martes, 2 de julio de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULOS 23 Y 24

 Queridos blogueros/as: Como ya os veo mordiéndoos las uñas y nerviosos por saber el final de ésta novela y en vista que el fin de semana hemos estado de boda en una dehesa de Salamanca y no he escrito ni una sola letra, he decidido de manera innegociable (parezco el Ministro de Educación) que os mando los dos últimos capítulos juntos y se acabó el carbón hasta después del verano que reanudaremos estos escritos, posiblemente con una edición revisada y renovada de "El trio de dos" se verá
FELIZ VERANO Y HASTA PRONTO
Un abrazo
Tino Belas

CAPITULO 23.-

Curiosamente me pareció como si Ana hubiera estado en mis primeras escaramuzas como senderista, repetía, uno a uno, todos los argumentos por los cuales yo pensaba que era injusto que me fuera los fines de semana y como estuve a punto de dejarlo, pero superé aquellos malos momentos y prevaleció, como siempre, mi egoísmo y encima pretendía echarle la culpa a ella. Sabía que no tenía ningún argumento que justificara mi postura. La había dejado sola y naturalmente cuando vio que su vida iba a ser así siempre se apuntó a clase de ordenadores y ahí empezó mi malhumor. Me parecía mal que se hubiera enganchado al ordenador como si fuera un amor de juventud, pero ¿acaso no era yo el culpable?

Por una parte reconozco que al principio me alegré, lo mejor que me podía pasar porque así no tendría que soportar sus quejas, pero por otra, repito que siempre he  sido un egoísta, me molestaba que el dichoso aparato le llenara todas las horas, no solo de los fines de semana si no de cualquier día. Ahora va a resultas que después de tantos años me voy a volver celoso. Bueno, por lo menos lo tengo que parecer porque si no va a tener razón y aunque se que la tiene, no se la pienso dar por lo menos por ahora, pero tiene gracia porque en dos minutos me ha puesto a caer de un burro y yo serio como si nada hubiera pasado. En fin, habrá que seguir así, aunque cada día me resulta mas difícil. Todo esto lo recordaba mientras las gotas de lluvia rebotaban sobre el cristal del cuarto de estar como queriendo mojar mi conciencia y volviera a ser el que era, pero yo sabía que eso era imposible. Las nuevas amistades me habían abierto otros horizontes y aunque tenía que disimular permanentemente, la vida se había vuelto diferente. Miré a Ana y allí estaba como siempre, sentada en su sillón preferido con los ojos cerrados, tranquilidad en su semblante y con la satisfacción de haber soltado todo lo que llevaba aguantando desde unos meses antes

¡Esto es el no va mas! se pasa el día andando y encima tengo que soportar sus malos humores los cinco minutos que está en casa. Menos mal que hoy he sido capaz de decirle las cuatro cosas que llevo pensando desde hace mucho tiempo, pero estoy segura que no va a cambiar. Hará como siempre, un par de semanas de irse un poco mas tarde y dentro de nada estaremos igual – Ana encendió otra vez el ordenador y se quedó mirando lo último que había recibido como contestación a su escrito de hacía unos días. No sabía quien era el que le contestaba ni falta que hacía porque no tenía ningún interés en conocerle, pero se encontraba a gusto con él o con ella, porque nunca se había planteado temas personales entre ellos. Tenía gracia que a sus más de setenta años tuviera necesidad de leer en letra de alguien lo que siempre había soñado con oír. No era, ni mucho menos, una declaración permanente de amor, pero si era una forma de enfocar los problemas de la vida de una manera optimista. Sus contestaciones eran como una fuerza que la ayudaba todos los días. La cosa empezó cuando él o ella había leído en su bloc una de las novelas a las que me había vuelto tan aficionada a escribir. Era una novela en la que contaba un poco mis experiencias de vivir en el campo y el lector o la lectora me  había contestado con una admiración que hizo que me pusiera hasta un poco colorada. Yo sabía que no escribía especialmente mal, aunque tampoco era Rosalía de Castro, pero si que con el tiempo había conseguido plasmar en la pantalla lo que pensaba y aquella novela era un poco mi estado de ánimo en aquella época. Me consideraba, como mujer, con todo el derecho a ser feliz un poco con mi soledad y otro poco con el hombre con el que había compartido toda mi vida y sin embargo no era así. Mi lector o lectora lo entendió tan bien que parecía como si estuviera dentro de mi propia casa y sus comentarios llenaban mi ego y hasta me animaba a escribir más para completar mi actividad diaria. Me preguntaba cómo era mi relación con mi marido porque aunque nunca lo había dejado entrever, él o ella estaban convencidos que tenía una pareja y hasta que tenía hijos que me acompañaban de vez en cuando en el pueblo. Al principio parecía como si sus comentarios fueran relacionados con la última de mis novelas, pero con el paso del tiempo aquello se convirtió en una serie de cartas que el lector o lectora me escribía casi a diario y yo le contestaba casi a vuelta de correo.




















CAPITULO 24 Y ULTIMO.-

Por favor, el aficionado a escribir Tino Belascoaín les comunica que hemos llegado al final del trayecto. Les ruega que no se levanten de sus asientos hasta haber terminado de leer completamente este capítulo y a continuación no se olviden de sus efectos personales y se encaminen a la salida y como un favor personal les ruego que dediquen unos minutos de su tiempo a  contestarle con una impresión global de esta novela. El aficionado a escribir les agradece la confianza depositada  y espera que sean habituales en los próximos escritos que se producirán, si es que se producen, después del verano.

El final de trayecto, sobre todo los dos últimos capítulos y aunque no está bien que lo diga yo, a mi me parece que son originales y seguro que ninguno os imaginabais un final así ¿a que no?
En fin, lo dicho, hasta la próxima y muchas gracias por aguantar este rollo semana tras semana.
Un abrazo muy fuerte
Tino Belas


lo que Ana no sabía es que en cuanto yo salía por la puerta, todos los días  me dedicaba a leer lo que ella había escrito el día anterior y así me fui dando cuenta de su evolución. Empezó escribiendo mal, para que nos vamos a engañar, pero poco a poco fue mejorando, posiblemente cuando entró en aquel bloc con un encabezamiento peculiar, me acuerdo que era el de mujeres mayores escritoras, ahí empezó su cambio y nunca se lo diré pero nunca sabrá que muchos días hacía como que me iba y en cuanto la veía salir volvía y leía lo último que había escrito. Me había vuelto un ladrón de sus escritos y rara era la hoja en la que no me nombraba, de una manera velada o directamente. Siempre me quedaba con las ganas de contestarla, pero no me parecía oportuno hasta un día en que por casualidad yo también entre en un blog de un antiguo amigo mío y allí me encontré con una novela que había escrito y que me pareció que estaba escrita para mi. Era el caso de una mujer que se carteaba, a través de Internet, con un hombre que después de múltiples vicisitudes resultó ser su marido y aquello fue lo que me incitó a convertirme en un espía de sus escritos. Ana no tenía ni idea y el juego comenzó cuando yo la mayoría de los días me iba a lo que ella creía que era a andar y en la bicicleta llegaba hasta Zarzamora, menos de media hora dando pedales y allí desde el hogar del jubilado le escribía  historias de amor, sin decirle que era yo. Al principio todo el interés de Ana era descubrir mi identidad, pero con el tiempo se olvidó y se centró en contestar a todas mis preguntas

Yo era consciente que el juego se iba haciendo cada vez mas complicado, pero ella disfrutaba contestando y yo cada día estaba mas identificado con ser un antiguo empleado de hacienda que por culpa de una jubilación anticipada me veía en la obligación de llenar mi tiempo libre haciendo lo que desde siempre había sido mi pasión que no era otra cosa que escribir. Entre ella y yo se estableció un juego como de pillo a pillo, ella no contestaba nunca a temas relacionados con la edad y yo nunca a nada relacionado con mi vida anterior. Todas las lineas, absolutamente todas, tenían un doble sentido, los dos jugábamos con las cartas boca abajo y los ases en la manga por si los necesitábamos.

Después de meses de continuar con el juego, hubo una temporada en la que me dio la impresión que ya había descubierto quien era el autor de aquellas historias y eso fue lo que me obligó a llegar a casa todos los días y mostrarme enfadado. Muchos días llegué a escribirla confesándola que era yo, pero cuando llegaba el minuto en que tenía que apretar la tecla para que le llegara a través de su correo, lo pensaba y decidía que así estaba mucho mas entretenida y lo dejaba para el día siguiente. En todo ese tiempo, ni una sola vez, por parte de ninguno de los dos, hubo la menor insinuación sobre la posibilidad de organizar un encuentro y mucho menos un interés mas allá del puramente simple del hecho de escribir, los dos, historias que nos resultaban agradables y nada mas.

Sabía que cualquier día se me cruzarían los cables y le diría la verdad, pero la veía tan ilusionada que no merecía la pena. También a mi me venía muy bien, porque me gustaba andar pero no tanto como para pasarme días y días dando vueltas por ahí, con los sábados y Domingos ya era suficiente y encima en el hogar del jubilado todos pensaban que era un escritor profesional y por eso me pasaba todas las mañanas enchufado al ordenador. Lo único que llevaba mal, pero mal mal, era disimular en casa, eso si que me resultaba difícil, pero si quería continuar con aquel juego no había mas remedio que hacerlo así. Además llevábamos tantos meses de broncas a diario que ya se había convertido en casi una costumbre.

Lo mismo que Ana me decía que le resultaba un desconocido, yo descubría a través de sus escritos, una mujer como la copa de un pino. Me daba cuenta que lo que mas apreciaba en la vida era verme contento, naturalmente que tenía sus amigas y entraba y salía de casa, pero siempre pendiente de mi. Su mayor ilusión era y seguía siendo, verme como soltaba una carcajada y sin embargo ¿cuánto tiempo hacía que eso no me pasaba? Lo que ella no sabía es que a través de sus escritos muchos días tenía que disimular en la mesa del hogar del jubilado para no soltar una carcajada, justo lo que ella estaba esperando e incluso alguna vez, al llegar a casa me tenía que refugiar en el cuarto de baño para que no me viera reír. Me parecía una postura muy cruel por mi parte, pero en el fondo me gustaba.  No es que me gustara que sufriera, eso no, pero si que se esforzara en intentar que yo la quisiera mas, sin saber que yo estaba mas enamorado que nunca.

Una tarde, de eso hace ya dos años y mientras estaba sentada en el ordenador como todos los días tratando de poner en orden mis pensamientos para leer primero y contestar después el último correo electrónico, llamaron a la puerta, me levanté despacio y allí estaban con cara de circunstancias una pareja de la Guardia Civil

-        Buenas tardes – saludaron llevándose la mano derecha a un lado del tricornio – usted es la mujer de Juan, un caballero que salía todos los días a andar por el monte.
-        Si – contesté mientras un nudo en la garganta me hacía presagiar que algo grave había ocurrido
-        Tenemos que comunicarle que a su marido lo han encontrado unos del pueblo cerca de Cueva del Faisán.
-        Es por donde suele andar, pero ¿le ha pasado algo?
-        Si señora – los dos guardias no sabían como decirme lo que había ocurrido – se lo han encontrado muerto en una cuneta cerca de la entrada de la cueva
-        ¡Muerto! – me tuve que apoyar en el brazo de uno de los agentes para no caerme al suelo - ¿están seguros que era mi marido?
-        Por desgracia si que se lo podemos certificar porque uno de los que se lo encontró era Florencio, el dueño de la carnicería que dice que los conoce a ustedes desde hace varios años
-        Pero – las lágrimas no me dejaban articular palabra alguna - no puede ser, tiene que haber algún error porque mi marido estaba muy bien de salud.
-        Parece ser que le dio algún infarto o algo parecido porque cuando llegaron respiraba mal y enseguida dejó de hacerlo. Agustín, otro de los que se lo encontraron, sabe algo de medicina porque ha sido socorrista en Madrid y aunque le hizo el boca a boca y le dio un masaje cardíaco no se pudo recuperar.
-        Dios mío, Dios mío – fue una sorpresa tan grande que no sabía ni por donde empezar – tendré que avisar a mis hijos y decirle donde está
-        Si señora – los dos Guardias jóvenes querían ayudarme – esté en el depósito de cadáveres de Cáceres y si usted quiere nosotros nos encargamos de avisarles
-        Si me hacen ustedes el favor – yo tenía tal agobio que no sabía ni donde estaba.
-        Si le parece, primero la llevamos a Cáceres, identifica el cadáver y a continuación nosotros la ayudamos a hacer todas las gestiones que considere oportunas ¿le parece?
-        Si, si, llévenme con él cuanto antes.

Todo fue mucho mas rápido de lo que esperaba y a las pocas semanas estaba  sola en casa. Mis hijos se habían vuelto a Madrid y auque se empeñaban en que me fuera con ellos, yo prefería estar sola, por lo menos unos meses y luego ya vería, pero de momento y con la compañía de una asistenta que limpiaba a diario, casi me quedaba en el pueblo una temporada. Con tanto ajetreo de entierro, funeral etc….etc no había tenido tiempo de abrir el ordenador y una noche en el que el viento parecía querer entrar en mi casa haciendo que las ventanas tuvieran que realizar grandes esfuerzos para resistir su embestida, lo abrí y me encontré con un único correo electrónico que decía así

Querida Ana: Después de tantos años relacionándonos a través del ordenador, me veo en la obligación de decirte la verdad porque ya no aguanto más. Todo esto empezó como una broma, pero ya está llegando a unos límites que no te mereces y creo que lo mejor es que sepas que el que ha contestado a todas tus cartas he sido yo. Yo soy el que te ha hecho ilusionar otra vez con la vida y eso que luego en casa tenía que disimular, pero reconozco que a través de tus escritos he conocido a otra Ana y me gusta casi tanto como la de verdad. Si, aunque te parezca imposible soy Juan y te estoy escribiendo, como todos los días, desde el bar del Hogar del Jubilado de Zarzamora. Todas las mañanas cuando me levanto vengo hasta aquí y te contesto, por eso me hacía gracia cuando pensabas que me pasaba todo el día andando. Casi sin querer me he convertido en un amante del ordenador y para que todo fuera mas creíble tenía que echarte la bronca por hacer justo lo mismo que hacía yo, pero estarás conmigo en que soy un actor de primera.  Bueno, ahora si que andaré un rato hasta la hora de comer y en cuanto llegue a casa te doy permiso para que me pegues todo lo que quieras y después nos reiremos un rato que buena falta nos hace.
Te quiero
Juan   

Esta vez, desgraciadamente, no tenía nada que decirle, sin embargo le contesté como si fuera un día normal. A continuación  apagué el ordenador, dejé el salón solo con la luz que proporcionaban unos troncos de encina en la chimenea, puse un poco de música barroca  y sentada en mi cómodo orejero mirando al infinito esperé con una sonrisa en los labios a que mi vida se fuera apagando como una vela lo que siempre ocurre cuando se acaba el oxígeno de la ilusión.