no estaba por la labor que le ocurriera otra vez.
Se alisó la falda vaquera que llevaba y casi corriendo se aproximó al grupo compuesto por sus cuatro amigas que escuchaban con atención las explicaciones de un hombre que llamó poderosamente su atención. Se encontraba en el centro de un grupo formado por sus cuatro amigas y de momento ya destacaba por su altura. Les sacaba a cada una, por lo menos una cabeza. Era negro, pero no muy negro, cabello ensortijado, al igual que sus manos, vestía unos pantalones cortos con flecos y una camiseta como de baloncesto de vistosos colores. En su mano derecha portaba una especie de bastón que terminaba en un banderín del mismo color que la camiseta y al cuello llevaba anudado un pañuelo rojo con pequeños cascabeles que sonaban al mover la cabeza. Sus piés descalzos no tenía una sola mota de polvo y parecía como si en ese momento saliera de una bañera. En definitiva, un hombre atractivo, alto, guapo y con buena pinta
-  Solo les pido una cosa: que no se separen de nuestra banda por nada del mundo, porque este lugar es muy tranquilo para bailar y no hay ningún problema, se lo puedo garantizar, si no se salen de la comitiva. Sin embargo, si por la razón que fuese, la abandonan entonces no puedo responder de su seguridad. No se preocupen porque no se van a perder. Les parecerá alguna vez que sí, pero yo estaré pendiente y en todo caso, al final de cada paso de samba levantaré mi caña y me verán perfectamente. Dejen volar su imaginación y diviértanse que en Brasil eso está asegurado. Fijense en los hombres brasileros y en su forma de bailar. No intenten imitarlos porque eso se lleva en la sangre, pero ustedes bailen como se lo pida su cuerpo. Déjense llenar del espiritu de la samba y verán como al final les parecerá que han estado en un espectáculo de magia, pero, perdonen que sea tan pesado, pero no se salgan del sambódromo ¿Si tienen alguna pregunta?
-  Si, yo tengo una, mejor dicho dos  – Sonia levantó la mano- Una: ¿cuánto dura el recorrido? Y dos, ¿durante ese recorrido podemos bailar con los bailarines profesionales?
-  Naturalmente señorita que puede bailar con quien quiera. Como decimos aquí esto es la libertad y, según vayan pasando las diferentes escolas de samba sus ganas irán en aumento y mas de uno les hará proposiciones de irse con ellos. Ahí es donde yo digo que hay  que tener cuidado. Con respecto a la otra pregunta, el sambódromo está abierto desde las diez de la mañana hasta las ocho de la mañana del día siguiente y se cierra porque no hay mas remedio que limpiar, que si no estaría abierto permanentemente, pero lo que ustedes han contratado es un recorrido de dos horas y pero no se preocupe que yo la aviso cuando se tengan que ir.
-  Bueno, ¿a qué esperamos? – La primera en lanzarse a la aventura fue Edurne que comenzó a mover las caderas al ritmo de unos bongós que tocaba un niño de uno siete u ocho años y que la animaba a mover con mas cadencia los piés.
El resto de las amigas se animaron de manera diferente, Sonia comenzó andando pegada a un grupo de turistas que hacían lo propio. Ana se subió a lo más alto de una carroza donde le hicieron sacar la cabeza por un elegantísimo disfraz de pavo real que al mover los brazos se abría y parecía querer comenzar a volar. El espectáculo desde aquel privilegiado mirador era impresionante. Miles y miles de samboeiros desfilaban en grupos de unos cien, precedidos por unas Banda de Música entremezclándose con otros miles y miles de turistas incansables que con cámara de fotos en ristre, no paraban de inmortalizar ese momento. La comitiva ocupaba mas de cinco Kilómetros  y lo mas espectacular era que las músicas eran absolutamente diferentes y no se entremezclaban unas con otras.
Choni y Blanca se cogieron del brazo y se incorporaron lentamente a la comitiva y Almudena paseaba con cara de pena por el arcén del sambódromo sin saber a que grupo unirse. Pensó que, como siempre, sus amigas se divertirían y ella estaría dispuesta a escucharlas cuando volvieran al hotel y todo por culpa de su maldita timidez. No era la primera vez que le pasaba y por ello no tenía mayor preocupación. Sin embargo,  el guía que no la perdía de vista, se acercó por detrás y como de sorpresa inició una conversación con ánimo de que Almudena no se quedara sola
-  Perdóneme, excelencia, mi nombre es Augusto Soares y me mandan del cielo para preguntarle porqué no baila. Naturalmente San Pedro ya sabe que es usted española, concretamente de Madrid, que es usted tímida y que además le molesta que se metan en su vida. ¿Es verdad?
Almudena lo miró con expresión sorprendida hasta que cayó en la cuenta que era el guía que les había dado las recomendaciones unos minutos antes
-  Pues dígale usted a su San Pedro que no ha acertado ni una, bueno, si que soy tímida, pero nací en Italia, aunque mis padres se vinieron enseguida para España y si que me molesta que se metan en mi vida, sobre todo si vienen en plan de ligar o cosas así, porque suelen ser los mas chulos de todos los sitios y una no tiene muchas ganas de aguantar tonterías a mis años
-  Totalmente de acuerdo y espero que no vea en mí ninguna de esa cualidades. Mi misión aquí es tratar que usted se divierta y me parece que hasta ahora no lo ha conseguido ¿estoy en lo cierto?
- Bueno, si, mejor, casi no le contesto – Almudena quería iniciar una conversación, pero por otro lado se daba cuenta que con el guía poco tenía en común y no quería, en ningún caso que fuera a pensar algo distinto de ella.
-  Señorita Almudena: si me lo permite le voy a dar un consejo y espero que no me lo tome a mal- Augusto Soares adoptó una actitud seria y en su cara se adivinaba un rictus de preocupación que le hacía parecer mucho mas interesante- en Brasil decimos que la timidez se combate con el anonimato y eso es lo que debería de hacer. No intente cambiar de manera de ser porque eso es imposible y sobre todo porque no le merece la pena. Solo estará con nosotros una semana y luego volverá a su país, o sea que no le da ni tiempo, pero- el guía volvió la cabeza en dirección al sambódromo y pareció que con sus gestos parecía confirmar lo que estaba diciendo- de todos los que desfilan por ahí, esté segura que muchos y muchas, pero muchos mas de los que se imagina, son igual que usted o mucho mas y no harían lo que hacen, en ningún caso, si no fuera porque con tanta gente no se encuentran con ningún conocido. Eso es el anonimato y a partir de ahí, deje que su cuerpo se manifieste tal cual y verá la sorpresa que se va a llevar. Hágame caso señorita, inténtelo y cuando volvamos a vernos dentro de una horas, verá como la vida es diferente en Río. ¿Lo va a intentar? Dígame que sí, por favor.
Almudena contemplaba  al guía con curiosidad, no tenía nada claro si era un chulo y lo que pretendía era establecer una especie de lazos de unión, para mas adelante, pasar al ataque,  o si era una buena persona que con su mejor voluntad trataba de alegrarla la vida. El caso es que por una razón o por otra, consiguió que entrase en una de las múltiples bandas y primero con pasos vacilante y después con seguridad formara parte del grupo. Los piés se movían solos y desde las caderas hasta la nuca una sensación desconocida se iba apoderando de todo su ser. Le parecía como si estuviera suspendida en el aire, sus cuerpo no era suyo y unas manos por encima de su cabeza se movían al ritmo de unos tambores que atronaban el espacio. Le parecía increíble, pero el guía tenía razón. Toda su energía se transmitía por cada uno de los poros de la piel, se acabó la timidez y hasta bailó, muy ceñida a un negro, que parecía llevarla en volandas, solamente unida a él por debajo de la cintura. El mundo se veía diferente, pero no tanto como para abandonar las abigarradas filas de bailarines, como le proponía su momentánea pareja y así continuó su discurrir por las diferentes comparsas hasta que notó un brazo que la arrastraba fuera del recinto y que correspondía al guía que, cumpliendo con lo prometido con anterioridad, le indicaba que se habían terminado las dos horas y debía volver al hotel. Como se las ingeniaba Augusto Soares para localizar a sus clientas era algo que no se podía explicar y que él con una sonrisa insinuante definía como sexto sentido, señoritas.
La llegada hasta el hotel y las horas posteriores fueron un no parar de hablar y hablar con experiencias y sensaciones para todos los gustos y como bien definió Choni hasta cuando se fueron a la cama, y mañana más.






sábado, 24 de mayo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 37

Queridos blogueros/as: Como lo prometido es deuda aquí os mando el capítulo 37 y todavía no se que se me pasó por la cabeza pero la niña y algunas amigas mas están en Brasil y no me preguntéis por qué por que de verdad que no tengo ni idea. Acabo de leer que están en Brasil y allí que están. 
Espero que os guste y perdonar que hoy no siga escribiendo pero es un poco tarde y tengo un sueño que me muero. Además me tengo que concentrar porque mañana tenemos la final de la Champion y hay que estar bien despierto, o sea que hasta mañana y que seáis felices que es lo mas importante.
Un abrazo
Tino Belas


CAPITULO 37.-

Ana mientras esperaba el autobús se miró en un anuncio de la marquesina que en la parte inferior tenia una especie de leyenda que se adaptaba a la figura reflejada en el espejo como si formara parte del anuncio y con grandes letras de vistosos colores indicaba ¿quiere ser feliz? Vente al Carnaval de Río de Janeiro por muy poco dinero. El espejo rodeado de bailarinas de espectaculares cuerpos y escasa ropa hacían que la que se mirase se sintiera imbuida en un ambiente festivo bastante diferente al que rodeaba la parada del autobús en el que estaba el anuncio. El cuerpo de Ana había sufrido una importante transformación. Ya no era aquella chica de provincias que apareció en Madrid buscando un empleo con enorme ilusión, pero prácticamente con lo puesto. Su ropa era de marca, el abrigo, beis, largo hasta casi los tobillos escondía una falda escocesa y un  jersey de cuello vuelto de colores verdes, adornados por una cadena de oro en cuyo centro llevaba engarzada una especie de ave de bonitos colores. Las piernas iban envueltas en unas medias gruesas de lana gris que terminaban en unos mocasines marrones con un hebilla en la parte externa. Una boina escocesa daba entrada a una cara de cutis perfecto, nariz corta, cejas muy bien contorneadas y ojos de una expresividad que llamaban la atención. Una mínima melena completaba el cuadro que en ese momento se veía rodeado del ambiente brasilero. Ana se observó con detenimiento. Desde su llegada a la capital, hacía ya casi tres años, había engordado por lo menos dos kilos lo que le daba un aspecto como mas placentero, menos nerviosa, aunque por dentro continuaba exactamente igual. Los continuos cambios de trabajo la habían convertido en una fenomenal conversadora, una auténtica relaciones públicas que siempre tenía una palabra agradable y una sonrisa para regalar a los que la conocían. Sus manos se movían con una facilidad pasmosa complementando con su gesticular una voz bien modulada.
Era temprano, casi las ocho de la mañana y ese día, como muchos otros, se había levantado con la idea que sería el mejor de sus veintitantos años. Sería un día de proyectos, no en vano se juntaban en la tienda donde trabajaba, seis amigas para preparar el Camino de Santiago que estaban dispuestas a recorrer empezando en primavera y terminando después del verano. Hasta entonces solo habían charlado de ese proyecto en muchas noches de copas, pero esta vez la cosa iba en serio y aunque era Domingo, todas estaban de acuerdo en reunirse para organizar.
EL trayecto desde su domicilio hasta la tienda de alta costura de Maite Punset situada en pleno centro del barrio de Salamanca, concretamente en Serrano esquina a Jorge Juan, había sido muy corto porque el tráfico al ser un día festivo era prácticamente nulo, lo había hecho en apenas diecinueve minutos, cuando en condiciones normales le llevaba, por lo menos, cuarenta y cinco minutos o más según las horas. Era el mismo recorrido de todos los días y sin embargo aquel le pareció diferente. El cielo de Madrid estaba como muy limpio, las calles recién regadas despedían un olor diferente y hasta los edificios parecían emitir una mejor luminosidad. Le llamó poderosamente la atención la fachada de Presidencia del Gobierno, con toldos verdes en las ventanas, Guardias Civiles con sus tricornios por todas partes y en contraste un perro vagabundo que hacía sus necesidades a escasos metros sin percatarse de la presencia de los componentes de la benemérita.
La gente, a pesar del sol que se abría paso a través de la noche, circulaba deprisa como si de un lunes se tratase y daban ganas de pararse y convencerles que los Domingos se han hecho para la tranquilidad y no para las prisas, para sonreir y no para permanecer con el gesto ceñudo de toda la semana, para respirar y llenar los pulmones de aire y no para tragar el humo de un Ducados a esas horas de la mañana, para disfrutar de la vida y para saludar a todos los que te cruzases con ellos por la calle, para dar las gracias al barrendero por su trabajo tan digno como cualquier otro y para gritar ¡viva la vida! que para eso una es joven. Aquel ajetreo le hizo recordar que unos meses antes había asistido a una reunión parecida y no habían llegado a nada en concreto. Todo el mundo tenía enormes deseos de hacer el Camino de Santiago, pero unas no podían porque no tenían dinero, otras porque no tenían tiempo y alguna porque lo que no tenían eran ganas, todo eran excusas y justificaciones para quedarse en casa e hicieron que el atractivo proyecto se convirtiera en un tremendo fracaso.
Al fondo de la tienda, en una especie de despacho delimitado por cuatro paneles en los que se encontraban posters de famosas top models, se encontraban cuatro de las seis citadas a la reunión. Todas eran chicas jóvenes, vestidas de manera informal, sonrientes y dispuestas a lo que fuera. La llegada de Ana motivó que todas las miradas convergieran en ella y aunque faltaba Patricia, los preparativos comenzaron porque eran conocidos y padecidos por todas sus frecuentes plantones y más un festivo por la mañana si la noche anterior había sido algo ajetreada.
Inició la reunión Blanca Cienfuegos quien con su habitual verborrea las llenó de datos, direcciones, precios, formas de pago y mil detalles más que completaban la perfecta organización que, como siempre había realizado, para eso era la gerente de Nuevas Experiencias, una especie de agencia de viajes todo incluido, que estaba haciendo furor entre las jóvenes de la alta sociedad madrileña. Su trabajo era integral en el sentido que le encargaban un viaje, el presupuesto con el que contaban y ella se encargaba de todo. Con más motivo se había esmerado en la organización del camino de Santiago para sus cinco amigas y para ello había establecido tres formas de hacerlo. Una y es la que ella aconsejaba era utilizando los hoteles que a lo largo de toda la caminata se distribuían por los pueblos de la zona, la segunda era haciendo un Camino de Santiago como Dios manda y no era otro que utilizando los albergues que jalonaban todo el recorrido y la última, posiblemente la mejor, pero también la mas cara, no le deis vueltas lo mejor siempre es caro, era utilizando como una especie de campamentos-base en las capitales de las provincias por las que se atravesaba. Ello conllevaba una furgoneta escoba para acercarlas al lugar donde terminaban el día anterior.
Se discutieron los pros y los contras de todas las propuestas y al final se aceptó por unanimidad que la primera era la mejor. Harían el camino como todo el mundo pero a la hora de dormir lo harían en hoteles que tuvieran baño y agua caliente. Solamente Edurne Goicoechea mostró su pesar por no ir a los albergues de Peregrinos porque sus amigas le habían comentado que era un ambiente fenomenal y que la gente se portaba de maravilla, aunque fue convencida por el resto que insistían en que harían igual que todos, pero a la hora de dormir la habitación estaría limpia y caliente e incluso una ducha calentita al final de cada etapa les vendría fenomenal.
La discusión subió de tono y aquello se convirtió en un auténtico gallinero cuando comenzaron con el tema de las fechas. Una preferían verano, otras no podían en esas fechas, alguna no estaba dispuesta a sacrificar sus vacaciones y todas tenían graves inconvenientes. Blanca Cienfuegos llevaba la voz cantante y fue ella la que propuso la próxima reunión en los Carnavales de Río de Janeiro. A todas les pareció una locura, pero la oferta era de las que no se podían desaprovechar y al cabo de unos minutos ya eran cuatro las que estaban de acuerdo en que el plan era maravilloso, cuatro días en Río, dos en las cataratas de Iguazú y los dos restantes para viajes de ida y vuelta. Ocho días con todo incluido a un precio irrisorio y encima con la posibilidad de pagarlo en seis plazos.
Total que otra vez la idea del camino de Santiago se disolvía como un azucarillo en un café y ya era la tercera intentona. En fín, otra vez será, pensó Ana mientras volvía a la parada del autobús de vuelta a su casa. Tampoco es mala idea lo de Río, seguro que lo pasamos bien, lo que siento es que no venga Patricia, pero no podemos depender de nadie porque si nó, no hay viaje posible; una vez será una y otra vez otra, pero lo que está claro es que es imposible que las seis nos pongamos de acuerdo, pero bueno tampoco es una tragedia, somos cinco y todas animadas o sea que malo será.
Los días pasaban con una lentitud desesperante, Ana en su trabajo de secretaria en una empresa de importación de bienes de consumo, no era capaz de centrarse. Su cabeza estaba en una playa paradisíaca, rodeada de palmeras por todas partes, menos por una en la que una arena blanquísima y fina la conectaba con una orilla donde un agua transparente depositaba una espuma que se difuminaba entre los cientos de esculturales cuerpos que se paseaban al son de alegres músicas.
Cada pocos metros, unos chiringuitos maravillosos ofrecían a los viandantes productos exóticos que eran anunciados por unos vendedores de torso desnudo con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que la gente bailaba y bailaba sin parar. Se imaginaba un calor agobiante y la necesidad de meterse en el agua a cada minuto, a pesar que su intención era volver morena como un conguito.
Incluso dejaba volar su imaginación hasta encontrarse con un brasilero increíble que la enseñaba los secretos de la samba y de la vida en esa ciudad. A pesar de ser advertida en el hotel, se iba sola con él y una sensación impresionante recorría todo su cuerpo y eso que nunca llegaba a plantearse un romance. Por fín, volvía con sus amigas y entre lágrimas de alegría les contaba sus correrías por la ciudad, mientras que éstas la ponían verde por el susto que les había pegado.
El final siempre era feliz, pero los estadíos intermedios se desarrollaban en soledad, como una persona independiente y nunca en compañía de sus cinco amigas.  
Por fin estaban en Rio de Janeiro, el tiempo era su mejor aliado y fue lo primero que le llamó la atención. Eran las seis y cuarto de la tarde, hora local, y aunque el viaje se le había hecho mas corto de lo que se esperaba, las nueve horas que llevaban entre pecho y espalda hacían mella en su ánimo y tuvo que ser Blanca Cienfuegos la que animara la llegada explicando que la zona donde se encontraban era a unos doce kilómetros de la ciudad, en un valle famoso por su cantidad de humedad y que esa lluvia era muy buena señal porque si allí llovía, en Río haría sol, como decía la canción de Joao Silveira, famoso trovador al que pensaban oir en un pequeño local de su propiedad en las proximidades del Hotel “Bissau” donde estarían alojadas por siete noches.
El trayecto fue, al menos para Ana, angustioso. Barrios enteros de favelas con miseria por todas partes, chiquillos persiguiendo el microbús y alzando sus pequeñas manos en busca de alguna limosna, meretrices que ofrecían la mercancía de sus cuerpos en cada esquina y motos con tubos de escape ensordecedores que atronaban las amplias avenidas hasta llegar a la zona turística. Los explotadores de turistas, como los definió la guía que les acompañaría durante su estancia en Brasil, no se hicieron esperar y ya en la puerta del hotel se acumulaban para ver a las blanquiñas exhibiendo sus cuerpos bien torneados en muchas horas de gimnasio. Al bajar del autobús fueron literalmente asediadas por una pandilla de hombres que al ritmo de samba se ofrecían para enseñarlas a bailar en la Escuela “El Jairçinho, a mellor do mundo mundial”, como pregonaba a los cuatro vientos un negrazo de casi dos metros que se movía como los propios ángeles. Almudena Gandarío no pudo resistirse ante su endiablado ritmo y le acompañó en unos pasos de baile. Joao Mouriño que así dijo que se llamaba el brasilero se contoneaba a su alrededor con unos movimientos insinuantes de sus caderas, pero sin rozar absolutamente para nada a la joven española. Sus miradas se cruzaron y en ella Almudena le pareció ver un deseo de aventura. Los movimientos se fueron haciendo mas cadenciosos ante la atenta mirada del resto de turistas y sus cuerpos se fueron acercando como si de un imán se tratase. En una de las vueltas, Joao abrazó a Almudena quien se dejó atrapar entre las manos de aquel desconocido que en menos de cinco segundos había recorrido todo su cuerpo y la había hecho desear que aquel momento continuase varios minutos. Sin embargo, con una rapidez increíble, se deshizo de ella en un instante y desapareció dando grandes saltos sobre la alfombra que iniciaba el acceso a uno de los mejores  hoteles de la cadena Meliá en Río de Janeiro.
Tanto Ana como Blanca Cienguegos y Sonia Siguero se encaminaron hacia la puerta de cristales arrastrando sus pesadas maletas hasta que unos botones negros como tizones con gorritos de vistosos colores les indicaron que ellos las acompañaban hasta la recepción y que una vez que se registrasen las acompañarían a la habitación. Almudena se quedó discretamente rezagada mientras que Choni Verdugo la esperó con paciencia y con un gesto de complicidad le explicaba que tenían ocho días por delante y que no se deberían quedar con el primero que se cruzase en su camino.
Treinta minutos de trámites en la recepción del hotel amenizados por un sonido de samba que inundaba todos los rincones y enseguida se encontraron instaladas en dos amplias habitaciones con unas terrazas impresionantes que daban a la playa de Copacabana. Casi como si de una orden se tratara, las cinco dejaron las maletas encima de la cama y se sentaron en amplias hamacas de bambú negro con loneta blanca y admiraron el paisaje que se ofrecía a sus ojos ansiosos de emociones. La playa era impresionante de tamaño, circundada por un paseo marítimo hasta los topes de gente entre los que sobresalían por su número los winsurfistas que con sus tablas a hombro bajaban por múltiples escaleras hasta la blanquísima arena de la playa y allí desplegaban las velas y se ajustaban los trajes de neopreno para tener la posibilidad de permanecer a uno cincuenta metros de la orilla en busca de unas olas que les transportasen en sus lomos como si de caballos se tratase.
Abrieron las maletas y una colección de camisetas de todos los colores, pantalones cortos de distintas hechuras, zapatillas con cintas de colores, sujetadores, bragas a cual mas pequeñas, pañuelos de chillones colores, zapatos de cuero con algunos trajes largos, por si hubiera alguna situación que así sucediera y hasta algún sombrero fueron lentamente depositados por sus propietarias encima de la cama, mientras dejaban encima de un mármol, en el cuarto de baño, diferentes bolsas en las que se acumulaban lápices para sombra de ojos, barras de labios, estuches con  múltiples colores y hasta unos peines de delicadas cerdas que apareció entre los viajeros. Los bikinis pasaban de mano en mano y a los pocos minutos hicieron su aparición las dos amigas que ocupaban la habitación contigua, ataviadas con mínimos biquinis y amplios pareos y con la bolsa de la playa preparada.
-  Como  siempre Blanca  Cienfuegos fue la encargada de animar a todas y de organizarlas para  que no perdieran el bus contratado para visitar la zona central de la ciudad carioca, zona en la que era especialmente peligroso atravesarla sin ir con un guía, debido a la tradicional inseguridad ciudadana.
-  Venga, Ana, espabila que siempre tenemos que esperarte y esta vez tenemos prisa porque el bus está contratado para las siete y cuarto y son las seis y media.
Ana se levantó lentamente y afirmó
-  Pero aquí ¿a que hemos venido? Tranquilidad señoritas que a mí no se me puede estresar que estoy en una edad muy difícil ¿entendido?
- Jo, Ana, siempre me contestas lo mismo y no tengo ningún interés en estresarte, pero lo que si quiero es visitar la ciudad que todo el mundo dice que es una maravilla y aunque aquí se hace de noche tarde, te recuerdo que después de la tourné por la ciudad todavía nos queda la cena en el Sambodromo de Santa Lucía, o sea, que ánimo que la noche se presenta muy caliente.
Sonia Siguero con su pelo casi al cero, su cintura de avispa que arropaba un cuerpo bien conformado, excepto por unas pistoleras que a ambos lados de sus caderas la hacían parecer mas ancha que la realidad, terminó de cepillarse los dientes y asomó la cabeza en la habitación
-  ¿A que hora hemos quedado Jefa?
-  A las siete y cuarto. ¿Le parece bien a la Señora Marquesa?
- Si, no me parece mal aunque hubiera sido mejor alguna horita para echar una cabezada porque ahora mismo tengo un mal cuerpo que no sé como voy a tirar de mí.
-  No te preocupes – Choni intervino desde la terraza – que eso nos pasa a todas. Seguro que es del viaje, porque casi sin darnos cuenta nos hemos metido entre pecho y espalda diez horitas de avión, que aunque algunas hemos dormido como troncos, eso del cambio de horario debe ser verdad porque yo parece que vengo de correr la maratón de Nueva York.
-  Venga, venga – Blanca se plantó en el centro de la habitación – las normas son las que nos hemos marcado nosotras mismas y la que no esté se queda en tierra.
Un pequeño microbús de ocho plazas las esperaba en la puerta del hotel con un cartel en el frontal delantero que ponía Srta. Blanca Cienguegos y acompañantes. Se acomodaron en los diferentes asientos y comenzaron lentamente a desplazarse por las amplias avenidas que les aproximarían a Río de Janeiro. Al principio, la velocidad era razonable, pero según se acercaban a los enormes edificios que asomaban sus últimos pisos como si del final de la autopista se tratase, los parones se hacían frecuentes lo que les permitía hacer cientos de fotos de los lugares que les parecían como más emblemáticos. Suciedad no se veía por ninguna parte, pero sí miseria, pero era una misería como aquella que se produce en las casas de los ricos venidos a menos, el señorío heredado de sus predecesores los portugueses flotaba en el ambiente y auque lo externo era pobretón, las miradas eran altivas y orgullosas de ser brasileiros. En cada esquina, un pequeño campo de fútbol permitía desarrollar las habilidades de los más jóvenes y aunque el espacio fuera pequeño, los niños correteaban como si del mejor estadio se tratase y algunos parecían magos con los balones viejos que se pasaban de un pié a otro sin dejarle tocar el suelo. Como porterías valían cualquier cosa y palos viejos hacían las veces de blanquísimo postes y las redes, podridas por el paso de los meses, eran asiento de los balones cuando transpasaban las manos de los porteros que con sus guantes de vistosos colores trataban de evitarlo con escorzos en el aire. Casi todos los niños portaban camisetas amarillas con el nombre de sus idolos, entre los que destacaba el de O Rei Pelé.








lunes, 19 de mayo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 36

 Queridos blogueros/as: No tengo ni idea que pasará hoy con el ordenador porque llevo unos días que ya ...ya. En Cedeira y para un día que se me ocurre escribir, resulta que éste bicho dice que no lee el pen drive. Bueno ya os podéis imaginar el cabreo, pero el ordenata " na de na" como los burros que eso no lo leo porque no me da la gana y yo dale que te pego, venga hombre leelo, total a ti que mas te da, pero que si quieres arroz Catalina, que no y que no, total que otra semana que no he escrito nada y ya no se ni cuanto tiempo hace, pero el último día me va a tocar correr. 
El otro día os avisaba que hoy iba a haber sorpresas ¿no? pues me he confundido y hoy todavía no toca, o sea que os tendréis que esperar a otro capítulo porque en éste hay mas de lo mismo, un poco mas dramático pero prácticamente igual.
Otra vez los "p....." cookies y encima lo ponen en negro fuerte para no tener mas remedio que saber que siguen ahí. Bueno, vamos a no hacerles caso y espero que se vayan por el mismo sitio donde vinieron.
El viernes que viene ya volvemos a la normalidad y os prometo que el próximo capítulo saldrá a la luz cuando tiene que salir y no un lunes por la noche como hoy. En fin, otra de las muchas ventajas de estar jubilado: escribo cuando quiero y como quiero que para eso soy viejo ¡pasa algo! mira que después de ganar la Liga el Atlético de Madrid y encima en el Nou Camp y al Barcelona estoy "mu crecio" claro que el sábado en Lisboa espero que les bajemos los humos a los colchoneros.
En fin, que seáis felices o por lo menos lo intentéis.
Un abrazo 
Tino Belas


CAPITULO 36.-

El Dr. Cuesta salió de la zona reservada en la que estaba ingresado D. Fernando Altozano Y Ortiz de Mendivil lo que fue aprovechado por Mamen para ocupar su lugar y puso su mano sobre la de su marido con cuidado de no interferir en el suero unido a su cuerpo a través de una vena canalizada en el dorso de la mano derecha. Fugazmente analizó su cara. Parecía que había estado en una cura de reposo y realmente así había sido, aunque desgraciadamente por una enfermedad, pero en su expresión no había ni el menor signo de cansancio. Claro que ya habían pasado nueve días de los cuales cinco había estado completamente sedado y sin reconocer a nadie.
El pelo, norma de la casa de los Altozano, permanecía engominado y unos pequeños rizos hacían su aparición en la nuca. Quizás en lo único que se podía traducir los días en la UVI eran en los pliegues debajo de los ojos que habían visto aumentado su grosor y sobre todo en su carácter. Siempre había sido un hombre con exceso de vitalidad y desde el ataque cardíaco se había vuelto miedoso, como poco decidido e incluso se podía decir que desvalido. Agradecía la presencia de Mamen y aunque era consciente que también la necesitaban los niños, deseaba que permaneciera siempre a su lado y por eso le subió enormemente la tensión el día que un Médico de la UVI le dijo que los horarios eran los horarios y estaban ahí para cumplirlos y que no entendía la razón por la cual Mamen entraba todas las mañanas. Fernando trató de indicarle que le hacía falta, pero el Dr. García Bermejón, que así se llamaba el individuo, no atendió a razones y dio las órdenes oportunas pero que se cumpliera la legalidad vigente. Naturalmente la intervención del Dr. Cuesta redujo la tensión y Mamen continuaba entrando, excepto los días que el Dr. García tenía guardia en cuyo caso la avisaban con antelación y llegaba algo mas tarde.
Eran muchas las horas que pasaban uno al lado del otro y los temas se sucedían sin ningún orden, aunque prevalecían los relacionados con la familia y alguna vez, aunque de pasada, se planteaba el tema de su futuro. Mamen estaba convencida que todo lo sucedido era un castigo de Dios y como una especie de aviso. Sin embargo, Fernando no lo consideraba como tal, o si lo consideraba no lo decía y más bien lo entendía como un aviso de su organismo para que cambiase los hábitos de trabajo, pero en ningún momento en nada relacionado con su matrimonio. Parecía como si estuviera esperando a mejorar de aquella situación para plantearse otros problemas, pero Mamen no estaba dispuesta por lo que una tarde, mientras él repasaba unos informes que le habían llevado de su despacho, planteó directamente la cuestión
-  Fernando ¿te has dado cuenta que llevamos cinco días juntos durante muchas horas al día y ni un solo minuto hemos hablado de nosotros?
-  ¿De nosotros? ¿y que tenemos que hablar de nosotros?
-  Hombre, no me digas eso ¿no te acuerdas que cuando te dio el infarto estábamos atravesando una  crisis muy importante en nuestra relación? No me digas que te has olvidado, porque si es así, se lo deberíamos comentar a los Médicos.
-  No digas tonterías – Fernando la miró a los ojos – no se me ha olvidado ni mucho menos, lo que pasa es que no parece que sea el momento más oportuno para plantear discusiones ¿no te parece que bastante me ha caído encima?
-  Si, seguro que sí, pero he estado cinco días mirándote a través de un cristal, con cientos de horas vacías, sola, dándole vueltas a la cabeza a nuestros años de casados y haciendo un balance sin querer de los años que hemos vivido juntos y me gustaría saber tu opinión porque si te fijas de eso nunca hemos hablado
-  Tu has estado cinco días mirándome a través de un cristal y yo he estado el mismo tiempo y supongo que por culpa de la medicación para mí han sido no como cinco días, sino como cinco segundos y por lo tanto no he tenido tiempo de pensar en nada y mucho menos en nuestro matrimonio, o sea que poco puedo opinar.
-  Tenemos que cambiar como sea Fernando. Nuestros hijos no se merecen que sus padres estén discutiendo a todas horas ¿no te parece?
-  Tienes toda la razón, pero ¿me puedes decir como?
-  No lo sé y eso es lo que me está volviendo loca. Me paso el día pidiéndole a Dios que nos ayude a encontrar una solución, pero hasta ahora lo único que me dice el corazón es que hay que hablar y hablar.
-  Ya – Fernando se dio la vuelta en la cama y se quedó mirando a la pared. Como si el entelado de la blanca pared que le había tocado en suerte, fuera una pantalla gigante, sus últimos meses fueron pasando ante sus ojos y se dió cuenta que toda la culpa era suya y de nadie más. Su trabajo le había absorbido de tal manera que la familia, los amigos, el deporte y hasta la propia salud habían pasado a un segundo plano por culpa del dinero. Primero fué la compra de la casa, después su empeño en comprar el piso donde estaba ubicado el despacho, a continuación su ampliación por aquello de que los clientes iban en aumento y por último el cambio a una zona más señorial porque los clientes, siempre los clientes, se merecían un sitio más señorial con lo que las tarifas se podrían aumentar y claro, donde estaban eso no era posible y así habría que contratar nuevas secretarias y así los gastos iban aumentando y como la cartera de clientes era mas numerosa, las comidas crecían proporcionalmente de la misma manera que los gastos con lo que se necesitaban nuevos clientes, más dedicación, más personal, más espacio, más.....más  y así sucesivamente hasta llegar a una situación como la actual en la que el dinero ya no era necesario y lo único verdaderamente importante era la salud y como mucho y como ayuda, la familia. Lo demás no servía para nada. Fernando no lloraba porque su cabeza estaba en otro sitio, pero su cuerpo se estremeció y al volverse nuevamente hacia su mujer la expresión de su cara reflejaba una profunda decepción – Mamen, te lo juro por lo más sagrado que no sé lo que me ha pasado, supongo que sería el dinero, no sé, pero he perdido todo lo que merece la pena y todo por mi culpa. Por perder, he perdido hasta la fé. Al principio y tú lo sabes, he rezado pidiendo ayuda, pero nadie me hizo caso y ahora ya me da igual. No busco la felicidad porque creo que se me ha pasado el tren y lo único que deseo es recuperarme cuanto antes para intentarlo otra vez y espero que tú me ayudes.
Mamen no pudo reprimir una sonrisa que sorprendió a su marido.
-  A mí me pasa igual ¿sabes? Siempre he sido la sacrificada, es verdad que en los temas económicos era la beneficiada, pero en los demás creo que he actuado correctamente siempre a tu disposición y lo que pasa es que ya me he cansado y tengo que pensar si merece la pena intentarlo otra vez. Desde luego, ahora mismo creo que lo única razón serían los niños, por lo demás seguro que no, pero ya te digo que me cuesta mucho esfuerzo. Te has acostumbrado a comprar todo y afortunadamente en la vida todavía quedan cosas que no se pueden comprar. Pocas, pero algunas quedan.
-  Mamen, por favor, ¿no te parece que no es el momento?
-  Pero, ¿me quieres decir cuando es el momento? ¿me lo quieres decir? – Una enfermera acudió ante los gritos de Mamen quien se encontraba de pié delante de su marido presa de un ataque de nervios y a pesar de la presencia de la ATS que trataba de tranquilizarla ella continuaba con sus argumentos – llevo cinco años aguantando y ya estoy harta ¿sabes lo que significa eso? ¿te lo puedes imaginar?
La ATS intervino con la idea de apaciguar los ánimos, pero ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos no tuvo mas remedio que emplearse con energía y obligar a Mamen a abandonar la UVI.
Fernando adoptó una postura que parecía la más inteligente en aquellos momentos y era la de no pensar y dejar pasar las horas. Pidió un valium con la excusa que estaba muy nervioso y se quedó completamente dormido.



sábado, 10 de mayo de 2014

EL TRIO DE DOS:CAPITULO 35

Queridos blogueros/as: Esta vez va a ser una introducción rápida porque la llegada del verano, nunca mejor dicho, que me ha pillado sin ropa y no me queda mas remedio que acercarme al Corte Inglés, eso si, en tallas esprazeciales porque uno no entra en cualquier "trapito" y me tengo que ir.
Todavía estamos en el Hospital y claro algo hay que hablar de las suegras que para eso están.
En el próximo capítulo, o en el siguiente, no me acuerdo muy bien, empieza una nueva sorpresa que espero que os guste
Un abrazo y aprovechar a ser felices que el solecito acompaña.
Un abrazo
Tino Bela


CAPITULO 35.-

Mamen salió al pasillo cuando desde el fondo una voz conocida la llamó. Era su suegra que venía toda acalorada, con los visones al viento y unos tacones que la hacían parecer más alta de lo que realmente era. Ni el infarto de su hijo había conseguido que se moviera un solo pelo de una muy bien peinada cabeza, cada zona de maquillaje le hacía resplandecer unos elementos determinados de su cara, presidida por una nariz perfecta y unos bonitos ojos de color indeterminado. El conjunto se veía realzado por dos hermosos pendientes con un diamante encastrado entre tres perlas de un blanco inmaculado. Olía a Chanel Nº 5 y se abrazó a su nuera. Ambas permanecieron así durante unos segundos y a continuación  Doña Victoria Ortiz de Mendivil trató de conocer lo ocurrido preguntando sin cesar- Que horror, hija, que horror. Es increíble, de verdad. Este chico tan joven, tan fuerte, tan sano tan feliz, ¿cómo es posible Dios mío? Fijate que me he enterado de la noticia en el Ropero de Aldeas Infantiles. Estábamos Tita Ribagorzana, Marisol Albizu, Tonchi Goyanes y yo cuando nos comentó la noticia el chofer de Piluca Cortés que se lo había comentado el conserje de la oficina de Javier Irigoyen y como sabía que estaba aquí, Javier lo mandó para que me trajera al hospital y mientras él trataría de localizarme, pero no lo consiguió y el que me dio la noticia fue el propio mecánico que encima el pobre es bastante torpe y me decía que habían llevado a Fernando a un hospital y que le habían dicho que estaba entre la vida y la muerte. Fijate como es la gente, de verdad. No saben que una tiene taquicardias y no se me pueden dar noticias desagradables. Desde luego, como son. Pero, bueno, cuentame que ha pasado Mamen
Mamen observó a su suegra con ojos escrutadores. Estaba convencida que era simple desde que nació, pero muy buena persona y los hechos le confirmaban su impresión una vez más. Desde sus largas estancias por Europa era una mujer ocupada en múltiples menesteres pero ninguno eficaz. Presidía diez o doce instituciones de carácter benéfico , pero a ninguna le dedicaba más de dos horas a la semana. Los lunes por la mañana tenía ropero, por la tarde reunión en La Cruz Roja, jugaba al “bridge” los martes por la tarde en casa de la Marquesa de Fuenteslunas y para eso se pasaba la mañana en la Peluquería de Llongueras, acudía a clase de yoga los miércoles por la mañana y por la tarde tertulia en casa de Carmen Nores, mujer del Embajador de Austria en España y donde se ocupaba, de manera alternativa, de su presidencia de la Asociación de Mujeres de Diplomáticos. Los jueves los dedicaba al deporte, por la mañana en el gimnasio de Club de Campo donde realizaba gimnasia de mantenimiento finalizando con un enérgico masaje y a continuación comía en compañía del resto de componentes de la junta directiva de la Asociación de mujeres deportistas de Madrid y por la tarde departía con su marido y los Condes de Valduque mientras jugaban al golf. Sus obligaciones finalizaban el viernes por la mañana después de colaborar en la redacción de la revista “Papeles de mujer”. Por la tarde planificaba la semana con el servicio y el sábado y Domingo se ponía a disposición de su marido y asistían a algún homenaje, iban al cine, acudían a alguna recepción y ocupaban el primer banco en Misa de doce en la Iglesia de San Francisco el Grande en donde el Padre Ortega con sus homilías encendía el corazón de los presentes de tal manera que las limosnas se duplicaban por semanas.
-  A Fernando le ha dado un infarto – Mamen prefirió decirle la verdad de entrada, sin rodeos y mirándola fijamente.
-  ¿Así, por las buenas?
-  Pues si, por la buenas.
-  Dios mío, Dios mío porqué me mandas esta cruz. ¿Qué te hemos hecho para esta desgracia? – Doña Victoria sacó un pequeño pañuelo con el que se secó una lágrima que hizo su aparición por su mejilla - ¿Y está bien?
-  Yo hasta ahora solo lo he visto a través de un cristal. Está dormido y aparentemente está bien y según los Médicos la evolución está siendo satisfactoria.
-  Bueno, lo primero que vamos a hacer es llamar a José Luis Lopez de Letona para que hable con el  Director del Hospital y después hablaré con Marita Ridrueña, ya sabes que su marido es Cardiólogo, para que lo venga a visitar y contraste opiniones con los de aquí y si es necesario lo metemos en una ambulancia y lo llevamos a la Clínica de Navarra.
-  Mira Victoria, vamos a mantener la tranquilidad y esperar porque ahora ya lo están tratando y hasta el momento no ha tenido ninguna complicación.
-  Ya sabes que nunca me he metido en vuestras cosas- Doña Victoria se sentó en una silla que formaba parte de una fila con las tapicerias desgastadas, se ajustó la falda y continuó – y ahora tampoco nos vamos a meter, pero si necesitas cualquier cosa nos lo dices que trataremos de ayudaros. Lo mas importante es que esté en el mejor sitio y que se recupere cuanto antes. Bueno, Mamen, perdona pero me tengo que marchar porque me está esperando Piluca Merchaniz para comer y no quiero llegar tarde. Si pasa cualquier cosa me llamas – Doña Victoria se levantó y después de besar en ambas mejillas a su nuera, se marchó por el mismo sitio por donde había venido.
Mamen se sentó y extrajo un pequeño espejo del bolso de Benetton que tenía al lado. Lentamente repasó su cara en la que destacaban dos enormes bolsas debajo de los ojos que la hacían una expresión de cansancio que se correspondía con la realidad. Era raro que ni una gota de maquillaje se encontrase sobre su cara, pero las circunstancias fueron las que fueron y para maquillajes estaba ella. El pelo lo tenía limpio, pero bastante despeinado y con su mano izquierda trató de recolocarlo lo más posible. Guardó el espejo en el bolso y se entretuvo hojeando una revista de cubiertas bastante usadas. Sus ojos se deslizaban por las páginas de información, mientras que su mente se encontraba navegando por otros mares. Las imágenes de sus hijos se superponían sobre las de la revista y pensó que la necesitarían en casa con lo que recogió todas sus cosas y después de decir a través del cristal a una enfermera que en ese momento le comentaba que todo estaba igual y de avisarla que a última hora volvería, se fue a lo largo del pasillo, alcanzó la puerta de salida y allí se subió a un taxi, sin advertir que desde la ventana de la UVI el Dr. Cuevas la miraba con detenimiento. A los pocos segundos la cortina volvió a su posición original y el Dr. Cuevas se enfrascó en la lectura del último número de la Revista Española de Cardiología.
Parece como si los días en la UVI transcurrieran todos iguales y sin embargo cuando se volvía la vista atrás, cada uno era diferente. Mamen trataba de recordarlos uno a uno y se entremezclaban entre si, con incidentes individuales que los diferenciaban con claridad. Todos los dias a las nueve y media llegaba al hospital con algún detalle para Fernando y también para las enfermeras. Unas veces, churros, otras porras o pasteles que compraba en Mallorca de enfrente de su casa y por supuesto la prensa diaria para que las horas se hicieran mas llevaderas. Ante tantas atenciones, el personal de la UVI se mostró menos estricto que con el resto de los pacientes y así todas las mañanas, Mamen podía charlar una hora con su marido, lo que aprovechaba para ponerle al día de los diferentes asuntos familiares. Al principio, Fernando estaba absolutamente deprimido y toda su obsesión era conocer el futuro que le esperaba a su regreso al mundo laboral y preguntaba y preguntaba sobre cuantas horas podría trabajar y si su actividad sería igual que antes. Los Médicos, todos excepto el Dr. Cuesta, lo dejaban todo en el aire y pendiente de la evolución, mientras que el Dr. Cuesta le cantaba las verdades del barquero
-  Mire, Fernando, no le dé más vueltas, casi todo el mundo que ha sufrido un infarto sale de aquí con el firme propósito de cambiar su vida, darse todos los días un paseo y no estresarse por nada y sin embargo la experiencia que tenemos todos los Cardiólogos es que pasados mas o menos un año,  todos los pacientes se han olvidado de sus buenas intenciones y de lo único que se acuerdan es de no fumar
-  Algo es algo, no Doctor – contestó Fernando tratando de esbozar una sonrisa con un hilillo de voz que iba mejorando con el paso de los días – Por ejemplo pongase usted en mi caso ¿qué puedo hacer? ¿dejar el despacho? Eso es imposible porque mis hijos comen todos los días y fiestas de guardar.
El Dr Cuesta sentado en una silla entre la cama y Mamen iba rebatiendo uno a uno todos sus argumentos
-  Bueno, pero si quiere puede ir todos los días un poco mas tarde y antes darse un paseo, comprar el periódico en el kiosko de su casa, desayunar con su mujer tranquilamente, ¡yo qué sé! infinidad de cosas que se pueden hacer y que por desgracia en las grandes ciudades casi ninguno hacemos.
-  Y si tengo un cliente y me plantea comer con él ¿podré ir?
-  Naturalmente que puede ir, faltaría más, lo que pasa es que tendrá que tener cuidado con el menú, pero en cualquier restaurante se puede comer una buena ensalada y una carne a la brasa o un pescado a la parrilla
-  Ya, pero sin vino.
-  Hombre tampoco hay que exagerar, se puede tomar una copa, pero eso sí, que sea bueno
-  ¿Y un whisky?
-  Si y también un café solo y un puro ¿algo más desea el señor? Usted piense que desgraciadamente le ha dado un infarto importante pero que lo puede contar. Eso es una cosa, pero además también puede ser el momento para intentar cambiar los hábitos de vida  y todo el mundo lo entendería  y si mañana está comiendo con un cliente y le explica tranquilamente que se tiene que ir porque hace unos meses le dio un infarto y tiene que echarse una siesta, pues el cliente se queda tan pancho y si no se queda peor para él, pero usted se levanta y finaliza la sobremesa en su casita con su mujer y los niños ¿qué le parece el plan?
-  Me parece muy bien, pero ese no es mi caso.
-  ¿Porqué no? – El Dr. Cuesta miró a Mamen directamente - ¿le va a echar su mujer si aparece a descansar un rato? Estoy seguro que no, ¿verdad?
-  ¡ Que cosas tiene Doctor! Eso sería ideal – Mamen miró alternativamente a Fernando y al Doctor - pero me parece que ha ido a dar con un enfermo que se resiste a serlo.
-  Eso es natural, ninguno queremos que nos dé un infarto, pero mi obligación es tratar de animarle para que intente, dentro de lo posible, cambiar su manera de vivir y una cosa es indiscutible, se ponga como se ponga, y es que la vida que ha llevado hasta ahora, esa no la va a poder seguir llevando. Eso es lo único que no admite ningún tipo de negociación, el resto todo es discutible y en cualquier caso, nosotros estamos aquí para ayudarle, pero el corazón es suyo y el que lo pasa mal es usted que nosotros no, o sea que aplíquese el cuento. En fin, piense en o que le estoy diciendo y mañana seguimos porque ahora me tengo que ir a la sesión clínica del hospital. Que les vaya bien.







sábado, 3 de mayo de 2014

 Queridos blogueros/as: Casi me podía ahorrar las eses y con ponerlo en singular sería suficiente pero bueno, seguiremos como siempre por aquello de mantener las tradiciones. 
No se lo que habrá pasado hoy  con el ordenador, lo mismo me ha castigado por no escribir ayer que era viernes pero el muy capullo (perdón por la expresión pero no se me ocurre otra mejor) me dice no se que de las cookies, como si uno fuera por ahí con cualquiera.  Cooki o como se escriba serás tú, capullo mas que capullo y además quien es el ordenador para meterse en mi vida privada. Esto es el colmo, salgo con quien me da la gana ¡solo faltaba! y en vista que se ha debido cabrear vuelve otra vez el mamón de él y me dice que no puede leer el pen drive o no se que. Está bien que se cabree pero dejarme en la estacada ¡eso si que no!, menos mal que el listo de él no sabe que eso ya pasó otra vez y  mi asesor informático, ya sabéis que es mi hijo Tito,  hizo una copia de seguridad o sea que ajo y agua que a mí los enfados del ordenador me la....... pues eso.
En fin, como podéis ver estoy muy cabreado y menos mal que en este capítulo ya se empiezan a ver "cositas" y seguimos en el hospital, o sea que continúo en lo mío y que quede bien claro que todo parecido con la realidad es pura coincidencia no vaya a ser que alguien, por supuesto vosotros mis dos únicos blogueros seguro que no, pero alguien saque conclusiones donde no las hay. Como dicen los que escriben como Dios manda , todo es producto de mi imaginación.
Supongo que con tanto puente ahora si que habéis sido felices, o sea que esta vez no hay que intentarlo si no, seguir igual.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 34.-

Mamen que era consciente de la gravedad de lo sufrido por su marido, aunque nunca se pudiera imaginar que un infarto era la causa de todo aquel revuelo, estaba como en otro mundo. Le temblaba todo el cuerpo, sus manos se movían sin cesar como si estuviera haciendo encaje de bolillos y en cierto modo, sin decírselo a nadie, se consideraba culpable de lo sucedido, al fín y al cabo era ella la que había planteado la discusión. En esas estaba cuando apareció en el pasillo un hombre de bata blanca con aspecto aseado, tirando a obeso, con poco pelo y una sonrisa que abarcaba a todos los que estuvieran a su alrededor. El fonendo al cuello y el bolsillo de la bata, donde ponía Dr. Cuesta, casi tapado por diferentes bolígrafos, regalo de los laboratorios farmacéuticos.
Con paso ligero y rodeado por dos enfermeras, se acercó al lugar donde Mamen se encontraba, casi al final del pasillo:
-  ¿Usted es familia de Fernando Altozano?
-  Si , soy su mujer ¿cómo está?
-  Bueno, no está mal, aunque para usted habrá sido un buen susto ¿no?
-  Se lo puede imaginar – Mamen comenzó a llorar recordando aquellos minutos hasta que llegaron los de la UVI móvil que parece ser que solo fueron doce, pero que para ella le parecieron toda una eternidad.
El Dr. Cuesta la cogió del  brazo y con delicadeza la acompañó hasta un pequeño despacho situado al lado de una puerta que con grandes letras indicaba la imposibilidad de traspasarla si no se pertenecía a la plantilla del hospital y para los acompañantes la obligación de pasar con gorro, bata, mascarilla y calzas.
Le indicó que se sentara y comenzó:
-  Mire: su marido tiene un infarto de miocardio y es necesario esperar la evolución para emitir un pronóstico, pero en principio y si no surgen complicaciones esperamos que pueda recuperarse bien y sin grandes secuelas. Por cierto ¿está usted sola? – El Médico la miró con interés. A primera vista le pareció una mujer atractiva, a pesar que no llevaba ni un mínimo toque de pintura, ni los labios perfilados ni nada de nada, pero para el Dr. Cuesta las manos eran sinónimo de clase y las uñas de su interlocutora eran perfectas. A pesar que era su obsesión, hacía mucho tiempo que no veía unas manos tan cuidadas reflejo de horas de manicura y evidentemente indicativas de poco trabajo manual. Solamente por este detalle, para el Médico de Guardia de la UVI de Coronarias ya era una persona de su nivel social y por lo tanto, era una norma rigurosa que aplicaba en su vida profesional, con un familiar para dedicarle más tiempo que al resto. Además, sus modales y la manera de solicitar información, le habían cautivado y se sintió como su protector – Supongo que no le molestará el hecho de preguntarle si está sola ¿verdad?
-  No, no, en absoluto. Estaba con una de mis cuñadas, pero dada la hora se ha ido al colegio a recoger a sus hijos y el resto se han ido a sus casas y en cuanto sepa algo les llamaré y le daré las noticias que usted me dé.
-  Se lo preguntaba porque lo habitual en familias como la suya es que informemos ahora, que dentro de un rato llame un primo que es Cirujano y que está en otro hospital, un poco mas tarde viene una enfermera a interesarse por su estado y así continuamente, o sea que le pido por favor que piense que en la UVI hay ingresados dieciséis pacientes y que no podemos facilitar toda la información que nos gustaría porque no tendríamos tiempo para trabajar.
-  No se preocupe que yo me encargaré que en nuestro caso no sea así, aunque tiene razón que en mi familia hay varios Médicos y es normal que se interesen por él, pero ya le digo que intentaré que no sea así.
-  Bien, pues como le iba diciendo, su marido ha sufrido un infarto importante que el obligará a una lenta recuperación en la que su familia tiene un importante papel que realizar. Al principio, lo haremos todo nosotros, al cabo de una semana, mas o menos, pasará a planta y allí él tendrá que poner algo de su parte y en cuanto se vaya a casa su familia le tendrá que ayudar para que su recuperación sea la mejor posible. Su marido ¿fuma mucho?
-  Si, muchísimo. Realmente se puede decir que siempre tenía un pitillo en la boca, aunque el se defendía diciendo que lo malo del tabaco lo echaba en el gimnasio al que acudía dos veces por semana.
-  No hace falta que le diga, porque seguro que lo sabe, que el tabaco es un factor de riesgo importantísimo en los problemas del corazón, pero indudablemente el hecho de que ocurra en un varón con una buena condición física siempre es mejor. Perdóneme que continue con este interrogatorio, pero hay una serie de datos fundamentales para completar la historia clinica. Por ejemplo, su marido ¿tenía mucho estrés?
-  Muchísimo y yo creo que eso es lo que le ha llevado a estar aquí ahora, ¿no le parece?
-  Pues no sé, porque mucha gente trabaja mucho, pero no tiene nada de estrés y sin embargo otros se ponen de los nervios cada dos por tres y eso un día y otro día, un mes y otro mes, etc les lleva a situaciones difíciles como en el caso que nos ocupa. Su marido ¿comía en casa?
-  No, nunca y menos últimamente que estaba desbordado de trabajo.
-  ¿Bebía?
-  No, en general, no. Se puede decir que era un bebedor social, pero en casa prácticamente nunca se tomaba una copa. Quizá algún vaso de vino, pero solo en las comidas y muy de vez en cuando.
-  ¿Tienen hijos?
-  Si.
-  ¿Cuántos?
-  Cuatro – Mamen advirtió la sorpresa en la cara del Dr. Cuesta que trató de suavizarla con un sonrisa.
-  ¡ Cuatro hijos! Parece mentira con lo joven que es usted.
-  Bueno, bueno. Muchas gracias por su gentileza pero ya no soy tan joven. Eso sí, me casé joven, pero de eso hace ya mas de veinte años.
-  Ya.
-  Después de lo amable que esta siendo conmigo casi no me atrevo a confesarle que hubiéramos tenido cinco, pero uno se murió hace tres años.
-  ¿De enfermedad?
-  No, no, fue un desgraciado accidente cuando tenía año y medio, en la guardería. – Como siempre que recordaba aquello, los ojos se le inundaban de lágrimas y una emoción intensa le llenaba todo su cuerpo.
-  Perdone, que por culpa de mis preguntas recuerde ese desgraciado incidente.
-  No se preocupe – Mamen se acercó un pañuelo a sus ojos y casi con un  hilo de voz continuó – lo peor es que como consecuencia de todo aquello perdí un hijo y también un marido, porque  desde  entonces ya nada fue igual. Fernando y yo, éramos un matrimonio bastante unido y a partir de aquel fatídico dieciséis de Marzo todo fue de mal en peor. Todo el día discutiendo, bueno, miento, todo el día no, porque cada vez venía menos a casa, pero sí los pocos momentos que estaba. Todo le parecía mal y en fín, perdone pero no puedo aguantar más y encima esto – su labios se contrajeron con fuerza y el llanto apareció sin solución. No le importaba que este Doctor, al que acababa de conocer, supiera las interioridades de su matrimonio, al fin y la cabo tenía pinta de buena persona y con alguien tenía que explotar. Su familia no sabía absolutamente nada y ella disimulaba sobre todo por los niños. Rogaba a Dios que la ayudara, pero había llegado al convencimiento que no tenía mucha mano, porque no le hacía ni caso y ahora esto – Dios mío, Dios mío, ayúdame porque no creo que sea capaz de superar tantas pruebas como me estás mandando.
-  Por favor, señora, no llore más que en cuanto lloran cerca de mí acabo igual y esto se va a convertir en un funeral. Anímese que las cosas de su hijo no tienen desgraciadamente arreglo, pero ya verá como lo de su marido se va resolviendo poco a poco y una vez que se encuentre recuperado, seguro que todo vuelve a su ser. Venga alegre esa cara, por favor.
El Dr. Cuesta le sirvió un vaso de té, muy caliente que sacó de una máquina situada en el cuarto de las enfermeras y una vez que comprobó que se había recuperado, trató de busca otros argumentos que hicieran sonreir a Mamen.
-  ¿Cómo se llama?
-  María del Carmen, pero todo el mundo me llama Mamen
-  ¿Y yo soy parte del mundo?
-  Claro, como no.
-  Bien – Alvaro Cuesta se apoyó en el respaldo del sillón de cuero desgastado por el paso de tantas horas de información a los familiares y volvió a encauzar la conversación por los temas profesionales – si me permite, la llamaré Mamen. Como le iba diciendo, su marido ha tenido un infarto grave y que se ha librado de males mayores porque el SAMUR llegó en  nada que si nó, ahora estaría no en el hospital sino en un cementerio, pero por suerte todo se ha desarrollado con rapidez y lo mas importante es que ante todo lo que se le ha hecho, Fernando está respondiendo fenomenal. Quizás, eso es lo mas importante.
-  Por supuesto, Doctor. Fernando es un deportista y yo creía que estaba hecho un roble, pero fíjese las vueltas que da la vida. Perdone, Dr Cuesta
-  Eh, eh, si yo a usted la llamo Mamen, usted a mí me debe llamar Alvaro, si no, es una  competencia desleal ¿de acuerdo?
-  Bueno, Alvaro, quería decirle que esta conversación debe considerarla casi como un secreto de confesión porque nadie sabe y desde luego nadie de mi familia sabe los problemas de pareja que tenemos y le ruego que no lo comente con nadie
-  Por favor, si me lo permite le diré que me parece mal que me lo diga ¿qué piensa que voy a ir por ahí diciéndole a todo el mundo que se lleva mal con su marido? Por desgracia o por suerte no se como decirlo, yo pasé por una situación parecida y soy consciente de cómo se pasa
-  ¿Usted  también tiene problemas con su mujer?
Alvaro Cuesta esbozó una amplia sonrisa dejando asomar una dentadura perfecta
-  No, yo no porque hace ya algunos años que decidimos que lo mejor era que cada uno continuase por un camino diferente y desde entonces no he vuelto a discutir porque no la he vuelto a ver.
-  Y sus hijos ¿no echan de menos a su padre?
-  No, no tuvimos hijos, o sea que no teníamos ese problema.
-  Ya, esta vez soy yo la que me estoy metiendo en temas que – Alvaro la interrumpió con una sonrisa
-  No hay problema. Lo nuestro a diferencia de otras situaciones era de dominio público y todo el hospital sabía que mi mujer y yo no nos podíamos soportar desde la vuelta del viaje de novios.
-  ¿Trabajaba también aquí?
-  En el Hospital si, pero no en Coronarias.
La conversación se vio interrumpida por el sonido muy desagradable de una especie de avisador que el Dr. Cuesta llevaba en el bolsillo de la bata. Con un movimiento rápido, se dejó encima de la mesa y una voz clara y potente le avisó que debería presentarse urgente en el Box número 12 de urgencias.
El Especialista en Cardiología se levantó sin perder un segundo y salió disparado de la habitación mientras invitaba a Mamen a esperarle o a charlar en otro momento. Se quedó un segundo sentada en la silla notando la misma sensación de culpabilidad que cuando el infarto de Fernando, y por su cabeza pasó el pensamiento de haber perdido el tiempo en contarle su vida a un desconocido en lugar de dedicarle mas minutos a conocer con mas detalle la enfermedad de su marido. A los pocos segundos volvió a la normalidad y se alegró de haber conocido a un Médico que la mantendría puntualmente informada de toda la evolución.