sábado, 24 de noviembre de 2012

LA ENFERMERA RURAL: CAPITULO 19


 Queridos blogueros/as: ¿Que tal váis? así como quien no quiere la cosa, ya vamos por el capitulo 19 y vosotros aguantando estoicamente todas las semanas. Os avanzo que para Navidad tengo pensado poner en el blog un cuento que escribí hace tiempo y que lo he encontrado recientemente y me parece que no está mal y para que veáis que este rollo semanal puede durar todavía bastantes semanas os diré que, así a bote pronto, me acuerdo que tengo todavía una novela larga, pero larga, larga que se llama el Trío de dos, una mas corta titulada en lo mejor de lo peor y estoy metido hasta las orejas en escribir la que hasta ahora se llama, aunque le tengo que cambiar el nombre, historias de un gallego de galicia, o sea, que me queda rollo para rato
Espero que os siga interesando
Un abrazo
Tino Belas

CAPITULO 19.-

El día amaneció luminoso, el sol entraba por todas las ventanas que daban a la calle principal y la luz animaba a disfrutar de la vida. Después de unas semanas del más crudo invierno, con la nieve asomándose a los picos de las montañas próximas, por fin, había llegado el buen tiempo. El aire era frío, pero bien abrigado se podía caminar respirando aire puro. Era Domingo y como siempre Sofía salía para Misa de doce y a continuación se volvía a su casa. Esta vez decidió que sería diferente. Nunca había ido al bar y tenía curiosidad por saber lo que allí se cocía. Se ajustó los vaqueros, se abotonó una camisa blanca y unas zapatillas de campo y después de echarse por encima una buena cazadora con el cuello de piel de conejo, se fue a Misa. Como todo en el pueblo, la distancia mayor sería de doscientos metros con lo que se podía permitir el lujo de salir a las doce menos diez y llegar tan de sobra como para coger sitio. La Iglesia era del siglo XII, con un altar mayor bastante austero, con un Cristo en el centro que impresionaba por su calidad. Parecía estar pidiendo ayuda en el momento de la muerte y en su cara se reflejaba el intenso sufrimiento vivido. Era conocido como el Cristo del Dolor, aunque para Don Hermógenes, el cura, se debería llamar el Cristo del Perdón. La Misa comenzaba a las doce en punto, en el mismo instante en que un reloj de madera de amplias dimensiones situado en la Sacristía daba las horas. Don Hermógenes decía la Misa en muy pocos minutos, nunca llegaba a la media hora, pero como buen castellano viejo, con pocas palabras expresaba muchas ideas. Sofía que no era especialmente aficionada, iba sobre todo por su hijo, pero desde el primer día sintió cierto regustillo  por lo que decía aquel cura de barba blanca y andar pausado. La asistencia por parte de la gente del pueblo era  numerosa, aunque era evidente que la mayoría pertenecía a la tercera edad, posiblemente ella era de las mas jóvenes. Esa media hora junto con los preliminares y sobre todo el cuarto de hora en que la gente permanecía en el atrio de la Iglesia era el momento de comentar las incidencias de la semana y repasar punto por punto la actuación de todos los habitantes del pueblo, lo mismo la Señora Dolores que había ido a Barcelona a ver a sus nietos que si el panadero se había caído y había tenido un esguince de rodilla y andaba por ahí medio lisiado. Había pasado el tiempo en que la comidilla era ella y sus líos con Don Antonio María  y parece que la situación se iba calmando. El tiempo que hace que todo se olvide, decía Doña Carmen, la encargada de la Iglesia. En un cuarto de hora se hacía un repaso a todo el pueblo sin dejar ni uno y así semana tras semana y mes tras mes. Si hacía buen tiempo, como hoy, se llegaban a tocar hasta temas políticos, pero habitualmente tenía que ser un repaso rápido porque el tiempo obligaba a refugiarse en algún local o cada uno en su casa.

La entrada de Sofía en el bar recordaba la de aquellas escenas en las películas de vaqueros que ante la entrada del malo, o a veces el sheriff, todo el bar se volvía a mirarle y se establecía un silencio sepulcral solo roto por la petición de un whisky del que entraba y así todo volvía a la normalidad. Pues igual, Sofía entró, el bar, estaba hasta los topes, el humo hacía la atmósfera irrespirable y todos se volvieron hacia ella. Con paso decidido para superar cuanto antes la situación, Sofía se acercó a la barra y pidió una cerveza con lo que cada corrillo volvió a su conversación anterior.

Al principio, mientras saboreaba una cerveza de dudosa calidad, sintió la misma soledad que cuando ocurrió el incidente con Don Antonio María. Le parecía como que la gente la rehuía, pero esa sensación se vio alterada por la presencia de Conchita, la dueña de la droguería quien  rápidamente se acercó  e inició una conversación. Era una mujer de media edad, de sonrisa franca, clienta habitual de la consulta porque andaba siempre con problemas de movilidad, parecía que tenía una importante artrosis y tenía la mala suerte de no poder soportar a Don Antonio María, las malas lenguas decían que éste le había tirado los tejos de joven y ella se había negado, y como no quería tratarla se había puesto en manos de la nueva ATS para que la ayudase. Sofía la trataba con masajes y le aplicaba algunos ungüentos de herbolario. Sabía que una posible solución era algún tipo de infiltración que, al menos, paliara algo el dolor, pero ella no podía aplicársela por lo que la enviaba al Médico y ella nunca acudía.

-  ¿Que raro verte por aquí? – la saludó
-  Si – contestó Sofía – es la primera vez que vengo desde que estoy en el pueblo.
-  Pues ya ves, aquí estamos todos. No es muy divertido porque todos los Domingos somos los mismos, pero por lo menos nos vemos que algo es algo.
-  Entonces hoy por lo menos hay una novedad
-  ¿Si?
-  Claro – Sofía sonreía – yo, ¿te parece poco?
-  Tienes razón y si te fijas, el que más y el que menos está mirando, aunque solo sea de reojo.
-  Parece mentira que llevo ya unos cuantos meses en el pueblo y todavía hay gente a la que no conozco.
-  Es natural, chica, si tu no sales y esa gente no ha ido a tu consulta ¿Cómo la vas a conocer?
-  Pues ese en uno de los motivos que me traen hoy aquí – Sofía paseó su vista por el local – alguna vez tenía que salir
-  Has hecho pero que muy bien. Aquí, sin querer, charlas con unos y con otros y ya que en el pueblo no hay excesivas diversiones, por lo menos hay una que nadie nos la puede quitar y es charlar.
-  ¿Y se habla bien o no?
-  Hombre, eso depende, ¿ves aquel grupo de allí?

Conchita le indicó con la cabeza el otro extremo de la barra donde cuatro o cinco hombres permanecían en animada discusión

-  ¿Te refieres al grupo donde está el peluquero?
-  Si, bueno pues esos cinco se saben la vida y milagros, por supuesto de todo el pueblo, pero yo creo que se saben hasta los cotilleos del pueblo de al lado
-  Y eso ¿cómo es posible?
-  Pues muy fácil – Conchita saludó a uno de ellos con un discreto movimiento de su cabeza – se pasan el día aquí. Por la mañana toman unos vinos y por la tarde ya pasan a los cubatas y entre bebida y bebida largan de unos y de otros
-  Uno es el peluquero y los otros ¿quiénes son?
-  El que está apoyado en la barra que tiene el pelo tirando a blanco es el dueño del estanco, el otro que está un poco mas allá es Fermín, el dueño de la única ferretería que hay en el pueblo, el mas alto de todos es Mario, un veterinario que vino al pueblo por tres meses y lleva aquí casi dos años y el que está al lado del peluquero es Jesús, el apoderado del Banco que no vive aquí, pero viene todos los días a las copas.

Sofía miraba disimuladamente mientras ellos se hacían los interesantes. Sabían de sobra que las dos mujeres les estaban mirando, pero se hacían los distraídos, como si con ellos no fuera la fiesta. Solamente Mario, se volvió y saludó a Sofía con la cabeza como  si se conocieran de toda la vida.

-  Es curioso – Sofía naturalmente no conocía la vida en los pueblos – que no hay ni una sola persona que venga sola.
-  Es natural – Conchita apuraba el vermouth rojo que se tomaba todos los Domingos después de Misa – Si no conoces a nadie, no vienes que es lo que te ha pasado a ti ¿no?
-  Si – Sofía pensaba en los últimos Domingos que se había vuelto a casa sin atreverse a entrar en el bar. Por un lado buscaba la soledad y lo mejor para conseguirla era no conocer a mucha gente, pero por otro, tampoco era ninguna ermitaña, vivía en un pueblo y debería de conocer  a los que allí vivían. Gracias a David, su hijo, había conocido a un par de profesores de la Escuela, pero solo unos pocos minutos al salir de clase y luego no los había vuelto a ver. La decisión de ir al bar fue motivada por el peluquero que en ese momento se acercaba hasta donde estaban las dos mujeres. Se lo había encontrado por la calle y la había invitado a acudir cualquier día de la semana, aunque ella sabía que eran los fines de semana cuando se llenaba.
-  Bienvenida a esta su casa, Señorita Sofía
-  Gracias – Sofía se mostraba encantada con la decisión que había tomado – como ve he cumplido mi promesa.
-  Eso está muy bien – Jesús, por fin, veía cumplido uno de sus sueños que no era otro que estar cerca de la enfermera de sus sueños. Desde el primer día que la vio, estaba  convencido que era la mujer que siempre había esperado. Estaba dispuesto a salir con ella como fuera y dejar de perder el tiempo persiguiendo a David hijo y apareciendo en todos los momentos que él necesitaba de su ayuda y eso que habían sido muchos, pero nunca coincidía con la madre. Sabía que el chico se lo contaba y por otras personas también era consciente que ella le estaba agradecida, pero Jesús quería más. Al verla entrar en el bar, se llevó una gran alegría porque la oportunidad que esperaba la tenía enfrente. Ahora ya era cuestión de intimidar - ¿qué te parece?
-  Una locura – Sofía parecía reclamar su espacio para aspirar algo de aire puro aunque con tanto humo era imposible - ¿tu te has dado cuenta la cantidad de humo que hay aquí dentro?
-  A mi, la verdad, es que no me molesta porque estoy acostumbrado
-  Claro- Sofía se quitó la chaqueta – en la consulta está prohibido fumar y por eso lo noto mas
-  ¿Quieres que salgamos a la puerta?
-  Ni hablar, tu no sabes el frío que hace
-  Como quieras – Jesús la observaba como si se tratara de una aparición y hasta llegó a importunarla un poco
-  ¡Que miras tanto! Hombre.
-  Te miro porque me parece mentira que estés aquí.
-  Algún día tenía que ser el primero ¿no?
-  Si, eso es verdad, pero todos estábamos esperando porque ya llevas en el pueblo unos meses
-  Si, es verdad, el tiempo pasa bastante mas deprisa de lo que parece.
-  ¿Qué quieres tomar?
-  No se – Sofía casi nunca tomaba alcohol – casi me tomaría un mosto.

Jesús intentó desde el extremo de la barra que el camarero le sirviera la bebida, pero con tanta gente resultaba imposible. Sin embargo, a los pocos segundos apareció Mario con un mosto en su mano derecha y cara de estar asistiendo a un milagro

-  Seguro que querías un mosto ¿a que si?

Sofía se mostraba sorprendida y no sabía si debía aceptar la copa o no. Jesús les presentó y preguntó como sabía que quería un mosto

-  Telepatía, Jesús, telepatía – Mario soltó una sonora carcajada – nada mas verla entrar, pensé ¿qué bebida puede tomar una enfermera solitaria? Y la respuesta estaba clara, tiene que tomar mosto.
-  ¡Te crees muy listo! – Sofía le desafiaba con la mirada – Jesús no se habrá dado cuenta, pero yo si y cuando pedía el mosto tu lo has oído
-  No me digas esas cosas – Mario ponía cara como de desencanto por haberse roto su embrujo – no ves que tengo poderes mágicos y se lo que piensan las mujeres guapas.

Sofía se sentía a gusto entre aquellos dos hombres que se disputaban su amistad desde el primer minuto. Jesús era como más de pueblo, aunque parecía menos juerguista que Mario, el veterinario, que tenía fama de Don Juan y que por su comportamiento no parecía que le viniera grande la fama.

-  Voy a tener que venir mas por aquí porque a ti – mirando a Jesús – te parece mentira mi presencia y tú – Mario ponía cara interesante – adivinas hasta mi pensamiento. ¡Que cantidad de detalles en tan poco tiempo!
-  Es que eso es lo que tienes que hacer – Mario quería hacerse el gracioso desde el primer día – seguro que estás pensando que en este pueblo somos muy aburridos y ya ves que no es así. Aquí estamos una pandilla que somos encantadores ¿A que si?
-  Por lo menos si no somos los mejores del mundo, lo que si que somos, eso seguro – Jesús se reía – somos los únicos, no porque seamos especiales, si no porque no hay mas hombres de nuestra quinta en el pueblo
-  Tiene gracia – ahora era Jesús era el que hablaba – que éste es el único que no es del pueblo
-  ¿No?
-  No, yo nací en Valladolid, aunque desde que acabé la carrera he estado siempre en Salamanca, pero un día me mandaron aquí y aquí estoy desde hace dos años.
-  ¿Te mandaron fijo?
-  Ojala, pero no. En veterinaria no hay plazas fijas en los pueblos pequeños, te manda el Ministerio a hacer cualquier campaña y en cuanto se acaba te vuelves.
-  Y tú ¿por que no te has vuelto?

Mario se puso serio por primera vez. Esa pregunta se la había hecho él a si mismo un montón de veces y nunca fue capaz de averiguar el porqué. Posiblemente fuera el silencio lo primero que le llamó la atención o a lo mejor la franqueza de la gente con la que había tratado en esa semana que estuvo vacunando a un montón de ovejas, o a lo mejor pretendía buscar en el pueblo algo que no había encontrado en la ciudad y que no sabía lo que era. Daba igual, el caso es que se había quedado y había encontrado trabajo enseguida en la fábrica de piensos. Dio la casualidad que el veterinario titular se murió, casi coincidiendo con su llegada y le contrataron casi sin necesidad de negociar nada. El sueldo era fijo y mas que suficiente para un soltero viviendo en un pueblo. También era cierto que Mario no era el típico gastador, más bien era austero. Tenía casa gratis, vestía sin grandes aspavientos, bebía y comía con moderación y no era amigo de salir del pueblo con lo que sus gastos eran mínimos. Nunca se sintió solo, posiblemente porque desde el primer día se unió a ese grupo que se reunían todos los días en el bar y allí pasaba tiempo acompañado. Por otra parte era un ávido lector por lo que el tiempo que le sobraba lo dedicaba a leer libro tras libro que sacaba casi todas las semanas de la biblioteca municipal. Iba casi todos los martes y en cuanto repitió la jugada cuatro veces, faltó tiempo para que todo el pueblo pensase que se había enamorado de la Encarni, la encargada de la biblioteca, una mujer entrada en carnes mas que en años, con una cabeza privilegiada para saber hasta el último libro que estaba inventariado, pero que carecía del mas mínimo espíritu para arreglarse. Estaba tan enfrascada en sus libros que no pensaba en otra cosa. Sin embargo, desde que Mario iba a solicitar algún libro que ella conociera y que le hubiera gustado, parecía como que su aspecto había mejorado, impresión absolutamente subjetiva porque ella no había puesto nada de su parte, pero que le venía bien para su nula coquetería ¿la gente decía que se arreglaba porque iba Mario? Pues muy bien. Mejor para ella.

Si que era cierto que coincidían casi de forma espectacular, en sus gustos literarios. Ella despreciaba la poesía, es una cursilería, una manera complicada de definir las cosas normales, mientras que le encantaban las novelas, sobre todo la novela negra y para variar también los libros de viajes que la transportaban a tierras tan extrañas como África de la que se había locamente enamorado a través de los libros de Javier Reverte. Últimamente se había animado a cambiar los libros de historia con las novelas históricas a las que definía como una clase pero con un profesor de esos que te hace querer la asignatura, o sea, de algún ser extraño que quería que su clase resultase entretenida para que sus alumnos aprendieran y de paso les quedara algo para toda la vida. Mario había encontrado la horma de su zapato en temas literarios porque ella leía quizás algo más de lo habitual, que ya era bastante, y él la seguía como un perrillo faldero. Tocaba novela histórica pues él leía novela histórica como si estuviera interesado en la vida de Juana La Loca, aunque nunca le hubiera interesado tema semejante. A través de ella descubrió una forma de leer que le llenaba horas y horas y por lo tanto le estaba muy agradecido, pero de ahí a estar enamorado distaba un abismo. Que la gente del pueblo lo creía pues mejor para ella o para él, pero la realidad es que entre ellos no había nada de nada.

-  Perdona, pero estaba pensando las razones y se me ocurren cincuenta y ninguna. El caso es que me quedé y aquí estoy. Yo soy de los que piensan que el mirar para atrás no sirve absolutamente para nada.
-  Yo pienso al revés – Sofía apuró su mosto – todo lo anterior es experiencia
-  Seguro que si pero ¿merece la pena la experiencia?
-  Claro, si no caes en los mismos errores
-  ¿Y eso es malo?
-  Hombre, yo creo que si – Sofía pensaba en muchas cosas que había hecho mal en su vida – imagínate si pudieras rectificar antes de hacer cosas que te van a ir mal. ¿Tú no rectificarías?
-  Si, pensando así si, pero y lo bonito que es equivocarte y poder equivocarte otra vez
-  ¿Tropezar dos veces en la misma piedra?
-  Por ejemplo
-  Pues no se, yo prefiero que si me he dado cuenta que una vez me han hecho daño, no volver a ponerme en el mismo sitio para que me vuelva a pasar. Prefiere irme a otra parte y acabo antes
-  ¿Ese es tu caso? – Mario trataba de conocer a Sofía lo más rápidamente posible. Desde el mismo día que había llegado se había convertido en un misterio para todos y de ahí tantas habladurías. Una chica joven, con un niño que se suponía que era su hijo, que no salía para nada a la calle, que se permitía el lujo de meterse con el Médico siendo una simple enfermera, que los que iban a su consulta decían que era muy buena gente, pero que no salía ni al bar los Domingos, ¿no era extraño?

Sofía sabía que la pregunta de Mario era la de otra mucha gente, ¿quién era? ¿De donde venía? ¿Por qué había recalado allí? Reflexionó durante unos segundos y le gustó la idea de jugar un poco mas con la curiosidad de todos ellos, al fin y al cabo era la primera vez que hablaban y tampoco era plan el ir por ahí contando a todo el mundo su vida que, por otra parte, tampoco era tan apasionante
-  No – Sofía contestó con firmeza – yo soy una enfermera normal y corriente que ha encontrado  un puesto de trabajo en un pueblo a través de un anuncio que puso su Alcalde y nada mas
-  Chicos atender – Jesús reclamó la atención del resto de su cuadrilla – aquí tenéis una chica sin pasado.
-  Eh, eh – Sofía quería aclarar su postura – que yo no he dicho eso. Yo lo que digo es que no he venido aquí escapando de nada. Las cosas son como son y ya está. Ahí si que estoy de acuerdo contigo, Mario, que no merece la pena mirar para atrás, pero naturalmente que tengo un pasado ¡faltaría mas! y del que además no me arrepiento. Fue así y ya está

La primera visita de Sofía al bar, transcurrió entre bromas y veras y casi sin darse cuenta se volvió a su casa con Mario que se había ofrecido a acompañarla. Se le había hecho un poco tarde, volvía pensando en David que estaría muerto de hambre, pero el niño estaba jugando al fútbol en la plaza tan tranquilo y solo se apercibió de su presencia cuando Sofía le llamó para que fuera a casa. Se acercó sudando como un pollo, los pantalones llenos de polvo, las botas un compendio de barro, hierba y porquería y cada pelo haciendo la guerra por su cuenta

domingo, 18 de noviembre de 2012

LA ENFERMERA RURAL: CAPITULO 18



Queridos blogueros/as: Este capitulo me parece que es mas interesante que alguno de los anteriores y ya se ve como se mueven los protagonistas y como es capitulo par nos vamos del pueblo y volvemos a la aldea que tampoco está tan mal.

Yo, como diría Alfonso Ussía, esta mañana estoy un poco liado
y como, casi todo el mundo como es Domingo por la mañana, me toca gim, haré un poquito de spinning, si se tercia unos minutos de kim-boxing, algo de running, y terminaré con ejercicios de jumping y después de la ducha en casita que está mucho mejor que la del gim, iremos a Misa que es a lo único que todavía no le hemos cambiado el nombre 
Good bye, blogueros/as
Tino Belas



CAPITULO 18.-

Julio se despidió y salió de la estancia acompañado de su mayordomo Ismael y de Ronaldo que iba hasta el coche para volver con más material. Sofía y David se quedaron solos y se miraron con un gesto como diciendo:”aquí tenemos mucho chollo”  En un perchero había varias batas blancas, se colocaron dos y cuando iban a comenzar la consulta apareció una chica joven que se presentó como Tania, también llevaba una bata blanca y  una lista en la mano derecha

-  ¿La puedo ver? - preguntó David
-  Claro, faltaría mas, pero no va a entender nada
-  ¿Y eso?
-  Porque es una lista que hago yo a mi manera.
-  Bien, bien, no te preocupes - David se dio cuenta que la joven no tenía ningún interés en que nadie se metiera en su terreno - empieza a llamar

La chica abrió la puerta y llamó a Juan “el motores”. A los pocos segundos, entró en la consulta un hombre mayor ayudado con dos muletas. Sofía le indicó que se tumbara en una camilla y procedió a retirarle las vendas mientras David trataba de hacerle una mínima Historia Clínica.

-  ¿Como se llama?
-  Juan Clenga
-  ¿Edad?
-  Treinta y nueve años
-  ¿Cuantos años me ha dicho que tiene?
-  Treinta y nueve

David lo miró de arriba a abajo y hubiera jurado que tendría sesenta años o alguno mas, pero tampoco era cuestión de dedicarse a discutir y menos  con el primer enfermo que veía.

-  ¿Tiene alguna enfermedad importante que sepa?
-  No, bueno si, tengo azúcar en la sangre pero no me molesta.
-  ¿Se hace análisis de sangre regularmente?
-  Si, cuando me citan siempre me la sacan y me la analizan
-  ¿Cada cuanto tiempo viene?
-  Dos veces al año más o menos.

Mientras continuaba el interrogatorio, Sofía terminó de retirarle las vendas y se encontró con unas úlceras tremendas que prácticamente ocupaban toda la parte anterior de ambas piernas. David las observó detenidamente, pidió unas pinzas y una tijera y retiró algunas zonas claramente necrosadas. A continuación le indicó a Sofía que le curara con una crema y le pidió a Tania que pasara al siguiente.

-  Perdone Doctor - Tania depositó los papeles de la lista encima de la mesa de la consulta - ¿le puedo hacer una sugerencia?
-  Faltaría más. Dime
-  El otro Doctor que estuvo antes lo tenía organizado de otra manera y yo creo que mejor
-  ¿Y como lo hacía?
-  Tenía como dos consultas a la vez – Tania se colocó en medio – en ese lado – señaló hacia la camilla – estaban las curas y las consultas que no fueran la primera y en este lado, donde está Usted sentado se veían las primeras consultas.
-  Bueno – David siempre estaba abierto a cualquier sugerencia que le ayudara a  mejorar la atención a los pacientes – me parece buena idea. En el fondo es como hacer dos consultas ¿no?
-  Si, mas o menos
-  ¿Y tú sabes quienes son primeras consultas y quienes no?
-  Claro – Tania contestó con orgullo – para eso me paga su organización.
-  Bien, pues lo hacemos como tú dices, no hay problemas.

David se sentó en su mesa y Sofía se acercó una banqueta y también le indicó a Tania que le pasara a su lado a los que les correspondiera

Efectivamente la mejor distribución supuso que en tres horas y pico vieran a los cerca de sesenta pacientes que se apilaban en las proximidades de la consulta. Unos pocos tenían posibilidad de sentarse en el porche, pero la mayoría permanecían sentados en el suelo. Tania les iba preguntando y estableciendo un orden a su manera. Lo primero, como era natural, era lo urgente y esa selección la hacía ella sin encomendarse a Dios ni al Diablo. Unas veces acertaba y otras no, pero los pacientes lo aceptaban porque Tania se encargaba de avisarles que no se preocupasen que al final todos se verían en ese mismo día. Los segundos en entrar a las consultas eran las curas, siempre de mas complicadas a mas simples y por ultimo las revisiones de pacientes que habían sido vistos pocos días antes. Las primeras consultas entraban en una lista distinta y en cuanto se veían todas, entonces la cola, como era lógico, iba mucho más deprisa. Era un buen sistema, bien pensado y aportaba fluidez lo que resultaba muy interesante para disponer de mas tiempo libre para atender a los pacientes domiciliarios que también decidía Tania quienes eran y sobre todo a David y a Sofía le dejaba una mayor libertad de movimientos para planificar visitas a las autoridades locales para tratar de mejorar la calidad de vida de los casi doscientos mil habitantes que atendían en su zona.

Una noche, fueron avisados urgentemente para ver a un paciente que por dos días antes había sido salvajemente agredido en la selva por un animal que por sus indicaciones podía ser un orangután o algo parecido. Cuando llegaron al dispensario, se encontraron con una multitud que esperaba expectante. Cuando David y Sofía llegaron en el jeep, se encontraron en el porche, al Jefe de la Tribu Iomara que se fumaba un enorme puro exhalando un humo que llenaba todos los rincones. A su lado, el que supuso Sofía que sería el hechicero de la aldea por el tipo y calidad de sus pinturas en la cara, trataba de convencer al Jefe para que se llevara de allí al agredido:

-  Yo resolver el problema, Gran Jefe. Darle jarabe de manatuata y emplastes de bibigrasema y no se morirá

El jefe de la Tribu continuaba con el puro entre sus gruesos labios. Sus manos parecían un muestrario de joyería barata mientras en el centro de su tórax una cruz de oro de enormes proporciones le balanceaba. Vestía una especie de pantalones bombachos y unas babuchas como doradas con una punta de unos diez centímetros.

- Has tenido dos días para resolverlo y Mulian cada vez está peor, o sea que cállate
 -  Pero Gran jefe, tu darme oportunidad
-  He dicho que te calles, hechicero, Cállate o te cuelgo de ese cocotero.

El hechicero se retiró protestando entre dientes. El Gran Jefe cerró los ojos y parecía meditar. David y Sofía pasaron por delante de ellos – un momento que vamos a ver al paciente y después les informamos – y sin mediar mas palabras entraron velozmente en el dispensario. Un hombre joven con aspecto hercúleo se debatía entre la vida y la muerte, mientras su cuerpo era como una sola herida. Le faltaba piel por la parte anterior del tórax, el cuello era un enjambre de piel necrosada, sangre y restos de miel que alguien le había extendido por todo el cuerpo. Había perdido parte del pene y un testículo permanecía solitario sin la envoltura correspondiente. Le  faltaba el pie derecho y por el extremo de una especie de vaina en la que venía como envuelta la pierna aparecían claramente los extremos de la tibia y peroné expuestos.  También le faltaban varios dedos de la mano izquierda. Su expresión era de susto, miedo, súplica, terror y hasta de una cierta tranquilidad por estar viendo las puertas de otro mundo que, por muy malo que fuera, siempre sería mejor que el que le había tocado vivir. David preguntó como se llamaba y alguien le contestó que Mulian  y que era el único hijo del Jefe de la Tribu. Sofía le incorporó un poco del lecho de fina hierba donde le habían depositado y observó como los arañazos de la espalda eran mucho mas superficiales. Entre los dos retiraron toda la suciedad, desbridaron las heridas dejándolas limpias, le dieron agua al paciente quien la bebía con auténtica devoción y le recostaron nuevamente:

-  Sofía: cógele la vía más grande que encuentres y comienza a pasarle líquido a chorro y esperemos que lleguemos a tiempo porque está con una deshidratación tremenda. Luego busca algún antibiótico y pónselo también y tú – David se dirigió a una chica que estaba presenciando todo desde la primera fila y que le había llamado la atención por su belleza serena - tienes que ponerle estas compresas con agua fría en la cabeza e írselas cambiando cada media hora.
-  ¿Tú crees que saldrá adelante? – preguntó Sofía.
-  Ya veremos. De momento, no tenemos nada más que hacer si no esperar.

David se lavó las manos, se secó con una toalla seca y salió al porche donde esperaba toda la comitiva. Se fijó especialmente en el Rey que permanecía como dormido en una de los asientos, manteniendo una respiración entrecortada producto a buen seguro de las múltiples hojas de coca de las que disponían y con la que por lo menos, cuando entraban en éxtasis, les hacía olvidarse de sus problemas reales y mediante alucinaciones vivían situaciones extraordinarias. David le dio un pequeño toque en el hombro y el monarca de la selva, se levantó dando un pequeño respingo:

-  Su hijo está bastante mal, pero espero que no se muera. Hay que esperar veinticuatro horas y ver la evolución.

El Rey lo miró de arriba abajo detenidamente, escupió en el suelo y a continuación mirándole fijamente a los ojos le dijo con voz solemne:

-  Mi hijo no se puede morir.

David sin separar su mirada tampoco se dejaba comer el terreno

-  Su hijo se puede morir y eso lo debe saber. Estamos haciendo todo lo posible para que no se produzca ese fatal acontecimiento, pero su hijo está muy mal
-  Tú curar a mi hijo, si no, yo matar a tu compañera.
-  ¿Qué tiene que ver mi compañera en todo esto? Ella también está haciendo lo que puede por él.

El Rey se volvió a todos los de la Tribu que permanecía sentados en el suelo y con voz ronca les comunicó que:

-  El Médico blanco dice que Mulian vivirá.

Toda los de la Tribu alzaron sus brazos al cielo y comenzaron a bailar una extraña danza. Sus cuellos giraban a una velocidad de vértigo, mientras sus ojos permanecían en blanco. Al cabo de unos segundos, se dejaban caer al suelo mientras agitaban las piernas. El Rey observaba aquella danza sin pestañear. No parecía que fuera con él, sin embargo y de una manera muy lenta se unió al ritual. Primero fueron pequeños movimientos de sus piernas, a continuación las caderas y mas adelante el tronco. Todo su cuerpo se movía como si estuvieran pasando por él una corriente de alta tensión. Sus ojos se movían dentro de las órbitas como si fueran dos canicas dentro de una caja circular, la frente se llenaba de gotas de sudor que continuaban su camino por las mejillas hasta concentrarse en los hombros donde formaban un pequeño río que desembocaba en la estera del suelo. En varias ocasiones dejó escapar gritos que parecían lamentos. Aullaba como un lobo y la boca iba adoptando un rictus como de enajenación transitoria.

Por fin, la normalidad volvió a las inmediaciones del Hospital y David los dejó donde estaban y se volvió con la idea de pasar la noche con el paciente. Sofía le estaba dando algo de beber, con pequeño cuenco de madera, ante la mirada suplicante de Mulian. Al poco se quedó profundamente dormido. Sofía aprovechó para dejarle la cabeza apoyada en la hierba que hacía las veces de almohada y se acercó a David quien la rodeó con su brazo derecho

-  ¿Has hablado con su padre?
-  Si – David optó por no decirle la verdad – sabe que su hijo está mal y que tienen que esperar veinticuatro horas y menos mal que lo han traído que si fuera por el hechicero lo deja morir deshidratado.
-  La cultura de esta gente es así. Tienes que partir de la base que ellos creen que su hechicero es un enviado de los dioses.
-  ¡Joder con el enviado de Dios!
-  Sofía, por favor, tienes que aprender a respetarles
-  ¡Pero como voy a respetar a ese animal de bellotas!
-  Podrás estar de acuerdo o no con él, pero ellos le tienen como un curandero maravilloso y a lo mejor es verdad ¡yo que se! Yo conocí a uno que sabía más de plantas que todos los farmacéuticos españoles juntos.

El paciente comenzó a agitarse. Sofía se acercó y le introdujo por la goma que conectaba una vena de la muñeca con el exterior, un medicamento que le hizo volver a estarse quieto. Permaneció uno segundos a su lado y a continuación volvió con David dejando a su hipotética cuidadora cambiándole las compresas frías cada diez minutos para intentar que le bajara la fiebre. David se levantó e invitó a su novia a acompañarle. Atravesaron la multitud que se apiñaba en la entrada del consultorio, caminaron por un pequeño sendero y después de una pequeña subida, se encontraron en lo alto de una roca desde la que se apreciaba la inmensidad de la selva.
Se quedaron como extasiados ante tanta belleza natural. Todo lo que su vista abarcaba era selva profunda. Los árboles parecían estar unidos entre si formando una especie de parra. El silencio era el ruido predominante alterado solamente por la presencia de una especie de cascada que caía sobre un  lago. Allí, casi como en la intimidad del hogar, una pareja de monos se apareaban con tanta saña que parecía la primera vez. Los pájaros de múltiples variedades revoloteaban por todas partes. Algunos en círculos como esperando a alguna presunta víctima mientras otros descansaban sus alas navegando por ese cielo que parecía querer unirse al espectáculo.

Sofía y David permanecían sentados observando, como espectadores de excepción, tantos y tantos movimientos en aquella tierra que parecía no inmutarse. Ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio. David trataba de que el hijo del Rey no le interrumpiera en aquel momento maravilloso, pero su cabeza no era capaz de desconectar. Era consciente del peligro que le acechaba, pero no podía hacer nada. Ya le había tratado y lo único era esperar.

Mientras tanto Sofía dejaba volar su imaginación. Se acordaba de su familia, de su padre que a esas horas estaría pasando consulta en la única clínica privada de Soria. Su madre también apareció por su imaginación. No sabía por qué pero eran dos figuras a las que siempre había visto juntas y  no se las podía imaginar de otra manera. Pensó en el tiempo que llevaba en aquella recóndita aldea y como pasaban los días sin apenas tener tiempo ni para pensar. Tenía que reconocer que estaba a gusto. David se había convertido en el hombre de su vida, el compañero ideal para siempre. Era increíble. A pesar de su juventud tenía una madurez impropia de su edad. No tenía claro si sabía mucha o poca Medicina, pero tenía un poder de convicción que era muy difícil que alguien se escapara de su encanto. Cuando te miraba a los ojos te convencía. Era buen profesional, mejor persona y sobre todo nada perezoso. Muchos días se acostaban tarde, por la razón que fuera y si le llamaban para cualquier urgencia se levantaba como si ya hubiera dormido ocho horas. Se enfadaba, claro que se enfadaba como todo el mundo, pero aun en el peor momento era capaz de dominar de tal manera sus sentimientos que te decía las cosas pero siempre sin molestar. Eso si, lo mismo que para él era muy exigente, también lo era con todos los que le rodeaban. Todo tenía que funcionar como un reloj. Su obsesión era la limpieza tanto de los pacientes como de los que les cuidaban y sobre todo de las instalaciones. Tenía la teoría que el paciente sucio por fuera también lo estaría por dentro y por lo tanto para curarle, era necesario limpiarle lo mas posible. Sabía escuchar y si en lo que le sugerías tenías razón, era el primero en animarte para que lo pusieras en marcha. Nunca ponía pegas para cualquier cosa interesante para mejorar la calidad de vida de los nativos. En fin, que tenía que reconocer que había tenido mucha suerte en que se cruzase en su camino.

Tan absortos estaban en sus pensamientos que no advirtieron la llegada del Padre Jesús, un Jesuita que se había hecho cargo de una Misión próxima al Consultorio.

-  ¿Quien dice que el Paraíso no está en la tierra?- preguntó, mientras se acercaba por el sendero.

David y Sofía se volvieron sobresaltados, pero la sola presencia del Misionero les inspiró tanta paz como el paisaje que les rodeaba. El Padre Jesús era un Misionero de libro. Parecía sacado de aquellas estampas de San Francisco Javier. Lo habían conocido a los pocos días de llegar y enseguida se hicieron amigos. Era bastante mas viejo que ellos, andaría alrededor de los cincuenta, con una mata de pelo que no se movía ni aunque lo intentara un huracán, la dentadura blanca increíble que contrastaba con una larga barba negra que casi se continuaba con el crucifijo de plata que permanentemente se mostraba con una poderosa cadena también de plata sobre su pecho. Camisa blanca, pantalón corto beige y unas sandalias de piel eran todo su uniforme.

-  Vaya susto que nos has pegado Jesús – David le mostraba su amistad
-  Eso es señal que estabais disfrutando del paisaje y por lo tanto de Dios

Sofía y David se miraron con expresión entre divertida y ofendida:

-  Se nota a la legua que eres Misionero. Todo lo relacionas con Dios
-  Claro porque gracias a ese Dios en el que vosotros no creéis, aunque ya os convenceré, está todo esto
-  Tampoco exageres
-  ¡Como que exagero! ¿Quien creó el mundo? supongo que estaréis de acuerdo que Dios y si eso es así, que nadie lo pone en duda, entonces toda esta belleza le pertenece. Nos la deja, eso sí, para nuestro gozo y para que seamos un poco mas felices, pero le pertenece y con ella hace lo que quiere porque para eso es suya.
-  Venga, Jesús, no mas discursos, por favor – Sofía se levantó – tenemos que volver a la Clínica.
-  Siempre os inventáis alguna historia para no escuchar la palabra de Dios.
-  Esta vez es cierto – intervino David – tenemos al hijo del Jefe de la Tribu de los Iomara que está francamente mal.
-  ¿Quien, Mulian?
-  Si
-  ¿Qué le ha pasado?
-  Parece ser que ha sido atacado por algún animal salvaje hace dos o tres días y tiene unas heridas tremendas.
-  ¿Y está para morirse?
-  Está mal, pero no creo que se muera.
-  Menos mal porque el padre es bastante bruto. Buena gente, pero bruto.
-  Ya he tenido oportunidad de oírle
-  Entonces no hace falta que te diga nada
-  ¿Vamos?
-  Os acompaño y así de paso hablo con Mulian
-  ¿Le conoces?
-  Querido David, llevo aquí más de treinta años.
-  Pero eso no quiere decir que tengas que conocer a todo el mundo
-  Es mi obligación y en el caso de este chico, fue monaguillo cuando era niño, pero luego el padre lo mandó a trabajar y ha venido muy pocas veces por la Misión.
-  Pues, venga, vamos para allá, tu hablas con él, le convences para que no se muera y yo le reviso las heridas.
-  Todo está en las manos de Dios, aunque no te lo creas y tu trabajo se verá recompensado si Dios quiere, aunque ya sabes aquello de a Dios rogando y con el mazo dando
-  Bien, pues entonces tú rezas que es lo tuyo y del mazo ya me encargo yo.
-  Vamos, que eres como Santo Tomás. Tienes que ver para creer.

A los pocos minutos llegaron a la aldea y por la alegría que apreciaron en todos los que permanecían en las proximidades de la Policlínica se había producido el milagro. Entraron en la sala y allí estaba Mulian, con una sonrisa que le ocupaba toda la cara, sentado en una silla contándoles historias a otros pacientes que se arremolinaban a su alrededor. Se quedaron estupefactos ante la rápida mejoría y el padre Jesús pasó sus brazos por los hombros de Davis y Sofía y apretándoles contra si les dijo

-  Solo en el día de hoy lleváis un montón de pruebas que Dios existe. Espero que lo penséis y rezaré para que recuperéis la Fe


sábado, 10 de noviembre de 2012

LA ENFERMERA RURAL: CAPITULO 17

Queridos blogueros/as: Cada día que se me ocurre entrar en este blog me pasa algo y hoy como es natural no iba a ser menos. Me he levantado a las seis y pico de la mañana  como si fuera un operario de esos de las basuras del Ayuntamiento y  me he puesto a escribir, vamos que parecía un profesional. Todo muy bien, copio y pego el capítulo 17 y cuando le doy a la tecla de publicar dice que no se puede hacer en ese momento y se acabó, total que vuelta a empezar, eso si, a una hora mas prudente porque ahora son las once  y pico.

La historia de Sofía continúa, ya solo tenemos que llegar al capítulo 26 para terminar y como es un capítulo impar pues ya se sabe, toca pueblo y encima va y conoce al Médico al que espero no parecerme en nada, pero es lo que hay.

Como ya sois mi familia, vosotros los blogueritos y yo el bloguero padre, os diré que hoy cumplo 67 tacos ¡67 tacos! es el momento de exclamar eso de "quien lo diría si parece que fue ayer cuando ............" Si, si, ayer, pero a lo mejor de eso han pasado cuarenta años. En fin, esto es así y no hay mas remedio que aceptarlo y mejor con buen humor porque me va a dar lo mismo.

¡ No me fastidies! justo acaba de salir la banda rosa que dice que se ha producido un error al guardar o publicar tu entrada. Vuelve a intentarlo mas tarde. Un día que tenga tiempo tengo que hablar con el tal Bill Gates porque ¡ya está bien! y ahora ¿que hago? casi no voy a mover ni un dedo y espero a que venga mi asesor informático (mi hijo Tito)

Un abrazo

Tino Belas 
CAPITULO 17.-


David, sentado en un taburete al lado de la mesa de la cocina con un tazón de Cola Cao y unos bollos, no se percató de la presencia de su madre. Era un niño de trece años, moreno, alto para su edad, pelo corto a la moda de la época, vestía pantalones vaqueros largos, jersey azul marino y por el cuello sobresalía una parte de su camisa blanca

-  Buenos días David ¿te has duchado?

David se volvió con la boca completamente manchada de Cola Cao

-  Hola, Mamá, no sabía que te habías levantado.
-  ¿Has recogido el cuarto de baño?
-  Si
-  Así me gusta, que me eches una mano. ¿Qué vas a hacer?
-  He quedado con Julián en la plaza para jugar al fútbol ¿me dejas?
-  Claro, pero con la condición que no te muevas de allí.
-  Mamá que tengo trece años
-  Por eso, si tuvieras veinticinco sería distinto
-  Bueno, hasta luego

David se limpió la boca con una servilleta de papel, le dio un beso fugaz a su madre y salió de estampida.

Sofía pasó un trapo por la cocina, limpió el suelo con una fregona y se sentó en la mesa de la cocina con la idea de estudiar un rato, pero lo dejó ante la imposibilidad de concentrarse. Llevaba en el pueblo un mes y ya tenía varios pacientes citados para todos los días, una felicitación del Alcalde, una casa en condiciones, un hijo encantado viviendo en allí y una vida tranquila. De poner algún pero, sería una cierta soledad. Todavía no había salido a la calle excepto una visita que había realizado a una paciente en su casa y otro día para charlar con el Alcalde en el Ayuntamiento. La casa la tenía bastante bien organizada a pesar que sus efectos personales habían llegado muy pocos días antes. Su dormitorio si que estaba terminado, solo le faltaba un espejo. Sin embargo, el de David era todavía un proyecto. La cama recién hecha, era demasiado grande y las paredes estaban como el día que las pintaron, completamente blandas, sin un solo adorno, ni siquiera un cuadro. Su maleta estaba en el suelo, a un lado de la cama, medio abierta y por allí asomaban un par de calcetines, la manga de una camisa y hasta el mango de una raqueta de tenis. Aunque quisiera, no podía colgar la ropa porque el armario estaba sin una sola balda.

El cuarto de baño de Sofía iba teniendo un aspecto como corresponde a una señora de su edad. En un pequeño armario, al que le faltaba la puerta, se acumulaban lápices de ojos, brochas para maquillaje, dos cepillos de dientes, alguna polvera y hasta una dobla pestañas que había conseguido en Honduras.

Pensó en su soledad y llegó a la conclusión que era porque quería. Entre pitos y flautas, hacía ya casi trece años que se había quedado viuda y como cualquier joven teóricamente necesitaba compañía, pero el solo recuerdo de David, su marido, la llenaba de tal manera que no necesitaba a nadie. Sin embargo ahora, estaba en un pueblo, su hijo parecía contento a pesar de no haber empezado todavía el colegio, Ella tenía mucho mas tiempo libre que en Madrid y ya empezaba a pensar en como utilizarlo. La mañana la tenía ocupada con la casa y la consulta, pero por la tarde disponía de todo el tiempo del mundo. Por fin toda la tarde para ella ¡que maravilla!

Podría leer, estudiar, preparar el jardín, pensar y porque no, perder el tiempo que tampoco estaba tan mal. Se podría hacer realidad el dicho aquel que había leído en algún sitio de vosotros tenéis los relojes y yo el tiempo ¡que gran verdad!

Enfrascada en tales pensamientos no oyó la alarma de la sala de espera hasta el tercer timbrazo. Entonces bajó precipitadamente la escalera y pidió disculpas a un matrimonio que se había sentado uno enfrente de otro.
Les hizo pasar a su despacho y comenzó a anotar lo que le sucedía al marido que era el paciente, no sin antes recordarle que la consulta era por la mañana, pero que no tenía ningún inconveniente en recibirles.

Don Gustavo Lopez Riera, le contaba que desde hacía seis años tenía un problema de próstata y como consecuencia del mismo se veía en la necesidad de ir permanentemente sondado y cada quince días hacer un cambio de la sonda para evitar una mas que posible infección de orina.
Don Antonio María, el Médico, se había negado desde el primer día a hacer las veces de ATS y lo enviaba sistemáticamente al Hospital para que se la cambiaran, con el consiguiente gasto en taxi que, aunque la Seguridad Social  se lo reembolsaba religiosamente, constituía un esfuerzo crematístico importante para una economía con pocos recursos. Don Gustavo era un jubilado del campo y cobraba la pensión correspondiente que le llegaba para llegar a fin de mes, pero sin hacer ningún exceso.

El anciano le preguntó directamente a Sofía si se encontraba capacitada para cambiarle la sonda y ante la afirmación de ella, sacó del bolsillo un envoltorio, lo abrió lentamente y lo dejó encima de la mesa.

-  Si es tan amable, se quita los pantalones detrás del biombo, se tumba en la camilla y se tapa con ésta sábana.

Sofía permaneció sentada en su asiento hasta que Don Gustavo la avisó que ya estaba preparado. Se acercó hasta él, se colocó unos guantes y con habilidad retiró la sonda que traía e introdujo la nueva, previa aplicación de una pequeña cantidad de vaselina, con un pequeño movimiento rotatorio.

-  Gracias Señorita, lo ha hecho usted estupendamente.

De la misma manera que con los pacientes anteriores, decidió preguntarle lo que le cobraba el Médico y aplicarle la mitad de la tarifa. En este caso todavía fue menor porque Don Antonio María le cobraba menos por la consulta, pero también es verdad que se limitaba a enviarlo al Hospital para que le cambiaran la sonda. Don Gustavo pagó y Sofía se guardó el dinero en el bolsillo. Les acompañó hasta la puerta y quedaron citados para realizar la misma operación dentro de quince días.
Sentada de nuevo en el cuarto de estar de su casa, contó el dinero cobrado ese día y pensó que con tres pacientes diarios tendría todos los gastos del mes cubiertos.

Tenía la intención de anotar todos los ingresos y gastos de la consulta para hacerse cargo de la situación de una forma real. Se había acabado la tranquilidad de un sueldo fijo, tenía el del Ayuntamiento, pero muy escaso, y tenía necesidad de ser mas cuidadosa con su situación económica.

Disponía de algunos ahorros pero no estaba dispuesta a dilapidarlos como si fuera millonaria. Después de tantos años había perdido la esperanza de cobrar algún tipo de pensión por la muerte de David.

Ahora iba a disponer de un sueldo pequeño, muchísimo menor del que cobraba en el Hospital de Madrid, pero tenía la enorme ventaja del sobre sueldo que supondría el cobro de pequeños honorarios a los pacientes procedentes de la iguala de Don Antonio María. Pensaba que iba a ser menos, pero cada día aparecía algún paciente nuevo.

Tenía absolutamente claro que antes o después chocaría con el Médico, por eso su postura era de total claridad en las cuentas para evitar, en lo posible, argumentos para una denuncia.

Los días pasaban casi sin darse cuenta, la consulta iba viento en popa y ya eran varios los pacientes que le había enviado a Don Antonio María por considerar que eran casos de Médico, no de ATS. David había comenzado a ir al colegio y era el niño más feliz del mundo. Eso si, no paraba en casa, pero siempre estaba localizada, ya se sabe que en los pueblos y más si son pequeños, se sabe donde está casi sin necesidad de llamarle. Fueron varios los vecinos que le agradecieron su labor y Sofía se consideraba una privilegiada.

Sin embargo, el conflicto que ella había tratado de evitar por todos los medios, se produjo no mas de al mes y medio o dos meses de estar en el pueblo. Doña Carmen Santamaría antigua maestra del pueblo, jubilada y enviudada casi a la vez, se presentó un día en casa de Sofía, como a las diez y pico de la noche con el típico cuadro de ansiedad como consecuencia de una fobia que había adquirido recientemente y que era un terror injustificado a la oscuridad. Sofía había comenzado a tratarla con sesiones de psicología aplicada. Llevaba dos semanas de tratamiento y el lunes de la tercera semana, Doña Carmen apareció muerta en la cocina de su casa con claros signos de intoxicación por barbitúricos. Muy cerca de donde apareció, una caja de Lexatín abierta y casi sin comprimidos era la prueba más evidente que se trataría de un suicidio. Naturalmente llamaron a Don Antonio María quien aseguró que estaba muerta, pero se negó a firmar el certificado de defunción por ser una paciente que él no trataba habitualmente, por lo que tuvieron que avisar al Juez de Guardia quien después de unas horas de demora, hizo una inspección ocular de la habitación donde Doña Carmen había aparecido muerta y ordené trasladar el cadáver hasta la ciudad para que allí le fuera realizada la correspondiente autopsia para determinar con precisión la causa de su fallecimiento aunque parecía claro que la hipótesis que mas se acercaba a la realidad era el fallecimiento por la toma de una cantidad importante de pastillas de Lexatin. Por todo el pueblo circuló la versión que la muerte se había producido por la ingestión de unas pastillas que Sofía le había recetado, lo que era absolutamente falso. Sofía es verdad que la estaba tratando pero nunca le había recetado ningún tipo de pastillas, entre otras cosas porque ella sabía que eso si que podría ser motivo de una demanda por parte de Don Antonio María. Sabía que tomaba Lexatin porque la paciente se lo había confirmado, pero por indicación del Médico, no de ella. Naturalmente la primera versión fue la muerte por exceso de pastillas y de ahí se pasó a que en la consulta de la nueva ATS se recetaban cientos de medicamentos y muchos de ellos sin siquiera receta. Algunos afirmaban que ella, en la misma consulta, les había intentado convencer para que tomaran unas pastillas, sin nombre y sin ningún tipo de etiqueta y de ahí se pasó hasta que en esa consulta se practican tratamientos anti epilépticos mediante electro-shock. Rumores naturalmente que iban socavando la integridad de Sofía quien se encontraba en disposición de rebatir cada uno de los bulos, pero para eso tenía que ser escuchada por los organismos competentes. Estaba segura que cuando saliera el juicio, las aguas volverían a su cauce, pero ¿cuántos años tendría que seguir soportando esta situación de indefensión? ¿Hasta que saliera el juicio?
Sofía sabía que el único que podría salvarla de la quema sería el propio Don Antonio María, el Médico y para eso lo mejor es que fuera a verle directamente para acallar tantísimo dimes y diretes como circulaban por el pueblo.

Dicho y hecho, un sábado por la mañana, con un sol de primavera que alegraba los campos, Sofía llamó al timbre de la consulta de Don Antonio María en el pueblo de al lado. Le abrió una chica con uniforme blanco quien después de conocer la identidad de quien había accedido a la sala de espera, la invitó a que esperara unos segundos hasta que viniera el Doctor.
Eso si que era una sala de espera y no la que ella tenía en el Consultorio. Era como más personal, con más empaque. En todo se respiraba un ambiente de calidez, los sillones estaban tapizados con telas alegres como de flores con motivos de caza, las revistas se apilaban en varias mesas bajas mientras que la luz provenía de varios focos halógenos colocados en el techo, estratégicamente distribuidos por el techo de un blanco impecable. Las paredes estaban decoradas con multitud de diplomas del Doctor tanto de su asistencia a curso nacionales como internacionales. En el centro como queriendo ocupar un espacio importante, la orla fin de carrera. Sofía estaba tratando de descubrir quien sería Don Antonio María entre aquel enjambre de cabezas jóvenes todas vestidas con el mismo traje, cuando la enfermera le indicó que Don Antonio María la estaba esperando.

La acompañó a través de un pasillo lleno de fotos en la que el Médico se daba la mano con muchos personajes conocidos, sobre todo, con gentes del mundo del toro, hasta hacer su entrada en un despacho amplio, el suelo revestido con una moqueta beige y las paredes todas con estanterías llenas de libros y revistas médicas. Los pequeños espacios vacíos estaban colmados con unos cuadros de paisajes castellanos pintados con tonos suaves, de marcos de bordes dorados finos que contribuían a mantener todavía más un ambiente acogedor. Cuando Sofía, rodeada de todo aquello trataba de imaginarse a Don Antonio María, apareció con su bata blanca recién planchada, cara curtida por el sol, importantes entradas, bigote blanco muy arreglado, manos finas con uñas muy bien recortadas, camisa azul con corbata de tonos también azules y chaqueta cruzada del mismo color que realzaba unos pantalones beige con la raya milimétricamente planchada. Allí estaba él, Sofía se levantó y estrechó la mano del Médico que se la extendía educadamente pero si expresar la mas mínima satisfacción. A primera vista parecía un hombre mayor, que trataba de disimularlo con ropa quizás algo juvenil para su edad, pero parecía agradable, aunque se notaba que no se encontraba cómodo ante la situación. No parecía tan autoritario como se lo habían descrito y hasta ese momento parecía bastante normal

-  Buenos días, Señorita Sofía – su voz era profunda y bien modulada –me alegro de conocerla
-  Igualmente, Don Antonio María – Sofía le hablaba en el mismo tono.

El Médico la observó de arriba abajo como si fuera un paciente al que iba a tratar por primera vez en la consulta. Con un gesto de su mano derecha la invitó a sentarse mientras él hacía lo mismo

-  Usted dirá – Don Antonio María parecía interesado en conocer la versión de Sofía.
-  Me imagino que le extrañará mi presencia aquí y encima un sábado por la mañana – Sofía sonrió tratando de mantener una conversación en un tono distendido.
-  No se crea – Don Antonio María también sonrió dejando ver una dentadura en perfecto estado de revista – si quiere que sea sincero esperaba que hubiera venido a presentarse cuando vino al pueblo.
-  Yo también pensaba hacerlo, pero entre organizar la casa, el traslado y comenzar a trabajar prácticamente no he tenido ni un minuto libre.
-  Es una pena porque esto que ha ocurrido ya sabía que antes o después iba a ocurrir y mejor hubiera sido que …

Sofía le interrumpió bruscamente e intervino dejando de lado las sonrisas y adoptando una postura de absoluta seriedad

-  Un momento, si piensa lo que creo que está pensando – Sofía le miraba a los ojos sin dejarse intimidar – está absolutamente equivocado y antes que diga nada si le parece le explico la realidad de los hechos

El Dr. Parrondo apoyó su barbilla en la mano derecha con un gesto de absoluta atención

-  Soy todo oídos
-  Muy bien – Sofía recordó uno a uno los diferentes apartados a los que tenía pensado referirse – en primer lugar, Doña Carmen no falleció por las pastillas que supuestamente yo le había recetado, sencillamente porque yo nunca receto
-  ¿Seguro? – El Dr. Parrondo sacó del primer cajón de su mesa una cuartilla en la que, con letra de Sofía se recetaba algún medicamento – y esto ¿qué es?
-  Eso no es una receta – El tono de voz de Sofía iba en aumento – y usted lo sabe o lo debería de saber. Ese papel que exhibe usted como si fuera la causa de mi próxima pena de muerte no sirve absolutamente para nada. En ese papel, lo único que pone es el nombre de un producto que venden en los herbolarios y que se lo di a una paciente para que se acordara del nombre al llegar a la ciudad. Además – Sofía se iba subiendo por las paredes poco a poco – Además y eso también lo debería de saber, en esa nota no figura ni mi nombre ni ningún dato que sirviera de prueba como que yo quisiera interferir en su trabajo y si estoy equivocada, le ruego que me lo demuestre.

Sofía no desviaba la mirada de los ojos de Don Antonio María quien se vio en la obligación de decirle lo que pesaba

-  Mire, Señorita, yo no tengo que demostrarle absolutamente nada. Es el pueblo el que la está juzgando y serán ellos los que dicten sentencia.
-  Me parece muy bien, pero para que el pueblo sea capaz de dictar sentencia justa lo primero que hay que decirle es la verdad y usted sabe, porque me consta que lo sabe, que yo nunca he recetado ni una sola pastilla de nada.
-  ¿Está usted insinuando que yo ando por ahí criticándola?
-  Estoy segura, pero no lo puedo demostrar
-  Es una afirmación peligrosa
-  ¿Y quien le ha dicho a usted que yo he dicho tal cosa?
-  Lo ha dicho usted hace un segundo, Señorita
-  No es verdad – Sofía volvió a elevar el tono de voz – lo que he dicho y me reafirmo es que íntimamente estoy convencida que usted alimenta esos bulos, eso seguro, pero a continuación también he dicho que no lo puedo demostrar, por lo tanto ante un Juez no tendría ninguna validez.
-  Señorita – Don Antonio María se iba poniendo cada segundo un poco mas rojo, una vena parecía querer salirse del centro de la frente mientras que su cara iba adoptando una expresión de dureza – sería el colmo que negara que en una consulta clandestina de Enfermería de un pueblo perdido está usted viendo pacientes y tratándolos como si fuera el Médico. Eso no me lo puede negar
-  Le puedo negar todo. Primero, no es una consulta clandestina - Don Antonio María elevó la cejas y la miró con escepticismo
-  No, no me mire con esa cara porque tengo razón y si no pregúnteselo al Alcalde. Segundo: tengo las historias clínicas de todos los pacientes que he visto hasta ahora y le invito con mucho gusto a que las revise una a una y ahí verá que ninguno tiene medicación recetada por mí. Otra cosa bien distinta es que yo, como ATS,      crea que es mejor una que otra y exprese mi opinión
-  ¿Y eso no es hacer Medicina? – Don Antonio María trataba que el rubor que iba “in crescendo” no le afectara a sus coronarias. Sabía muchas cosas de sus métodos, pero en la mayoría de los casos, al igual que Sofía, no lo podía demostrar
-  No señor, seguro que no y por lo tanto es absurda esa acusación de intrusismo que usted emplea sistemáticamente contra mi.
-  Perdone Señorita pero que yo sepa hasta ahora no la acuso de nada y si no enséñeme por favor la citación judicial para que vaya a declarar ¿la tiene?
-  No señor
-  Pues entonces no levante falsos testimonios contra mi persona ¿entendido?
-  Si señor – Sofía bajó los ojos tratando de ordenar sus ideas para no decir nada de lo que mas adelante se tendría que arrepentir. No estaba dispuesta a tragar, pero su postura tenía que ser inteligente y mantenerse lo mas prudente posible – entiendo perfectamente lo que me dice y le pido disculpas si me he excedido con algún comentario, pero usted estará de acuerdo conmigo en que yo no he tenido nada que ver en el fallecimiento de Doña Carmen. Ella estuvo en mi consulta por una depresión que la estaba consumiendo y yo la traté durante cuatro sesiones tratando de buscar los rasgos de su personalidad que la ayudaran a salir de ese pozo sin fondo que es la depresión y cuando ya parecía que en el horizonte aparecía una ligera luz de esperanza, Doña Carmen optó por tomarse dos envases enteros de Lexatín y puso fin a su vida. Esa es la verdad y espero que la autopsia confirme mi versión y no todas aquellas que circulan por todo el pueblo
-  Perdone Señorita y eso que ha hecho usted con Doña Carmen ¿no es tratar a un paciente?
-  Tengo la impresión que no sabe, o si lo sabe no desea acordarse, que se olvida que, además de ATS, he estudiado Psicología por la Universidad de Mali y tengo mi título convalidado.
-  ¡Menudo título!
-  Ese título aunque a usted le moleste, está convalidado en España y me permite ejercer en este país.
-  Como psicóloga si, señorita, pero en ningún caso le da una patente de corso para suplantar la labor del Médico.

Don Antonio María se levantó, se acercó a la ventana y  se quedó con las manos cruzadas en la espalda observando un amanecer teñido de múltiples colores.

-  En cualquier caso hay una evidencia que no me puede negar.
-  Dígame cual
-  Señorita no se haga la tonta porque usted lo sabe mejor que yo. De la iguala que tenía en ese pueblo se han borrado casi sesenta personas, lo que representa la mayoría y además supone una pérdida económica para mi bolsillo que no estoy dispuesto a tolerar. Han sido muchos años de sacrificios para llegar a esta situación muy buena para mi, con una cartera de clientes razonable y usted no va ser la que rompa esa armonía que existe entre mis pacientes y un servidor y usted tendrá que responder delante de un Juez porque yo no estoy dispuesto a renunciar a todo lo conseguido- Lo siento, pero no estoy por la labor.
-  Me parece muy bien – Sofía se mantenía firme en su planteamiento – estamos en una democracia y tiene usted todo el derecho de poner una denuncia o hacer lo que le de la gana, pero sepa que no tiene razón
-  Pero ¿cómo se atreve a opinar? usted no sabe nada de todo esto
-  Si que se, bastante mas de lo que usted se cree y no tiene razón. La gente no se borra de la iguala que tiene con usted porque yo la trate bien o mal, no, la gente se borra porque usted no los atiende como es debido

Don Antonio María no daba crédito a lo que estaba oyendo

-  Ahora me viene una jovencita a darme lecciones ¡que pretende! ¿enseñar a un padre a hacer hijos? Le recuerdo señorita que llevo casi cuarenta años ejerciendo siempre en el medio rural y lo que me faltaba es que venga usted a decirme como tengo que tratar a mis pacientes ¡lo que me faltaba!
-  Usted puede pensar lo que quiera, pero como siga con esta actitud, se va a quedar sin ninguno
-  ¿Qué cree? ¿Qué se van ir todos con usted?
-  Conmigo o con cualquiera que les atienda. Usted sabe mejor que yo que muchos de esos pacientes son mayores y lo único que necesitan es que alguien les dedique tiempo, que los escuche, que no se limite a hacerles una receta nada mas abrir la puerta de la consulta y que encima le cobre caro, porque para un pueblo esa cantidad es bastante cara.
-  Eso mismo dijeron otras enfermeras que le han precedido en el cargo y mire donde están. Ya se que es difícil para una jovencita orgullosa como usted, pero hágase a la idea que si quiere permanecer en el pueblo tiene que colaborar conmigo y no yo con usted – Don Antonio María la señaló con su dedo índice – lo contrario puede ser peligroso para usted y aténgase a las consecuencias.
-  ¿Me está amenazando?

El Médico soltó una sonora carcajada

-  Le repito el razonamiento que hacía usted antes, ¿le he dicho yo algo amenazante? Si es así ya sabe donde está el Juzgado de Guardia. ¿Algo más señorita enfermera?
-  No, nada más.

Sofía se levantó, dio media vuelta y se marchó pasillo adelante dejando a Don Antonio María con la mano extendida esperando una despedida. Al llegar a la puerta de entrada, la abrió, salió pegando un buen portazo y se marchó para su pueblo con la satisfacción de saber que estaba en posesión de la verdad y así se la había expuesto al que tenía que hacerlo





domingo, 4 de noviembre de 2012

LA ENFERMERA RURAL: CAPITULO 16


 Queridos blogueros/as: Otra vez metidos en faena y esta vez parece que va en serio y poco a poco van pasando los capítulos de esta novela y ya os aviso que tengo preparada la siguiente, o sea que todos los fines de semana tenéis que seguir con la tarea de leer un poco.
En lo personal ha sido una semana muy movida para mí, nos tuvimos que volver de Cedeira porque se murió Paco Lopez mi cuñado y marido de Ana Mary y hemos estado de velatorios, misas, entierros etc...etc y no he tenido tiempo material para grabar este capitulo y ya casi sin darnos cuenta vamos por el dieciséis. Animo que va quedando menos
Un abrazo 
Tino Belas



CAPITULO 16.-


Sofía se despertó temprano convencida que era un sueño lo que estaba oyendo. El silencio de la selva que, incluso había llegado a estremecerla por la noche, se había convertido en una especie de disco de música en el que se entremezclaban sonidos de todo tipo. Trinos de pájaros desconocidos se mezclaban con el viento a su paso entre los grandes árboles que se iniciaban en las proximidades de la casa, las ramas chocaban entre si provocando una auténtica guerra de sonidos. Parecía como si cientos y cientos de manos estuvieran llamando a la puerta de su vivienda. Era pronto y el sol ya inundaba toda la casa. Pequeñas ráfagas de viento movían los mosquiteros que flanqueaban todas las ventanas. David, desnudo sobre la cama, emitía leves ronquidos y auténtico calor. La noche, para ser la primera vivida en Honduras, había sido intensa. El deseo había ganado la batalla al calor y sus cuerpos se habían unido como tantas veces en España, pero con la novedad del intenso calor. Tanto que parecían flotar en un colchón de agua y menos mal que la cama era muy grande lo que les permitía dormir cada uno en un extremo sin ni siquiera tener la posibilidad de rozarse, si no era de manera voluntaria.

Rápidamente se deshizo el entuerto del desayuno porque nada mas sentarse en la amplia balconada apareció una señora de mediana edad, vestida completamente de blanco, envuelta su cabeza con un pañuelo blanco que hacía resaltar aun mas sus facciones negroides. Tendría unos cuarenta años, ojos negros grandes como las entradas a un túnel inmenso, boca gruesa, manos acostumbradas a  trabajar y un trasero que movía como si dentro de su cuerpo estuviera permanente sonando una cumbia hondureña. El acento no podía ser de otra manera

-  Buenos días, señores - saludó al pasar con la fregona por delante de David y Sofía.
-  Buenos días - contestaron al unísono los novios que se miraron con expresión de incredulidad.
-  ¿La conoces?
-  Si, estaba en la cocina cuando me levanté
-  Ya, ahora entiendo lo del desayuno

David sonrió

-  ¿Que pensabas? ¿que me había vuelto Arguiñano?
-  No porque se que te gusta cocinar, pero para preparar tan bien una bandeja, me parecía excesivo.
-  Es curioso, porque aunque no te lo creas, me había levantado para prepararte el desayuno y darte una sorpresa, pero cuando llegué a la cocina ya tenía todo más que preparado.
-  ¿Sabes como se llama?
-  Alma María
-  ¿Y va a venir todos los días?
-  Pues la verdad es que no le he preguntado pero por la manera de contestarme me da la impresión que va a estar siempre para lo que queramos
-  ¿Y eso?
-  Me dijo que vivía justo en la casa de enfrente y que la había contratado Ronaldo para que nos atendiera en todo lo que hiciera falta.
-  Pero tendrá un horario ¿no?
-  ¡Y yo que se!
-  Es que solo faltaba que viniéramos a echar una mano para ayudar a la reconstrucción del país y a enseñarles modos y calidad de vida y tuviéramos una esclava en casa.
-  Tampoco hay que exagerar, Sofía. Esta gente está muy acostumbrada a trabajar de sol a sol y para ellos no es una esclavitud sino una manera de ayudar a sacar adelante a toda la familia.
-  Ya, pero me tendrán que preguntar a mi, porque todo el día una señora paseándose por la casa, yo no la quiero ni loca.
-  Por eso no te preocupes.

Sofía se apoyó en la barandilla de la terraza y dejó correr su imaginación. Esta señora tendrá marido y posiblemente un montón de hijos y para subsistir necesita trabajar. ¡Que mejor manera que hacerlo enfrente de su casa! Y encima pagada por Médicos sin Fronteras que tenía fama de pagar bastante bien a sus empleados, sobre todo a aquellos que procedían de los países en que se instalaba. Seguro que sería servicial y honrada a carta cabal, de eso no tenía ninguna duda, pero de lo que no estaba seguro es si ella sabría mandarla para hacer las cosas de la casa. Sus dudas se desvanecieron en cuanto tuvo oportunidad de hablar con ella dos minutos.
Alma María se ofreció para tenerles preparada la comida todos los días y hacerle la casa cuando salieran todas las mañanas. Sofía no tendría que preocuparse para nada de las tareas domésticas, para eso ya estaba ella.

-  Bueno, ¿te has quedado tranquila?
-  Vamos a probar
-  Ya verás como todo irá bien, seguro – David la besó en la frente y se quedó con ella acostumbrándose al nuevo paisaje

A los pocos minutos, un jeep con el anagrama de Médicos sin Fronteras, apareció por el camino haciendo sonar insistentemente su bocina. Sofía y David recogieron sus respectivos maletines y salieron. Ronaldo con una sonrisa que invitaba a comenzar el día con optimismo les abrió la puerta del coche

-  Buenos días ¿Qué tal?
-  Muy bien, ¿has venido solo? – preguntó David
-  Si, el señor Julio parece ser que salió temprano para el consultorio
-  Muy bien, pues entonces vamos para allá sin tiempo que perder
-  Por el tiempo no se preocupe porque en cinco minutos estamos allí y sobre todo piensen que aquí se valora poco eso del tiempo libre porque desgraciadamente nos sobra a todos
-  Entonces que pasa ¿que la gente no tiene prisa? – Sofía intervino en la conversación mientras arrancaba el jeep y Alma María les decía adiós desde la puerta de su casa.
-  Efectivamente, la gente no solo no tiene prisa si no que no entiende al que la pueda tener.
-  Bueno, es una manera como cualquier otra de entender la vida – David se dio cuenta que el coche serpenteaba por el mismo camino que habían venido el día anterior. A los pocos minutos llegaron a lo que todo el mundo llamaba el consultorio que no era otra cosa que un barracón abierto en el que se acumulaban cerca de sesenta persona.
-  ¿Toda esta gente viene a la consulta? – preguntó un asombrado David
-  Posiblemente todos no pero la mayoría seguro que si
-  ¿Y llevarán mucho tiempo esperando?
-  Eso es imposible de saber porque muchos vienen a curas, otros a visitar a algún familiar que esté ingresado, otros a buscar medicinas y seguro que la mayoría vienen por conoceros, al fin y al cabo es el primer día y el último Médico se fue hace por lo menos tres meses.

Antes de iniciar la consulta dieron un pequeño rodeo para volver a contemplar las instalaciones. Todo era como muy pequeño y por lo tanto parecía fácil de controlar. Realmente, exceptuando su casa que estaría un poco más alejada, el resto estaban en una especie de semicírculo de no más de cien metros. En el organigrama que se tenían que plantear, todos los días al llegar tendrían que pasar visita, comprobar el estado de los pacientes ingresados e n el pabellón mas grande de todos con techo de Uralita, sin puertas ni ventanas, pero si con los huecos hechos como para ponerlas, algún día tendrían que operar y por la tarde se dedicarían a la consulta y siempre dejando un hueco para una posible urgencia

-  Y que no se nos olviden las visitas a domicilio - recordó David, mientras Sofía anotaba en una libreta todas estas cosas para, en su momento, tratar de organizar el consultorio y por lo tanto sus vidas.

Julio apareció muy sonriente con un niño como de seis u ocho años al que llevaba de la mano:

-  Buenos días: ¿que tal?
-  Muy bien - contestaron a la vez David y Sofía
-  ¿Os gusta mi mayordomo?
-  No está mal, aunque es un poco pequeño ¿no te parece?
-  No soy pequeño - contestó el chaval con absoluto desparpajo - mi padre dice que soy un hombrecito
-  Bueno, hombrecito, no te enfades - David le extendió la mano derecha - choca esos cinco

El niño le dio la mano y anunció:

-  Me llamo Ismael y se hacer de todo, aunque lo que mas me gusta y es lo que mejor hago es limpiar coches, o sea, que cuando quieran me llaman y les dejo el coche muy limpio
-  ¿Y cual es el precio? - preguntó Sofía mirando intrigada a aquel personajillo que parecía bastante mas espabilado de lo que sus ojos parecían demostrar.
-  Yo se lo hago gratis. Lo único es que me dejen un sitio donde dormir y algo de comer todos los días
-  ¿Y no cobras nada?
-  No, no hace falta
-  Pero ¿que van a decir tus padres?

El niño pareció recordar algún episodio desagradable porque su cara cambió bruscamente

-  Mi padre se fue con la guerrilla hace mucho tiempo y mi madre no tiene trabajo y en casa somos siete hermanos y no tenemos dinero
- Pues por eso necesitas cobrar una cantidad al mes y así ayudas a tu familia - Sofía le agitó los rizos que llenaban su cabeza.
-  Me parece bien, pero mi madre siempre nos dice que no se debe pedir dinero a los señores porque entonces no te dejan vivir en su casa.
-  ¿Y no puedes vivir en tu casa y venir a trabajar todos los días?
-  No - el niño contestó con rapidez
-  ¿Por qué?
-  Pues porque vivo muy lejos
-  ¿Si?
-  Si, ayer salí de casa, me escondí en un camión de reparto y llegué cerca de aquí. Después me metí en la caja del jeep del Tío Julio y aquí estoy
-  ¿Del Tío Julio?
-  Si - respondió el niño moviendo la mano de su protector - de éste
-  Bueno - Julio trataba de justificar su postura - cuando me bajé a echar gasolina me lo encontré debajo de la lona y con esa carilla no lo podía dejar tirado en medio de la selva. Me contó la misma historia que os acaba de contar y quedamos que, de momento, vivirá conmigo con la condición que un día me lleve a su casa y hable yo personalmente con su madre.

David como responsable del dispensario se vio en la obligación de recordarle que podía ser constitutivo de delito el hecho de quedarse con un niño en su casa.

-  No te preocupes porque mañana mismo me acerco a su casa y lo dejo todo arreglado.
-  Eso es lo que tienes que hacer si no quieres meterte en líos.

Los tres integrantes de Médicos sin Fronteras, acompañados de Ronaldo que cargaba con tres maletas grandes y de Ismael que ya se había agarrado por un lado de la mano de su Tío Julio y de la otra de Sofía, atravesaron el barracón donde estaba situada la consulta. La gente les abría paso mirándoles con curiosidad. Al fondo la consulta. Era un espacio grande, suelo de tierra, una mesa de madera hecha de manera artesanal, unas estanterías absolutamente desorganizadas y un armario blanco con puertas de cristal en el que se mezclaban hilos de sutura con jeringuillas a medio usar, botes de plástico, algunas gasas, vendas descoloridas y medicinas por todas partes. En la pared de enfrente, al lado de la puerta, un cuadro que representaba una puesta de sol en algún lugar del lejano oriente y una estantería con seis libros antiguos de Principios Básicos de Anestesia, Traumatología de urgencia, Nociones de Medicina Tropical, el Parto, Cirugía Básica y un manual para el tratamiento de la diabetes. Escasa biblioteca para tantos pacientes como se acumulaban en la puerta.