viernes, 28 de febrero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 25


 Queridos blogueros/as: Una semana mas y aquí seguimos como si tal cosa. La niña se va haciendo mayor en los madriles y ya se empieza a relacionar con gente de lo mas "chic" Hasta va al Parlamento, lo que yo no he hecho en mis sesenta y ocho años de vida. En fin, hay gente por el  mundo que es mas lista y otros, los del montón, vamos tirando.
Esto de la tecnología es como un milagro. Hace un rato estaba hablando a través de Skipe con un primo mío que está en Australia y se ve casi tan bien como si estuviera ahí al lado y encima derecho cuando lo normal sería que saliese al revés, para eso está al otro lado del mapa mundi, pero ocurre como el de la Zarzuela "que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Todavía me acuerdo cuando estudiaba en Santiago y llamaba a Tere, la que hoy es mi mujer y cada rato había que meter mas monedas en el teléfono y las despedidas iban en relación con la cantidad de monedas que tuvieras en ese momento y ¿mandar un telegrama? la gente joven yo estoy seguro que no sabe ni lo que es eso, pero hay que reconocer que tenía su encanto. Naturalmente que enseguida sale el chiste aquel del que está en el mostrador de correos poniendo uno y dice: Wenceslao que te den por el ....... y la funcionaria de turno pregunta con voz impersonal: ¿como se pone Wenceslao? pues de lao, señora, de lao. Es viejo, pero es bueno, reconocerlo.
En fin, aprovechando que hoy parece que estoy inspirado, voy a aprovechar y escribir un poco de la segunda parte que, cuando me quiera dar cuenta, me pilla el toro
Un abrazo y como siempre espero que os guste
Tino Belas


CAPITULO 25.-

Unos leves toques en la puerta la hicieron abrir los ojos y aunque había dormido casi siete horas, le pareció que habían sido cinco minutos y después de un minuto haciéndose la remolona no le quedó más remedio que coger su bolsa de aseo y encerrarse en el cuarto de baño que, al ser para tres personas, se encontraba vacío en ese momento.
El espejo reflejaba una cara feliz, dispuesta a comerse el mundo, con las arrugas de la almohada tratando de desaparecer en sus mejillas y unos ojos curiosos que se desembarazaban lentamente de las horas de reparador sueño que precedieron a su segundo día de estar en la capital.
La ducha, cálida y en su punto, la hizo volver a la realidad. Mientras sus manos recorrían un cuerpo bien conformado con un pecho duro y expectante como corresponde a una persona en plena juventud, una tripilla en la que sobraban unos gramos de grasa y unas piernas recias que terminaban en unos pies grandes, su cabeza no paraba y se adelantaba a los acontecimientos imaginándose la entrevista con el padre del chico que había conocido la noche anterior. Por cierto, ¿cómo se llamaba? Vaya corte, quedo con él y no me acuerdo ni cual era su nombre. Bueno, ya lo arreglaré cuando le vea y eso que no estaba mal ¿verdad? Su cara se reflejó en el espejo con un movimiento coqueto al que era muy aficionada y que le daba bastante buen resultado y después de darse unos toques de colorete, se puso el albornoz y retornó a su habitación. Abrió el armario y como le ocurría siempre que tenía una cita importante, surgieron las dudas sobre cual sería el conjunto mas interesante para su primera entrevista de trabajo y allí fue donde, por primera vez echó de menos a su familia. La elección de la ropa era asunto de su madre y de su hermana mayor y sin embargo ahora y justo en un momento tan importante, sería ella sola la que tuviera que decidir. Primero un traje de chaqueta amarillo que se lo puso enfrente para ver el efecto y que le pareció excesivamente chillón, luego una blusa blanca, quizá demasiado transparente para pedir una recomendación de trabajo, a continuación u pantalón gris marengo que le marcaba las pistoleras y al final un conjunto blanco, un pantalón azul marino con un cinturón dorado de ochos y unos mocasines azules y blancos con un tacón discreto, compusieron una figura atractiva sin excesos, con un halo de moderación, pero también con aspecto moderno.
Un autobús de dos pisos que tenía la parada casi en la misma puerta de la pensión la dejó en la Plaza de Neptuno y desde allí, después de un pequeño paseo se encontró en la puerta del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde ya la estaba esperando Pedro quien le dio los buenos días con la mejor de sus sonrisas.
-  ¿Que tal Ana? – la saludó con admiración – hay que ver como te has puesto. Ten cuidado que mi padre es un viudo de muy buen ver y lo mismo lo dejas prendado de tu belleza.
-  Venga,  no seas tonto ¿voy presentable?
-  ¡ Como presentable! Vas fenomenal y si yo fuera mi padre te buscaba un cargo en mi oficina pero ya.
-  Que exagerado eres. –Ana esbozó una sonrisa mientras se acordaba de su madre que siempre la aconsejaba con aquello de tú vete bien vestida que la primera impresión es la que cuenta y parecía que esta vez había acertado con el modelo - -    -  ¿Nos está esperando?
-  Supongo que sí, porque ayer se lo dije al llegar a casa y estaba en la cama, pero quedamos en venir sobre las diez porque después tiene una reunión con no sé quien y entonces ya no sabía a que hora podría hablar contigo, o sea que vamos que se nos hace tarde y mi padre será lo que sea, pero puntual es más que un reloj suizo. Vamos.
Pedro se identificó ante un Policía Nacional que custodiaba la puerta provisto de un cetme reglamentario quien les indicó que el despacho estaba en la tercera planta y que el Sr. Guetaria les estaba esperando.
Avanzaron por un largo pasillo amortiguados sus pasos por una alfombra de vivos colores, flanqueados por innumerables cuadros de todos aquellos personajes que fueron presidentes de la Cámara, todo iluminados por potentes lámparas de delicados cristales que caían como gotas de lluvia sobre los altos techos. Al fondo, un bedel de uniforme azul marino y galones en la bocamanga les abrió las puertas de un antiguo ascensor y con una pequeña reverencia cerró la puerta.
La subida era lenta, diría que muy lenta, lo que permitió a Ana y a Pedro observar algunos de los amplios corredores que desde unos inmensos halls avanzaban como pasillos de las minas por los que se movían con rapidez cientos de funcionarios con innumerables papeles.
El primer piso era de un rojo importante con una cenefa dorada casi a la altura del techo y dos estatuas de algo así como arqueros que apuntaban con sus flechas a los inquilinos del ascensor.
Un bedel, siempre de uniforme azul con galones, flanqueaba la entrada de los visitantes y comprobaba la identidad de todos y cada uno para evitar posibles atentados.
La visión de la segunda planta desde el ascensor y en unos pocos segundos, era diametralmente opuesta a la de la primera. Unos grandes cuadros de arte moderno con churretones anaranjados enmarcan las paredes y unas luces indirectas mantenían un aspecto cálido a pesar de que los inevitables bedeles le daban un aspecto ancestral. El pasillo era un hervidero de luz que se perpetuaba al fondo con un enorme ventanal por el que entraba el sol a raudales.
La llegada al tercer piso fue sorprendente. Lo primero era la ausencia de bedeles, sustituidos por dos hermosa señoritas que con su pañuelo de flores anudado al cuello, sus vestidos  iguales con sus puños color marrón y una atractiva sonrisa, parecían dar otro ambiente a esta planta.
Una mesa como camilla con faldas que obstruían la visión de las piernas de las recepcionistas y pequeños jarrones con flores eran los principales motivos ornamentales. Ambas charlaban animadamente cuando Ana y Pedro se acercaron. Una de ellas se levantó con rapidez y  después de acompañarlos a lo largo de un interminable pasillo forrado de una especie de moqueta que se continuaba por las paredes, llamó con suavidad a una puerta y una voz femenina le indicó con un adelante que entrasen en el nuevo recinto.
Era un pequeño recibidor con una mesa pequeña en un lateral, la inevitable rosa sobre la mesa, un lámpara de pié que proporcionaba una luz mortecina y una señora de mediana edad que presidía todo el conjunto y que se levantó al ver a Pedro.
Su trato era con confianza, pero manteniendo las distancias, servicial pero no servil y siempre con un toque de distinción
-  Pedro, ¿cómo estás? – la secretaría personal del Procurador D. Pedro Guetaria se acercó a los recién llegados y tomando a Pedro de una mano lo examinó detenidamente – chico, no sigas creciendo que nos dejas a todas enanas
-  ¿Qué tal Conso? Te veo tan bien como siempre y eso que hacía tiempo que no venía por aquí.
-  Exactamente desde el último pleno antes del verano porque me acuerdo que te acompañé a ver a tu padre y no estuviste ni un minuto porque tenía que presentar una ponencia y la estaba preparando y casi ni te vio, ¿te acuerdas?
-  Claro, como no me voy a acordar si me acababa de romper la muñeca izquierda y ni siquiera me preguntó como estaba.
-  Bueno, pero tienes que disculparle, porque esas ponencias son una al año y en ellas va el prestigio y el trabajo de todo un equipo.
-  Ya - Pedro tragó saliva y añadió – también mi muñeca es para toda la vida y no me hizo ni puñetero caso. Pero bueno, aquello ya pasó, o sea, que lo pasado, pasado está.
-  Eso está muy bien. Hacemos una cosa, sentaros un momento que tu padre está terminando un informe, le aviso y en seguida os recibe ¿de acuerdo?
-  Muy bien, Ana siéntate aquí ¿quieres?
La espera fue de escasos minutos y enseguida apareció D. Pedro que los recibió con una sonrisa y les invitó a pasar a su despacho. La antesala era pequeña, sin embargo, el lugar correspondiente al Procurador por el tercio familiar era enorme. Presidido por un enorme retrato de su Excelencia el Generalísimo Franco, la mesa de caoba con patas torneadas con racimos como de uvas de un dorado intenso, era lo que mas llamaba la atención. El orden imperaba en todo, cada papel en su sitio, los bolígrafos alineados a cada lado de una carpeta de cuero reluciente en la que la esquina de la izquierda las iniciales del Procurador destacaban sobre el resto. Un juego de pluma y lápiz, marca Parker, permanecía erguido sobre un soporte negro también con sus iniciales y un marco de fotos completaba la decoración de la mesa. En ese marco, una señora rubia, primorosamente peinada, de facciones duras pero no desagradables, los miraba a todos como queriendo hacerse presente desde la lejanía.
Desde la puerta hasta la mesa, un amplio espacio daba cabida a una mesa como para reuniones con seis sillas de fondo de rejilla y brazos de caoba con sus correspondientes carpetas y en cada una de ellas como si de un cubierto se tratara, una cuartilla con el membrete de la entidad permanecía a la espera de que alguien tuviera a bien utilizarla. Al igual que en la mesa principal, el orden impregnaba todo el espacio y una alfombra de discretos rayas anchas hacía todavía mayor el espacio entre ambos ambientes.
D. Pedro rodeó la mesa lentamente, se sentó en su silla de brazos y con gesto afectuoso comenzó por preguntarle a su hijo a que hora había llegado el día anterior
-  Pero ¿no te acuerdas? Si estuve hablando contigo.
-  Ya lo sé, pero había tenido un día de lo más intenso y me quedé dormido a continuación. Debía ser tarde ¿no?
-  No, serian como la una y media o así.
-  ¿Y para ti eso no es tarde?
-  Hombre, no tanto que ya sabes que tengo las clases por la tarde.
-  Ya, pero por la mañana tendrás que aprovechar para estudiar algo ¿no te parece?
-  Papá, estoy en cuarto de Derecho y hasta ahora no he suspendido ninguna o sea que no tendrás queja de mí, supongo.
-  No, hijo, no. La verdad es que me siento muy orgulloso de cómo te portas y espero que sigas así. Bueno – sus ojos se cruzaron con los de Ana y en ellos se reflejó una sinceridad y un afán de ayudarla lo más posible – y esta supongo que es la jovencita de la que me hablaste ayer ¿es así?
-  Si, - Pedro la miró y se dio cuenta que su reciente amiga estaba realmente turbada – Es Ana, la conocí ayer y me contó su caso y aquí te la he traído por si le puedes echar una mano
D. Pedro la miró directamente a los ojos y entre ambos se estableció una especie de complicidad visible por cualquiera, quizás era la hija que no tuvo a pesar de los cinco hijos varones, quizá era de aquellas personas que te caen bien al primer golpe de vista. En fín, no sabía porqué pero aquella chica con pinta algo de pueblo le había caído bien y trataría de ayudarla como si fuera hija suya.
-  Encantado, Ana – Don Pedro continuaba mirándola fijamente y ella sostuvo su mirada hasta que bajó los ojos y se dedicó a quitarse el esmalte de una de sus uñas. Al poco sus miradas volvieron a cruzarse y tratando de inspirar confianza el Procurador la animó a expresar lo que deseaba.
Al principio, Ana no sabía muy bien porqué estaba allí, ni porqué se había dejado embaucar por aquel chico al que no hacía ni veinticuatro horas que había conocido, pero en un momento dado cambió de actitud y se dio cuenta que no tenía nada que perder y entonces perdió la vergüenza y se fue directamente al grano.
-  Mire usted, en primer lugar perdone mi atrevimiento, pero fue su hijo el que me dijo que viniese por si usted me podía ayudar a encontrar un trabajo. Si quiere que le diga la verdad, ahora que estoy aquí, siento muchísima vergüenza, pero la verdad es que me he venido de un pueblo de la provincia de Valladolid y necesito encontrar cuanto antes algo que me proporcione algún dinerillo para supervivir.
-  Qué pasa ¿que te llevabas mal con tus padres?
-  No, no ¡ que va! Al revés, lo que pasa es que estaba demasiado protegida y me gusta ser yo misma. Total, que acabé el Preu y aquí que me he venido. No quiero estudiar, al menos de momento, pero tampoco quiero seguir dependiendo de mi familia y por eso es por lo que le decía que necesitaba un trabajo. Hombre, algo tengo para ir tirando, pero no me da para mucho.
Don Pedro la miraba con curiosidad y no pudo por menos que hacerle algunas preguntas y al poco se confesó ensimismado por lo que le estaba contando, porque era exactamente lo mismo que había hecho él con la diferencia, por una parte que era varón que siempre era como mas llevadero y por otra, que lo de él fue nada menos que hacía treinta y cinco años por lo que ya había llovido desde entonces. Sin embargo, se acordaba como si fuese en ese momento la cara que puso su padre cuando le comunicó su decisión. Para empezar estuvo algo así como ocho días sin comer con el resto de su familia porque, como le recordaba permanentemente su progenitor, si no quieres nada con el resto de la familia y te importa un bledo lo que opinen, entonces tampoco tienes derecho a compartir con ellos mesa y mantel y en vista de eso, comía con el servicio en la cocina. Además, su padre le retiró el saludo y como continuaba con la locura de vivir solo en Madrid, le dio un plazo para que si agotado ese tiempo no era capaz de vivir con su propio dinero, entonces volvía a la disciplina familiar sin derecho a nuevas reivindicaciones.
Lo que no se podía imaginar el estricto D. Manuel, padre del padre de Pedro, era que aquel no solo subsistió, sinó que, gracias a un especial encanto personal, conquistó a la flor y nata de la capital y ascendió en la escala social mucho más que cualquiera de sus múltiples hermanos y no solo ganó abundante dinero, sinó que hasta por su posición pudo colocar a algunos de ellos en puestos de cierto prestigio y todo ello gracias a la valentía de abandonar todo y venirse con casi lo puesto a la capital.
Sus ojos casi se llenaron de lágrimas al comprobar la similitud de la historia y se mostró dispuesto a interceder en su favor a varios de sus amigos que, a buen seguro, la colocarían en algún lugar que le permitiría continuar su estancia en Madrid. Su emoción era tan grande y su admiración hacia Ana iba tan en aumento que se mostró dispuesto que hasta que llegara ese momento, viviera en su casa sin pagar ni una peseta a lo que Ana se negó enérgicamente porque, y así se lo dijo, no tenía mucho dinero, pero sí el suficiente como para no tener que mendigar cama y comida.
La conversación derivó hacia cual había sido la reacción de los padres y así estuvieron de charla casi una hora hasta que D. Pedro, después de consultar su reloj de bolsillo con una cadena de oro, la dio por finalizada, no sin antes conseguir de Ana la promesa de ir a comer a su casa los sábados, pero sin faltar ni uno.
Ella le agradeció todos sus desvelos y se despidieron con el agradecimiento de Ana por el interés despertado y de él por hacerle retrotraerse en el tiempo casi cincuenta años y hacerle revivir una etapa de su vida de la que se encontraba realmente orgulloso.

Una vez en la puerta, Ana no pudo reprimir su alegría y abrazó a Pedro ante la mirada de complicidad del Policía Nacional que continuaba de guardia en la garita de la entrada.
-  Muchísimas gracias, Pedro. No sabes lo que te agradezco lo que has hecho por mí.
-  Bueno, bueno – Pedro la miraba con curiosidad – no cantes victoria tan pronto que lo único que ha hecho es darte tres o cuatro direcciones y lo mismo no encuentras nada interesante.
-  Eso es lo de menos. Lo importante es como se ha portado y si encuentro o no algo, eso ya se verá.
-  ¿ Tienes algo que hacer?
Ana le miró y le guiñó un ojo con picardía :
-  ¿El señor desea aprovecharse de una provinciana sin trabajo?
-  ¡Que va! lo que digo es que si no tienes nada que hacer, podíamos dar una vuelta por el Museo del Prado, que está aquí al lado, luego tomar una caña en la Dolores que es la tasca mejor de Madrid y terminar comiendo en un garito colombiano que está bastante cerca.
-  Por mí encantada, pero te aviso que tengo poco dinero.
-  No te preocupes que para un plan como el de hoy tengo yo, no para mucho mas, pero para eso si que da.
Con la ilusión reflejada en sus caras los dos jóvenes cruzaron corriendo la Carrera de San Jerónimo y al grito de “viva el arte” se encaminaron a Recoletos y después de una pequeña cola entraron en la pinacoteca por la puerta de Goya y mostraron su admiración hacia los primeros cuadros y su perplejidad ante la Maja desnuda.





sábado, 22 de febrero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 24

Queridos blogueros/as: Esta vez me he retrasado un poco en publicar este capítulo, pero por lo menos si que está enviado en el fin de semana correspondiente que algo es algo.
Bueno pues como podéis ver, mejor dicho leer, la novelas sigue su camino y la niña ya está en los madriles mas feliz que una perdiz y disfrutando de la vida que para algo tiene la suerte de ser joven. Yo no se vosotros, pero yo me imagino perfectamente a los padres en Medina del Campo "cagaditos" por la suerte que pueda correr su Ana en la capital, pero la vida es así y nuestra niña, que ya empieza a no ser tan niña, no se desenvuelve mal y esperemos que pronto encuentre trabajo porque de lo contrario sería otra fuente de preocupación, pero la ventaja de ser yo el autor es que ya os adelanto que lo encontrará.
Una cosa que no acabo de entender es que siempre me contestáis los que considero mis dos lectores, iba a decir que favoritos pero tampoco hay que presumir, sois MIS DOS LECTORES, pero cuando brujuleo el blog me encuentro con que a lo mejor en ese capítulo han entrado 8 personas ¿que pasa que entran y no escriben? pues es una pena porque así habría mas ambientillo, pero bueno vosotros dos, ya sabéis a quienes me refiero, seguir así que la fidelidad siempre se premia. No se como, pero algo se me ocurrirá
Como os escribo en todos los capítulos, espero que os guste
Un abrazo
Tino Belas 




CAPITULO 24.-

Las dos amigas bajaron las escaleras de dos en dos, cogidas de la mano y se perdieron, entre risas, por la Glorieta de Bilbao. Ana lo contemplaba todo como si nunca hubiera visto nada igual y hasta los bares de los que Medina del Campo, andaba sobrada, le parecieron como mejores. Los escaparates eran su pasión y cada dos metros se paraba para mirarlos y remirarlos. Todo le apetecía y repetía que en cuanto tuviera dinero se compraría esto, aquello y lo demás allá, sin reparar en lo elevado de los precios. Andaba como sonámbula, el cruzarse con tanta gente desconocida le producía una sensación extraña de soledad por un lado y de libertad por otro y entre tanto movimiento se acordó de su padre y después de comentarlo con su amiga, está le aconsejó que lo mejor para la morriña de los primeros días era el teléfono y sin más entró en un bar, pidió unas fichas y marcó un número. A los pocos segundos, una voz conocida contestó:
-  ¿Digame?
-  Buenas, señora, soy su hija la de los madriles ¿cómo está usted?
-  ¡Ana! – la voz se tornó algo quebrada adivinándose a través del hilo telefónico una emoción que trataba de amortiguar - ¿qué tal estás? Ya empezábamos a estar preocupados porque no llamabas y no sabíamos si habías llegado bien. ¿Qué tal el hostal? ¿has saludado a la señora? ¿has vaciado la maleta y has ordenado tus cosas en el armario? Cuentame, venga que no sabes como te echamos de menos.
 -  Bueno, bueno, no me agobies, por favor. Estoy en Madrid, he llegado muy bien, he conocido a Doña Amparo que es la dueña de la pensión y ahora estoy en un bar con Laura ¿qué te parece el plan?
-  Muy bien, hija. Ya sabes mi opinión sobre lo que has hecho y espero que te vaya muy bien, pero, sin exagerar porque no soy tu padre, pero ten cuidado que las ciudades están llenas de peligros.
-  Venga Mamá, - Ana puso los ojos en blanco – no empecemos otra vez que bastante tuvimos ya como para empezar de nuevo.
-  No, hija, no, perdona si te he molestado que no era mi intención, pero es superior a mis fuerzas saber que hemos perdido una hija y – a través de la línea parecía como si asomasen las lágrimas que Doña María trataba de evitar – estoy deseando que llegue el fín de semana para verte y que todos nos demos cuenta que las cosas no han sido como dice tu padre.
-  Hala Mamá, no seas exagerada que tampoco me he ido a la conchinchina, estoy a ciento y pico de kilómetros y a dos horas de tren, o sea, que tranquilízate y no llores que me da mucha pena ¿vale?
-  Bueno, pero llama de vez en cuando para saber de tu vida. ¿Cuándo vas a volver a llamar?
-  Mamá, por favor, ¡yo qué se! Mañana por la mañana tengo la primera entrevista de trabajo y en cuanto sepa algo os lo digo ¿vale?
-  Cuidate mucho Ana y reza todas las noches, como hacías en casa, para que Dios te ayude ¿me lo prometes?
-  Claro que te lo prometo y no te preocupes que no va a pasar nada, ya lo verás. Un beso.
-  Un beso, hija. Hasta pronto y no te olvides de llamar.
-  No te preocupes, un beso.
Un clic seco interrumpió la conversación y durante unos segundos Ana permaneció con el auricular rozando su oreja, como tratando de continuar aquellos minutos hasta que su amiga el dio unos golpecitos en el hombro y salieron a la acera de la plaza de Alonso Martinez por la que casi no se podía dar un paso. Cientos de jóvenes se arremolinaban alrededor de dos pequeños kioskos mientras las jarras de cerveza volaban por encima de sus cabezas siguiendo las instrucciones del dueño que desde una especie de atril dirigía la maniobra.
-  ¡Eh, chico! Esas dos jarras son para los del fondo, si, aquella pandilla en la que hay una rubia que no te aconsejo que te la pierdas. ¿la ves? No, hombre, no, la otra, la de más allá. Esa, justo. Bien, chicos, ir pasando para acá las sesenta pelas que me deben. Gracias, chicos, sois unos fenómenos.
 Baldomero, que así se llamaba el susodicho, era un hombre muy conocido en los ambientes estudiantiles de la capital y subido en su plataforma mas parecía un juez de silla de los del tenis que un listo empresario. Conocía a la mayoría de los que frecuentaban sus dos establecimientos, incluso de algunos sabía hasta su nombre de pila y lo que estudiaban y, dada su edad ya no era ningún niño, en ocasiones, les recordaba que su padre también había sido cliente.
Era un hombre peculiar, unos cincuenta años de edad y una gran barriga le hacían parecer mayor, aunque su cara y su eterna sonrisa le daban un aire más juvenil. Siempre estaba con una gorra en la cabeza y entre sus asiduos se había puesto de moda regalarle alguna con lo que su colección se veía incrementada diariamente con un número considerable. Al principio las colgaba del interior de los dos kioskos, pero el número había aumentado de tal manera que había dispuesto ampliar el escaparate y ahora se balanceaban airosas de los cables que unían varias farolas de la rebosante plaza. El negocio era espectacular y cada día eran más los estudiantes que acudían en demanda de diversión y en muchos casos de compañía.
La fórmula era sencilla, Baldomero controlaba las cañas y a sus propietarios, sabía quien le debía y quien no y cuales eran las pandillas mas formales y cuales no. Con un silbato en la boca se encargaba de cuadrar las distintas piezas de jovencitos y así animaba a algunos a unirse con tal o cual grupo y de paso hacer hueco para los que vinieran detrás. Su frase favorita era: “venga chicos, no se me acumulen en las puertas y distribúyanse por el amplio hall” 
Ana y Laura bajaban charlando por la acera de una bien cuidada calle y divisaban cada vez mas cerca el tumulto de gente en la plaza. En uno de los bancos del mobiliario urbano, Ana se subió y adivinando, más que viendo, tantas cabezas, soltó un silbido de admiración.
-  ¡Que barbaridad! ¿ Has visto? ¡ es increíble! Yo creo que nunca en mi vida había visto tanta gente en una plaza.
Laura, desde las baldosas la animaba a seguir disfrutando y le indicaba hacia donde tenía que mirar para conocer mejor en donde se iban a meter.
-  ¿ Ves una farola en uno de los lados de la plaza? ¿la ves?
-  Si, claro que la veo. ¿al lado de un anuncio de una tienda de muebles?
-  Si, de Muebles Pepita. Bueno, pues como aquí es muy fácil perderse, si nos despistamos quedamos en esa farola ¿o.k.?
-  Muy bien, tu mandas
Con aire decidido avanzaron hacía la muchedumbre y a base de empujones y de pedir permiso a diestro y siniestro llegaron hasta un clarito donde una docena de jóvenes estaban sentados en el suelo rodeando a una especie de jarra de cerveza de enormes proporciones que pasaba de mano en mano, volviendo a su lugar original al cabo de unos segundos con algo menos de contenido en cada ronda.
Los chicos, de una media entre veinte y veinticinco años, parecía que iban de uniforme. El vaquero era el pantalón oficial, con unas camisas de vistosos colores y todos con el pelo peinado hacia atrás mantenido con grandes dosis de gomina. Hablaban fuerte, pero se notaba que eran gente con educación, bebían con moderación y en ningún caso se despeinaban. Parecía que uno, con gafas redondas y unos mofletes como hinchados a pleno pulmón, era el cabecilla y las risas de todos los de su alrededor era su compañía habitual. Al percatarse de la presencia de Ana, se acercó lentamente y con un par de besos se presentó:
-  Hola, me llamo Roberto Gracia. ¿tú eres Ana, la amiga de Laura?
-  Si, ¿qué tal? Menudo ambientazo tenéis aquí ¿eh?
-  Hombre, se hace lo que se puede, ya que estamos fuera de casa por lo menos intentamos pasarlo lo mejor posible.
-  ¿Tú también eres de fuera?
-  Si, yo soy de Manzanares, un pueblo de la provincia de Ciudad Real, pero en Madrid nunca eres un extraño porque todos somos de fuera. Por ejemplo, en nuestra pandilla yo creo que no hay ninguno de la capital, aunque tres o cuatro viven aquí, pero nacieron en otros sitios. De Madrid, Madrid, ni uno.
-  ¿Y venís todos los días?
-  ¡Que va! Como mucho los viernes y los sábados, el resto de los días tenemos que ir a la Facultad y por las tardes el que mas y el que menos tiene algún trabajillo que nos proporciona el dinero para gastar el fin de semana.
-  Que gracia, siempre pensé  que los estudiantes recibían una paga semanal y que el resto era coser y cantar.
-  Pero, bueno, ¿qué se ha creído la de Castilla la Vieja? Hoy nos ves aquí de juerga, pero mañana, bueno el lunes, somos de los mas serios de la ciudad o que te crees ¿qué los estudiantes no estudiamos?
-  No te enfades, hombre, que yo no digo eso, lo que pasa es que la idea que tenía era que vuestra vida era como muy divertida y poco responsable, pero, si tu lo dices será verdad, aunque los de mi pueblo que estudian aquí no me cuentan lo mismo y desde luego se lo pasan fenomenal
Laura se unió a la pareja y avisó a Ana
-  Ten cuidado con este que con esa carita de niño bueno es un elemento de mucho cuidado. ¿Te ha contado ya lo mucho que estudia?
-  Estaba en ello – Ana se echó hacia atrás su melena mientras que se ajustaba una cinta que le permitía mantener su frente despejada .
 -  Joder, Laura, como eres, siempre tienes que andar en el medio como el jueves, ¿no ves que ya la tenía en el bote?
-  Venga Roberto, no seas chulo que Ana es mucha mujer para ti.
-  ¿Mucha mujer para mí?  Ana – el manchego afincado en Madrid desde hacía dos años – mírame bien y dime si has visto algo mejor, pero dime la verdad, no me engañes.
Laura le miraba con una sonrisa mientras Ana no sabía a que carta quedarse. Si le contestaba con sinceridad, malo porque no le resultaba tan increíblemente atractivo como él se creía y si disimulaba, peor porque entonces no dejaría de decir tonterías.
-  Prepárate compañera porque ahora te va a soltar eso de tú lo que necesitas es un hombre a tu lado que te haga feliz y que te diga bajito que eres la mujer mas atractiva de España y de parte de Andorra y que con él descubrirás lo que es el amor ¿a que sí?
En la cara de Roberto no asomó la mas mínima expresión de modestia y afirmaba con la cabeza como si de una escena de la vida misma se tratara
-  Claro que sí, pero no solamente eso, sino muchas mas cosas que desconoces y un hombre como yo no tendría ningún inconveniente en descubrírtelas. Por ejemplo, ¿tú has sentido alguna vez el amor ante un plato de paella? Pues lo descubrirías conmigo. Si tu quieres, nos vamos a Cullera, que mis padres tienen un apartamento allí, y entre locura de amor y locura, nos tomaríamos un maravilloso arroz . ¿Te imaginas algo mejor?
-  Perdona, chico, pero creo que te has confundido de tía. Una es pobre pero honrá, como dicen los del Foro y para irme con alguien a Valencia tiene que haber algo más que lo que tú ofreces y conmigo no cuentes.
-  En fin, allá tú, si no quieres. No pasa nada y tan amigos, pero mi obligación es hacer proposiciones que para eso estamos. Ah, se me olvidaba, si algún día estás sola y necesitas compañía me llamas ¿vale?
-  Vale. – Ana se separó del grupo y se aproximó a otro donde su amiga ya había comenzado su labor de zapa. Laura se movía entre tanta gente como pez en el agua y según pasaba iba saludando a diestro y siniestro. Para Ana todo aquello era una novedad y estaba tan sorprendida que todo le parecía maravilloso y las nuevas amistades, excepto Roberto que le había parecido un pesado, eran como muy amables con ella y todos se ofrecían para lo que fuera y eso que le habían dicho que Madrid era una ciudad inhóspita y que nadie se preocupaba de nadie. Desde luego, hasta ahora, este no había sido su caso. Los temores que albergaba no se habían confirmado y con tan solo unas horas en la capital ya se consideraba como de la pandilla. De acuerdo que no era universitaria, pero por la educación recibida no desentonaba nada en absoluto y su conversación era fluida y agradable. Los amigos de Laura, entre los que se encontraban numerosos estudiantes, no hacían ningún tipo de distinciones y el que fuera de una u otra facultad les daba igual, pero siempre daban por hecho que se dedicaba a estudios superiores. Cuando Ana les explicaba que se había venido a Madrid, sin saber muy bien lo que iba a hacer, era el objeto de admiración de la mayoría y todos coincidían en que había que ser muy decidida para dar ese paso.
-  Bueno, tampoco es para tanto, porque primero me tengo que buscar un trabajo y en cuanto lo tenga, ya valoraré lo que puedo hacer, porque dependerá del horario, de las condiciones y de un montón de cosas más que ahora prefiero no pensar. Lo primero es pasarme un buen fin de semana y después ya veremos.
-  Muy bien, Ana, así me gusta – Pedro Guetaria Alvarez de Miranda la animaba a continuar con esa vida – yo de ti, en lugar de pasármelo bien un fin de semana, me lo plantearía para todo un invierno y el año que viene me apuntaba a un trabajo.
-  Si, guapo y mientras ¿quién me mantiene?, ¿tú te crees que soy rica por casa? Yo me he venido en contra de la voluntad de mi padre y cualquiera le pide dinero, se pondría bueno.
Pedro la miraba y advirtió una firmeza en sus ojos difícil de describir. Se notaba, y no sabía decir porqué, que era una chica mucho mas madura de lo que aparentaba. Quizá su labio inferior que se avanzaba como queriendo llegar antes a los objetos deseados, quizá la mandíbula prominente surcada por una cicatriz de muy buena calidad que la atravesaba en unos 3 cms, o la expresión en conjunto de su cara, el caso es que si la mirabas, algo te atraía poderosamente. No era una belleza al uso, tampoco tenía un cuerpo escultural, ni unas manos o unas piernas de llamar la atención, pero toda ella constituía una personalidad muy atractiva. Eso si, era especialmente simpática y siempre tenía una palabra agradable para cada situación. En definitiva, que el conjunto hacía que los chicos se sintieran especialmente atraídos por ella y aunque en Madrid, todavía no había tenido tiempo de demostrarlo, en el pueblo todos sus amigos decían que era la mejor persona con la que habían tratado. Los problemas de los demás los hacía suyos sin apenas darse cuenta y era la compañera ideal para compartir las penas.
-  No, mujer, no. No se trata de andar pidiendo dinero en casa, no. Se trata de buscar algo que te permita disfrutar de la vida y que te deje tiempo libre.
-  Ya, pero eso ¿dónde lo busco?
-  Eso me gustaría saberlo a mí también. Todos buscamos lo mismo y ninguno sabemos donde y por eso te lo digo a ti.
-  Mira que gracioso, pues para ese viaje no hacen falta alforjas. Yo me he venido a trabajar y eso es lo primero que tengo que hacer.
-  Bueno, bueno, no te enfades, Ana, que se te arruga la nariz. ¿ Quieres tomar algo?- Pedro Guetaria la invitaba a una magnífica cerveza que servía como nadie Baldomero, el dueño del establecimiento que, como siempre, oteaba los diferentes grupos desde su alta silla. El acompañante ocasional de Ana era un chico atractivo, de unos veinticuatro o veinticinco años, estudiante del último curso de Derecho y, según Laura que se lo había susurrado al oído, un auténtico partidazo. Su padre era un conocido político de la derecha, muy metido en temas de familia y nominado para ocupar el cargo de Ministro de Educación o quizás de Turismo, aunque eso no se produciría, según sus cálculos, hasta dentro de un año por lo menos. Aunque era hijo de su padre, Pedro no presumía de ello y solo ante la propuesta de Ana de la posibilidad que su padre le buscase algo, se comprometió a acompañarla al día siguiente y así quedaron a las nueve y media en la puerta del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde el político tenía su despacho.
Durante la noche y hasta la una y pico de la madrugada, Ana continuó recorriendo diferentes círculos de amigos, siendo muy bien acogida por todos y al poco se metió en la cama sin tiempo ni ganas de recordar lo vivido en ese primer día.






viernes, 14 de febrero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 23

Queridos blogueros/as: Así, como quien no quiere la cosa, ya estamos en el capítulo 23 y yo continúa vagueando a la espera de escribir la segunda parte, llevo un poco pero no mucho y como siga así el toro me va a pillar y me va a dar una cornada de esas de enfermería de la plaza. Espero mejorar, pero la verdad es que últimamente los días se me pasan tan deprisa que en cuanto me quiero dar cuenta ya estamos en viernes otra vez y no he escrito ni una sola linea. Debe ser la edad y lo mismo que pasan los días pasan los meses, los años y en cuanto te quieres dar cuenta "al hoyo" que diría un castizo. En fín, como veis es un día en que me encuentro de lo mas optimista. Espero mejorar.
Por fin, la nena se viene a la capital ¡Ya era hora que llevamos 23 capítulos joé! y aunque la primera parte es bastante yo diría que barriobajera, en el fondo no queda mal y la niñita se nos libera. En fin, vamos avanzando hasta llegar a la segunda parte.
Un abrazo y que disfrutéis
Tino Belas


CAPITULO 23.-

El Paseo del Prado estaba abarrotado de gente que iba y venía, los conductores permanecían en el interior de los coches hacían sonar sus bocinas como para llamar la atención, mientras los tranvías hacían rechinar las ruedas por las estrechas vías que se alejaban en línea recta hacia el Paseo de la Castellana. Los soldados desfilaban alrededor de las doncellas mientras ellas no perdían de vista a los niños que correteaban detrás de unos aros de vistosos colores que hacían avanzar con unos palos que terminaban en una especie de bucle de alambre. Los barquilleros ofrecían sus productos vestidos de chulapos con unas bufandas blancas enrolladas a la garganta y unos recipientes de un metro de altos con una rueda giratoria en la que por cincuenta céntimos le podía tocar a cualquiera, no solo disfrutar del mejor barquillo del mundo, sinó que, además y siempre que saliera el número cero, se haría acompañar, nada menos, que “de Paquito, el barquillero” hasta donde la señora considerara menester, que podía ser incluso hasta la alcoba matrimonial que, por el Paquito no había cuidado, que respondía en todas las ocasiones. Con este anuncio publicitario el barquillero mas pinturero de la capital, como le gustaba que le llamaran, tenía cola y entre bromas a los niños y piropos a las madres, todos los días se sacaba un pequeño capital que repartía a su llegada a su corrala en el centro, casi al lado del Teatro Real y desde su cómoda habitación, veía todos los viernes entrar a las autoridades a los distintos conciertos. Para Paquito era una obligación repartir todo lo que ganara en el día porque en esa corrala había vivido casi diez años a costa del vecindario y ahora le tocaba a él aportar su pequeño grano de arena. Cuando le preguntaban que tal, siempre contestaba con una leve inclinación de cabeza, se daba una especie de toba en la gorra con los dedos pulgar e índice de su mano derecha y decía : Bien con Okal prenda, y no mejor porque uno todavía tiene principios que si por ellas fuera, uno no saldría de la cama por falta de tiempo y eso que el menda es “refinao” que por ellas me contratarían por semanas y hasta una condesa me dice: Ay Paquito dame más que luego viene mi marido y me quedo piando y claro que va a hacer el Paquito, pues eso, responder ante los requerimientos de una señora entrada en años y encima de la nobleza con un toma y toma por delante y por detrás que para eso presumes de mujer fiel y pudorosa  y así se entera, Condesa, de lo que vale un peine que el Paquito es pobre pero “honrao” y si la naturaleza ha tenido a bien dotarme de un instrumento que bien merecía estar en la Orquesta Nacional, ¿para qué vamos a desaprovecharlo? Se toca todas las veces que haga falta y se afina por lo menos una vez al día. Venga, señá Remedios, venga aquí que hoy le toca un real y tú, Remi, acércate que hoy se ha dao bien el día y algo sobrará.
En el mismo Paseo del Prado, unos metros mas hacia la Cibeles, un guardia de circulación con sus correajes blancos, su uniforme azul y su casco con el escudo del ayuntamiento de Madrid silba como un loco para que los coches giren rápidamente y no se acumulen todos a la derecha para girar hacia el Retiro que por la otra calle también se va, Jefe, circule y no se me acumulen en la plaza, por favor, circulen. Sus manos son como aspas de uno molino de blancos guantes algo ajados por el paso de los años y las inclemencias meteorológicas, que confluyen enérgicas para indicar dirección Cibeles y que se abren en abanico para acceder a los parques del Retiro y del Jardín Botánico.
Ana Segura, veintiun años, de un pueblo de la provincia de Valladolid, permanece extasiada contemplando aquel espectáculo. Una enorme maleta nueva en el suelo parece querer acompañar a su dueña en su nueva modalidad de vida.
-  ¿Qué tal señorita? La veo que se ha “quedao prendá” de las bellezas de mi Madrid, que le digo yo que es mucho mi capital y que si por mí fuera la nombraba Capital del Mundo mundial, ¡ahí es na! Lo que vale el foro, pero si me permite un consejo, yo de usted miraría para otro lado, porque eso es irreal.
Ana le miró sorprendida y no pudo por menos que soltar una carcajada cuando se dio cuenta que el espectáculo correspondía al rodaje de una película de época y todos eran actores de mayor o menor nombre y muy metidos en el reparto.
-  Ya me parecía este Madrid como muy antiguo. ¡Que tonta soy! Si me llega a ver mi padre seguro que ya estaría imaginándose que este sería uno de los problemas que acechan a  los recién llegados.
-  Señorita: si me permite un consejo, yo de usted no dejaría la maleta sola porque puede llegar un cualquiera de los muchos que hay en las estaciones y cambiársela de sitio ¿sabe?
-  Gracias – Ana miró a su interlocutor. Se trataba de un hombre de unos treinta años, bien vestido, trajeado a la perfección, quizá algo retro, pero bien, con una gabardina en el antebrazo izquierdo y un pitillo permanente en su boca. Las manos se movían sin cesar mientras no paraba de mirar hacia ambos lados como tratando de encontrarse con alguien. No sabía porqué, pero Ana desconfió inmediatamente y con un breve hasta luego lo dejó en medio del amplio vestíbulo de la estación. El trataba de no separarse, pero ella le dio un pequeño empujón y se metió presurosa en un taxi. De su bolso extrajo una hoja de papel y se la entregó al taxista quien la ojeó distraídamente, saludó con un pequeña reverencia y sin perder ni un minuto encaminó su transporte público hacia la dirección indicada en el centro de la capital.
El trayecto fue largo y en algunos momentos agobiante, los semáforos interrumpían el lento discurrir del taxi y a pesar de llevar las cuatro ventanillas abiertas, el calor invadía todo y una sensación como de galvana, inundó todo su cuerpo y si no fuera por los bruscos frenazos seguro que se hubiera quedado dormida
-  Señorita: calle Sagasta número 18. Ha llegado al final de su destino- Espero que su estancia entre nosotros sea muy fructífera ¿viene a estudiar?
-  No, la verdad es que no lo sé, pretendo hacer algo pero todavía no se el que.
-  Perdóneme que me meta donde no me llaman, pero tenga cuidado porque esta ciudad tiene algo que te fascina y encierra muchos mas peligros de los que parece.
-  Muchas gracias por sus consejos, pero vengo aleccionada por mi padre que antes de salir me ha puesto las peras al cuarto.
-  Bien, pero no se olvide de esto, diviértase todo lo que quiera, pero desconfíe de los que se le acerquen si no los conoce de nada.
-  Bien, bien, no se preocupe que así lo haré.
Pensión Orduña. El cartel colocado en la fachada de un edificio antiguo, era la expresión de lo que se encontraría en su interior. Ambiente acogedor, casi como una familia, pocos huéspedes y la mayoría fijos, con mayor cantidad de gente joven, aunque algunos viajantes de toda la vida pasaban y pernoctaban una o dos noches y aprovechaban para ilustrar a los jóvenes en los peligros de la gran ciudad.
Ana introdujo la maleta en un ascensor de estructura metálica antigua desde el que se divisaba una escalera de madera con los escalones medio comidos por lo años y unos enormes descansillos decorados a la manera de sus inquilinos y así se veían desde cuadros de bellos paisajes hasta adornos chino de dudosa procedencia, pasando por pequeños aparadores dorados, plantas de interior y hasta un Guernica que presidía el de la Pensión Orduña.
-  Ya ves, hija, las cosas de la vida. Por espacio de un mes, hace ya bastantes años tuvimos alojado “un gudari” que naturalmente tu no sabes lo que es y yo tampoco y nos obligó a colocar este cuadro en la pared para recuerdo de nuestra querida patria vasca y aquí estamos- Doña Amparo, la dueña de la pensión, así recibió a Ana que no dejaba de mirar el cuadro.
-  Nunca lo había visto detenidamente, pero la verdad es que es muy feo y no hay quien lo entienda ¿no le parece?
-  Pues si, hija, si, pero ¿qué quieres? De vez en cuando lo quitábamos, pero desde hace años ahí está y no lo movemos, porque una de las veces nos visitó ese chaval y a los pocos días recibí una comunicación de la ETA en la que me exigían colaborar en la causa vasca mediante una cantidad mensual o con la colocación de algún signo externo y aquí estamos ¿qué podemos hacer? 
Desde el quicio de la puerta Doña Amparo observó a la recién llegada con gesto amable y una sonrisa natural que le daba a su cara una acogedora expresión. Todo su aspecto rezumaba clase y sus modales eran marcadamente refinados. La manos eran perfectas, con las uñas cuidadosamente recortadas y pintadas con un barniz de un tono rosa difuminado. El pelo lo tenía recogido en un moño y vestía una falda negra con un conjunto del mismo color edulcorado  por una pequeña gargantilla con una perla en su parte inferior.
-  Perdóneme que hasta ahora no me he presentado. Soy Ana Segura, que hablé con usted hace unos días por teléfono para reservar una habitación.
-  Si, me imaginaba que serías tú, porque últimamente vienen pocos clientes – Doña Aparo extendió ambas manos y a continuación se besaron en ambas mejillas – Pero pasa, por Dios, no te quedes en la escalera, pasa.
La dueña de la pensión la acompañó por un larguísimo pasillo serpenteado por innumerables puertas con su número en el frente, hasta llegar a la número dieciséis. Introdujo la llave en la cerradura y empujó la puerta dejando entrar a Ana que se quedó impresionada de la luz de aquella habitación. Una claraboya en el techo permitía la entrada de todos los rayos de sol sin distinción de tonalidades y luego, en su choque con el mobiliario, se transformaban en luminoso chorros de alegría que dejaron gratamente sorprendida a Ana. La patrona, después de preguntar si necesitaba alguna cosa, cerró cuidadosamente la puerta no sin antes recordarle que en esa estancia no podían subir hombres y que la cena se servía en el comedor hasta las once y que si llegaba más tarde tenía obligación de avisar.
Ana se tumbó en la cama y repasó, claro que repasó todo lo que había sucedido y llegó a la conclusión que lo pasado pasado está y que una nueva etapa de su vida comenzaba en esos momentos, dicho lo cual, se quedó profundamente dormida.
-  Pero ¿porqué me llaman a estas horas si me acabo de dormir? Si, ¿quién es?
La voz de Doña Amparo traspasó la puerta de madera
-  Perdóname Ana, pero una señorita te espera en el salón.
-  Gracias. Enseguida voy – Ana se estiró todo lo larga que era, se revisó ligeramente su pelo en un espejo situado en el lateral de la puerta del armario empotrado y después de cepillarse los dientes, abrió la puerta y atravesó el pasillo con una sonrisa porque estaba segura que no podía ser otra que Laura, su inseparable amiga de la infancia y a la que hacía casi un año que no veía – Laura ¿qué tal estás?
La amiga de toda la vida dejó una revista que tenía entre sus manos y con alegría se abrazó a Ana. Al poco, se separaron y se miraron de arriba abajo como si fueran modelos de alta costura
-  Que bien te veo, Laura. Esto de la capital te sienta bien ¿eh?
-  No me puedo quejar y tú, ¿qué tal? Por fin, lo has conseguido ¿qué se siente al librarse de la opresión familiar?
-  Pues la verdad es que hasta ahora no he tenido ningún sentimiento de nada porque acabo de llegar y encima me he quedado dormida, o sea, que poco tiempo he tenido para reflexionar, pero cuando venía en el tren si que me ha dado un poco de pena, porque tanto mi padre como mi madre se han quedado muy chafados y espero que se les pase pronto. Al final, y como era de esperar, no lo han entendido y bien que lo siento, pero que le vamos a hacer. Seguro que con el tiempo se les pasará. Además que el pueblo tampoco está tan lejos y los veré los fines de semana.  
-  Bueno, Ana, no es que yo quiera fastidiarte tus planes porque no es eso, pero olvídate de ir los fines de  semana a ningún lado porque a mí me pasó igual y no duré ni un mes. Pero, en fín, todo se andará. De momento y después de lo que hablamos hace unos días, para mañana ya tienes una entrevista con el director de la Academia Basora que, además está aquí al lado, y parece que puede haber algo de lo que buscas, pero me dijo que primero quería hablar contigo y mañana a las nueve y media tienes la cita. Es el padre de un amigo mío y parece buena gente.
-  Gracias Laura, no sabes como te lo agradezco porque mis ahorrillos no creo que den para mucho y mi padre se ha negado en redondo a ayudarme, pero bueno, para ir tirando tengo algo y si no me vuelvo al pueblo y santas pascuas.
-  No digas cosas raras, Ana. En Madrid hay trabajo de sobra y lo que falta son ganas. Ya verás como en nada estás mas liada que una pitón y estarás deseando tener días libres para divertirte porque otra cosa no, pero diversión de eso si que hay para dar y tomar.
-  ¿Si? – Ana cruzó las piernas en el sillón - ¿tú lo pasas bien? ¿tienes muchos amigos? Cuenta, cuenta que estoy deseando conocer todo.
-  La verdad es que esto de Madrid no se entiende muy bien. Al principio, cuando llegas, parece como que es otro mundo, todo muy grande, muy lejos, con gente por todas partes, pero luego es como un pueblo, bueno como un pueblo no porque allí te conoce todo el mundo y aquí todo es como mas desperdigado, pero es ¿cómo te diría yo? Como si vivieras en el pueblo, pero sin que te conociera nadie. Ya te digo que, al principio, cuesta bastante adaptarse y eso que tú me tienes a mí, pero pasado un tiempo, es como el tabaco, se puede dejar pero nadie lo deja y eso que una gran ciudad, como podrás comprobar por ti misma, tiene muchos inconvenientes y se pierde muchísimo tiempo en desplazamientos, pero luego tiene algo que yo no se decir el que, pero que te engancha y aquí te quedas para siempre, renegando, eso sí, pero para siempre.
Ana se levantó y se asomó al amplísimo ventanal desde el que se divisaba cientos de edificios de alturas diferentes que parecían querer darle la bienvenida. La noche se acercaba y las sombras todavía hacían cola para incorporarse al ritmo de la ciudad. En el edificio de enfrente una señora se abanicaba, mientras asomaba medio cuerpo a través del balcón y haciendo señas con su brazo derecho trataba de llamar la atención de alguien. Una ventanas mas allá un matrimonio limpiaba con esmero los cristales y mas allá unos niños jugaban con una pelota en lo que parecía ser un largo pasillo. La luces se iban progresivamente encendiendo y el paisaje urbano se iba transformando. Ana dio unos pasos como de baile por el salón y abriendo los brazos en un gesto de libertad exclamó:
-  Soy libre. ¿Te das cuenta que puedo salir por la noche y llegar a la hora que quiera sin tener que dar explicaciones a nadie? Después de veintiun años, al fin, lo he conseguido. ¿Sabes lo que te digo? Que nos vamos a la calle, cenamos y luego nos tomamos unas copas que hoy paga la casa y mañana será otro día ¿de acuerdo?
-  Bueno, vamos, pero no te emociones porque aquí se vive bien, sin ningún control, pero sola que tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes.
-  Venga Laura, vámonos que hoy prefiero no pensar.
Al salir, Doña Amparo le dio una llave y con la sabiduría que dan los años se atrevió a darle un consejo: - Hija mía, disfruta todo lo que puedas que la vida se pasa mucho mas deprisa de lo que parece y cada día que pasa es un día que pierdes.
-  Si, Doña Amparo, muchas gracias por sus consejos y no me espere para cenar, porque vendré tarde.
-  ¿Quieres que mañana te llame a alguna hora?
-  Si, si no le importa me despierta sobre las ocho y  media o por ahí ¿vale?
-  Hasta mañana, hija que te diviertas.




sábado, 8 de febrero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 22


CAPITULO 22.-

Queridos blogueros/as: Como podéis comprobar aquí estamos con lo de siempre: un capítulo mas del Trio de Dos y ya vamos por el 22 y podéis comprobar que empieza el lío y esto aunque absolutamente inventado cuando lo escribiera, que no me acuerdo cuando fue, era la España real y nuestro Fernando Altozano no iba a ser diferente.
Sigo con los capítulos de la segunda parte y me parece que están quedando bastante bien. Se nota que uno no tiene abuela.
Ayer en la consulta la madre de una paciente me felicitó por lo que escribía y yo mas contento que una castañuelas ¡faltaría mas! pero también me hizo pensar un poco en la escasa o nula privacidad de Internet, cosa que ya sabía pero, no se porqué, pensaba que lo del blog era un poco distinto pero está claro que no. Se pone Belascoain y sale todo. Bueno, habrá que tener cuidado con lo que publico.
Un abrazo para todos.
Tino Belas



Fernando Atozano avanzaba sigilosamente por el estrecho pasillo de la cabaña en la que estaba compartiendo el fin de semana con Eloise. Llevaba en las manos una bandeja de plástico que había encontrado en la pequeña cocina y en la que había depositado dos tazas llenas de humeante café, unas tostadas de pan untadas con mantequilla y mermelada de frambuesa, dos vasos con zumo de naranja,dos servilletas y una flor de plástico.                                                                   
Empujó con su pié derecho la puerta entreabierta y apoyó la bandeja en una pequeña mesa que hacía las veces de mesilla de noche. Se acercó y le dió un beso a su compañera en la mejilla. Ella abrió unos impresionantes ojos azules y le abrazó haciéndole entrar nuevamente entre las sábanas y allí volvieron a  interpretar la misma partitura de la noche, como si de un bis se tratara, hasta que pasados unos minutos se decidieron a tomar el café.
Ella lo miraba a través de sus atractivos ojos y casi intentaba adivinar sus pensamientos, mientras él daba vueltas al azúcar en su taza sin levantar la mirada. Ella terminó su café y envolviéndole entre sus brazos le susurrró al oído que hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en la cama con un hombre.
-  A mí me ha parecido maravilloso y te lo agradeceré siempre porque ya sabes que la primera vez es como un poco especial, pero tú has sabido hacerlo de tal manera que no me ha resultado nada difícil, o sea que muchas gracias otra vez.
-  Venga Fernando no seas pesado. Te has portado como lo que eres, un caballero español y que conste que casi no se nota tu inexperiencia.
-  Por favor, Eloise, no me digas esas cosas que enseguida me pongo colorado – Fernando levantó la cabeza y se encontró con su compañera del Instituto Anglo-Americano donde ambos estudian  el último curso antes de pasar a la Universidad. Era una francesa de pelo rubio, ojos azules, un cuerpo fantástico como corresponde a sus dieciocho años y una sonrisa atractiva que dejaba entrever una dentadura perfecta – No te lo creerás pero desde que empezamos a planificar este fin de semana, estaba nervioso y deseando que llegase y sin embargo ahora estoy tan tranquilo y parece como si se me hubiese quitado un peso de encima ¿a ti no te ha pasado lo mismo?
Eloise separó la bandeja de sus rodillas y se quedó mirando a aquel joven español con el que había iniciado una relación de amistad hacía aproximadamente dos meses. Era guapo, muy moreno, con el pelo corto, ojos grandes marrones, cejas y barbilla prominentes, nariz pequeña y labios gruesos y bien conformados. En la clase llamaba la atención por su aspecto aseado y su educación era de tal grado que llegaba a ser algo como antigua. Era de los que todavía decía aquello de tienes una belleza muy atractiva o una expresión en tus ojos que nubla los míos y cosas por el estilo que a Eloise le habían impresionado desde el primer día que lo conoció.
Al principio, la acompañaba a su casa atravesando tranquilamente el parque y dando pequeños paseos entre los parterres para hacer mas larga la aventura de estar juntos, pero luego y gracias a sus buenas notas, su padre, Agregado Comercial de la Embajada de España en París, le había comprado un viejo dos caballos que hacía las veces de nido de amor y en el que iniciaron pequeños devaneos que finalizaron con aquel fin de semana en la Bretaña francesa y que había comenzado con muy buen pié.
El contó en su casa la historia de siempre, que se trataba de un fin de semana cultural que había organizado el Instituto, que los profesores se lo aconsejaban y que el Domingo por la noche estarían de vuelta.                                                                                                   Fernando tenía que llamar todos los días y darle la novedad a su madre quien se preocupaba por aspectos básicos como que si comían bien o quienes eran los monitores que les acompañaban. Le contaba unas mentiras absolutamente creíbles, mientras que Eloise, le mordía el lóbulo de la oreja provocándole una sonrisa que no llegaba a Doña Victoria quien seguía convencida que la pintura del renacimiento francés era muy interesante para la evolución de su hijo Fernando y que ojalá aquellos fines de semana se repitieran asiduamente para mejor preparación de su hijo hacía el camino de la abogacía que ya había decidido tomar.
Curiosamente, Eloise, no tenía esa obligación y aquello fue motivo de una larga conversación que se inició en lo alto de un acantilado, después que ambos se vistieran y llegaran a ese idílico lugar no sin antes visitar una típica tienda francesa donde degustaron algunos patés y compraron diferentes quesos.
El dos caballos enfocado hacía el horizonte, con la calefacción puesta y una suave música de fondo era el lugar ideal para presenciar una puesta de sol como la que se avecinaba.
Fernando encendió un cigarrillo y después de un par de aspiraciones profundas, se lo pasó a su compañera para que disfrutara de su sabor.
-  Eloise, ¿tú no tienes que llamar a tu casa?
-  No – su mirada se paseó por el magnifico escenario que proporcionaba un mar tranquilo en un día frío, pero soleado de la primavera francesa – ya lo hemos hablado muchas veces, pero parece como si no te quisieras enterar. En Francia nuestra educación es diferente y nuestros padres nos dejan libertad para hacer lo que queramos a partir de los dieciocho años y nunca nos preguntan a donde vamos o de donde venimos, porque a la vuelta se lo contamos y ya está.
Fernando la miró absolutamente sorprendido y con gesto incrédulo preguntó:
-  O sea que cuando llegues a tu casa le cuentas a tus padres que has estado conmigo todo el fin de semana.
-  Pues claro, ¿acaso no es verdad?
-  Si, si, verdad si que es, pero me dejas de piedra. ¿Si llego yo a mi casa y le digo a mis padres que he estado solo contigo el fin de semana menuda se puede armar? prefiero no pensarlo.
Eloise le cogió la mano y la acercó a sus labios
-  Entonces ¿tus padres prefieren que llegues virgen al matrimonio? ¿y si luego no te gusta tu mujer en la cama? ¡ que pasa!
-  Pues la verdad es que nunca lo había pensado, pero tampoco se me ocurre preguntarlo porque se puede organizar la de San Quintín. Me parece estar viendo la cara de mi padre y estoy por asegurar que no sabría que contestar. Sin embargo, también se seguro lo que diría mi madre.
-  Si, ¿y que diría? – Eloise le volvió a besar en la boca, apoyando su cara sobre su hombro.
-  Pues diría que me fuera a confesar porque estaría en pecado mortal y que lo de acostarse con alguien siempre tendría que ser con la mujer con la que antes te hubieras casado, que para eso es el matrimonio
-  ¿De verdad que te contestaría así? – Eloise no pudo reprimir una carcajada mientras se aferraba al hombro de su amigo – o sea que ¿ mañana te veo en el confesonario explicándole a un cura lo que hemos hecho hoy? No me lo puedo creer – volvió a sonreir mientras le besaba con ternura -       Entonces, me extraña que  España sea el país de Europa donde hay mayor número de putas.
-  Y tú eso ¿ porqué lo sabes?
-  Porque me lo ha dicho mi padre.
-  ¿Pero esas cosas las hablas en casa?
-  Claro, si nó, ¿dónde las voy a hablar?
-  Pues no sé, con los amigos, en el Instituto, pero en casa a mí es que ni se me pasa por la imaginación.
-  ¿Sabes lo que pasa? que para nosotros el sexo es una cosa normal, que nos lo enseñan desde pequeños en primaria y para vosotros es una cosa mala, Fijate que para tu madre es pecado mortal y esa es la diferencia. Yo, ahora, estoy contigo tan a gusto aquí y luego en la cama, pero si dentro de un mes lo dejamos, pues tan amigos y no es ningún motivo de vergüenza. Sin embargo, para ti es como una cosa moral, parece como si me hubieras hecho algún mal, cuando es una cosa entre los dos y en la que estamos de acuerdo, o sea, que no te sientas culpable de que pierda mi virginidad, sobre todo, porque no eres el primero y por lo tanto no la he perdido contigo y segundo porque yo entiendo todo esto como un disfrute de nuestros cuerpos y ya está  ¿estamos de acuerdo?
-  No te puedes imaginar la envidia que me das y espero llegar pronto a pensar como tú, pero no es fácil – Fernando llegó a dudar si sería conveniente contarle todo a esa francesa que era novia por poco tiempo porque sabía que en unos meses se volvería a España y esa relación terminaría, pero después de pensarlo unos segundos, entendió que así su conciencia se quedaba más tranquila y continuó con sus dudas – Me gustaría expresar con palabras lo que estoy pensando, pero me resulta muy difícil y seguro que si es difícil para mí, lo será mucho más para ti.
Lo primero es, y tú lo has dicho muy bien, es que se trata de un problema de educación y a mí desde siempre me han dicho que eso de acostarse con una mujer es malo y ahora después de la noche que hemos pasado pienso que es algo maravilloso, con unas sensaciones que no se pueden definir, pero estupendas y la verdad es que tengo un lío mental que ya no sé ni lo que digo.
-  Creo que mientras vayas por la vida sin hacer mal a nadie, el Dios en el que yo creo no puede decir nada. Otra cosa diferente sería si perjudicásemos a terceras personas, pero este no es el caso.
-  Venga, Fernando, deja de darle vueltas a la cabeza a cosas que no son importantes y vivamos el día a día y sobre todo este momento que será inolvidable para los dos. ¿Te has fijado que puesta de sol? Espero que si algún día nos separamos, cada vez que veas una puesta de sol como esta, te acuerdes de esta francesita que solo pretende hacerte feliz. ¿Te acordarás?
-  Naturalmente, pero no lo voy a necesitar porque tú siempre estarás a mi lado – Fernando la abrazó y así permanecieron muchos minutos, hasta que la noche los envolvió y ya en el apartamento revivieron, si cabe con mayor intensidad, los actos amorosos del día anterior y así acabaron el fin de semana.
El dos caballos aparcado a la puerta de la casa de Eloise fue el último reducto donde ambos enamorados se juraron amor eterno y después de un largo beso se despidieron hasta el día siguiente en que se verían en el Instituto. Ella, desde el portal , le lanzó un beso mientras que Fernando aceleraba y se perdía por las callejuelas del viejo París.
-  Eloise ¿eres tú?
-  Si, Mamá – contestó mientras dejaba sobre una silla de estilo isabelino el abrigo y la bufanda de vistosos colores que la habían acompañado los días anteriores.
-  Que pronto has venido. No te esperaba hasta última hora. ¿Has tenido algún problema?
-  No, ninguno, lo que pasa es que Fernando quería llegar pronto y por eso nos hemos adelantado, pero no ha pasado nada de particular.
-  ¿Lo habéis pasado bien? – la madre se quitó unas pequeñas gafas que le caían sobre una nariz bien modelada y miró despacio a su hija – Desde luego que ese españolito no tiene nada de tonto porque ha venido a encontrar lo mejorcito de París. Ven aquí, mi amor.
Eloise, se acercó a la chimenea, besó a su madre en ambas mejillas y se acurrucó junto a sus rodillas. Con uno de sus piés separó unos troncos que querían contribuir al calor del hogar sin esperar su turno y mirando las llamas repasó el fin de semana sin perderse ni un detalle, mientras su madre le acariciaba la espalda y la nuca, dándose perfecta cuenta de la situación.
-  Hija mía : disfruta todo lo que puedas del amor y sobre todo de tu juventud, porque el tiempo pasa muy deprisa y todo lo que no hagas ahora, mas adelante te arrepentirás. Todo lo que hagas, hazlo con intensidad, poniendo toda tu alma y toda tu ilusión. El tiempo dirá si tenías razón o no y si esta amor que sientes ahora y que se te nota en la cara, durará o no, pero vívelo intensamente. Disfruta y haz que él también lo haga porque las cosas en común siempre son mejores, pero lo único que tienes que tener cuidado es no tener hijos que, a tu edad, serían un problema y para eso ya sabes que los remedios son  muy fáciles.
-  Si, mamá – Eloise miró a su madre con la misma admiración de siempre. El paso de los años empezaba a causar pequeños estragos en su rostro y las arrugas surcaban su frente como si  quisieran jugarle una mala pasada al maquillaje que trataba de disimularlas. La señora, de porte elegante, de unos sesenta años de edad, era la mujer del que había sido muchos años Jefe de Protocolo del Palacio de Versalles, cargo no oficial, pero si de enorme prestigio por la cantidad ingente de relaciones públicas que conllevaba. Doña Mirelle Giscard era un ejemplo de discreción; siempre actuando en segundo plano, pero siempre pendiente de su marido y de que todo estuviera en orden. Vestía elegante, pero nunca llamativa, peinada a la perfección, pero parecía de peluquera en casa lo que la hacía todavía más atractiva. Trataba de resaltar unos ojos extraordinariamente bellos y para ello conjugaba sombras con pequeñas rayas y en conjunto resultaba una mujer madura, pero interesante.
Había tenido dos hijos de su anterior matrimonio, un industrial de Reims que desapareció en extrañas circunstancias y que apareció al cabo de unas semanas en un canal de las proximidades con signos evidentes de haber sido torturado y posteriormente asesinado con un cable que lo estranguló en pocos segundos y de este su segundo matrimonio era Eloise quien había heredado la belleza de la madre y los modales de su padre.
Después de remover las cenizas de la amplia chimenea rodeada de una especie de latón que le hacía mantener el calor, Eloise continuó con la conversación:
-  Mama: ¿porqué somos tan diferentes de los españoles?
-  Esa pregunta nos la hemos hecho muchas veces tu padre y yo y nunca hemos encontrado una respuesta. No tengo tampoco demasiada experiencia porque en mi vida he conocido a muy pocos españoles, pero lo que sí es verdad es que nonos parecemos en nada. Afortunadamente diría yo, porque a mí me parece un pueblo lleno de complejos y eso no es bueno.
-  Yo no sé lo que pasa, pero en mi relación con Fernando existen una serie de maneras de pensar tan diferentes que se hace muy difícil la convivencia.
-  Y eso que todavía no vivís juntos – La madre esbozó una sonrisa – porque es muy diferente pasar un fin de semana con la persona que crees que puede ser para toda la vida que compartir con ella todo y no solo el dinero sino sentimientos y otras cosas que antes de ese momento son difíciles de valorar.
-  Entonces ¿tú crees que lo mío con Fernando no va a llegar a nada?
-  Hija mía, yo no soy adivina y mucho menos saber lo que va a pasar con un chico español de cerca de veinte años, pero lo que si que te puedo asegurar es que si te empeñas en compartir la vida con él, seguro que tendrás que ceder en muchas cosas y si estas dispuesta a eso, pues adelante, no seré yo la que te niegue nada, pero piénsalo bien porque los españoles, como decías antes, son diferentes a nosotros y te tendrás que adaptar, pero, bueno, en la vida todo se puede conseguir. Es cuestión, de respeto mutuo y hablar, hablar mucho porque hablando se entiende la gente.
-  Ya -  Eloise permanecía absorta mirando sin mover ni una pestaña al fuego de la chimenea que parecía querer alimentar sus dudas – pero fijate si somos distintos. Tú y yo estamos hablando tranquilamente del fin de semana  y de que tal lo hemos pasado etc...etc.. y por ejemplo Fernando ahora llega a su casa y se tiene que inventar una historia de que ha estado con no se quien, que lo ha pasado muy bien, pero sin nombrarme para nada. ¿Tú crees que eso es normal?
-  Bueno, eso es una de las muchas diferencias entre ellos y nosotros y eso es lo que te estaba diciendo que tienes que valorar. Para ellos, porque es una sociedad machista cien por cien, no sería especialmente malo que se vaya contigo el fin de semana, incluso yo diría que hasta les puede parecer bien, sin embargo a la que vaya con él se le cae el pelo y la llamarían de todo porque para un español la virginidad en las mujeres es un requisito imprescindible para el matrimonio y eso es un puro contrasentido. Mira – Doña Mirelle se levantó, dejó el libro que estaba leyendo sobre una mesa de caoba de tres patas, se quitó las gafas y se paseó por el amplio salón mientras continuaba con lo que ella entendía como una interesante conversación – todavía me acuerdo de una cena en la que me tocó al lado del entonces Médico de la Casa Real española, era un hombre mayor, claro que yo entonces estaba recién casada y no tendría más de veintidós años y estuvimos en compañía de otras gentes que ahora no me acuerdo, hablando de sexualidad y al terminar me tomó del brazo y apartándome del resto de los comensales me preguntó si no me había resultado una cena un poco incómoda. Yo le contesté que no porque la sexualidad es una cosa que va con la persona y él, que no debería ser ningún patán, me confesó que eso era cosa de hombres y que las mujeres lo que tenían que hacer era dejarles a ellos que llevaran la iniciativa. A mí aquello me pareció sorprendente y después lo comenté con otras personas y parece que lo que dijo era común en la educación española, claro que estoy hablando de hace treinta años, pero por lo que parece la cosa no ha cambiado especialmente. Parece como si el tema sexual fuera solamente patrimonio de los hombres y hablar de eso era como una falta muy grave. ¿Con Fernando te pasa lo mismo?
-  ¡Yo que sé! A veces pienso que es diferente, pero en cuanto se junta con sus amigos españoles se comporta exactamente igual y parece como si las francesas para ellos fuéramos una fulanas que nos vamos a la cama con el primero que nos encontramos por la calle. Yo de verdad que no le entiendo y me parece que a pesar que estoy muy ilusionada lo voy a dejar porque son pequeños detalles, pero no terminan de gustarme. Por ejemplo, a sus años eso de tener que mentir para irse un fin de semana conmigo, me parece fatal.
-  Ya, hija, pero también tienes que entender que son de otro país y tendrá otros valores que, a lo mejor para nosotros no son importantes pero para ellos sí. De todas las maneras, ya sabes que a nosotros nos gustaría mucho más Pierre que es un chico conocido y con una educación muy parecida a la nuestra porque tú piensa que aunque la gente dice que no, tú te vas con un hombre y con su familia y más tú que si sigues vivirías en España ¿no?
-  Seguro que si, porque Fernando dice y lo repite casi todos los días, que como en España no se vive en ninguna parte. Bueno Mamá, perdona pero me voy a la cama que tengo un sueño que me muero y mañana tengo que madrugar. Hasta mañana.
-  Hasta mañana hija y descansa que dentro de nada tienes exámenes y tienes que aprobar para disfrutar del verano.
La puerta se cerró tras de la joven francesa y la madre retomó el libro enfrascándose en su lectura. Al poco rato y dándose cuenta que la novela iba por un lado y su imaginación por otro, lo cerró cuidadosamente, se quitó las finas gafas de concha y las dejó caer sobre su pecho sujetas por una cadena de plata. Se levantó y encaminó sus pasos, a través de elegantes pasillos, hasta su dormitorio.
Una vez en la cama, pensó en las cosas que habían ocurrido esa noche y sonrió satisfecha porque su queridísima hija había sido franca con ella y no se había limitado a excusarse como otras muchas veces, sin embargo, en lo más íntimo de su corazón albergaba dudas sobre la idoneidad de ese chico español que parecía buena persona, por lo que le contaba su hija, pero algo inmaduro, aunque la decisión es de ella y a ella es a la que le va a tocar cambiar de costumbres y si era su deseo, ella como madre lo que tendría que hacer era ayudarla lo más posible y no dedicarse a influir en esa relación.
Al  cabo de unos minutos, apagó la luz y se quedó profundamente dormida.
Fernando Altozano, a pesar de considerarse un hombre hecho y derecho, aparcó el dos caballos en el garaje de su casa y con gesto preocupado introdujo la llave en la cerradura y muy lentamente dio dos vueltas consiguiendo entreabrirla sin prácticamente meter ningún ruido. Par asegurarse que no sería descubierto, se quitó los zapatos y los sujetó con la mano izquierda, mientras que con la derecha iba tanteando la pared para localizar el cuarto de baño. Una vez localizado, se cerró y se observó con detenimiento. Su cara era un poema, las tres noches de amor le habían dejado demacrado y las copas en el bar de los Campos Elíseos habían aumentado su delgadez y todo su aspecto no era, desde luego, el de un hijo de un representante de un país extranjero. Intentó arreglar el desaguisado con agua y un peine, pero la situación era tan calamitosa que lo mejor era intentar dormir y mañana sería otro día.
Abrió la puerta del cuarto de baño y desde el fondo del pasillo oyó la voz de su padre que preguntaba:
-  ¿Quién está por ahí?
Fernando notó que el corazón le latía aceleradamente y contesto con un soy yo que se me ha hecho un poco tarde.
-  Un poco tarde, un poco tarde, ¿ el caballero le llama llegar un poco tarde a llegar a las seis y media de la mañana? – Desde el pasillo Fernando Altozano hijo pedía por lo más sagrado que su padre no se levantara de la cama, sin embargo sus ilusiones se vinieron abajo cuando la  figura de su padre hizo aparición por la puerta de su cuarto. El pijama de seda natural le daba un aire elegante que no perdía ni para dormir y en sus ojos se reflejaba la tensión de los días pasados. A su lado, apareció su madre quien se echo en brazos de su hijo :
-  Pero ¿dónde te has metido criatura de Dios? Creíamos que te había pasado algo.
Fernando era consciente que su plan había fallado y buscaba la forma de salir airoso de esa situación tratando de mantener la compostura
-  Pero ¿qué pasa? ¿a que viene toda esta tragedia? Sabíais de sobra que me iba el fin de semana con los del Instituto y lo único es que me he retrasado un poco, porque me fui a tomar una copa con Ramón Roitera al lado del Sena y nos pusimos a charlar y hasta ahora.
D. Fernando padre con un gesto serio, solventó la situación de una forma autoritaria para evitar pasar a males mayores
-  Vete a la cama ahora mismo que ya hablaremos mañana, pero que sepas que lo peor que puede hacer un hijo mío es mentirme y tú lo has hecho de una manera absoluta. Vete a la cama y piensa bien lo que has hecho y las explicaciones que nos tendrás que dar mañana – dicho lo cual, se dio media vuelta, atravesó el pasillo en dos zancadas y penetró en su cuarto cerrando la puerta de tal manera que se movieron las paredes del pasillo.
Su madre permanecía a su lado con lágrimas en los ojos y atusándole la cara como si fuera una aparición
-  ¿Pero porqué nos has hecho esto? ¿Acaso nos portamos tan mal contigo? Nos has tenido todo el fín de semana en vilo, sin saber que actitud tomar. Hemos hablado con todos los del Instituto y ni jornadas culturales ni nada de nada y mientras tú padre y yo sin saber si te había ocurrido algo, algún accidente ¡ yo que sé! Llamamos a todos los hospitales, a la Policía que incluso planteó la posibilidad que fuera un secuestro. En fín – la madre le tomó de la mano y le acompañó a lo largo del pasillo – ten hijos para que te den estos disgustos.
Fernando estuvo tentado de decirle la verdad, pero no parecía lo más oportuno a esas horas y precisamente a su madre. Optó por bajar la cabeza y no contestar, mientras la madre insistía una y otra vez en adivinar lo que había pasado sin darse cuenta que su hijo no se lo iba a contar.
Ya en su dormitorio las sábanas de hilo arroparon un cuerpo alterado por tantos acontecimientos y a los pocos minutos se quedó profundamente dormido.
-  Señorito Fernando, que dice su padre que se levante inmediatamente que le está esperando en la biblioteca – la voz de una de las criadas le hizo volver a la realidad. Al abrir los ojos le pareció que el sueño había sido escaso, sin embargo su sorpresa fue mayúscula al mirar el despertador y comprobar que eran casi las cinco y media de la tarde.  Había dormido doce horas sin parar  y se encontraba mejor que nunca. Sin embargo, lo que le esperaba se le hacía difícil y se encontraba en el dilema de decir la verdad y a ver que pasaba o mentir como siempre y seguir igual. El pasillo se hacía interminable y a cada paso cambiaba de opinión, se lo digo y que se entere de una vez, me callo y no le doy el disgusto, me pongo chulo y que sea lo que Dios quiera, ¿qué hago Dios mío?
La contestación no se hizo esperar y solo con ver la cara de su padre se dio cuenta que o le decía la verdad o no saldría bien parado de aquella encerrona.
D. Fernando cruzó los brazos sobre su pecho y con gesto duro inquirió:
-  El señorito tiene a bien explicarme que pasó estos tres días que ha permanecido desaparecido o me va a contar alguna mentira para que me calle y se acabó.
Fernando hijo miró a su padre en actitud de súplica para que le ayudara a soltar todo lo que llevaba dentro, pero en la cara de su progenitor solo encontró dureza. Ello le hizo reflexionar y al final se armó de valor y pensó para sus adentros ya soy un hombre y como tal me debo comportar.
-  Si, Papá. Lo primero que quiero decirte es que siento mucho todo lo ocurrido, pero, de verdad, que nunca se me pasó por la cabeza que se armara tanto jaleo- Fernando levantó la cabeza y miró a su padre casi con lágrimas en los ojos y se encontró con los de su padre en los que se apreciaba una mirada como de odio que Fernando no recordaba haberla visto nunca antes. Aquello en lugar provocarle una cierta intimidación, lo que hizo fue acrecentarle su deseo de contar la verdad y le hizo ir directamente al grano – Mira, he estado todo el fin de semana con una chica en un refugio cerca de los Alpes y si no os lo dije es porque pensé que no me ibais a dejar ir y por eso inventé toda esa historia de la excursión con los compañeros de clase. Ahora me doy cuenta que lo he hecho muy mal y por eso te pido perdón.
-  ¿ Y lo dices así? ¿tan tranquilo? – D. Fernando se acercó despacio y con actitud amenazante hacía el orejero donde estaba su hijo. En el tiempo que tardó en recorrer los escaso tres metros que los separaban,  se dio cuenta de lo cambiado que estaba su hijo.  Ya no era aquel niño servicial y encantador que le reía las gracias y que le iba a buscar el periódico al kiosko de la esquina. Ahora parecía todo un hombre, con su barba recién afeitada, su pelo largo y esa expresión entre chulesca y provocativa que todavía le irritaba más - ¿te parecerá bonito irte con esa chica un fín de semana sin ni siquiera avisar.
-  ¿ Y si os lo hubiera dicho me hubierais dejado?
-  Mira, Fernando, haz el favor de callarte porque estoy tratando de mantener la tranquilidad y no darte dos guantazos que es lo que te mereces.
-  ¿Pero me hubierais dejado si o no? – Fernando hijo continuaba insistiendo.
-  Pues claro que no ¿ o es que te crees que tus padres te vamos a ayudar para que cometas esa imprudencia? Te hubiéramos aconsejado y ahora no te encontrarías en pecado mortal. Por cierto, te comunico que ya está avisado el Padre Zúñiga para que esta tarde te confieses con él. Pero, de todas las maneras hay una cosa que yo no soy capaz de entender ¿tú no sabes que se coge antes a un mentiroso que a un cojo? - Fernando asintió con la cabeza, mientras sus dedos jugaban nerviosos con una pisapapeles de la mesa de centro – entonces no lo entiendo ¡que quieres que te diga! Sabes que si llegas tarde nos preocupamos y no solo llegas tarde si no que no llegas. De verdad que no me entra en la cabeza;  Si no llega a ser por tu amigo Mario todavía te estamos buscando. En fín, no pretendo que entres en detalles porque no quiero obligarte a mentir, pero que sepas que tu madre y yo estamos muy disgustados contigo y esto no puede quedarse así tendrás un castigo ejemplar, pero ya te adelanto que de viaje fin de curso nada de nada.
Fernando seguía con la mirada fija en la alfombra mientras su padre continuaba describiendo  una serie de castigos que le impedirían prácticamente salir a la calle.
-  Como has demostrado que no te sabes comportar, tu madre y yo hemos decidido que no volverás  a ver nunca más a la tal Eloise ¿entendido?
-  Pero Papá, dejame que – su padre le interrumpió con brusco movimiento de su mano derecha.
-  ¡ Cállate te digo  y no me pongas todavía de peor humor. Eres un estúpido y conmigo no vas a poder por muy chulo que te pongas. A partir de ahora vas a hacer lo que yo te diga y se acabó tanta historia ¿te enteras?
-  Si que me entero, pero no estoy de acuerdo.
-  Pero, ¿cómo que no estás de acuerdo? Pero ¿tú que te crees? ¿El último mono de la casa se permite el lujo de no estar de acuerdo? Esto es el colmo. No se si has caído, querido que en esta casa el que manda soy yo y se hace lo que yo diga y sinó ya sabes donde está la puerta ¡ solo faltaba que le tuviera que preguntar al señor si está de acuerdo con mis decisiones! Mira Fernando, si eres mayor de edad para irte a la cama con una francesa, igual de mayor eres para ganarte la vida como puedas y no pendiente de tu papaíto, o sea que entérate bien muchacho, si lo quieres, bien y sinó también ¿de acuerdo?
-  Está bien – Fernando hijo se levantó porque le parecía que no tenía nada mas que opinar. Si su padre no le dejaba hablar, pues se acabó la historia y en el fondo lo que más le molestaba era tener que decirle a Eloise, porque antes o después la vería, que había tenido que entrar en su casa con los zapatos en la mano y que encima sus padres lo habían puesto a parir – si no te interesan los problemas de tu hijo, pues nada, me castigas y a aguantar ¿qué otra cosa puedo hacer? Pero que conste que ya soy bastante mas mayor de lo que crees y sé de sobra lo que hago
D. Fernando Altozano, hombre dialogante donde los hubiera menos en su casa, no pudo por menos que soltar una sonora carcajada, mientras se levantaba de su sillón. Aquella situación le parecía absolutamente demencial. Sabía que su hijo se había ido a la cama con su novia y encima le tenía que escuchar las explicaciones. Toda la vida tratando de educar a sus hijos en la Religión Católica y enviándolos a colegios de curas para que, a la menor ocasión y encima su hijo el mayor, se la jugara. No entendía absolutamente nada y encima su hijo insistiendo
-  Papá, déjame que te explique y luego si quieres me echas de casa o me voy, pero siempre me has dicho que te dijera la verdad y para una vez que te lo quiero contar, no me dejas – Fernando le miró para que le ayudara a superar aquel momento tan difícil para él, sin embargo su padre se mostraba más distante que nunca.
-  No insistas porque no me vas a convencer. Claro que quiero que me digas la verdad, pero también te hemos educado para ser responsable y mira con lo que vienes. Seguro que esa francesa te ha liado y tú que eres un niño te has dejado querer y has echado por tierra todo lo que tu madre y yo hemos tratado de inculcarte.
-  Ya, pero no ha sido esa francesa como tu la llamas, sino una chica sensacional de la que me he enamorado y
-  Cállate y no digas más tonterías- Don Fernando se volvió a sentar y de una pequeña caja de madera situada en el ángulo de una mesa baja de madera extrajo un pequeño puro y con pequeños movimientos lo acercó durante unos segundos a la llama de un mechero de plata que después de utilizado lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. A continuación aspiró el humo con fruición – Te vuelvo a repetir que te has portado fatal y lo que tienes que hacer es mañana confesarte, cumplir el castigo y después ya veremos y ya te puedes ir a tu cuarto que ya te diré cuando puedes salir.
Fernando salió y se metió en su cuarto. Al principio y tumbado en la cama, sus recuerdos fueron para Eloise y hasta una especie de sonrisa apareció en sus labios: Tenías razón. En mi casa es imposible hablar de nada y mucho menos de amor, pero se van a tener que aguantar porque yo te quiero y se pongan como se pongan pienso seguir queriéndote y si para eso necesito irme de casa, pues me voy y ya está. Según pasaban los minutos una sensación de impotencia le iba invadiendo y sus sentimientos cambiaron hacia una especie de rabia y rebeldía por la educación recibida. Le parecía imposible que el Dios del que tanto le habían hablado en los distintos colegios no pudiera entenderle y que fuera tan mala gente que consiguiera que le castigaran por algo que a él le parecía tan bonito como era el enamorarse perdidamente de una joven, eso sí, francesa, pero nada más. ¿Estas cosas le pasaban a todo el mundo o era a él solo? Porque casos como el suyo suponía que habría a montones. Seguro que todos tendrían un padre menos autoritario y que se podrían discutir los temas en sus respectivas casas, pero en la suya era imposible y esta vez si que lo podía decir con conocimiento de causa porque lo había intentado de todas las maneras posibles y no lo había conseguido.
Bueno – pensó mientras se ponía el pijama – al mal tiempo buena cara que mañana será otro día y como dice mi padre cada amanecer nos trae nuevas emociones, veremos mañana lo que pasa – y se quedó profundamente dormido.
A la mañana siguiente se levantó y después de ducharse y de acicalarse parsimoniosamente, se dispuso a leer el periódico que le habían dejado en la mesa de estudio mientras dormía y fue interrumpido por la llamada de su padre, trasmitida a través de una de las empleadas de servicio
-  Señorito Fernando: dice su padre que le está esperando para desayunar.
-  Muy bien, dígale de mi parte que no pienso bajar porque estoy castigado en mi habitación y no me ha dado permiso para salir, o sea, que no bajo.
-  Yo se lo digo, pero, si me permite, yo de usted bajaría porque parece que está muy enfadado y si no baja será peor.
-  Usted, métase en sus cosas y déjeme en paz ¿de acuerdo?
-  Bueno, bueno a ver si ahora la va a pagar conmigo ¡ solo faltaba ! – la puerta se cerró bruscamente y Fernando permaneció sentado en una silla con la cabeza entre los brazos tratando de reordenar sus ideas.
A los pocos minutos unos suaves golpes en la puerta le sacaron de sus pensamientos
-  Pase.
La puerta se abrió lentamente y la figura de la madre hizo su aparición en escena. Fernando la recibió con una violencia verbal que la dejó destrozada
-  ¡Que pasa! ¿te manda el señor para que me convenzas?
-  Pero, Fernando, hijo mío, ¿que te pasa? Nunca me has contestado así y no creo haber hecho nada para que me trates de esta manera.
-  ¿Cómo que no has hecho nada? Ayer cuando Papá me estaba echando la bronca bien que te callabas y me podías haber echado una mano ¿ o no?
-  Bueno estaba tu padre, como para contestarle, pero, ya sabes como es, siempre os ha educado para que no digáis mentiras y tu ayer te portaste francamente mal y creo que tenía razón porque no te puedes imaginar el susto que nos diste, pero seguro que hoy estará más tranquilo y podrás explicarle con tranquilidad lo que pasó.
-  Si, si, está listo. Ayer quise explicárselo y no me dejó, o sea que si quiere hoy que se lo explique su abuela porque yo no pienso.
-  Venga Fernando, no seas chiquillo. Ya eres un hombre y debes razonar. ¿Qué hubieras hecho tú si un hijo te hace lo mismo?
-  No sé lo que hubiera hecho porque no tengo hijos, pero seguro que lo que no haré nunca es castigarle en su cuarto sin salir con veinte años como tengo yo. Eso seguro que no y ahora, si no te importa prefiero estar solo.
La madre abandonó la habitación con lágrimas en los ojos y después de un rato que Fernando se le hizo muy corto, volvió y empujando la puerta le dijo con un gesto de tristeza
-  Hijo mío, dice tu padre que no quiere verte, pero que hagas la maleta porque ya tienes reservado billete en el tren de las dos menos cuarto y te vas a Madrid con los abuelos.
-  Me parece muy bien, porque para estar en París sin salir a la calle, mejor estoy en Madrid y de paso no os enteráis de la vida que hago y de esta manera no os tenéis que preocupar si soy un golfo y un pecador como me dijo ayer Papá. Muy bien, dile que en media hora estaré preparado y que prefiero ir solo a la estación no vaya a ser que el esfuerzo de acompañarme le resulte muy cansado
-  Pero, hijo, Fernando de mi alma, ¿qué te ha pasado? Dios mío, ayúdanos para que este hijo que nos has dado vuelva a ser como siempre
-  Venga Mamá deja de llorar que estáis deseando perderme de vista. Déjame solo que tengo que recoger todas mis cosas y sinó no me da tiempo de coger el tren que me llevará para casa de los abuelos que allí si que se preocupan de donde voy y con quien y se puede hablar normal y no como esta casa que parece un cuartel donde todo funciona a la voz de si, señor, no señor, lo que usted mande. A sus órdenes su excelencia y todo así, o sea que adiós muy buenas y cuando queráis algo me llamáis por teléfono.