Queridos blogueros/as: Hoy es un poco tarde y por eso no voy a escribir mucho, pero ya se puede apreciar que la tal Ana tiene su genio y eso que parecía una mosquita muerta.
De todas las maneras tengo que reconocer que después de tantos años no tengo ni idea lo que he escrito y voy leyendo cada capítulo según van saliendo. Ya se que es difícil de entender, pero es la verdad y luego tengo una manera de escribir que parece que voy bajando una escalera saltando los escalones de dos en dos y por eso me resulta un poco complicado, pero cada uno escribe como quiere ¿o no?
Lo que si os puedo asegurar es que la segunda parte está cuidando guay y eso que todavía no la he terminado, pero ya veréis como os gusta.
De resto de lectores ni opino porque no se quienes son
Bueno que lo paséis y seáis felices, bueno por lo menos un poco.
Hasta la próxima
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO 29.-
Las luces que ensombrecían
la discoteca se movían como impulsadas por una suave brisa y provocaban agudos
contrastes entre el sudor de las frentes que se agolpan en el centro de la
enorme pista de baile y la placidez de los que se encontraban cómodamente
sentados en las mesas que, como islas en el mar, se distribuían por las
proximidades de la zona encerada, dedicada a los bailones.
Grupos de jóvenes se
repartían entre los dos ambientes e incluso se mezclaban al reclamo de la
música caribeña que impregnaba todos los rincones de la Discoteca Don Juan.
Situada en el centro de Madrid, era el lugar de reunión de la juventud
madrileña. Allí los fines de semana se alternaba sin necesidad de enseñar el
currículum, aunque la mayoría de los jóvenes eran profesionales y estudiantes universitarios que aprovechaban
sus horas de asueto los fines de semana para solazarse y hacer nuevas
amistades. Los pantalones vaqueros, las camisas de cuadros con botones en el cuello,
jerseys a la cintura, zapatos mocasines de marca y abundante gomina eran los
ingredientes habituales de todos los que intentaban acercarse a las dos barras
que se encontraban estratégicamente situadas a la entrada y a uno de los lados
de la zona mejor iluminada. Las chicas con minifaldas de diferentes colores,
botas de cuero y el pelo largo recogido en las nuca, distribuían sus miradas
entre los que entraban y los de las barras.
En una de las mesas,
situada casi al lado de la puerta, se encontraba Sonia, una de las mejores
amigas de Ana que disfrutaba del gentío que se movía por aquella sala. La mesa,
pequeña, que casi les daba en las rodillas, estaba hasta arriba de copas a
media acabar y los ceniceros eran reflejo de la calidad de sus inquilinos.
Gente joven, con unos veintidós o veintitrés años de media que no paraban de
beber y de fumar, como si en ello les fuera la vida. Los restos de cubatas, gin
tónics y hasta las botellas vacías de Coca-Cola se agolpaban encima de esa mesa
esperando la llegada de algún camarero que, de vez en cuando se llevaba todas
las copas, hacía una pasada con un trapo amarillo y dejaba la mesa tan limpia
que parecía de estreno
Ana volvía en ese momento
de la pista de baile y una sonrisa llenaba toda su cara mezclándose con unas
gotas de sudor que le resbalaban desde la frente y se detenían al llegar a unas
bien cuidadas cejas. Separó la silla y se sentó, permaneciendo en silencio,
mientras seguía el ritmo de la música con pequeños movimientos de los dedos. Se
apuró, de un trago, el resto de gin tónic que todavía estaba sobre la mesa y
acercó su cara hacia Sonia que trataba de decirle algo.
- Este sitio está bien, pero tiene una cantidad
de ruidos que no se puede hablar ¿verdad?
- ¿Qúe dices?- Ana hizo como si se colocase una
trompetilla en la oreja izquierda.
- Que aquí no hay quien hable- Sonia elevó su
tono de voz - ¿me acompañas al lavabo?
- Si, vamos, que yo me estoy haciendo pis desde
que salí de casa y no aguanto más.
Las dos amigas se
levantaron de sus respectivas sillas y desde allí avisaron al resto de los
amigos que estaban bailando y por señas les explicaron que se iban al servicio.
Sorteando mesas y sillas, llegaron a los repletos servicios introduciéndose Ana
en una pequeña cabina mientras que Sonia se retocaba el carmín de unos bien
perfilados labios. A los pocos segundos, apareció Ana que aprovechó ese rato
para retocarse también los labios y pasarse un peine. Las dos amigas salieron y
casi en la puerta continuaron la conversación
- Entonces ¿te vas a venir con nosotras a
vivir?
- Todavía no lo sé. Por una parte me vendría
muy bien, porque la pensión me cuesta una pasta, pero por otro, me da un poco
de miedo. Si fuera contigo sola, no lo pensaba ni un segundo, pero con Lourdes
no se si me apetece.
- Pero, ¿por qué dices esa tontería? – Sonia le
agarró por un brazo para que se apartase – te podías fiar de mí y si yo te digo
que es buena gente no te voy a engañar ¿no te parece?
- De verdad que no se que hacer – Ana avanzaba
lentamente hacia la pista – ya te digo, si fuera contigo sola ni lo pensaba,
pero las tres no se, no se.
- No seas tonta y anímate. Mira: hacemos una
cosa – en la expresión de Sonia se reflejaba las ganas que tenía de compartir
con su amiga de hacía tantos años, su piso en Madrid. Le daba pena que su amiga
no se fiara y no sabía como hacer para convencerla que las tres disfrutarían de
múltiples ventajas, entre ellas y posiblemente la mas importante era la de
compartir gastos, al fin y al cabo, Madrid era una ciudad muy cara y los
ingresos de la gente joven eran mas bien escasos. Ana que, al principio, dijo
tajantemente que no, iba cediendo lentamente en cada encuentro, como si
quisiera convencerse a si misma antes de dar el paso y lo que era una negativa
rotunda se había convertido en un no se que hacer. Sonia insistía porque sabía
que Ana no atravesaba una situación especialmente agradable, al fín y al cabo
era amiga tanto de ella como de Antonio y conocía a la perfección lo que había
ocurrido entre ambos, incluso había vivido las dos etapas, una primera de
absoluta compenetración y la segunda en la que empezaron las malas
interpretaciones, y por lo que ella sabía también por una cabezonería de ambos,
las cosas se fueron enconando y acabaron con el conocido despido de Ana de la Empresa de Celebraciones “La Hiedra ”. Hasta ahí, era un
tema conocido por todos los amigos comunes, sin embargo Sonia pensaba que había
algo más, aunque no tuviera razones de peso para asegurarlo, pero su instinto
de mujer le indicaba que lo que era de dominio público y conociéndolos tan bien
como ella, era poco concluyente. Lo que estaba claro es que, por las razones
que fueran, Ana estaba sin trabajo y aunque en su época del “catering” debió
hacer unos buenos ahorros, ahora tenía que mirar la peseta y no gastar
alocadamente como en su etapa final en “La Hiedra ”, donde,
gracias a su buen hacer, ganaba más dinero en comisiones que en sueldo y
se había convertido en una de las mas deseadas de la noche madrileña.
A pesar de las notables
diferencias, Sonia y Ana habían conseguido mantener su amistad con un gran esfuerzo
por parte de las dos y no era otro que el de verse dos días a la semana en el
gimnasio Juventus. Allí, los Martes de dos a cuatro y los jueves de tres a
cuatro, charlaban de lo divino y lo humano y eran citas para recordar sus
principios y su llegada casi a la vez a la capital de España, ambas con
multitud de cosas en común, por ejemplo, las dos de pueblo (y a mucha honra que
repetía Ana un día si y otro también), de buenas familias, el padre de Sonia
Abogado en un pueblo a las orillas de Miño y el de Ana Médico, cercanas a la
treintena de años, algo más joven en el D.N.I Sonia, pero de aspecto muchísimo
más joven Ana, con maneras de pensar similares y con las mismas ganas de
comerse el mundo en cuanto a trabajar y de ponérselo por montera a la hora de
divertirse, moviéndose en los mismos ambientes de gente joven, en un nivel
social que les permitía viajar y darse la mayoría de los caprichos que se
tienen a esa edad.
Para las dos amigas, que
se habían conocido en un campamento de verano cuando tenían doce años, la
amistad era lo más importante y la cultivaban dedicándole muchas horas a la
semana, durante años. Por eso, los problemas de una, eran los problemas de la
otra y entre ellas no había ningún secreto, hasta los amores se discutían en la
tranquilidad del pequeño bar que las acogía frescas y lozanas, después de una
ducha reconfortante, en las proximidades del gimnasio.
Sonia sabía que entre
Antonio y Ana se había acabado esa especie de atracción que nunca llegó a nada
y que a partir de ese momento todo se desarrolló con una velocidad de vértigo.
Le parecía que no hacía ni un mes que Ana había conseguido lo que para ella era
el sueño de su vida y todavía se acordaba que fue ella la que la llamó al
Colegio Mayor para quedar y darle la noticia, con una cara que irradiaba
felicidad, de su nuevo trabajo y de las condiciones económicas del contrato.
Entonces, parecía que fue ayer y ya habían transcurrido hace casi dos años,
Sonia intentaba hacerla reflexionar y la aconsejaba que lo pensara bien, porque
aquello parecía el cuento de La
Cenicienta ; chico bien educado y de buena familia busca chica
de un nivel un poco inferior al suyo para compartir ganancias sin pedir nada a
cambio. Aquello sonaba muy mal, pero hasta hacía solamente una semana tenía que
reconocer que se había equivocado de medio a medio y lo que parecía que había
gato encerrado se había convertido en una auténtica relación profesional
enteramente satisfactoria para ambos en la que Ana ponía su simpatía personal a
la hora de contratar bodas, bautizos y comuniones y Antonio unas perfectas
respuestas a las expectativas de los que solicitaban sus servicios. De esta
manera tan simple, la empresa fue adquiriendo nombre entre las familias
madrileñas y ya iban por seis meses de turno de espera para organizar cualquier
evento, a pesar de haber subido las tarifas en casi un cincuenta por cien.
Las divergencias
comenzaron cuando Ana organizó una fiesta de Fin de Carrera en el chalet que
los Condes de Butarque tenían en la conocida Urbanización de La Florida con motivo de la
finalización de los estudios por su hijo Borja. Se había convertido casi sin
darse cuenta en un conocido Arquitecto, a pesar de sus pocos años y su madre,
Doña Isabel Perez de Iturralde, quería premiarle de alguna manera, pero siempre
por sorpresa y para ello había contactado con Ana y quedaron en verse en una
cafetería en las proximidades de Aravaca.
Hasta allí se desplazó la Relaciones Públicas
del catering y durante cerca de una hora estuvieron charlando sobre la calidad
y cantidad de los canapés, las bebidas y la forma de organizar las mesas en el
amplio jardín que la
Señora Condesa tenía en los alrededores de su chalet. Como casi siempre, coincidieron en
todo, menos en el precio que a Doña Isabel le pareció algo elevado, más si
tenemos en cuenta el número de invitados, lo que para Ana no era ningún
inconveniente porque lo primero son los detalles y el resto se arreglaba con
facilidad. Lo importante era que estuviera a gusto con lo ofertado y que el
evento fuera un motivo de alegría para todos. Después de una pequeña discusión,
todo quedó aclarado y Doña Isabel firmó el correspondiente contrato en el que,
de puño y letra, hizo constar que sería causa de rescisión del mismo el que se
supiera que el día 24 de Mayo habría una fiesta en la calle Río Orbigo 34.
- No se preocupe que estamos acostumbrados y la
discreción es una de las virtudes de nuestra empresa.
Esa misma tarde, Ana se
reunió como era habitual con su jefe y sobre todo amigo Antonio de Lucas y le
contó todo lo hablado con la
Señora Condesa.
- Es bastante exigente, pero lo único de verdad
que le preocupa es que su hijo no se entere de la fiesta. Lo demás y aunque lo
disimule, me parece que le importa un pito.
- ¿Estaba de acuerdo con el precio?
- Hombre – Ana se retiró el pelo de la cara –
le pareció caro, pero le bajé un poco y estuvo de acuerdo, aunque yo sigo
insistiendo que la subida ha sido excesiva y lo notaremos en la disminución de
los contratos y si nó, dentro de un mes,
veras como tengo razón.
- Ana, joder, no seas pesada – Antonio se
levantó de la mesa repleta de papeles y miró distraído por el amplio ventanal y
desde el que se divisaba una preciosa panorámica del centro de la capital de
España – ¿ no te llegó con la discusión que tuvimos hace unos días? No quiero
meterme donde no me llaman, pero tienes que estar de acuerdo conmigo que
últimamente estás muy rara y lo peor de todo es que no lo quieres reconocer y
así nadie te puede ayudar, pero estás que no te aguantas ni tú misma.
- Vamos a dejarlo, Antonio ¿vale? Te repito que
no me pasa absolutamente y lo único es que no estoy de acuerdo con tu política
de precios y nada más. Si esto lo interpretas como que no hay quien me aguante,
pues muy bien, pero no es así – Ana decidió no continuar por ese camino que no conducía
a ninguna parte y solo quería dejar muy claro que este era un caso especial
porque la Condesa
lo único que quería era que nadie, ni siquiera su marido, se enterase de su
fiesta sorpresa – Bueno, en el caso este, lo ideal sería que ni el cocinero se enterara
de la dirección y así evitamos que alguien se vaya de la lengua, ¿te parece?
- Bueno, como quieras, pero parece que es la
primera vez que hacemos una fiesta así.
- Conmigo sí, porque hasta ahora no se me había
dado el caso.
- Bueno, bueno, lo hacemos como tú quieras.
- Muy bien, pues si no mandas nada, me voy que
tengo una entrevista con la dueña de un apartamento para ver si me cambio y me
espera a las siete.
- Muy bien, Ana, espero que encuentres lo que
buscas. ¿Vas a venir mañana?
- Si, tengo que ir a ver una finca que nos han
ofrecido cerca de El Escorial, pero casi mejor lo dejo para por la tarde, o sea
que a las diez estoy aquí.
- Fenomenal, mañana nos vemos. Según sales,
dile a Ernestina que pase.
Ana se levantó, con la
ayuda de Antonio se ajustó su bonito abrigo de visón y después de ponerse unos
guantes negros de fina piel, salió del despacho con un hasta luego.
Ernestina, la secretaria,
estaba al teléfono, como casi siempre, mientras pasaba rápidamente las hojas de
una libreta grande tratando de buscar un agujero en la muy apretada agenda de
su Jefe.
- Perdóneme, Don Luis, pero el primer día que
tiene libre es el próximo jueves, ¿le viene bien ese día a las siete y
media?................. No, hombre, no, a las siete y media de la tarde...........
¿Prefiere por la mañana? Bueno, casi mejor. ¿El martes a las once y media? Muy
bien, queda usted anotado para ese día. Adiós Don Luis, hasta ese día. Adiós –
la secretaria colgó y extrajo un pitillo de un paquete de Ducados que tenía
encima de la mesa, lo encendió y dio una larga calada, notando que sus pulmones
se llenaban de un humo que los invadía hasta sus últimos rincones. Miró
detenidamente a Ana y después de algunos años de trabajo en común tampoco era
tan difícil adivinar cuando las cosas iban mal y parece que esta vez iba en
serio.
- Ernes, te llama el Jefe.
- Joder, tía, tienes un careto que da miedo
¿marejada en el Cantábrico?
- Lo que hay es mucho mar de fondo, con olas de
muchos metros y como las cosas sigan así
yo, desde luego, abandono el barco y el Capitán que haga lo que quiera.
- ¿Tan mal está el asunto?
- Peor de lo que te imaginas – Ana se miró en
un pequeño espejo de mesa dispuesto encima del ordenador – Venga, pasa que me
parece que no esta el horno para bollos.
- Voy, voy – la secre se acercó a la puerta del despacho de su Jefe con la correspondiente libreta en su mano derecha y
el bolígrafo en la izquierda dispuesta, como otras veces a soportar los
improperios de Antonio – que no cunda el pánico, las mujeres y los niños
primero.