CAPITULO
40.-
Nunca
en mi vida pensé que pudiera tener tanta capacidad de trabajo o lo mejor es que
nunca me lo había planteado, pero trabajaba de sol a sol e incluso por la noche
cuando aparecía alguna urgencia. Estaba todo el día de un lado para otro sin ni
siquiera un minuto para pensar en mí. Lo normal es que después de desayunar
tuviera ya alguien dando vueltas cerca de la consulta y aprovechaba para pasar
visita una hora u hora y media, a continuación aparecía Jane y pasábamos visita
a los pacientes ingresados, una visita que al principio era muy breve pero
después se hacía más larga porque todas las camas del hospital estaban
ocupadas. Tuvimos que hacer una nueva zona con más camas e incluso algunos
dormían en el suelo para aquellos pacientes que no estaban para estar
ingresados pero tampoco para irse a sus respectivas aldeas y mucho menos cuando
la mayoría no tenían ningún medio de transporte y los tenían que llevar a lomos
de algún camello. Tampoco tenían mucho interés en que les diéramos el alta
porque aquí tenían asegurada la comida diaria y si tenían alguna complicación
les atendíamos casi en el momento. A continuación de la visita, volvía a la
consulta y allí estaba hasta la una, más o menos, entonces me iba a mi casa a
comer, algunas veces comía entre paciente y
paciente porque me daba como vergüenza dejarlos en la puerta. Volvía a
las dos, seguía pasando consulta y a las cuatro nos íbamos a quirófano y allí a
operar hasta finalizar que, como mínimo, era nunca antes de las nueve de la
noche. A continuación tomaba algo rápido y a dormir porque al día siguiente el
horario volvía a ser igual. No había Domingos, excepto para ir a Misa cuando
Javier estaba por aquí y nada más. Esos días, si podíamos, que eran pocas
veces, tratábamos de dejar la tarde libre y la utilizábamos para organizar una
pequeña tertulia con el cura en casa de Jane y ahí nunca mejor dicho que se
hablaba de lo divino y de lo humano, aunque el cura siempre salía por los
cerros de Ubeda porque en mi vida he conocido a nadie que le costara hablar de
religión como a Javier, era curioso, pero era así. Decía que hablar en esta
aldea de los misterios divinos era una salvajada observando lo que había, no
tenía sentido y lo único que se podía hacer era darles comida, recibirlos con
una sonrisa, ayudarles en su trabajo a los pocos que lo tenían y tratar de
llevarles un poco de esperanza
-
¿Tú crees que esta gente espera algo? – le
pregunté un día que me pareció que estaba como más predispuesto para hablar de
estos temas
-
Todo el mundo
esperamos algo ¿no te parece?
-
No lo se – y no
mentía porque no veía por ninguna parte que les podía pasar para mejorar su
vida
-
Lo único que
tengo claro es que lo que no creen es en los milagros y no me extraña, pero
para ellos el hecho de que estemos aquí ya es una alegría y una cierta
seguridad para tener comida y sobre todo si se ponen enfermos, alguien que los
pueda curar.
-
Tampoco es para
tanto
-
¡Como que no! –
Javier volvió a recordar expresiones de su pueblo que según decía le contaba
siempre su Abuelo que debía ser un filósofo como el del desierto que decía
pocas frase pero las que soltaba estaban llenas de contenido – hay un dicho que
parece que está inventado aquí y es que “para el que nada tiene un poco es
mucho” y es una verdad como un templo. Tú montas este hospital en España y te
corren a gorrazos porque estás acostumbrado a residencias como La Paz o el 12
de Octubre, pero aquí y para ellos esto es mejor que la mejor clínica del mundo
y me parece que eso es lo que de verdad esperan. Nada más, porque en el fondo
no necesitan nada más.
-
¿Te das cuenta lo
que estás diciendo? – ahora fue Jane la que le cortó su razonamiento- Parece
mentira que eso lo digas tú que estas en contacto directo con ellos ¿qué no
necesitan nada? Pero si no tienen nada, ¡como que no necesitan lo que sea!,
todo les viene bien.
-
Fijate – el Padre
Javier era un hombre práctico, posiblemente sus años en Africa lo habían
transformado hasta llegar a pensar de esa manera pero lo decía con tanta
convicción que a mí por lo menos me hacía dudar en muchas ocasiones - ¿Cuántas
veces les has visto llorar?
-
A lo mejor no les
quedan lágrimas – lo dije y estaba convencido de ello después de esos pocos
meses que llevaba trabajando en la Misión
-
Puede ser una
razón, pero yo creo que no. Ellos a su manera son felices, saben que su vida es
corta, por supuesto no tienen las expectativas de vida de un europeo o un
americano, pero, para empezar, ellos no lo saben y viven el tiempo que sea lo
mejor posible. Muchas de las comodidades a las que nosotros estamos
acostumbrados, ellos nunca las han tenido y por eso no las echan de menos –
Javier se quedó un rato pensativo sin decir ni una sola palabra – tienen los
hijos que quieren y no se preocupan de su educación porque no tienen ninguna
posibilidad de asistir a ninguna escuela simplemente porque no hay, solo algunos afortunados como los que viven
por aquí cerca pero al resto lo que les ocupa es que los hijos se hagan un poco
mayores para que les ayuden en las labores del campo o el pastoreo y si son
niñas las emparejan rápidamente para, aunque parezca una barbaridad, quitarse
una comida y les buscan un marido que normalmente les da algún regalo y a
seguir viviendo. Si llueve mejor aunque en sus chozas es muy probable que se
empapen, pero si no llueve tampoco pasa nada porque siempre han vivido en un
desierto y tienen que ir a buscar el agua al quinto pino, pero esa es su vida y
tu me preguntabas si tienen alguna esperanza y yo me pregunto esperanza ¿de
qué?
Muchas veces cuando los visito en sus aldeas me doy
cuenta que tienen muy pocas necesidades, o si las tienen no las demuestran,
viven mal, para mí sin ninguna duda, pero ellos no lo demuestran. Por eso te
decía que hablarles de un Dios desconocido para ellos no es tan fácil, tienes
que hacerlo con mucho cuidado y pensando bien todas las palabras y poco a poco
algo les puedes sugerir, pero poco, muy lentamente. Para mí esto es una labor
de muchos años, empezando por los niños en catequesis y luego según van
creciendo irles metiendo algo más en la fe, pero los mayores me parece a mí que
tienen poco arreglo.
-
Tengo la impresión que valoras muy poco tu
trabajo aquí – yo pensaba como él pero mi trabajo era distinto, yo no tenía que
convencer a nadie para que aprendiera otra religión
-
¡Que va! – Javier
no olvidaba su eterna sonrisa – yo tengo una ventaja y es que puedo decir lo
que pienso, otra cosa es cuando hablo con mis superiores. Para mí que algunos
se creen que con montar una Iglesia y decir cuatro Misas asunto arreglado y lo
que quiero decir es que el tema es mucho mas profundo y hay que ayudarles
dándoles dinero, claro que si, pero en este caso el dinero no arregla nada
porque la mayoría de las veces ni les llega. Tienen, en general, gobiernos muy
corruptos que se quedan con todo, no tienen ningún interés en educar a su gente
y así es muy difícil cambiar, por eso a los misioneros no nos pueden ni ver.
-
Ese es el motivo
por el que yo digo que vuestra labor aquí es muy importante
-
Ya, pero hay días
que te desesperas porque, quitando en cuestiones de trabajo puro y duro, no hay
por donde entrarles y te vuelvo a repetir que en la Misión es mucho más fácil,
pero por ahí adelante, a veces, llegas a preguntarte si merece la pena todo lo
que se hace y ahí es donde tienes que basarte en la ayuda del Señor mediante la
fe porque de lo contrario estás apañado
-
O sea que después
de media hora de charla, reconoces, por fin, que tienes fe – le di una palmada
en el muslo – si ya lo decía yo.
-
Pues claro que
tengo fe, hombre de Dios ¿cómo no la voy a tener? Y si algún día la pierdo
búscame donde quieras menos aquí.
Ethel
entró corriendo en la estancia, venía sudando y pedía ayuda con todas sus
fuerzas. No se sabía muy bien lo que trataba de decirnos, pero me pareció
entender que una embarazada se había puesto de parto y que ella para no molestar
la había estado ayudando para que pariera pero ya llevaba varias horas y no
parecía que aquello avanzara. Jane y yo nos levantamos a toda prisa y fuimos
corriendo hasta el quirófano y al llegar nos encontramos con una chica joven
que sudaba copiosamente mientras le daba la mano a su marido. Tenía una
expresión de horror en su cara después de varias horas de sufrimiento. Intenté
explorarla, pero resultaba imposible porque se movía sin parar. Llamamos a Pepe
que se había convertido en el Anestesista porque era el único de toda la Misión
que entendía el viejo aparato de anestesia, eso decía él, aunque personalmente
creo que le daba más o menos presión al éter según veía como reaccionaba el
paciente. Le aplicó una mascarilla y a los pocos segundos, mientras Jane y yo
nos lavábamos para practicar una cesárea de urgencia, la paciente estaba
completamente dormida. Hicimos la incisión rápida, sacamos al niño, se trataba
de un varón que enseguida comenzó a llorar con fuerza y ya con más
tranquilidad, terminamos de cerrar todo y al poco Pepe le quitó la mascarilla de
la boca para que comenzase a respirar espontáneamente.
En
los meses que llevaba en la Misión debía ser como la novena o décima cesárea
que realizaba, posiblemente se fuera ginecólogo, algunas no hubieran sido
necesarias, pero yo prefería sacar al niño cuanto antes que ver el sufrimiento
de la madre y lógicamente también del niño. Todavía recuerdo con horror la
primera que tuve que hacer. Posiblemente por los nervios casi de un solo corte
ya estaba en el útero sacando el bebé, pero a continuación la madre empezó a
sangrar como pocas veces había visto en mi vida y las pasamos canutas para
arreglar todo aquel “estropicio”
En
un momento dado llegué a pensar en aquella situación que pasé con mi antiguo
Jefe, cuando me avisaron a la guardia que entonces hacía en la Clínica de
Londres, para que le echara una mano porque una paciente que estaba operando de
mamas no paraba de sangrar y necesitaba a quien fuera para que lo sacara de
aquel apuro y en esta ocasión yo no
podía llamar a nadie y encima veía la mirada de Jane que me instaba a hacer lo
que fuera para salvar la vida de aquella muchacha.
En
esos momentos recé todo lo que sabía, tampoco era mucho, y con la ayuda de
Dios, de Jane y de Pepe que daba ánimos desde la cabecera de la camilla de
quirófano, conseguí tranquilizarme y lentamente empezar a hacer hemostasia
hasta que la sangría que se había organizado empezó a remitir y, por fin, dejó de
sangrar. Por si todo ello no fuera suficiente, cuando Pepe le quitó la
mascarilla, la paciente no se despertaba y hubo que darle unos cuantos golpes
en el tórax para que el latido que se había ido posiblemente no muy lejos,
volviera y la enferma comenzara a recobrar el conocimiento lo que ocurrió a los
pocos segundos y la paciente volvió en si preguntando que tal había ido todo y
como estaba su niño. La felicidad llegó para todos cuando se lo pusimos sobre
su pecho y esbozó una sonrisa que expresaba tal agradecimiento que todo lo
anterior se nos olvidó como si hubiera sido un mal recuerdo, pero de verdad que
ese día lo pasamos francamente mal y eso que afortunadamente todo se resolvió
sin mayores complicaciones.
La
vida en la Misión continuaba como siempre, los pacientes que habíamos operado
hasta el momento se habían recuperado con normalidad, casi no teníamos
complicaciones con la cirugía a pesar de las condiciones en que operábamos,
hubo necesidad de mandar a cuatro al hospital más próximo situado a cerca de
trescientos kilómetros, pero la mayoría los resolvíamos nosotros.
Las
camas de hospitalización estaban permanentemente ocupadas, sobre todo, por los
postoperados y alguno que se nos cronificó y no veíamos el momento de enviarlo
a su aldea, entre otras cosas porque éramos conscientes de las condiciones de
vida en su lugar de procedencia y porque el tal Wilson, así dijo que se llamaba
uno de los que no se querían ir, en
cuanto se olía la menor posibilidad de alta se ponía a vomitar como si en ello
le fuera la vida y así no había manera de enviarlo a su domicilio, ni siquiera
con la ayuda de Pepe que se ofrecía a diario para llevarlo. Curiosamente un día
cualquiera de un mes cualquiera se debió de levantar por la noche y sin
encomendarse a Dios ni al diablo, desapareció y hasta hoy. No sabemos si se
curó o sufrió algún accidente por el camino, pero no le hemos vuelto a ver.
Tengo
que reconocer que mi relación con Jane era una auténtica maravilla. Todavía me
parecía prematuro decir que aquello era amor, no estaba seguro, pero si que
ambos, porque se veía a la legua, que la convivencia era excelente. Cuando
podíamos tratábamos de comer juntos y alguna noche, si era en sábado mejor
porque al día siguiente ninguno de los dos teníamos consulta, nos sentábamos en
su porche a disfrutar de mutua compañía lo que me suponía previamente acostar a
Sinoa e inventarme un cuento que cada día era de un animal diferente. Hablábamos
de todo y con frecuencia nos daban las doce o la una de la madrugada. Sin
darnos apenas cuenta siempre salía el tema de los pacientes operados los días
anteriores y comentábamos cosas que nos habían pasado y como las podríamos
solucionar para que no nos volviera a pasar. Sinceramente no habíamos cometido
demasiadas barbaridades a pesar que nos metíamos en muchas cirugías complejas,
pero el recordarlas no venía mal, era una especie de sesión clínica pero
solamente entre dos y encima colaboradores en todo con lo que la verdad era la
que prevalecía. El famoso día del parto de aquella chica a la que le hicimos
una cesárea nos hizo recordar el parto de Jane y menos mal que todo fue bien
porque si no, no se que hubiera tenido que hacer, por una parte su padre que no
quería que se enterara nadie y por otra parte estaba el niño y la propia Jane.
No se lo que hubiera hecho, pero casi seguro, lo digo después de mucho tiempo,
posiblemente hubiera llamado al ginecólogo que para eso estaba pero, bueno todo
salió perfecto y nos valía para reírnos.
En
el transcurso de aquella conversación salió el tema de la Jefa de Enfermeras
con la que luego estuve saliendo una temporada
-
O sea que gracias a mí tuviste un romance,
menudo Don Juan estás hecho – me dijo Jane con su habitual manera de decir las
cosas, nunca tenía una palabra incómoda.
-
La verdad es que
si y posiblemente sería la última mujer con la que hubiera pensado salir
-
Yo no me acuerdo
muy bien, pero tampoco era tan fea ¿no?
-
No, no estaba
mal, pero no era por eso – disfrutaba de aquellos recuerdos que se fueron y
nunca más volverán - simplemente que era la Jefa de Enfermeras y yo no había
hablado con ella en mi vida y eso que coincidíamos cada dos por tres, pero, no
se, la veía como muy distante, a lo mejor no es esa la palabra que mejor la
define, pero bueno luego no era así ni mucho menos. Al revés era como muy
simpática y muy alegre, pero eso si, al encontrármela por la Clínica volvía a
ponerse como muy altiva ¡yo que se!
-
Y luego ¿no
tuviste otras aventuras?
-
Creo que ya te voy
conociendo y lo que tú entiendes por aventuras, seguro que no, salía por ahí
como todo el mundo y de vez en cuando alguna se venía conmigo a casa o iba yo a
la suya pero al día siguiente si te he visto no me acuerdo.
-
Y así ¿hasta
cuando?
-
Hasta que estuve
medio año sabático en España, o sea que échale la culpa a tu padre que fue el
que me lo facilitó y ahí conocí a Cristina, la anatomopatóloga de La Coruña.
-
Esa si que
pensabas que era la mujer de tu vida ¿me equivoco? – Jane me miró a través del
cristal de la copa de vino.
-
Bueno según se
mire – no me apetecía hablar mucho de mi ex pero estaba claro que si quería ser
sincero no tenía más remedio que hacerlo – la mujer de mi vida siempre fue mi
ex, de eso no tengo ninguna duda, pero por luego, por circunstancias de la
vida, me quedé solo y si, si se podría decir que Cristina sería la que me
acompañaría siempre, pero se fue y me volví a quedar solo-
-
¿Por qué te
separaste de la primera? – Jane nunca había planteado esa cuestión y me resultó
extraño. De todas maneras debía de esperar una larga explicación por mi parte
porque se acomodó en el sillón poniendo sus rodillas sobre su mentón en una
posición que adoptaba con frecuencia - ¿si no quieres hablamos de otra cosa?
-
A mí me da igual
– necesariamente me puse serio para dar una explicación que me había dejado
muchas noches sin dormir – En mi caso no hubo un día y si lo hubo no lo
recuerdo en el que yo dijera se acabó. Yo me fui de Madrid a trabajar a Londres
porque en España las cosas estaban muy mal , se me había acabado el tiempo de
paro y mi familia tenía que comer. A través de internet encontré la necesidad
de la Clínica que buscaba un Médico de Guardia, me apunté y después de un par
de conversaciones, tu padre me dio la plaza. Desde que llegué, vivía en un piso
con cinco o seis españoles y todas las noches, a las nueve en punto, llamaba a
mi ex. La idea era estar un par de meses solo y luego que viniera toda la
familia para juntarnos otra vez, pero entonces surgió la posibilidad de vivir
en la Clínica y ahí estaba ya un poco más entretenido y las llamadas se fueron
distanciando sin apenas darnos cuenta. Alguna vez mi ex planteó el venirse pero
entonces era excesivamente pronto y yo pretendía ahorrar un poco más de dinero
y por otro lado yo pensaba que no merecía la pena porque hacía un montón de
guardias al mes. Así pasaron un par o tres de meses y luego reconozco que me
había acostumbrado a vivir solo y ……
-
¿No las echabas de menos? porque tú entonces
ya tenías dos hijas ¿no? – se notaba que Jane estaba interesada en conocer como
había pasado toda aquella época – sinceramente si, pero la relación se fue
enfriando hasta que se quedó helada y prácticamente los dos estábamos de
acuerdo en dejar pasar un año y luego replanteárnoslo otra vez, pero ya ni
llegó a producirse.
-
¿y tus hijas?
¿venían a verte?
-
Menos de lo que a
mí me hubiera gustado, pero estaban en el colegio y tampoco podían mucho más
tiempo.
-
Con tu ex ya
supongo, por lo que me dices, que no tienes mayor relación, pero con tus hijas
¿qué tal te llevas?
-
Con la mayor que
está casada y vive en Ibiza muy bien, con la pequeña no tengo casi relación,
ahora está en Estados Unidos y poco más se de su vida. La señora ¿quiere saber
algo más? – pregunté mientras tomaba un racimo de uvas
-
No – y parecía
que lo decía absolutamente en serio – nunca te lo había preguntado y era pura
curiosidad
-
Me parece bien y
ahora te toca a ti – Jane se removió incómoda en el sillón mientras me quitaba
un par de uvas - ¿qué sabes del padre de Sinoa?
-
Absolutamente
nada y no me gusta nada hablar de ese tipo porque se portó francamente mal
conmigo. El mismo día que se enteró de mi embarazo se largó y no he vuelto a
tener ni una sola noticia suya, también es verdad que yo tampoco he preguntado
porque su postura fue tan negativa que tampoco se merece mucho más.
-
Ya
La
noche se hizo dueña de la situación, tomamos una tortilla y un poco de queso y
como siempre, no se porqué, terminábamos
con un ron de dudosa procedencia pero que estaba buenísimo y te ayudaba a caer
en la cama rendido.
Al
día siguiente apareció por la consulta, un hombre de mediana edad que tenía una
especie de picadura en la parte anterior del antebrazo derecho. No tenía muy
buena pinta, con toda la zona de alrededor enrojecida, algo inflamada y con un
dolor moderado. En el centro tenía una pequeña zona, como la punta de un
alfiler, que parecía que se estaba empezando a necrosar. Llamé a Jane porque me
recordaba a otro paciente que hacía unas semanas había tenido exactamente lo
mismo y que después de unos días de tratamiento en el hospital, desapareció
como por encanto. Los dos estuvimos de acuerdo que presentaba una picadura,
sabe Dios de qué y que se estaba empezando a infectar. Lo ingresamos, le
pusimos un antibiótico y pasados unos días, hasta ahí todo igual que el
paciente anterior, la inflamación iba en aumento y con un poco de anestesia
local le quitamos la zona que parecía ser la que estaba peor. No le dimos
ningún punto y a la semana apareció otra vez en el consultorio y ya con una
herida importante en el centro de la zona inflamada. Pensamos que se había
curado en su aldea con alguna planta de esas raras que utilizan por aquí y lo
volvimos a ingresar y le hicimos una limpieza amplia dejándole, otra vez, con
la herida abierta y pasados unos días como la situación iba empeorando
claramente, optamos por realizar una limpieza mucho más amplia de toda la
zona y le colocamos un injerto de piel
que tomamos del brazo derecho dando por finalizado el caso porque el injertó
cubrió la zona sin problemas y estaba todo cicatrizado. Sin embargo, a la
semana apareció con el mismo cuadro, prácticamente igual que al principio, solo
que esta vez la punta pequeña necrosada no estaba sobre una piel teóricamente
sana, si no sobre los restos de un injerto que se había necrosado en su
totalidad.
Llegó
un punto que no sabíamos que hacer y como el paciente quería irse unos días a
su aldea, le dimos de alta y a los pocos días, no creo que hubiera pasado ni
una semana y como si hubiera ocurrido un milagro apareció con la herida
totalmente curada. Ante nuestra sorpresa nos indicó que se había curado con
unas hojas empapadas en leche de cabra y ahí teníamos el resultado. No dijo nada,
al revés, mostró su agradecimiento por como nos habíamos preocupado por él y se
volvió a ir y hasta hoy, lo que quiere decir, supongo, que estará
definitivamente curado. No se si aquello fue en milagro, o lo que fuera, pero
fue una lección para nosotros en el sentido de darnos cuenta que en su cultura
también había curas y algunas otras cosas que nos deberían servir de lección
para los que nos dedicábamos a la Medicina tradicional. Desde entonces y en
muchas ocasiones, hemos utilizado ese tipo de apósito con buenos resultados.
Todavía
recuerdo con horror los días de una especie de tormenta que anegó toda la
Misión. Fueron, sobre todo las primeras horas, angustiosas para nosotros pero
nos sirvieron para valorar lo bien hechas que estaban las chozas que constituían
el quirófano y el área de hospitalización, no tanto las nuestras y las de las
escuelas que se inundaron prácticamente en su totalidad. El viento comenzó a
soplar con fuerza y parecía que los techos iban a salir por los aires, sin
embargo aguantaron muy bien, con algunas pocas ramas que se desprendieron.
Mientras que yo permanecía preocupado, los habitantes de esa zona no parecían
especialmente molestos, la mayoría se habían desplazado hasta las montañas
cercanas con los pocos enseres de que disponían y allí debajo de las tupidas
ramas pasaron varios días hasta que aquella especie de tormenta de agua y
viento cesó y se volvieron a su lugar habitual.
Pepe
fue el más sorprendido por mi miedo, no entendía absolutamente nada, era una
época del año que conocían perfectamente y nunca les pillaba desprevenidos. Les
suponía salir corriendo hasta la montaña, pero tampoco tenía mayor importancia.
Los niños se tapaban con gruesas capas hechas con la piel de las ovejas y
salían muy poco a campo abierto mientras que las madres cocinaban sus escasas
provisiones. Las cabras se introducían en una especie de recinto que durante
los meses anteriores habían construido debajo de los grandes árboles y les
seguían proporcionando leche que era su alimento básico.
Al
principio Jane estaba siempre mirando al cielo que era una especie de noche en
un desierto, de vez en cuando movía las ramas de los techos para que no
acumularan mucha agua y tanto el teórico patio de las escuelas como los caminos
entre las chozas se convertían en verdaderos ríos de agua que arrastraban
piedras, ramas y todo tipo de materiales del bosque. En algunas aldeas hacían
una especie de presas con piedras para desviar algo el agua y almacenarla en
unos agujeros hechos a los lados para aprovecharla más adelante pero, en esa
ocasión, fue tal la fuerza del torrente que inundó todo. A mí me parecía que
aquello era una auténtica tragedia, pero viendo las caras de la gente que
acudía habitualmente al hospital no parecía que les importara mucho, al revés,
pensaban que venía muy bien para sus escasos cultivos y como tal se lo tomaban.
Las
consultas que permanecieron prácticamente vacías en esos días de lluvias tan
intensas, se volvieron a llenar en cuanto el sol hizo su aparición y los
catarros, bronquitis, neumonías y demás enfermedades respiratorias se paseaban
por la Misión como si fuera su hábitat natural. En esas épocas los antibióticos
volaban y había que recurrir a remedios caseros para los que llegaban en los
últimos lugares. Muchos se acurrucaban en fuegos que ardían permanentemente en
los alrededores de la Misión y jugaban, comían y dormían pegados para
calentarse. En cuanto el suelo de la escuela se secó, admitimos a un montón de
niños para que, por lo menos, durmieran bajo techo, mientras que la familia
permanecía en sus improvisados campamentos en espera de ser vistos y
diagnosticados.
Pasados
unos días y como señal de agradecimiento por el agua recibida se organizaban
fiestas en las que participaban todos, mayores, niños y medianos. Se pintaban
como si fueran a un guerra, utilizaban escudos y lanzas como si fueran de
cacería y las mujeres se hacían coletas con aros de diferentes colores y
volvían a salir sus atuendos de lo más festivos. Desde la salida del sol hasta
prácticamente media noche, la Misión se convirtió en una inmensa discoteca, los
tambores resonaban permanentemente y todos se movían con un ritmo que
impresionaba, hasta los niños seguían el ritmo de los tambores moviendo sus
cuerpos sin parar. Mientras unos bailaban, otras hacían la comida poniendo en
el fuego algún cordero y las Abuelas hacían el pan con las manos retorciendo y dando vueltas a una masa
extraña y a continuación la introducían al lado de los animales que estaban
siendo cocinados. Llegado el mediodía se sentaban todos, repartidos por
familias y degustaban los productos que se pasaban de mano en mano en unas
enormes ollas de barro. Todos se introducían la comida en la boca con los dedos
y luego se limpiaban en unas especie de toallas que igualmente iban pasando de
unos a otros. A Jane, Sinoa y a mí nos invitó una familia que tenía un niño, de
unos nueve años, al que habíamos operado de apendicitis hacía unos meses. Nos
sentaron alrededor de un fuego y nos ofrecieron de todo ante la mirada
divertida de Jane que comprobaba como yo miraba con cierto reparo las viandas
que nos iban pasando para ser degustadas sabiendo, como sabía, que era la
primera vez que yo participaba en una fiesta como esa. Incluso en alguna
ocasión me guiñó un ojo indicándome que siguiera comiendo, de lo contrario se
sentían mal y aunque se reían continuamente se notaba que no les hacía ninguna
gracia que pusiera reparo a su comida preparada con tanto esmero.
Al
finalizar me fui disimuladamente hasta mi choza, tomé un café y volví completamente nuevo. Los bailes
comenzaban en ese mismo instante y tuve que pasar por el trance de ser rodeado
por un grupo de mujeres jóvenes que me hacían mover al ritmo de sus caderas y
de sus risas sin tener en cuenta mi más que probada timidez. Incluso me
hicieron probar y eso que solo tomé un trago de un líquido que decían que era
un licor y que me produjo un dolor de estómago que me duró por lo menos dos o
tres días.
El
acto de agradecimiento a la lluvia finalizó con todos los que estábamos
presentes mirando hacia el sol, cantando y bailando una especie de himno
conocido por todos, menos por mí, que debía decir cosas como muy profundas
porque por las mejillas de casi todos corrían enormes lágrimas que contrastaba
con la felicidad que sentían, hasta Jane tuvo su punto de emoción mientras me
agarraba del brazo y apoyaba su cabeza en mi hombro.
Sinoa
jugaba con sus amigas y aparecía de vez en cuando para dar cuenta de su
paradero, pero parecía una más, se sabía todas las canciones, bailaba con
gracia y se notaba que estaba en su ambiente. Cuando llegó la hora de dormir,
no había manera de llevársela y al final lo conseguimos con la promesa, como
casi siempre, que le contaría un cuento que naturalmente se lo tuve que contar
y en su versión larga hasta que logré que se durmiera.
-
Bueno, ¿qué tal? ¿que te ha parecido la
fiesta? - Jane estaba sentada, todavía
acalorada de tanto baile, en el porche con un vaso de agua en la mano
-
Muy bien –
contesté y era verdad. A mí no me gustaban ese tipo de manifestaciones y mucho
menos cuando en algunos momentos el protagonista era yo, pero reconozco que
estaba bien. Se notaba la alegría de los presentes y el agradecimiento hacía
Jane y yo y eso siempre te llena de satisfacción. Incluso el que debía de ser
el Abuelo de la familia que nos invitó a su comida, dijo unas palabras en las
que se notaba que quería, de alguna manera, compensar todos nuestros esfuerzos
por salvar a su nieto, es más, recordó a un hijo suyo que falleció de lo mismo,
pero algún año antes de organizarse la Misión y Jane le correspondió con otras
palabras con lo que yo, esa vez, me pude mantener al margen.
-
Que pena no
haberte podido grabar cuando te pasaban la comida – Jane volvía a reírse como
casi siempre – ponías unas caras que no te puedes ni imaginar
-
Y eso que lo intentaba
disimular – yo también me reí – pero es superior a mis fuerzas eso de comer con
las manos ¡que quieres que le haga! y encima a la siguiente vuelta de la olla
las mismas manos se volvían a introducir en esa especie de cocido o lo que
fuera eso. Si, lo reconozco que me dio bastante asco, pero bueno disimulé
bastante bien ¿no?
-
Si, no lo hiciste
del todo mal.
Jane
se levantó y se quedó mirando el cielo estrellado. Yo hice lo mismo y ella
apoyó su cabeza en mi hombro en un gesto que repetía cada vez que nos
quedábamos solos en el porche. La débil luz de una vela era nuestra única
compañía. Como atraídos por un potente imán primero se juntaron nuestros ojos,
a continuación nuestros labios, luego nuestros deseos y finalmente nuestros
cuerpos en una noche que se fundieron como si fueran uno solo, escena que se
repitió transcurridos unos minutos con el mismo deseo que la primera vez.
Fueron unas horas maravillosas en la que los recuerdos se fundieron con nuestra
unión y nos daba la impresión que no se pasarían nunca mientras permanecíamos
abrazados en busca de un futuro que los dos confiábamos en que sería
maravilloso.
Un
leve ruido hizo deshacer nuestro abrazo y allí estaba con su pijama de color
rosa, su muñeco de peluche compañero de muchos sueños y una trenza medio
deshecha, Sinoa que preguntó con la candidez de una niña de seis o siete años
-
¿Tú también tienes miedo Tío Andrés?
-
Yo no, porque
estoy muy bien acompañado – contesté en un susurro para no despertar a Jane que
estaba profundamente dormida
-
Yo también quiero
estar como tú – Sinoa ya se estaba metiendo en nuestra cama si esperar ninguna
respuesta
-
Me parece muy
bien – me separé un poco de su madre para que tuviera un poco de espacio y la niña se tumbó abriendo las piernas con
lo que ocupaba el doble.
-
Sinoa – se lo
dije muy bajito – échate un poco para allá y procura no despertar a tu madre.
-
Bueno – y sin
dejar pasar mas tiempo se quedó dormida y su último gesto fue darme la mano y
decirme:
-
¿Sabes una cosa?
Que ya no tengo miedo Tío Andrés.
-
Me alegro mucho.
Hasta mañana.