domingo, 28 de abril de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 13


 Queridos blogueros/as: Ante la presión popular y como sigue sin aparecer el famoso capítulo 13, lo publico ahora, curiosamente después del 14, pero es lo que hay, o sea, que perdón, pero no tengo ni idea lo que ha pasado
Un beso
Tino Belas


CAPITULO 13.-

Juan cerró la puerta y se volvió a la sala de espera. Le había cambiado la expresión de la cara y ahora se le notaba aliviado. ¡Menudo Médico más simpático! ¡Para que luego digan que la Seguridad Social funciona mal. AHora lo único que hace falta es que todo evolucione como queremos todos y finalmente este accidente habrá sido eso, un accidente y nada mas. El Abuelo estaba tan ensimismado con estos pensamientos que no se dio cuenta que ya no era el único inquilino de la sala de espera. En los asientos próximos un matrimonio con dos hijos esperaban pacientemente a que alguien  les hiciera alguna indicación para acercarse y que el Médico les informase porque desde hacía doce horas nadie les había dicho nada de nada sobre su padre que había ingresado con un cuadro de fiebres de origen desconocido.
En los de enfrente, una señora mayor, vestida de luto riguroso, desgranaba las cuentas de un viejo rosario anudado a su muñeca izquierda En la forma de mover los dedos y en la expresión del conjunto de todo su cuerpo, se notaba que estaba presa de una enorme ansiedad. Se había sentado muy pocos minutos antes y no cesaba de mirar a sus compañeros de sala con la ilusión que alguno se acercase y poder compartir sus preocupaciones en esas interminables horas de espera. El Abuelo no le quitaba el ojo de encima y en ocasiones cuando ella bajaba la vista hacia el viejo rosario que se entrelazaba con sus dedos, trataba de ver las cuentas que le quedaban para acercarse en el momento oportuno y ese momento llegó cuando la señora guardó el rosario en el bolso y se quedó mirando al techo con una expresión de estar en otro sitio

-        Perdone, Señora, pero la llevo observando desde hace varios minutos y creo que necesita un poco de conversación ¿puedo ayudarla?
-        Se lo agradezco mucho. Señor, pero lo único que necesito es información y me han dicho que me espere aquí que ya saldrá el Médico para darme las oportunas explicaciones.
-        ¿Es relacionado con algún familiar?
-        Si, es mi hijo querido, el único que tengo – la señora se removió inquieta en el asiento – estaba en casa y ha empezado a tener mucho dolor en el pecho y me lo he traído
-        ¿Le estaría dando un infarto?
-        No lo se, eso es lo que estoy esperando que me diga el Médico
-        ¿Había estado enfermo antes? – Juan no cejaba de hacerle preguntas con la sana intención de entretenerla aunque solo fuera unos minutos
-        Yo creo que no, aunque no lo se seguro porque hace años que se fue de mi casa y le veo muy de tarde en tarde
-        ¿Es mayor?
-        Cuarenta y un años
-        ¡Un chaval! – el Abuelo le dio unos golpecitos en la mano – a esa edad se supera todo. Ya verá como todo va bien
-        Dios le oiga

Una enfermera de media edad vestida con pijama verde se asomó por el fondo de la sala y con voz potente preguntó por algún familiar de Álvaro Lopez. La señora se levantó rápidamente y se acercó a la que la llamaba. El Abuelo la vio alejarse y pensó como sería la vida de aquella señora a la que acababa de conocer. Estaba  casi seguro que vivía sola, no sabía porqué pero tenía pinta de ser una mujer independiente, que se tenía que ganar la vida con su trabajo y entendía que estuviera agobiada, pero seguro que saldría bien porque en algún sitio había oído que si te da un infarto y te atienden pronto, no suele haber problemas graves y que en las Unidades de Cardiología te salvan la vida si o si.

-        ¡Que barbaridad! Se ha llenado la sala y yo casi sin darme cuenta – Juan se entretenía observando la gente que se sentaba enfrente de él, una madre mantenía a un bebé en sus brazos intentando que no rompiera los tímpanos de todos los presentes pero el recién nacido, no tendría mas de dos o tres meses, hacía méritos para conseguirlo, un joven vomitaba en una sábana escondiendo la cabeza entre las manos mientras una abuela tosía con tos perruna que la hacía bajar la cabeza hasta casi tocar con el suelo. Un mendigo se había tumbado ocupando dos asientos y mediante su postura fetal había conseguido un sueño tan profundo que silbaba con cada respiración. Su equipaje consistente en una bolsa del Corte Inglés en la que guardaba una pastilla de jabón, una cuchilla de afeitar, un cepillo de dientes, un peine, una camisa vieja arrugada, un jersey marrón en el que el tiempo había dejado su huella y unos calcetines de lana ocupaba una parte importante del suelo alrededor y era conocido por todos los presentes porque su dueño se había encargado de sacar todo el contenido de la bolsa, ponerlo en la silla de al lado y acto seguido, volver a introducirlo en el mismo sitio. Parecía como si quisiera que todos sus compañeros de sala supieran de lo importante de sus pertenencias porque según las guardaba las iba enseñando una a una.

Al cabo de una hora le indicaron al Abuelo que podía pasar y desde un pasillo, tras un cristal, pudo ver a la Abuela que estaba en la UVI rodeada de cables por todos lados y una mascarilla que le ocupaba más de la mitad de la cara. A través de un interfono colocado en la pared, una enfermera le indicó que estaba evolucionando muy bien y que hasta el día siguiente a las once no habría nuevas informaciones por parte de los Médicos y que como tenían su teléfono por si pasaba algo, lo mejor que podría hacer era irse a su casa a descansar un poco.

Juan todavía impresionado por la visión de su mujer sin poder hablar con ella porque todavía estaba bajo los efectos de la anestesia se volvió a casa y al introducir la llave en la cerradura, las lágrimas, de nuevo las lágrimas, hicieron su aparición por ambas mejillas. Encendió la luz del hall y aquello fue como si hubiera iluminado su soledad. ¡Otra vez la soledad!, pero esta vez una soledad con trampa porque sabía que en unos días la Abuela estaría de vuelta. La casa olía a ella y todavía estaban sus cosas por ahí lo que era normal porque había tenido que salir corriendo y no tuvo tiempo de recoger nada. Era noche cerrada y después de abrir una cerveza se sentó en la terraza. La luna parecía estar mas llena que nunca y Juan extendió la mano como si quisiera tocarla. Luego cerró los dedos y se dio cuenta que solamente era el aire lo que intentaba sujetar. Enchufó el viejo tocadiscos y colocó un disco de vinilo de Bach. A continuación ajustó la aguja y la música de un violín llenó todo el espacio. A la memoria le vinieron, otra vez, multitud de recuerdos siempre con la Abuela, sobre todo, al sonar la segunda de las piezas del viejo long play que era un vals. Con esa música podría bailar con la Abuela, pero no estaba y se dio cuenta que hacía muchos años que no sacaba nunca a bailar a su mujer. Entonces con un movimiento suave agarró una escoba de la cocina y tomándola por el talle la atrajo hacia si y lentamente comenzó a girar sobre si mismo. Vueltas y mas vueltas hasta casi agotarse y al sentarse delante de su escritorio y abrir el primer cajón, comprobó que eran muchos los papeles que estaban sin ordenar. Una vez al año, el matrimonio se sentaba, los clasificaba y se los llevaban  al gestor para que, con la ayuda del ordenador, les hiciera la declaración anual de la renta. En otro cajón del mismo escritorio se acumulaban fotos de todos los tiempos y a un lado una vieja agenda de teléfonos con las tapas de hule negro y las hojas de su interior amarillentas, reflejo del paso del tiempo. En ellas se acumulaban números de teléfonos desde antes de poner el prefijo. Muchos de ellos le resultaban conocidos, pero otros no tenía ni idea a quien podrían corresponder. En la mayoría no había ninguna seña de identidad diferente al nombre, pero en algunos, los menos,  al lado y entre paréntesis del número estaba la profesión del poseedor del número y así vio algunos como Isidro (fontanero) Eladio (queso) Alfonso (alfombras) Samuel (electricista) Jaime (abogado, marido de Leire)  etc……etc. En aquella agenda de tapas flexibles estaba toda su vida resumida en veintiocho letras, las del alfabeto porque por allí desfilaron todos sus amigos, familiares y muchos más. Se le pasó por la cabeza alguno de esos números, hablar con el dueño del número, explicarle quien era y contarle la historia, pero no le pareció oportuno. Lo mismo llevaba muerto hace diez años y metía la pata hasta el fondo.

-        Mejor será dejarlo y seguir investigando otras cosas en este cajón de los recuerdos 

El Abuelo dejó el teléfono sobre una mesita circular y siguió vaciando el cajón. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que la Abuela guardaba cartas antiguas. Allí estaban sujetas con una goma un montón de cartas con los sobres con matasellos de Santander, es decir, hacía cuarenta años, otras de Soria, de lo menos hacía veinte años y las menos eran de Málaga con aspecto de ser mucho mas modernas. Las estuvo mirando sin sacar las hojas, hasta que llegó a un sobre, algo mas pequeños que el resto, de color rojo, no tenía matasellos ni ningún elemento identificativo de su procedencia y por la letra sabía que no era de él. Lo abrió y sacó una hoja cuadriculada todavía con el resto de las anillas en uno de sus lados, que se notaba como arrancada de cualquier cuaderno y con letras mayúsculas que se leían bastante bien, el autor de la nota comunicaba que
“TU MARIDO ESTA LIADO CON UNA MUCHO MAS JOVEN QUE TU. QUE LO SEPAS
UNA AMIGA

-  O sea que la Abuela conocía que durante una época estuve con chica israelí y nunca había dicho nada -  Juan pensó en la discreción de su mujer. Lo sabía y no había soltado prenda -  y yo que pensaba que era un artista disimulando – El Abuelo recordaba aquella época de tanto trajín, siempre disimulando y con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba convencido que la Abuela no se había enterado de nada. Los encuentros con aquella becaria estaban tan bien planificados y en lugares tan distintos que la Abuela, con los medios que había entonces,  pudiera enterarse. También es verdad que a Juan nunca se le hubiera ocurrido pensar que dentro de su propia empresa tenía un espía que encima le quería mal e iba con el cuento a su esposa. Incluso le pareció hasta mal ¿por qué le contaban aquellas cosas. Al fin y al cabo siempre habían sido fuera del horario laboral y el que lo supiera le tenía que haber seguido por toda la ciudad.

Si antes de leer esta carta el Abuelo quería con toda su alma y admiraba a  Ana, ahora después de saber que conocía sus andanzas, la admiraba todavía más. Menos mal que la infidelidad había sido de él para la Abuela que si llega a ser al revés, la habría puesto de patitas en la calle porque partía de la base que su mujer le era absolutamente fiel, de eso estaba completamente seguro, ¡faltaría mas! eso si que no, pegárselo con otro, eso no lo podría consentir y sin embargo la Abuela había reaccionado de manera completamente distinta, se tragó todo como si fuera una simple aspirina y nunca había hecho la mas mínima objeción.

Lo curioso es que después de tanto tiempo aquello para el Abuelo era una simple aventura, una cana al aire, sin mayor trascendencia. Había cometido un error, bueno, varios errores, pero tampoco era para tanto y menos para que la Abuela actuara de la misma manera ¡eso si que no!

Amanecía un nuevo día y Juan, desde su cama y a través de la ventana de su dormitorio veía los picos de las montañas próximas con todavía algo de nieve. Con un leve movimiento de su mano derecha, palpó las teclas de la vieja radio despertador y con un movimiento instintivo apretó una de ellas y la voz de un locutor inundó toda la habitación y en ese momento, aunque sabía que no podía ser, le pareció oír a Ana que le rogaba que pusiera la radio mas baja porque no se había dormido hasta las tres de la mañana y tenía la intención de dormir algo mas. Rápidamente  se quitó de su cabeza ese pensamiento y prestó atención a aquella voz que era ya como de la familia. Era un viejo locutor que hacía un programa diario de seis de la mañana a doce desde por lo menos veinte años atrás. Para Juan era como su compañero de todas sus levantadas, lo primero que hacía al despertarse era poner la radio. Muchos días, incluso sin la petición de Ana, las ponía mas baja y se volvía a dormir, pero hoy parecía que iba a ser diferente. Juan estaba despejado como si hubiera dormido diez horas y solamente habían sido cuatro y media y se mostró interesado por las noticias, aunque la voz monótona del cronista no era de las mejores para meterte en el papel, sin embargo debió de ser algo importante porque las noticias corrían como si transcurriesen por un reguero de pólvora. Intentó prestar algo más de atención y por fin descubrió que la noticia era un atentado terrorista sobre las Torres Gemelas de Nueva York. Le parecía imposible lo que estaba oyendo pero según pasaban los minutos las noticias se confirmaban. Al  parecer primero un avión y luego otro habían impactado voluntariamente sobre dos de los rascacielos mas emblemáticos de la ciudad norteamericana provocando el derrumbe de las dos torres y la muerte de miles de personas que se encontraban trabajando en cientos de oficinas de ambos edificios. Para muchas personas el solo hecho del atentado les hubiera supuesto levantarse inmediatamente, encender el televisor y contemplar imágenes espeluznantes, sin embargo en Juan la voz que transmitía lo único que consiguió fue exacerbar su afirmación de que el hombre es un animal que no tiene arreglo. Ni siquiera se dignó salir de la cama, la noticia no le merecía tanto esfuerzo, eso posiblemente era el efecto que buscaban los que organizaron aquel atentado, no, para Juan aquello era algo que no le cabía en la cabeza. Cientos y cientos de preguntas se agolpaban tratando de buscar una explicación ¿Cómo era posible que unos fulanos, le daba igual si eran de derechas o de izquierdas, musulmanes o chinos,  fueran capaces de secuestrar dos aviones y estrellarlos contra dos edificios enormes de altos, llenos de gente? Por muy mal que te hubiera ido en la vida, por muchas faenas que el imperialismo americano haga o deje de hacer ¿que culpa tenían todos los que estaban trabajando? En lugar de pensar en los efectos de algo tan increíble su imaginación se encaminó hacia los momentos previos al atentado. ¿La maldad humana puede llegar a ser tan terrible que encima les cuenten sus planes a los pasajeros de unos aviones que se encaminarían tranquilamente  a sus trabajos o a sus casas a reunirse con sus familiares? ¿Como serían esos minutos finales? Juan estaba en la cama y se imaginaba los gritos por los pasillos del avión de unos terroristas ¿uno que comete un atentado de ese calibre realmente está loco? Mientras el avión volaba hacía su objetivo y ellos conocían su destino perfectamente. ¿Cómo es posible que se pueda planificar durante meses una barbarie como esa y ninguno muestre el más mínimo arrepentimiento como para comunicarlo a la Policía y evitarlo? ¿Cómo es posible? Juan no tenía explicación alguna, uno puede ser un animal de bellotas, mala gente, un resentido, en definitiva, una persona sin posibilidad de vivir en el mundo que nos había tocado, pero no lo podía entender. ¡Llevar directamente dos aviones de pasajeros contra dos rascacielos! Pero ¿a quien se le puede ocurrir semejante barbaridad?

Intentó tranquilizarse y pensar en Ana, al fin y al cabo, el papel de cada uno está donde está, pero, una y otra vez volvía al principio, ¿cómo es posible que en el mundo exista gente tan mala? Intentaba comprender muchas situaciones de países pobres que lucharan contra la desigualdad, pero no entendía que tenía que ver todo esto con matar a miles de personas inocentes que su único pecado, si es que tenían alguno, era trabajar en unas torres impresionantes de altas. Juan todavía recordaba la semana que pasaron, hacía ya muchos años, recorriendo Estados Unidos cuando a él le dio por decir que se había pasado la vida entera trabajando y que entre las muchas asignaturas pendientes tenía la de visitar la ciudad de los  rascacielos y como, Ana  y él, desde un helicóptero vieron esas torres y muchas mas y se quedaron impresionados. Es mas, se acordaba como si fuera en ese momento, que habían comentado cuanta gente trabajaría en esos monstruos y que Ana le obligó a soltar una carcajada cuando le contestó que mas que todos los habitantes de Soria, Segovia y Ávila juntos y posiblemente no andaba nada desencaminada porque las torres se multiplicaban por todos los sitios para donde mirases y ahora cada persona una tragedia. Muchos familiares estarían buscando por las urgencias de los hospitales tratado de agarrarse a un clavo ardiendo cuando sabían que era imposible y encima con un caos en toda la ciudad que para que. Las líneas telefónicas bloqueadas, las imágenes de la televisión y las noticias de la radio indicaban que miles de habitantes de aquella ciudad iban de un sitio para otro como locos, sin saber ni que hacer y todo por cuatro terroristas que si, es cierto, habían conseguido su objetivo ¿y que? Habían matado a cientos de inocentes ¿ese era su objetivo?

Poco a poco Juan se iba recuperando de tan terrible despertar y con pena pero pensando de una manera práctica, se levantó, se duchó, preparó un vaso de leche que se bebió con lentitud sentado en el porche de su casa mirando al infinito con la mirada perdida y esperó al taxi que le llevaría al Hospital y que le devolvería a la realidad. Le pareció una especie de falta de respeto el haber dormido casi seis horas sin acordarse ni un solo minuto de Ana, su mujer, que estaría en la UVI sabe Dios si con dolores después de ser operada. Seguro que cuando se lo contara ella le entendería como siempre, pero, a pesar de todo,  eso  le hacía sentirse como un poco culpable y encima cuando se levantó, el notición, bueno, lo mejor es que así nunca se olvidarían de la fecha, al fin y al cabo, coincidían la operación y el atentado, dos noticias de un gran alcance para él, una, la operación de Ana por su cercanía y otra por ser un episodio que a buen seguro tendría una repercusión mundial y mas tratándose de un agresión tremenda contra el pueblo americano que suele responder con aquello de que la mejor defensa es un buen ataque.

El taxi, un Mercedes de color negro, se acercaba por el camino dejando tras de si una estela de polvo que lo hacía presente desde unos cientos de metros antes. Juan se levantó, hizo un pequeño ramo con las flores de su jardín uniendo los tallos con un cordel y esperó a que el taxi se detuviera completamente en la puerta de su jardín.  Emiliano, el conductor del único taxi que desde hacía años hacía los servicios desde el pueblo hasta la ciudad, se bajó con la idea de abrir la maletera, pero rectificó cuando se dio cuenta que Juan no llevaba nada mas que el ramo entre sus manos

-        ¿No lleva nada de equipaje?
-        No
-        ¿Pero no va al hospital?
-        Si
-        ¿Y no lleva ni una muda para Doña Ana?
-        Pues ahora que lo dices, tienes razón, espérame un momento

Juan volvió a entrar nuevamente en la casa, subió a la habitación y del tercer cajón de una vieja cómoda de caoba sacó un camisón blanco y unas cuantas prendas de ropa interior que introdujo en un maletín. Se dio cuenta que tampoco llevaba nada de aseo y ya en el cuarto de baño buscó lo necesario y también lo guardó en el maletín

-        Muchas gracias, Emiliano – le agradeció al taxista mientras se sentaba en el asiento de atrás – si no llega a ser por ti, me planto en el hospital sin nada y seguro que hubiera tenido que volver.
-        ¿A que hora tiene que estar?
-        En principio no tengo hora porque mi mujer está en la UVI y puedo estar con ella todo el tiempo que quiera, pero me gustaría estar antes de la una y media para que el Médico me cuente como va evolucionando
-        ¿A la una y media?
-        Si
-        Nos sobra tiempo
-        Mejor – contestó Juan – así no hace falta que corra
-        Críate fama y échate a dormir – el taxista esbozó una sonrisa

El campo estaba radiante, la lluvia le había hecho rejuvenecer y le había dejado como un mozo a punto de licenciarse del Servicio Militar, las amapolas aparecían como pequeños racimos haciendo como de separación entre los diferentes tonos de verdes, los árboles se movían agitados por una leve brisa que hacía que la sensación de calor se hiciera mas soportable y el sol que casi estaba en lo mejor, aportaba una luz que hacía que Emiliano tuviera que ponerse unas gafas oscuras y Juan entornase los ojos.






sábado, 27 de abril de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 14


 Queridos blogueros/as: Otro capítulo mas y ya vamos por el 14. Continuamos con historias de Médicos ¡que le vamos a hacer! uno escribe de lo que sabe.
La semana que viene no creo que pueda meter el capítulo correspondiente porque me voy de puente a Cedeira, pero a la vuelta lo publico
Espero vuestras opiniones como siempre
Un abrazo para todos/as
Tino Belas


CAPITULO 14.-

El viaje era corto, no más de una hora y casi sin darse cuenta se encontraron en la puerta del hospital. Juan pagó religiosamente y quedó con el taxista que, si no le avisaba de lo contrario, mañana quedaban a la misma hora. Con el maletín en la mano, subió lentamente los nueve escalones de entrada al hospital y ya en el ascensor subió a la planta sexta donde se encontraba la UVI. En la puerta un cartel anunciaba la imposibilidad de entrar sin ser avisado y le rogaban que tuviera paciencia porque la enfermera saldría periódicamente. Juan se sentó en uno de los asientos que estaba vacío y esperó. Veía que la gente entraba y salía, pero nunca una enfermera. Al cabo de media hora se decidió y llamó a un timbre situado al lado de la puerta. Una enfermera le saludó y le indicó que entrara sin llamar

-        Es que como he visto el cartel
-        Ya, pero eso son cosas de la Dirección – era una enfermera joven, con el pelo corto, manos finas y buen tipo – si tiene usted algún familiar entra y se coloca a su lado y ya está
-        ¿Y por qué no quitan el cartel?
-        Eso digo yo – contestó sonriente la enfermera – supongo que usted es el marido de Ana ¿no?
-        Si
-        Pues aquí la tiene – la joven separó una cortina y allí estaba Ana más guapa que nunca, la habían peinado y preparado para la visita y desde luego su cara no reflejaba haber sido operada el día anterior. Juan se acercó y le dio un beso en la mejilla
-        ¿Cómo estás?
-        Muy bien, mucho mejor de lo que pensaba
-        ¿Te duele algo?
-        Nada, bueno si me muevo lo noto un poco, pero muy poco.

Durante todo ese tiempo había permanecido de pié con las manos en la espalda sosteniendo el improvisado ramo de flores de su jardín

-        Tengo un regalo para ti
-        ¿Un regalo?
-        Si - Juan le entregó el ramo de flores - las he recortado esta mañana del jardín

Ana se emocionó mientras olía las flores del pequeño ramillete de flores que Juan había puesto en su regazo

-        Muchas gracias

Una auxiliar pasó por allí y depositó unos tarritos con medicación en la mesilla de noche acompañados de un zumo de naranja con una pajita

-        Ana – le removió un poco la almohada para que la paciente estuviera algo mas cómoda – te dejo aquí la medicación que tienes que tomarte con la comida ¿de acuerdo?
-        Si, no te preocupes que luego me la tomo

La auxiliar se quedó observando el ramo de flores

-        ¿Te gusta? – preguntó Ana
-        Me encanta, ¿se lo has traído tú? – preguntó dirigiéndose a Juan
-        Si, no pasa nada ¿no?
-        No hombre ¡que va a pasar! Al revés – la auxiliar se mostraba feliz con el regalo – unas flores siempre vienen bien en una UVI y si encima son de campo mejor que mejor
-        Son de nuestro jardín - Ana se mostraba encantada
-        ¡Que envidia tener un jardín y un marido que te quiere!
-        Tampoco es para tanto – Juan trataba de disimular el rubor que le llenaba su cara. Estaba enamorado de su mujer, pero eso que se lo dijeran siempre le parecía como para ponerse colorado – esto lo hace cualquiera
-        No – la auxiliar le cortó -  eso solo lo hace cualquiera que esté enamorado
-        ¿Y usted no lo está?
-        No – la auxiliar parecía como no querer  comentar el tema – lo estuve, pero me salió mal y ahora me quedan dos hijos frutos de aquella relación pero mi marido desapareció.
-        ¡Como que desapareció! ¿no sabe nada de él?
-        No – la joven siguió estirando las sábanas para no mirar directamente a Juan – es una historia muy larga que me hizo casi volverme loca, pero afortunadamente ya ha pasado y estoy mas tranquila
-        Perdone si la ha molestado
-        No, no te preocupes, ya no me importa, lo único que pasa es que cuando veo a una pareja como vosotros me dais mucha envidia. A mi no me salió bien, pero no pasa nada. Bueno, venga, luego si tengo un ratito vuelvo y os cuento mas cosas pero ahora tengo que seguir repartiendo la medicación que si no llegan las comidas y no tenéis las pastillas
-        Pues hasta luego
-        Adiós

Juan se sentó en una silla al lado de la cama y tomó la mano de su mujer entre las suyas. Se quedó mirando un hematoma que presentaba en el dorso de su mano, justo al lado donde un catéter se introducía en una vena a través de la piel.

-        ¡Menudo hematoma!
-        Me han dicho que eso es normal porque tomo las pastillas esas que me mandaron para la circulación y le pasa a todo el mundo
-        Vaya faena
-        Pero no me duele nada
-        Pues mejor

Desde que había llegado, Juan evitaba mirar a su mujer por miedo a emocionarse y a propósito no levantaba la vista de la mano de Ana, la acariciaba con cariño y poco a poco fue subiendo su mirada a través de su brazo hasta encontrarse con sus ojos. Ella le miraba afectuosamente sabiendo, porque se conocían desde hacía muchos años, lo que estaba pensando y las emociones que pasaban por su cabeza

-        ¿Qué tal te has organizado en casa? – preguntó Ana
-         Bien, muy bien.
-        ¿Has desayunado?
-        Claro
-        Pero no has tomado tostadas con miel ¿a que no?
-        ¿Y tú porqué lo sabes?
-        Por que seguro que no has encontrado el tostador
-        Tampoco lo he buscado – Juan no quería reconocer que lo había buscado y no tenía ni idea donde estaba – porque había biscotes de esos de paquete y los tomé con mermelada
-        ¿Y te calentaste tú solo la leche? – Ana le interrogaba con ojos pícaros
-        ¿Quieres que reconozca que soy una nulidad para las tareas del hogar?
-        No hombre, tampoco es eso, pero no te veo de amito de casa
-        A veces no hay mas remedio
-        Mañana por la mañana va María y ya limpia.
-        Estupendo – Juan resopló con tranquilidad – menos mal, porque hasta poner el microondas llego, pero de ahí no paso
-        ¿Te das cuenta como tenía razón cuando te decía que debías aprender a poner la lavadora o el friegaplatos?
-        Pero no me estás diciendo que mañana va María, pues que lo ponga ella.

Ana intentó cambiarse de posición en la cama notando un dolor agudo que hizo que moviera la cabeza en un gesto de contrariedad. No tenía ninguna molestia si no intentaba moverse, pero al menor movimiento notaba como si algo se rompiera por dentro. Toda la noche había estado igual, quieta como una momia, pero las enfermeras la animaban a mover un poco las piernas para evitar los coágulos de sangre y Ana trataba de seguir sus indicaciones aunque le resultaba doloroso. Juan se acercó y le ajustó unas almohadas que tenía a ambos lados de la pierna izquierda

-        ¿Quieres que llame a la enfermera?
-        No, déjalo que tienen mucho trabajo y lo mío con estarme quieta se me pasa.

Juan repasó con la mirada las camas de la UVI y apreció que para ocho camas había tres enfermeras, dos auxiliares y un celador, bueno ocho camas que veía desde su asiento pero no sabía si habría mas, le parecía que no, pero no tenía la absoluta seguridad que así fuera. En ese momento, en el pequeño control solo estaba una sentada delante de lo que tenía toda la pinta de ser una fila de monitores desde donde controlaba las constantes de todos los que estaban ingresados. Tres camas estaban vacías, en otras tres los pacientes parecía que no estuvieran especialmente mal, sobre todo, uno que estaba en el box número dos leyendo tranquilamente el periódico con expresión serena. En la cama justo de enfrente de la de su mujer, una señora mayor estaba completamente dormida y una mas para allá un hombre joven tenía un tubo en la boca y la cabeza ladeada. El último box estaba ocupado por un hombre al que no le veía la cara, pero que debía estar bastante mal y  dos enfermeras se encontraban en los laterales de la cama cambiándole alguna vía y ajustándole una especie de muñequeras que le mantenían con los brazos extendidos.

-        Menudo panorama – Juan volvió a mirar a su mujer – las enfermeras tienen toda la pinta que no
 Paran ¿verdad?
-        Tienen sus momentos. Por ejemplo – Ana miró a la señora de enfrente – aquella se ha pasado la mitad de la noche pidiendo sus gafas y hasta que no ha llegado una auxiliar y se las ha puesto no se ha dormido, pero luego no se ha movido hasta ahora. El que si está mal es el del fondo, parece ser que ha tenido un infarto y esta noche no las ha dejado ni sentarse, pero, según me contó una auxiliar, esta noche ha sido de las malas
-        Claro, dependerá de las camas que estén ocupadas
-        No lo se, pero esta noche por lo menos por lo menos tres camas estaban vacías y con un poco de suerte, dentro de un rato se quedan otras dos porque a algunos operados de ayer posiblemente nos manden a la planta en cuanto pase visita el Médico
-        ¿A ti te pasan hoy a planta?
-        No lo se, ya te digo que eso depende del Médico, pero parece ser que es lo normal, pasas la primera noche aquí para que te despiertes bien de la anestesia y si estás bien no hace falta que estés aquí mas tiempo
-        Bueno,  se verá.

Juan se entretuvo mirando a los otros pacientes que no parecía que estuvieran preocupados porque alguien los vigilara y a los pocos minutos apareció el Médico. Era un hombre joven, con una bata blanca algo arrugada, pijama verde, fonendoscopio al hombro, pelo moreno algo despeinado, alto, sonriente y con prisas a tenor de la velocidad con la que pasaba por las distintas camas. Saludaba uno a uno a cada paciente por su nombre, mientras una enfermera le daba la historia clínica correspondiente. Pasaba las hojas con rapidez, escribía algo en cada una e inmediatamente pasaba al siguiente paciente.

-        ¿Qué tal Ana? ¿Cómo ha pasado la noche?
-        Bien
-        ¿Tiene dolores?
-        Solo si me muevo
-        Ya – el Dr. Lopez Yague, según constaba en el bolsillo superior de la bata, se puso el fonendo en sus orejas y con lentitud estuvo auscultando a Ana recorriendo la parte anterior de su tórax y después la espalda haciéndola respirar profundamente – está muy bien, no parece que esté operada de ayer. ¿Puede mover la pierna

Ana lo intentó con la ayuda del Médico moviendo un poco la pierna izquierda. El Doctor la animó a mover un poco más

-        Me duele – comentó Ana con un rictus de dolor
-        Ya lo se, pero no hay mas remedio. Nosotros hemos hecho nuestro trabajo y ahora le toca a usted. Tiene que intentar levantar la pierna para que no pierda este músculo – le señaló con el fonendo por encima de la rodilla – y como lo tiene que hacer, cuanto antes empiece, antes termina ¿de acuerdo?
-        Si
-        ¿Me promete que lo va a intentar?
-        ¡Que remedio!
-         Bien, entonces si me lo promete, creo que la pueden llevar a planta
-        Usted decide, Doctor.
-        Yo creo que si – el Dr. Yague – firmó unos papeles y devolvió la historia a la enfermera que la introdujo en un pequeño carro – Mañana nos vemos. Adiós
-        Perdone, Doctor – Juan se puso de pié – cuando se podrá ir a casa
-        No corra, caballero – el joven Médico le dirigió una sonrisa – en esto de la cirugía hay que hablar cada día y adelantar acontecimientos no sirve para nada
-        No, si yo solo era por hacerme una idea
-        ¡Que pasa! ¿que no puede vivir sin ella?
-        La verdad es que se hace muy duro llegar a casa y no encontrar a nadie
-        Yo le entiendo, pero no me atrevo a decirle cuando se irá, pero parece que es una mujer fuerte y si todo continúa igual, espero que en cuatro o cinco días pueda llevársela
-        Muchas gracias por todo, Doctor
-        Nada hombre, para eso estamos, vienen enfermos y procuramos que salgan sanos.
-        Y casi siempre lo consiguen
-        No se fié – al Médico se le notaba que estaba contento con la evolución – algunos dicen que se curan a pesar de los Médicos
-        Ya sabe el dicho popular ¡hay gente pa tó! – sentenció Juan

Una pequeña infección superficial en la herida quirúrgica obligó a Ana a permanecer casi quince días en el Hospital. Comenzó a realizar pequeñas movilizaciones, al principio en la cama y después la bajaban al gimnasio en silla de ruedas y daba pequeños pasos sujetándose en unas barras paralelas. Por la tarde, primero la siesta, luego con Juan  sentada en un sillón y así pasaban las tediosas horas del hospital. Cuando Juan llegaba a su casa, casi era de noche y sentado en la terraza veía pasar otro día sobre su piel,  a continuación una pastilla para dormir, un sándwich de jamón y queso, un vaso de leche caliente y así  hasta el día siguiente en que se levantaba tarde, comía en la tasca del pueblo, tomaba café en el bar que presidía la plaza y esperaba al taxi en la esquina de la calle principal para que lo llevara al Hospital y al atardecer vuelta a casa, sándwich, pastilla y otra vez a dormir cuando la noche se hacía la dueña de todo.

Una tarde y casi por sorpresa el Dr. Yague, después de explorar con detenimiento a Ana, le dijo que al día siguiente le daría el alta con la obligación de caminar todos los días una hora, ponerse unas inyecciones para evitar la trombosis venosa y caminar siempre con medias elásticas y la promesa la cumplió en cuanto pasó visita

-  Muy bien, Ana –el Médico le dio unos golpecitos pequeños en la zona operada – por fin, llegó el gran día. ¡Se puede ir a su casa! y en un mes la reviso en la consulta
- Muy bien – Ana se emocionó, sabía que ese día llegaría pero se emocionó como ya sabía que le iba a pasar – muchas gracias por todo
-  De nada y ya sabe, Ana, todos los días se agarra del brazo de Don Juan y a caminar ¿de acuerdo?
-  De acuerdo
- Si no le importa, pida hora a la secretaría y lo dicho, en un mes la espero y ya tiene que venir sin muletas
-  ¡Sin muletas!
-  Claro, no va a estar toda la vida de pareja con los bastones, ¿no le llega con esta pareja que tiene?
-  Hombre, Doctor, no me compare con unas muletas – Juan soltó una carcajada.
-  No se si lo será o no, pero desde luego si que tiene que contar con su ayuda
-  Eso está hecho.
-  Adiós – contestaron al unísono el matrimonio.

miércoles, 24 de abril de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 13

Queridos blogueros/as: Pero si hoy es miércoles ¿se puede saber que hago aquí? Estaba aburrido y por primera vez me he puesto a cotillear en el blog y me encuentro, no se donde pero me lo encuentro, que el capítulo 13 ya lo publiqué la semana pasada, pero en otro sitio, tampoco se como llegué hasta allí, pone que solo es un borrador. Total que no se si está o no y en vista de eso creo que lo he metido otra vez, pero si no fuera así, por favor que alguien me lo diga para el viernes meter el 13 y el 14.
Prometo no dar mas el coñazo hasta el próximo viernes.
Un beso
Tino Belas

jueves, 11 de abril de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 12





Queridos blogueros/as: Al final que verdad es el refrán ese que dice que la cabra siempre acaba tirando al monte. Este capítulo va de Medicina y a mi me ha gustado porque creo que dentro de mis posibilidades expresa bastante bien lo que pasa por la cabeza de los familiares de los pacientes. Supongo que se nota que escribiendo sobre estos temas me encuentro a gusto y hasta estoy pensando si escribir una novela entera una paciente con un cáncer terminal, el papel de los Médicos que la tratan e historias parecidas, pero, bueno, todo a su debido tiempo que se acumula el trabajo.
Lo que si que es una verdad como un templo es lo que puede cambiar la vida de cualquiera con un simple accidente, ya no digo con cosas peores, en un segundo, ¡hala! ni Ana puede andar, ni Juan hacer lo que le de la gana, manda el destino y en ese caso les toca una temporada de hospital y yo a disfrutar escribiendo y espero que vosotros leyéndolo.
Hasta otra
Un abrazo
Tino Belas




CAPITULO 12.-

Comenzaba un nuevo día y no tenían nada especial que hacer. Sería como todos los demás. Juan desde la cama pensaba en hacer algo distinto, diferente, que les hiciera disfrutar y pasar un día mas, no un día menos, pero está claro que el viejo refrán castellano de el hombre propone y Dios dispone es una verdad como un templo y mientras pensaba en que hacer, unos gritos desgarradores hicieron que Juan se levantase rápidamente y llegar casi corriendo hasta la cocina donde tumbada en el suelo, agarrado al horno con su brazo derecho, allí estaba la Abuela con un rictus de intenso dolor en su cara. La pierna derecha la tenía como rotada hacia fuera y totalmente estirada. Con su mano derecha hacía esfuerzos para levantarse mientras que con la izquierda se aferraba a la cadera.

-        Ana, Ana – el Abuelo se arrodilló sujetándola por la espalda - ¿Qué te ha pasado?
-        Me he subido al taburete para coger un bote de ahí arriba, me he resbalado  y me duele mucho aquí – se señalaba la cadera
-        No te preocupes que llamo al 112 y enseguida vendrán con una ambulancia

Efectivamente cuando Juan contestó a las preguntas que desde una centralita le hacía una voz femenina, ésta le indicó que en pocos minutos estaría en su domicilio una UVI móvil, con un Médico y una Enfermera para trasladar a la paciente al Hospital de la Seguridad Social. Así fue y a la media hora de la caída entraba por la puerta de la Residencia todavía con la cara contraída por dolor. El Traumatólogo de guardia diagnosticó la fractura de cadera nada mas hacerle una primera exploración, pero había que esperar a que le hicieran el correspondiente estudio radiológico para determinar el lugar de la fractura y entonces sería el momento de planificar el tratamiento a seguir que podía ser quirúrgico o no.
La camilla transportó a Ana por interminables pasillos hasta el gabinete de rayos donde le hicieron diferentes radiografías y vuelta a la urgencia por los mismos pasillos. En total, casi dos horas de idas y venidas con las placas correspondientes.

-        Siento comunicarle Señora que tiene una fractura del cuello del fémur derecho y tenemos que operarla para fijar esa fractura ¿ha venido con algún acompañante?
-        Si, mi marido está fuera
-        Sonia, por favor – la auxiliar se acercó a la mesa del especialista
-        Si Doctor
-        Dígale al marido de esta señora que pase.
-        Muy bien.

Al minuto estaba Juan en el despacho reflejando en su cara la enorme preocupación que tenía con respecto al estado de salud de su mujer.

-        Dígame Doctor ¿es grave?
-        Tiene una fractura del cuello del fémur derecho y tenemos que operarla para reducir la fractura y fijarla con lo que nosotros llamamos un clavo placa.
-        ¿La operarán ahora?
-        Si, pero antes tenemos que hacer un estudio preoperatorio, unas pruebas para ver como está de salud.
-        ¿Con anestesia general?
-        Eso depende del Anestesista que luego hablará con ustedes, pero habitualmente es suficiente con epidural.
-        ¿Tiene mucho riesgo?
-        Hombre ¡que quiere que le diga! Su mujer no es ninguna niña y todo lo que sea cirugía le puede afectar, pero piense que no hay mas remedio que hacerlo porque si no el resto de su vida lo tendría que pasar en la cama o en silla de ruedas y sobre todo soportando fuertes dolores, o sea que lo mejor es correr el riesgo, operarla cuanto antes y enseguida a rehabilitar.

Juan no se lo podía creer, mil veces le había dicho a su mujer que no se subiera a ese taburete porque cualquier día se caería y se rompería una cadera y parecía como si le hubiera echado el mal de ojo, pero había que asumir lo que pasaba y el mirar para atrás no valía para nada. Después de hablar con el Médico, Juan volvió a la sala de urgencias, donde Ana estaba en la cama con un suero en su antebrazo derecho y con los ojos cerrados. La sala era amplia con doce camas, seis a cada lado, con una pequeña taquilla metálica para dejar los objetos personales y una silla al lado de la cama ocupada por Juan que trataba de darle ánimos a su mujer cogiéndole la mano derecha y acariciándosela con cariño. Las camas estaban separadas por cortinas que de momento estaban abiertas porque la única paciente era la Abuela.  El control de enfermeras era una especie de kiosco justo en el medio de la sala y desde allí seis enfermeras y otras tantas auxiliares charlaban animadamente ante la falta de trabajo. Después de extraerle sangre para el preoperatorio y hacerle un pequeño interrogatorio sobre enfermedades anteriores, posibles alergias etc….etc, Ana se durmió y en ese tiempo la sala se fue llenando de urgencias y ya eran cinco pacientes los que esperaban su turno para ser vistos por los especialistas correspondientes.

Una señora que ocupaba la cama justo pegada a la suya, reclamaba la presencia de alguien que le ayudara a buscar sus gafas que las tenía en el bolso y éste estaba en la taquilla. Debía estar muy enferma y solo le salía un hilo de voz insuficiente para que el personal sanitario pudiera oírla. Juan la oía desde su silla y después de varios intentos fallidos, el Abuelo separó un poco la cortina y pudo comprobar que la señora era una anciana que lloraba a lágrima viva porque nadie le hacía caso

-        ¿Puedo ayudarla en algo? – Juan no sabía muy bien lo que tenía que hacer, pero se alegró de acercarse a la señora para tranquilizarla.
-        Solo quiera que venga alguien que me de las gafas que están en mi bolso.
-        No se preocupe que eso se lo soluciono yo ahora mismo
-         
Juan se levantó, abrió la taquilla y después de buscarlas en el bolso encontró unas gafas con una sola patilla y los cristales sucios como si por ellos nunca hubiera pasado un pañuelo, se lo dio a la señora y cerró la cortina para que pudiera tener algo de intimidad. Ana abrió los ojos en ese momento y preguntó

-        ¿Qué pasa?
-        No tengo ni idea – respondió Juan con prontitud dirigiendo una mirada cariñosa a su mujer – pero aparte de tener un montón de años, debe estar muy mal porque tiene una pinta horrible.
-        Y sin embargo no le duele nada
-        ¿Y tu porqué lo sabes?
-        Porque desde que ha llegado no se ha quejado ni una sola vez
-        Eso es verdad
-         
Juan permanecía sentado en la silla a un lado de la cama tratando de entretener a su mujer con la típica conversación intrascendente con la finalidad que fuera pasando los minutos hasta que la llamaran a quirófano. Ana estaba razonablemente bien, a base de calmantes pero sin dolor y con un vendaje en la pierna mala que, si no se movía, no le molestaba. Permanecía con los ojos cerrados y de vez en cuando los abría manteniéndolos fijos en los del Abuelo. No decía nada, ni falta que hacía, en aquella mirada estaba toda una vida. El miedo, las alegrías, los sinsabores, los días buenos y también los malos, la soledad, los nietos, la lluvia, la casa en el campo, el sol de primavera y miles de sentimientos mas que pasaban por su mente como las nubes por el cielo. Tenía miedo, claro que tenía miedo, pero no por la cirugía ni tampoco por la anestesia, en eso tenía una fe ciega y sabía que estaba en buenas manos. El Médico le había caído muy bien y en ese sentido estaba tranquila. Su preocupación era el Abuelo. Durante tantos años se habían acompañado mutuamente que lo único que quería era recuperarse cuanto antes para no tenerlo que dejar solo, entre otras cosas porque ¿podría vivir sin su ayuda? No sería el primero, ni tampoco el último, que se quedaba viudo pero Juan lo pasaría muy mal porque de la casa no sabía absolutamente nada. Aprender a poner la lavadora, cocinar lo básico y algunas cosas mas, a eso se aprende en nada, pero llevar una casa no era solo eso. Hay que limpiar, comprar, preocuparse de miles de pequeños detalles que alguien los hace y pasa desapercibidos, pero que cuando no está la que los hace, se hacen mas importantes. Se tendría que buscar a alguien que le ayudase porque los hijos no podrían y aunque intentaran llevárselo con ellos no lo iban a conseguir. Esa era toda su preocupación. No le importaba no despertarse, para eso estaba preparada y si se tenía que morir pues sería que le había llegado su momento, pero lo que no quería de ninguna manera era quedarse inválida y convertirse en un estorbo para todos los que la rodeaban. Para quedarse así prefería morirse. El roce de los dedos de su marido sobre su mejilla, la hizo volver a la cruda realidad. Allí estaba, en una cama de urgencias de la Seguridad Social, esperando que alguien viniera a buscarla. El Abuelo la miraba con ternura y los dos sabían que tenían miedo aunque ninguno lo manifestaba claramente. Eran viejos, pero tenían mucha vida por delante para que una desgraciada caída se los truncase.

Juan también pensaba en sus nietos. Eran los que mantenían la ilusión de vivir. El verlos crecer era como el aire para un asmático y viéndolos se daba cuenta de lo importantes que eran para mantener viva la llama de la ilusión. Si no fuera por ellos nunca sabría como pasa el tiempo y  sin embargo casi le llegaban por la cintura. Se pasaban los fines de semana, cuando sus padres los llevaban, descubriendo el mundo, haciendo cosas potencialmente peligrosas, pero para los mayores porque para ellos, como niños que eran no percibían el peligro y para ejemplo estaba el episodio del columpio y de eso hacía muy pocos días.

Juan se acordaba de infinidad de atardeceres en que salían de casa cogidos de la mano con la intención de dar una vuelta hasta el pueblo. Las palabras sobran cuando cerca de setenta años les contemplaban y con pequeños gestos de complicidad era suficiente. No hacía falta decir nada, la simple compañía es suficiente y el caminar hasta la panadería del pueblo o ir a la frutería era un motivo para estar juntos. Juan podía ir solo, por supuesto que si, pero casi siempre iba acompañado por Ana y muchos días en todo el recorrido que no era mas de media hora y los dos no se podían imaginar mirar un paisaje sin comentar lo bonito que estaba o aquella vez, a ambos les daba un poco de vergüenza recordarlo, en que el Abuelo, en medio del camino, se agachó, cogió una margarita y empezó te quiero, no te quiero, te quiero, no te quiero, como hacían cuando eran jóvenes y encima salió que si, aunque les daba igual porque ambos sabían que si.

-        ¿Me das un poco de agua?
-        Ahora no puedes, tienes que esperar hasta que vuelvas del quirófano
-        Estoy muerta de sed
-        Ya, pero las órdenes son las órdenes y el que manda, manda
-        ¿Tardarán mucho?
-        Supongo que no porque la enfermera ha dicho que estaban preparando ya el quirófano.
-        ¿Sabes una cosa? – Ana apretó los dedos del Abuelo por debajo de la colcha – que tengo ganas que pase todo esto y volver a casa
-        Yo también, pero hay cosas que no pueden esperar y tu cadera es una de ellas
-        ¡Que mala suerte! – por la mejilla de la Abuela pasó la única lágrima que se quiso sumar  a la difícil situación.
-        No le des vueltas – Juan la miraba tratando de transmitirla confianza – son cosas que pasan y ya está. Lo que hay que hacer es tener fe y seguro que Dios nos ayuda.
-        Seguro que si, pero de todas maneras tendrás que reconocer que es mala suerte porque ¿cuántas veces me habré subido al banco ese para coger la harina?
-        ¿Y cuantas veces te he dicho yo que no lo hicieras?

Primero fue el ruido de unas ruedas y luego la cortina se abrió bruscamente, un celador vestido de verde acercó la camilla y le indicaba que despacio se fuera pasando porque la estaban esperando en el quirófano.

-        Hijo mío – Ana se estiró una especie de camisón con el anagrama de la Seguridad Social que le habían dejado para ir a quirófano - ¡vaya susto que me has pegado!
-        Animo – Juan le dio un beso en la frente – que en nada estarás de vuelta

El celador empujó la camilla a lo largo del pasillo con lo que evitó que Ana percibiera las lágrimas que ahora si que corrían a raudales inundando los ojos de su marido que hasta entonces lo había evitado, pero ante la visión de la camilla, ya no fue capaz de permanecer sereno. Juan trataba de mantener la tranquilidad, pero el temblor de sus manos indicaba todo lo contrario. Sabía que era una operación importante y no sabía si Ana lo soportaría. Le animaba el pensar que ella no estaba mal físicamente, pero claro, no es lo mismo estar bien como para hacer una vida normal y otra cosa era una cirugía. Tampoco era tan mayor, eso también animaba, pero tampoco tenía veinte años. Lo más importante, y eso si que le sobraba por todas partes, eran sus enormes ganas de vivir.

Ana permanecía en el antequirófano con los ojos cerrados y musitando levemente las avemarías de un rosario que se vio interrumpido por la llegada de un anestesista de mediana edad que le tomó el pulso, le explicó que tenía que darle un pinchazo en el dorso de la mano para cogerle una vía y que a partir de ese momento que estuviera tranquila porque ya no iba a notar absolutamente nada. La Abuela asentía con la cabeza, sin abrir los ojos, no parecía que estuviera muy preocupada aunque ella sabía que la procesión iba por dentro y aunque pareciera lo contrario, no estaría tranquila hasta que estuviera de vuelta en la habitación. Primero una sensación de sueño como muy pequeña pero suficiente para hacerla bostezar, después la llegada como de una nube que la envolvía y por último la paz, una paz como no había vivido nunca. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido, todo era silencio a su alrededor, la percepción era que todo estaba como muy blanco, el paisaje parecía nevado o simplemente pintado de un blanco tan suave que invitaba a sonreír, a pesar del tubo que le suministraba oxígeno y que lo tenía introducido en la boca.

El Dr. Bouza, anestesista curtido en mil quirófanos, autorizó a los cirujanos el inicio de la cirugía y así comenzaron las peticiones de bisturí, una erina, coagula aquí, Alberto, coño, sujeta la pierna, venga déjame la sierra, seca, joder, que no veo nada, ¿cómo está? creo que una transfusión le vendría de perlas, trae el medidor, la cabeza debería ser algo mas pequeña, el vástago del diecinueve, yo creo que si, venga Carmen déjame probar ¿qué te parece? yo creo que ese es el tamaño, coagula aquí, martillo, dale mas fuerte que sinó, el vástago no se impacta ni de coña, bien, dame un hilo y empezamos a cerrar, grapadora, ¿quieres darme el drenaje de una puñetera vez? Mueve otra vez la pierna, bien, muy bien, ¿terminas tú? pues hala poneros a la tarea y mientras yo voy a hablar con la familia. Gracias a todos

El Doctor Quesada se quitó la bata dejando al resto del equipo completando la intervención, se quitó los guantes y se lavó las manos con esa manera especial como lo hacen todos los cirujanos y después de tomarse un café con leche y rellenar todos los datos en la historia clínica, le indicó a un celador que avisase a la familia. Mientras esperaba, se relajó frente a la ventana de la sala de Médicos y pensó por un momento que pasaría por la cabeza de los familiares que estuvieran esperando. Para él, era una cirugía mas de las muchas que hacía habitualmente y posiblemente no sería la última en es día de guardia, pero para cada familia su operación era la suya y por supuesto la mas importante. Todavía tenía en la cabeza el cateterismo de Inés, su mujer, que le había hecho no hacía ni un año. ¡Que distinto es ser cirujano que paciente o pariente de un paciente! Los minutos tienen más de sesenta segundos cuando se está en la puerta de un quirófano mientras que cuando se está dentro pasan como mucho más deprisa. En aquella ocasión, el cardiólogo se empeñaba que pasase y así lo hizo hasta que la sedaron. A partir de ahí prefería estar solo en su despacho esperando los resultados. El cateterismo no duraría mas de una hora, pero fue mas que suficiente como para hacer un recorrido por toda su vida desde aquellos veinticinco años, cuando conoció a su mujer en un Congreso de Traumatología en Sevilla hasta su boda, el nacimiento de sus tres hijos, los muchos momentos buenos que habían pasado juntos y muchos recuerdos mas que fueron cortados por la presencia de su amigo, Antonio Rojasa, cardiólogo, que le explicó que todo había ido muy bien, que le habían puesto dos “stent”en dos arterias coronarias y como las cañerías ya estaban desatascadas esperaba que tuviera mujer para muchos años.

-        Perdone - El Abuelo asomó la cabeza en el despacho del Dr. Quesada después de llamar a la puerta- ¿se puede?
-        ¿Usted es el familiar de Doña Ana Sánchez Zúñiga? – preguntó el Médico consultando la primera de la historia clínica que tenía entre sus manos.
-        Si, si, soy su marido
-        Muy bien – el Dr. Quesada dejó la historia clínica sobre la mesa y le miró con afecto tratando de ganarse su confianza – lo primero y lo mas importante es que la operación ha ido muy bien y que su mujer está recuperándose de la anestesia.
-        Gracias Doctor – contestó el Abuelo con los ojos otra vez llenos de lágrimas
-        Le hemos quitado su cadera que estaba destrozada y le hemos puesto una prótesis de titanio que espero que le dure muchos años. Para eso lo primero es que se recupere de la operación, dos o tres días de UVI y después a casa, aunque lo malo empezará en ese momento, cuando tenga que empezar la Rehabilitación y tendrá que sacrificarse mucho si quiere volver a caminar como antes.
-        ¿Y lo conseguirá?
-        Eso depende de ella y de usted
-        ¡De mi! - el Abuelo no entendía que pintaba él en aquella guerra
-        Si señor, de usted también. Por supuesto que su mujer es la que lo tiene que pasar, pero usted la tiene que animar porque seguro que pasará por momentos malos y usted tendrá que estar ahí ¿le parece?
-        ¡Que remedio!
-        Bien, eso aunque no lo parezca es fundamental para una buena evolución – El Dr. cerró la carpeta clínica – ahora lo único que tiene que hacer es esperar en la sala donde estaba y en poco tiempo le llamarán y podrá estar con ella en la UVI y luego mi consejo es que se vaya a su casa y vuelva cuando le digan porque en la sala de espera no hace nada y mejor es que guarde sus energías para el día en que necesite estar veinticuatro horas con ella.
-        Usted manda, Doctor.
-        ¡Que va! yo no mando ni en mi casa, pero, en fin, lo importante es que todo ha ido muy bien hasta ahora y espero que siga evolucionando poco a poco
-        Muchas gracias Doctor.
-        De nada hombre, ese es nuestro trabajo y tratamos de hacerlo lo mejor posible.
-        ¿Le volveré a ver? – preguntó el Abuelo mientras le estrechaba la mano con agradecimiento
-        Claro, seguro que si y sinó llama a esta puerta y hablamos siempre que quiera
-        Gracias otra vez