Queridos blogueros/as: Ante la presión popular y como sigue sin aparecer el famoso capítulo 13, lo publico ahora, curiosamente después del 14, pero es lo que hay, o sea, que perdón, pero no tengo ni idea lo que ha pasado
Un beso
Tino Belas
CAPITULO
13.-
Juan
cerró la puerta y se volvió a la sala de espera. Le había cambiado la expresión
de la cara y ahora se le notaba aliviado. ¡Menudo Médico más simpático! ¡Para
que luego digan que la
Seguridad Social funciona mal. AHora lo único que hace falta
es que todo evolucione como queremos todos y finalmente este accidente habrá
sido eso, un accidente y nada mas. El Abuelo estaba tan ensimismado con estos
pensamientos que no se dio cuenta que ya no era el único inquilino de la sala
de espera. En los asientos próximos un matrimonio con dos hijos esperaban
pacientemente a que alguien les hiciera
alguna indicación para acercarse y que el Médico les informase porque desde
hacía doce horas nadie les había dicho nada de nada sobre su padre que había
ingresado con un cuadro de fiebres de origen desconocido.
En
los de enfrente, una señora mayor, vestida de luto riguroso, desgranaba las
cuentas de un viejo rosario anudado a su muñeca izquierda En la forma de mover
los dedos y en la expresión del conjunto de todo su cuerpo, se notaba que
estaba presa de una enorme ansiedad. Se había sentado muy pocos minutos antes y
no cesaba de mirar a sus compañeros de sala con la ilusión que alguno se
acercase y poder compartir sus preocupaciones en esas interminables horas de
espera. El Abuelo no le quitaba el ojo de encima y en ocasiones cuando ella
bajaba la vista hacia el viejo rosario que se entrelazaba con sus dedos, trataba
de ver las cuentas que le quedaban para acercarse en el momento oportuno y ese
momento llegó cuando la señora guardó el rosario en el bolso y se quedó mirando
al techo con una expresión de estar en otro sitio
-
Perdone, Señora,
pero la llevo observando desde hace varios minutos y creo que necesita un poco
de conversación ¿puedo ayudarla?
-
Se lo agradezco
mucho. Señor, pero lo único que necesito es información y me han dicho que me
espere aquí que ya saldrá el Médico para darme las oportunas explicaciones.
-
¿Es relacionado
con algún familiar?
-
Si, es mi hijo
querido, el único que tengo – la señora se removió inquieta en el asiento –
estaba en casa y ha empezado a tener mucho dolor en el pecho y me lo he traído
-
¿Le estaría dando
un infarto?
-
No lo se, eso es
lo que estoy esperando que me diga el Médico
-
¿Había estado
enfermo antes? – Juan no cejaba de hacerle preguntas con la sana intención de
entretenerla aunque solo fuera unos minutos
-
Yo creo que no,
aunque no lo se seguro porque hace años que se fue de mi casa y le veo muy de
tarde en tarde
-
¿Es mayor?
-
Cuarenta y un
años
-
¡Un chaval! – el
Abuelo le dio unos golpecitos en la mano – a esa edad se supera todo. Ya verá
como todo va bien
-
Dios le oiga
Una
enfermera de media edad vestida con pijama verde se asomó por el fondo de la
sala y con voz potente preguntó por algún familiar de Álvaro Lopez. La señora
se levantó rápidamente y se acercó a la que la llamaba. El Abuelo la vio
alejarse y pensó como sería la vida de aquella señora a la que acababa de
conocer. Estaba casi seguro que vivía
sola, no sabía porqué pero tenía pinta de ser una mujer independiente, que se
tenía que ganar la vida con su trabajo y entendía que estuviera agobiada, pero
seguro que saldría bien porque en algún sitio había oído que si te da un infarto
y te atienden pronto, no suele haber problemas graves y que en las Unidades de
Cardiología te salvan la vida si o si.
-
¡Que barbaridad!
Se ha llenado la sala y yo casi sin darme cuenta – Juan se entretenía
observando la gente que se sentaba enfrente de él, una madre mantenía a un bebé
en sus brazos intentando que no rompiera los tímpanos de todos los presentes
pero el recién nacido, no tendría mas de dos o tres meses, hacía méritos para
conseguirlo, un joven vomitaba en una sábana escondiendo la cabeza entre las
manos mientras una abuela tosía con tos perruna que la hacía bajar la cabeza
hasta casi tocar con el suelo. Un mendigo se había tumbado ocupando dos
asientos y mediante su postura fetal había conseguido un sueño tan profundo que
silbaba con cada respiración. Su equipaje consistente en una bolsa del Corte
Inglés en la que guardaba una pastilla de jabón, una cuchilla de afeitar, un
cepillo de dientes, un peine, una camisa vieja arrugada, un jersey marrón en el
que el tiempo había dejado su huella y unos calcetines de lana ocupaba una
parte importante del suelo alrededor y era conocido por todos los presentes
porque su dueño se había encargado de sacar todo el contenido de la bolsa,
ponerlo en la silla de al lado y acto seguido, volver a introducirlo en el
mismo sitio. Parecía como si quisiera que todos sus compañeros de sala supieran
de lo importante de sus pertenencias porque según las guardaba las iba
enseñando una a una.
Al
cabo de una hora le indicaron al Abuelo que podía pasar y desde un pasillo, tras
un cristal, pudo ver a la
Abuela que estaba en la UVI rodeada de cables por todos lados y una
mascarilla que le ocupaba más de la mitad de la cara. A través de un interfono
colocado en la pared, una enfermera le indicó que estaba evolucionando muy bien
y que hasta el día siguiente a las once no habría nuevas informaciones por
parte de los Médicos y que como tenían su teléfono por si pasaba algo, lo mejor
que podría hacer era irse a su casa a descansar un poco.
Juan
todavía impresionado por la visión de su mujer sin poder hablar con ella porque
todavía estaba bajo los efectos de la anestesia se volvió a casa y al
introducir la llave en la cerradura, las lágrimas, de nuevo las lágrimas,
hicieron su aparición por ambas mejillas. Encendió la luz del hall y aquello
fue como si hubiera iluminado su soledad. ¡Otra vez la soledad!, pero esta vez
una soledad con trampa porque sabía que en unos días la Abuela estaría de vuelta.
La casa olía a ella y todavía estaban sus cosas por ahí lo que era normal
porque había tenido que salir corriendo y no tuvo tiempo de recoger nada. Era
noche cerrada y después de abrir una cerveza se sentó en la terraza. La luna
parecía estar mas llena que nunca y Juan extendió la mano como si quisiera
tocarla. Luego cerró los dedos y se dio cuenta que solamente era el aire lo que
intentaba sujetar. Enchufó el viejo tocadiscos y colocó un disco de vinilo de
Bach. A continuación ajustó la aguja y la música de un violín llenó todo el
espacio. A la memoria le vinieron, otra vez, multitud de recuerdos siempre con la Abuela , sobre todo, al
sonar la segunda de las piezas del viejo long play que era un vals. Con esa
música podría bailar con la
Abuela , pero no estaba y se dio cuenta que hacía muchos años
que no sacaba nunca a bailar a su mujer. Entonces con un movimiento suave
agarró una escoba de la cocina y tomándola por el talle la atrajo hacia si y
lentamente comenzó a girar sobre si mismo. Vueltas y mas vueltas hasta casi
agotarse y al sentarse delante de su escritorio y abrir el primer cajón, comprobó
que eran muchos los papeles que estaban sin ordenar. Una vez al año, el
matrimonio se sentaba, los clasificaba y se los llevaban al gestor para que, con la ayuda del
ordenador, les hiciera la declaración anual de la renta. En otro cajón del
mismo escritorio se acumulaban fotos de todos los tiempos y a un lado una vieja
agenda de teléfonos con las tapas de hule negro y las hojas de su interior
amarillentas, reflejo del paso del tiempo. En ellas se acumulaban números de
teléfonos desde antes de poner el prefijo. Muchos de ellos le resultaban
conocidos, pero otros no tenía ni idea a quien podrían corresponder. En la
mayoría no había ninguna seña de identidad diferente al nombre, pero en
algunos, los menos, al lado y entre
paréntesis del número estaba la profesión del poseedor del número y así vio
algunos como Isidro (fontanero) Eladio (queso) Alfonso (alfombras) Samuel
(electricista) Jaime (abogado, marido de Leire)
etc……etc. En aquella agenda de tapas flexibles estaba toda su vida
resumida en veintiocho letras, las del alfabeto porque por allí desfilaron
todos sus amigos, familiares y muchos más. Se le pasó por la cabeza alguno de
esos números, hablar con el dueño del número, explicarle quien era y contarle
la historia, pero no le pareció oportuno. Lo mismo llevaba muerto hace diez
años y metía la pata hasta el fondo.
-
Mejor será
dejarlo y seguir investigando otras cosas en este cajón de los recuerdos
El
Abuelo dejó el teléfono sobre una mesita circular y siguió vaciando el cajón.
Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que la Abuela guardaba cartas
antiguas. Allí estaban sujetas con una goma un montón de cartas con los sobres
con matasellos de Santander, es decir, hacía cuarenta años, otras de Soria, de
lo menos hacía veinte años y las menos eran de Málaga con aspecto de ser mucho
mas modernas. Las estuvo mirando sin sacar las hojas, hasta que llegó a un
sobre, algo mas pequeños que el resto, de color rojo, no tenía matasellos ni
ningún elemento identificativo de su procedencia y por la letra sabía que no
era de él. Lo abrió y sacó una hoja cuadriculada todavía con el resto de las
anillas en uno de sus lados, que se notaba como arrancada de cualquier cuaderno
y con letras mayúsculas que se leían bastante bien, el autor de la nota
comunicaba que
“TU
MARIDO ESTA LIADO CON UNA MUCHO MAS JOVEN QUE TU. QUE LO SEPAS
UNA
AMIGA
- O sea que la Abuela conocía que durante
una época estuve con chica israelí y nunca había dicho nada - Juan pensó en la discreción de su mujer. Lo
sabía y no había soltado prenda - y yo
que pensaba que era un artista disimulando – El Abuelo recordaba aquella época
de tanto trajín, siempre disimulando y con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba
convencido que la Abuela
no se había enterado de nada. Los encuentros con aquella becaria estaban tan
bien planificados y en lugares tan distintos que la Abuela , con los medios que
había entonces, pudiera enterarse.
También es verdad que a Juan nunca se le hubiera ocurrido pensar que dentro de
su propia empresa tenía un espía que encima le quería mal e iba con el cuento a
su esposa. Incluso le pareció hasta mal ¿por qué le contaban aquellas cosas. Al
fin y al cabo siempre habían sido fuera del horario laboral y el que lo supiera
le tenía que haber seguido por toda la ciudad.
Si
antes de leer esta carta el Abuelo quería con toda su alma y admiraba a Ana, ahora después de saber que conocía sus
andanzas, la admiraba todavía más. Menos mal que la infidelidad había sido de
él para la Abuela
que si llega a ser al revés, la habría puesto de patitas en la calle porque
partía de la base que su mujer le era absolutamente fiel, de eso estaba
completamente seguro, ¡faltaría mas! eso si que no, pegárselo con otro, eso no
lo podría consentir y sin embargo la
Abuela había reaccionado de manera completamente distinta, se
tragó todo como si fuera una simple aspirina y nunca había hecho la mas mínima
objeción.
Lo
curioso es que después de tanto tiempo aquello para el Abuelo era una simple
aventura, una cana al aire, sin mayor trascendencia. Había cometido un error,
bueno, varios errores, pero tampoco era para tanto y menos para que la Abuela actuara de la misma
manera ¡eso si que no!
Amanecía
un nuevo día y Juan, desde su cama y a través de la ventana de su dormitorio
veía los picos de las montañas próximas con todavía algo de nieve. Con un leve
movimiento de su mano derecha, palpó las teclas de la vieja radio despertador y
con un movimiento instintivo apretó una de ellas y la voz de un locutor inundó
toda la habitación y en ese momento, aunque sabía que no podía ser, le pareció
oír a Ana que le rogaba que pusiera la radio mas baja porque no se había
dormido hasta las tres de la mañana y tenía la intención de dormir algo mas.
Rápidamente se quitó de su cabeza ese
pensamiento y prestó atención a aquella voz que era ya como de la familia. Era
un viejo locutor que hacía un programa diario de seis de la mañana a doce desde
por lo menos veinte años atrás. Para Juan era como su compañero de todas sus
levantadas, lo primero que hacía al despertarse era poner la radio. Muchos
días, incluso sin la petición de Ana, las ponía mas baja y se volvía a dormir,
pero hoy parecía que iba a ser diferente. Juan estaba despejado como si hubiera
dormido diez horas y solamente habían sido cuatro y media y se mostró
interesado por las noticias, aunque la voz monótona del cronista no era de las
mejores para meterte en el papel, sin embargo debió de ser algo importante
porque las noticias corrían como si transcurriesen por un reguero de pólvora.
Intentó prestar algo más de atención y por fin descubrió que la noticia era un
atentado terrorista sobre las Torres Gemelas de Nueva York. Le parecía
imposible lo que estaba oyendo pero según pasaban los minutos las noticias se
confirmaban. Al parecer primero un avión
y luego otro habían impactado voluntariamente sobre dos de los rascacielos mas
emblemáticos de la ciudad norteamericana provocando el derrumbe de las dos
torres y la muerte de miles de personas que se encontraban trabajando en
cientos de oficinas de ambos edificios. Para muchas personas el solo hecho del
atentado les hubiera supuesto levantarse inmediatamente, encender el televisor
y contemplar imágenes espeluznantes, sin embargo en Juan la voz que transmitía
lo único que consiguió fue exacerbar su afirmación de que el hombre es un animal
que no tiene arreglo. Ni siquiera se dignó salir de la cama, la noticia no le
merecía tanto esfuerzo, eso posiblemente era el efecto que buscaban los que
organizaron aquel atentado, no, para Juan aquello era algo que no le cabía en
la cabeza. Cientos y cientos de preguntas se agolpaban tratando de buscar una
explicación ¿Cómo era posible que unos fulanos, le daba igual si eran de
derechas o de izquierdas, musulmanes o chinos,
fueran capaces de secuestrar dos aviones y estrellarlos contra dos
edificios enormes de altos, llenos de gente? Por muy mal que te hubiera ido en
la vida, por muchas faenas que el imperialismo americano haga o deje de hacer
¿que culpa tenían todos los que estaban trabajando? En lugar de pensar en los
efectos de algo tan increíble su imaginación se encaminó hacia los momentos
previos al atentado. ¿La maldad humana puede llegar a ser tan terrible que
encima les cuenten sus planes a los pasajeros de unos aviones que se
encaminarían tranquilamente a sus
trabajos o a sus casas a reunirse con sus familiares? ¿Como serían esos minutos
finales? Juan estaba en la cama y se imaginaba los gritos por los pasillos del
avión de unos terroristas ¿uno que comete un atentado de ese calibre realmente
está loco? Mientras el avión volaba hacía su objetivo y ellos conocían su
destino perfectamente. ¿Cómo es posible que se pueda planificar durante meses
una barbarie como esa y ninguno muestre el más mínimo arrepentimiento como para
comunicarlo a la Policía
y evitarlo? ¿Cómo es posible? Juan no tenía explicación alguna, uno puede ser
un animal de bellotas, mala gente, un resentido, en definitiva, una persona sin
posibilidad de vivir en el mundo que nos había tocado, pero no lo podía
entender. ¡Llevar directamente dos aviones de pasajeros contra dos rascacielos!
Pero ¿a quien se le puede ocurrir semejante barbaridad?
Intentó
tranquilizarse y pensar en Ana, al fin y al cabo, el papel de cada uno está
donde está, pero, una y otra vez volvía al principio, ¿cómo es posible que en
el mundo exista gente tan mala? Intentaba comprender muchas situaciones de
países pobres que lucharan contra la desigualdad, pero no entendía que tenía
que ver todo esto con matar a miles de personas inocentes que su único pecado,
si es que tenían alguno, era trabajar en unas torres impresionantes de altas.
Juan todavía recordaba la semana que pasaron, hacía ya muchos años, recorriendo
Estados Unidos cuando a él le dio por decir que se había pasado la vida entera
trabajando y que entre las muchas asignaturas pendientes tenía la de visitar la
ciudad de los rascacielos y como,
Ana y él, desde un helicóptero vieron
esas torres y muchas mas y se quedaron impresionados. Es mas, se acordaba como
si fuera en ese momento, que habían comentado cuanta gente trabajaría en esos
monstruos y que Ana le obligó a soltar una carcajada cuando le contestó que mas
que todos los habitantes de Soria, Segovia y Ávila juntos y posiblemente no
andaba nada desencaminada porque las torres se multiplicaban por todos los
sitios para donde mirases y ahora cada persona una tragedia. Muchos familiares
estarían buscando por las urgencias de los hospitales tratado de agarrarse a un
clavo ardiendo cuando sabían que era imposible y encima con un caos en toda la
ciudad que para que. Las líneas telefónicas bloqueadas, las imágenes de la
televisión y las noticias de la radio indicaban que miles de habitantes de
aquella ciudad iban de un sitio para otro como locos, sin saber ni que hacer y
todo por cuatro terroristas que si, es cierto, habían conseguido su objetivo ¿y
que? Habían matado a cientos de inocentes ¿ese era su objetivo?
Poco
a poco Juan se iba recuperando de tan terrible despertar y con pena pero
pensando de una manera práctica, se levantó, se duchó, preparó un vaso de leche
que se bebió con lentitud sentado en el porche de su casa mirando al infinito
con la mirada perdida y esperó al taxi que le llevaría al Hospital y que le
devolvería a la realidad. Le pareció una especie de falta de respeto el haber
dormido casi seis horas sin acordarse ni un solo minuto de Ana, su mujer, que
estaría en la UVI
sabe Dios si con dolores después de ser operada. Seguro que cuando se lo
contara ella le entendería como siempre, pero, a pesar de todo, eso le
hacía sentirse como un poco culpable y encima cuando se levantó, el notición,
bueno, lo mejor es que así nunca se olvidarían de la fecha, al fin y al cabo,
coincidían la operación y el atentado, dos noticias de un gran alcance para él,
una, la operación de Ana por su cercanía y otra por ser un episodio que a buen
seguro tendría una repercusión mundial y mas tratándose de un agresión tremenda
contra el pueblo americano que suele responder con aquello de que la mejor
defensa es un buen ataque.
El
taxi, un Mercedes de color negro, se acercaba por el camino dejando tras de si
una estela de polvo que lo hacía presente desde unos cientos de metros antes.
Juan se levantó, hizo un pequeño ramo con las flores de su jardín uniendo los
tallos con un cordel y esperó a que el taxi se detuviera completamente en la
puerta de su jardín. Emiliano, el conductor
del único taxi que desde hacía años hacía los servicios desde el pueblo hasta
la ciudad, se bajó con la idea de abrir la maletera, pero rectificó cuando se
dio cuenta que Juan no llevaba nada mas que el ramo entre sus manos
-
¿No lleva nada de
equipaje?
-
No
-
¿Pero no va al
hospital?
-
Si
-
¿Y no lleva ni
una muda para Doña Ana?
-
Pues ahora que lo
dices, tienes razón, espérame un momento
Juan
volvió a entrar nuevamente en la casa, subió a la habitación y del tercer cajón
de una vieja cómoda de caoba sacó un camisón blanco y unas cuantas prendas de
ropa interior que introdujo en un maletín. Se dio cuenta que tampoco llevaba
nada de aseo y ya en el cuarto de baño buscó lo necesario y también lo guardó
en el maletín
-
Muchas gracias,
Emiliano – le agradeció al taxista mientras se sentaba en el asiento de atrás –
si no llega a ser por ti, me planto en el hospital sin nada y seguro que
hubiera tenido que volver.
-
¿A que hora tiene
que estar?
-
En principio no
tengo hora porque mi mujer está en la
UVI y puedo estar con ella todo el tiempo que quiera, pero me
gustaría estar antes de la una y media para que el Médico me cuente como va
evolucionando
-
¿A la una y
media?
-
Si
-
Nos sobra tiempo
-
Mejor – contestó
Juan – así no hace falta que corra
-
Críate fama y
échate a dormir – el taxista esbozó una sonrisa
El
campo estaba radiante, la lluvia le había hecho rejuvenecer y le había dejado
como un mozo a punto de licenciarse del Servicio Militar, las amapolas
aparecían como pequeños racimos haciendo como de separación entre los diferentes
tonos de verdes, los árboles se movían agitados por una leve brisa que hacía
que la sensación de calor se hiciera mas soportable y el sol que casi estaba en
lo mejor, aportaba una luz que hacía que Emiliano tuviera que ponerse unas
gafas oscuras y Juan entornase los ojos.