viernes, 31 de enero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 21



Queridos blogueros/as: Como ya os conté en otra ocasión, esta novela, bueno la primera parte de esta novela en la que estamos, la escribí hace ya unos años y ahora estoy con la segunda parte. Por eso no tengo ni idea que pinta aquí el Dr. Mundeñías, pero, en fin, supongo que en aquel momento estaría leyendo algo parecido y ahí está o quizás, eso me parece mas que posible, que entonces pensara que esto tenía que ser largo y esa sería la explicación. En cualquier caso, no queda mal, para que nos vamos a engañar, son las experiencias de uno de Bilbao que anda por ahí y como son así se acaba casando con no se cuantas señoras a cual mas americanas, supongo, pero bueno allá cada cual.
De todos modos, prometo y se que será así porque lo acabo de leer, que en el próximo capítulo volvemos a nuestro amigo Altozano.
Espero que os guste y que alguien mas se anime a contestarme porque, supongo que ya os habréis dado cuenta, lectores fieles que yo sepa, solo quedáis Mercedes y Javier, o sea que muy agradecidos a los dos por vuestra constancia.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 21.-

Un día de otoño en que los árboles se desnudaban en medio de las amplia avenida dejando sus ropas en forma de hojas  en los parques del pueblo, el Médico titular, Doctor Don José Luis Segura, oyó su nombre y dándose la vuelta una figura de unos ciento diez kilos de peso con una calva que le dejaba la cabeza monda y lironda, una manos enfundadas en unos guantes de cuero por los que asomaban un forro de piel de cabra y una bufanda de oscuros colores, se abalanzó sobre él y casi sin darle tiempo a reaccionar se puso, a voz en grito, a ensalzar la figura de su viejo amigo. Al parecer, Gustavo Mundeñías y D. José Luis habían sido compañeros de Facultad y compartido muchas horas de estudio en la biblioteca. Sus vidas habían sido en paralelo hasta que las circunstancias del destino los había separado; uno para un pueblo y otro a la Universidad de Ohio
-  ¡Pero Jose Luis si estás igual que hace treinta años¡ No me ha hecho falta ni llegar a tu casa, nada mas verte me he dicho para mí  este es Jose Luis y eres Jose Luis ¿a que sí?
-  Pues claro que soy yo y tú Gustavo ¿dónde te has metido desde hace tantos años?
-  Ya ves, la vida que da muchas vueltas, pero lo importante es que nos volvemos a ver y parece como si hubieran pasado cuatro meses desde que nos despedimos en la Plaza Mayor de Salamanca.
-  Si, si, cuatro meses – El Dr. Segura se enganchó del brazo del Dr. Mundeñías y juntos iniciaron un lento recorrido por la calle Mayor. Los dos se fueron animando en el transcurso del paseo y las imágenes de juventud se confundían con los balcones que les contemplaban en un día tipicamente castellano, sol y frío a partes iguales.
El otoño hacía su labor y los árboles se iban quedando calvos como si tuvieran una alopecia pasajera, las ramas se encogían y se aproximaban entre sí como queriendo abrazarse y así permanecer en los días invernales que se avecinaban. Los bancos de tablas barnizadas por el sol, se sumaban al ambiente desapacible con sus patas inmóviles sobre la arena de los parques y algunas urracas se posaban sobre sus respaldos como queriendo consolarles de la falta de compañía. Hasta el palco de la música, ahora desierto y como abandonado, parecía querer resurgir del centro de la plaza y una música salía de su entrañas, aunque no se trataba como casi siempre de la Banda de Música de la localidad sino del sonido del viento que se filtraba entre los barrotes oxidados y se distribuía como si de un órgano se tratase por los caminos adyacentes.
José Luis Segura y Gustavo Mundeñías se acercaban lentamente con las mejillas enrojecidas por el viento helador y protegidos con unos gorros de colores discretos.
Gustavo Mundeñías  a pesar de haber nacido en Bilbao, más concretamente en Neguri tenía un  aire internacional y se le veía con pinta de haber recorrido mucho mundo. Su voz era suave y armoniosa, con leve acento extranjero y los finales de cada frase iban siempre acompañados de un OK muy americano. A través de su desabrochado abrigo largo de color azul marino, se dejaba entrever una americana de tonos claros y unos pantalones verdes que no desentonaban en el conjunto. Una camisa de algodón beis y unos zapatos abotinados de color marrón completaban una vestimenta que denotaba claramente su pasado americano. Era ropa cara, muy bien tratada, limpia y cuidadosamente planchada. A pesar de los cincuenta y cuatro años, su aspecto era muy juvenil y su mirada era limpia y diáfana. Una gafas de concha muy finas le daban un aire intelectual y la calva le hacía ser un hombre atractivo en su conjunto. Las manos eran como caballos desbocados con una actividad febril y todo su cuerpo era un movimiento constante lo que contrastaba enormemente con la serenidad de su amigo, José Luis Segura, que presumía y ejercía de ser un hombre pausado, sereno, frío y muy hogareño
En la Avenida de Madrid, según se viene a mano derecha, hay un amplio bar con las mesas de un mármol raspado por el paso de los años y unas patas ennegrecidas que asomaban entre los escalones que conducían a una especie de semisótano donde el ruido era siempre ensordecedor  por la cantidad de gente joven que permanecía en su interior y todo elevado a la máxima potencia con la aportación de un billar americano  que con sus bolas al penetrar en los agujeros sonaban como terremotos. En el piso de arriba la situación cambiaba radicalmente y así el predominio era para la tercera edad con música de Vivaldi, sillones cómodos para jugar la partida después de comer y un ambiente relajado. Los camareros estaban a tono con los clientes y todos tenían hijos e incluso nietos que trabajaban en los pisos  inferiores. Las chaquetillas habían sido copiadas del bar Chicote en Madrid y todos tenían una servilleta blanca en su manga izquierda y una sonrisa permanente.
D. José Luis y su viejo amigo se sentaron en una de las mesas cerca de la ventana, dejaron sus respectivos sombreros en manos de un camarero que se acercó solícito, colgaron los abrigos en un perchero después de quitárselos cuidadosamente y ante dos cafés recorrieron sus vidas que habían ido en paralelo hasta finalizar la tesis doctoral.
El Dr. Segura había sido un estudiante ejemplar y no por su inteligencia que era normal sino por su capacidad de sacrificio. Todos los días a la misma hora se sentaba en el ático de la pensión y repasaba los temas que le habían explicado en clase. No era mucho el tiempo que dedicaba a repasar, pero por lo menos dos horas diarias seguro y a continuación dedicaba otra hora a pasar apuntes a limpio. Eso lo hacía desde el primer día de curso y lo seguía a rajatabla hasta la época de los exámenes finales en donde, al igual que los corredores de fondo, mantenía el ritmo y aceleraba en los últimos días, pero tampoco de una manera violenta, sino progresivamente y aumentando como mucho un par de horas diarias. Su dedicación era tan importante que hasta en verano aprovechaba para ahorrar algo del curso siguiente y adelantaba temas que comparaba con los de años anteriores y hasta se hacía una especie de apuntes que completaba durante el invierno. En fin, un modelo para el resto de sus compañeros de pensión que no entendían como se podía ser tan constante porque estudiar en el mes de Mayo con la presión de los exámenes encima es muy fácil pero hacerlo en Noviembre y en una ciudad con el ambiente como Salamanca era tarea que se les antojaba harto difícil. Su padre, D. Antonio Segura de Lucas era un importante agricultor de la zona y aunque había hecho dinero había sido a base de sus propias manos y dejándose en la tierra cientos de horas de esfuerzos y sinsabores, madrugones y decepciones, alegrías y cosechas de todo tipo. Había educado a sus hijos en el sacrificio y todos los días les repetía que uno en la vida podría ser lo que quisiera si fuera como un agricultor para los que no hay ni Domingos, ni festivos ni nada de nada y sus descendientes, en general, habían seguido sus consejos y todos eran universitarios y con posiciones destacadas en la sociedad que les había tocado vivir.
El Dr. Segura terminó su carrera y al poco tiempo se estableció en el pueblo donde formó una familia numerosa y desarrolló su actividad como profesional de la Medicina sin apenas tiempo para congresos, cursos y seminarios de actualización.
El Dr. Gustavo Mundeñías era la antítesis del Dr. Segura. Hijo de uno de los magnates del hierro y el acero de Bilbao, su vida siempre había sido fácil. Las amistades de su padre, Ingeniero Industrial que fuera presidente del Atlético de Bilbao y consejero de diferentes empresas, le ayudaban constantemente y entre su labia que era mucha y su poca afición a estudiar, la carrera de Medicina se convirtió en un permanente peregrinar por las distintas Facultades de España. El ahora admirado Dr. Mundeñías, comenzó en Bilbao y acabó en Salamanca, donde se hizo famoso por lo bien que jugaba al futbol y por una alegría desbordante que hacía que todos los que estuvieran a su alrededor se sintieran igualmente felices. Era el típico vasco con dinero, muy de Neguri, pero sin presunción  sinó simplemente porque había nacido ahí y nada más. Naturalmente era de los pocos que tenía coche y vivía en una pensión porque decía que los hoteles eran muy aburridos.
Los años de carrera transcurrieron sin pena ni gloría y después de nueve años consiguió su titulo que le abría las puertas del Servicio Médico de Estructuras Metálicas Martín y allí permaneció un mes, el tiempo justo para planificar su estancia en la Universidad de Ohío. Dejaba atrás un trabajo fijo y muy bien remunerado por un par de años en América, pero era consciente que se encontraba en una situación ventajosa porque sabía que antes o después su padre lo volvería a colocar en cuanto volviese.
-  No te lo puedes ni imaginar, José Luis, aquello es la ostia, de verdad. Siempre pensé que como Salamanca no había nada igual y mira que lo pasábamos bien ¿eh? pero lo de América es demasiado. Aprendí anestesia con un fulano de allí y a los dos años me volví para Neguri, pero solo duré otros dos años porque me llamó mi maestro americano ofreciéndome un puesto fijo en Florida y ganando casi tres veces más que aquí y con alegría me volví, claro que entonces era soltero y no tenía nada que respetar, pero, chico, que quieres que te diga, eso de viajar es maravilloso y te aporta otra mentalidad y una manera diferente de afrontar la vida y allí me quedé para siempre.
-  ¿Te casaste?
-  Si, tres veces y con mi última mujer las cosas van muy bien. Con las otras no tanto, pero, en fín, la vida es así.
-  O sea que te has casado tres veces, ¡ menudo pájaro! A pesar de haber pasado treinta años no has cambiado nada y todavía me parece verte con aquella chica de Medina de Rioseco ¿te acuerda?
-  ¡Como no me voy a acordar! Ese si que fue un amor de verdad y si hubiera querido ahora sería mi mujer. ¡ Que años aquellos y nos los queríamos perder!  Pero, en fín, la vida es así y si cuando era estudiante me dicen que iba a estar treinta años en América me habría parecido una tomadura de pelo y fijate que entonces ya me gustaban las americanas ¿verdad?
-  Venga Gustavo, dejate de historias que a ti lo que te gustaba era irte a la cama con la que fuera y en aquel entonces las únicas que tragaban con tus teorías eran las extranjeras porque las nacionales te tenían más que calado ¿ o no?
-  Si, en eso tienes toda la razón y bien que lo sentía porque las jovencitas de entonces estaban casi tan bien como las de ahora que cuidado que están apetecibles ¿eh? aunque hace tanto tiempo que no hablamos que supongo que seguirás como siempre y a ti eso de aventurillas fuera del matrimonio ni hablar ¿es verdad?
-  Para aventuras estoy yo – José Luis bebió lentamente un descafeinado que estaba en una taza con el anagrama del bar y al terminar rebañó el azucar sin dejar ni el más mínimo resto. A continuación depositó lentamente la taza en el plato, se secó los labios con una servilleta de papel que dobló cuidadosamente – como se nota que vienes de Estados Unidos. ¿Tú sabes como es la vida de un Médico de pueblo? No tienes tiempo ni para comer y por eso te digo que para aventuras estoy yo. Además en un sitio tan pequeño como este enseguida se enteraría hasta el lucero del alba, o sea que yo en casita con mi mujer y mis hijos que se está muy bien y como decía un amigo mío “como lo de casa nada”
-  Si, si, eso me dice todo el mundo, pero la gente se busca mil triquiñuelas para pegársela a su pareja, el caso es querer, pero, en fin, tú nunca has sido un Don Juan y con los años no parece que tu forma de ser haya cambiado.
-  Hombre es difícil que uno busque cosas fuera de casa cuando lo mejor está dentro y eso es lo que me pasa a mí, o sea, que no tengo ningún mérito.
-  Ya y lo peor es que tienes razón. ¡Ojalá a mí me pasara igual pero ni de broma! Comprendo que tú no lo comprendas pero chico, debe ser un mal desde pequeño, pero las mujeres cada vez me gustan más y con cuantas mas me acuesto, mas me gustan; todas tienen algo parecido , pero también son muy diferentes y sus reacciones son increíbles. Ya te digo, me he casado con tres diferentes y justo con la que hubiera sido feliz, no la he vuelto a ver desde hace treinta años y seguro que estará como siempre. ¿ Tú la has vuelto a ver?
-  ¿A quien? ¿a Consuelo?
-  ¡ A quien va a ser joder!, no va a ser a mi primo Arturo.
Jose Luis esbozó una sonrisa de complicidad como en sus épocas de estudiante y no respondió. Estuvo como un minuto pensando que sería lo mejor y al final optó por una mentira piadosa que sabía sería beneficiosa para su viejo amigo.
-  Consuelo, fue amiga mía durante muchos años, siempre hablábamos de ti y no te puedes imaginar como te echaba de menos. Era muy discreta y no lo preguntaba directamente, pero estaba muy pendiente de todas tus correrías por Salamanca y fue un golpe muy duro cuando decidiste irte a América y la dejaste mas sola que la una.
-  Es que eso no es verdad – El Dr. Mundeñía no pudo disimular su emoción y sacando un pañuelo del bolsillo derecho del pantalón se lo pasó delicadamente por su nariz en un gesto fino que demostraba su exquisita educación – No es verdad, José Luis y me alegro que salga este tema porque, aunque es difícil de creer es lo único que todavía me hace pasar las noches en blanco. Yo me fui a América un veintiséis de Mayo y como quince días antes hablé con el padre de Consuelo y le expliqué que estaba enamorado de su hija y que quería casarme con ella lo antes posible porque una vez en Estados Unidos, trabajando y afincado allí me sería mucho más difícil y D. Severo que así se llamaba aquel individuo que Dios tenga en su gloria, me prometió que en el plazo máximo de seis meses me autorizaba a casarme con Consuelo, eso si por poderes, y después ella se iría a reunirse conmigo. La palabra de lo que yo creía que era un caballero no se debe poner nunca en duda y yo naturalmente menos, porque al fin y al cabo era mi futuro suegro, pero desgraciadamente pasaron muchos meses y no recibí ni una sola carta de Consuelo. Traté por todos los medios de saber que había pasado, pero el silencio era la única respuesta y el doce de Octubre, es decir, casi seis meses después y me acuerdo perfectamente porque el día de la Hispanidad en Florida que es donde estaba entonces, se celebra como nosotros la Navidad, me vine a Salamanca y ya no encontré ni rastro de Consuelo, de su padre ni de nadie que hubiera tenido relación con ella, parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Incluso pregunté por ti y me dijeron que te habías casado y que te habías ido a un pueblo, pero ninguno de los conocidos sabia a cual y como no encontré ni una pista me volví convencido que todo se había terminado y a partir de ahí si que soy consciente que me volví loco y tuve una vida de lo más arrastrada. Anestesista, español, joven, con dinero y con ganas de olvidar, te puedes imaginar lo que fue aquello. Mi apartamento se convirtió en un auténtico burdel en el que se desmadraban las niñas bien de Florida, corrían las drogas como si las regalaran y las juergas se sucedían una tras otra casi sin tiempo para recuperarse. Como ocurre siempre, al principio iba trampeando y el trabajo lo sacaba adelante con sueño, pero bien, pero poco a poco la situación se fue deteriorando y al final me llevaba drogas anestésicas a casa y aquello era un desastre. Afortunadamente todavía quedan buenas personas por el mundo y gracias al capellán del Hospital pude salir de aquel infierno y lo mejor de todo es que fue casi sin darme cuenta. Empecé a ir a una especie de escuela de vida, allí conocí a una costarricense preciosa y me casé ilusionado. El matrimonio no funcionó y curiosamente no por mi culpa y tuvimos que dejarlo, bueno mejor sería decir que me dejó porque un día me levanté de la cama y se había llevado todas sus cosas y el único recuerdo era una amable nota en la que me anunciaba que se iba porque se le había acabado el amor. Te puedes imaginar que aquello me sentó como una patada en los cojones. Había conseguido salir de la droga y la separación me hizo volver a caer en ella y la vida no parecía tener ningún sentido, pero como me ha pasado casi siempre la fortuna se volvió a aparecer en mi camino y así una Cirujano Infantil de Arkansas que estuvo pasando una temporada en mi hospital comenzó a frecuentar mi quirófano y poco a poco se entabló una auténtica amistad que, al principio, no parecía que fuera a llegar a nada, pero que terminó en matrimonio y nada menos que por doce años.
José Luis lo miró con cierto excepticismo porque era sabedor de su correrías amorosas y de que nunca eran con final feliz:
-  Querido amigo : como han cambiado las cosas ¿verdad? claro que es normal que sea así porque son treinta años sin vernos y sin saber nada el uno del otro, pero tú que te has pasado media vida haciendo proposiciones matrimoniales, resulta que caes dos veces. ¡ Parece mentira!.
-  No, dos veces no, tres, que todavía es peor – el Doctor Mundeñía se rió abiertamente y cogió a su viejo amigo por el antebrazo – pero espera que termine de contarte la segunda y luego pasamos a la última – se bebió el café a pequeños sorbos con un pequeño tic en el labio superior que le hacía aparecer unos dientes blancos bien cuidados – Bueno , supongo que tienes tiempo porque te estoy soltando un rollo de mucho cuidado ¿eh?
-  Nada Gustavo, no te preocupes que para los viejos amigos siempre hay tiempo y además he dejado encargada a una de mis hijas que si hay algún aviso, se acerque y me lo diga, o sea que tranquilo que tenemos todo el tiempo del mundo.
-  Bueno, muy bien, porque tú estás trabajando, pero yo ya soy un jubilado de lujo y a mí si que me sobra el tiempo.
-  ¿Ya estás jubilado? – José Luis lo miró de arriba abajo como si de un examinador de secuelas se tratara – chico, pues no parece que estés tan mal y eso que ya tienes un taco de años, porque tú eras un año mas viejo que yo ¿no?
-  Si, joder, soy un año más viejo, pero no es por eso porque de salud estoy como un roble sino que en los Hospitales Privados de Estados Unidos que por cierto son la mayoría, cuando llevas veinticinco años de trabajo ininterrumpido te ofrecen una jubilación anticipada con todo igual que si estuvieras en activo y encima te dan una especie de sobresueldo porque comprenden que ya no puedes ganar nada por fuera y así parece como si te premiasen lo servicios prestados. Casi igual que aquí. ¡Que cabrones los yanquis! Como les sobra el dinero se pueden permitir estos lujos y así te vas a cualquier campo de golf y están todos allí dándole a la bola como si fueran chavales.
Bueno, como te iba diciendo, mi segunda mujer fue una cirujano infantil y con la que reconozco que encontré la estabilidad emocional que necesitaba. Fue una época muy feliz para los dos, pero en la vida casi todo se acaba y ella se fue con una despedida maravillosa después de una semana en Hawai y cuando ya nos volvíamos, en el aeropuerto me confesó que se había enamorado de un nativo y que se quedaba. Me agradeció los servicios prestados y sin mas se dio media vuelta y me dejó solo en la sala de espera del aeropuerto y dos billetes de avión. Total, que me tuve que buscar la vida y a los pocos meses me casé con una enfermera del hospital, pero ya de manera diferente. Cada uno hace su vida, nos respetamos como marido y mujer, pero ya no existe el amor y la cosa es muy particular.
-  ¿Y se puede vivir con una mujer sin amor?
-  Claro, hombre, ¿cómo no se va  a poder? – el Dr. Mundeñía alzó los brazos al cielo y luego se atusó sus bien cuidados cabellos – es un problema de mentalidad. Ella vive sola y yo vivo solo y juntándonos nos hacemos compañía y encima el fisco norteamericano nos premia con una subvencion ¡que más se puede pedir!
-  Chico me estás contando unas cosas que no se que contestar. Hombre, así de pronto, parece como una vida muy ajetreada y si ahora te cuento la mía, pues todavía más, pero no te envidio Gustavo porque en toda tu charla parece existir un deje como de amargura que creo que te afecta bastante ¿verdad?
-  Pues sí, que quieres que te diga, al principio todo es de color de rosa, pero llega un momento que uno se acuerda de su pais, de su gente y de todo aquello que has dejado atrás y claro que se echa de menos, pero, en fin, la vida es así, alegrías, sinsabores, penas, mas alegrías, mas sinsabores, ¡yo que sé!
-  Y ahora ¿qué? Eres un triunfador, has conseguido dinero, algo de fama, quizás hasta poder y al final te vuelves para España.
-  ¿Y quien te ha dicho que me vuelvo?
-  Mira Gustavo, hace muchos años  que nos conocemos y aunque llevemos un montón sin vernos, se te nota en la mirada que ya no estás enamorado y que vuelves a casa en busca de aquella a la que nunca debiste dejar y mucho menos de la forma en que lo hiciste, pero, en fin, allá tú si lo quieres confesar, pero creo que eso es lo que te pasa.
-  Querido Jose Luis, por una vez y sin que sirva de precedente debo darte la razón porque son demasiados años sin saber nada de aquella mujer y todos los días tengo un recuerdo para ella. No se si la encontraré, pero para eso he venido y necesito tu ayuda.      
-  Bueno, - Jose Luis se frotó las manos y con un gesto correcto llamó al camarero para que le llevase la cuenta – yo te ayudaría, pero no tengo ni idea de donde puede estar porque ya te digo que hace muchos años que le perdí la pista, pero malo será que no encontremos a alguien.
En fin, Gustavo, perdona que no me quede más tiempo, pero tengo una consulta en el nuevo ambulatorio y no quiero llegar tarde. Y he avisado a mi mujer y te esperamos a las dos en casa ¿de acuerdo?
-  De acuerdo. Allí estaré como un clavo y podré conocer a tus hijas que como hayan salido a ti apañadas van.
-  Hasta luego – el Dr Segura dejó el bar seguido por la atenta mirada de su amigo de toda la vida quien, a continuación llamó al camarero y le pidió un whisky con agua bien cargadito que hay que celebrar los reencuentros con los amigos de verdad
El día invitaba a caminar y Gustavo tenía por delante casi tres horas para darse un paseo, volver al hotel, ducharse y presentarse a la hora de comer hecho un pincel. El sol iluminaba las casas de piedra, algunas con escudos como queriendo perpetuar el pasado histórico de un pueblo que siglos atrás había sido capital de la comarca y los soportales de la calle Mayor parecían querer unirse a esa especie de clasismo del que no se hablaba pero parecía penetrar por cada rincón y era natural porque la historia de España era la que era y aunque la decadencia se iba incorporando a la vida nacional, el señorío y la clase todavía se mantenía intacto. Gustavo pensó que sería de Estados Unidos si tuvieran nuestra historia; seguro que no habría quien los aguantara, porque sin historia eran como eran, o sea que mejor dejar las cosas como están.
La Iglesia del Carmen, con su campanario que rozaba el cielo, presidía la entrada a la Plaza Mayor la cual con su forma casi circular parecía querer albergar a todos los habitantes. El reloj marcó las horas puntualmente mientras nuestro querido Doctor se colocaba en el centro geométrico y con su cámara de fotos trataba de inmortalizar aquel momento. Algunos operarios limpiaban cuidadosamente los cristales de las farolas mientras las mujeres pasaban presurosas con las bolsas de la compra. Otras permanecían alrededor de un pequeño recinto cerrado mientras que sus hijos se balanceaban en elegantes columpios de cadenas doradas.
Gustavo se sentó en un banco, abrió el periódico y lo ojeó lentamente. Sus pensamientos estaban más allá que las paginas del diario y los acontecimientos políticos no parecían interesarle especialmente por lo que lo cerró y se quedó mirando a un niño que lloraba desconsolado porque otro, algo mayor, le había quitado el columpio. La madre se acercó presurosa y con un venga Mariano no llores que este niño acaba enseguida y te deja el sitio a que sí, a lo que el eventual propietario del columpio contestó con un pienso estar aquí toda la mañana y no se lo pienso dejar o sea que se vaya buscando otro sitio. Bueno, no te preocupes que si no te lo deja Mamá te compra un bollo en la Pastelería de Ramón, pero no llores mi rey.
-  ¿El señor desea tomar alguna cosa?
Gustavo volvió a la realidad mientras el camarero con su mandil blanco como los chorro del oro esperaba con un papel y un lápiz para tomar nota de la comanda como si el cliente solicitara veintisiete cosas.    
-         Si, por favor, un vermouth y unas patatas fritas – el camarero se alejó y Gustavo continuó con su pensamiento en aquella chica de la facultad a la que dejó y con la que soñaba diariamente. De pronto, su corazón sufrió una especie de vuelco cuando por el final de la calle mayor una figura femenina se acercaba despacio, muy despacio .......



sábado, 25 de enero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 20

Queridos blogueros/as: He escrito el capítulo 20 y no se a que tecla le he dado que aparece como borrador y no se si os ha llegado. Por si acaso lo vuelvo a meter, eso , sin comentarios que ya es muy tarde
Un abrazo
Tino Belas 




CAPITULO 20.-

Los días en el pueblo se sucedían sin cambios significativos. La familia Segura permanecía unida como cualquier otra que no hubiera tenido sobresaltos. La consulta del padre de familia era un hervidero de gente que acudía no solo para tratar de solucionar sus problemas de salud, sino también como si fuera un psiquiatra porque su capacidad de escuchar era asombrosa y nunca se le hacía tarde. El Dr. Segura se mostraba siempre solícito con todos los que llamaban a su puerta y no se paraba en barras para tratar de ayudar a sus convecinos y nunca cobraba unas tarifas que se considerasen excesivas; al revés, en ocasiones eran los propios pacientes los que le decían : pero D. José Luis, cóbreme algo más que usted también tiene hijos que alimentar. La respuesta era rápida: venga vete de mi consulta antes de que me dé cuenta que soy muy barato y gástatelo en la feria y disfrútalo como si me lo hubieras dado a mí.
Incluso hubo unos años en que se corrió por el pueblo que D. José Luis era un santo y que todo lo que hacía era para satisfacer a su Dios que siempre lo tenía en su boca y al que diariamente le daba gracias por su familia y por todo lo que ella le había aportado. Su mujer y sus hijas habían sido lo mejor y su ánimo estaba siempre feliz, fiel reflejo de su situación familiar. Solamente tenía una manía, de la que en muchos años de casado no se había podido liberar y que en ocasiones le provocaba serias discusiones con su mujer y con sus hijas mayores, y no era otro que el de los famosos horarios de llegada. Era absolutamente rígido en la hora  tanto de comer como de cenar y por supuesto, después de la cena no se salía excepto en ocasiones excepcionales y previa discusión entre todos, pero, a pesar de eso, siempre salía perdiendo y luego eran muchos los días en que se pasaba comentando, no enfadado, pero sí preocupado, que si las cosas seguían así, sabría Dios como acabarían sus hijas pequeñas. De las mayores ni hablaba porque ya se habían casado y tenían su propia vida, pero su mayor preocupación era Ana que, con sus dieciocho años cumplidos no hacía más que saltarse las normas a la torera y por más que se la castigase siempre volvía a las andadas.
La última fue hace muy pocos días con motivo de la fiestas del Carmen. Había pedido permiso hasta las doce y apareció a las dos y media acompañada de dos de sus mejores amigas Encarna y Fina que avalaban con su presencia que el horario había sido insuficiente. Cuando se fueron, D. José Luis, cubierto con batín de seda natural, entró en el amplio cuarto de estar y sentándose ante la chimenea removió los leños casi consumidos. Su cara era una pura preocupación y los pliegues de la frente parecía querer enmarcar aun más su estado de nervios, pero no explotó como sería lo normal, sinó que con un gesto cariñoso abrazó a su hija Ana y ambos se sentaron ante el fuego, testigo mudo de muchas horas de charlas familiares.
-  Ana, hija, ¿cómo vienes tan tarde si sabes que tu madre y yo no nos dormimos hasta que estáis todos en casa?
-  Es que estábamos en casa de Encarna y nos pusimos a charlar y se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta. Pero de verdad que pensaba que era más temprano. Lo siento Papá.
-  Ya, siempre tienes alguna coartada – D. José Luis le pasó los dedos por su pelo negro y la miró con cariño – No se como te las arreglas que cada día llegas más tarde.
-  Venga, Papá, no exageres que hacía por lo menos tres semanas que no salía y además, ¿cuándo voy a tener horario libre?
-  ¿Horario libre? Mira, Ana, si tú por horario libre entiendes llegar cuando te de la gana, ya te digo desde ahora mismo, que nunca y no me digas que esto es nuevo porque lo hemos hablado un montón de veces y nunca nos ponemos de acuerdo. Siempre empezamos como muy bien y al final siempre acabamos discutiendo.
-  Claro, ¿cómo no vamos a discutir si tengo el mismo horario desde hace por lo menos tres años? Todavía estoy esperando que te des cuenta que tengo dieciocho años y creo que ya has tenido tiempo para saber que soy buena gente y que no ando por ahí fumando y armando jaleo. Además con los chicos que salgo son conocidos y me acompañan a casa, o sea que no entiendo porqué no me dejas salir hasta más tarde.
-  Ana, no insistas que ya sabes como pienso en estos temas, no me obligues a repetirte que de la vida se yo mucho más que tú y cuanto menos te acerques a los peligros, mejor que mejor. En fín, vete a dormir que mañana tienes que ir a Misa de once y con las bromas se nos está haciendo tarde. Venga, hasta mañana si Dios quiere.
El médico y su hija se besaron en la mejilla como todas las noches y con sigilo se acostaron en sus respectivas camas. Ambos tenían el mismo insomnio y las horas iban pasando sin dejarles conciliar el sueño. José Luis tenía  a su mujer, María, que se hacía la dormida pero que también mantenía su particular vigilia, mientras que Ana con la compañía de unos ronquidos de su hermana Begoña no era capaz de conciliar el sueño.
D. José Luis se removió inquieto en la cama, lo que aprovechó María para preguntarle
-  ¿Ha llegado Ana?
-  Si, acaba de llegar porque ha estado en casa de  Encarna y, como siempre se le ha hecho tarde. Esta niña está muy mal educada y nos toma el pelo de una manera que parece mentira ¿a quien habrá salido?
-  No tengo ni idea, pero es muy buena. Si que con las llegadas a casa es una locura, pero luego es la que más me ayuda y siempre tiene una palabra agradable para todo.
 -  Tienes razón, mujer y probablemente de todas nuestras hijas sea la mejor, pero esto no se puede consentir, sobre todo, porque yo mañana me tengo que levantar para visitar al hijo del Expósito y algún día tendré derecho a dormir a pierna suelta ¿no te parece?
-  Es verdad – Doña María se acurrucó al lado de su marido y se abrazó a él –si no fuera por estos detalles nuestros hijos serían un modelo ¿verdad?
-  Bueno, tampoco hay que exagerar. Por cierto, ¿qué hacemos con Ana? ¿la castigamos o seguimos como siempre?
-  Hombre, José Luis, si ha estado en la casa de Encarna tampoco debemos exagerar. Piensa que ya tiene dieciocho años y sale muy poco. ¿Sabes que estaba pensando? Que no ha vuelto a hablar de irse a Madrid. Se conoce que lo ha pensado mejor porque parecía que estaba muy empeñada.
-  Déjala, si se va, verás que pronto se dará cuenta que como en casa no se está en ninguna parte y volverá, porque las grandes ciudades son muy duras
-  Si, estoy de acuerdo, pero seguro que se iría por las malas porque tú ¿se lo ibas a consentir?
José Luis encendió la lamparita que reposaba sobre la desnuda mesilla de noche y pasando un brazo por debajo de la almohada la acarició con ternura. Pensó que había tenido mucha suerte al haber encontrado una mujer como María, pero también pudo constatar un cierto peligro por que ella con su manera de ser era incapaz de plantear claramente un problema y era una auténtica experta en sondear a su marido sin que él se diera cuenta.
Los días pasan muy deprisa y aunque parecía que fue ayer, ya hacía por lo menos un mes de una de las mayores discusiones desde su casamiento y todo por culpa de Ana que había planteado claramente la posibilidad de irse a Madrid y apuntarse en cualquier Academia de Secretariado.
Incluso, tenía una especie de hojas de inscripción para dos meses después comenzar en una de la calle Bravo Murillo que le garantizaba un puesto de trabajo al finalizar esa especialización que se calculaba entre dos y tres años. El planteamiento había sido por la buenas, sin ningún tipo de preparación ni nada de nada y el propio padre era consciente que había contestado  violentamente y con unos argumentos mas que discutibles porque si no ¿a cuento de que vino decirla que todas las chicas de provincias que van a Madrid terminan siendo fulanas? Hombre, como decía Doña María, todas, todas, no serán y ella estaba segura que su Anita no sería de esas, pero también sabía que los peligros eran mucho mayores sin el control de una casa llevada por unos padres que, equivocados o no, vivían por y para sus hijos y que no entendían que habían hecho mal para recibir tan insólita noticias. Ana repetía y repetía que no le buscaran tres piés al gato que la cosa era mucho más simple que todo eso, que no es que estuviera mal ni mucho menos, sino que quería conocer otras cosas, aprender a manejarse sola, tener otros amigos..... etc..etc y D. José Luis insistía a voz en grito que en esa casa mandaba él y su hija haría lo que el dijese que para eso era su padre y que si continuaba con la misma actitud la castigaría sin salir, aunque tuviera que dejarla bajo llave en su habitación. Ana insistía que no se lo tomase por ese camino porque no se trataba de una tragedia sino de una cosa normal en muchas familias y que porque una se fuese a Madrid, a estudiar, no se iba a caer el mundo. La discusión se zanjó cuando D. José Luis pegó un puñetazo en la mesa y les mandó callar a todos.
Por la noche, en la cama, Doña María que era consciente de la determinación de su hija, trató de suavizar las posturas y se preguntaba en voz alta si no lo estarían haciendo mal y que aunque fueran sus padres, que derecho tenían para no permitir a una de sus hijas que se fuera a donde le diera la gana y lo peor es que si se negaban en redondo ¿no perderían una hija si decididamente se iba a la capital?  D. José Luis no cejaba en sus posiciones y mantenía que mientras él viviera de esa casa no se iba nadie, al menos con su permiso.
Las noches sucesivas fueron de largas conversaciones entre el matrimonio y raro era que no les dieran las tres o las cuatro charlando sobre si los hijos deben estar en casa hasta que se casen o estaría bien que vivieran solos una temporada para que sepan que la vida es dura y lo que cuesta ganarla. Doña María cerraba los ojos y terminaba con un “lo que sea sonará” y así hasta la noche siguiente.

viernes, 17 de enero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 19

Queridos blogueros/as: Fiel a mi cita de los viernes aquí os mando otro capítulo del Trio de Dos y si una vez Javier dijo que se había medio perdido con esta novela, ahora soy yo el que reconozco que no se ni por donde voy.No me acuerdo en que época mas o menos se desarrolla la intriga y no quiero leer los siguientes capítulos porque prefiero mantener la intriga, pero, si, la verdad es que yo también estoy un poco despistado, pero espero que poco a poco todos vayamos encuadrandola y ya se verá de que época es.
Todavía seguimos con un poco mas de Fernando Altozano y ya se nota que  se va, poco a poco, haciendo mayor, aunque todavía le queda mucha mili para llegar al meollo de la cuestión.
Como siempre, espero que paséis un rato agradable que es de lo que se trata
Un abrazo
Tino Belas 

CAPITULO 19.-

-  ¿ Que tal Fernando? Hacía unos días que no te veía con esto del Concierto con España estoy siempre muy ocupado y llego a casa a las mil y una ¿cómo van esos exámenes?
-  Bien, muy bien – Fernando observaba a su padre que con un batín escocés y una copa de coñac en la mano parecía tenderle lazos de unión para que se abriera a él y le contara de todo y por su orden – Hoy hemos tenido uno de Geografía e Historia y creo que me ha salido bastante bien.
-  Así me gusta, que se note que eres un Altozano y lleves el apellido con orgullo para honra de la familia – D. Fernando Altozano padre se entretuvo unos segundos en arreglarse el pañuelo que hacía las veces de corbata y después con gestos estudiados se paseó alrededor de su hijo sorbiendo pausadamente el coñac que estaba depositado en la copa de balón que sostenía con su mano derecha – tengo que confesarte que estamos tu madre y yo muy contentos con tu comportamiento en el colegio y eso que al principio teníamos nuestras dudas que con tanto cambio te influyera negativamente, pero está claro que no ha sido así de lo cual nos alegramos porque tu futuro depende de ti y si te sacrificas ahora, ya verás como la carrera la haces sin problemas porque la base es lo mas importante. Por cierto, ¿sigues pensando en hacer Derecho?
-  Si, aunque últimamente estoy dándole vueltas y a lo mejor me decido por Filosofía y  Letras porque así vamos juntos a clase Benito y yo.
-  Bueno, el que lo tiene que decidir eres tú y todavía te quedan algunos años, pero piensa que si haces Derecho yo te puedo ayudar e incluso te podría recomendar para que te especialices con algún amigo mío. En cambio con Filosofía es mas difícil, pero, en fin, tiempo tienes para decidir lo que mas te guste, pero nunca hagas las cosas por otros porque lo mismo Benito decide cambiar de carrera y ¿tú que haces?
-  Papá, que cosas tienes ¿como me va a dejar plantado si somos íntimos?
-  Mira, hijo – D. Fernando le pasó la mano por los hombros – la vida da muchas vueltas y desgraciadamente las cosas no son siempre como uno quisiera y a lo mejor cambia de opinión o incluso no cambia pero por las razones que sean tiene que hacer otra cosa y tú ¿qué? 
-  Pues la verdad es que nunca lo había pensado, porque Benito y yo estamos siempre juntos y eso no pasará porque Benito sin mí en un examen seguro que lo suspenderían porque copia como un enano.
-  ¿Cómo es eso?
-  Pues así, en todos los exámenes, desde hace seis meses que nos conocemos, primero lo hago yo y luego se lo paso y él escribe lo que le da tiempo que, casi siempre, es todo o la mayoría y así va aprobando.
-  Ya – el padre le miró directamente a los ojos - ¿y tú crees que haces bien?
-  Claro que hago bien ¿ tú no harías igual?
- Mira Fernando, ahora tienes catorce años y todo te parece solidaridad, compañerismo y todo eso, pero con el tiempo, y siento ser tan pesimista, te darás cuenta que la vida es otra cosa, que los tiempos que nos han tocado vivir son muy difíciles y que cada uno se tiene que buscar la vida sin contar con los demás y mira que a mí me cae bien Benito, pero creo que le estás perjudicando porque ¿no te das cuenta que le estás haciendo un vago? ¿para que va a estudiar si tú le pasas el examen?
-  Es que dice que se sienta todos los días pero que no le entran las lecciones.
-  Ya, eso dicen todos los que no cogen un libro.
-  Pero es verdad – Fernando hijo no aceptaba la teoría de su padre y defendía a su amigo con el ardor de sus catorce años – muchas veces nos quedamos en el estudio del colegio y yo le veo que no levanta la cabeza del libro.
-  Mira Fernando, no lo defiendas porque no tiene defensa. Tontos por la gracia de Dios hay muy pocos y la mayoría son unos vagos de tomo y lomo, pero bueno, allá tú. Si quieres seguir engañándote y sobre todo engañándose él a si mismo, seguir igual, allá vosotros, pero creo que sería mejor que te cambiaran de sitio en clase y tu amigo sacara las notas que se merezca dependiendo de lo que estudie.
-  Ya, pero no puedo - Fernando se levantó de la silla y se acercó a su padre - ¿sabes lo que me dijo una vez?
D. Fernando miró a su hijo con cariño tratando de ponerse en su edad y en su mentalidad y admirándole por ser tan buena gente.
-  Pues me dijo que desde que me había conocido su vida había cambiado porque hasta entonces se llevaba muy mal con su padre y desde que sacaba buenas notas se había vuelto como mas simpático y ya no le amenazaba con llevarlo de veraneo con la novia y la madre de la novia que fijate que plan.
-  Pues peor me lo pones, Fernando, porque ahora si que es casi una obligación para ti el dejarle solo en un examen, porque se está construyendo un castillo en el aire y cualquier día se derrumba y tú serás uno de los culpables.
-  ¿Yo? Jo Papá, vaya día que llevas. Solo faltaba que encima que le soplo todos los exámenes fuera el culpable de algo.
-  Si,hijo, si. A ti te parece que no pero yo como padre tengo la obligación de decírtelo, porque se puede hacer feliz a alguien, pero nunca a base de mentiras. Fijate que tu postura me parece sensacional y demuestras que tienes un gran fondo, pero sigo pensando que estás equivocado y Benito mucho mas que tú. Desgraciadamente en la vida hay evaluaciones todos los días y tu amigo se va a pegar una buena bofetada el día que se quede solo y por eso es por lo que te digo que cuanto antes mejor. Pero, te repito que tu postura me parece magnífica.
-  Ya, Papá, todo ese rollo me parece muy bien, pero ¿qué puedo hacer? – La expresión del niño que se iba haciendo hombre era triste y en sus ojos se adivinaba una súplica que fue inmediatamente captada por su padre – Benito se ha acostumbrado a ponerse a mi lado y no se como decirle que no.
-  Te comprendo muy bien y estoy de acuerdo que el tema no es fácil de resolver, pero cuanto antes sea, mejor. Una fórmula podría ser que para el próximo examen estuvieras enfermo o que llegaras tarde. En fin, no lo sé, pero algo tienes que hacer.
El timbre del teléfono interrumpió la conversación y según le iban dando las noticias a D. Fernando, este iba cambiando de color y en sus ojos se adivinaba una expresión sombría que se iba acentuando con el paso de los minutos.
Fernando veía a su padre como un ídolo y viéndole pegado al teléfono se lo imaginaba hablando con alguna autoridad española que le transmitía malas noticias. Al principio se mantenía distante, pero poco a poco se fue metiendo en la conversación
-  ¿Y que podemos hacer nosotros desde aquí?
-  ………….
-  Eso es una barbaridad, tenemos que buscar otra excusa porque esa no se la va a creer nadie.
-  ……………
     -  Pero no digas tonterías, Manolo, ¿cómo le voy a decir yo a los periodistas que han fallecido diecinueve compatriotas en una manifestación pacífica? ¿no te das cuenta que eso es imposible?
     -  …………………
     -  Bueno, está bien – Fernando Altozano se aflojó el nudo de la corbata – no, no, si no hay ningún problema, yo convoco una rueda de prensa y les explico lo que ha pasado, pero tendré que dejar una puerta abierta por si el conflicto se generaliza y tenemos un auténtico caos. En fin, mantenme informado porque cualquiera sabe lo que puede pasar.
El Encargado de Comercio de la delegación española en Londres, se sentó en el sillón y cerró los ojos. Fernando, el hijo le miraba con preocupación en espera de noticias pero su padre parecía sumido en una profunda reflexión.
-  ¿Qué pasa, Papá?
-  Nada, hijo, nada. Son cosas difíciles de entender y más para un niño de tu edad, pero las dictaduras tienen esas maneras de actuar y así pasa lo que pasa. Uno puede intentar mantener la autoridad, pero no a base de palo y tentetieso porque así no vamos a ninguna parte.
-  ¿Pero es verdad que han muerto diecinueve personas?
-  Si, sí, hijo mío. Parece ser que los trabajadores del metal organizaron alguna huelga, la policía ha acudido con prontitud y ha actuado con dureza y como consecuencia de ello, diecinueve personas han resultado muertas, dos policías y diecisiete manifestantes.
-  Jo, Papá, parece imposible lo que me cuentas. Yo he visto aquí montones de líos en las calles y la policía utiliza porras y cosas así, pero nunca los he visto con pistolas.
-  El problema es que el sistema político es diferente en Inglaterra que en España y lo que aquí se entiende como una protesta contra alguna forma de explotación del trabajador y la gente lo dice tranquilamente en la calle, en España  todo se entiende de manera diferente y un poco por culpa de los Sindicatos y otro poco por culpa del gobierno que, enseguida cree que lo van a derrocar, el caso es que así no se puede seguir. En todas partes existen unos derechos de los trabajadores y se quiera o no, no queda más remedio que ir modernizando todas las estructuras del estado porque de lo contrario nos las van a dar todas en el mismo carrillo.
-  Papá, pues que lo hagan pronto porque sinó habrá otra guerra ¿no?
-  Espero que no, porque ya se cometieron bastantes barbaridades como para volver a nuevos enfrentamientos entre nosotros y eso que en nuestra familia tuvimos suerte y pudimos salir de España antes de todo el follón, pero fíjate, por ejemplo, tu amigo Benito. Para esa familia si que la guerra fue una  ruptura total porque no solo mataron a muchos de sus miembros, sinó que encima tuvieron que salir con lo puesto y empezar una nueva vida aquí y eso sí que es difícil.
-  La verdad es que a los mayores no hay quien os entienda. Primero se organiza una guerra que a nadie le pareció bien y por lo que me cuentas para lo único que sirvió es para que unos cuantos vivieran mejor y otros tuvieran que emigrar casi con lo puesto y en nada, en muy pocos años, las cosas se ponen igual y se plantean las mismas soluciones que no valieron hace ese tiempo. Lo siento, Papá pero no te entiendo.
-  Hijo mío, sin darte cuenta acabas de hacer un tratado de filosofía política y tienes toda la razón, pero, desgraciadamente, en la vida no todo es tan claro como a ti te parece. Hay muchos intereses comerciales, alianzas entre países y un montón de circunstancias que a tu edad son difíciles de entender, pero ya verás como irás aprendiendo y con el tiempo, te repito que desgraciadamente, pensarás igual que yo y ahora perdóname porque tengo que redactar un informe que mañana tengo que entregar en la Embajada. Luego te veo.
Fernando se retiró a su habitación y tumbado en la cama soñó con un país en que la gente viviera en paz, repartiéndose las ganancias entre todos y resolviendo los problemas mediante asambleas  a mano alzada y que el Presidente era uno más y que hasta muchos días comía en las casas de los que le habían votado y se contaban mutuamente sus problemas. Al poco, un sopor comenzó a invadirle lentamente y se quedó placidamente dormido.   


miércoles, 15 de enero de 2014

Queridos blogueros/as: Estaba preocupado porque vosotros, Merce y Javier, los únicos seguidores de verdad, no contestabais a mi escrito de esta semana pasada y resulta que porque el ordenadora ha empezado a hacer de las suyas o sabe Dios porqué, metí el capítulo 18 y sale en algo así como en pruebas o algo parecido, o sea, que os lo vuelvo a mandar por aquello del compromiso contraído y pidiendo perdón por meter nuevamente la pata con esto de la informática.
Como os decía la semana pasada, casi nos habíamos olvidado de Fernando Altozano con tanta fiesta en Medina del Campo, pero hete aquí (¿esto se escribe así?) que ha vuelto y aquí lo tenemos vivito y coleando.
Espero que os guste
Un abrazo
Tino Belas 

CAPITULO 18.-
    
 ¿ Sabes lo que te digo? Que estoy hasta las pelotas de este puñetero pais. Todo el día lloviendo y con los zapatos calados.
Benito Monjadiel, amigo íntimo de Fernando Altozano desde su llegada a Londres, era bajo de estatura, gordito, aunque no obeso, cara redonda envuelta por una hermosa mata de pelo negro ensortijado que le hacía parecer más un palmero que un estudiante de secundaria de la High School St. Paul ubicada en el elegante barrio de Chelsea en la capital del Reino Unido. Las manos eran recias y destacaban por debajo de la elegante chaqueta de color verde que, a su vez rellenaba un cuerpo de catorce que comenzaba a despertar a la vida. Los pantalones recien planchados y unos zapatos cepillados con mimo la noche anterior completaban la imagen de un joven español, de buena familia, que continuaba su formación en un pais extranjero.
El caso de Fernando Altozano era completamente diferente porque no fue enviado a Inglaterra para completar su formación sino que estaba allí siguiendo los pasos de su padre. Primero fue Roma, de la que guardaba un recuerdo inolvidable, después, vuelta a Madrid y ahora Londres. Entre medias, su padre había estado destinado en Bruselas y no hubo necesidad de desplazar a toda la familia. Menos mal – pensó Fernando porque según sus amigos, la capital belga era de las ciudades más aburridas del mundo y eso lo decían los hijos de los diplomáticos que normalmente conocían bastante mundo.
Dos años en Madrid, en su colegio del Pilar, con sus amigos de siempre habían constituido una inyección de moral en la vida de Fernando Altozano, quien, a sus catorce años, era un chico bien educado, listo y con un atractivo personal que ya lo iniciaba en el camino del liderazgo. Gracias a su viajes y a su inseparable institutriz dominaba el inglés, entendía perfectamente el francés y se expresaba en italiano como si de su propia lengua se tratase. Los cursos los pasaba con comodidad y a pesar de los cambios de colegio, su interés no disminuía un ápice y era una alegría tanto para sus padres como para sus profesores.
-  No seas pesado, Benito, siempre estás con la misma canción ¿no te parece? En Londres llueve un montón, pero no mucho mas que en La Coruña o en San Sebastián lo que pasa es que estás quemado y la lluvia te afecta más, porque no es para tanto.
-  Jo, yo solo sé que me levanto a las seis y media de la mañana y hasta que me acuesto, estoy calado hasta los huesos y eso que todo el mundo me dice que esto es solo unos meses y que despues ni te enteras que llueve, pero yo debo ser la excepción que confirma la regla porque ya son cinco meses de internado y continúo igual que el primer día.
-  No seas mentiroso – le interrumpió Fernando cambiándose de hombro la mochila de un solo tirante que llevaba – Ahora estás mucho mejor. Por lo menos me tienes a mi y eso de comer todos los Domingos en mi casa es una ventaja ¿o no?
-  Hombre, eso ni se pregunta. Menudo chollo he encontrado contigo y encima tu madre encantada porque los fines de semana hablamos todos en español y el ambiente es como en Madrid.
-  ¿ Tú lo echas de menos?-
-  Jo, yo un montonazo, lo que pasa es que me viene muy bien, pero en cuanto acabe el curso no me quedo ni un día más. Inglaterra para los ingleses que para eso la quieren tanto.
-  Pues yo no estoy tan mal.
-  Nos ha fastidiado – Benito no pudo reprimir un gesto de rabia – en tu casita, con Mamá y Papá pendientes de ti y con la Institutriz ¿qué mas se puede pedir?
-  Hombre, por pedir se podría pedir que no estuviera aquí el idiota de mi hermano que no hace nada más que darme el coñazo, pero, bueno, la verdad es que tienes razón.
-  Solo faltaría que no me la dieras, porque lo tuyo es ideal.- Benito se caló la gorra por la que manaban abundantes gotas de lluvia y se ajustó los pantalones que ya empezaban a sentir los efectos del agua caída y señaló con un dedo hacia una de las esquinas del parque por donde se acercaban alegremente las niñas del colegio que venían en el autobús de Nobergrim – Mira quien viene por ahí. ¿la has visto? Venga Benito, no te hagas el despistado que ya  se de que va
Benito miró distraídamente a un grupo de jovencitas que se acercaban con sus cara sonrientes, cargadas de libros, con mochilas que las hacían caminar con las espaldas encorvadas. Sobre todas ellas destacaba una chiquilla pecosa de melena rubia, cuerpo delgado y piernas muy largas, que ocupaba la primera posición en el grupo. Era Pamela Morris de la misma clase de Benito y Fernando, aunque por su manera de andar parecía mayor.
Los amigos se acercaron y en grupo entraron en el impresionante edificio de St. Paul. La puerta principal iluminada con unos focos estaba rodeada de esculturas de gentes desconocidas para los españoles, pero personalidades de las artes y las letras inglesas que habían posado con enorme paciencia, pero tambien con cierto regustillo interior porque eran muchos los antiguos alumnos y muy pocos los privilegiados que aportaban su persona a aquel primer choque con la cultura inglesa, era como la única parte moderna del colegio porque el resto ya era parte de la historia y la piedra y los arcos de medio punto constituían la parte visible de los diferentes claustros.
Aunque los alumnos eran numerosos, el silencio era la nota predominante y parecía como si los chavales fueran conscientes de la institución a la que penetraban y aunque los grupos se paraban alrededor de las fuentes centrales, enseguida continuaban su caminar hacia las aulas. En los pasillos se alineaban multitud de taquillas con el nombre de cada alumno y en ella se introducían los zapatos en la parte inferior y los libros en el resto. Tambien, la gorra y el gabán pasaban a formar parte del contenido de las taquillas; Así como la de Fernando era un modelo de orden con los zapatos en su cubículo, el gabán en la parte izquierda, los libros  en la derecha y la gorra en su lugar correspondientes, la de Benito Monjadiel era un auténtico bazar en la que los zapatos se mezclaban con los libros que, a su vez, contenían restos de bocadillos, un palo de cricket envuelto en una bolsa de plástico de un conocido almacén londinense, cuatro o cinco gorras de universidades americanas, un paraguas con una varilla rota y hasta una bandera, con palo y todo del Leeds United, que tenía la rara hablidad de caerse siempre que abría la taquilla. Benito era consciente que aquello era una mala tienda, pero la limpieza se hacía cada dos meses y Mr. Hamilton no pasaría hasta pasadas dos semanas, con lo que, de momento podía continuar con todo aquello , aunque últimamente ya comenzaba a tener dificultades y su amigo Pitt quería que le guardara doce ejemplares de revistas con señoritas en actitudes poco edificantes, la capacidad era la capacidad y como le había dicho en varias ocasiones, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible y cualquiera le dice a Fernando que las guarde él. Menudo es para esas cosas. Todavía se acordaba de la vez que se colaron por el techo del gimnasio y cuando las niñas estaban a punto de entrar en el vestuario, Fernando que se había quedado vigilando, avisó que como no bajaran inmediatamente, se lo diria al Supervisor y seguro que se nos caía el pelo. Ante tal amenaza, Benito y sus compinches  no tuvieron más remedio que bajarse de la ventana a la que tanto trabajo les había costado subir y encima soportar la indignación de Fernando que consideraba que aquello era un acto impropio de chicos de catorce años, educados en un ambiente religioso y procedentes de buenas familias. Total que se fastidió el invento y la pandilla desapareció, nunca mejor dicho, que con el rabo entre las piernas.
Las clases eran de pupitres individuales, con una cajonera que se levantaba y en cuyo interior se guardaban los libros de cada clase, las presidía un enorme cuadro de Sir Thomas Collins, fundador de la Institución quien, con gesto autoritario, parecía mirar a todos sin perderse ni un solo detalle. Según Larry, en sus ojos permanecía todavía el espiritu severo de los maestros antiguos y nadie podía sustraerse a su inquietante mirada. Algunos decían que con el paso de los años y los miles de alumnos que habían pasado por sus aulas, la mirada estaba cambiando y se iba como dulcificando. Incluso los mas viejos del lugar, cuando acuden a las reuniones de las diferentes promociones, creen que en la boca le está empezando a aparecer un rictus como de satisfacción por todos los que continúan su labor y que llevan años contribuyendo al desarrollo de su país.
La Srta. Jane pasea por entre las filas de pupitres con una  pequeña vara entre sus manos. Es, para los ojos de Fernando, la típica profesora de disciplina inglesa que utiliza el palo con la misma facilidad que la palabra y sus dotes de persuasión son absolutamente eficaces. Es de las que piensa que la letra con sangre entra y lo aplica con autoridad a sus pupilos que la miran por el rabillo del ojo para, en caso necesario, protegerse la cabeza con el antebrazo. Viste un traje negro con mínimo escote, protegido con una cenefa de puntillas blancas, puñetas que se desplazan hasta medio antebrazo, medias de licra y zapatos con una hebilla dorada en el lateral. Su cara es agraciada, aunque su gesto lo es menos. El pelo castaño es de tal manera recogido que forma una especie de ensaimada lo que hace parecer mas alta. Su cara está surcada por diversas arrugas que denotan bien a las claras que por ella también pasan los años.
Los alumnos se esfuerzan en contestar el examen de Geografía e Historia propuesto por la Pantera, como la denominaban entre ellos. Los que saben el tema escriben como posesos y prácticamente no levantan la cabeza del pupitre, mientras otros se dedican a mirar al techo, mordisquear el bolígrafo, en definitiva, a hacer tiempo mientras llega la inspiración divina que casi nunca llega a tiempo o el mas que probable soplo de algún compañero cercano, pero para eso hace falta que primero termine su examen y segundo que la pantera se despiste porque de lo contrario, no habría ninguna posibilidad.
Como ya era habitual desde hacía varios meses, Benito se había convertido en el compañero de Fernando Altozano en el pupitre de su izquierda y lo que para casi todos era un problema de nacionalidad, para él había sido la solución a sus deficientes estudios y hasta esa compañía había merecido los parabienes de D. Benito padre, quien estaba convencido que la amistad entre los dos españolitos era la razón de que su hijo tuviera unas notas como nunca en el Colegio y como solía repetir, quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
 En todos los exámenes se repetía la misma historia : al principio, la paciencia de Benito era infinita y después de oir las preguntas se ponía a escribir desaforadamente aunque no tuviera ni idea del tema, pero lo importante era hacer tiempo. Muchas veces dedicaba ese tiempo a escribir a algún amigo e incluso a su padre narrándole las dificultades de su vida en Londres y lo carísimo que es todo, lo que suponía inmediatamente que solicitase un aumento de su paga semanal que se había quedado ciertamente muy por debajo de sus necesidades y como en los estudios iba viento en popa, el padre le daba lo que fuera necesario para que no perdiera tiempo en salir de compras y no se cuantas cosas más. Por todo ello era necesario que  continuase la colaboración con Fernando porque de lo contrario todos sus ilusiones se vendrían abajo y el padre retiraría la subvención de la que ambos se beneficiaban porque sinó, ¿de donde iban a sacar para comprar dos helados diarios? Pero una cosa era ayudar en un examen y otra era hacérselo entero y encima dictárselo casi al pié de la letra y mientras Fernando estudiaba todos los días el Señorito Benito zascandileaba por la ciudad en busca, según él, de nuevas emociones.
El examen transcurría con normalidad hasta que, como siempre, Benito susurraba a su compañero Fernando - chist, chist, Fernando pasame algo que no tengo ni idea. -  -  Espera que todavía me quedan dos preguntas y enseguida te paso algo. - 
-  Bueno, pero date prisa que solo queda media hora.
Benito continuaba haciendo como que se concentraba y en cuestión de segundos un folio de los de Fernando pasaba a las manos de Benito quien  lo depositaba con sumo cuidado entre los suyos y solamente la primera linea se dejaba ver. Una furtiva mirada controlaba la posición de la pantera que continuaba dando vueltas hacia el fondo de la amplia sala y en pocos minutos, Benito había finalizado su copia rápida de las preguntas de Geografía y como era habitual salía el primero del aula con cara de haber tenido un tremendo desgaste intelectual y lo entregaba a la pantera que lo dejaba en el centro de la mesa.
-  Muy bien, Español, como siempre has sido el primero y se nota que te lo sabías ¿verdad?
  -Si, estaba seguro que los temas que nos iba a preguntar sería relacionados con la conquista de los ingleses de la India y después dibujar el mapa de los Estados Unidos de América y colocar los diferentes estados estaba chupado ¿a que si? 
- ¿ Que significa chupado? La pantera no podía disimular sus orígenes y un marcado acento escocés la hacía parecer como más británica todavía.
Benito contestaba a estas preguntas con gracia y en la seguridad que no le entendia porque de lo contrario seguro que se metería en algún lío
-  Quiere decir que eran temas que los tenía en la punta de la lengua, como si fuera un helado y por eso me parecieron muy fáciles y he terminado tan pronto.
-  Muy bien, Benito, así me gusta, que se aplique en los estudios porque el futuro de las personas está en sus conocimientos y si queremos progresar no hay mas remedio que estudiar.
Mientras tanto, Fernando Altozano finalizaba su examen y después de recoger todas sus cosas, se sumó a la larga fila de alumnos que avanzaban por los pasillos laterales en espera de entregarlo a la Srta. Jane. A sus catorce años, casi quince, era alto, con muy buena pinta, moreno, de intensos ojos negros y una dulzura en sus gestos que le hacía ser mirado con admiración por las chicas de la clase quienes, sin ningún rubor, le llamaban para que se sentase con ellas y poder disfrutar de un auténtico chico del sur. Fernando, tímido por naturaleza, se sentaba, pero se le notaba incómodo y no por problemas con el idioma que lo hablaba con naturalidad y aunque en su acento se advertía su procedencia hispánica se expresaba en un inglés fluido. Su estancia en el Colegio Romano le había marcado y en las niñas de su clase solo veía insinuaciones de mal gusto y ganas de meterse con él solo porque no les hacía proposiciones deshonestas como hacían el resto. Era incapaz de decirles algo que pudiera tener un doble sentido y en sus pensamientos siempre estaba presente la imagen del Padre Director que le recordaba que cualquier mujer podría ¿porqué no? ser la madre de sus hijos y como tal había que respetarlas y tratarlas, aunque había algunas que nunca podrían aspirar a ser la madre de nadie porque eran an feas y presumidas como ratitas de laboratorio. Alguna se libraba, pero pocas y desde el primer día que llegó al colegio, se dio cuenta que las chicas inglesas no eran su tipo.
-  ¿Qué tal, Benito? ¿te valió lo que te pasé?
-  Claro que me valió, muchas gracias. Con lo que me pasaste y la paja que metí por mi cuenta, yo creo que ha quedado un examen más que presentable y sobre todo que si no llego a copiar no hubiera escrito ni dos renglones, o sea que otra asignatura que te debo
-  Venga, Benito, pareces tonto, hoy por ti y mañana por mí, pero lo único que te pido es que no me pidas cincuenta veces que te pase el examen. Ya se que te lo tengo que pasar y no hace falta que me estés dando el coñazo que te lo paso cuando puedo, pero hay veces o que no he terminado yo o que la pantera anda cerca y entonces, te tienes que esperar.- 
-  Perdona si soy un palizas, pero según van pasando los minutos me entra el nervio y pienso que cuanto antes me lo pases mejor, porque al final aparece la pantera y no hay quien copie y otros días puedo poner algo de mi cosecha, pero hoy es que no tenía ni idea.
-  Ya, pero cualquier día nos caza y se te acabó el negocio.
-  Bueno, venga, vámonos que aquí no pintamos nada.- Benito se caló la gorra casi hasta las cejas y le propinó una colleja a Fernando que casi le hace irse al suelo- vamos que hoy te has ganado un doble de nata y fresa.
La heladería estaba cerca y a los pocos minutos ambos amigos estaban disfrutando de dos hermosos helados de cucurucho con sus correspondientes cucharillas de plástico. En la cara de Benito se reflejaba la satisfacción del deber cumplido mientras en la de Fernando se mantenía el gesto de responsabilidad que le hacía ser tan buen estudiante. Se sentaron en el césped de una amplia pradera que se extendía hasta mas allá de un lago en el que se disputaban los trozos de pan que los niños les tiraban, unos hermosos pavos reales. Benito se estiró todo lo largo que era y se quedó mirando una ardilla que trepaba por el tronco de un pino.
-  ¿ En qué piensas?
Benito se movió despacio y miró fijamente a los ojos de su amigo del alma
-  Estaba viendo esa ardilla y pensando en la suerte que  he tenido al conocerte. Si no fuera por ti, seguro que mi padre ya estaría aburrido que me suspendieran y estaría de vuelta a casa.
-  Tampoco es para tanto que me estás poniendo colorado – Fernando pasó su lengua por el filo del barquillo.
-  Pues que quieres que te diga, es la verdad. Tu pones la ciencia y yo a copiar como un cosaco, pero es que no soy capaz de meterme en la cabeza todas las materias.
-  ¡ Como que no eres capaz! Claro que eres lo que pasa es que es mucho mas fácil leer una novela o irse a dar una vuelta que sentarse delante de un libro  y concentrarse en lo que se está haciendo. A mí tambien me gustaría, pero comprendo que si queremos llegar a algo no hay mas remedio que prepararse.
Benito se levantó y lanzó una piña contra el tronco del árbol
-  Ya, en eso tienes razón, pero no soy capaz, de verdad, no soy capaz. Me encantaría que mi padre disfrutara y no me echase las broncas que me echa cada vez que nos juntamos, pero me siento delante del libro y me entra un sueño que se me cierran los ojos
-  Ya, eso cuéntaselo a tu padre que a lo mejor se lo cree, pero a mí no, que no cuela. Lo que te pasa es que eres un vago de siete suelas y te gustan más las faldas que a un tonto un lápiz y claro o te vas con ellas o estudias y no hay mas Benito
-  No, si tienes razón, pero es que  a mi eso de estudiar no me va, que quieres que haga. No me gusta y no me gusta y no hay que darle mas vueltas.
-  Me parece bien, Benito, pero algo tendrás que hacer ¿no?
-  ¡ Y yo que sé! A mí lo que me gusta es jugar al futbol y es lo único que no me dejan hacer, o sea que ya me contarás como voy a llegar a ser nada si no puedo ni entrenar.
-  Pues díselo a tu padre y ya está. 
-  Es imposible, de verdad - Benito se puso muy serio – cuando vivía mi madre todavía teníamos algo en común, pero, desde entonces y de eso hace ya casi dos años, no tengo nada que contarle. De verdad que me encantaría sentarme con él y explicarle todo lo que me pasa, pero no puedo; es superior a mis fuerzas. Por lo único que me gustaría aprobar es por verle contento porque, ya te digo que desde entonces no hace más que chillar y decirnos a mi hermana y a mí, que somos unos desastres y cada dos por tres la cancioncilla de que si viviera vuestra madre seguro que no haríais esto o no haríais lo otro. Estoy hasta el culo de tantas broncas y menos mal que aquí solo le veo una vez al mes porque en casa era horrible.
-  Hombre – Fernando miraba al infinito tratando de comprender la situación – yo solo le he visto dos veces y me pareció un tío fenómeno.
-  No, si cuando quiere es supersimpático, pero últimamente está siempre de malhumor como si yo tuviera la culpa de todo.
-  Ya, pero es que ha perdido a su mujer y eso es muy duro.
-  Y yo que he perdido a mi madre ¿qué? El si quiere se puede buscar otra, pero yo no puedo encontrar otra madre ¿no es peor mi situación?
-  ¿Qué quieres que te diga, Benito? A mi me parece que es una faena para los dos, pero si Dios lo ha querido no os queda más remedio que aceptarlo.
-  Mira Fernando, no empecemos como el otro día. - Benito metió la cabeza entre las rodillas y comenzó a sollozar. No trataba de disimular lo más mínimo porque, de vez en cuando le venía muy bien desahogarse con alguien, aunque reconocía que el paso de los meses iba suavizando su soledad y todavía se acordaba de su llegada la internado y la despedida de su padre augurándole una estancia estupenda y que cuando volviera todo sería diferente. Si diferente, eso sería él porque Benito no paraba de llorar y hasta tuvo que recibir los consejos de un Psicólogo que lo animaba y le recomendaba practicar deporte hasta la extenuación para evitar pensar, pero eso era imposible. Su padre le visitaba una vez al mes, fallaba alguno, pero por culpa de sus negocios sin darse cuenta que su negocio principal era su hijo y este lo acusaba en su interior y cada vez se iba haciendo mas reservado. El padre notaba la diferencia y lo achacaba a que estaba en la edad del pavo y que se le pasaría, pero ya hacía casi dos años del fallecimiento de su mujer y Benito, el niño, seguía no sin dirigirle la palabra pero si mostrándose muy reservado y contestando a todas las preguntas con un lacónico bien.
  En el colegio no le entendían y le castigaban con no dejarle entrenar con lo que aumentaban su depresión. Hasta su padre, de acuerdo con el Psicólogo, le bajó la asignación mensual y se la aumentaba si las notas eran buenas con lo que aquello se convirtió en un círculo vicioso y él se encerraba cada vez más en si mismo. La llegada de Fernando había sido como una medicina y ambos comenzaron a recorrer un largo camino. Fernando era consciente de la situación de su amigo y procuraba acompañarle y darle algunos consejos aunque tampoco era un especialista en el tema, fundamentalmente le hacía compañía, y le ofreció el calor de su familia con lo que Benito hacía algunos meses que estaba algo mejor.
-  Jo, Benito, perdona, pero otra vez he metido la pata recordándote lo de tu madre – Fernando le dio unos pequeños golpes en la cabeza –Perdoname.
Benito se abrazó a su amigo y después de secarse las lágrimas con un pañuelo se encaminaron hacia el colegio. Benito subió a su habitación y se tumbó en la cama, cerró los ojos y se quedó profundamente dormido, mientras que Fernando esperó unos pocos minutos al autobús 23 que lo dejó enfrente de su domicilio y a continuación se sentó en el cuarto de estar y ahí estuvo hablando con su padre y su madre hasta cerca de las once de la noche.



viernes, 3 de enero de 2014


Queridos blogueros/as: Uno es como los pequeños comercios: "Cerrado del 24 al 6 de Enero por Navidades. Recordamos a los Señores Clientes que a partir de ese día estaremos a su disposición en el horario habitual. Rogamos perdonen las molestias" Pues eso, unos días en Galicia lloviendo como si no lo hubiera hecho nunca y tratando de descansar y desconectar de los problemas habituales. Te vas por ahí, ves llover, pasas un poco de frío, comes mas de la cuenta y de beber mas vale ni hablar y cuando vuelves a casa dices aquello que como en casa no se está en ningún lado y es una verdad como un templo. Encima yo ahora estoy sentado delante del ordenador, oyendo boleros de Los Panchos, solo y casi oyendo el silencio y con una soledad por horas, porque dentro de un rato vendrá mi Santa y se acaba esa soledad ¿se puede pedir mas? bueno una cervecita no estaría mal, pero la nevera está como si hubiese pasado un tornado, pero,en fin estoy como un marqués y eso anima a escribir. 
Tenía razón que esto de mandar un capítulo cada vez, te hace olvidar el global de la novela y si eso te pasa a ti, imagínate lo que me pasará mi que soy el que la ha escrito y no me acuerdo de nada. Eso también tiene una lectura positiva y es que no se que pinta aquí una pareja de Medina del Campo en un gabinete de fertilización en Barcelona, pero no queda mal ¿verdad?
Por otra parte, lo de mandar mas de un capítulo cada semana no es muy buena idea porque seguro que me pillaría el toro y se me acabaría la producción porque como os comentaba hace mucho que casi no escribo la segunda parte de esta novela que según la empecé, me parece que quedará como muy bien y como muy moderna porque se ser así como romántica pasará a ser novela negra total, pero bueno todo se andará.
La guitarras de fondo y Los Panchos cantando aquello de "si te dicen que me vieron muy borracho, orgullosamente diles que es por ti,  porque yo tendré el valor de no negarlo, gritaré  que por tu amor me estoy matando y diré que por tus besos me perdí " ¿No os doy envidia? pues ánimo, año nuevo vida nueva, todo el mundo a disfrutar con estas pequeñas cosas que son las que tenemos mas a mano
Hasta la próxima
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 17.-

Estuvieron casi una semana en la ciudad mediterránea. Los primeros días fueron de puro turismo y ahora, con el paso de los años, se daba cuenta que todo había una estratagema para acudir a la consulta drel Dr. Turió. Paseaban por las Ramblas cogidos de la mano como dos enamorados, montaron en la noria gigante de la Plaza de Colón, subieron al teleférico de Montjuich, compraron un periquito en la Rambla de Las Flores y hasta estuvieron un día en el Liceo donde presenciaron una representación de Aida. El espectáculo maravilloso y la obra un coñazo de padre y muy señor mío. Mucho mejor la zarzuela y encima es de casa, ¿ que mas se puede pedir? 
Uno de los días Eulogio la propuso dar de andar hasta el puerto olímpico y después de  ver Barcelona desde el mar, se tomaron una escalivada y su marido le ofreció pasar por la Sagrada Familia para ver como iban las obras. Trini no terminaba de ver para qué tanto paseo y aunque miraba mucho, veía poco y ya le estaba empezando a apetecer volverse para el pueblo con su gente y con sus paisajes que, aunque diferentes, le resultaban como mas familiares y sus sentimientos se llenaban antes de paz y tranquilidad; Barcelona para los catalanes que yo me quedo con Medina y su castillo.
En esas estaba, cuando un cartel amarillo la sacó de sus pensamientos. Estaba colgado a lo largo de un enorme balcón y con grandes letras negras anunciaba la consulta del Dr. Turió Especialista en Ginecología por la Universidad de Nueva York y con consulta de fertilidad abierta de 10 a 1 y de 4 a 6 con primera exploración gratuita.
-  ¿Entramos?
Eulogio miró a su mujer con la ilusión reflejada en su rostro y ella no tardó en contestarle con un sí rotundo, sabiendo como sabía, que para su marido era un tema primordial.
La entrada era espaciosa con unos sillones que recordaban a los del Casino de Medina, una señorita muy puesta los recibió con un amplísima sonrisa que a pesar de ser algo forzada inspiraba confianza.
-  Buenos días. Soy Montse, ¿puedo ayudarles?
Eulogio se adelantó a las posibles preguntas y casi sin respirar y como si hubiera llegado al final de una etapa del Tour de Francia, se lanzó como una moto:
-  Seguro que sí Señorita. Mire Usted, mi mujer y yo llevamos ya siete años casados y pasábamos por aquí y como Trini no tiene hijos, hemos pensado ¿qué perdemos si entramos y preguntamos que  puede ocurrir para que no se quede embarazada? Y aquí estamos.
-  Muy bien señor. Si son ustedes tan amables me acompañan y haremos primero una breve historia clínica antes de pasar a ver al Dr. Turió, ¿de acuerdo?
-  Como usted mande, señorita.
Aurelio y Trini pasaron a una sala con varios sillones de diferentes colores, precedidos por Montse quien les indicó donde debían esperar y con un hasta pronto desapareció por detrás de una de las cortinas.
-  ¿Qué te parece?
-  Está muy bien, aunque debes de asegurarte que la primera consulta es gratis porque esto tiene una pinta de caro que no veas.
-  No te preocupes, mujer, que nosotros somos de pueblo, pero no tontos y veremos lo que nos dice el Doctor  y si nos gusta  entonces decidimos lo mejor ¿te parece?
-  Muy bien, ya sabes que lo que tú hagas está bien hecho.
Como media hora duró la espera y en ese tiempo pasaron por la sala diferentes personas que hablaban como avergonzadas y sobre todo las señoras casi no levantaban los ojos de suelo.
El despacho del Doctor Turió no desentonaba con el resto de la consulta. Era amplio, con un enorme  ventanal por el que entraba una luz que iluminaba toda la estancia, su mesa era de caoba con zonas de un guateado verde, el sillón destacaba por su altura, mientras que los de los pacientes eran de estos funcionales a la par que elegantes. Una librería de madera atestada de libros constituía la pared derecha del despacho y en la izquierda una balda a media altura era la que soportaba infinidad de fotos del Doctor en actos tan diversos como su jura de bandera o la medalla de la Diputació que le fué entregada por “el Honorable” en base a los méritos contraídos durante los treinta y nueve años que estuvo al frente de la Ginecología del barrio de Sans en el cinturón industrial de la ciudad. El titulo de Especialista que presidía la pared, había sido otorgado hacía cuarenta años.
El Dr. Turió los recibió amablemente, levantándose de la mesa y dándoles la mano afectuosamente.
A primera vista era un hombre mayor, alto, de pelo cano muy bien peinado, barba blanca recortada y porte autoritario. Vestía un elegante traje de “tweed” en colores tostados al que se le unía una corbata de rayas y un chaleco que le impedía la presencia de una incipiente linea de la felicidad.
Con un gesto de su mano derecha les invitó a sentarse y mirando directamente a la cara  de Trini preguntó con una voz muy bien modulada:
-  ¿Por quien empiezo?
Eulogio se adelantó  en la respuesta y decididamente afirmó:
-  Si le parece empiece por ella que es la que está más preocupada.
El Dr. no apartó sus ojos de ella
-  Parece que a su marido le preocupa menos ¿es así?
-  ¡Qué va Doctor! Eso es lo que dice, pero no es verdad. El que está realmente empeñado es él y por eso estamos aquí. Si por mí fuera, todavía estaríamos en el pueblo.
EL Doctor jugaba con un pequeño abrecartas de plata - ¿De donde son ustedes?.
-  De un pueblo de la provincia de Valladolid que se llama Medina del Campo, ¿lo conoce?
-  Hombre, Medina del Campo, claro que lo conozco. Mi mujer hizo allí hace ya muchos años lo que entonces se llamaba el Servicio Social y estuvo casi tres meses en el Castillo de la Mota.
Es un pueblo muy bonito. Hace muchisimo tiempo que no voy, pero lo recuerdo con mucho cariño. Por cierto, ¿sigue existiendo un kiosko de churros pegado al río, justo antes de pasar el puente?
Si, - contestó Trini- lo que pasa es que ahora no hay casi nadie porque la carretera ya no pasa por el pueblo.
-  ¡Ah, si! No sabía, o sea que han salido ganado porque atravesar Medina era un buen lío.
-  Si, eso es verdad.
-  Bueno, vayamos al grano – D. Francés Turió y Tardabella se levantó de su amplio sillón y tomando de la mano a Trini le indicó que se desvistiera detrás de un biombo de color crema y que se tumbara en la camilla que tenía a su izquierda.
Mientras tanto, trató de entablar una pequeña conversación con Eulogio que trataba de mantenerse tranquilo, aunque la procesión iba por dentro.
-  Me dijo usted que se llamaba Eulogio ¿verdad?
-  Si, Doctor, Eulogio Perez Olivares para servirle.
-  Bueno, bueno – El Dr. Turió volvió a coger entre sus dedos el abrecartas que le acompañaba siempre que hablaba con algún paciente – Cuénteme cual es su preocupación ¿le parece?
-  Si – Eulogio se movió inquieto en la silla y se retorcía las manos con un nerviosismo que no pasó desapercibido a los ojos atentos del ginecólogo – llevamos siete años casados y no tenemos descendencia y estamos algo preocupados porque la Trini se va haciendo mayor y para cuando nos queramos dar cuenta ya habremos perdido el tren y por eso estamos aquí. Queremos que nos aconseje y si está en su mano que le ponga un tratamiento y a ver que pasa.
-  ¿Y porqué cree que le tengo que poner un tratamiento a ella? ¿no puede ser usted el culpable de que su mujer no se quede embarazada?
-  ¿Yo? Venga Doctor, ¿está usted hablando en serio? ¿qué me ve pinta de maricón? Hombre, Doctor, usted no me conoce, pero si supiera como he sido hasta hace unos años, seguro que no me haría esta pregunta.
-  Creo que no me entiende, o a lo mejor no me quiere entender, pero en ningún caso estoy dudando de su hombría porque no se trata de eso y además no soy quien para juzgar actitudes, sinó que, a veces, y le repito que no es un problema de hombría, los espermatozoides del futuro padre no se desarrollan normales y aunque llegan al lugar donde deben fecundar al óvulo, no lo consiguen por muchos motivos y en ese caso, no es que alguien sea el culpable o no que yo creo que en cuestiones de pareja no hay vencedores ni vencidos, si no que hay una causa que se puede tratar. Otras veces son cuestiones de índole psíquica, como por ejemplo problemas de pareja, de hacer las cosas con prisa y sin pensar en el otro y un montón de posibilidades que iremos viendo, pero, de momento lo más importante y lo que hacemos en esta primera visita es una exploración ginecológica de la paciente, una revisión de los órganos genitales de la pareja por si aparecen algunas anomalías de tipo físico y finalmente un análisis de semen para descartar, en primer lugar, cualquier defecto físico que impida el desarrollo de una normal fecundación. En el caso que no exista nada en esta primera consulta, entonces pasaríamos a realizar un estudio psicológico de ambos y si todo fuera negativo, les indicaríamos la posibilidad de entrar a formar parte de un programa de fertilización in vitro.
Como ve, es un estudio completo que nos llevará varias consultas, pero que si ustedes siguen todas nuestras indicaciones les podemos garantizar que en un plazo no mayor de dos años, su mujer estará disfrutando de su maravilloso bebé.
-  Perdone, Doctor, pero, aunque quizás no sea el momento, ¿cuánto costaría todo el tratamiento suponiendo que llegáramos al final y mi mujer se sometiera a una fertilización in vitro?
-  Eso le haríamos un presupuesto detallado, pero la mayoría de las parejas no necesitan llegar al final y con un buen tratamiento seguido al pié de la letra, se quedan embarazadas en un plazo no superior a un año o año y medio.
-  Ya, perdone la pregunta – Eulogio se movió inquieto en la silla – pero somos gente modesta y no tenemos mucho dinero.
El Doctor se levantó y atravesó el espacio entre su mesa y el biombo que separaba la camilla de ginecología en donde ya se encontraba la Trini en posición acompañada de una enfermera con uniforme blanco inmaculado.
-  Vamos a ver como está una castellana de pura zepa.
El Dr. Turió se colocó un guante de látex y con mano experta exploró las intimidades de su paciente sin advertir ninguna anormalidad en las paredes vaginales ni en el fondo de saco del útero, no apercibiéndose de nada que impidiese la posibilidad de un embarazo.
-  Doña Trinidad: tengo que decirle que no veo nada de particular para que no pueda quedarse embarazada por lo que lo mas probable es que exista alguna alteración, que ya valoraremos, en los espermatozoides de su marido y esa sea la causa de no llegar a fertilizar. En cualquier caso, eso lo sabremos dentro de unos días. Ya puede vestirse.
Cuando Eulogio y Trini finalizaron su entrevista, dieron un paseo y se sentaron en una terraza de las ramblas donde el ambiente comenzaba a hacer acto de presencia y conversaron sobre lo que le  había parecido a cada uno. Para Eulogio era un Médico sacacuartos, con mucha labia, que los había encaminado hacia la fertilización in vitro, cuando él sabía positivamente que el problema no estaba ahí. No podía admitir que fuera él el causante de todo aquel lío y esperaría con impaciencia el resultado de los análisis. A pesar de la consulta, seguía en sus trece que la culpa era de la Trini que, por razones que no era capaz de adivinar, no tenía ninguna intención de quedarse embarazada y nada ni nadie le haría apearse del burro. Si una no quiere, pues no se queda y se acabó lo que se daba. Lo último que le faltaba por oir era que un medicucho de tres al cuarto le dijera que él era impotente. Si, si, que se lo pregunte a la Floren si valía o no valía para eso de la fecundación. Pero, en fín, ese es un tema que mas valía dejarlo como estaba porque aunque él estaba convencido que el niño era suyo, fueron muchos los que dijeron que era igual que Simón, el hijo del ebanista que había aparecido en el pueblo despues de casi tres años aprendiendo el oficio en Barcelona, aunque para otros, el chico era igual a D. Jesús que fue ayudante de farmacia y que todavía tenía alguna relación con algunas de su quinta.
En fin, que él sabía muchas cosas que no le podía contar a la Trini, pero que eran verdad y ya vería como el análisis saldría normal.
Mientras tanto Trini observaba a los transeúntes y su mirada vagaba entre la multitud que discurría ante sus ojos. Era viernes por la tarde y la gente salía a disfrutar de los últimos coletazos de la primavera. Los militares, vestidos con sus uniformes de color marrón, gruesas botas y gorra ladeada, hacían la corte a impecables doncellas vestidas con uniformes azules y cofias blancas en la cabeza que empujaban cochecitos de niños en los que se adivinaban recien nacidos de la buena sociedad catalana que eran sobrepasados por sabanitas de finos encajes.
Los señores paseaban arriba y abajo con sus trajes de marca retirando a cada paso los sombreros que cubrían sus canosas cabezas para saludar a elegantes señoras que solas, si eran mayores, o con la carabina correspondiente se cruzaban en su camino.
Por el rabillo del ojo, Trini observó a su marido y con la perspicacia propia de su sexo y los años de convivencia, se dio cuenta que su Eulogio estaba preocupado y hasta bastante enfadado. Bebió un pequeño sorbo de un refresco con abundante hielo y le cogió la mano como en sus mejores tiempos.
-  Eulogio, ¿qué te pasa? No me dirás ahora que estás preocupado por lo que nos ha dicho el Doctor ¿verdad? Yo creo que en tan poco tiempo es imposible diagnosticar nada y lo único es que lo tiene bien montado para ganar dinero porque, ¡fijate! Ya estamos citados para dentro de un mes, y esa consulta seguro que ya no es gratis. No te preocupes, hombre, que ya verás como todo se arregla y no nos va a hacer falta ni venir. ¿Qué te parece si hacemos un primer intento? Ahora ya sabemos que ninguno tenemos nada y con un poco de suerte, me quedo embarazada de una vez y se te acaban los problemas? Venga, vamos a la pensión.
Pagaron la cuenta y ya en la pensión se fundieron en uno solo, con una pasión inusitada y con lo que se disiparon muchos malentendidos. Curiosamente, todo lo sucedido en aquella tarde, dio sus frutos a los nueve meses.
Un sonido estremecedor hizo vibrar la carreta en la que Trini se encontraba disfrutando de unos recuerdos que, con el tiempo se iban haciendo, como más borrosos, pero que gustaba de recordarlos. Un balón había hecho diana en una especie de frasco de medio metro de alto que colgaba de la puerta posterior de la carreta y que contenía unos cuantos litros de vino que iban a ser consumidos en la cena. El impacto había sido de tal magnitud que el botellón había salido por los aires y se había ido a estampar contra las rocas que bordeaban el camino. De las carretas vecinas salieron varios hombres que gritaban a los chavales que corrían despavoridos. Tú, el de los pantalones grises, corre, corre que te he visto y se que eres el hijo de la Encarna y tú  el de la gorra azul, no se como te llamas, pero ya te cazaré, porque me he quedado con tu cara. Valiente pandilla de gamberros, a quien se le ocurre ponerse a jugar al futbol al lado de una carreta.
Trini se asomó por la trampilla y entre la oleada de calor y el olor a vino derramado, estuvo a punto de desmayarse, pero se sujetó firme a la travesera y mantuvo el equilibrio. Habían pasado tan solo unos segundos desde el incidente, pero los suficientes para que no se viera ninguno de los agresores que, raudos como centellas, habían acudido a refugiarse en un pinar cercano en donde estaban dispuestos a resistir para evitar la reprimenda de los padres. Algunos ya hacían acto de presencia y amenazaban a los pequeños con no salir de casa en un mes castigados por lo que habían hecho.