Queridos blogueros/as: ¿Que tal váis? así como quien no quiere la cosa, ya vamos por el capitulo 19 y vosotros aguantando estoicamente todas las semanas. Os avanzo que para Navidad tengo pensado poner en el blog un cuento que escribí hace tiempo y que lo he encontrado recientemente y me parece que no está mal y para que veáis que este rollo semanal puede durar todavía bastantes semanas os diré que, así a bote pronto, me acuerdo que tengo todavía una novela larga, pero larga, larga que se llama el Trío de dos, una mas corta titulada en lo mejor de lo peor y estoy metido hasta las orejas en escribir la que hasta ahora se llama, aunque le tengo que cambiar el nombre, historias de un gallego de galicia, o sea, que me queda rollo para rato
Espero que os siga interesando
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
19.-
El día
amaneció luminoso, el sol entraba por todas las ventanas que daban a la calle
principal y la luz animaba a disfrutar de la vida. Después de unas semanas del
más crudo invierno, con la nieve asomándose a los picos de las montañas próximas,
por fin, había llegado el buen tiempo. El aire era frío, pero bien abrigado se
podía caminar respirando aire puro. Era Domingo y como siempre Sofía salía para
Misa de doce y a continuación se volvía a su casa. Esta vez decidió que sería
diferente. Nunca había ido al bar y tenía curiosidad por saber lo que allí se
cocía. Se ajustó los vaqueros, se abotonó una camisa blanca y unas zapatillas
de campo y después de echarse por encima una buena cazadora con el cuello de
piel de conejo, se fue a Misa. Como todo en el pueblo, la distancia mayor sería
de doscientos metros con lo que se podía permitir el lujo de salir a las doce
menos diez y llegar tan de sobra como para coger sitio. La Iglesia era del
siglo XII, con un altar mayor bastante austero, con un Cristo en el centro que
impresionaba por su calidad. Parecía estar pidiendo ayuda en el momento de la
muerte y en su cara se reflejaba el intenso sufrimiento vivido. Era conocido
como el Cristo del Dolor, aunque para Don Hermógenes, el cura, se debería llamar
el Cristo del Perdón. La Misa comenzaba a las doce en punto, en el mismo
instante en que un reloj de madera de amplias dimensiones situado en la
Sacristía daba las horas. Don Hermógenes decía la Misa en muy pocos minutos,
nunca llegaba a la media hora, pero como buen castellano viejo, con pocas
palabras expresaba muchas ideas. Sofía que no era especialmente aficionada, iba
sobre todo por su hijo, pero desde el primer día sintió cierto regustillo por lo que decía aquel cura de barba blanca y
andar pausado. La asistencia por parte de la gente del pueblo era numerosa, aunque era evidente que la mayoría
pertenecía a la tercera edad, posiblemente ella era de las mas jóvenes. Esa
media hora junto con los preliminares y sobre todo el cuarto de hora en que la
gente permanecía en el atrio de la Iglesia era el momento de comentar las
incidencias de la semana y repasar punto por punto la actuación de todos los
habitantes del pueblo, lo mismo la Señora Dolores que había ido a Barcelona a
ver a sus nietos que si el panadero se había caído y había tenido un esguince
de rodilla y andaba por ahí medio lisiado. Había pasado el tiempo en que la
comidilla era ella y sus líos con Don Antonio María y parece que la situación se iba calmando. El
tiempo que hace que todo se olvide, decía Doña Carmen, la encargada de la
Iglesia. En un cuarto de hora se hacía un repaso a todo el pueblo sin dejar ni
uno y así semana tras semana y mes tras mes. Si hacía buen tiempo, como hoy, se
llegaban a tocar hasta temas políticos, pero habitualmente tenía que ser un
repaso rápido porque el tiempo obligaba a refugiarse en algún local o cada uno
en su casa.
La
entrada de Sofía en el bar recordaba la de aquellas escenas en las películas de
vaqueros que ante la entrada del malo, o a veces el sheriff, todo el bar se
volvía a mirarle y se establecía un silencio sepulcral solo roto por la
petición de un whisky del que entraba y así todo volvía a la normalidad. Pues
igual, Sofía entró, el bar, estaba hasta los topes, el humo hacía la atmósfera
irrespirable y todos se volvieron hacia ella. Con paso decidido para superar
cuanto antes la situación, Sofía se acercó a la barra y pidió una cerveza con
lo que cada corrillo volvió a su conversación anterior.
Al
principio, mientras saboreaba una cerveza de dudosa calidad, sintió la misma
soledad que cuando ocurrió el incidente con Don Antonio María. Le parecía como
que la gente la rehuía, pero esa sensación se vio alterada por la presencia de
Conchita, la dueña de la droguería quien
rápidamente se acercó e inició
una conversación. Era una mujer de media edad, de sonrisa franca, clienta
habitual de la consulta porque andaba siempre con problemas de movilidad,
parecía que tenía una importante artrosis y tenía la mala suerte de no poder
soportar a Don Antonio María, las malas lenguas decían que éste le había tirado
los tejos de joven y ella se había negado, y como no quería tratarla se había
puesto en manos de la nueva ATS para que la ayudase. Sofía la trataba con
masajes y le aplicaba algunos ungüentos de herbolario. Sabía que una posible
solución era algún tipo de infiltración que, al menos, paliara algo el dolor,
pero ella no podía aplicársela por lo que la enviaba al Médico y ella nunca
acudía.
- ¿Que raro verte por aquí? – la saludó
- Si – contestó Sofía – es la primera vez que
vengo desde que estoy en el pueblo.
- Pues ya ves, aquí estamos todos. No es muy
divertido porque todos los Domingos somos los mismos, pero por lo menos nos
vemos que algo es algo.
- Entonces hoy por lo menos hay una novedad
- ¿Si?
- Claro – Sofía sonreía – yo, ¿te parece poco?
- Tienes razón y si te fijas, el que más y el
que menos está mirando, aunque solo sea de reojo.
- Parece mentira que llevo ya unos cuantos
meses en el pueblo y todavía hay gente a la que no conozco.
- Es natural, chica, si tu no sales y esa gente
no ha ido a tu consulta ¿Cómo la vas a conocer?
- Pues ese en uno de los motivos que me traen
hoy aquí – Sofía paseó su vista por el local – alguna vez tenía que salir
- Has hecho pero que muy bien. Aquí, sin querer,
charlas con unos y con otros y ya que en el pueblo no hay excesivas
diversiones, por lo menos hay una que nadie nos la puede quitar y es charlar.
- ¿Y se habla bien o no?
- Hombre, eso depende, ¿ves aquel grupo de
allí?
Conchita
le indicó con la cabeza el otro extremo de la barra donde cuatro o cinco
hombres permanecían en animada discusión
- ¿Te refieres al grupo donde está el
peluquero?
- Si, bueno pues esos cinco se saben la vida y
milagros, por supuesto de todo el pueblo, pero yo creo que se saben hasta los
cotilleos del pueblo de al lado
- Y eso ¿cómo es posible?
- Pues muy fácil – Conchita saludó a uno de
ellos con un discreto movimiento de su cabeza – se pasan el día aquí. Por la
mañana toman unos vinos y por la tarde ya pasan a los cubatas y entre bebida y
bebida largan de unos y de otros
- Uno es el peluquero y los otros ¿quiénes son?
- El que está apoyado en la barra que tiene el
pelo tirando a blanco es el dueño del estanco, el otro que está un poco mas
allá es Fermín, el dueño de la única ferretería que hay en el pueblo, el mas
alto de todos es Mario, un veterinario que vino al pueblo por tres meses y
lleva aquí casi dos años y el que está al lado del peluquero es Jesús, el
apoderado del Banco que no vive aquí, pero viene todos los días a las copas.
Sofía
miraba disimuladamente mientras ellos se hacían los interesantes. Sabían de
sobra que las dos mujeres les estaban mirando, pero se hacían los distraídos,
como si con ellos no fuera la fiesta. Solamente Mario, se volvió y saludó a
Sofía con la cabeza como si se
conocieran de toda la vida.
- Es curioso – Sofía naturalmente no conocía la
vida en los pueblos – que no hay ni una sola persona que venga sola.
- Es natural – Conchita apuraba el vermouth
rojo que se tomaba todos los Domingos después de Misa – Si no conoces a nadie,
no vienes que es lo que te ha pasado a ti ¿no?
- Si – Sofía pensaba en los últimos Domingos
que se había vuelto a casa sin atreverse a entrar en el bar. Por un lado
buscaba la soledad y lo mejor para conseguirla era no conocer a mucha gente,
pero por otro, tampoco era ninguna ermitaña, vivía en un pueblo y debería de
conocer a los que allí vivían. Gracias a
David, su hijo, había conocido a un par de profesores de la Escuela, pero solo
unos pocos minutos al salir de clase y luego no los había vuelto a ver. La
decisión de ir al bar fue motivada por el peluquero que en ese momento se
acercaba hasta donde estaban las dos mujeres. Se lo había encontrado por la
calle y la había invitado a acudir cualquier día de la semana, aunque ella
sabía que eran los fines de semana cuando se llenaba.
- Bienvenida a esta su casa, Señorita Sofía
- Gracias – Sofía se mostraba encantada con la
decisión que había tomado – como ve he cumplido mi promesa.
- Eso está muy bien – Jesús, por fin, veía
cumplido uno de sus sueños que no era otro que estar cerca de la enfermera de
sus sueños. Desde el primer día que la vio, estaba convencido que era la mujer que siempre había
esperado. Estaba dispuesto a salir con ella como fuera y dejar de perder el
tiempo persiguiendo a David hijo y apareciendo en todos los momentos que él
necesitaba de su ayuda y eso que habían sido muchos, pero nunca coincidía con
la madre. Sabía que el chico se lo contaba y por otras personas también era
consciente que ella le estaba agradecida, pero Jesús quería más. Al verla
entrar en el bar, se llevó una gran alegría porque la oportunidad que esperaba
la tenía enfrente. Ahora ya era cuestión de intimidar - ¿qué te parece?
- Una locura – Sofía parecía reclamar su
espacio para aspirar algo de aire puro aunque con tanto humo era imposible -
¿tu te has dado cuenta la cantidad de humo que hay aquí dentro?
- A mi, la verdad, es que no me molesta porque
estoy acostumbrado
- Claro- Sofía se quitó la chaqueta – en la
consulta está prohibido fumar y por eso lo noto mas
- ¿Quieres que salgamos a la puerta?
- Ni hablar, tu no sabes el frío que hace
- Como quieras – Jesús la observaba como si se
tratara de una aparición y hasta llegó a importunarla un poco
- ¡Que miras tanto! Hombre.
- Te miro porque me parece mentira que estés
aquí.
- Algún día tenía que ser el primero ¿no?
- Si, eso es verdad, pero todos estábamos
esperando porque ya llevas en el pueblo unos meses
- Si, es verdad, el tiempo pasa bastante mas
deprisa de lo que parece.
- ¿Qué quieres tomar?
- No se – Sofía casi nunca tomaba alcohol –
casi me tomaría un mosto.
Jesús
intentó desde el extremo de la barra que el camarero le sirviera la bebida,
pero con tanta gente resultaba imposible. Sin embargo, a los pocos segundos
apareció Mario con un mosto en su mano derecha y cara de estar asistiendo a un
milagro
- Seguro que querías un mosto ¿a que si?
Sofía
se mostraba sorprendida y no sabía si debía aceptar la copa o no. Jesús les
presentó y preguntó como sabía que quería un mosto
- Telepatía, Jesús, telepatía – Mario soltó una
sonora carcajada – nada mas verla entrar, pensé ¿qué bebida puede tomar una
enfermera solitaria? Y la respuesta estaba clara, tiene que tomar mosto.
- ¡Te crees muy listo! – Sofía le desafiaba con
la mirada – Jesús no se habrá dado cuenta, pero yo si y cuando pedía el mosto
tu lo has oído
- No me digas esas cosas – Mario ponía cara
como de desencanto por haberse roto su embrujo – no ves que tengo poderes
mágicos y se lo que piensan las mujeres guapas.
Sofía
se sentía a gusto entre aquellos dos hombres que se disputaban su amistad desde
el primer minuto. Jesús era como más de pueblo, aunque parecía menos juerguista
que Mario, el veterinario, que tenía fama de Don Juan y que por su comportamiento
no parecía que le viniera grande la fama.
- Voy a tener que venir mas por aquí porque a
ti – mirando a Jesús – te parece mentira mi presencia y tú – Mario ponía cara
interesante – adivinas hasta mi pensamiento. ¡Que cantidad de detalles en tan
poco tiempo!
- Es que eso es lo que tienes que hacer – Mario
quería hacerse el gracioso desde el primer día – seguro que estás pensando que
en este pueblo somos muy aburridos y ya ves que no es así. Aquí estamos una
pandilla que somos encantadores ¿A que si?
- Por lo menos si no somos los mejores del
mundo, lo que si que somos, eso seguro – Jesús se reía – somos los únicos, no
porque seamos especiales, si no porque no hay mas hombres de nuestra quinta en
el pueblo
- Tiene gracia – ahora era Jesús era el que hablaba
– que éste es el único que no es del pueblo
- ¿No?
- No, yo nací en Valladolid, aunque desde que
acabé la carrera he estado siempre en Salamanca, pero un día me mandaron aquí y
aquí estoy desde hace dos años.
- ¿Te mandaron fijo?
- Ojala, pero no. En veterinaria no hay plazas
fijas en los pueblos pequeños, te manda el Ministerio a hacer cualquier campaña
y en cuanto se acaba te vuelves.
- Y tú ¿por que no te has vuelto?
Mario
se puso serio por primera vez. Esa pregunta se la había hecho él a si mismo un
montón de veces y nunca fue capaz de averiguar el porqué. Posiblemente fuera el
silencio lo primero que le llamó la atención o a lo mejor la franqueza de la
gente con la que había tratado en esa semana que estuvo vacunando a un montón
de ovejas, o a lo mejor pretendía buscar en el pueblo algo que no había
encontrado en la ciudad y que no sabía lo que era. Daba igual, el caso es que
se había quedado y había encontrado trabajo enseguida en la fábrica de piensos.
Dio la casualidad que el veterinario titular se murió, casi coincidiendo con su
llegada y le contrataron casi sin necesidad de negociar nada. El sueldo era
fijo y mas que suficiente para un soltero viviendo en un pueblo. También era
cierto que Mario no era el típico gastador, más bien era austero. Tenía casa
gratis, vestía sin grandes aspavientos, bebía y comía con moderación y no era
amigo de salir del pueblo con lo que sus gastos eran mínimos. Nunca se sintió
solo, posiblemente porque desde el primer día se unió a ese grupo que se reunían
todos los días en el bar y allí pasaba tiempo acompañado. Por otra parte era un
ávido lector por lo que el tiempo que le sobraba lo dedicaba a leer libro tras
libro que sacaba casi todas las semanas de la biblioteca municipal. Iba casi
todos los martes y en cuanto repitió la jugada cuatro veces, faltó tiempo para
que todo el pueblo pensase que se había enamorado de la Encarni, la encargada
de la biblioteca, una mujer entrada en carnes mas que en años, con una cabeza
privilegiada para saber hasta el último libro que estaba inventariado, pero que
carecía del mas mínimo espíritu para arreglarse. Estaba tan enfrascada en sus
libros que no pensaba en otra cosa. Sin embargo, desde que Mario iba a
solicitar algún libro que ella conociera y que le hubiera gustado, parecía como
que su aspecto había mejorado, impresión absolutamente subjetiva porque ella no
había puesto nada de su parte, pero que le venía bien para su nula coquetería
¿la gente decía que se arreglaba porque iba Mario? Pues muy bien. Mejor para
ella.
Si que
era cierto que coincidían casi de forma espectacular, en sus gustos literarios.
Ella despreciaba la poesía, es una cursilería, una manera complicada de definir
las cosas normales, mientras que le encantaban las novelas, sobre todo la
novela negra y para variar también los libros de viajes que la transportaban a
tierras tan extrañas como África de la que se había locamente enamorado a
través de los libros de Javier Reverte. Últimamente se había animado a cambiar
los libros de historia con las novelas históricas a las que definía como una
clase pero con un profesor de esos que te hace querer la asignatura, o sea, de
algún ser extraño que quería que su clase resultase entretenida para que sus
alumnos aprendieran y de paso les quedara algo para toda la vida. Mario había
encontrado la horma de su zapato en temas literarios porque ella leía quizás
algo más de lo habitual, que ya era bastante, y él la seguía como un perrillo
faldero. Tocaba novela histórica pues él leía novela histórica como si
estuviera interesado en la vida de Juana La Loca, aunque nunca le hubiera
interesado tema semejante. A través de ella descubrió una forma de leer que le
llenaba horas y horas y por lo tanto le estaba muy agradecido, pero de ahí a
estar enamorado distaba un abismo. Que la gente del pueblo lo creía pues mejor
para ella o para él, pero la realidad es que entre ellos no había nada de nada.
- Perdona, pero estaba pensando las razones y
se me ocurren cincuenta y ninguna. El caso es que me quedé y aquí estoy. Yo soy
de los que piensan que el mirar para atrás no sirve absolutamente para nada.
- Yo pienso al revés – Sofía apuró su mosto –
todo lo anterior es experiencia
- Seguro que si pero ¿merece la pena la
experiencia?
- Claro, si no caes en los mismos errores
- ¿Y eso es malo?
- Hombre, yo creo que si – Sofía pensaba en
muchas cosas que había hecho mal en su vida – imagínate si pudieras rectificar
antes de hacer cosas que te van a ir mal. ¿Tú no rectificarías?
- Si, pensando así si, pero y lo bonito que es
equivocarte y poder equivocarte otra vez
- ¿Tropezar dos veces en la misma piedra?
- Por ejemplo
- Pues no se, yo prefiero que si me he dado
cuenta que una vez me han hecho daño, no volver a ponerme en el mismo sitio
para que me vuelva a pasar. Prefiere irme a otra parte y acabo antes
- ¿Ese es tu caso? – Mario trataba de conocer a
Sofía lo más rápidamente posible. Desde el mismo día que había llegado se había
convertido en un misterio para todos y de ahí tantas habladurías. Una chica
joven, con un niño que se suponía que era su hijo, que no salía para nada a la
calle, que se permitía el lujo de meterse con el Médico siendo una simple
enfermera, que los que iban a su consulta decían que era muy buena gente, pero
que no salía ni al bar los Domingos, ¿no era extraño?
Sofía
sabía que la pregunta de Mario era la de otra mucha gente, ¿quién era? ¿De
donde venía? ¿Por qué había recalado allí? Reflexionó durante unos segundos y
le gustó la idea de jugar un poco mas con la curiosidad de todos ellos, al fin
y al cabo era la primera vez que hablaban y tampoco era plan el ir por ahí
contando a todo el mundo su vida que, por otra parte, tampoco era tan
apasionante
- No – Sofía contestó con firmeza – yo soy una
enfermera normal y corriente que ha encontrado
un puesto de trabajo en un pueblo a través de un anuncio que puso su
Alcalde y nada mas
- Chicos atender – Jesús reclamó la atención
del resto de su cuadrilla – aquí tenéis una chica sin pasado.
- Eh, eh – Sofía quería aclarar su postura –
que yo no he dicho eso. Yo lo que digo es que no he venido aquí escapando de
nada. Las cosas son como son y ya está. Ahí si que estoy de acuerdo contigo,
Mario, que no merece la pena mirar para atrás, pero naturalmente que tengo un
pasado ¡faltaría mas! y del que además no me arrepiento. Fue así y ya está
La
primera visita de Sofía al bar, transcurrió entre bromas y veras y casi sin
darse cuenta se volvió a su casa con Mario que se había ofrecido a acompañarla.
Se le había hecho un poco tarde, volvía pensando en David que estaría muerto de
hambre, pero el niño estaba jugando al fútbol en la plaza tan tranquilo y solo
se apercibió de su presencia cuando Sofía le llamó para que fuera a casa. Se
acercó sudando como un pollo, los pantalones llenos de polvo, las botas un
compendio de barro, hierba y porquería y cada pelo haciendo la guerra por su
cuenta