Queridos blogueros/as: FELIZ 2012 y que se os cumplan todos vuestros deseos. De momento y para variar había empezado a escribir y no se a que tecla le he dado que se ha borrado todo. En fin, es casi primero de año y no merece la pena cabrearse por eso, pero ¿donde se habrán metido las puñeteras letras? Prometo solemnemente que este 2012 tampoco me va a enseñar mas de lo que se de informática, entre otras cosas, porque no me pienso dejar. Con lo que se me basta por aquello de que el saber ocupa lugar y tampoco se trata de rellenar mi cerebro con cosas de éstas. Prefiero de otras divertidas
Año nuevo, historia nueva y hay que cumplir con la tradición como eso de tomarse las uvas con algo rojo que en mi caso debió ser con los ojos porque había tanto humo que no veía ni la tele.
El relato que hoy propongo es distinto a los cuentos para pensar que le han precedido. Por cierto ¿alguien ha pensado algo? Este es un relato mucho mas largo, lo he dividido en 16 capítulos pero hoy, por ejemplo, he decidido publicar dos, porque uno me parecía una ración algo escasa. A mi me parece que no queda mal. El protagonista soy yo, lo cual siempre es un aliciente y el paisaje es practicamente entero cedeirés con lo que ya tengo asegurada la lectura de mas de uno. Como en todo lo que escribo, una parte es verdad, lo de gordo, por ejemplo, pero otras no lo son tanto y algunas mentiras que no se las cree ni el autor que también soy yo. El final es bonito, pero como todavía os quedan catorce capítulos y habrá tiempo de comentarlo.
Espero que os divierta
Un abrazo
Yo, Tino, el Tío Tino, Faustino Belascoaín o el Abuelo Tino ¡como queráis!
Paseo por el Torraiba
Faustino Belascoain Bastarreche
Cedeira. Agosto 2008
CAPITULO 1.- CAMINANTE NO HAY CAMINO, SE HACE CAMINO AL ANDAR Y DE PASO HAGO MI PRESENTACIÓN POR SI ACASO TODAVÍA HAY ALGUIEN QUE NO ME CONOCE
Como todos los días a las nueve y media de la mañana Faustino Belascoain Bastarreche entra en “La Paz”, libros, prensa y material escolar a la izquierda y merceria en el lado derecho, saluda a Agustin el dueño, compra el diario “El Mundo” y de paso le regalan en el mismo lote “El Correo Gallego” por lo que de una sola tacada y por un euro tiene las noticias nacionales y las de ámbito local para leer.
A continuación, vuelve a su casa, deposita los diarios detrás de la puerta de portal, agarra un bastón de madera de castaño que le acompaña en todas sus caminatas desde hace ya muchos años y comienza una nueva excursión.
Previamente se ha despedido de su mujer, Tere, que se despereza placidamente en una amplia cama de matrimonio y que como todos los días le ha preguntado si hace bueno. Tino se ha asomado a la ventana y como todos los días también contesta: Nubes y claros para variar, pero está vez mas nubes que claros.
- ¿Lloverá?- la pregunta salía de los labios de Tere que permanecía con los ojos cerrados.
- Yo creo que no, pero en Cedeira ya se sabe, lo que ahora parece que no, dentro de un rato es que si.
- Entonces casi vete tu solo porque ya sabes que la lluvia me molesta un montón – dicho lo cual, se dio media vuelta, encendió la radio y se dispuso a continuar durmiendo.
- Bueno, pues, hasta luego. Iré al Pico Torraiba ¿o es Tarroiba? Nunca me acuerdo y volveré por Punta Candelaria. Me llevo el móvil ¿vale?
Le dio un beso en la mejilla y salió. Efectivamente el día era típico, el cielo parcialmente azul, nubes negras en los montes próximos que no presagiaban nada bueno y un viento fuerte y algo fresco que contribuía a que las nubes pasaran con rapidez.
Tino se subió la cremallera del viejo jersey azul y caminando lentamente pasó al lado del río Condomiñas, que esta vez si que era un riachuelo de escaso caudal porque solo se hacía hombre cuando la marea estaba alta y cruzó el puente de madera situado enfrente de La Junquera. Se quedó unos segundos mirando los patos entre los matorrales. Eran como ocho o diez, de muy distintos colores, que entraban y salían del agua cada vez que el más grande, que más parecía un cisne que un pato por su elegancia y altivez al nadar, dictara la orden y los pequeños la cumplían sin rechistar.
Los animales se apercibieron de la llegada de una gran cantidad de diminutos peces que se acercaban sin preocupación alguna agitando sus pequeñas colas provocando una alegría en las aguas de aquel medio río, medio lodazal. Los patos se movieron con agilidad y se metieron tranquilamente en el río sin apenas apreciar la baja temperatura del agua. Con precisión matemática y en formación rigurosamente militar se acercaron a los peces y ante la orden del que hacía las veces de cisne, introdujeron sus picos en el agua y tres de seis salieron con un pez.
Los peces conscientes de su superioridad numérica, pero en clara inferioridad en cuanto a su capacidad defensiva, iniciaron una maniobra de profundización hasta confundirse con el lodo del fondo del río.
Tino, desde la carretera que a través de una empinada cuesta se unía a la principal que llegaba hasta el Faro de Punta Candelaria, observaba la estrategia utilizada por los patos y por su cabeza pasaron multitud de preguntas sin respuesta ¿Cómo sabían que venían unos cuantos peces por el agua si estaban en la orilla? ¿Cómo era posible que tres patos a la vez metieran la cabeza en el agua y los tres salieran cada uno con un pez? ¿Estarían coordinados entre ellos? ¿Serían inteligentes? ¿El más grande sería el jefe? ¿Cómo transmitiría las órdenes?
Con todos estos pensamientos Tino continuó su camino. La carretera, estrecha pero asfaltada de una manera artesanal, iba aumentando su inclinación al igual que las respiraciones del Dr.Belascoain. Los pasos se iban haciendo más cortos y los gemelos de sus bien torneadas piernas se iban haciendo más abultados en base al esfuerzo necesario para subir la cuesta.
- No pesan los años, pesan los kilos y eso que este invierno he adelgazado casi 12 kilos que sino, no subo yo esto ni harto de vino
Don Faustino Belascoain Bastarreche, 62 años, casado, padre de cuatro hijos, tres hembras y un varón y Cirujano Plástico desde los años setenta, era un veraneante de los muchos que desde tiempo inmemorial pasaban un mes descansando en Cedeira.
Conocido por todos como Tino, el Dr.Belascoain era un hombre entrado en carnes, término cariñoso para definir lo que toda la vida se ha llamado un gordo, de importantes entradas por la parte frontal de su cabeza y ya no entradas sino mas bien salidas en la parte posterior por lo que se podría considerar, mas o menos calvo, ojos de un negro intenso, con bolsas en los párpados inferiores, nariz, boca y mentón sin nada importante que resaltar, excepto la barbilla que casi se continuaba con el tórax a través de una mas que importante papada, aunque últimamente parecía que había bajado algo pero que de continuar el verano mucho mas tiempo, recuperaría con rapidez porque las tapas, los cubatas y la trasgresión de los principios básicos de la dieta, eran la norma habitual. Atrás quedaron aquellas penurias de las lechuga y el filetito de pollo a la plancha a diario y pecar los sábados con un suculento plato de pasta a palo seco y hasta el delirio de una cerveza sin alcohol y casi sin solución de continuidad había pasado a los sustitutos del verano de cualquiera que no estuviera a régimen que eran absolutamente nocivos para su dieta pero mucho mas apetecibles.
La barriga era su mascarón de proa y la que siempre llegaba primera a todos los bares, en pugna con un tórax fuerte, al igual que los brazos y completando su anatomía corporal unas gruesas piernas bien torneadas (es bonito el término ¿verdad?) Con unos gemelos que destacaban por su grosor, fruto del ejercicio diario al que eran sometidos.
Los brazos no estaban mal para alguien que hacía muy poco ejercicio físico, aunque la flacidez se iniciaba en la parte de atrás y a buen seguro que seguiría su lento caminar hasta completar toda la extremidad. Las manos, manos de cirujano que decían sus amigos, ¿como serían esas manos? ¿Será que para ser cirujano hay que estar dotado de una habilidad especial? ¿No será que los cirujanos, en general y desde luego no era el caso, se lo han montado así para parecer que son como una especie única? Se miraba las manos y las veía mas bien finas pero como las de cualquiera que no fuese un trabajador manual y eso sí con un grave defecto en los dedos y era su inevitable manía de morderse las uñas casi hasta la raíz, lo que provocaba múltiples enfrentamientos con su mujer y muchas veces en la consulta le daba vergüenza hasta enseñarlas, pero había probado de todo y no era capaz de abandonar esa manía. Lo último que se le había ocurrido era probar con uñas de porcelana. En cuanto pasara el verano tenía el firme propósito de intentarlo por enésima vez.
En definitiva, un tipo normal, gordo, eso si, con buena pinta excepto cuando “excursioneaba” que se calzaba unas gruesas botas “Quechuas” para profesionales, calcetines mas gruesos todavía, pantalones cortos, camisa o niquis mas bien viejos y gastados y una gorra que le cubría la calva y solo dejaba asomar algunos pelos de la nuca.
Sin embargo, cuando por la tarde y después de una buena ducha, bien afeitado y oliendo a Colonia de Dior, se vestía con su niqui Burberrys, pantalón corto de golf y náuticos, aquello ya parecía lo que realmente era: un cirujano de vacaciones.
Tino continuaba ascendiendo por el serpenteante camino tirando de su oronda anatomía corporal, mientras que bordeando las cunetas se acumulaban las pequeñas casetas llenas hasta decir basta de aperos de labranza, los diminutos chalets de madera que empezaron siendo chabolas y que a base de pequeñas pero permanentes reformas se había ido transformando en refugios de fin de semana o en lugar para “chuletear” con los amigos y hacer carnes o pescados a la brasa en rústicas barbacoas hechas con tambores de lavadoras en desuso e incluso, importantes casas de verdad, auténticas mansiones, diseñadas por profesionales, con permiso municipal, planos visados por el Colegio de Arquitectos y hasta cuadrillas venidas hasta de otros ayuntamientos.
Una casa pequeña, casi en el ángulo de una curva, pintada de un color rosa de esos que te hace dudar de la existencia de Dios, desentonaba y de que manera con el verde de los campos. El calor hacía acto de presencia, lo justo como para plantearse si era mejor quitarse o ponerse el jersey y el viento se había convertido en una ligera brisa prácticamente imperceptible.
Las gotas de sudor comenzaban a resbalar por la frente de Tino y continuaban por el pecho provocando unas incómodas manchas a nivel donde las mujeres presentan unos aditamentos admirados por todos los que no pertenecen al género de los imbéciles, lo que le provocaba un sentimiento de pudor que solamente sería evitado en el caso de ponerse una camiseta lo que no era una práctica habitual en el Dr.Belascoain.
Cada poco hacía una “paradinha” y en una de esas y a todo lo largo de una pared de un blanco inmaculado, alguien había escrito “Gora ETA” y debajo con spray de diferente color, con lo que no era difícil suponer que había sido otra persona, habían completado el cuadro con un tajante “hijos de puta” y una flecha hasta el nombre de la banda vasca.
¡Que pena! Aquello molestaba a la menos importante de las sensibilidades, rompía por completo el entorno y constituía un atentado al paisaje. Los grafiteros o los que fueren los autores de tales carteles demostraban no tener ningún respeto hacia el resto de los que pasaban por aquel lugar. Las cosas de la política que se discutan en el Parlamento que para eso está y dejar las paredes tan blancas como quieran sus dueños, al fin y al cabo, las palabras se las lleva el viento, pero las pintadas solo se retiran cuando las cubre otra pintada.
La llegada a la carretera principal, la que nos lleva directamente al faro de Punta Candelaria, Candieira en gallego, marcó el inicio de una subida de mucha menor intensidad. El asfalto mejor, el ruido de los pocos coches que bajaban alteraba la tranquilidad del lugar mientras que las sombras de los eucaliptos distribuidas a lo largo y ancho de la carretera hacían el camino más apetecible.
El almacén de Butano continuaba pegado a la casa de Carmiña con el consiguiente peligro y justo enfrente, en el cruce hacia la carretera de San Antonio, Vilas estaba edificando tres chalets adosados y muy bien adosados porque la parcela era bastante pequeña, pero si Andrés Vilas, el cuñado Andrés para los de la familia Rey construye, es porque la normativa vigente lo permite, aunque parezca una barbaridad.
CAPITULO 2.- SEGUIMOS CON EL CAMINO
La carretera iba aumentando lentamente la pendiente al igual que las sombras que aportaban los eucaliptos mientras disminuía el tráfico rodado con lo que se apreciaba mejor el silencio del bosque. El roce de las botas al pisar las piedras del borde del asfalto marca el ritmo del número de pasos por minuto. Es regular, lento, acompasado y en ocasiones se ve alterado al variarlo por aparecer alguna piedra más grande que es violentamente golpeada con la puntera como si estuviera chutando en el mismísimo estadio Santiago Bernabeu.
Pasado el cruce de Trasmonte y una vez dejamos atrás la carretera, Tino comienza a subir por la típica “corredoira”. Camino que invade todo el campo gallego, del tamaño, mas o menos, de un carro de esos que antiguamente transportaban la leña dejando tras de si un sonido como de tristeza y melancolía que contribuía a aumentar la sensación de soledad del campesino y que ahora, en los tiempos que corren habían sido sustituidos por tractores que dejaban su huella permanente en forma de rodadas, los toxos casi los anegan , las piedras son el asfalto y la cuesta inicial hace que Tino se detenga, resople con intensidad y con la ayuda de su inseparable bastón avance lentamente con la sana intención de no mirar hacia arriba y concentrarse solo en las numerosas piedras que inundan la subida pero, como siempre, puede mas la curiosidad que lo pensado y a los pocos minutos se detiene y contempla como todavía le quedan muchos metros de cuesta.
Nuevas respiraciones profundas apoyado en el bastón tomando el aire por la nariz y expulsándolo por la boca como le habían enseñado cuando jugaba al fútbol, era un ejercicio habitual para Tino en cuanto el camino se empinaba lo mas mínimo. Andar, lo que se dice andar, lo hacía bastante bien pero también tenía muy claro que Dios no le había llamado por el camino de la escalada, ni para trepar por caminos escarpados. Para eso ya estaban las cabras. El, era caminante de caminos.
La ascensión tenía que hacerla necesariamente de manera lenta y así, entre jadeos y respiraciones entrecortadas, la va haciendo y aunque su corazón parece que pugne por salirse del tórax al final siempre triunfa el sentido común y se termina en lo más alto. Alguna vez, afortunadamente las menos, algún latido se iba de vacaciones olvidándose de su importantísima labor en la cadena sucesiva de contracciones del músculo cardíaco y la maquinaria reaccionaba con indignación y signos de ahogo que, afortunadamente se pasaban a los pocos segundos, pero lo habitual es que no pasara nada de esto y la ascensión terminase con pesadez de piernas y alegría en el cerebro por un nuevo reto conseguido.
En el caso de Tino, el hecho de haber sufrido un infarto diez años antes le hacía padecer con mayor preocupación cualquier afectación de la central cardiaca. Le encantaba andar, la prueba está que ese recorrido lo había realizado en múltiples ocasiones, pero las esporádicas arritmias le hacían detenerse en seco y recuperar. Todo esto le provocaba unas limitaciones importantes y por eso, ésta y muy pocas mas, eran de las contadas veces que andaba solo, porque siempre le daba por plantearse ideas absurdas y así pensaba, por ejemplo, que se quedaría tumbado en el medio del campo y sería mordido por una jauría de perros asilvestrados lo que contribuía a acrecentar la sensación de angustia, solo superada, al cabo de unos minutos, cuando era consciente que le mordieran o no, tenía que continuar y poco a poco iba superando ese miedo sin mucho sentido e iba volviendo a la realidad en la que no solo nadie le mordía sino que tampoco se perpetuaba la sensación de mareo. Conclusión final: nunca mais volverá a caminar solo, pero se hace reincidente con demasiada frecuencia porque el hombre propone y Dios dispone y a los pocos días recunca como si nada hubiera pasado.
Tercera estación: Tino se para, casi al final de la cuesta, porque las piernas van bien, pero la maquinaria parece que inicia una larga cabalgada y los latidos cardíacos simulan los cascos de los caballos. Se vuelve a aplicar el dedo índice en el cuello y se palpa un latido rítmico, regular, fuerte, seguro.
- Falsa alarma – piensa reconfortado y después de admirar el paisaje que se adivina a través del bosque que forman infinitos eucaliptos, continúa con paso algo más decidido hasta completar la subida.
Una vez arriba, en una especie de falso llano, es el momento de mirar atrás para ver, con la sensación del deber cumplido, como se acaba la dichosa cuesta y notar con alegría como, esta vez, las piernas han respondido mejor que otras veces, posiblemente por la ausencia de exceso de equipaje, ya que diez o doce kilos son, como decía su amigo Arturo Lisbona experto endocrinólogo, diez o doce Coca Colas de litro que se había quitado del cinturón de la gordura y aunque todavía tenía bastantes mas en la reserva, diez menos son diez menos, se mire por donde se mire. Piensa que la gordura es como dejar de fumar ¿Cuántas veces lo había intentado?, no podría contarlas, pero vivía en Majadahonda a veinte kilómetros de Madrid y hasta su trabajo en el Hospital de la Seguridad Social de La Paz contando paradas por el intenso tráfico y demás inconvenientes de las grandes ciudades, tenía todos los días entre tres cuartos de hora y una hora de coche en los que los Ducados caían uno detrás de otro y raro era el día que Tino no se planteaba dejarlo porque era consciente de lo nocivo para su salud y así unos días no fumaba el primer pitillo hasta no llegar al garaje de casa o hasta el cruce con la carretera de El Escorial o incluso hasta la Ciudad Universitaria y ya era una auténtica machada, pero estar todo un día sin fumar era una tarea imposible. Sin embargo, todo lo difícil que es dejarlo cuando estás sano se torna simple cuando te encuentras mal. Para Tino el simple hecho de acordarse de su estancia en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Residencia de Ferrol, era suficiente para que el cigarrillo no hiciera acto de presencia entre sus dedos y el deseo de fumar fuera inmediatamente amortiguado.
Aun ahora, y ya habían pasado once años de aquel incidente, todavía tenía ganas de fumar, sobre todo en determinadas ocasiones, pero como es lógico el esfuerzo para rechazar el tabaco era mucho menor y siempre pensaba, aunque sabía que esa situación no se iba a producir nunca, que si un Médico le dijera la fecha de su muerte, o al menos que no se iba a quedar “lelo” en una silla de rueda , ese mismo día comenzaba a comer y por supuesto a beber porque al fin y al cabo había sido gordo y fumador desde los trece o catorce años y tenía sesenta y dos, o sea que era un vicio de muchos años.
El camino hacia el pico Torraiba, ¿no será Tarroiba?, continuaba. Las roderas de los tractores iban haciéndose cada vez menos perceptibles y el césped trataba de abrirse camino entre las piedras haciendo que el recorrido se fuera pareciendo mas a una alfombra. Los helechos querían contribuir a ese cambio de decoración ampliando el escenario hacia los bordes y hasta los propios eucaliptos se sumaban al espectáculo dándole altura a ese gran teatro que se formaba de manera natural.
El valle de Régoa parecía encajonado y distintos caminos hacían de hilo conductor entre las casas distribuidas como si hubieran sido depositadas desde el cielo sin orden ni concierto, aportando como copos de nieve a un paisaje fundamentalmente verde.
Muy de vez en cuando, el monótono rugir de algún vehículo y los ladridos de algunos perros en la lejanía contribuían a alterar el silencio que estaba como suspendido en cada copa de cualquier árbol. El sonido del bosque, ese sonido que no suena pero que ese oye, que parece que no está pero que está, llenaba todo el espacio y así la orquesta estaba formada por las hojas de los eucaliptos que entrechocaban como si de unos platillos se tratase, el trino de algún pájaro, las ramas secas del suelo que daban color y calor al ser pisadas, el roce de las babosas en su lenta caminar hasta San Andrés y hasta los cables de alta tensión con su “chirrío” se englobaban en ese conjunto musical cuyo destino final era conseguir una obra que llenase el espíritu de paz, felicidad, tranquilidad y sosiego.