Queridos blogueros/as: Como ya os veo mordiéndoos las uñas y nerviosos por saber el final de ésta novela y en vista que el fin de semana hemos estado de boda en una dehesa de Salamanca y no he escrito ni una sola letra, he decidido de manera innegociable (parezco el Ministro de Educación) que os mando los dos últimos capítulos juntos y se acabó el carbón hasta después del verano que reanudaremos estos escritos, posiblemente con una edición revisada y renovada de "El trio de dos" se verá
FELIZ VERANO Y HASTA PRONTO
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
23.-
Curiosamente
me pareció como si Ana hubiera estado en mis primeras escaramuzas como
senderista, repetía, uno a uno, todos los argumentos por los cuales yo pensaba
que era injusto que me fuera los fines de semana y como estuve a punto de
dejarlo, pero superé aquellos malos momentos y prevaleció, como siempre, mi
egoísmo y encima pretendía echarle la culpa a ella. Sabía que no tenía ningún
argumento que justificara mi postura. La había dejado sola y naturalmente
cuando vio que su vida iba a ser así siempre se apuntó a clase de ordenadores y
ahí empezó mi malhumor. Me parecía mal que se hubiera enganchado al ordenador
como si fuera un amor de juventud, pero ¿acaso no era yo el culpable?
Por
una parte reconozco que al principio me alegré, lo mejor que me podía pasar
porque así no tendría que soportar sus quejas, pero por otra, repito que
siempre he sido un egoísta, me molestaba
que el dichoso aparato le llenara todas las horas, no solo de los fines de
semana si no de cualquier día. Ahora va a resultas que después de tantos años
me voy a volver celoso. Bueno, por lo menos lo tengo que parecer porque si no
va a tener razón y aunque se que la tiene, no se la pienso dar por lo menos por
ahora, pero tiene gracia porque en dos minutos me ha puesto a caer de un burro
y yo serio como si nada hubiera pasado. En fin, habrá que seguir así, aunque
cada día me resulta mas difícil. Todo esto lo recordaba mientras las gotas de
lluvia rebotaban sobre el cristal del cuarto de estar como queriendo mojar mi
conciencia y volviera a ser el que era, pero yo sabía que eso era imposible.
Las nuevas amistades me habían abierto otros horizontes y aunque tenía que
disimular permanentemente, la vida se había vuelto diferente. Miré a Ana y allí
estaba como siempre, sentada en su sillón preferido con los ojos cerrados,
tranquilidad en su semblante y con la satisfacción de haber soltado todo lo que
llevaba aguantando desde unos meses antes
¡Esto
es el no va mas! se pasa el día andando y encima tengo que soportar sus malos
humores los cinco minutos que está en casa. Menos mal que hoy he sido capaz de
decirle las cuatro cosas que llevo pensando desde hace mucho tiempo, pero estoy
segura que no va a cambiar. Hará como siempre, un par de semanas de irse un
poco mas tarde y dentro de nada estaremos igual – Ana encendió otra vez el
ordenador y se quedó mirando lo último que había recibido como contestación a
su escrito de hacía unos días. No sabía quien era el que le contestaba ni falta
que hacía porque no tenía ningún interés en conocerle, pero se encontraba a
gusto con él o con ella, porque nunca se había planteado temas personales entre
ellos. Tenía gracia que a sus más de setenta años tuviera necesidad de leer en
letra de alguien lo que siempre había soñado con oír. No era, ni mucho menos,
una declaración permanente de amor, pero si era una forma de enfocar los
problemas de la vida de una manera optimista. Sus contestaciones eran como una
fuerza que la ayudaba todos los días. La cosa empezó cuando él o ella había
leído en su bloc una de las novelas a las que me había vuelto tan aficionada a
escribir. Era una novela en la que contaba un poco mis experiencias de vivir en
el campo y el lector o la lectora me
había contestado con una admiración que hizo que me pusiera hasta un
poco colorada. Yo sabía que no escribía especialmente mal, aunque tampoco era
Rosalía de Castro, pero si que con el tiempo había conseguido plasmar en la
pantalla lo que pensaba y aquella novela era un poco mi estado de ánimo en
aquella época. Me consideraba, como mujer, con todo el derecho a ser feliz un
poco con mi soledad y otro poco con el hombre con el que había compartido toda
mi vida y sin embargo no era así. Mi lector o lectora lo entendió tan bien que
parecía como si estuviera dentro de mi propia casa y sus comentarios llenaban
mi ego y hasta me animaba a escribir más para completar mi actividad diaria. Me
preguntaba cómo era mi relación con mi marido porque aunque nunca lo había
dejado entrever, él o ella estaban convencidos que tenía una pareja y hasta que
tenía hijos que me acompañaban de vez en cuando en el pueblo. Al principio
parecía como si sus comentarios fueran relacionados con la última de mis
novelas, pero con el paso del tiempo aquello se convirtió en una serie de
cartas que el lector o lectora me escribía casi a diario y yo le contestaba
casi a vuelta de correo.
CAPITULO
24 Y ULTIMO.-
Por
favor, el aficionado a escribir Tino Belascoaín les comunica que hemos llegado
al final del trayecto. Les ruega que no se levanten de sus asientos hasta haber
terminado de leer completamente este capítulo y a continuación no se olviden de
sus efectos personales y se encaminen a la salida y como un favor personal les
ruego que dediquen unos minutos de su tiempo a contestarle con una impresión global de esta
novela. El aficionado a escribir les agradece la confianza depositada y espera que sean habituales en los próximos
escritos que se producirán, si es que se producen, después del verano.
El
final de trayecto, sobre todo los dos últimos capítulos y aunque no está bien
que lo diga yo, a mi me parece que son originales y seguro que ninguno os
imaginabais un final así ¿a que no?
En
fin, lo dicho, hasta la próxima y muchas gracias por aguantar este rollo semana
tras semana.
Un
abrazo muy fuerte
Tino
Belas
lo
que Ana no sabía es que en cuanto yo salía por la puerta, todos los días me dedicaba a leer lo que ella había escrito
el día anterior y así me fui dando cuenta de su evolución. Empezó escribiendo
mal, para que nos vamos a engañar, pero poco a poco fue mejorando, posiblemente
cuando entró en aquel bloc con un encabezamiento peculiar, me acuerdo que era
el de mujeres mayores escritoras, ahí empezó su cambio y nunca se lo diré pero
nunca sabrá que muchos días hacía como que me iba y en cuanto la veía salir
volvía y leía lo último que había escrito. Me había vuelto un ladrón de sus
escritos y rara era la hoja en la que no me nombraba, de una manera velada o
directamente. Siempre me quedaba con las ganas de contestarla, pero no me
parecía oportuno hasta un día en que por casualidad yo también entre en un blog
de un antiguo amigo mío y allí me encontré con una novela que había escrito y
que me pareció que estaba escrita para mi. Era el caso de una mujer que se
carteaba, a través de Internet, con un hombre que después de múltiples vicisitudes
resultó ser su marido y aquello fue lo que me incitó a convertirme en un espía
de sus escritos. Ana no tenía ni idea y el juego comenzó cuando yo la mayoría
de los días me iba a lo que ella creía que era a andar y en la bicicleta
llegaba hasta Zarzamora, menos de media hora dando pedales y allí desde el
hogar del jubilado le escribía historias
de amor, sin decirle que era yo. Al principio todo el interés de Ana era
descubrir mi identidad, pero con el tiempo se olvidó y se centró en contestar a
todas mis preguntas
Yo
era consciente que el juego se iba haciendo cada vez mas complicado, pero ella
disfrutaba contestando y yo cada día estaba mas identificado con ser un antiguo
empleado de hacienda que por culpa de una jubilación anticipada me veía en la
obligación de llenar mi tiempo libre haciendo lo que desde siempre había sido
mi pasión que no era otra cosa que escribir. Entre ella y yo se estableció un
juego como de pillo a pillo, ella no contestaba nunca a temas relacionados con
la edad y yo nunca a nada relacionado con mi vida anterior. Todas las lineas,
absolutamente todas, tenían un doble sentido, los dos jugábamos con las cartas
boca abajo y los ases en la manga por si los necesitábamos.
Después
de meses de continuar con el juego, hubo una temporada en la que me dio la
impresión que ya había descubierto quien era el autor de aquellas historias y
eso fue lo que me obligó a llegar a casa todos los días y mostrarme enfadado.
Muchos días llegué a escribirla confesándola que era yo, pero cuando llegaba el
minuto en que tenía que apretar la tecla para que le llegara a través de su
correo, lo pensaba y decidía que así estaba mucho mas entretenida y lo dejaba
para el día siguiente. En todo ese tiempo, ni una sola vez, por parte de
ninguno de los dos, hubo la menor insinuación sobre la posibilidad de organizar
un encuentro y mucho menos un interés mas allá del puramente simple del hecho
de escribir, los dos, historias que nos resultaban agradables y nada mas.
Sabía
que cualquier día se me cruzarían los cables y le diría la verdad, pero la veía
tan ilusionada que no merecía la pena. También a mi me venía muy bien, porque
me gustaba andar pero no tanto como para pasarme días y días dando vueltas por
ahí, con los sábados y Domingos ya era suficiente y encima en el hogar del
jubilado todos pensaban que era un escritor profesional y por eso me pasaba
todas las mañanas enchufado al ordenador. Lo único que llevaba mal, pero mal
mal, era disimular en casa, eso si que me resultaba difícil, pero si quería
continuar con aquel juego no había mas remedio que hacerlo así. Además llevábamos
tantos meses de broncas a diario que ya se había convertido en casi una
costumbre.
Lo
mismo que Ana me decía que le resultaba un desconocido, yo descubría a través
de sus escritos, una mujer como la copa de un pino. Me daba cuenta que lo que
mas apreciaba en la vida era verme contento, naturalmente que tenía sus amigas
y entraba y salía de casa, pero siempre pendiente de mi. Su mayor ilusión era y
seguía siendo, verme como soltaba una carcajada y sin embargo ¿cuánto tiempo
hacía que eso no me pasaba? Lo que ella no sabía es que a través de sus
escritos muchos días tenía que disimular en la mesa del hogar del jubilado para
no soltar una carcajada, justo lo que ella estaba esperando e incluso alguna
vez, al llegar a casa me tenía que refugiar en el cuarto de baño para que no me
viera reír. Me parecía una postura muy cruel por mi parte, pero en el fondo me
gustaba. No es que me gustara que
sufriera, eso no, pero si que se esforzara en intentar que yo la quisiera mas,
sin saber que yo estaba mas enamorado que nunca.
Una
tarde, de eso hace ya dos años y mientras estaba sentada en el ordenador como
todos los días tratando de poner en orden mis pensamientos para leer primero y
contestar después el último correo electrónico, llamaron a la puerta, me
levanté despacio y allí estaban con cara de circunstancias una pareja de la Guardia Civil
-
Buenas tardes –
saludaron llevándose la mano derecha a un lado del tricornio – usted es la
mujer de Juan, un caballero que salía todos los días a andar por el monte.
-
Si – contesté
mientras un nudo en la garganta me hacía presagiar que algo grave había
ocurrido
-
Tenemos que
comunicarle que a su marido lo han encontrado unos del pueblo cerca de Cueva
del Faisán.
-
Es por donde
suele andar, pero ¿le ha pasado algo?
-
Si señora – los
dos guardias no sabían como decirme lo que había ocurrido – se lo han
encontrado muerto en una cuneta cerca de la entrada de la cueva
-
¡Muerto! – me
tuve que apoyar en el brazo de uno de los agentes para no caerme al suelo -
¿están seguros que era mi marido?
-
Por desgracia si
que se lo podemos certificar porque uno de los que se lo encontró era
Florencio, el dueño de la carnicería que dice que los conoce a ustedes desde
hace varios años
-
Pero – las lágrimas
no me dejaban articular palabra alguna - no puede ser, tiene que haber algún
error porque mi marido estaba muy bien de salud.
-
Parece ser que le
dio algún infarto o algo parecido porque cuando llegaron respiraba mal y
enseguida dejó de hacerlo. Agustín, otro de los que se lo encontraron, sabe
algo de medicina porque ha sido socorrista en Madrid y aunque le hizo el boca a
boca y le dio un masaje cardíaco no se pudo recuperar.
-
Dios mío, Dios
mío – fue una sorpresa tan grande que no sabía ni por donde empezar – tendré
que avisar a mis hijos y decirle donde está
-
Si señora – los
dos Guardias jóvenes querían ayudarme – esté en el depósito de cadáveres de
Cáceres y si usted quiere nosotros nos encargamos de avisarles
-
Si me hacen
ustedes el favor – yo tenía tal agobio que no sabía ni donde estaba.
-
Si le parece,
primero la llevamos a Cáceres, identifica el cadáver y a continuación nosotros
la ayudamos a hacer todas las gestiones que considere oportunas ¿le parece?
-
Si, si, llévenme
con él cuanto antes.
Todo
fue mucho mas rápido de lo que esperaba y a las pocas semanas estaba sola en casa. Mis hijos se habían vuelto a
Madrid y auque se empeñaban en que me fuera con ellos, yo prefería estar sola,
por lo menos unos meses y luego ya vería, pero de momento y con la compañía de
una asistenta que limpiaba a diario, casi me quedaba en el pueblo una
temporada. Con tanto ajetreo de entierro, funeral etc….etc no había tenido tiempo
de abrir el ordenador y una noche en el que el viento parecía querer entrar en
mi casa haciendo que las ventanas tuvieran que realizar grandes esfuerzos para
resistir su embestida, lo abrí y me encontré con un único correo electrónico
que decía así
Querida
Ana: Después de tantos años relacionándonos a través del ordenador, me veo en
la obligación de decirte la verdad porque ya no aguanto más. Todo esto empezó
como una broma, pero ya está llegando a unos límites que no te mereces y creo
que lo mejor es que sepas que el que ha contestado a todas tus cartas he sido
yo. Yo soy el que te ha hecho ilusionar otra vez con la vida y eso que luego en
casa tenía que disimular, pero reconozco que a través de tus escritos he conocido
a otra Ana y me gusta casi tanto como la de verdad. Si, aunque te parezca
imposible soy Juan y te estoy escribiendo, como todos los días, desde el bar
del Hogar del Jubilado de Zarzamora. Todas las mañanas cuando me levanto vengo
hasta aquí y te contesto, por eso me hacía gracia cuando pensabas que me pasaba
todo el día andando. Casi sin querer me he convertido en un amante del ordenador
y para que todo fuera mas creíble tenía que echarte la bronca por hacer justo
lo mismo que hacía yo, pero estarás conmigo en que soy un actor de primera. Bueno, ahora si que andaré un rato hasta la hora
de comer y en cuanto llegue a casa te doy permiso para que me pegues todo lo
que quieras y después nos reiremos un rato que buena falta nos hace.
Te
quiero
Juan
Esta
vez, desgraciadamente, no tenía nada que decirle, sin embargo le contesté como
si fuera un día normal. A continuación apagué el ordenador, dejé el salón solo con la
luz que proporcionaban unos troncos de encina en la chimenea, puse un poco de
música barroca y sentada en mi cómodo
orejero mirando al infinito esperé con una sonrisa en los labios a que mi vida
se fuera apagando como una vela lo que siempre ocurre cuando se acaba el
oxígeno de la ilusión.