CAPITULO 21.-
Un día de otoño en que los
árboles se desnudaban en medio de las amplia avenida dejando sus ropas en forma
de hojas en los parques del pueblo, el
Médico titular, Doctor Don José Luis Segura, oyó su nombre y dándose la vuelta
una figura de unos ciento diez kilos de peso con una calva que le dejaba la
cabeza monda y lironda, una manos enfundadas en unos guantes de cuero por los
que asomaban un forro de piel de cabra y una bufanda de oscuros colores, se
abalanzó sobre él y casi sin darle tiempo a reaccionar se puso, a voz en grito,
a ensalzar la figura de su viejo amigo. Al parecer, Gustavo Mundeñías y D. José
Luis habían sido compañeros de Facultad y compartido muchas horas de estudio en
la biblioteca. Sus vidas habían sido en paralelo hasta que las circunstancias
del destino los había separado; uno para un pueblo y otro a la Universidad de Ohio
- ¡Pero Jose Luis si estás igual que hace
treinta años¡ No me ha hecho falta ni llegar a tu casa, nada mas verte me he
dicho para mí este es Jose Luis y eres
Jose Luis ¿a que sí?
- Pues claro que soy yo y tú Gustavo ¿dónde te
has metido desde hace tantos años?
- Ya ves, la vida que da muchas vueltas, pero
lo importante es que nos volvemos a ver y parece como si hubieran pasado cuatro
meses desde que nos despedimos en la Plaza Mayor de Salamanca.
- Si, si, cuatro meses – El Dr. Segura se
enganchó del brazo del Dr. Mundeñías y juntos iniciaron un lento recorrido por
la calle Mayor. Los dos se fueron animando en el transcurso del paseo y las
imágenes de juventud se confundían con los balcones que les contemplaban en un
día tipicamente castellano, sol y frío a partes iguales.
El otoño hacía su labor y
los árboles se iban quedando calvos como si tuvieran una alopecia pasajera, las
ramas se encogían y se aproximaban entre sí como queriendo abrazarse y así
permanecer en los días invernales que se avecinaban. Los bancos de tablas
barnizadas por el sol, se sumaban al ambiente desapacible con sus patas
inmóviles sobre la arena de los parques y algunas urracas se posaban sobre sus
respaldos como queriendo consolarles de la falta de compañía. Hasta el palco de
la música, ahora desierto y como abandonado, parecía querer resurgir del centro
de la plaza y una música salía de su entrañas, aunque no se trataba como casi
siempre de la Banda
de Música de la localidad sino del sonido del viento que se filtraba entre los
barrotes oxidados y se distribuía como si de un órgano se tratase por los
caminos adyacentes.
José Luis Segura y Gustavo
Mundeñías se acercaban lentamente con las mejillas enrojecidas por el viento
helador y protegidos con unos gorros de colores discretos.
Gustavo Mundeñías a pesar de haber nacido en Bilbao, más
concretamente en Neguri tenía un aire
internacional y se le veía con pinta de haber recorrido mucho mundo. Su voz era
suave y armoniosa, con leve acento extranjero y los finales de cada frase iban
siempre acompañados de un OK muy americano. A través de su desabrochado abrigo
largo de color azul marino, se dejaba entrever una americana de tonos claros y
unos pantalones verdes que no desentonaban en el conjunto. Una camisa de
algodón beis y unos zapatos abotinados de color marrón completaban una
vestimenta que denotaba claramente su pasado americano. Era ropa cara, muy bien
tratada, limpia y cuidadosamente planchada. A pesar de los cincuenta y cuatro
años, su aspecto era muy juvenil y su mirada era limpia y diáfana. Una gafas de
concha muy finas le daban un aire intelectual y la calva le hacía ser un hombre
atractivo en su conjunto. Las manos eran como caballos desbocados con una
actividad febril y todo su cuerpo era un movimiento constante lo que
contrastaba enormemente con la serenidad de su amigo, José Luis Segura, que
presumía y ejercía de ser un hombre pausado, sereno, frío y muy hogareño
En la Avenida de Madrid, según
se viene a mano derecha, hay un amplio bar con las mesas de un mármol raspado
por el paso de los años y unas patas ennegrecidas que asomaban entre los
escalones que conducían a una especie de semisótano donde el ruido era siempre
ensordecedor por la cantidad de gente
joven que permanecía en su interior y todo elevado a la máxima potencia con la
aportación de un billar americano que
con sus bolas al penetrar en los agujeros sonaban como terremotos. En el piso
de arriba la situación cambiaba radicalmente y así el predominio era para la
tercera edad con música de Vivaldi, sillones cómodos para jugar la partida
después de comer y un ambiente relajado. Los camareros estaban a tono con los
clientes y todos tenían hijos e incluso nietos que trabajaban en los pisos inferiores. Las chaquetillas habían sido
copiadas del bar Chicote en Madrid y todos tenían una servilleta blanca en su
manga izquierda y una sonrisa permanente.
D. José Luis y su viejo
amigo se sentaron en una de las mesas cerca de la ventana, dejaron sus
respectivos sombreros en manos de un camarero que se acercó solícito, colgaron
los abrigos en un perchero después de quitárselos cuidadosamente y ante dos
cafés recorrieron sus vidas que habían ido en paralelo hasta finalizar la tesis
doctoral.
El Dr. Segura había sido
un estudiante ejemplar y no por su inteligencia que era normal sino por su
capacidad de sacrificio. Todos los días a la misma hora se sentaba en el ático
de la pensión y repasaba los temas que le habían explicado en clase. No era
mucho el tiempo que dedicaba a repasar, pero por lo menos dos horas diarias
seguro y a continuación dedicaba otra hora a pasar apuntes a limpio. Eso lo
hacía desde el primer día de curso y lo seguía a rajatabla hasta la época de
los exámenes finales en donde, al igual que los corredores de fondo, mantenía
el ritmo y aceleraba en los últimos días, pero tampoco de una manera violenta,
sino progresivamente y aumentando como mucho un par de horas diarias. Su
dedicación era tan importante que hasta en verano aprovechaba para ahorrar algo
del curso siguiente y adelantaba temas que comparaba con los de años anteriores
y hasta se hacía una especie de apuntes que completaba durante el invierno. En
fin, un modelo para el resto de sus compañeros de pensión que no entendían como
se podía ser tan constante porque estudiar en el mes de Mayo con la presión de
los exámenes encima es muy fácil pero hacerlo en Noviembre y en una ciudad con
el ambiente como Salamanca era tarea que se les antojaba harto difícil. Su
padre, D. Antonio Segura de Lucas era un importante agricultor de la zona y
aunque había hecho dinero había sido a base de sus propias manos y dejándose en
la tierra cientos de horas de esfuerzos y sinsabores, madrugones y decepciones,
alegrías y cosechas de todo tipo. Había educado a sus hijos en el sacrificio y
todos los días les repetía que uno en la vida podría ser lo que quisiera si
fuera como un agricultor para los que no hay ni Domingos, ni festivos ni nada
de nada y sus descendientes, en general, habían seguido sus consejos y todos
eran universitarios y con posiciones destacadas en la sociedad que les había
tocado vivir.
El Dr. Segura terminó su
carrera y al poco tiempo se estableció en el pueblo donde formó una familia
numerosa y desarrolló su actividad como profesional de la Medicina sin apenas
tiempo para congresos, cursos y seminarios de actualización.
El Dr. Gustavo Mundeñías
era la antítesis del Dr. Segura. Hijo de uno de los magnates del hierro y el
acero de Bilbao, su vida siempre había sido fácil. Las amistades de su padre,
Ingeniero Industrial que fuera presidente del Atlético de Bilbao y consejero de
diferentes empresas, le ayudaban constantemente y entre su labia que era mucha y
su poca afición a estudiar, la carrera de Medicina se convirtió en un
permanente peregrinar por las distintas Facultades de España. El ahora admirado
Dr. Mundeñías, comenzó en Bilbao y acabó en Salamanca, donde se hizo famoso por
lo bien que jugaba al futbol y por una alegría desbordante que hacía que todos
los que estuvieran a su alrededor se sintieran igualmente felices. Era el
típico vasco con dinero, muy de Neguri, pero sin presunción sinó simplemente porque había nacido ahí y
nada más. Naturalmente era de los pocos que tenía coche y vivía en una pensión
porque decía que los hoteles eran muy aburridos.
Los años de carrera
transcurrieron sin pena ni gloría y después de nueve años consiguió su titulo
que le abría las puertas del Servicio Médico de Estructuras Metálicas Martín y
allí permaneció un mes, el tiempo justo para planificar su estancia en la Universidad de Ohío.
Dejaba atrás un trabajo fijo y muy bien remunerado por un par de años en
América, pero era consciente que se encontraba en una situación ventajosa
porque sabía que antes o después su padre lo volvería a colocar en cuanto
volviese.
- No te lo puedes ni imaginar, José Luis,
aquello es la ostia, de verdad. Siempre pensé que como Salamanca no había nada
igual y mira que lo pasábamos bien ¿eh? pero lo de América es demasiado.
Aprendí anestesia con un fulano de allí y a los dos años me volví para Neguri,
pero solo duré otros dos años porque me llamó mi maestro americano ofreciéndome
un puesto fijo en Florida y ganando casi tres veces más que aquí y con alegría
me volví, claro que entonces era soltero y no tenía nada que respetar, pero,
chico, que quieres que te diga, eso de viajar es maravilloso y te aporta otra
mentalidad y una manera diferente de afrontar la vida y allí me quedé para
siempre.
- ¿Te casaste?
- Si, tres veces y con mi última mujer las
cosas van muy bien. Con las otras no tanto, pero, en fín, la vida es así.
- O sea que te has casado tres veces, ¡ menudo
pájaro! A pesar de haber pasado treinta años no has cambiado nada y todavía me
parece verte con aquella chica de Medina de Rioseco ¿te acuerda?
- ¡Como no me voy a acordar! Ese si que fue un
amor de verdad y si hubiera querido ahora sería mi mujer. ¡ Que años aquellos y
nos los queríamos perder! Pero, en fín,
la vida es así y si cuando era estudiante me dicen que iba a estar treinta años
en América me habría parecido una tomadura de pelo y fijate que entonces ya me
gustaban las americanas ¿verdad?
- Venga Gustavo, dejate de historias que a ti
lo que te gustaba era irte a la cama con la que fuera y en aquel entonces las
únicas que tragaban con tus teorías eran las extranjeras porque las nacionales
te tenían más que calado ¿ o no?
- Si, en eso tienes toda la razón y bien que lo
sentía porque las jovencitas de entonces estaban casi tan bien como las de
ahora que cuidado que están apetecibles ¿eh? aunque hace tanto tiempo que no
hablamos que supongo que seguirás como siempre y a ti eso de aventurillas fuera
del matrimonio ni hablar ¿es verdad?
- Para aventuras estoy yo – José Luis bebió
lentamente un descafeinado que estaba en una taza con el anagrama del bar y al
terminar rebañó el azucar sin dejar ni el más mínimo resto. A continuación
depositó lentamente la taza en el plato, se secó los labios con una servilleta
de papel que dobló cuidadosamente – como se nota que vienes de Estados Unidos.
¿Tú sabes como es la vida de un Médico de pueblo? No tienes tiempo ni para
comer y por eso te digo que para aventuras estoy yo. Además en un sitio tan
pequeño como este enseguida se enteraría hasta el lucero del alba, o sea que yo
en casita con mi mujer y mis hijos que se está muy bien y como decía un amigo
mío “como lo de casa nada”
- Si, si, eso me dice todo el mundo, pero la
gente se busca mil triquiñuelas para pegársela a su pareja, el caso es querer,
pero, en fin, tú nunca has sido un Don Juan y con los años no parece que tu
forma de ser haya cambiado.
- Hombre es difícil que uno busque cosas fuera
de casa cuando lo mejor está dentro y eso es lo que me pasa a mí, o sea, que no
tengo ningún mérito.
- Ya y lo peor es que tienes razón. ¡Ojalá a mí
me pasara igual pero ni de broma! Comprendo que tú no lo comprendas pero chico,
debe ser un mal desde pequeño, pero las mujeres cada vez me gustan más y con
cuantas mas me acuesto, mas me gustan; todas tienen algo parecido , pero
también son muy diferentes y sus reacciones son increíbles. Ya te digo, me he
casado con tres diferentes y justo con la que hubiera sido feliz, no la he
vuelto a ver desde hace treinta años y seguro que estará como siempre. ¿ Tú la
has vuelto a ver?
- ¿A quien? ¿a Consuelo?
- ¡ A quien va a ser joder!, no va a ser a mi
primo Arturo.
Jose Luis esbozó una
sonrisa de complicidad como en sus épocas de estudiante y no respondió. Estuvo
como un minuto pensando que sería lo mejor y al final optó por una mentira
piadosa que sabía sería beneficiosa para su viejo amigo.
- Consuelo, fue amiga mía durante muchos años,
siempre hablábamos de ti y no te puedes imaginar como te echaba de menos. Era
muy discreta y no lo preguntaba directamente, pero estaba muy pendiente de
todas tus correrías por Salamanca y fue un golpe muy duro cuando decidiste irte
a América y la dejaste mas sola que la una.
- Es que eso no es verdad – El Dr. Mundeñía no
pudo disimular su emoción y sacando un pañuelo del bolsillo derecho del
pantalón se lo pasó delicadamente por su nariz en un gesto fino que demostraba
su exquisita educación – No es verdad, José Luis y me alegro que salga este
tema porque, aunque es difícil de creer es lo único que todavía me hace pasar las
noches en blanco. Yo me fui a América un veintiséis de Mayo y como quince días
antes hablé con el padre de Consuelo y le expliqué que estaba enamorado de su
hija y que quería casarme con ella lo antes posible porque una vez en Estados
Unidos, trabajando y afincado allí me sería mucho más difícil y D. Severo que
así se llamaba aquel individuo que Dios tenga en su gloria, me prometió que en
el plazo máximo de seis meses me autorizaba a casarme con Consuelo, eso si por
poderes, y después ella se iría a reunirse conmigo. La palabra de lo que yo
creía que era un caballero no se debe poner nunca en duda y yo naturalmente
menos, porque al fin y al cabo era mi futuro suegro, pero desgraciadamente
pasaron muchos meses y no recibí ni una sola carta de Consuelo. Traté por todos
los medios de saber que había pasado, pero el silencio era la única respuesta y
el doce de Octubre, es decir, casi seis meses después y me acuerdo
perfectamente porque el día de la
Hispanidad en Florida que es donde estaba entonces, se
celebra como nosotros la
Navidad , me vine a Salamanca y ya no encontré ni rastro de
Consuelo, de su padre ni de nadie que hubiera tenido relación con ella, parecía
como si se la hubiera tragado la tierra. Incluso pregunté por ti y me dijeron
que te habías casado y que te habías ido a un pueblo, pero ninguno de los
conocidos sabia a cual y como no encontré ni una pista me volví convencido que
todo se había terminado y a partir de ahí si que soy consciente que me volví
loco y tuve una vida de lo más arrastrada. Anestesista, español, joven, con
dinero y con ganas de olvidar, te puedes imaginar lo que fue aquello. Mi
apartamento se convirtió en un auténtico burdel en el que se desmadraban las
niñas bien de Florida, corrían las drogas como si las regalaran y las juergas se
sucedían una tras otra casi sin tiempo para recuperarse. Como ocurre siempre,
al principio iba trampeando y el trabajo lo sacaba adelante con sueño, pero
bien, pero poco a poco la situación se fue deteriorando y al final me llevaba
drogas anestésicas a casa y aquello era un desastre. Afortunadamente todavía
quedan buenas personas por el mundo y gracias al capellán del Hospital pude
salir de aquel infierno y lo mejor de todo es que fue casi sin darme cuenta.
Empecé a ir a una especie de escuela de vida, allí conocí a una costarricense
preciosa y me casé ilusionado. El matrimonio no funcionó y curiosamente no por
mi culpa y tuvimos que dejarlo, bueno mejor sería decir que me dejó porque un
día me levanté de la cama y se había llevado todas sus cosas y el único
recuerdo era una amable nota en la que me anunciaba que se iba porque se le
había acabado el amor. Te puedes imaginar que aquello me sentó como una patada
en los cojones. Había conseguido salir de la droga y la separación me hizo
volver a caer en ella y la vida no parecía tener ningún sentido, pero como me
ha pasado casi siempre la fortuna se volvió a aparecer en mi camino y así una
Cirujano Infantil de Arkansas que estuvo pasando una temporada en mi hospital
comenzó a frecuentar mi quirófano y poco a poco se entabló una auténtica
amistad que, al principio, no parecía que fuera a llegar a nada, pero que
terminó en matrimonio y nada menos que por doce años.
José Luis lo miró con
cierto excepticismo porque era sabedor de su correrías amorosas y de que nunca
eran con final feliz:
- Querido amigo : como han cambiado las cosas
¿verdad? claro que es normal que sea así porque son treinta años sin vernos y
sin saber nada el uno del otro, pero tú que te has pasado media vida haciendo
proposiciones matrimoniales, resulta que caes dos veces. ¡ Parece mentira!.
- No, dos veces no, tres, que todavía es peor –
el Doctor Mundeñía se rió abiertamente y cogió a su viejo amigo por el
antebrazo – pero espera que termine de contarte la segunda y luego pasamos a la
última – se bebió el café a pequeños sorbos con un pequeño tic en el labio
superior que le hacía aparecer unos dientes blancos bien cuidados – Bueno ,
supongo que tienes tiempo porque te estoy soltando un rollo de mucho cuidado
¿eh?
- Nada Gustavo, no te preocupes que para los
viejos amigos siempre hay tiempo y además he dejado encargada a una de mis
hijas que si hay algún aviso, se acerque y me lo diga, o sea que tranquilo que
tenemos todo el tiempo del mundo.
- Bueno, muy bien, porque tú estás trabajando,
pero yo ya soy un jubilado de lujo y a mí si que me sobra el tiempo.
- ¿Ya estás jubilado? – José Luis lo miró de
arriba abajo como si de un examinador de secuelas se tratara – chico, pues no
parece que estés tan mal y eso que ya tienes un taco de años, porque tú eras un
año mas viejo que yo ¿no?
- Si, joder, soy un año más viejo, pero no es
por eso porque de salud estoy como un roble sino que en los Hospitales Privados
de Estados Unidos que por cierto son la mayoría, cuando llevas veinticinco años
de trabajo ininterrumpido te ofrecen una jubilación anticipada con todo igual
que si estuvieras en activo y encima te dan una especie de sobresueldo porque
comprenden que ya no puedes ganar nada por fuera y así parece como si te
premiasen lo servicios prestados. Casi igual que aquí. ¡Que cabrones los
yanquis! Como les sobra el dinero se pueden permitir estos lujos y así te vas a
cualquier campo de golf y están todos allí dándole a la bola como si fueran
chavales.
Bueno, como te iba
diciendo, mi segunda mujer fue una cirujano infantil y con la que reconozco que
encontré la estabilidad emocional que necesitaba. Fue una época muy feliz para
los dos, pero en la vida casi todo se acaba y ella se fue con una despedida
maravillosa después de una semana en Hawai y cuando ya nos volvíamos, en el
aeropuerto me confesó que se había enamorado de un nativo y que se quedaba. Me
agradeció los servicios prestados y sin mas se dio media vuelta y me dejó solo
en la sala de espera del aeropuerto y dos billetes de avión. Total, que me tuve
que buscar la vida y a los pocos meses me casé con una enfermera del hospital,
pero ya de manera diferente. Cada uno hace su vida, nos respetamos como marido
y mujer, pero ya no existe el amor y la cosa es muy particular.
- ¿Y se puede vivir con una mujer sin amor?
- Claro, hombre, ¿cómo no se va a poder? – el Dr. Mundeñía alzó los brazos al
cielo y luego se atusó sus bien cuidados cabellos – es un problema de
mentalidad. Ella vive sola y yo vivo solo y juntándonos nos hacemos compañía y
encima el fisco norteamericano nos premia con una subvencion ¡que más se puede
pedir!
- Chico me estás contando unas cosas que no se
que contestar. Hombre, así de pronto, parece como una vida muy ajetreada y si
ahora te cuento la mía, pues todavía más, pero no te envidio Gustavo porque en
toda tu charla parece existir un deje como de amargura que creo que te afecta
bastante ¿verdad?
- Pues sí, que quieres que te diga, al
principio todo es de color de rosa, pero llega un momento que uno se acuerda de
su pais, de su gente y de todo aquello que has dejado atrás y claro que se echa
de menos, pero, en fin, la vida es así, alegrías, sinsabores, penas, mas
alegrías, mas sinsabores, ¡yo que sé!
- Y ahora ¿qué? Eres un triunfador, has
conseguido dinero, algo de fama, quizás hasta poder y al final te vuelves para
España.
- ¿Y quien te ha dicho que me vuelvo?
- Mira Gustavo, hace muchos años que nos conocemos y aunque llevemos un montón
sin vernos, se te nota en la mirada que ya no estás enamorado y que vuelves a
casa en busca de aquella a la que nunca debiste dejar y mucho menos de la forma
en que lo hiciste, pero, en fin, allá tú si lo quieres confesar, pero creo que
eso es lo que te pasa.
- Querido Jose Luis, por una vez y sin que
sirva de precedente debo darte la razón porque son demasiados años sin saber
nada de aquella mujer y todos los días tengo un recuerdo para ella. No se si la
encontraré, pero para eso he venido y necesito tu ayuda.
- Bueno, - Jose Luis se frotó las manos y con
un gesto correcto llamó al camarero para que le llevase la cuenta – yo te
ayudaría, pero no tengo ni idea de donde puede estar porque ya te digo que hace
muchos años que le perdí la pista, pero malo será que no encontremos a alguien.
En fin, Gustavo, perdona
que no me quede más tiempo, pero tengo una consulta en el nuevo ambulatorio y
no quiero llegar tarde. Y he avisado a mi mujer y te esperamos a las dos en
casa ¿de acuerdo?
- De acuerdo. Allí estaré como un clavo y podré
conocer a tus hijas que como hayan salido a ti apañadas van.
- Hasta luego – el Dr Segura dejó el bar
seguido por la atenta mirada de su amigo de toda la vida quien, a continuación
llamó al camarero y le pidió un whisky con agua bien cargadito que hay que
celebrar los reencuentros con los amigos de verdad
El día invitaba a caminar
y Gustavo tenía por delante casi tres horas para darse un paseo, volver al
hotel, ducharse y presentarse a la hora de comer hecho un pincel. El sol
iluminaba las casas de piedra, algunas con escudos como queriendo perpetuar el
pasado histórico de un pueblo que siglos atrás había sido capital de la comarca
y los soportales de la calle Mayor parecían querer unirse a esa especie de
clasismo del que no se hablaba pero parecía penetrar por cada rincón y era
natural porque la historia de España era la que era y aunque la decadencia se
iba incorporando a la vida nacional, el señorío y la clase todavía se mantenía
intacto. Gustavo pensó que sería de Estados Unidos si tuvieran nuestra
historia; seguro que no habría quien los aguantara, porque sin historia eran
como eran, o sea que mejor dejar las cosas como están.
Gustavo se sentó en un
banco, abrió el periódico y lo ojeó lentamente. Sus pensamientos estaban más
allá que las paginas del diario y los acontecimientos políticos no parecían
interesarle especialmente por lo que lo cerró y se quedó mirando a un niño que
lloraba desconsolado porque otro, algo mayor, le había quitado el columpio. La
madre se acercó presurosa y con un venga Mariano no llores que este niño acaba
enseguida y te deja el sitio a que sí, a lo que el eventual propietario del
columpio contestó con un pienso estar aquí toda la mañana y no se lo pienso
dejar o sea que se vaya buscando otro sitio. Bueno, no te preocupes que si no
te lo deja Mamá te compra un bollo en la Pastelería de Ramón, pero no llores mi rey.
- ¿El señor desea tomar alguna cosa?
Gustavo volvió a la
realidad mientras el camarero con su mandil blanco como los chorro del oro
esperaba con un papel y un lápiz para tomar nota de la comanda como si el
cliente solicitara veintisiete cosas.
-
Si, por favor, un vermouth y unas patatas fritas
– el camarero se alejó y Gustavo continuó con su pensamiento en aquella chica
de la facultad a la que dejó y con la que soñaba diariamente. De pronto, su
corazón sufrió una especie de vuelco cuando por el final de la calle mayor una
figura femenina se acercaba despacio, muy despacio .......