CAPITULO 16.-
Debo reconocer que todo lo
escrito hasta ahora ha sido siguiendo el guión original de aquella
carpeta en la que había escrito una parte de mi vida. Prácticamente
se podría decir que es un corta y pega, que dicen los modernos, pero
llegado a este punto me doy cuenta que entre los diferentes apartados
de la carpeta, hay uno, que justo corresponde a la época en la que
llevaba muy pocos meses en Londres y que solamente contiene una hoja
pequeña de papel en la que, escrito a mano, hay como tres
subdivisiones, posiblemente con la idea de completarla mas adelante.
Ni un solo documento ni nada de nada. Eso si, estaban las tres
subdivisiones como tres escalones para seguir avanzando en mi
evolución personal. Allí estaban: , Uno la historia con Sally
Still, agradecimiento del Sr Chesterplace y tres contar lo de la
chica de la embajada. Ni un solo dato mas. Han pasado muchos años y
posiblemente por eso tenga que escribir situaciones que posiblemente
no se correspondan con la realidad, pero intentaré recordar como fue
aquello y trataré de desarrollar estos tres puntos con la mayor
fidelidad posible y una vez salvado este escollo, la historia podrá
continuar, con menos esfuerzo porque otra vez los distintos escritos,
apuntes, notas, etc, etc llenan los apartados restantes de aquella
carpeta que fue y es la verdadera protagonista de esta novela.
No había pasado ni media hora
desde el parto de la hija del Sr. Chesterplace y después de un café
en la habitación de al lado y casi sin darnos cuenta Sally yo
estábamos abrazados en uno de los sillones de la amplia estancia. Yo
creo que nos besamos por necesidad, fue como una manera de liberar
toda la tensión que habíamos padecido durante las últimas horas y
recuerdo que tampoco fue como muy excitante, no, simplemente era
transmitirnos mutuamente la felicidad que nos invadía a los dos, no
solo por haber superado la prueba sino sobre todo porque la madre y
la niña estaban bien. Fue un beso intenso, en el que a través de
nuestros labios pasaban cientos y cientos de sensaciones. Pensaba que
el que estaba un poco sobrepasado por los acontecimientos era yo y
sin embargo Sally estaba igual y una vez que me lo explicó lo
entendí porque fue ella la que organizó todo. Todavía no se si
salió de ella la idea o fue como obligada por el Director, pero el
caso es que sabía casi todo de mi vida en la Clínica, conocía los
días que yo tenía guardia, incluso si pensaba irme a España o si
Carmen tenía previsto venir en algún momento. Estaba segura, porque
lo había preguntado previamente, si yo sería capaz de hacer un
parto y ahora que lo digo me acuerdo que en una de las pocas
conversaciones que tuve con ella, es verdad que me lo preguntó y yo,
entre sorbo de café y sorbo de café en algunas de aquellas noches
de guardia en que cuando terminabas de ver a un enfermo ya tenías a
otro esperando en la sala, le contesté que los Médicos de puerta
deberíamos saber de todo porque cualquier patología podría
aparecer en cualquier momento, aunque también me acuerdo que en
aquella conversación también salió el tema de los Especialistas y
que fui yo uno de los que mas los defendió, pero siempre en el
contexto de un hospital grande. Sally insistía en preguntar si
cualquier Médico de Guardia sabría hacer un parto y yo conteste,
cuando todavía no sabía lo que se me venía encima, que
naturalmente que si y si no que se dedicase a otra cosa. Ahora pienso
que hubiera sido un buen momento para haberme callado, pero fui tan
contundente aquella respuesta que posiblemente de aquellos lodos
vienen estos barros (no me acuerdo si el refrán castellano es así o
al revés).
Pero volvamos a lo ocurrido.
Si que es cierto que fue un beso intenso, para que negarlo, pero
también es cierto que yo llevaba en Londres varios meses sin haber
estado con ninguna mujer, excepto un fin de semana que vino Carmen, y
aquello fue como una explosión. Primero fueron unos momentos de
alivio en la habitación de al lado de la hija del Sr. Chesterplace
en la que salieron todos los nervios de aquellas intensas tres o
cuatro horas de un parto que al final no fue tan complicado como yo
me lo había imaginado previamente y como una muestra de solidaridad
entre ambos y todo hubiera quedado ahí, pero al despuntar el alba y
después de explorar a la paciente y casi sin decir palabra los dos
nos pusimos de acuerdo en que aquello no debía terminar de una
manera tan brusca y fue ella la que me invitó a dar un paseo hasta
su apartamento. Estaba tan cerca de la Clínica que fuimos andando a
través de un parque que a esas horas parecía estar diseñado para
un par de solitarios. Las hojas comenzaban a despertarse con nuestras
pisadas y emitían pequeños gruñidos que se entremezclaban con el
canto de unos pájaros. El sol, al principio tímido como tratando de
no molestar y luego mas radiante, se iba haciendo el amo y señor de
aquel paraje solitario solamente interrumpido por nosotros y por
algún otro madrugador que saciaba sus necesidades de ejercicio a
base de hacer footing por los diferentes caminos que lentamente
íbamos atravesando Sally yo. Por fin llegamos a su casa, era un
edificio de apartamentos que desde enfrente parecía diseñados para
un país con mas horas de sol. Las terrazas estaban por todas partes
y las plantas saltaban de unas a otras como si no pertenecieran a
nadie en concreto, dejando espacio para unos amplios ventanales. La
entrada a a la casa era amplia con mármol blanco por todas partes
que invitaba a bailar un valls. Un portero con traje azul y corbata
roja nos recibió con un buenos días Señorita Still y un buenos
días Señor mientras nos abría la puerta del ascensor. Sally vivía
en el piso noveno y entre besos y caricias nos pareció que vivía en
un primer piso por lo rápido que ascendía. Por fin se abrió la
puerta y nos fuimos directamente a la cama. Ninguno de los dos nos
acordamos del desayuno hasta pasadas por lo menos seis horas de una
intensa relación.
Como siempre, después de la
tormenta llegó la calma. Cuando abrí los ojos Sally estaba a mi
lado apoyada en su codo derecho mirándome fijamente
-
¿Sabes que hora es? – me preguntó a través de unos ojos relajados
-
No tengo ni idea
-
Casi las dos y media
-
¿De la mañana o de la noche? – pregunté cándidamente
-
De la mañana, llevamos casi seis horas en la cama y te has quedado dormido como un tronco
-
¿Y tu no?
-
Yo también, pero un poco menos. Me he despertado hace como media hora y me ha dado tiempo a preparar algo de comer ¿te apetece?
-
Por supuesto, pero antes me gustaría darme una ducha.
-
El cuarto de baño es aquella puerta de enfrente. Como prefieres la comida ¿caliente o fría? – preguntó mientras nos abrazábamos. Naturalmente ante aquella invitación la comida estaba no fría si no helada porque pasó otra hora hasta que definitivamente nos levantamos.
El apartamento estaba
compuesto por un salón enorme con unos sillones blancos rodeando una
mesa baja de cristal, amplias estanterías repletas de libros, una
mesa de comedor preciosa con seis sillas iluminado todo el conjunto
por una lámpara de cristales como reflectantes. En lo poco que
quedaba de pared unos cuadros modernos, como si fuera un arco iris de
colores que saltaba de marco en marco, contribuían a crear un
espacio muy confortable. La cocina se comunicaba directamente con el
salón, lo que se conoce como una cocina americana con una separación
de madera en forma de ele con los muebles situados abajo y encima dos
barras de hierro hacían de soporte para una buena cantidad de vasos
y copas de distintos colores. La nevera, la lavadora, la secadora y
el resto de complementos de cocina estaban forrados de una especie de
tela de color beis francamente bonita. Sally estaba colocando los
platos en dos bandejas mientras yo me entretenía en mirar desde la
terraza a un inmenso parque rodeado por una amplia avenida que
parecía ser la que desembocaba en la Clínica dando un amplio rodeo.
Al fondo, pero a bastante distancia, la ciudad de Londres parecía
emerger entre una niebla que intentaba ganar al sol, aunque por el
momento el partido se decantaba claramente por un sol no muy
frecuente en aquella época del año.
El apartamento era una
auténtica maravilla, decorado con un gusto exquisito como
correspondía a Sally que había demostrado en las pocas horas en que
nos habíamos conocido ser una persona de una educación esmerada,
pero lo mejor con diferencia era la terraza. La pena es que estuviera
en los alrededores de Londres porque esa misma terraza en España,
hubiera sido lugar de reunión permanente dejando de lado el salón.
Estaba decorada simulando un jardín oriental, con amplios sillones
de bambú con cojines de un blanco inmaculado. Plantas por todas
partes y un cerramiento de cristal fácil de abrir y cerrar.
-
¿Te gusta? – me preguntó Sally mientras depositaba en la mesa una bandeja con abundantes fiambres, paté y algunos mejillones rebozados.
-
Me gusta la comida que has preparado, me parece precioso el apartamento, pero lo que mas me gusta con diferencia eres tú – contesté mientras le servía un vino.
-
Me parece muy bien – bebió una mínima cantidad mientras me miraba como si no supiera exactamente que tenía que contestar. Yo la imité en cuanto a beber una pequeña cantidad de vino brindando con ella – ¿te resulta conocido?
-
¿Quién yo?
-
No hombre no, digo el vino
-
La verdad es que yo no soy ningún experto en vinos, pero mis conocimientos si que llegan para saber que es un buen Rioja.
-
Se nota que eres español
-
¿Por qué? ¿he acertado?
-
Naturalmente – volvió a brindar con una sonrisa de satisfacción – todos los españoles entendéis de vinos, toros y mujeres.
-
¿Eso es lo que piensas de nosotros? – me hacía gracia porque yo de vinos entendía mas bien poco, de toros no solamente no entendía nada si no que me resultaba una fiesta como muy para gente que conocía perfectamente ese mundo, posiblemente como dijo no se quien, donde se apreciaba la España real con los tendidos de sol para los menos agraciados económicamente y la sombra para los poderosos. Para mí era una fiesta absolutamente democrática puesto que eran los propios espectadores los que decidían haciendo ondear sus pañuelos blancos si el torero merecía algún premio por el trabajo realizado, pero de todas las maneras, debo reconocer que a mí, personalmente no me gustaba demasiado y menos el tercio de entrar a matar. Estaba claro que para los puristas era absolutamente imprescindible la muerte del toro, pero por mí, lo podían dejar marchar y valorar lo que es la faena entera, pero bueno, la tradición era así y así se mantenía después de cientos de años ¡y que decir de mujeres! Hombre, podía salir de esta casa como un Casanova de tres al cuarto y seguro que Sally se lo creería, pero mira que pensar que soy un experto en mujeres, eso si que nunca me lo habían dicho y es posible que en Inglaterra las cosas fueran diferentes, pero en España estaría incluido en el apartado de los “que no se comen una rosca” y eso si que no se lo pienso explicar porque aunque mi inglés es bastante bueno, al fin y al cabo entre pitos y flautas llevo en este país casi un año, pero no tanto para explicarle que en mi vida y ya tengo cuarenta tacos, han sido muy pocas, excepto Carmen, las mujeres que han aparecido en mi vida. Si que es cierto que algunas oportunidades he perdido, bueno a lo mejor las he ganado, pero cada uno es como es y en el fondo estoy encantado y ahora que estoy sentado plácidamente en una magnífica terraza propiedad de la enfermera jefe de la Clínica donde estaba contratado todavía no tengo claro que hago aquí y según lo pienso parece que ella se ha dado cuenta porque permanece unos minutos en silencio mirándome a través del cristal de la copa que tiene en la mano.
-
Andrés ¿te puedo preguntar lo que te pasa? Hace tan solo unos minutos estabas muy sonriente y te has comportado como un buen amante y en nada se te ha puesto una expresión como sombría, como si estuvieras en otra parte.
-
Voy a intentar hacerlo porque creo que efectivamente te mereces una explicación pero no se si sabré expresar con palabras lo que en este momento está pasando por mi cabeza.
-
Inténtalo, por favor.
-
Lo primero que debo decirte es que ha sido una noche maravillosa, de esas que no se olvidan fácilmente y sobre todo porque has conseguido que desaparecieran todos mis nervios después de una tarde, la de ayer, en la que supongo que los dos lo pasamos francamente mal
-
¿Los dos?
-
Estoy seguro que si, pero si tú no piensas lo mismo me parece bien. Yo por lo menos lo pasé muy mal
-
Hombre, no es que fuera un rato agradable pero estaba segura que el parto de Jane iba a ir bien.
-
Pues menos mal que tú estabas segura porque yo, desde luego, no las tenía todas conmigo.
-
Sin embargo has demostrado que sabías perfectamente asistir a un parto.
-
Si, pero porque no hubo ninguna complicación. ¿Te imaginas si nos hubiéramos planteado hacer una cesárea?
-
Seguro que también la habrías hecho bien
-
Eso es lo que tu te crees. En ese momento no hubiera podido ni coger un bisturí de lo nervioso que estaba
-
¿De verdad?
-
¿No lo notaste?
-
Sinceramente no
-
No me lo puedo creer – la abracé y la apreté contra mi – me debiste de mirar con muy buenos ojos porque estaba como un flan y yo creo que esos nervios fueron los que salieron a relucir después de terminar todo y posiblemente el beso que nos dimos cuando estábamos en la habitación de al lado fue producto de lo mismo.
-
¿No te apetecía?
-
Por supuesto que si – estaba dispuesto a decirle toda la verdad – pero fue absolutamente espontáneo. ¡Quien me iba a decir a mi que iba a besar a toda una Jefa de Enfermeras! Tú sabes igual que yo que otra persona te puede llamar la atención por cualquier cosa, por su belleza, por su simpatía, incluso por su cuerpo pero en nuestro caso, por lo menos en mi caso nunca me había fijado en ti como mujer, entre otras cosas porque nunca habíamos mantenido aunque fuera una pequeña conversación, siempre ibas acompañada de dos o tres enfermeras y la verdad es que yo te consideraba como un ser superior
-
¡Un ser superior! Eso si que no me lo podía imaginar.
-
No se si me he expresado bien, quizás no tanto como un ser superior si no como una persona inaccesible, como distante, como si no estuvieras en la realidad de las cosas, no se, no se muy bien pero si que era un poco lo que pensaba.
-
¿Lo dices porque nunca asisto a esas fiestas de los Médicos de Guardia?
-
Por ejemplo, ese puede ser un motivo, aunque creo que no porque yo nunca fui a ninguna.
-
¿No será que tú también eres un Médico de Guardia atípico? – una pícara sonrisa acompañó a la pregunta
-
De eso no tengo ninguna duda. Por supuesto que soy un Médico de Guardia atípico, entre otras cosas porque tengo cuarenta años y los que hay en las puertas de Urgencias suelen ser recién terminados.
-
Y tampoco son Cirujanos Plásticos ¿no?
-
Efectivamente – probé una especie de mejillones rebozados que estaban buenísimos y me di cuenta que estaba muerto de hambre – pero ya sabes: la vida da muchas vueltas y nunca sabes lo que te depara el destino.
-
Tampoco los Médicos de Guardia, por lo menos los de la Clínica, están casados y tienen dos niñas
-
Mira, mira la Jefa como se sabe la vida de cada uno de sus empleados – me reí mientras daba buena cuenta de un buen trozo de un magnífico paté.
-
Ten en cuenta que yo soy la encargada de revisar todos los curriculum de la gente que solicita trabajo en la Clínica.
-
No sabía
-
Pues así es, con eso de ser la persona de confianza del Sr.Chesterplace, casi todas las cosas me caen a mi y fÍjate lo que sabré yo de curriculum de Médicos, pero bueno, unas veces acierto y otras me equivoco como todo el mundo
-
¿Y se puede saber porque me elegiste a mi?
-
Supongo que no te lo crees, pero no yo no elijo a nadie. Mi misión es revisar los expedientes y separar aquellos que no cumplen las condiciones y a partir de ahí es el Director el que decide y en tu caso supongo que sería porque eres Especialista y nunca viene mal tener a alguien con experiencia y tus exigencias económicas eran bastante razonables.
-
La próxima vez y para casos como el de ayer búscate un Ginecólogo, guapa – la volví a abrazar y así estuvimos un rato hasta que se levantó y puso en un pequeño aparato un CD de Sabina y me invitó a bailar. La canción era 19 días y 500 noches y luego y nos dieron las diez y las once y las doce y así pasaron unas cuantas horas. Sin saber casi ni como ni porqué, estábamos otra vez en la cama.
-
Vamos a brindar por el tiempo que estemos juntos, disfrutemos el momento y mañana se verá
-
¿También te sabes mis guardias?
-
Por supuesto, no dices que lo se todo.
-
Es cierto –la miré mientras pasaba mi brazo derecho por debajo de su cuello – sabes de mi todo lo oficial, pero no puedes saber lo que pienso, eso no viene en mi expediente.
-
Ya, pero cada minuto que pasa, me da la impresión que te voy conociendo un poco mas y todo eso va aumentando tu curriculum.
-
¿Mejorándolo?
-
Hasta ahora seguro que si
-
Menos mal porque no me gustaría nada suspender.
-
No, no, hasta ahora vas muy bien pero tiempo tendremos para que tengas mas oportunidades de mejorar
-
¿Se puede mejorar? – pregunté sacando una vena de conquistador que no sabía porque puerta había entrado.
-
Venga Andrés, no seas chulo que no te pega nada.
Así entre baños compartidos,
promesas de amor aunque fuera solo unos días, conversaciones de
política, sobre el cambio climático, sobre la eutanasia de la que
yo era un defensor a ultranza siempre que se cumplieran las
condiciones mínimas, sobre la manera de ser de algunos conocidos por
los dos, de compartir minutos sin saber como lo hicimos ni como
llegamos hasta ahí, de cocinar una tortilla de patata imposible de
comer, de ansias de un cuerpo ajeno, de una especie de desfile de
modelos en la que Sally sacó toda su ropa del armario y de mil besos
aquí, allí y un poco mas allá, pasaron casi cuatro días. Yo volví
a mis guardias, ella a ejercer de Jefa y durante varios días muchas
preguntas quedaron sin respuesta, aunque sabía que ese día
llegaría, pero cuanto mas tarde mejor
CAPITULO 17.-
Después del parto, habrían
pasado como un mes o mes y medio, conocí al Sr. Chesterplace en su
mansión de Albertvalley. En diferentes ocasiones había visto a su
hija, un par de veces para revisión aunque siempre la recomendé a
un ginecólogo, pero se empeñaba en que yo la revisase porque según
repetía constantemente, tenía mucha mas confianza en mí que en
cualquier especialista y en alguna otra ocasión porque tenía ganas
de hablar conmigo. Sabía que yo había hecho un enorme sacrificio y
no sabía como agradecérmelo. Es de justicia reconocer que, al
principio, estuve bastante borde con ella, me parecía una chica
engreída y con pocas luces, pero pasadas algunas conversaciones me
di cuenta que tenía mas fondo de lo que yo pensaba, que para su edad
era bastante madura, posiblemente los años pasados de cooperante
habían contribuido a alcanzar una edad que no se correspondía con
su carnet de identidad y llegué a la conclusión que su embarazo era
deseado, aunque ella dijera lo contrario. Una mañana que yo estaba
saliente de guardia me llamó para invitarme a comer. Quedamos que
pasaría a recogerme sobre las once en la puerta de la Clínica. A
esa hora estaba yo como un clavo, con una puntualidad nunca mejor
dicho que inglesa, con mi chaqueta de cuadros tipo Príncipe de
Gales, mi camisa también de cuadros, una corbata de lana verde, mis
pantalones grises con la raya perfectamente marcada y unos zapatos de
aspecto por supuesto inglés, pero que curiosamente, estaban
comprados en Londres pero hechos a mano en Valencia. A las once y
cinco apareció Jane en un MG deportivo descapotable, con gafas de
sol, pañuelo bien anudado a la cabeza, sonrisa a flor de piel,
guantes de fina piel, cazadora de ante y aspecto totalmente juvenil
como correspondía a su edad. Detuvo el coche un segundo en la
rotonda de entrada a la Clínica y me invitó a subir. Tardamos como
una hora en llegar al lugar que ella me había indicado que me iba a
encantar y cuando llegamos después de atravesar la campiña inglesa
y desviarse por una especie de camino forestal, pasamos por una
especie de arco de piedra y unos metros mas allá disminuyó la
velocidad hasta casi llegar a pararse
-
¿Te gusta?
-
Me parece un lugar maravilloso – contesté todavía un poco impresionado por la grandeza de todo lo que había visto hasta ese momento
-
Es la finca de mi padre y al fondo, aunque todavía no la vemos está la casa. Es del siglo XVII y está bastante bien conservada. Hasta ahora no te he dicho nada pero vamos a comer con mi padre.
-
¿Ya sabe que has tenido un hijo?
-
Si, si lo sabe y está encantado con su nieto. A pesar de ser bastante cascarrabias, es muy buena gente. Ya lo verás.
Aceleró lentamente el coche y
atravesamos varios bosques en cuyo interior aparecían algunas casas
- son de los guardeses y otra gente que trabaja para nosotros -
comentó sin darle mayor importancia y al fondo allí estaba la casa.
Era una especie de Palacio de esos de película compuesto por una
especie de pabellón central algo mas grande y dos como más pequeñas
adosadas rodeadas por un jardín inmenso, con una fuente en el medio
de una enorme esfera de hierba y en el centro las agujas de un reloj
de sol que marcaban con nitidez las doce en punto, mientras alguna
campana lejana las acompañaba en su movimiento. Entramos en un
camino asfaltado que terminaba en lo que parecía la puerta principal
de un castillo medieval. Nos recibió un mayordomo, lo defino así
porque era de esos que ya casi no quedan por el mundo adelante, con
su levita negra, guantes blancos, cara sonrosada con unas patillas
que le llegaban casi hasta el cuello y aspecto de ser un señor. Con
rapidez abrió la puerta de Jane y con una leve reverencia le dio su
brazo invitándola a bajarse, lo que hizo mi paciente con rapidez
demostrando encontrarse en buena forma física y eso que no habían
pasado mas de dos meses del parto.
-
Señorita Jane: ¿Cómo está?
-
Muy bien Williams. Hacía mucho que no venía por aquí ¿verdad?
-
Si, si – contestó mi joven paciente sin darle mayor importancia – hace por lo menos dos años
-
Y debo reconocer que ha pasado Usted de ser mi pequeña Jane a una señorita hecha y derecha.
-
¿Tan vieja me he vuelto?
-
Al revés, Señorita Jane, al revés. Supongo que su estancia en Africa la ha hecho madurar y eso se nota.
-
Y la maternidad Williams y la maternidad, no te olvides.
-
Por supuesto Señorita – el mayordomo cerró la puerta con sumo cuidado y cuando venía hacia mi lado, yo ya había salido – y Usted es el Doctor Cubiles ¿verdad?
-
Si
-
Le estábamos esperando - Williams se hizo a un lado señalándonos el camino - Si son tan amables de acompañarme. El Señor ha salido a dar una vuelta a caballo y me ha pedido que si llegan antes de la una le disculpen, pero ya sabe como es y eso de los horarios lo lleva a rajatabla.
-
Tienes razón Williams, ahora que me lo dices me acuerdo que quedamos a la una. Nos hemos adelantado bastante es verdad - Jane puso una cara como si no le importase mucho haberse adelantado – no hay problemas, así tenemos un rato para enseñarte todo esto. ¿Vamos?
No puedo describir con
precisión lo que era aquella mansión porque desde entonces han
pasado muchos años pero si recuerdo que era como entrar en un
palacio de ensueño. Primero una especie de patio central, donde se
supone que llegarían las carrozas hace unos años, una escalinata
que se abría como un abanico con todo alrededor de mármol blanco.
Las puertas eran enormes y las cortinas parecían descender como
nubes desde el techo. Diferentes salones parecían constituir una
cadena interminable. Para Jane era volver a su casa, a la casa donde
nació y vivió hasta los catorce años. Después estuvo un tiempo en
Londres y a continuación inició su etapa como cooperante.
Atravesamos varias estancias a cual mas grande y espectacular y por
fin llegamos a lo que sería el cuarto de estar. No sentamos en unos
acogedores sillones tapizados de diferentes colores y después de
ponernos cómodos y degustar un jerez que nos sirvió Williams llegó
el momento de hacer la pregunta que tantas veces había paseado por
mi cabeza sin lograr, por mi parte, una respuesta adecuada. También
es cierto que esta casa era el marco adecuado para hacerla y así,
como quien no quiere la cosa, le pregunté directamente a Jane
-
Perdona si soy un poco indiscreto pero no soy capaz de entender como viviendo en esta casa y teniendo todo lo que tienes te fuiste de cooperante a Africa
-
Eso mismo me lo he preguntado yo muchas veces – se quitó los zapatos y subió los pies encogiéndose en el comodísimo sillón – y aunque parezca mentira se perfectamente la respuesta, aunque luego las cosas no fueron ni muchísimo menos como me las había imaginado. ¿Te parece que empiece desde el principio?
-
Por supuesto
-
Bien, ahora tengo veinte años ¿de acuerdo? Bueno pues desde que tenía mas o menos diez o doce años tenía la intención de ayudar a la gente, no sabía muy bien como, pero tenía claro que fuese lo que fuese, tenía que hacerlo y todo fue por culpa de mi tío John, hermano de mi madre, que era Jesuita Misionero y al que quería con auténtica locura. Yo creo que, mas o menos, cada dos años venía a esta casa y estaba como un mes. Para mi era lo mejor que me podía pasar porque me contaba cientos y cientos de historias de unos parajes increíbles en Africa donde los niños no tenían posibilidades de vivir muchos años porque la mayoría estaban desnutridos o deshidratados, pero tenían la alegría de vivir sin nada, madres que se pasaban horas y hasta días enteros haciendo cola en la puerta del pequeño dispensario para que mi tío les pusiera alguna vacuna, padres que tenían que vender algún hijo para subsistir el resto de la familia y montones de situaciones parecidas, pero siempre acababa con la famosa frase “a pesar de todo, son mucho mas felices que nosotros.” Durante muchos años, ya te digo que por lo menos seis o siete, toda mi ilusión era irme con él y ayudar en lo que fuera necesario. Naturalmente mis padres no me hacían ni puñetero caso, siempre decían que primero terminar una carrera y luego ya podría hacer lo que quisiera. Fíjate como sería la ilusión que tenía que cuando venía yo me recorría todas las casas de los alrededores pidiendo dinero para que mi tío se lo llevara a la misión y no te creas, la gente se lo tomaba muy bien y siempre recaudaba bastante y mi tío se volvía con una buena cantidad de dinero para obras en aquel lugar desconocido de Africa. Es mas, una vez y esto todavía mi padre no lo sabe a pesar de todos los años transcurridos, encontré un sobre con dinero encima de la mesa de su despacho que por lo visto era para pagar unos terrenos que había comprado recientemente y se lo di, para que no sospechara le dije que era una donación de un vecino que no quería que supiera quien era y la cosa se quedó ahí aunque mi padre removió Roma con Santiago y hasta denunció a la Policía que le habían robado en su casa, pero nunca supo, ni lo sabrá, que fui yo la que me hice con aquel pequeño botín. Yo seguía en el colegio, era una buena estudiante pero cada dos por tres me distraía pensando en lo que haría si me pudiera ir con mi tío y así llegó el momento de ir a la Universidad. Entonces tenía diecisiete años y decidí estudiar Enfermería, no porque me gustase en exceso, si no porque me permitiría ayudar mejor a mi tío y como mi padre, en ningún caso, me dejaba ir a ninguna parte sin un título, hice los tres años de carrera en menos de dos y en cuanto se quiso dar cuenta, no tenía argumentos para prohibirme ir a cualquier misión. Además, mi padre será lo que sea pero de tonto no tiene ni un pelo, y también era consciente que yo ya era mayor de edad y era mejor que me fuera con su permiso, pero que, en cualquier caso, me iba a ir y cuando tenía casi todo a mi favor, mi tío John falleció por un contagio de malaria o algo por el estilo y fueron unos meses en que me encontré como sola, como sin encontrar el rumbo que debería dar a mi vida. Es verdad que continuaba con la idea de irme de cooperante, pero ¿con quien? Ese era el problema y entonces apareció en mi vida Peter un Médico holandés que recién terminaba la carrera había sido contratado por Unicef y ejercía su profesión en una Misión al norte de Etiopía. Fue curioso porque le conocí en una charla para buscar voluntarios para cooperar con ellos y nada mas verle, estaban cinco en una mesa, supe, no me digas como pero lo supe, que me iría con él. No fue un flechazo, yo creo que no, fue mas bien la culminación de un deseo tantos años esperado. Todo lo que dijeron en aquella charla informal, me pareció maravilloso y todo lo que tuve que hacer fue esperarle a la salida del anfiteatro de la Facultad y en dos minutos, quizás no llegó ni a ese tiempo, decidí cual iba a ser mi futuro
-
Eso se llama un flechazo – la interrumpí
-
No, no, ¡que va! – me contestó convencida – no era un chico guapo, era mas bien bajito, tirando a gordo y con cara de holandés ¿te lo imaginas?
-
La verdad es que no – sonreí, mientras tomaba mi segunda copa de jerez y acariciaba a un pequeño setter irlandés que se había tumbado a mi lado
-
Si hombre, ¿Cómo no te vas a imaginar a un holandés si son todos iguales? – se levantó y miró por un amplio ventanal – son rubios tirando a pelirrojos, bebedores de cerveza a mas no poder, con un flequillo muy bien recortado, mofletes coloradotes, brazos como de leñador, paticortos, pero eso si muy educados, muy sonrientes y sabiendo todos por lo menos dos idiomas. Bueno, pues así era Peter y lo mismo que te digo que no me enamoré de su persona, al menos al principio, si que me impresionó su manera de contar historias de la Misión. Le miraba – Jane se quedó como hipnotizada un par de minutos observando las nubes que transcurrían por el cielo como disputándose una carrera para ver quien llegaba antes a unos lejanos montículos – de verdad que no era un flechazo, era como ver a mi tío metido en otro cuerpo, hasta me pareció que utilizaba las mismas palabras y le abordé en la amplia escalinata
-
Perdona – casi le tuve que sujetar de un brazo para que me hiciera caso – me ha encantado tu charla y me gustaría saber que tengo que hacer para ir de cooperante con vosotros.
Me miró con sorpresa, estoy
segura que pensó que era una cría que quería correr una aventura y
me contestó, eso si muy sonriente
-
Lo primero es cumplir años porque no puedes venir mientras que no seas mayor de edad y después……
-
Te diré que soy enfermera y además, aunque no lo parezca soy mayor de edad
-
¿Seguro? Parece que tienes quince años
-
Pues te equivocas porque tengo diecinueve
-
Bueno, bueno, no te enfades – me volvió a mirar otra vez de arriba abajo - ¿no me estarás engañando?
-
No, de verdad que hace casi tres meses cumplí los diecinueve
-
Muy bien, entonces eso facilita mucho las cosas – buscó en un portafolios que llevaba en su mano derecha unos papeles y me indicó que los rellenara y se los enviara por correo que él se encargaría de hacerlos llegar a quien correspondiera para que colaborara con ellos – pero no te creas que aquello es una aventura cualquiera, es mas bien un compromiso de vida y cuando veas lo que hay por allí es muy posible que no te vuelvas a tomar una coca-cola porque te darás cuenta que con el dinero que cuesta aquí allí come toda una familia durante una semana y eso que parece una tontería se vuelve como una losa en contra tuya y contra todo lo que has vivido hasta entonces.
-
No me importa – le dediqué la mejor de mis sonrisas mientras doblaba los papeles y me los guardaba en el bolsillo de mi gabardina
-
Además dormirás en un barracón con las otras enfermeras, no hay horarios como aquí, ni agua caliente, ni un bar, ni un cine, ni nada de nada. Es un paraje precioso, pero situado en el medio de la nada. Los medios son los que son y posiblemente muchos de los conocimientos que has adquirido durante la carrera no te valdrán de nada porque no se puede esterilizar como Dios manda una jeringuilla, porque no es un hospital como los que tú conoces donde si hace falta un estudio histológico se toma una pieza y se manda al laboratorio correspondiente. No, allí tomas la pieza y te la guardas para que después, cuando acaba tu teórica jornada laboral, te sientas al microscopio y nunca mejor dicho que al microscopio porque solo hay uno, y tu solito tienes que analizar la pieza y llegar a un diagnóstico correcto, eso si, en el quirófano serás ayudante, instrumentista y muchas veces hasta anestesista y cuando crees que ya has terminado tienes que continuar cuidando al enfermo hasta la mañana siguiente y así un día y otro día hasta que de tanto trabajar te tienes que venir a casa cada seis meses para desconectar.
-
Me lo estás poniendo de tal manera que parece como si no quisieras que te echara una mano – le contesté un poco con rabia porque era todo diferente a lo que nos había contado en su charla de unos minutos antes – ya me imagino que una aldea perdida de Etiopía no va a ser Londres, ¡ni que fuera tonta! pero algo positivo tendrá ¿no? Si no, no soy capaz de entender que hacéis vosotros allí.
-
Siento haberte hablado así, pero estoy un poco harto de niñas bien que se apuntan a una Misión de Unicef en Africa como si fuera repartir bocadillos a los sin techo y luego volver a su confortable casita en la ciudad hasta el sábado siguiente. Eso allí no es así y me parece que lo mas lógico es que te lo explique, pero claro que tiene cosas buenísimas, sobre todo para los profesionales de la Medicina como somos tú y yo.
-
¿Cómo que?
-
Yo llevo en esta Misión siete meses y – me pareció que en esos instantes Peter cambió completamente igual que un calcetín cuando le das la vuelta y apareció otro Peter como mucho mas ilusionado con su trabajo, dándole alegría y ensalzando la labor que realizaban – lo mejor con diferencia es el agradecimiento de la gente a la que puedes ayudar. No te pueden regalar nada de valor porque no tienen, pero una simple figura hecha con barro, un collar o un brazalete de vistosos colores son motivo para que te lo entreguen con unos ojos enormes que te miran desde lo mas hondo de su alma reflejando su manera de dar las gracias o esos niños que ante un simple caramelo te esperan horas y horas con sus manitas extendidas para recibir lo que para nosotros no es nada. Efectivamente es mucho trabajo, mucho mas de lo que te imaginas, pero el ver a una madre recién parida como abraza a su bebé, que sabe que sus posibilidades de vivir son muy escasas y ver con que ternura le ofrece su pecho habitualmente seco de leche y ver como el niño lo introduce en su boca, eso, solo eso, es suficiente para que los que estamos allí nos demos cuenta que la felicidad hay que buscarla en los pequeños detalles, en un simple cazo de agua, en el amor con que las madres tratan a sus hijos, en esos niños que hacen todos los días diez o doce kilómetros andando hasta llegar a la escuela, adosada al hospital y que llegan cansados pero con una cara de felicidad porque van a tener la posibilidad no solo de aprender, si no además de comer aunque sea solo u plato de sopa con cuatro fideos y ya ni te cuento cuando algunos esconden parte de ese arroz o esas lentejas para llevársela por la noche a su madre. Son infinidad de pequeños detalles que te hacen que mas de una vez las lágrimas te llenen la cara de emoción y te olvides de todos los sufrimientos y de tantas injusticias como se ven por el mundo adelante.
-
Todo lo que me estás contando, me refiero a lo último, me gusta. Si, es como me lo imagino y como siempre me lo ha contado mi tío
-
¿Quién es tu tío?
-
El padre John Chesterplace.
-
¿El jesuita?
-
Si, ¿le conocías?
-
Tuve la enorme suerte de trabajar con él en otra misión, también en Etiopía y solo te puedo decir que, para mí, era un santo. Trabajaba mas que nadie, de verdad que era impresionante porque lo mismo hacía de Médico, antes que llegáramos nosotros, que de enfermero, cocinero, jardinero, pintor y cuando parecía que el día no tenía mas horas, él siempre encontraba alguna para dar charlas sobre la Biblia, administrar sacramentos y mil cosas mas.
-
Pues ese era mi tío – respondí mas ilusionada que nunca – y posiblemente fueran sus charlas las que me han hecho llegar hasta aquí.
-
Vamos a tomar un café ahí al lado ¿te vienes y seguimos hablando de tu tío?
-
Por mí encantada
Y así fue como ingresé
como cooperante en Unicef Etiopía. Otra cosa diferente fue mi padre
-
No estaba de acuerdo supongo – comenté mientras apuraba lo que tenía que ser mi último jerez porque si no cuando llegara el anfitrión me iba a encontrar en bastante mal estado
-
Le sentó como un tiro, pero cuando vio que estaba completamente decidida lo único que trató es de buscarme alguna misión que supiera que era segura.
-
¿Y lo consiguió?
-
Mas o menos porque en esos países hablar de seguridad es una tontería. Si hay una guerra se acabó la tranquilidad y aunque no sea un conflicto como tal, de vez en cuando cuentas que aparece la guerrilla y posiblemente sea peor.
-
Que pasa, ¿que tu padre quería que fueses acompañada por el Ejército Inglés?
-
Si por él fuera, seguro que si, pero una cosa es lo que se pretende y otra es la realidad y no le quedó mas remedio que aceptar, eso si, - Jane todavía recordaba aquel momento con cierta ternura – con la promesa, que por supuesto se la di, que como mucho en dos años me volvería a casa
-
¿Y la cumpliste?
-
No – contestó con rapidez – pero yo ya sabía que la Misión me iba a enganchar y aunque no lo quiera reconocer yo creo que él también.
-
¿Y todas tus ilusiones se han venido abajo por el embarazo?
-
Eso es lo que mi padre se cree, pero está muy equivocado – se puso seria, muy seria – me hubiera gustado volverme con la niña y con su padre, pero Peter, desde el primer momento no quiso saber nada y supe que tendría que volverme sola, parir aquí y volverme con el bebé por supuesto porque ¿con quien se va a quedar?
-
¡Yo que se! Pero irte con una niña recién nacida a una Misión perdida en Africa no parece lo mejor para su educación.
-
Mira Andrés, que no te parezca mal, pero me hablas igual que mi padre. No va a conseguir que me quede yo y tampoco va a conseguir que se quede mi hija, entre otras cosas porque estoy convencida que allí se va a educar mejor
-
¿Seguro?
-
Hombre – apoyó su mano en mi antebrazo – yo creo que si, desde luego con mucha mas libertad que la que me concedieron a mi.
-
Espera, espera un momento que vas demasiado deprisa y me pierdo – me quedé unos segundos pensando si sería buena idea plantearle la pregunta que giraba en mi cerebro desde el principio de aquella conversación. No estaba seguro si era el momento, tampoco sabía su respuesta, ni siquiera si me iba a contestar porque, en el fondo, ¿quién era yo para preguntarle si había sido un bebé deseado? me podía mandar a hacer puñetas, con razón y yo no sabría donde meterme. Sin embargo mis dudas sobre la oportunidad del momento se vieron disipadas por la presencia del padre que fue anunciado por Williams desde la puerta del cuarto de estar. En posición de firmes, con la mano derecha apoyada en el pomo de la puerta abierta nos miró fijamente y con voz potente dijo
-
Señores, el Señor Chesterplace – y haciéndose a un lado dejó el espacio suficiente para que apareciera el padre de Jane con una expresión de cansancio en sus ojos, lo que le hacía bastante mayor de lo que me había dicho su hija o por lo menos así me lo pareció.
Era un hombre alto, delgado,
de unos cincuenta y tantos, sesenta años, pelo blanco peinado hacia
un lado con una raya impecable, orejas prominentes, cejas pobladas
que enmarcaban una nariz recta que se proyectaba sobre una boca de
labios gruesos, Para mí, la primera impresión es que estaba ante
una especie de Lord inglés con mucha clase. Primero le dio un beso
en la frente a su hija y luego me estrechó la mano impulsándome
hacia él y dándome las gracias mientras nos fundíamos en un
abrazo. Al principio no sabía que pensar, pero enseguida me dí
cuenta que su agradecimiento era mucho mayor del que yo me había
podido imaginar y se notaba que era absolutamente sincero y ahí pude
comprobar su olor corporal que era una mezcla entre jabón de muy
buena calidad y algún tipo de crema hidratante que, no sabía cual
era, pero me resultaba conocida. Por su aspecto, se apreciaba que
venía directamente de la ducha
-
Perdonarme el retraso, pero no os esperaba tan pronto- se estiró el puño de la camisa azul con cuello blanco que se había quedado un poco arrugado y se sentó cruzando las piernas y dejando ver unos zapatos negros absolutamente ingleses con unos calcetines del mismo color. El traje era azul marino primorosamente planchado con una raya inmaculada que desde la cintura le llegaba hasta el pié y que él trataba de mantener estirándola con cuidado. Juntó las manos, en su meñique izquierdo llevaba un anillo con un sello de color azul, no se por qué supuse que era el escudo familiar y me dedicó una mirada llena de lo que para mí era agradecimiento
-
Querido Doctor: mi hija me ha contado lo bien que se ha portado con ella y por eso quiero expresarle mi mas profundo agradecimiento. Supongo que para usted ha supuesto un problema importante el no poder solicitar la ayuda de otros profesionales, pero afortunadamente el parto fue muy bien y no hubo necesidad de solicitar algún anestesista o cualquier otro profesional.
-
Si- contesté con media sonrisa- fue bastante estresante, pero como usted dice y tiene toda la razón, su hija se comportó de maravilla y no hubo ninguna complicación. Menos mal.
-
Bueno – el padre de Jane se movió inquieto en su sillón de cuero marrón- aquello pasó y le vuelvo a repetir mi agradecimiento porque soy consciente que para un Médico de Guardia era un asunto delicado, aunque también sabía, me lo comunicó la Jefa de Enfermeras, que usted no es uno cualquiera, si no que tiene experiencia y por eso confiamos en usted. En cualquier caso, quiero pedirle perdón por las molestias que le hemos provocado y espero que me pase sus honorarios.
-
Por favor- un rubor me llegó hasta las mejillas- faltaría mas. Estas cosas están incluidas en la labor de un Médico de Guardia, aunque afortunadamente no son frecuentes.
-
Bueno, bueno- el padre miró a su hija con enorme cariño- ya veremos como le recompensamos porque, a pesar de todo, estamos felices con el primer nieto en nuestra familia
-
Pero reconocerás que te costó trabajo- intervino Jane dándole la mano a su padre
-
Claro que me costó trabajo- el Sr. Chesterplace no parecía cómodo con aquellos temas- tu piensa que te fuiste a Etiopía, mas o menos, sin mi consentimiento y así de golpe y porrazo apareces aquí con un bebé ¿no te parece que es difícil de digerir?
-
Claro que si – Jane le dio un beso en la mejilla- y por eso te lo agradezco todavía mas que lo admitas, pero ya te conté el otro día que las cosas a veces no son como uno quiere y en este caso fue así.
-
En fin, todos los problemas y todas las dudas se arreglan cuando veo la cara de mi nieta. ¿Se ha fijado Doctor que es igual que su madre?
-
La verdad es que yo con eso de los parecidos soy bastante malo, pero lo que si que le puedo asegurar es que las pocas veces que la he visto hasta ahora en la consulta nunca, eso lo puede afirmar Jane, la he oído llorar.
-
Es verdad- contestó Jane con esa mirada que solo ponen las madres primerizas cuando hablan de sus hijos- es una niña buenísima y hasta ahora no ha dado ni una sola mala noche, a pesar de su abuelo.
-
¿Yo?- el abuelo estaba igual de feliz que su hija
-
Si, Papá que el otro día te pillé con la niña en brazos dando vueltas por el jardín.
-
Tiene que acostumbrarse desde pequeña a la naturaleza y por eso la estaba dando una vuelta enseñándole los diferentes árboles
-
Ya, ya menudo abuelo
-
También la estoy enseñando música y ayer por la noche se durmió en mis brazos oyendo nada menos que la primavera de Vivaldi
-
Total que en cuanto me doy la vuelta………
-
No, no, que va, si es muy buena y siempre se duerme en su cuna, pero de vez en cuando le voy explicando cosas - El abuelo me miró con una expresión divertida en sus pequeños ojos azules - como puede ver es un regalo del cielo y le está dando una alegría a esta casa que no había tenido desde que se murió mi pobre esposa, hace ya casi dos años.
-
Papá, por favor- Jane acercó su mejilla a la de su padre- no recuerdes eso ahora.
-
Me gustaría poder no hacerlo pero tu madre está presente en cada esquina de cualquier habitación, parece mentira que se muriera así como así, casi sin darnos cuenta, pero la vida unas veces te quita las ganas de vivir, como me pasó a mi y otras veces te las da, como me está pasando ahora con mi nieta
-
Por cierto- pregunté tratando de ayudar al padre a salir de aquella situación-¿cómo se va a llamar?
-
Sinoa- contestó rápidamente la madre sin esperar la reacción del abuelo
-
¡Fijese usted las cosas de la vida! Tengo una nieta maravillosa, con unos ojos como el mar y una sonrisa de las que te quitan todas las penas y Jane se ha empeñado en que se llame Sinoa ¿usted ha oído alguna vez ese nombre?
-
Yo no, lo siento, pero - añadí para evitar malas interpretaciones- les recuerdo que yo no soy inglés.
-
Ese nombre- intervino Jane- es etíope, no tengo ni idea lo que significa, si es que significa algo, pero se lo quiero poner porque en la Misión apareció una vez una niña de tres o cuatro años que había estado vagando por la selva, descalza, casi sin vestir y con una expresión de terror en su cara que todavía la tengo grabada en mi retina. Después de varios días nos enteramos que la guerrilla había atracado su casa, habían matado a su padre y habían secuestrado a su madre y a dos hermanas mayores y ella primero se escondió en un barril y posteriormente se adentró en la selva para escapar. Parece ser que estuvo durmiendo al raso, comiendo algunas hormigas y cosas por el estilo e incluso nos contó que durante un día estuvo viéndonos desde detrás de unos árboles sin atreverse a acercarse por si éramos los que habíamos atracado su casa y la descubrimos porque una noche se quedó dormida buscando comida al lado de unos cubos de basura, se conoce que estaba agotada la pobre y allí nos la encontramos
-
Menuda historia – solté un silbido de admiración
-
Esa niña, que ahora tiene seis años, se llama Sinoa, se quedó con nosotros y es lo mejor de la Misión y por eso, como un homenaje hacia ella, quiero que mi hija se llame igual
-
¿Y que puedo hacer yo?- el abuelo se secó una lágrima que asomaba por su ojo izquierdo- lo único es apadrinarla y por supuesto aplaudir a mi hija, que se llame Sinoa y todos tan contentos.
Una puerta situada enfrente se
abrió y apareció, como no, Williams y con una especie de reverencia
anunció que cuando quisiéramos la comida estaba preparada. Nos
levantamos y precedidos por el mayordomo pasamos al comedor. Era una
sala muy grande presidida por una gran lámpara con brazos de
pequeños cristales que distribuían la luz por todas partes. Una
enorme mesa ocupaba el centro de la habitación, con un mantel blanco
con escenas de caza en verde claro, una vajilla de plata dispuesta
para tres comensales. Vasos altos con ribetes en oro y copas de color
verde algo mas pequeñas y una copas de champan también con un filo
dorado. Los cubiertos por supuesto de plata estaban dispuestos a
ambos lados de los platos y encima una servilleta doblada de tal
manera que parecía imitar a un cisne. No sentamos e inmediatamente
me di cuenta de la enorme distancia entre los tres. El padre,
lógicamente, presidía, a su derecha Jane y yo en la otra cabecera,
con lo que al anfitrión lo veía en la lejanía de una larga mesa.
Bendijo la mesa con unas sencillas palabras mientras los tres
inclinábamos la cabeza en señal de respeto y casi sin solución de
continuidad apareció el omnipresente mayordomo con una enorme
bandeja en su mano derecha. Sirvió primero a Jane un generoso plato
de verduras frescas procedentes de su propia cosecha, después al
padre y por último a mi.
- Brindemos con un excelente
vino de Burdeos – levantamos las copas mirándonos a los ojos - He
buscado vino de su tierra, un vino como usted se merece Doctor, pero
no lo he encontrado por ninguna parte.
Las verduras estaban
deliciosas y continuamos con un excelente pavo al oporto servido en
una bandeja cuya tapadera también era un hermoso pavo tallado en
plata.
Durante la comida hablamos de
todo, sobre todo de la historia de aquella casa, era un antiguo
palacio de caza del siglo XVIII donde, al parecer, los nobles de la
época iban a pasar cortas temporadas para recuperarse del cansancio
de la capital inglesa, disfrutar del campo, relajarse bajo árboles
centenarios, montar a caballo por la campiña y sobre todo todas las
mañanas dedicarse a la caza del zorro. Por eso el palacio disponía
de doce dormitorios con sus correspondientes cuartos de baño y
amplios salones para alojar y ofrecer diversión a un buen número de
los políticos mas conocidos. Allí, entre cacería y cacería, se
pactaban cuestiones prioritarias para la nación, se discutía casi
como en el Parlamento, pero con una ventaja que era la ausencia de
tiempos determinados para debatir. Eran mas bien charlas animadas
después de suculentas comidas, entre el humo de impresionantes puros
cubanos y en un ambiente absolutamente relajado. Mientras tanto, las
mujeres jugaban al bridge y paseaban por los amplios jardines. Estaba
situada en plena campiña, lo suficientemente lejos de Londres como
para encontrarse en el paraíso terrenal y lo suficientemente cerca
para permitirle al Sr. Chesterplace atender a sus labores en el
Parlamento de la Nación del que formaba parte desde hacía varios
años. Su bisabuelo la había adquirido después de múltiples
negociaciones con sus antiguos propietarios y posteriormente había
ido pasando de generación en generación hasta heredarle mi
anfitrión hacía ya unos años y allí pasaba largas temporadas con
su mujer hasta que hacía dos años había fallecido por culpa de
unas extrañas fiebres de origen desconocido que la habían hecho
irse consumiendo como una cerilla. A pesar de haber recorrido medio
mundo en busca de solución, el gran amor de su vida se fue una
mañana de invierno y desde entonces el político conocido deambulaba
por el Parlamento como un fantasma. Solamente, según sus propias
palabras, la llegada de su nieta le había devuelto la ilusión y las
ganas de vivir con lo que se confirma mi teoría que casi siempre
detrás de una noticia mala suele aparecer alguna buena y así había
sido en este caso.
Yo no conocía de nada al Sr.
Chesterplace y no sabía nada de su trayectoria personal ni
profesional, pero, en contra de la opinión de su hija, me parecía
un tipo realmente simpático, claro que influía el que le hubiera
atendido el parto de Jane y que estuviera agradecido, pero podía ser
como mas serio y sin embargo mi impresión después de una larga
comida y una todavía mas duradera sobremesa, es que se trataba de un
tipo como muy cercano, con un inglés maravilloso y una dicción
perfecta. Por otra parte, la pinta era la de un Lord y era lógico
que la tuviera porque me acabo de enterar que es Lord, o sea que no
andaba desencaminado.
La comida terminó y pasamos
al cuarto de licores y aquello ya fue el no va mas y eso que yo en
Madrid tenía un piso que no estaba mal, pero claro, era como
comparar una bici con un porche de carreras. Era una sala grande a la
que se llegaba después de atravesar varios salones, con unos
sillones de piel, mesas de juego con los mazos de cartas depositados
cuidadosamente sobre el tapete verde y toda la pared llena de todos
los licores imaginables almacenados en una especie de armarios
forrados con tela metálica y que solamente eran abiertos por
Williams quien tomaba cada botella con mimo en sus manos enguantadas
y vertía su contenido líquido en unas copas de balón . Allí nos
sentamos y continuamos nuestra conversación esta vez sobre la
Clínica y la medicina que allí se hacía. Jane era una auténtica
entusiasta de la calidad de la asistencia y lo manifestó en
repetidas ocasiones
-
Una no sabe lo que tiene hasta que se va a países como Etiopía y entonces es cuando se valora la diferencia – Jane se rió mientras se sentaba en el brazo del enorme orejero donde se había sentado previamente su padre – sobre todo en el tema de hospitales.
-
Ya, pero eso no es comparable porque tampoco los recursos son iguales – intervine mientras olía un Whisky que me había servido el mayordomo y que era como si estuviera mi nariz dentro de una barrica de cientos de años de antigüedad.
-
Evidentemente, pero a mi me molesta muchísimo cuando oyes a la gente de aquí quejarse por la asistencia. De buena gana les daba una vuelta por la Misión para que supieran cuando y donde hay que quejarse.
-
No, no hace falta que te vayas tan lejos – volví a aspirar el aroma de aquel whisky que me tenía enamorado – simplemente basta con que te los lleves a España y se darían cuenta que en un país mucho mas pobre que éste, aunque sea la octava potencia del mundo, los hospitales no solo no tienen nada que envidiar a los de aquí, sino que yo creo que son bastante mejores en cuanto a instalaciones. Ahora se estan haciendo algunos que son impresionantes, empezando por las habitaciones que en todos los casos son individuales
-
Y en la Clínica también – objetó el padre
-
Por supuesto, pero yo estoy hablando de la Sanidad Pública. Las Clínicas privadas son muy parecidas.
-
Es curioso- el padre encendió su segundo habano, en formato pequeño, empaquetados exclusivamente para él – porque la idea que tenemos aquí es que la Sanidad en España es mas que deficiente y por lo que usted me cuenta, las cosas no son así.
-
Claro que no, pero eso no es ninguna novedad porque a nosotros solo nos ven como unos juerguistas, vagos como nadie y por si fuera poco toros, sol y playa y creo que yo soy un ejemplo de lo que es el español medio. Gente que trabajamos, que incluso tenemos que abandonar nuestro país cuando encontramos un trabajo digno, que no somos tan amigos de los toros como la gente se cree y naturalmente que presumimos de tener un clima ideal porque eso si que es indiscutible.
-
Evidentemente – Jane me daba la razón – por eso hay tantos ingleses que se jubilan, se compran una casa en España y ahí se quedan hasta que se mueren
-
Tambien es verdad que es mucho mas barato que Inglaterra.
-
Todo influye, pero si fuéramos un país de opereta, todo el día durmiendo la siesta y por la noche siempre de juerga no seríamos el lugar ideal para los ingleses ¿no les parece?
-
Hablando de calidad de vida Dr. Cubiles me permite que le pregunte ¿como le va a Usted en la Clínica? Le adelanto – el Sr. Chesterplace le dió unos pequeños golpes en su mano derecha que tenía apoyada en el sillón – que tengo muy buenos informes suyos y creo que en un plazo muy breve de tiempo será ascendido de categoría y por lo tanto tendrá una importante subida de sueldo.
-
Muchas gracias – contesté agradecido – la verdad es que estoy muy bien, aunque debo reconocer que al principio se me hizo bastante duro, pero con el paso de los meses me he vuelto como mas inglés y estoy bastante mejor.
El Señor Chesterplace miró
su reloj, se levantó de su asiento y se disculpó diciendo que tenía
que repasar un discurso que tenía que pronunciar al día siguiente
en el Parlamento.
-
Dr. Cubiles no hace falta que le diga que está Usted en su casa y espero que nos visite a menudo y así también veo a Jane. Espero que sepa disculparme - a continuación salió de la habitación dando un beso en la frente a su hija y estrechándome la mano con fuerza.
-
Qué pasa ¿Qué vienes poco?
-
La verdad es que vengo bastante pero lo que quiere es que viva aquí y eso si que no. Esto es muy bonito, pero metida aquí te encierras en vida y yo ya estoy acostumbrada a grandes espacios.
-
Que exagerada eres ni que esto fuera un apartamento de cuarenta metros en el centro de Londres.
-
Ya lo se que no es, pero mi padre es muy buena persona pero bastante pesado y ahora yo creo que está convencido que no vuelvo a la Misión y está todo el día hablando de mi madre como queriendo que me quede aquí y haga como de su sustituta. Ya se que la niña le hace completamente feliz pero mi vida no puede estar condicionada por estas circunstancias. Lo siento mucho, de verdad que lo siento, pero yo tengo que estar en la Misión que es donde me necesitan. Aquí estoy muy bien, pero no soy yo.
-
¿Cuándo te vuelves?
-
Todavía no lo se, si la niña sigue bien como hasta ahora supongo que en tres o cuatro meses.
-
En fin, Jane, yo no soy nadie para meterme en tu vida pero me parece que lo lógico es que vayas avisando a tu Padre que no te vas a quedar definitivamente porque le vas a dar un disgusto tremendo.
-
Ya lo se y por eso todavía no he visto el momento.
-
Ya,ya, pero algo le tienes que avisar.
-
Por supuesto.