sábado, 29 de marzo de 2014

CAPITULO 29. EL TRIO DE DOS

Queridos blogueros/as: Hoy es un poco tarde y por eso no voy a escribir mucho, pero ya se puede apreciar que la tal Ana tiene su genio y eso que parecía una mosquita muerta.
De todas las maneras tengo que reconocer que después de tantos años no tengo ni idea lo que he escrito y voy leyendo cada capítulo según van saliendo. Ya se que es difícil de entender, pero es la verdad y luego tengo una manera de escribir que parece que voy bajando una escalera saltando los escalones de dos en dos y por eso me resulta un poco complicado, pero cada uno escribe como quiere ¿o no?
Lo que si os puedo asegurar es que la segunda parte está cuidando guay y eso que todavía no la he terminado, pero ya veréis como os gusta.
De resto de lectores ni opino porque no se quienes son
Bueno que lo paséis y seáis felices, bueno por lo menos un poco.
Hasta la próxima
Un abrazo
Tino Belas 



CAPITULO 29.-

Las luces que ensombrecían la discoteca se movían como impulsadas por una suave brisa y provocaban agudos contrastes entre el sudor de las frentes que se agolpan en el centro de la enorme pista de baile y la placidez de los que se encontraban cómodamente sentados en las mesas que, como islas en el mar, se distribuían por las proximidades de la zona encerada, dedicada a los bailones.
Grupos de jóvenes se repartían entre los dos ambientes e incluso se mezclaban al reclamo de la música caribeña que impregnaba todos los rincones de la Discoteca Don Juan. Situada en el centro de Madrid, era el lugar de reunión de la juventud madrileña. Allí los fines de semana se alternaba sin necesidad de enseñar el currículum, aunque la mayoría de los jóvenes eran profesionales  y estudiantes universitarios que aprovechaban sus horas de asueto los fines de semana para solazarse y hacer nuevas amistades. Los pantalones vaqueros, las camisas de cuadros con botones en el cuello, jerseys a la cintura, zapatos mocasines de marca y abundante gomina eran los ingredientes habituales de todos los que intentaban acercarse a las dos barras que se encontraban estratégicamente situadas a la entrada y a uno de los lados de la zona mejor iluminada. Las chicas con minifaldas de diferentes colores, botas de cuero y el pelo largo recogido en las nuca, distribuían sus miradas entre los que entraban y los de las barras.
En una de las mesas, situada casi al lado de la puerta, se encontraba Sonia, una de las mejores amigas de Ana que disfrutaba del gentío que se movía por aquella sala. La mesa, pequeña, que casi les daba en las rodillas, estaba hasta arriba de copas a media acabar y los ceniceros eran reflejo de la calidad de sus inquilinos. Gente joven, con unos veintidós o veintitrés años de media que no paraban de beber y de fumar, como si en ello les fuera la vida. Los restos de cubatas, gin tónics y hasta las botellas vacías de Coca-Cola se agolpaban encima de esa mesa esperando la llegada de algún camarero que, de vez en cuando se llevaba todas las copas, hacía una pasada con un trapo amarillo y dejaba la mesa tan limpia que parecía de estreno
Ana volvía en ese momento de la pista de baile y una sonrisa llenaba toda su cara mezclándose con unas gotas de sudor que le resbalaban desde la frente y se detenían al llegar a unas bien cuidadas cejas. Separó la silla y se sentó, permaneciendo en silencio, mientras seguía el ritmo de la música con pequeños movimientos de los dedos. Se apuró, de un trago, el resto de gin tónic que todavía estaba sobre la mesa y acercó su cara hacia Sonia que trataba de decirle algo.
-  Este sitio está bien, pero tiene una cantidad de ruidos que no se puede hablar ¿verdad?
-  ¿Qúe dices?- Ana hizo como si se colocase una trompetilla en la oreja izquierda.
-  Que aquí no hay quien hable- Sonia elevó su tono de voz - ¿me acompañas al lavabo?
-  Si, vamos, que yo me estoy haciendo pis desde que salí de casa y no aguanto más.
Las dos amigas se levantaron de sus respectivas sillas y desde allí avisaron al resto de los amigos que estaban bailando y por señas les explicaron que se iban al servicio. Sorteando mesas y sillas, llegaron a los repletos servicios introduciéndose Ana en una pequeña cabina mientras que Sonia se retocaba el carmín de unos bien perfilados labios. A los pocos segundos, apareció Ana que aprovechó ese rato para retocarse también los labios y pasarse un peine. Las dos amigas salieron y casi en la puerta continuaron la conversación
-  Entonces ¿te vas a venir con nosotras a vivir?
-  Todavía no lo sé. Por una parte me vendría muy bien, porque la pensión me cuesta una pasta, pero por otro, me da un poco de miedo. Si fuera contigo sola, no lo pensaba ni un segundo, pero con Lourdes no se si me apetece.
-  Pero, ¿por qué dices esa tontería? – Sonia le agarró por un brazo para que se apartase – te podías fiar de mí y si yo te digo que es buena gente no te voy a engañar ¿no te parece?
-  De verdad que no se que hacer – Ana avanzaba lentamente hacia la pista – ya te digo, si fuera contigo sola ni lo pensaba, pero las tres no se, no se.
-  No seas tonta y anímate. Mira: hacemos una cosa – en la expresión de Sonia se reflejaba las ganas que tenía de compartir con su amiga de hacía tantos años, su piso en Madrid. Le daba pena que su amiga no se fiara y no sabía como hacer para convencerla que las tres disfrutarían de múltiples ventajas, entre ellas y posiblemente la mas importante era la de compartir gastos, al fin y al cabo, Madrid era una ciudad muy cara y los ingresos de la gente joven eran mas bien escasos. Ana que, al principio, dijo tajantemente que no, iba cediendo lentamente en cada encuentro, como si quisiera convencerse a si misma antes de dar el paso y lo que era una negativa rotunda se había convertido en un no se que hacer. Sonia insistía porque sabía que Ana no atravesaba una situación especialmente agradable, al fín y al cabo era amiga tanto de ella como de Antonio y conocía a la perfección lo que había ocurrido entre ambos, incluso había vivido las dos etapas, una primera de absoluta compenetración y la segunda en la que empezaron las malas interpretaciones, y por lo que ella sabía también por una cabezonería de ambos, las cosas se fueron enconando y acabaron con el conocido despido de Ana de la Empresa de Celebraciones “La Hiedra”. Hasta ahí, era un tema conocido por todos los amigos comunes, sin embargo Sonia pensaba que había algo más, aunque no tuviera razones de peso para asegurarlo, pero su instinto de mujer le indicaba que lo que era de dominio público y conociéndolos tan bien como ella, era poco concluyente. Lo que estaba claro es que, por las razones que fueran, Ana estaba sin trabajo y aunque en su época del “catering” debió hacer unos buenos ahorros, ahora tenía que mirar la peseta y no gastar alocadamente como en su etapa final en “La Hiedra”, donde,  gracias a su buen hacer, ganaba más dinero en comisiones que en sueldo y se había convertido en una de las mas deseadas de la noche madrileña.
A pesar de las notables diferencias, Sonia y Ana habían conseguido mantener su amistad con un gran esfuerzo por parte de las dos y no era otro que el de verse dos días a la semana en el gimnasio Juventus. Allí, los Martes de dos a cuatro y los jueves de tres a cuatro, charlaban de lo divino y lo humano y eran citas para recordar sus principios y su llegada casi a la vez a la capital de España, ambas con multitud de cosas en común, por ejemplo, las dos de pueblo (y a mucha honra que repetía Ana un día si y otro también), de buenas familias, el padre de Sonia Abogado en un pueblo a las orillas de Miño y el de Ana Médico, cercanas a la treintena de años, algo más joven en el D.N.I Sonia, pero de aspecto muchísimo más joven Ana, con maneras de pensar similares y con las mismas ganas de comerse el mundo en cuanto a trabajar y de ponérselo por montera a la hora de divertirse, moviéndose en los mismos ambientes de gente joven, en un nivel social que les permitía viajar y darse la mayoría de los caprichos que se tienen a esa edad.
Para las dos amigas, que se habían conocido en un campamento de verano cuando tenían doce años, la amistad era lo más importante y la cultivaban dedicándole muchas horas a la semana, durante años. Por eso, los problemas de una, eran los problemas de la otra y entre ellas no había ningún secreto, hasta los amores se discutían en la tranquilidad del pequeño bar que las acogía frescas y lozanas, después de una ducha reconfortante, en las proximidades del gimnasio.
Sonia sabía que entre Antonio y Ana se había acabado esa especie de atracción que nunca llegó a nada y que a partir de ese momento todo se desarrolló con una velocidad de vértigo. Le parecía que no hacía ni un mes que Ana había conseguido lo que para ella era el sueño de su vida y todavía se acordaba que fue ella la que la llamó al Colegio Mayor para quedar y darle la noticia, con una cara que irradiaba felicidad, de su nuevo trabajo y de las condiciones económicas del contrato. Entonces, parecía que fue ayer y ya habían transcurrido hace casi dos años, Sonia intentaba hacerla reflexionar y la aconsejaba que lo pensara bien, porque aquello parecía el cuento de La Cenicienta; chico bien educado y de buena familia busca chica de un nivel un poco inferior al suyo para compartir ganancias sin pedir nada a cambio. Aquello sonaba muy mal, pero hasta hacía solamente una semana tenía que reconocer que se había equivocado de medio a medio y lo que parecía que había gato encerrado se había convertido en una auténtica relación profesional enteramente satisfactoria para ambos en la que Ana ponía su simpatía personal a la hora de contratar bodas, bautizos y comuniones y Antonio unas perfectas respuestas a las expectativas de los que solicitaban sus servicios. De esta manera tan simple, la empresa fue adquiriendo nombre entre las familias madrileñas y ya iban por seis meses de turno de espera para organizar cualquier evento, a pesar de haber subido las tarifas en casi un cincuenta por cien.
Las divergencias comenzaron cuando Ana organizó una fiesta de Fin de Carrera en el chalet que los Condes de Butarque tenían en la conocida Urbanización de La Florida con motivo de la finalización de los estudios por su hijo Borja. Se había convertido casi sin darse cuenta en un conocido Arquitecto, a pesar de sus pocos años y su madre, Doña Isabel Perez de Iturralde, quería premiarle de alguna manera, pero siempre por sorpresa y para ello había contactado con Ana y quedaron en verse en una cafetería en las proximidades de Aravaca.
Hasta allí se desplazó la Relaciones Públicas del catering y durante cerca de una hora estuvieron charlando sobre la calidad y cantidad de los canapés, las bebidas y la forma de organizar las mesas en el amplio jardín que la Señora Condesa tenía en los alrededores de su  chalet. Como casi siempre, coincidieron en todo, menos en el precio que a Doña Isabel le pareció algo elevado, más si tenemos en cuenta el número de invitados, lo que para Ana no era ningún inconveniente porque lo primero son los detalles y el resto se arreglaba con facilidad. Lo importante era que estuviera a gusto con lo ofertado y que el evento fuera un motivo de alegría para todos. Después de una pequeña discusión, todo quedó aclarado y Doña Isabel firmó el correspondiente contrato en el que, de puño y letra, hizo constar que sería causa de rescisión del mismo el que se supiera que el día 24 de Mayo habría una fiesta en la calle Río Orbigo 34.
-  No se preocupe que estamos acostumbrados y la discreción es una de las virtudes de nuestra empresa.
Esa misma tarde, Ana se reunió como era habitual con su jefe y sobre todo amigo Antonio de Lucas y le contó todo lo hablado con la Señora Condesa.
-  Es bastante exigente, pero lo único de verdad que le preocupa es que su hijo no se entere de la fiesta. Lo demás y aunque lo disimule, me parece que le importa un pito.
-  ¿Estaba de acuerdo con el precio?
-  Hombre – Ana se retiró el pelo de la cara – le pareció caro, pero le bajé un poco y estuvo de acuerdo, aunque yo sigo insistiendo que la subida ha sido excesiva y lo notaremos en la disminución de los contratos y si nó, dentro de un  mes, veras como tengo razón.
-  Ana, joder, no seas pesada – Antonio se levantó de la mesa repleta de papeles y miró distraído por el amplio ventanal y desde el que se divisaba una preciosa panorámica del centro de la capital de España – ¿ no te llegó con la discusión que tuvimos hace unos días? No quiero meterme donde no me llaman, pero tienes que estar de acuerdo conmigo que últimamente estás muy rara y lo peor de todo es que no lo quieres reconocer y así nadie te puede ayudar, pero estás que no te aguantas ni tú misma.
-  Vamos a dejarlo, Antonio ¿vale? Te repito que no me pasa absolutamente y lo único es que no estoy de acuerdo con tu política de precios y nada más. Si esto lo interpretas como que no hay quien me aguante, pues muy bien, pero no es así – Ana decidió no continuar por ese camino que no conducía a ninguna parte y solo quería dejar muy claro que este era un caso especial porque la Condesa lo único que quería era que nadie, ni siquiera su marido, se enterase de su fiesta sorpresa – Bueno, en el caso este, lo ideal sería que ni el cocinero se enterara de la dirección y así evitamos que alguien se vaya de la lengua, ¿te parece?
-  Bueno, como quieras, pero parece que es la primera vez que hacemos una fiesta así.
-  Conmigo sí, porque hasta ahora no se me había dado el caso.
-  Bueno, bueno, lo hacemos como tú quieras.
-  Muy bien, pues si no mandas nada, me voy que tengo una entrevista con la dueña de un apartamento para ver si me cambio y me espera a las siete.
-  Muy bien, Ana, espero que encuentres lo que buscas. ¿Vas a venir mañana?
-  Si, tengo que ir a ver una finca que nos han ofrecido cerca de El Escorial, pero casi mejor lo dejo para por la tarde, o sea que a las diez estoy aquí.
-  Fenomenal, mañana nos vemos. Según sales, dile a Ernestina que pase.
Ana se levantó, con la ayuda de Antonio se ajustó su bonito abrigo de visón y después de ponerse unos guantes negros de fina piel, salió del despacho con un hasta luego.
Ernestina, la secretaria, estaba al teléfono, como casi siempre, mientras pasaba rápidamente las hojas de una libreta grande tratando de buscar un agujero en la muy apretada agenda de su Jefe.
-  Perdóneme, Don Luis, pero el primer día que tiene libre es el próximo jueves, ¿le viene bien ese día a las siete y media?................. No, hombre, no, a las siete y media de la tarde........... ¿Prefiere por la mañana? Bueno, casi mejor. ¿El martes a las once y media? Muy bien, queda usted anotado para ese día. Adiós Don Luis, hasta ese día. Adiós – la secretaria colgó y extrajo un pitillo de un paquete de Ducados que tenía encima de la mesa, lo encendió y dio una larga calada, notando que sus pulmones se llenaban de un humo que los invadía hasta sus últimos rincones. Miró detenidamente a Ana y después de algunos años de trabajo en común tampoco era tan difícil adivinar cuando las cosas iban mal y parece que esta vez iba en serio.
-  Ernes, te llama el Jefe.
-  Joder, tía, tienes un careto que da miedo ¿marejada en el Cantábrico?
-  Lo que hay es mucho mar de fondo, con olas de muchos metros  y como las cosas sigan así yo, desde luego, abandono el barco y el Capitán que haga lo que quiera.
-  ¿Tan mal está el asunto?
-  Peor de lo que te imaginas – Ana se miró en un pequeño espejo de mesa dispuesto encima del ordenador – Venga, pasa que me parece que no esta el horno para bollos.
-  Voy, voy – la secre se acercó a  la puerta del despacho de su Jefe con la  correspondiente libreta en su mano derecha y el bolígrafo en la izquierda dispuesta, como otras veces a soportar los improperios de Antonio – que no cunda el pánico, las mujeres y los niños primero.


viernes, 21 de marzo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 28

Queridos blogueros/as, es decir, queridos Merce y Javier: Ahí va el capítulo 28 y espero que poco a pocose vayan resolviendo vuestras dudas. Yo tengo muchas y sobre todo una que me tiene intrigado desde hace tiempo y que no se muy bien si la sabré explicar. En una de las pestañas del bloc pone algo así como vista previa o algo parecido y ahí viene como una especie de gráfico y entre otras cosas pone número de veces que ha sido vista ésta página y por ejemplo en el capítulo 27, ese que no se lo que hice pero no salió nada, dice que la página ha tenido nueve entradas ¿eso quiere decir que ese capítulo, si el que salía en blanco, lo han leído nueve personas? pues vaya chasco se habrán llevado los pobres y digo yo ¿porqué no me escriben y me lo cuentan? En fin, por algo será
Ya me parecía a mí que a Fernando Altozano no le pegaba nada ir de manifestación por ahí como un funcionario cualquiera, ¡ni hablar! que no me entere yo,pasaba por allí y eso es mucho mas creíble y a partir de ahí empieza el lío.
Como siempre espero que os guste
Un abrazo y a procurar ser felices que parece fácil, pero a veces no se consigue
Un abrazo
Tino Belas  


CAPITULO 28.-

Todo comenzó un primero de Mayo cuando las fuerzas de seguridad disolvieron una manifestación de apoyo a los mineros rusos en la que estaban implicados numerosos estudiantes de las diferentes facultades que habían sido invitados a participar por los sindicatos correspondientes. La algarada afectó a las calles colindantes y fueron muchos los que corrían sin rumbo escapando de las porras de las fuerzas de seguridad que se empleaban con contundencia y sin distinciones.
El destino quiso que Fernando Altozano saliera en esos momentos del despacho profesional de D. Ernesto Segura de Viedma, ilustre Notario del Colegio de Madrid y al que había acudido el joven Abogado para aprender el difícil arte del papeleo en las herencias como parte de su formación antes de encerrarse para preparar las oposiciones a Notaría en las que estaba muy interesado y a las que había dedicado múltiples horas desde que iniciaba el tercer curso y por indicación de D. Fernando Troiba, entonces Catedrático de Derecho y actualmente destinado en el Tribunal de Aguas de Valencia, quien veía en el hijo de su buen amigo D. Fernando Altozano un gran estudiante y una persona con enorme interés en el estudio y con capacidad para desentenderse del mundo y dedicar todas las horas del día y parte de las de la noche en prepararse para las oposiciones mas difíciles de la historia de la abogacía.
En el despacho de D. Ernesto Segura de Viedma el joven abogado era el encargado de personarse en las casas de las familias que habían sufrido la muerte del padre y explicarles las condiciones de los bienes que serían susceptibles de heredar. Su exquisita educación le hacía un experto en ese tipo de gestiones y su trato amable y un especial don de gentes le granjeaba la amistad de muchos de los futuros herederos que, al cabo de muy pocos días le consideraban un amigo más que un asesor.
Los gritos de unos chicos le hicieron volver la cabeza y en ese momento algo le impactó sobre su espalda y le hizo caer al suelo. Su respiración se volvió entrecortada y aunque quería ponerse de pié, las piernas le fallaban y parecía como si el mundo se le viniera encima. En esa situación, las voces entrecortadas de alguien que insistía en que no le pegaran más porque no parecía que  fuera un alborotador era lo único que sentía. Al poco rato y como en sueños notó como era levantado por dos personas que, con dificultad, consiguieron meterlo en un portal y allí, sobre una moqueta de un amarillo ajado por el paso de los años, fue recuperándose. La cabeza parecía que iba a estallarle de un momento a otro y un agudo dolor entre los hombros le impedía articular palabra y volvió a perder la conciencia.
Convencido que había sufrido un infarto, aunque le parecía que era muy joven, Fernando abrió los ojos y contempló las suaves manos de una mujer que le secaba la frente y trataba de mantenerlo erguido sobre su regazo. Un ataque de tos le devolvió los dolores punzantes mientras una voz suave le instaba a quedarse quieto
-  Tranquilo que ya ha pasado todo. Procura respirar despacio y llenando los pulmones de aire. Eso, lo estás haciendo muy bien. Venga, respira tranquilo.
Fernando trató de agradecer los desvelos de esa desconocida, pero no era capaz de mover un solo músculo de su cara sin sentir un fuerte dolor.
De nuevo esa voz suave trató de infundirle ánimos a la vez que con sus manos le agarraba con fuerza para evitar movimientos que desencadenaran nuevos dolores
-  Estate quieto que si te mueves te va a doler más. Procura relajarte y pensar en algo agradable. Afortunadamente ya ha pasado todo y la situación parece que se ha tranquilizado, o sea que no te preocupes. Venga respira tranquilo. Así, muy bien. Venga sigue así y no te preocupes que en cuanto estés un poco mejor te subo a mi casa, pero, de momento, es mejor que no te muevas de aquí ¿de acuerdo?
Fernando intentó contestar y con un pequeño hilo de voz trató de saber lo que había ocurrido, pero enseguida él mismo se dio cuenta que esa tarea era imposible y desistió de tal empeño, cerrando nuevamente los ojos y perdiendo la noción del tiempo.
Una sensación de calor le embargaba cuando una luz que parecía muy potente, le hizo darse cuenta de la situación. Estaba tumbado en un sofá, tapado con una manta inglesa de pura lana, le habían desnudado completamente y en su frente notó una bolsa con hielo.
La habitación era, mas bien pequeña, con las cortinas perfectamente adaptadas a una pared también forrada de una cretona beis. Unas bolas doradas adosadas a la pared y de las que salía un cordón de diferentes colores, mantenía una discreta semipenumbra en la habitación. Al frente, una puerta de cristales corredera, daba paso a lo que parecía ser un comedor del que destacaban unas sillas de caoba de muy bonito diseño, con un espejo que reflejaba los tonos tenues de una mesa de importantes proporciones y en cuyo centro un gallo disecado trataba de mantener una autoridad que hacía muchos años que había perdido.
En un lateral, una librería que alcanzaba el techo, daba un toque cultural con los libros alineados de tal forma que era fácil descubrir que no era una librería de adorno sinó que constituía parte de la vida de su propietario y junto a los libros algunos objetos parecían contribuir a conocer la personalidad de ese, hasta ahora, desconocido pero bienintencionado personaje que le había salvado la vida.
Desde el sillón trató de adivinar quienes eran las personas retratadas que se alineaban en varios marcos de plata, pero la distancia le impedía reconocer a ninguna. Intentó incorporarse, pero de nuevo el dolor agudo hizo su aparición en la escena de ese pequeño pero cálido cuarto de estar. Una queja, que no llegó a ser un grito, hizo que la puerta de cristal se abriera y la voz que había permanecido con él en los primeros momentos, se hiciera nuevamente audible y le proporcionara una agradable sensación de tranquilidad.
-  ¿Qué tal? Estaba haciendo tiempo para despertarte, pero te he visto tan dormido que he preferido no molestarte. ¿Cómo estás?
Fernando no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos; una chica de unos veinte años trataba de arreglarle la almohada sobre la que descansaba su cabeza mientras le cambiaba la bolsa de hielo que tenía sobre su frente. Era una chica de facciones perfectas con el pelo rubio recogido en una cola de caballo, frente despejada, ojos de un color azul que parecían abrigar una acusada personalidad y que miraban penetrando profundamente en las intimidades de Fernando. Sus labios eran perfectos y ella añadía un toque de coquetería con una fina raya de color marrón que les hacía aparecer como mejor perfilados todavía. Los dientes parecían un manual de perfecta Odontología y todo el conjunto constituía un remanso de paz, solo alterado por un mentón prominente
Un conjunto de jersey y chaqueta de puntos rojo y un fino collar de perlas que daba dos vueltas sobre su cuello continuando con unos pantalones blancos perfectamente planchados era toda la indumentaria de aquella desconocida.
Fernando, lentamente e incluso con mayor parsimonia de lo habitual, fue escudriñando aquella a modo de aparición y sus ojos no daban crédito a lo que veían, pero estaba tranquilo y menos mal que el infarto no había sido muy grave, porque lo único seguro era que estaba vivo. No sabía donde estaba, ni lo que había pasado y solo un tremendo dolor de cabeza le hacía volver al mundo del que estuvo a punto de abandonar.
-  ¿Qué me ha pasado?, ¿dónde estoy? – sus ojos buscaron los de su benefactora y enseguida confluyeron.
-  No te preocupes de nada que estás en buenas manos y la policía ya se ha ido o sea que no tienes nada que temer.
-  ¿La policía? Pero me puedes explicar lo que ha pasado, porque no me acuerdo de nada, solo que oí muchas voces y cuando me quise dar la vuelta, sentí muchísimo dolor en la espalda y no me acuerdo de absolutamente nada más 
-  Pues nada, yo te lo cuento – se retiró un mechón de pelo con un movimiento violento de la cabeza – veníais todos corriendo por la calle y los guardias debieron disparar pelotas de goma o algo así y a ti te dio una en la espalda y te quedaste tirado en el suelo. Mi padre y yo que estábamos asomados a la ventana, bajamos corriendo justo en el momento que un guardia te daba la vuelta para proceder a tu identificación, y después de insistir en que te llevaban a la comisaria, mi padre le convenció que no tenías pinta de comunista y que te dejara allí que nosotros nos hacíamos cargo de llevarte a un hospital.
El guardia, que sabía que su actuación había sido desproporcionada, no necesitó ni una explicación más y desapareció entre toda la gente. Te hemos llevado al Hospital y de allí, aquí. ¿Qué te parece?
Fernando se incorporó un poco en sillón y tomó un poco de zumo de naranja que había depositado en un vaso sobre la mesa que estaba a su cabecera y trató de reorganizar sus ideas para lo cual preguntó directamente y sin rodeos:
-  Si no he entendido mal, dices que yo venía corriendo como el resto y eso no puede ser porque acababa de salir del despacho del Notario y casi no me dio tiempo a poner los pies en la calle cuando sentí una punzada en la espalda y me dio el ataque al corazón.
-  ¿Qué te dio el qué? ¿un ataque al corazón? Chico despiértate porque el golpe te ha afectado más de lo que nos han dicho en el Hospital. A ti, como te iba diciendo, no te ha dado ningún ataque a nada y menos al corazón, lo que te ha dado ha sido una pelota de goma de las que utiliza la Policía para disolver a los manifestantes y si nó te lo crees aquí tienes la prueba.
Del bolsillo de su pantalón extrajo una pelota de reducidas dimensiones y que, según le explicó, era  la causante de su desmayo y no había duda que la cosa había sido tal y como ella lo contaba porque habían sido testigos directos de todo lo ocurrido.
-  ¿Y como tienes tú esto?
-  Muy fácil, porque estábamos en la ventana mi padre y yo y esto es un primero y cuando te caíste redondo, bajamos y en un segundo estábamos a tu lado y al ponerme de rodillas para levantarte me la clavé y me la metí en el bolsillo no se porqué, pero fué como te lo estoy contando 
-  Ya – Fernando no daba crédito a lo que estaba oyendo y le parecía increíble la historia – Mira, guapa, cuéntame otra historia porque esa no me la creo-  volvió a incorporarse y se dio cuenta que estaba desnudo – pero ¿dónde está mi ropa?
-  En esa bolsa que está en la silla. Nos la dieron en el Hospital y ahí se ha quedado. Pensaba revisarla ahora para saber quien eres y donde vives, pero te has despertado antes y no me ha dado tiempo.
-  Ya, bueno perdona si pregunto tantas cosas, pero poco a poco voy haciendo memoria y yo no iba en ninguna manifestación ni nada por el estilo ¿acaso me ves con pinta de revolucionario?
-  La verdad es que no y por eso le dije a mi padre que te trajéramos a casa para que te repusieras del todo y no dejarte tirado en el Hospital, pero tal y como te estás portando, me parece que mi padre tenía razón y lo que tenía que haber hecho era haberte dejado allí y que hubieran avisado a tu familia y me hubiera dejado de tonterías, pero me diste pena y le convencí.
-  Perdóname, por favor, pero reconocerás que es una historia increíble, pero bueno si tú lo dices será verdad. ¿Te importa acercarme la ropa? Por cierto, ¿cómo te llamas?
-  Mamen ¿y tú?
-  Yo Fernando Altozano.
-  Muy bien, aquí tienes tu ropa, esa puerta da a un pasillo y la segunda puerta a la derecha es un cuarto de baño. Allí tienes una toalla limpia por si te quieres dar una ducha ¿de acuerdo?
-  Gracias, Mamen y perdona si he reaccionado mal. De verdad que te estoy muy agradecido.
-  De nada, estoy segura que tú, en mi lugar, hubieras hecho lo mismo.
Fernando se lió la sábana alrededor de su cuerpo y después de dar unos primeros pasos vacilantes, entró en el cuarto de baño, alicatado hasta el techo con un mármol precioso, se miró al espejo y se percató de los importantes hematomas que tenía en la cara y el pecho.
Se duchó frotándose enérgicamente como tratándose de despertar de una pesadilla, se peinó y se vistió con su elegante traje azul marino que tenía unas manchas en ambos codos y rodillas producto de sus escarceos por el suelo de la acera de los pares de la calle Serrano una de las mas elegantes y elitistas del barrio de Salamanca.
Cuando apareció por el cuarto de estar, su aspecto era diametralmente diferente y Mamen fue la primera en admirar el cambio producido en tan escaso minutos. Ambos intercambiaron una mirada cómplice e inmediatamente ella le presentó a  su padre que se había sentado en uno de los orejeros que circundaban la mesa camilla.
-  Papá, se llama Fernando ¿sabes?
D. Alberto Mendiburu Gorostizaga se levantó y saludó afectuosamente a Fernando estrechándole la mano de manera enérgica.
-  Ya le puede agradecer a Mamen lo que ha hecho por usted. ¿Cómo se encuentra?
-  Muy bien, gracias y por supuesto que les estoy muy agradecido.
Mamen se acercó con una taza de té y se la ofreció a Fernando mientras comentaba con su padre
-  ¿Sabes que se creía que le había dado un infarto?
-  Si, si, un infarto, lo que le dieron fue un tiro con una bola de goma. Claro que eso le pasa por ir en una manifestación.
-  ¡Que va! – Fernando miró fijamente a su salvador y trató nuevamente de explicarle la situación para que no hubiera malos entendidos – ya se lo dije a Mamen - Yo salía de casa del Notario D. Ernesto Segura y cuando me quise dar cuenta estaba tumbado en ese sillón. Todo ocurrió en un segundo y la verdad es que ni me enteré.
-  ¡Ah! ¿ o sea que usted salía de casa de Ernesto?. D. Alberto se levantó del orejero y se sirvió un té, sorbiéndolo lentamente después de depositar cuidadosamente dos cucharaditas de azucar y revolver el líquido con parsimonia - ¿cómo se llama usted de apellido?
-  Fernando Altozano soy Abogado y trabajo en la Notaría desde hace tres meses.
-  Bueno, bueno, o sea que Usted es el nuevo colaborador del que me ha hablado Ernesto. ¡ Hay que ver que pequeño es el mundo! Hace meses, estábamos en la tertulia que tenemos los miércoles en el Casino de Madrid y me comentó que ya había encontrado el novio ideal para Mamen, que era un joven Abogado hijo de diplomáticos que había ido a solicitarle trabajo y que lo iba a contratar y mire usted por donde aquí está. ¡Que casualidad!
-  Pero, Papá, como le dices eso si no le conocemos de nada – Mamen se mostró molesta y en su cara apareció un gesto de contrariedad – además, ya te he dicho muchas veces que no te preocupes por mí que ya me buscaré los novios cuando yo quiera.
-  Bueno, hija, no te enfades – D. Alberto la atrajo hacia si – ya sabes que lo hago por tu bien. Desde que se murió tu madre estás dedicada a cuidarme y te lo agradezco infinito, pero también tienes tu vida y me parece que, por mí, la estás dejando pasar y eso no está bien.
-  Ya – Mamen se levantó de las rodillas de su padre – tú no te preocupes que yo ya me divierto y salgo cuando quiero, que para eso está Basi y eso de que estoy dejando pasar la juventud contigo no me importa nada porque lo hago porque quiero, o sea que no vuelvas a las andadas de hablar con tus amigos banqueros para que me coloquen porque estoy muy bien como estoy.
-  Perdón – Fernando depositó la taza de té sobre la mesita que estaba a su lado derecho – como veo que esto está derivando hacia temas personales, si me lo permiten me voy que se me está haciendo un poco tarde. Muchísimas gracias por todo, de verdad que no sé como se lo voy a agradecer.
-  Pues no nos lo agradezca de ninguna manera. Ya sabe donde tiene unos amigos y cuando quiera se viene por aquí y hablamos de temas de la judicatura que, aunque ya estoy jubilado, algo de ellos sé.
-  Muchísimas gracias y – mirando a Mamen se despidió con un cálido apretón de manos – te llamaré porque a lo mejor D. Ernesto tenía razón.
Bajando la escalera pensó: adiós a la boda.





martes, 18 de marzo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 27 BIS

Queridos blogueros/as: Que conste en acta que el viernes envié por este invento el capítulo 27, pero no se que habrá pasado porque yo seguí los pasos como siempre pero ya es sab ido por todos que esto de la tecnología punta y un servidor no es compatible. ¿Será que soy un mastuerzo, un tuercebotas, un mamón, un inútil, un inepto, un inculto, un gilipollas, un tonto del culo, un imbécil, un idiota o tal vez puede ser que me ha pillado mayor? el caso es que no se lo que hice, pero hoy lo voy a hacer igual y ya me contaréis.
No os puedo comentar este capítulo porque tengo un poco de prisa, esta vez os toca a vosotros
Un abrazo y como siempre ser felices, que es lo único importante.
Tino Belas 




CAPITULO 27.-

Ana se levantó temprano y se encaminó directamente hacia  el Metro para entregar  el currículum en mano en las dos o tres solicitudes de empleo que aparecieron en el periódico el día anterior.
Era consciente que las entrevistas valen para poco, pero las prefiere a aquellas otras ofertas que solo necesitan un currículum y a las que Ana ya hace oídos sordos, porque se hinchó en su momento de enviarlos a todos los anuncios y de muy pocos recibió, por lo menos, las gracias.
Con su traje gris marengo, una blusa blanca, zapatos bajos de charol negros, una diadema, bolso en bandolera y las uñas perfectamente cuidadas ofrecía una imagen de buena presencia muy valorada por los visitados que se deshacían en toda clase de parabienes y asegurándole que la llamarían en la primera oportunidad, la despedían afectuosamente y gracias a su excelente recomendación, algunos jefecillos de medianas empresas, hasta la acompañaban a la puerta.
Al principio, la novedad le hacía concebir falsas esperanzas, pero después de casi un mes de entrevistas, la razón le decía que se tendría que volver al pueblo mientras su corazón la impulsaba hacia nuevos jefes de empresas.
El viernes por la mañana, como si el influjo del intenso viento con el que se había levantado la capital de España hubiera cambiado algo su búsqueda de empleo, estuvo en la empresa Chiclana en busca de D. Manuel Perez Vadivia, quien la recibió en un pequeño despacho rodeado de papeles por todas partes que hacían empequeñecer su ya de por sí mínima estatura. Era un hombre joven, le confesó treinta y un años, currante desde los doce porque el hambre es el hambre y con nueve hermanos y viviendo en Chiclana de la Frontera no había mucho que repartir para un padre de familia que vivía del campo y que no tenía nada de subvención.
Manuelillo, para sus amigos, ahora era un señor, pero habían transcurrido casi diez años desde que se decidió a abandonar su tierra y venirse a la Capital con una mano delante y otra detrás. Todo su equipaje estaba compuesto por una muda, dos camisas viejas, una zamarra de cuero y una maleta de madera cerrada con unos cordeles llena hasta los topes de ilusión.
Rápidamente se hizo un hueco en los ambientes flamencos de Madrid, gracias a sus múltiples contactos por la Cava Baja y alrededores y se dedicaba a hacer lo que quería y con lo que más disfrutaba que era cantar y bailar flamenco. Su pequeño, pero bien conformado cuerpo y su gusto especial para entonar bulerías, malagueñas y demás ritmos de la tierra que le vio nacer, pronto lo auparon a lo más rentable de su profesión, que no era otra cosa que amenizar las fiestas y saraos en casas de gente con dinero de los barrios elegantes, lo que le reportaba pingues beneficios y lo que para él era lo más importante: relaciones sociales.
D. Manuel Perez Valdiva, Manuelillo para los amigos, separó un montón de papeles de la amplia mesa y apreció, no con cierta sorpresa, que su ocasional visitante no buscaba lo que casi todas. No sabía bailar flamenco y por lo tanto no la tendría que enchufar con Marienma. No sabía cantar, otro lío menos para “el boquerón”, el cantante oficial de su pequeño garito y tampoco quería figurar.
-  Entonces ¿para que vienes aquí, niña? Para mí, una orden de D,Pedro es como si me lo pidiera mi mare, pero ¿qué te puedo ofrecé, mi arma?
-  Bueno, no sé – Ana se revolvió incómoda en la banqueta situada en una barra del pequeño bar, denominado “Las Marismas” y al que acudían diariamente lo mas selecto de los noctámbulos que adornaban las noches de la villa y corte – yo he venido porque me ha dicho D. Pedro que usted podría ayudarme a encontrar un trabajo de algo, pero comprendo que la cosa está muy mal y bueno, no se preocupe porque lo entiendo perfectamente.
Con gesto repetido en las múltiples entrevistas realizadas, Ana se levantó y se encaminó a la puerta con decisión.
Manuelillo la siguió con la mirada y se despacho con un anís “machaquito”, depositado en una copa grande, mientras por su cabeza pasaban, como si fuera una película, sus primeros contactos y, sin querer, los comparaba con la escena vivida segundos antes. Es cierto que de lo suyo habían pasado unos cuantos años, pero él no iba poniendo condiciones. Todo lo que le decían le parecía bien, incluso algunas proposiciones deshonestas de algún guitarrista apegado a su instrumento y aunque lo rechazase por principio, cualquier cosa le podía resultar de utilidad. Sin embargo, la gente de ahora, no solo no quiere trabajar, allá ellos, sino que ponen tantas condiciones que parece imposible satisfacerlos, pero, claro, si yo tuviera un padre Médico, a mí me iban a ver aguantando a aquel gitano mal encarao que en cuanto terminaba mi actuación me esperaba pegado al escenario para que le entregar cincuenta pesetas, que era la comisión por dejarte actuá chiquillo que el arte hay que pagarlo y los mecenas como yo de algo tenemos que vivir. ¡ Que cara mas dura! Y encima a tragar, porque era el encargado del local y si decías que no, el escenario se volvía invisible y se evaporaban como gotas de agua las posibilidades de triunfar.
La de noches que me he quedado a dormir en el local y el precio era dejarlo como los chorros del oro y que por la mañana no se notase que hubo un inquilino y otras cincuenta pesetas que había que darle al “gachó” y ahora la recomendada de D. Pedro me deja la dirección de un hostal en pleno centro para que la llame si tuviera algún trabajo. ¡Hay que ver como cambian las cosas! y esta chiquilla o cambia o desde luego en el mundo del arte no tiene ninguna posibilidad a no ser que con el cuerpo que tiene se dedicase al oficio mas antiguo del mundo, pero estas niñas de ahora no quieren saber nada de nada de sacrificarse y así no se puede, pero, en fín, le preguntaré a algún cliente si necesita a alguien, pero la cosa está muy difícil.
Ana avanzaba por la acera de los pares de la calle del Pez, su mirada al frente, parecía querer mantener una dignidad que cada día se iba haciendo mas complicada. El movimiento firme de sus caderas demostraba todavía su decisión de mantenerse al margen del dinero fácil y continuaba empeñada en buscar un trabajo digno y que le diera lo suficiente para ir tirando.
Al pasar junto a una tienda de comestibles, con una gran variedad de jamones suspendidos de unos ganchos en el fondo de un inmenso escaparate, se acercó y apoyando su frente sobre el cristal, no pudo disimular su decepción y una sombra de tristeza recorrió su rostro. Con un pequeño guiño, consiguió reponerse, pero advirtió, por primera vez en su vida, un principio de desesperación que pasó, como un soplo de brisa, pero dejando una muesca en su mente que no olvidaría.
En esas estaba, cuando una mano le tocó en el hombro derecho y la llamaban por su nombre
-  Ana, ¿se puede saber que haces aquí?
Una amplia carcajada brotó como una cascada de agua al comprobar que los que la llamaban no eran otros que Antonio y David, dos compañeros de fatigas, de muchas noches de copas y a los que hacía por lo menos dos meses que no veía.
-  Pues nada, buscando trabajo, pero ¡que si quieres arroz , Catalina!  Me paso el día de entrevista en entrevista, pero nada. Muy buenas palabras, pero nada más y me habéis pillado justo en un momento en que empezaba a estar desesperada.
-  Pues nos alegramos mucho, porque Madrid, es una ciudad muy grande, pero también muy solitaria. Ayer leí en un libro de Azorín que la peor soledad es la que se padece cuando estás rodeado de gente. ¿verdad que sí?
Antonio, veinticinco años, estudiante de Filosofía y Letras, moreno, de patillas largas y pelo corto, era natural de Peñafiel, aunque llevaba veinte años en el barrio de Salamanca y a pesar de ello, conservaba su acento castellano antiguo y se resistía a parecer un emigrante venido a más. Vestía de manera informal, pero bien y llevaba una mochila a la espalda con un anagrama de Caja Duero.
David, el otro de los encontradizos, era un dechado de defectos, gordo, casi sin peinar, mal afeitado, pantalones arrugados, edad indefinida, de esos que con treinta y pico de años pueden ser abuelos jóvenes o jóvenes abuelos. Sin embargo, tenía una cara muy expresiva y un deje asturiano que parecía desprender sidrina por todos los poros. Este si que llevaba años fuera de su tierruca y por su acento se diría que se había bajado del tren de Asturias esa misma mañana.
Natural de Vegadeo y recriado en la cuenca del Nalón, como gustaba repetir, era una pura excedencia. Había sido minero, concejal,  casado, putero, empresario de cortas luces y algunos oficios más que iba dejando sin ánimo de ofender, pero uno es una veleta y los trabajos fijos son para los poco ambiciosos y yo voy para rico ¡que le voy a hacer! 
-  Venga, Antonio, dejate de repetir lo que te enseñan en la Facultad que pareces un papagayo
Ana les miraba alternativamente y se reía de manera contagiosa
-  Ya veo que seguís como siempre. Parece que fué hace dos días cuando estuvimos saliendo por el Madrid antiguo y han pasado casi seis meses
-  ¿Seis meses? – David la miró sorprendido - ¿seguro?
-  Segurísimo, porque en aquella época yo vivía cerca de la Glorieta de Bilbao y de eso hace ya ese tiempo.
-  Joder, Ana, ¡que memoria tienes!
-  Pero ¿vosotros no os acordáis? Lo siento, pero no me lo puedo creer porque me acompañasteis montones de veces hasta el portal. Era en el número nueve de Santa Engracia.
-  Claro que me acuerdo – terció Antonio – lo que pasa es que creía que fue hace mucho menos tiempo.
-  No, hombre, no. Hace ese tiempo y hasta me acuerdo, como si fuera ahora mismo, que el día de la policía era el día de mi santo, o sea que fue a finales de Julio y después solo nos hemos visto una vez en casa de Julito.
-  Tienes razón – David la miraba como tratando de hacer revivir en sus ojos el día de autos que comenzó como una broma y acabó como el rosario de la aurora – No me recuerdes el día de Santa Ana porque todavía tengo grabada la cara del policía cuando le dijimos que Antonio era ciego y que por eso cruzaba por un sitio prohibido.
-  Si, si, todos nos acordamos – Ana se volvió a reir – pero es que se puso a cruzar por en medio de la Plaza de la Cibeles a las siete de la tarde.
-  No, si lo peor no fue eso, lo peor era que el presunto ciego al que le mangué el bastón, no era tal y en un segundo había localizado a un guardia y el muy cabrón, en lugar de avisarme, me dejó continuar con la broma y casi me juego la vida cruzando a esas horas, pero, bueno, también me embolsé mil pesetillas que para aquella época era un dinero.
-  Joder, pero es de ese dinero ganado duramente, porque la noche que pasamos en los calabozos de la Puerta del Sol, no se la deseo a nadie. Al principio todo eran risas, pero según pasaban las horas, el que más y el que menos, empezó a tener miedo y menos mal que el asunto se despachó con una multa, que si llegan a avisar a mi padre, me meto en un lío de mucho cuidado.
-  ¡ Que cara mas dura tienes, David! Me parece estar viendo la escena : tú con el bastón de ciego cruzando la Plaza de la Cibeles, todos los coches pegando unos frenazos de aquí te espero y como a dos pasos detrás de ti, el guardia y el presunto amigo del ciego con cara de juerga. Pedro, Javier y Tomás te chillaban para que te percataras de su presencia, pero tú, todo estirado, seguías cruzando como si tal cosa.
-  Si, si, - David no pudo disimular un gesto de sorpresa – lo que estaba era muerto de miedo y ahora eso no lo volvía a repetir ni por un millón de pesetas. No te puedes imaginar la sensación que da oir unos frenazos, pero no frenazos normales, si no de los de verdad y no hacer nada y continuar adelante con mi bastón ¡y todo por mil pelas! En fin, como cambia la vida ¿verdad?
-  ¿Si? ¿cambia mucho? – Ana se separó el pelo de la frente y observó a Antonio con detenimiento. Es verdad que había cambiado y todo su ser parecía como mas sentado, como mas mayor y aunque vestía de manera informal, un aire como de superioridad se masticaba a su alrededor- chico, que suerte tienes porque a mí no me ha cambiado nada y eso que ya va para un año que estoy en Madrid.
-  Será porque usted no quiere, señorita – Antonio tomó en su mano el vino de Rioja que le había servido un camarero en un pequeño vaso de cristal y brindó por la felicidad de ambos y por su futuro – Cuando quiera queda usted contratada por mi empresa, Bodas, Bautizos y Comuniones “La Hiedra” para ser la Secretaria personal y Jefa de Relaciones Públicas de su Director General, D. Antonio de Lucas, que soy yo, para servirla ¿qué te parece?
-  Que estás igual de loco que siempre. ¿Qué pasa que ya no estudias?
-  Como que no, claro que continuo con mi carrera, pero me he dado cuenta que de la Filosofía no se come y pensando y pensando descubrí este negocio que tiene una pinta buenísima. Al principio, mi padre pensaba igual que tú, pero ahora ya empieza a cambiar de opinión, porque ve que la cosa va para adelante y encima se ha dado cuenta que su Antoñito de tonto no tiene ni un pelo.
-  ¿O sea que lo de las bodas es verdad? – Ana le miraba todavía como con desconfianza sabiendo que sus amigos eran muy aficionados a tomar el pelo a la gente – no te veo yo a ti negociando con los futuros novios sobre la comida a elegir para el banquete nupcial.
-  No – Antonio se puso serio – no se trata de eso solo. Esto es una como una asesoría de la celebración y por una módica cantidad, revisamos todo y me convierto en su hombre de confianza y les voy resolviendo todas las pegas y por cada cosa que hago, cobro, ¡fijate que sencillo!
-  Y yo ¿no podría trabajar contigo?
-  Claro, por eso te lo estoy diciendo. Llevo una semana buscando y he entrevistado a diez o doce pedorras, pero a ninguna como tú.
-  No me lo estarás diciendo en serio, porque me apunto ahora mismo.
-  Hombre, hay que hablar de un montón de asuntos, sueldos, nóminas, etc...etc, pero si te interesa, mañana por la mañana te vienes a mi oficina y por mí encantado, ya lo sabes.
-  De verdad que no se si me estás tomando el pelo.
-  Que no, Ana, no seas ridícula, si te estuviera tomando el pelo, no seguiría porque veo que te estás ilusionando y eso es lo mejor para un empresario joven y ambicioso como soy yo. Mi palabra de honor que es verdad y si no, vente mañana y lo compruebas ¿vale?
-  No sabes bien lo que acabas de decir. Mañana a la hora que me digas y donde me digas estoy como un clavo
-  Pues, no se, a la hora que quieras. Mira, muy fácil. Yo voy a estar toda la mañana en mi despacho que está en la calle Serrano número doce, o sea que te acercas y charlamos ¿vale? ¡Ah! Se me olvidaba. Todo lo que te he dicho es verdad y yo seré el que decida si puedes colaborar o no ¿de acuerdo?
-  No te preocupes porque en el tiempo que llevo en Madrid he hecho dos mil entrevistas de trabajo y se lo que tengo que hacer. Además, tengo un currículum que si quieres lo puedo llevar
-  Eso me da lo mismo, lo importante es que estés de acuerdo con las condiciones y ahora no es el momento. Mañana nos vemos y charlamos.
-  Fenomenal, mañana a las once estoy en Serrano doce ¿piso?
-  Primero derecha.
- Señores, ¿puedo interrumpir? – David dejó sin un panchito la bandeja que acompañaba al vino - vaya mañanita que me estáis dando. Una cosa es que el empresario busque señorita de compañía y otra que ilusiones a la chiquilla que es amiga nuestra, joder.
-  ¿Y qué? ¿no estoy buscando a alguien?
-  Ya, pero Ana me parece que no vale para eso.
-  ¿Porqué no? Al revés, yo creo que puede servir y si me apuras hasta creo que es la ideal, porque no está maleada como la mayoría y eso es importante.
-  Ya, pero tú lo que necesitas no es una secretaria normal y corriente, lo que necesitas es una especie de relaciones públicas, que se yo, una pija, pero pija pija, para que te traiga a los amigos de sus papás cuando tengan que dar fiestas en su casa y dejarte de contratar amiguitas.
-  Posiblemente tendría que ser así, pero ya voy por la tercera de esas que tu llamas pijas y todas muy monas, muy simpáticas y muy puestas, pero no han aportado ni un cliente y además en el caso de Ana me voy a dejar de tonterías y la voy a proponer un sueldo bajito y unas comisiones y así no le quedará mas remedio que moverse o ganar una miseria.
-  Que conste que a mí eso me parece bien. Si valgo gano mas y si no valgo pues a la calle. – Ana se volvió a colocar el pelo y continuó con expresión algo molesta – y tú machista de tomo y lomo, preparate porque te vas a enterar como lo haga bien y de pija nada ¿sabes guapo? Mi abuelo, que fue un empresario como Dios manda, siempre decía que cada uno debe hacer para lo que está preparado y no sé, pero me parece que soy la mas indicada.
 -  Bueno, dejar ya de darme el coñazo y vamos al Bristol que hoy celebran el día del Carmen y seguro que regalan copas.
-  ¿Puedo ir con vosotros?
-  Faltaría mas, pero con una condición : que no volvamos a hablar de trabajo. El trabajo es el trabajo y las copas son las copas. Venga, que tengo el coche en la puerta.
La velada se prolongó hasta altas horas de la madrugada, pero a las once en punto de la mañana Ana se encontraba en la entrada de Serrano doce. El portal era señorial, como correspondía a la oficina de un niño de Serrano, con una especie de escalera de caracol, con pasamanos dorado que terminaba en un descansillo presidido, desde una garita de cristales limpia como los chorros del oro, por un conserje de uniforme azul con galones en la bocamanga.  A los lados, unos espejos grandes con lámparas de diversas bombillas parecían abrazar a un ascensor de puertas repujadas con un cartel en la puerta que avisaba que solamente cuatro personas podían utilizarlo a la vez, con un máximo de 300 kg. El centro estaba formada por unas tiras largas de mármol que, a modo de roderas, constituían la entrada de un amplio patio que hacía las veces de aparcamiento.
Ana se ajustó la chaqueta, se alisó la falda y ascendió lentamente sintiéndose observada por el Conserje que distribuía su mirada entre el Marca y sus piernas. Al llegar a su altura, le preguntó donde iba y al responderle que a visitar a Antonio, el conserje le indicó con aire cuartelero:
-  ¿Tiene usted cita?
-  Si –respondió Ana – he quedado a las once en su despacho.
-  Un momento, por favor.
Se acercó a su garita y a través de un interfono preguntó si D. Antonio tenía prevista una cita a esa hora y ante la respuesta obtenida, el conserje le indicó la escalera por la que debía subir y la acompañó nuevamente con su mirada.
La puerta de la oficina de caoba brillante y presidida por una placa que anunciaba Celebraciones “La Hiedra” se abrió en cuanto Ana hizo su aparición en el descansillo y fue el propio Antonio el que salió a recibirla
-  Buenos días, Ana, ¿cómo estás?
-  Muy bien, pero con un sueño tremendo.
-  ¿De verdad? yo estoy fenomenal y aunque solo he dormido dos horas, parece como si me hubiera acostado a las doce de la noche.
-  ¡Qué suerte!
-  Venga, no perdamos tiempo, pasa al despacho y charlamos.
Antonio se hizo a un lado y Ana le precedió por un largo pasillo adornado con cuadros de flores que le daban un aire un poco tristón, pero que se transformaban, como si de un juego de magia se tratase, cuando se traspasaba la puerta del despacho principal. Aquello era otra cosa y Ana permaneció en el quicio de la puerta sin atreverse a atravesarla, como si fuera un lugar sagrado
De entrada, una alfombra persa de deliciosos colores hacía presagiar una permanencia cómoda en esa estancia, la madera era elemento ornamental fundamental en paredes y suelos y todo presidido por una mesa de caoba de patas con perfiles dorados de años de antigüedad.
Antonio la invitó a tomar asiento y desde su sillón algo mas alto, observó a su nueva secretaria, porque lo que Ana no sabía era que, antes de la entrevista, ya había entrado a formar parte de una empresa familiar con un futuro espectacular y el estar ahora en el despacho era un puro formulismo.
-  Bueno, ¿qué te parece?
Ana paseó su mirada por la estantería de caoba repleta de libros y con un dedo acarició la mesa mientras una sonrisa se dibujaba en sus bien perfilados labios
-  ¿Qué que me parece? Que quieres que te diga. Todavía me parece que esto no puede ser verdad, porque llevo tal cantidad de entrevistas sin resultado que ya me estoy volviendo un poco loca y eso que hasta ahora no me has dicho lo que me ofreces, pero, me da igual – Ana se echó hacia atrás en e sillón – para mí esto es lo mejor. Trabajar con amigos, con gente joven y en un sitio como este, no creo que se pueda aspirar a más.
-  Muy bien, Ana. Me gusta tu predisposición y eso es un poco lo que se busca aquí. Queremos que la gente está contenta y para nosotros la mejor manera es que el que tenga los resultados mas brillantes, ese sea el que gane más dinero, pero naturalmente siempre sobre una base de un sueldo mínimo, que hemos pensado que podría ser aproximadamente de entre sesenta y setenta mil pesetas al mes ¿qué te parece?
Ana se levantó y le besó en la mejilla como si de un padre se tratara
-  Me parece que no te lo debería de decir, pero es una pasada. Hasta ahora, todos me han ofrecido como mucho cuarenta mil al mes, o sea que imagínate lo que me parece. Esto tiene que ser un sueño.
-  Pues no Señorita, esto no es ningún sueño – Antonio dio la vuelta a la impecable mesa y le pasó un brazo por los hombros en un gesto de amistad – Espero que a partir de este momento nunca tenga que llamarte la atención, porque nosotros, si pagamos bien es porque exigimos. Queremos que la gente que valga esté bien pagada, porque si tú rindes en el trabajo, tú sales ganando, pero nosotros también. Esto que parece una cosa de cajón, pues no debe ser tan de cajón, porque nadie lo hace, pero para mí este es un principio indiscutible. Desde el primer día que formé la empresa y eso que solo éramos tres, así lo hicimos y todos con el mismo sueldo base y, como te decía las comisiones diferentes y hasta ahora estamos funcionando muy bien
-  De acuerdo. Ahora solo me queda preguntar por el horario y te dejo tranquilo.
-  Mira, Ana, no tendrás horario. Solamente tendrás una obligación  y es la de asistir todos los días a una reunión que tenemos para discutir los temas pendientes. Esa reunión es aproximadamente a las once de la mañana y a partir de ese momento puedes hacer lo que quieras. Si quieres quedarte en la oficina te quedas, y si no te vas con algún cliente, puedes irte de compras o a cualquier lado, pero, eso sí, siempre localizada. Para que te hagas una idea, actualmente, las tres relaciones que tenemos, trabajan solo por la mañana y algún día, esporádicamente, quedan por la tarde con algún cliente y le acompañan un par de horas o tres y ya está.
-  Bueno, conmigo no vas a tener problemas porque no tengo otra cosa que hacer, o sea que estaré permanentemente a disposición de la empresa.
-  Fenómeno. – Antonio se levantó y con un leve gesto le indicó que tenía gente esperando y ya hablarían mas adelante.
Ana se levantó y después de dos sonoros besos en la mejilla de su nuevo Jefe, salió por el pasillo, como si fuera la feliz afortunada de un boleto premiado de la Lotería Nacional, descendió las escaleras de dos en dos y se encaminó a su pensión. Se descalzó, se tumbó en la cama y tuvo un recuerdo para sus padres, que en el pueblo, suspiraban porque su hija no encontrara trabajo y tuviera que regresar. ¡ Lo siento, Papá y Mamá, pero esta vez parece que la cosa va en serio! E inmediatamente, se durmió.



lunes, 10 de marzo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 26

 Queridos blogueros/as: Siento mucho no enviar el capítulo 26 el viernes como es mi obligación, pero he estado pasando el fin de semana en Cedeira y en un ordenador pequeño que me llevé, no fuí capaz de que reconociera el pen drive y por lo tanto no podía escribir. Supongo que tendré que formatear o sabe Dios que tendré que hacer pero para una vez que tengo tiempo y ganas de escribir justo ese día la informática no está  por la labor de colaborar con el artista y no pudo ser. Todo esto me recuerda a la canción de Javier Krahe que decía aquello de justo hoy que tenía ganas de, pero donde donde se habrá metido esta mujer. En fin, la vida que es así. 
Tengo que reconocer que ha sido un fin de semana de jubilado, es decir que me fuí un miércoles y volví el lunes por aquello de no pillar ningún atasco y bien que nos lo deben de agradecer los gallegos porque ha hecho un tiempo mejor que en verano. La gente rápidamente ya salía a la calle con tirantes y camisetas de manga corta, claro que es lógico porque llevaban sin ver el sol desde primeros de Diciembre y estamos a diez de Marzo.
Venga, a lo nuestro que con tanto rollo se me olvida lo principal y es que Fernando Altozano se va haciendo mayor y se nos quiere casar o eso parece, pero no os lo creáis porque ya dice al final del capítulo que algo sucederá que cambiará el rumbo de toda la historia ¿que será? Ya lo sabréis en los próximos capítulos, pero ahora solo os pido que os imaginéis al sastre, si ese que se llama Severiano no se qué. Yo me lo imagino tipo José Luis Lopez Vazquez, haciendo reverencias a la madre de nuestro Fernando y con una actitud como muy servil ¿verdad? si señora, como usted diga señora, lo que desee la señora 
Bueno, Hasta el próximo viernes y como siempre espero que paséis unos minutos entretenidos que es de lo que se trata
Un abrazo 
Tino Belas


CAPITULO 26.-

Fernando Altozano, veintinueve años recién cumplidos, se miró repetidamente en el espejo, dio media vuelta y con pequeños pasos se desplazó a lo largo de la moqueta. Viró en redondo y se encaminó nuevamente hacia el espejo. Una y otra vez se miraba y trataba de componer una figura seria, pero, inmediatamente una sonrisa se asomaba a su bien conformado rostro. El chaqué le sentaba de maravilla y el probador de Cornejo, la mejor tienda de alquiler para artículos de boda, no paraba de hacer exclamaciones en el sentido que iba a ser uno de los novios mas atractivos de los últimos años y eso se lo digo yo y por aquí pasan casi todos , o sea que se lo que me digo.
Fernando sonreía, mientras su madre no paraba de poner pegas.
-  Usted es el que entiende y Dios me libre de meterme donde no me llaman, pero ¿no le parece que le queda una chispa estrecho? – Doña María Victoria Ortiz de Mendivil , Viqui para sus amigos, era una mujer de mundo. En su cutis, muy bien conservado, no habían hecho estragos su paso por las diferentes ciudades  del extranjero en las que se había dejado casi veinte años de su vida. Es mas, casi podría decirse que, al revés. Sus manos eran un compendio de expresividad con la uñas perfectamente contorneadas y pintadas con tonos suaves y constituían la forma de expresarse de una persona madura, con muchas recepciones a sus espaldas y una fiel compañera de su marido en el nada fácil mundo de las relaciones exteriores que si es verdad que les habían reportado pingues beneficios, también les proporcionó momentos duros y difíciles, sobre todo, en su etapa parisina, pero gracias a Dios todo se había resuelto satisfactoriamente.
Su marido, Fernando Altozano, todavía continuaba de la zeca a la Meca y nunca mejor dicho porque esos días se encontraba visitando al Principe Julab, que era el heredero de un pequeño país en los Emiratos Arabes, pequeño en superficie, pero grande en renta per cápita, al que intentaba venderle una remesa de helicópteros de la Factoría Casa  por importe de siete mil y pico millones de pesetas. Esa era la razón por la que no los acompañaba a probar el chaqué y muy a pesar de su mujer,  que insistía que la boda del primero de sus hijos era un acontecimiento de tal calibre que se merecía suspender las visitas a cualquier Jefe de gobierno de cualquier país, a lo que el Jefe de Relaciones Exteriores siempre respondía con un razonamiento que se sostenía casi por si mismo y era que esa boda , que sería uno de los mayores acontecimientos sociales de la época y a la que a poco que abrieran la mano acudirían casi mil invitados, podía celebrarse gracias a sus múltiples viajes y a las excelentes dietas que recibía del Gobierno.
-  Perdone que le lleve la contraria Señora, pero para Severiano, que es un servidor de usted, el atrezzo de su distinguido hijo está  que ni hecho a la medida y solo necesita un pequeño retoque en el pliegue de la ingle. El resto, está colosal. Palabra del Seve – dicho lo cual se agachó delante de Fernando y con gesto decidido le tiró suavemente de tan delicada zona, mientras Fernando le hacía un guiño a su madre y ponía cara de poker cuando se sentía admirado por el eminente sastre. – Ahora quedaría perfecto, ¿no le parece?
-  No, si quedar queda muy bien, pero ya sabes Fernando que no puedes engordar ni un gramo. – Doña Victoria se pasó delicadamente la mano por su frente separándose un mechón de pelo que le caía impidiéndole la visión – y ahora se aproximan épocas muy complicadas entre la petición, probar los menús y un sin fin de cosas más.
-  Mamá, tú no te preocupes que para eso ya está Chiruca, menudo sargento y eso que todavía no me he casado que después de la boda seguro que como mas verde que un conejo.
-  Fernando, por favor, modera esas expresiones tan, como diría yo, tan barriobajeras. Piensa que eres todo un señor letrado y dentro de nada el marido de María del Carmen Sanginés Ochandiano, una de las mujeres más  atractivas  que hay en Madrid y por si sus virtudes fueran pocas, hija de los Marqueses de Paloaltamera, pertenecientes a la Casa de la Duquesa de Alba desde hace siglos – Doña María Victoria sacó de un pequeño bolso que colgaba de su brazo izquierda una pañuelo bordado primorosamente con sus iniciales y se quitó una gota de sudor que pretendía discurrir por tan delicada mejilla.
Mientras tanto, Severiano Perez Lopez, hijo de madre conocida y huérfano, o por lo menos eso le habían contado,  desde que su padre falleció por la emoción que le produjo asistir al  parto de su segunda hija y que por eso recibió el nombre de Resurrección sin que surtiera el efecto deseado porque el primogénito de la familia, pastor de profesión, aunque desde su llegada a Madrid se había autonombrado Técnico de Grado Medio en leches semicuradas, permanecía enterrado y  bien enterrado en la Sacramental de San Justo donde todos los primeros de Noviembre, acudían los tres hermanos con su madre y se dedicaban a adecentar la tumba, colocar unas flores y cambiar la fotografía que presidía la lápida, porque según doña Segismunda, la madre, no le gustaba nada verlo envejecer. Pues bien, Severiano Perez, nuestro probador,  no perdía ni una sola palabra de las que se intercambiaban madre e hijo y con su habitual tonillo madrileño opinaba sin ningún pudor:
-  O sea, que por lo que se oye y perdonen que me esté enterando de la conversación, usted, joven, va a casarse pronto y la boda va ser de “alto standing”  ¿ me equivoco? No, Señora no, no vaya por otro sitio que las cosas son como uno quiere que sean y si a la boda del niño van mil invitados es que en su familia hay mucho poderío ¿a que sí? Pero si también es verdad que la consorte, es decir la susodicha novia, es hija de los Marqueses de no se qué, entonces es que por la contraria también hay posibles, o sea que no me dan ninguna pena y hay que mantener el listón alto. Muy bien, pues solo me queda añadir, que por parte de Almacenes Cornejo, especialistas en celebraciones sobre todo de casamientos, todo va a resultar como ustedes desean y como han venido con tiempo y siempre que mi jefe esté de acuerdo, creo que usted dispondrá de un chaqué nuevo como se merece tan fausto acontecimiento.
-  Muchas gracias, me dijo usted que se llamaba D. Severiano ¿verdad?,
-  Si, ilustre dama, Severiano Perez para servirla a Dios  y a usted.
-  Pues nada, lo dicho – Doña Victoria se levantó, se volvió a retocar en el amplio espejo y salió a la calle seguida por su hijo el mayor.
En la puerta, Fermín, el chofer de toda la vida, se acercó corriendo desde el chiringuito donde estaba dando cuenta de una caña y una tapita de boquerones y abrió la puerta del elegante Mercedes de color blanco en el que tomaron asiento madre e hijo y después de oídas las direcciones en que tenía que dejarlos, arrancó y se introdujo por laberinto de calles que formaban a modo de una colmena el centro de Madrid, siendo la admiración de propios y extraños al tratarse de un modelo de vehículo nuevo en la capital.
Desde el ventanal de la sastrería, Severiano observó toda la maniobra y por su cabeza pasaron distintos pensamientos que le inducían a pensar en  aquel verso que siempre le repetía  la Segismunda, su madre : “si acaso nunca has conseguido el amor y la fortuna es porque nunca has podido llegar a la hora oportuna” y con los diferentes trajes en la mano fue colocándolos uno a uno en el fondo del pasillo, en una barra atestada de restos de serie de otros años. -  Lo tienes claro, colega, a seguir en el curro que todavía te quedan muchos años para la jubilación y a renglón seguido enganchó con el siguiente futuro novio  con una expresión que no por repetida resultaba agradable: pase por aquí, por favor que con el traje que le va a proporcionar los Almacenes Cornejo usted va a ser uno de los novios mas atractivos de los últimos años, ya lo verá.
 Fernando Altozano no tenía prisa esa tarde y después de dejar a su madre en las proximidades de la Puerta del Sol donde había quedado con unas amigas para ir al teatro, dio orden a Fermín que lo dejara en la Plaza de Neptuno y, por fín después de años, pudo disfrutar de un paseo por Madrid al atardecer y un día de primavera como el que se presentaba. Desde que terminó la carrera, hacía ya casi seis años, se había colocado en el Gabinete de Navarro y Moncada y a pesar de ser joven y en algunos aspectos completamente inexperto, se había convertido en uno de los mejores Abogados y los casos recaían sobre él, como si fuera el único profesional, pensaba con frecuencia, pero por otra parte se estaba formando como ninguno y eso y el reconocimiento de sus propios compañeros le producía un placer que anulaba todos los inconvenientes que tanto trabajo le provocaba. De acuerdo que era joven y que a su edad, como siempre le decía su padre, lo que hay que hacer es matarse a trabajar hasta llegar a un nivel y a partir de ahí los casos caen como llovidos del cielo, pero  lo suyo era excesivo. El despertador sonaba a las seis y media, la jornada laboral comenzaba a las siete y media con un café bebido en el despacho mientras su secretaria le recordaba los asuntos a tratar, recibía a los clientes hasta la una y media. A continuación jugaba al tenis en un club privado de la Colonia del Viso, tomada cualquier cosa en el mismo club y a las tres y media ya estaba de vuelta en el despacho para despachar con D. Jesús Navarro a quien daba cuenta de los asuntos tratados y a partir de las seis dictaba informes a una secretaria de rostro vulgar que parecía no tomarse mayor interés, pero que no perdía ni una sola sílaba de lo que Fernando le iba exponiendo.
Naturalmente que dependía de los días, pero nunca salía antes de las diez de la noche y a esa hora tomaba una copa en Mildford y se metía en la cama ciertamente cansado con lo que a los cinco minutos era presa de dulces sueños que sistemáticamente se veían interrumpidos por el sonido agudo del despertador para iniciar una nueva jornada laboral.
La pulcritud en el cumplimiento de estas tareas era matemática y el horario solo se veía alterado cuando Fernando tenía que acudir a algún juicio fuera de la capital, cosa que empezó siendo muy esporádica, como máximo una vez al mes y que con el paso del tiempo se iba haciendo casi una costumbre dos o tres días por semana.
En esos casos y dependiendo del lugar donde fuera la celebración del juicio, tenía  que desplazarse  a última hora a la vieja estación de Atocha o a la más moderna pero más alejada del centro que era Príncipe Pío. Allí se acomodaba en el coche cama y continuaba escribiendo informes hasta bien entrada la noche. Al día siguiente acudía al juicio y si había tren se volvía por la tarde y en caso contrario, esperaba a la noche y tomaba otro coche cama para reiniciar la nueva jornada laboral a su llegada a Madrid.
Esta carga de trabajo se repetía de lunes a viernes y era objeto de comentarios por mucha gente que indirectamente se veían involucrados en esa vorágine y no era raro que Fernando, sin decirlo obligara a una secretaria a quedarse hasta las nueve o  las diez de la noche.
La situación se tornaba absolutamente diferente los fines de semana que comenzaban a las diez de la noche del viernes y persistían hasta alta horas de la madrugada del Domingo. Fernando colgaba la chaqueta y la corbata, se vestía de manera informal y era visitante asiduo de muchos pubs de las zonas más chic de la noche madrileña.
Tanto por su aspecto como por las propinas que iba repartiendo, era un hombre conocido en muchos ambientes y su especial don de gentes le abría muchas puertas que para la mayoría se cerraban a cal y canto a partir de determinadas horas. En compañía de amigos, siempre empezaba en Mildford y terminaba tomando unos garbanzos con acelgas en “el Rincón del Gato” o bailando sevillanas en La Casa de Sevilla o incluso en EL Cosaco deleitándose con alguna exquisitez del este europeo. Era parco en el comer, elegante en el vestir, un señor con las señoras, un imparable enamorador, discreto en las juergas con mas de una persona, lanzado en el amor y tenaz hasta la extenuación.
Su dominio a la perfección de tres lenguas extranjeras, inglés, francés e italiano, amén del castellano le convertía en un perfecto conversador y un cicerone de excepción para muchas turistas que deambulaban por los pubs y eran objeto frecuente de su atención y llevadas por su exquisita educación terminaban compartiendo sábanas en su moderno y bien decorado apartamento en un precioso ático en los aledaños del Parque del Retiro.
Sin embargo, su bien ganada fama de conquistador en las noches madrileñas, se vio truncada de raiz por un incidente casual que transformó la vida de Fernando Altozano.