sábado, 23 de febrero de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR. CAPITULO 5



Queridos blogueros/as: Seguro que mas de uno estabais pensando que esta semana no habría capitulo y como veréis os habéis colado. No lo mandé ayer por la noche como casi siempre, porque me fuí a cenar por ahí y volví un poco perjudicado. Ya  se sabe lo que pasa, después de unas buenas tapas se empieza con aquello que si Rajoy ganó el debate de la nación, un larios con coca-cola, que si Urdangarín tal y cual, otro larios con coca esta vez light por aquello del azucar, que si parece que la cosa se va arreglando, ya, ya, otro larios con coca pero con muy poco larios por favor y al final dan las tres de la mañana y llegas a casa como para escribir un capitulo de nada. Pero, en fin, la noche se hizo para eso, si ya decía yo que Dios era bastante listo y pensaba en todo cuando hizo este mundo y después de un sueño reparador, aquí estoy como una rosa, o sea que ha leer que hay tarea
Un beso
Tino Belas




CAPITULO 5.-

Juan esbozó una sonrisa recordando aquella entrevista – menos mal que no le hice ni puñetero caso que sino todavía estoy pagando pagarés, creando sociedades interpuestas y no se cuantas cosas mas ¡que cosas! treinta años trabajando y llega un chaval y pretende organizarme toda la empresa. ¡Que sabrá ese de empresas! Habrá estudiado la teoría, pero de llenarse las manos de tinta por arreglar la impresora o convencer a Pablo el de la carnicería para que se hiciera tarjetas, eso seguro que no lo contemplan en el Holding ese como se llame. Ana que escuchaba toda la historia con atención, estaba de acuerdo con su marido, pero también se acordaba que su segundo hijo. Carlos,  compartía la opinión del Sr. Van Halen

-        Faltaría mas, ¿no ves que trabajaban los dos en la misma empresa?
-        Es mas, nuestro hijo opinaba que el dueño de la empresa no tenía que mancharse con las máquinas y mucho menos comentar con los trabajadores los problemas de la empresa. El dueño era el dueño y los operarios operarios y cada uno tendría su papel, pero desde luego el dueño no tenía que echar tantas horas en la empresa. Otra cosa es que a través de los ordenadores trabajara en su casa, pero estar físicamente en la empresa y eso de entrar el primero y salir el último eso es un signo de decrepitud de la organización y lo que había que hacer era modernizarla.
-        Claro, Carlos hablaba como comercial de esa empresa y lo que le interesaba era que cambiaran todas las empresas familiares cuantas más mejor ¿no ves que iba a comisión? Si, si, eso está muy bien, pero cada vez que viajaba por ahí yo tenía que poner dinero porque esa empresa tan moderna no le daba un duro y encima el niño no ahorraba nada ¿te acuerdas?
-        Si, pero eso no tiene nada que ver. El solo trataba de convencerte que por la tarde lo que tenías que hacer era quedarte en casa y controlar mediante un buen sistema informático todas las cuentas de la imprenta
-        No, si lo tenía claro, los chavales se creen que las empresas andan solas
-        No, Juan, no, Carlos no decía eso – Ana se daba cuenta del cambio operado en su marido. Si esta conversación se hubiera desarrollado unos años ante, los gritos se oirían en las montañas – El lo que decía es que con las herramientas modernas el tiempo se puede aprovechar mejor y ya te digo que yo no tenía ni idea, pero lo que decía no parecía ninguna barbaridad y de hecho él lo hacía así. Entraba en la empresa a las siete y media de la mañana, pero a las cuatro de la tarde estaba en casa y tenía tiempo para ir al gimnasio, tomarse una caña con sus amigos, oír música, cenar pronto y hasta ver un rato la tele. Por eso te decía cada dos por tres que disfrutaba de la vida y a ti aquello te ponía de los nervios.
-        Naturalmente, así también la disfrutaría yo ¡nos ha fastidiado! – Juan se levantó y se paseó por el amplio porche – el niño gana un poco de dinero con esa empresa, no mucho porque tampoco le dedicaba demasiado tiempo, pero menos es nada, Va a la Universidad pagando yo, toma copas pagando yo, tiene un coche que el que lo mantiene soy yo, yo le compraba la ropa, siempre yo,yo,yo y el niño disfrutando de la vida ¡así cualquiera!
-        No, Juan, no, no era así y tú lo sabes. El niño, como tú le llamabas, trabajaba por la mañana en la empresa y estudiaba en la Universidad a distancia, con lo cual en el fondo tú le tenías envidia
-        ¿Envidia? ¿yo?
-        Si, reconócelo Juan, cuando llegabas a casa a las diez de la noche siempre decías que tú lo que necesitabas era tiempo libre.
-        Si, pero el tiempo libre era muy caro y no tenía mas remedio que trabajar de sol a sol para conseguirlo.
-        Pues eso es lo mismo que decía Carlos que bien organizado ganarías igual o más y trabajarías menos.
-        Ya, pero a mí lo que me gustaba era trabajar.
-        ¡Ah amigo! Ahí te quería yo ver. Ese era el problema y no Carlos. Tú eras un trabajador infatigable desde niño y así entendías la vida y que conste que yo pensaba igual que tu, pero oídas las teorías de Carlos, con la experiencia que dan los años o por lo que sea, el caso es que me he dado cuenta que tenía razón y tú, aunque siempre has sido muy cabezón, ahora piensas igual y la prueba es que ahora estamos como nunca y ¿porqué? Pues muy fácil, porque tenemos todo el tiempo del mundo
-        También tenemos setenta años, eso no hay que olvidarlo
-        ¿Y eso que tiene que ver?
-        ¡Como que que tiene que ver! Naturalmente que tiene que ver o sino piensa porqué hemos llegado a esta situación
-        ¿Sabes lo que pasa, Juan? Yo creo que ahí es donde está la diferencia, Nosotros necesitamos muchas cosas para estar a gusto y sin embargo ellos se plantean primero disfrutar de la vida y luego trabajar ¿y sabes lo peor? Que a mi me parece que tienen razón.
-         Toma claro y a mí también – Juan se sentó otra vez en la silla de amplios brazos, bebió un poco de agua y se quedó pensativo. A los pocos minutos reanudó la conversación como si durante este período de tiempo hubiera estado reorganizando sus argumentos  y sin embargo, aunque le costaba dar su brazo a torcer, reconocía que le hubiera gustado como su hijo Carlos. A menudo le criticaba, pero cada vez que hablaba con él largo y tendido se daba cuenta que le rompía los esquemas. Carlos era un hombre feliz, había encontrado una empresa en la que tenía un horario absolutamente flexible, los viernes volvía a casa a las doce de la mañana, tenía un sueldo razonable, vivía con una chica desde hacía tres años y tenía sus necesidades básicas cubiertas. La última vez que hablaron, no hacía más de dos semanas,  se planteó el tema de su posible boda y si pensaban tener hijos y lo tenían muy claro los dos. De boda tradicional, nada de nada, eso si, pensaban casarse por lo civil y celebrar una cena para quince o veinte personas como mucho, porque no tenían dinero para más. Juan intentaba convencerles que pagaba él y Carlos se negó en redondo basado en dos cosas
-        Una, que el dinero es tuyo y no mío – primer argumento – y segundo que la boda es de la de María y mía y nos apetecen que vengáis vosotros y nuestros amigos mas íntimos y nadie mas.
-        Ya, pero tú sabes que si invitas a mucha gente eso es muy rentable porque a base de regalos te ponen la casa y te ganas un dinerito – insistía Juan.
-        Si, pero María y yo no nos planteamos la vida con criterios de rentabilidad, Lo siento porque ya se que no estás de acuerdo pero es nuestra vida y queremos vivirla a nuestra manera, por eso queremos que nuestra boda sea muy íntima.
-        Me parece muy bien – Juan todavía intentaba convencerles de lo que a él le parecía lo mejor – pero luego está el viaje de novios y una ayuda nunca viene mal.
-        Papá, no seas pesado. María y yo no tenemos ninguna gana de hacer un viaje de novios tradicional con ocho o diez horas de avión, ir a los mejores hoteles del mundo y gastar y gastar como si fuéramos millonarios. No, Papá, de verdad que no nos apetece nada. Preferimos irnos a nuestra casa, seguir con nuestra vida normal y cualquier fin de semana, ir a las Hoces del Duratón, por ejemplo, vivir en una casa rural y pasarnos las horas muertas viendo los buitres, en lugar de ver la estatua de la libertad, estar en un hotel en la República Dominicana o hacer un safari fotográfico por Kenia y encima nos sale mucho mas barato ¿Qué mas se puede pedir?
-        Bueno, como queráis, pero es una pena porque es una oportunidad única y para toda la vida porque un viaje como el de novios luego no tenéis ocasión de hacerlo.
-        ¡Que le vamos a hacer! Cada uno es como es
-        Por supuesto hijo, y en el fondo no solamente respeto  tus opiniones y tu manera de pensar sinó que además es verdad que te admiro  porque no solamente lo piensas sino que predicas con el ejemplo que es lo más importante.
-        Bueno pero no te creas que tengo mucho mérito porque al vivir con María todo es mucho mas fácil – Carlos miró a su novia con cariño – he tenido una suerte que no os lo podéis imaginar.

Juan y Ana se miraron con un gesto de complicidad porque solo con verlos tan felices se daban cuenta que esa relación no sería pasajera, en contra de lo que pensaban que al proceder de estratos sociales tan diferentes las cosas serían muy difíciles. Sin embargo, era al revés, cada día que pasaba se les veía mucho más unidos y tan felices que contagiaban esa alegría a todos los que estaban alrededor y con planteamientos tan simples como lo que les pasaba con el abono del Real Madrid. Juan tenía, de toda la vida, tres abonos en tribuna que le costaban un riñón al año y encima no iba a casi ningún partido, mientras que Carlos había conseguido los dos abonos mas baratos de todo el estadio y un Domingo si y otro no, envueltos en sendas bufandas, se pasaban la tarde viendo jugar a su equipo favorito, cosa que su padre en treinta años de matrimonio no lo había conseguido

-        Y como eso hay miles de cosas en la vida en las que tu te gastas mucho dinero, ojo que yo lo respeto pero no me llama la atención, y yo lo arreglo con cuatro euros.
-        Si – Juan seguía erre que erre – pero estarás de acuerdo que es mejor comer en Casa Tomás que en el bar de la esquina.
-        Bueno, según se mire, pero nosotros no tenemos ese problema porque cenamos en casa con unos amigos y todos los viernes organizamos cenas turísticas.
-        ¿Cenas que? – Ana los miró divertida porque siempre tenían ideas que le sorprendían y seguro que serían interesantes.
-        Nosotros les llamamos cenas turísticas y consisten lo primero en planificar la excursión, buscar un país que nos apetezca, algún video de paisajes y música que bajamos de Internet y compramos la comida típica para tomarla en casa. Somos dos parejas y cada uno se encarga de una cosa. Lo hacemos todo pagando cada uno una parte y nos salen unas cenas tiradas de precio ¿verdad María? y encima nos reímos un montón. La última fue dedicada a Méjico y nos compramos hasta uno sombreros mejicanos en una tienda de todo a un euro. Hicimos uno frijoles con queso y unas enchiladas que estaban buenísimas luego, a través de un video que nos dejó uno de mi oficina, viajamos por todo el país y lo pasamos en grande
-        O sea, ¿que no salís?
-        Si, si que salimos, pero no demasiado, entre otras cosas, porque casi todos los sábados vamos andar y nos tenemos que levantar temprano
-        ¿Y adonde vais?
-        Normalmente a la sierra. Cogemos el tren a las ocho de la mañana y andamos hasta las tres o las cuatro de la tarde y luego nos volvemos y a las seis estamos en casa
-        ¡Que suerte has tenido! – Juan miraba para su mujer con una sonrisa – si yo a ti nada mas casarnos te digo que te llevo los sábados a andar por la sierra, seguro que te da algo ¿verdad Ana?
-        Seguro que si porque a mi me espanta andar lo mismo que me aburre muchísimo el futbol, pero no pasa nada
-        Claro que pasar no pasa nada – Juan recordaba la infinidad de veces que había intentado que su mujer le acompañase – pero a mi me hubiera apetecido ir juntos a los sitios
-        Ya, pero en eso éramos diferentes
-        En eso y en casi todo
-        Venga, Juan, no seas pesado

Carlos y María se miraron y decidieron que lo mejor era dejar solos a los abuelos para que se pelearan tranquilamente. Se pusieron en pié, les dieron un beso de despedida, arrancaron el Ford Fiesta y se volvieron pronto para la ciudad para no encontrar excesivo tráfico. Juan y Ana los vieron alejarse. Había sido una tarde entretenida

-        Pues ¿sabes lo que te digo? – Ana volvió a sentarse al perder de vista el coche en que se alejaban su hijo Carlos y su novia – que a mi me dan envidia
-        Y a mi también porque tienen las cosas muy claras  y los dos piensan igual que es lo bueno. Ojalá yo hubiera tenido las cosas así de claras, posiblemente mi actitud ante la vida hubiera sido diferente
-        Ya, pero no fue así
-        Y así me ha ido
-        ¿Te ha ido mal?
-        Hombre tampoco hay que exagerar. Sería injusto si dijera que si, pero también es verdad que tengo miles de asignaturas pendientes por no haber tenido tiempo
-        ¿Miles?
-        Exagerando, mujer. A lo mejor no son miles y son cientos o solo diez ¡que más da! Pero si es verdad que he tenido muy poco tiempo para disfrutar de la vida
-        Yo creo que no – Ana apoyó la cabeza en el hombro de su marido – lo que pasa es que la has disfrutado de manera diferente
-        ¡Que va! no lo quiero reconocer, pero Carlos tiene toda la razón, hay que vivir y ganar el dinero suficiente para que esa vida sea agradable, teniendo en cuenta que lo primero debería ser disfrutar de la familia, de los hijos e incluso hasta de ti, pero desgraciadamente, eso yo nunca lo he podido compaginar.
-        Venga Juan, no empieces, vámonos a dormir  que mañana será otro día
-        En este repaso que nos ha dado por hacer hoy, te recuerdo que todavía nos quedan dos hijos ¿te acuerdas?
-        Como no me voy a acordar, pareces tonto, pero también nos quedan cientos de noches y hoy justo tengo un sueño que se me cierran los ojos, o sea, que seas feliz tú y tus recuerdo, pero yo me voy a dormir

Ana se levantó, dio un beso a su marido y después de lavarse los dientes, se metió en la cama quedándose profundamente dormida los pocos minutos. Desde la terraza Juan iba siguiendo todos sus movimientos según las luces que se iban encendiendo y apagando. Cuando solo quedaba una y pasaron diez minutos, se levantó, entró en el dormitorio y se encontró, como casi siempre, a su mujer dormida, en la cama con las gafas puestas, la luz encendida y una novela entre sus manos abierta y apoyada en su pecho. Con un gesto que realizaba casi a diario, Juan cerró la novela, no sin antes doblar una esquina de la hoja para saber por donde iba en su lectura, le quitó las gafas dejándolas en la mesilla de noche, le dio un beso en la frente y apagó la luz.  Como todas las noches tenía dos alternativas o meterse en la cama e intentar dormir o volverse a la terraza hasta que el sueño hiciera su aparición. La primera de las opciones no era muy buena, porque siempre que intentaba leer en la cama, Ana se despertaba y le obligaba a cerrar el libro, o sea que si elegía la opción de leer ya sabía que se tendría que volver a la terraza. Si que es verdad que hacía pocos días se había comprado un libro que tenía muy buena pinta y prometía ser interesante. Parecía como si lo hubiera escrito él.



viernes, 15 de febrero de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR:CAPITULO 4

Queridos blogueros/as: Convencido estaba que hoy no publicaría el capítulo 4 de en lo mejor de lo peor, pero los milagros de la técnica son los que soy y ahí os va.
Estoy en Mons a 50 kms de Bruselas donde trabaja mi yerno Miguel y naturalmente con él está su mujer que es mi hija Marta- Por si no habías caído hoy es San Faustino y Santa Jovita, menos mal que no nací mujer porque Faustino no es especialmente bonito pero mira que llamarse Jovita, eso si que es para nota. y aquí estoy en Mons pasándolo. Esta tarde hemos estado en Lille y la verdad es que me ha gustado. Tiene unas placitas muy bonitas y se puede parecer a París, por supuesto que en pequeño, pero está muy bien.
No puedo comentar nada respecto al capítulo de ésta semana porque debo reconocer que no lo he leído o sea que le doy a copiar y pegar y todos tan amigos.
Un beso
Tino Belas

CAPITULO 4.-

Juan estaba sentado en el salón de su casa de la capital,  nueve de la noche de un día cualquiera de verano. Hacía calor, un calor pegajoso como ninguno de los años anteriores, lo que hacía que las gotas de sudor le resbalaran por la nuca. Su mirada se concentraba lejos, tan lejos como se lo permitían sus años, pero hacía delante no veía nada, Hacia atrás por supuesto que si, pero hacía delante nada de nada. En vista de eso, trataba de recordar los momentos malos que todos tenemos en la vida, pero parecía como si alguien los hubiera borrado, como se arranca un folio de una carpeta de anillas que solo necesitas un leve movimiento para sacarlo y sustituirlo por otro en blanco que nos permitiera reescribir la historia. ¿Quería, de verdad, cambiar todo lo anterior? y  si no quería ¿por qué no se acordaba de casi nada? ¿Sería Alzhéimer o es que empezaba a chochear sin más? Algún día debería hacérselo mirar porque era una cosa rara y difícil de explicar. Sin embargo todo cambiaba en cuanto llegaba a su casita de pueblo y atravesaba el umbral del campo. Entonces su vida, hasta entonces escrita en un libro en blanco, se transformaba en una novela de letras grandes, legibles y muy claro. Aquella casa de campo, el silencio, el porche con su maravillosa vista dominando todo el valle, el silencio,  los sillones perfectamente alineados delante de una amplia cristalera, el silencio, los paseos andando o en bicicleta con Ana en el trasportín, el silencio, el croar de las ranas en el estanque próximo, el silencio, los días de visita a los vecinos, el silencio, el despertarse todos los días a la misma hora coincidiendo con la luz del alba sin necesidad de despertador, el silencio, la compañía de Ana, el silencio, el piar de los pájaros, el silencio, las noches de tormenta con sus ruidos de diferentes tonos envueltos en el permanente silencio. El silencio, siempre el silencio que lo envolvía todo en cuanto el sol se abandonaba detrás de las montañas.  Juan era consciente que se iba volviendo cada vez mas callado como si tuviera miedo que sus palabras alterasen el orden natural de las cosas. Su voz se iba haciendo mas suave y en aquellas interminables conversaciones con Ana mientras contemplaban como las estrella se iban haciendo dueñas y señoras del firmamento, iban surgiendo situaciones que le permitían recordar aquellos años que había casi desaparecido de su memoria.
Una noche,  a la luz de una vela con olor a miel, se acordaron de sus hijos e hicieron un recorrido, que ahora se llamaría virtual, por las vidas de sus cuatro hijos, desde que nacieron hasta ahora. Eran cuatro y tan distintos ¿verdad? – Ana miró hacia un grupo de estrellas que parecían darle la razón – si no fuera porque los he parido yo y se quien es su padre, pensaría que eran de distintos hombres por lo diferentes que son entre si. Fíjate, por ejemplo ¿a quien habrá salido Juan?

-        A mi desde luego que no – Juan padre se revolvió en su hamaca – yo desde que nací he sido bastante listo, pero con los libros era un auténtico desastre y mi padre, como luego así fue, siempre decía que conmigo no había posibilidad de hacer carrera y sin embargo Juanito nos ha salido una lumbrera.
-        ¿Te acuerdas cuando de niño se quedaba estudiando hasta las tres y las cuatro de la mañana y se levantaba a las siete para no perderse ni una clase?
-        Si, pero eso en la carrera pero ya en el colegio era un magnífico estudiante ¿te acuerdas cuando nos llamó el cura del colegio para decirnos que era el número uno?
-        ¡Como no me voy a acordar! Ana bebió un poco de agua – me acuerdo como si fuera ahora mismo y también de tu reacción que para mi fue de lo mas sorprendente. Primero estabas contento, pero cuando volvíamos a casa en el coche me comentaste, así como quien no quiere la cosa, que esperabas que cuando fuera a la Facultad espabilase  porque si no en la vida no le iría muy bien
-        ¿Y espabiló?
-        Yo creo que si
-        Pues yo creo que no
-        Pero vamos a ver Juan, no seas cabezota ¿tu crees que si no hubiera espabilado tendría el puestazo que tiene?
-        En el tema profesional está claro, no hay nada que discutir, sin duda – Juan se quedó callado unos segundos – ya sabes por donde voy
-        ¿Todavía sigues con eso? Yo pensé que se te había pasado
-        ¡Como se me va a pasar! Sigo pensando que eso de tener cuarenta años
-        Cuarenta y dos, Juan
-        Bueno, pues mejor me lo pones, cuarenta y dos años y en todo ese tiempo ni una sola vez nos ha hablado que tuviera una novia o un ligue o algo por el estilo. Estarás conmigo que es un poco raro ¡o no!
-        A mi no me parece tan raro. La gente ya no es como antes y las necesidades de cada uno son distintas. A este chico siempre le han llenado su profesión y los libros o es que no te acuerdas cuando nos lo encontrábamos debajo de la mesa de la biblioteca de Gerardo y María leyendo “El Quijote” o cosas por el estilo ¿Te acuerdas o no?
-        ¡Y que!, ¿con eso que me quieres decir? ¿que era un poco raro? A esa edad los niños juegan al futbol, se llenan de barro, rompen las zapatillas de deporte, se rompen algo jugando, se dan de tortas con los del pueblo y sin embargo este hijo nuestro todo el día con los libros a cuestas
-        ¿Y no habremos tenido nosotros la culpa?
-        ¿Nosotros? – Juan paseó su mirada inquieta por el ancho valle - ¿Cómo vamos a tener nosotros la culpa? Serán los genes o yo que se, pero nosotros no hemos sido. Desde luego que por mi parte y estoy seguro que también por la tuya, hemos puesto todo lo que teníamos que poner y luego él ha salido como sea, pero no se puede decir que nosotros le hemos ayudado.
-        Querido – Ana nunca se callaba ante ese tema – te estás equivocando de medio a medio. Yo no te preguntaba por eso entre otras cosas porque tú das por supuesto que Juan es homosexual y aunque no lo digas así de claro si que lo piensas, pero no lo es Juan, convéncete, no lo es porque esas cosas se notan y una madre enseguida se daría cuenta. No lo es y el que viva en San Francisco no quiere decir nada porque no toda la población será gay ¿no crees? y en lo referente al tema de los libros, nosotros y digo nosotros por no decir tú,  hemos contribuido a que el niño no quisiera salir de casa y por lo tanto, aunque indirectamente, algo le hemos perjudicado cuando tú le comprabas aquellas novelas que eran como para muchos mas mayores que él y se sentaba y se las leía de un tirón. Incluso me acuerdo que había noches que nos teníamos que levantar para apagarle la luz porque se dormía con el libro entre las manos y ¿alguna vez le dijimos algo? Era como un niño distinto, diferente y bien orgullosos que estábamos de nuestro hijo mayor. El paso por la Universidad y los múltiples viajes a Brasil con aquella compañía que le pagaba los viajes para que descubriera la fórmula magistral de una especie de líquido que fluía de unas palmeras eso fue lo que le cambió
-        Pueden pasar todos los años que se quiera que todavía tengo grabada como si fuera ahora mismo    la cara que traía después del primer viaje y lo mas importante, el sobre con un montón de dinero. El tío estudiaba a todas horas para descubrir el secreto y al final lo consiguió y le dieron la beca para estudiar en Estados Unidos. Fueron casi tres años sin verlo y el cambio fue importante. Posiblemente entonces no nos quisimos dar cuenta, pero volvió que parecía otro, menos obediente, como más discutidor, en fin, otra persona que nuestro Juan y ¿Qué me dices de su manera de vestir?
-        No, eso no, vestía moderno, como viste la gente joven de ahora, pero mas que eso, para mi lo peor era el cambio en su manera de pensar y se pasaba el día discutiendo contigo.

Juan se paseaba por la terraza tratando de recordar mil y un detalles de aquellos meses que pasó en casa hasta que se fue a vivir a Estados Unidos. Entonces ya era todo un señor investigador

-        Menuda discusión tuvimos una vez en el comedor por culpa de la Misa, me parece que pasó hace dos días y entonces Juan tenía veinticinco años.
-        Veintiséis si no te importa, acuérdate que los cumplió un año antes de venirnos de Estados Unidos.
-        ¡Que más da! El tema iba porque la juventud acudía cada vez con menos frecuencia a la Iglesia y nos preguntábamos si era por la sociedad que nos había tocado vivir, por los curas que había muchos que en todas las Misas de los Domingos se merecía que los echasen por contribuir a que disminuyera la afición por ese Sacramento o por el ejemplo que les dábamos nosotros, aunque nosotros teníamos claro que por nosotros no era porque no faltábamos ningún Domingo, aunque también es cierto que muchas veces en casa comentábamos que no sabíamos para que íbamos, pero nunca nos planteamos no ir. Igual que nuestros hijos venían a Misa porque si y al poco de llegar Juan de Brasil, hubo un día que se rebeló, dijo que ya tenía edad para hacer lo que le diera la gana y que no pensaba volver nunca mas a una Misa ni con nosotros ni solo.
-        Y tú te pusiste como un loco ¿te acuerdas?
-        Claro, pero en mi defensa tengo que decir que todas las cosas hay que verlas en su momento. Me pareció mal  que dijera que no volvía a Misa, pero bueno eso se podía pasar porque efectivamente ya era bastante mayor, pero por lo que no pasaba era por el mal ejemplo que estaba dando a sus hermanos y sobre todo porque era un acto de desobediencia que en esa casa no era muy corrientes. Intenté que se fuera del salón, pero por primera vez en mi vida, me obligó a razonar y tuve que ceder parte de mi autoridad. Me sentó fatal y hasta lo comenté con D. Leonardo, mi confesor, pero tuve que admitir que con veintitantos años no se puede obligar a nadie a hacer lo que no quiere y a pesar que casi lo había echado de casa, tuve que rectificar y llegamos a una especie de pacto, él no presumía ante sus hermanos que no iba y yo le permitía quedarse en nuestra casa.
-        Cada día me impresionas más, Juan, tienes una memoria de caballo ¿Cómo es posible que te acuerdes hasta de esos pequeños detalles?
-        No tiene ningún mérito y menos en este caso porque como tú bien sabes en casa se hacía siempre lo que yo decía y todo el mundo a obedecer que para eso era yo el que llevaba el dinero ¿te acuerdas que eso lo repetía cada dos por tres? ¡que horror! Ahora me doy cuenta que me equivoqué y lo mejor para llevarse con los hijos es el diálogo y no el régimen dictatorial. En casa se va a Misa porque lo digo yo y el que le moleste que se vaya ¡que animalada!
-        Era lo que había entonces, el marido trabajaba en la calle y la madre se quedaba en casa cuidando a los hijos. La mujer tenía siempre la opción del silencio, pero nunca llevarle la contraria al que aportaba el capital.
-        Es curioso lo muchísimo que he cambiado en eso y todos gracias a aquel día en que tomamos la decisión de guardar la vieja televisión que presidía el cuarto de estar y obligarnos a permanecer sentados por lo menos una hora diaria. Aquello fue el principio del fin de mi autoridad y el inicio de lo que luego ha sido una familia que se lleva razonablemente bien... Hasta ese momento había sido una familia que ocupaba un espacio, pero no unida o si se quiere unida porque lo digo yo. Desde aquel momento las decisiones se tomaban en plan democrático, de común acuerdo y lo que al principio me pareció una pérdida de autoridad, se convirtió pasados unos meses en una manera de vivir y de enfocar los problemas mas racionalmente. Pasé de ser un ordeno y mando a uno mas.
-        También influiría la edad de los niños
-        Naturalmente. Juan bebió un poco de vino – no es lo mismo discutir con un niño de ocho o diez años que hacerlo con tres mozos y una casi moza que era Ana, la pequeña que completaba la familia numerosa.

El hecho que Juan viniera de Brasil que para su padre era como venir del mas allá y que los temas a tratar fueran primero analizados y luego una lenta búsqueda de soluciones le permitía disponer de tiempo para buscar sus alegaciones que, en muchos casos, eran rebatidas por sus hijos y en otras se confirmaba que no todas eran negativas. Con el paso del tiempo se convirtió en padre y no en un señor que solo aportaba dinero y autoridad, sin aportar ideas ni diálogo y casi sin darse cuenta se encontró cada vez mas encumbrado en su papel de toma de decisiones conjuntas. Lo malo fue que todo aquello ocurrió después de veintimuchos años y eso es lo que le daba pena. Eran años perdidos y en esta vida eso es lo único que no se recupera como repetía con frecuencia. Se dio cuenta que en aquella época era tan pobre que lo único que tenía era dinero y encima se creía que solo con eso se resolvían todos los problemas y naturalmente no era así.

Cuando Juan planteó que se iba a vivir definitivamente en Estados Unidos, el padre no tuvo mas remedio que aceptarlo porque, como bien decía su hijo, su vida, su trabajo y hasta la mayoría de sus amigos estaban en San Francisco y no se consideraba integrado cada vez que venía a España. De hecho, al principio, volvía cada tres o cuatro meses y desde hacía por lo menos tres años solo venía en Navidades y cada vez menos. Lo único que Juan consiguió de su hijo es hablar con él todos los sábados por teléfono al principio y luego por Internet y se dieron cuenta  que enseguida se agotaban los temas de conversación y así siempre acababan hablando de política que era muy socorrido y llenaba los últimos minutos y eso que los planteamientos eran diametralmente opuestos según se mirase desde este o el otro lado del Atlántico.

Juan padre era un empresario que ganaba suficiente dinero como para mantenerse en una posición económica desahogada, pero con unos conocimientos adquiridos con la práctica diaria, sin estudios de marketing ni nada por el estilo, lo mismo que el Fari que aprendió en la Universidad del Taxi, de la misma manera Juan aprendió en la Universidad de la vida. Las cuentas de sus diferentes empresas las llevaba en una pequeña libreta que guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón y se reía cuando le hablaban de profesionalizar la gestión. Contaba con frecuencia que una vez su segundo hijo, Carlos, se puso tan pesado que contrató los servicios de una empresa americana para que le asesoraran y duró cuatro horas. Se acordaba perfectamente de aquella conversación que se desarrolló en su despacho de entonces que estaba ubicado en una esquina de la “Imprenta Castilla”. Era un cuadrado mínimo al que se accedía a través de máquinas de imprimir, rollos de papel,  toneles con tinta de diversos colores, todo ello impregnado de un olor a papel usado. El despacho tenía una silla de hule verde, una mesa de 2x1 y dos sillas también de hule verde. La decoración estaba compuesta por una repisa con doce archivadores distribuidos de la A la Z, un almanaque con una imagen de la Virgen del Carmen y otro mas pequeño encima de la mesa, de hojas individuales para cada día con las hojas engarzadas en dos anillas. Al lado un bolígrafo imitando una pluma de ave que era el testigo principal de todos los vaivenes de la empresa.
El experto americano, vestido con un traje gris, corbata de vivos colores, pelo engominado, uñas recortadas y voz firme y segura, se enfrentaba al dueño de la empresa Don Juan  que estaba sentado a un lado de la mesa con una especie de mono de trabajo lleno de tinta hasta el cuello preguntando y respondiendo en aquella primera entrevista

-        No le puedo contestar con exactitud, pero desde luego seguro que menos que el año pasado
-        ¿Me permitiría ver los albaranes?
-        Por supuesto
-        Bien – el experto se rascó la frente – si eso es así, lo que tendré que comprobar,  es evidente que la imagen de la empresa tiene que cambiar. Eso lo primero ¿tiene una tarjeta?
-        Faltaría mas – Don Juan padre abrió la cremallera del bolsillo superior izquierdo del mono y extrajo un lote de ellas y se las entregó – estas son las últimas que nos quedan, pero como estamos en una imprenta si necesita hacemos mas en un momento.
-        ¿Me permite? – D, Juan se las entregó – Veamos lo primero que tenemos que estudiar es el nuevo logotipo porque la tarjeta tiene que ser la imagen de la empresa y en esta que tengo en la mano lo que mas llama la atención es la antigüedad
-        ¿Y que tiene que poner? ¿no llega con Imprenta Castilla y el número de la calle? 
-        No hombre no – el experto americano lo miró con desprecio – Eso era antes, ahora hay que buscar algo como mas actual ¿Qué le parecería por ejemplo “Diseños gráficos Central Park?
-        ¡Como dice! – D, Juan no daba crédito a lo que estaba oyendo
-        Si, mi querido cliente, si, diseños gráficos porque suena mucho mejor que imprenta y Central Park es una forma elegante de definir a Castilla. Estoy seguro que a cualquiera que le entregue esa tarjeta, con un logotipo en el que se entrecrucen las letras D, G C y P, percibirá un aroma a modernidad, hará unos pedidos de mayor calidad y por lo tanto la facturación subirá como la espuma. Por otra parte, los ratios de productividad, siniestrabilidad y el ram entre papel y tinta serán analizados semanalmente por alguno de nuestros expertos y  así en el hipotético caso que apareciera un Inspector de Trabajo pondríamos a su disposición todos y cada uno de los procedimientos ajustados a ley. Además – el experto americano parecía un iluminado, puesto en pié concretaba los cambios – este despacho tiene que estar ubicado al lado de la puerta de entrada, los muebles serán de diseño, la secretaria debe ser joven y llevar una bonita minifalda haciendo juego con el pañuelo que llevará anudado a su cuello y en cuanto a usted, D. Juan, fuera el mono y a partir de nuestra próxima colaboración usted tiene que vestirse mas deportivo, como mas moderno, si quiere sin corbata pero con aspecto mas de innovador, de hombre que se come el mundo.
-        Perdone Señor ¿Cómo dijo que se llama?
-        Carlos Van Halen
-        Bien Señor Viejales – D. Juan se removió inquieto en la silla – tengo la impresión que aunque usted sea amigo de mi hijo Carlos
-        Perdone – interrumpió el experto – no amigo sino compañero y es un gran tipo. Los dos trabajamos en la empresa “Consulting Holding Express S.L.”
-        Bueno, me da igual, pues compañero y amigo de Carlos. Me da la impresión que usted cree que esta imprenta es una multinacional y se equivoca ¿sabe? Y pretende introducir los mismos criterios y yo no digo que eso no esté bien, Dios me libre, pero no es lo que ando buscando porque entre otras cosas ¿cuánto tendría que invertir?
-        No le puedo contestar con exactitud porque todavía tengo que hacer algunos números pero en unos días recibirá un dossier completo en el que no solo nuestra empresa le explicará toda la inversión a realizar sino también una mejor planificación de su plantilla actual y una definición de los puestos de trabajo que para el desarrollo de nuestro proyecto serán necesarios.
-        ¿Me está diciendo que tengo que meter mas dinero en la empresa, dinero que  por otra parte no tengo y además ampliar la plantilla? ¿Le he entendido bien?
-        Si, Don Juan, si, eso es lo que estoy diciendo. Una empresa moderna necesita endeudarse hasta el límite de lo razonable, crecer pero siempre en base a la productividad y para eso tiene necesariamente que rejuvenecer la plantilla.
-        Espere un momento, Sr. Viejales
-        Perdón, Van Halen
-        No vaya tan deprisa porque me pierdo. Casi estoy pensando que voy a asimilar primero todo lo que hemos hablado y dentro de unos días le doy una respuesta ¿Le parece bien? Encantado y hasta la vista.

sábado, 9 de febrero de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR. CAPITULO 3

Queridos blogueros/as: Como todos los fines de semana y espero que así sea durante muchos años, os mando el capítulo 3 de la nueva novela. Como siempre y esto debe ser una manera de escribir, pasamos de los temas ginecológicos a otros como mas de adivinar y eso que gracias a mi demostrada fuerza de voluntad no he querido incidir mas en el tema y con unos pocos ejemplos de las casas próximas ha sido suficiente que si me dejo llevar por mi imaginación, este capítulo podría llegar casi al infinito, pero espero que con estas pequeñas pinceladas de la vida en los pueblos pequeños sea suficiente, pero historias para escribir hay todas las que se quieran y mas
Un beso
Tino Belas









CAPITULO 3.-

Ana se volvió a apoyar en la balconada  y contempló las luces en el horizonte y preguntó:

-        ¿No te gustaría conocer lo que pasa en cada una de esas casas?
-        Tu siempre has sido bastante cotilla  pero si quieres jugamos un poco ¿quieres? Mira, hacemos una cosa. Señalamos una luz y cada uno se inventa una versión de lo que allí está pasando ¿te parece?
-        Aquellas luces de la derecha deben ser Reurte – las señaló con el dedo índice de su mano derecha.
-        No, pero yo no digo eso – Juan bebió un poco mas de vino – lo que digo es que nos imaginemos lo que ocurre en el interior de cada vivienda. ¿Jugamos? ¿Qué pasará allí? - Juan señaló una luz en la ladera del monte
-        ¿Aquella  que está sola?
-        Si, casi al final del camino

Ana dejó volar su imaginación aunque sabía todos los datos

-        En aquella casa vive el Señor Andrés y la Señora Luisa. El fue cartero en su juventud y ahora tiene una enfermedad que lo tiene postrado en la cama.
-        ¿Y que está haciendo la Señora Luisa?
-        Ella está preparando la cena y no estoy muy segura pero juraría que está haciendo lo de todos los días una sopa de fideos y una tortilla francesa
-        ¿Le da siempre de cenar lo mismo? ¡que aburrimiento!
-        Bueno, desde que volvió del Hospital se ha acostumbrado a ese tipo de cenas y nunca le dan otra cosa. Hoy es de los días que está tranquilo porque hay algunos que no le puedes decir nada y se pasa el día discutiendo, con razón o sin ella, pero discutiendo.
-        Hay que ver la gente tan rara que hay por el mundo. Uno es de una determinada manera, cae enfermo y no se porqué se le agria el carácter y se vuelve insoportable.
-        No lo se, pero casi siempre eso les pasa a los hombres ¿porqué será?
-        A mi me parece que eso no debe ser una cuestión de sexo
-        No, si yo no digo que sea de sexo – Ana le llevaba la contraria su marido – lo que está claro es que las mujeres llevamos mejor las enfermedades que vosotros y si no fíjate cuando hay un enfermo en la casa ¿quien le cuida? El marido siempre se imagina a su mujer como muy abnegada, sacrificada al máximo, preocupada por no salir de casa y con toda la ropa a punto, Si fuerais los maridos los que tuvieseis que arreglar la casa otro gallo cantaría.
-        Que quieres decir con eso ¿Qué los hombres somos mas egoístas?
-        El generalizar nunca es bueno, pero yo creo que si
-        ¿Y no puede ser que seamos más prácticos?  Nosotros contratamos a otra persona para ese trabajo y no te creas que la vida cambia tanto
-        No cambia para ti que no estás enfermo pero el que está en el lecho del dolor, lo único que quiere es alguien que le de cariño, que le mime y no solo que le ponga delante una tortilla.
-        Muy bien, Ana, esta primera historia nos ha salido muy bien.
-        Si, pero pobre Señor Andrés, nosotros de juerga y él sin poderse levantar.
-        Bueno pero estamos jugando, tampoco es para ponerse así
-        ¿Seguimos? – Ana oteó el horizonte - ¿te parece bien aquella casa?
-        Cual, ¿la de la izquierda?
-        Si. Venga, empiezas tú y que sea con mas morbo que la anterior, pero que conste que la mía ha sido de diez.
-        Bien. Me tendré que esmerar – Juan se puso las dos manos sobre las sienes en actitud de profunda meditación – ya está. En esa casa vive Juana, una maestra de treinta años que decidió trasladarse a esa casa después de diez años de noviazgo con un chico de Salamanca y al que sin saber porqué, le salió un trabajo en Sevilla y desde que se fue si te he visto no me acuerdo. Ella lo buscó por todas partes y nunca mas se supo y en vista de eso y para no ser la atracción de toda Salamanca pidió el traslado y se vino para aquí casi de un día para otro.
-        ¿Y vive sola?
-        Si aunque de vez en cuando se junta con el profesor de sociales de otra escuela próxima y pasan algunos fines de semana juntos.
-        Y hoy que le toca ¿profe o soledad?
-        Espera, déjame pensar – Juan volvió a adoptar la postura de profunda meditación – hasta ahora ha estado sola y lleva toda la tarde trajinando en el jardín, pero luego se ha puesto a ver una película de video, que por cierto le había dejado Jesús el profesor de sociales, y entre que la película es un poco subida de tono y que la profesora a sus treinta años está en edad de merecer, se nos está poniendo como una moto y no me extrañaría nada que en cinco minutos, a través del móvil, llame a Jesús y le proponga que vaya a su casa
-        ¿Puedo seguir yo? – Ana se moría de ganas de inventarse algo
-        Pues claro, faltaría mas, de eso se trata, que sea un juego entre dos.
-        Bien, pues entonces yo se lo que va a pasar. Suena el teléfono y ¿sabes quien es?
-        ¿Jesús?
-        Si
-        Hola soy Juana ¿qué haces?
-        Nada, he estado corrigiendo unos exámenes y ahora pensaba irme a dar una vuelta por el pueblo ¿por qué?
-        No, por nada. ¿Sabes que he visto la película que me dejaste?
-        Cual ¿la de la chica que se va de viaje sola por Tailandia?
-        Si
-        ¿Te ha gustado?
-        Mucho
-        Pues no tiene mucho argumento
-        Bueno, según se mire. Es una película erótica y encima la pobre chica tiene mala suerte.
-        Si – Jesús se tumbó en un sillón – lo que pasa es que como decía un profesor de mi colegio, la Virgen siempre se aparece a los mismos pastores. Ella se pone en situación y así le pasa lo que le pasa.
-        Claro, pero reconoce que la soledad es muy dura
-        Que te voy a contar yo a ti que vives sola. Yo por lo menos puedo hablar con mis padres que aunque son muy mayores y tienen una mentalidad bastante de pueblo hacen compañía que ya es bastante
-        ………….
-        Juana, ¿estás ahí?
-        Si, si, perdona
-        Creí que se había cortado la comunicación
-        No, lo que pasa es que estaba pensando en lo que me decías y es verdad que la soledad en estos pueblos se hace muchas veces insoportable.
-        ¿Quieres que vaya?
-        Si
-        Tardaré un poco porque tengo que pasar por la farmacia de guardia a comprar preservativos
-        No tardes
-        Voy volando
-        ¡Que golfo eres!
-        ¿Yo? Lo que me faltaba por oír. Encima que soy un amigo que me preocupo por las necesidades del prójimo.
-        Anda venga, no tardes.

El juego, por esta noche se había terminado
-        Muy bien – Juan se levantó y aplaudió como si fuera el final de una obra de teatro – bravo ¡Que imaginación tiene usted, Señora ¿no se me estará insinuando?
-        Juan de mi alma ¿no podría pasar lo mismo en ésta luz y no en aquella de enfrente? La única diferencia es que no hace falta que pases por ninguna farmacia porque una eso de los embarazos lo tiene superado
-        Alguna ventaja teníamos que tener los de la tercera edad
-        Sin faltar caballero, que una todavía no ha llegado a esa situación de tanta madurez
-        Usted perdone, no era mi intención ofenderla, pero ¿a la señora le apetece irse a la cama con este humilde servidor?
-        Soy toda suya
-        Bien, pues entonces vayamos cuanto antes que debemos hacer uso del Santo Matrimonio.
-        Ni dos palabras más.

Los días transcurrían con normalidad. Eran como las cuentas de un rosario, pasaban pero eran todas iguales. Un mes sucedía a otro y los calores daban paso a meses de un frío tremendo. Las noches de luna llena se transformaban en otras en las que la oscuridad se hacía dueña del horizonte. El tiempo hacía que aquellas luces que inspiraban los juegos de Ana y Juan fueran desapareciendo y solamente retornaban en verano cuando volvían de la ciudad sus antiguos moradores para disfrutar de unos días de merecido descanso, pero a las pocas semanas el bullicio provocado por los veraneantes se tornaba en silencio. Un silencio que para Juan cada año era como más llamativo. En ocasiones, el ladrido de un perro o el sonido de alguna tormenta en las proximidades, alteraba ese silencio que para Juan se iba haciendo cada vez más denso. No sabría decir si más insoportable, pero seguro que más profundo. Era como si un taladro agujerease un objeto redondo y fuera ahuecándole. Tampoco sabía definir si aquello le provocaba más felicidad o un mayor desasosiego, pero lo que tenía claro es que era algo que le iba cambiando.
Juan tenía casi setenta años, realmente le quedaban tres para llegar a esa edad, pero en cuanto aparecía algún extraño trataba de derivar los temas hacia este y se hacía algo mas mayor, en una postura que se podía tildar como de arrogante pero que, en ningún caso, era una pose si no realmente lo que sentía. Veía pasar los años a una velocidad tan de vértigo que no le parecía diez si no solo tres o cuatro los años que hacía que se había trasladado al campo y si que habían sido diez. Tenía que reconocer que habían sido unos años maravillosos, Ana, su mujer, se había adaptado como si hubiera vivido toda su vida en aquel paraje solitario y no había sido tarea fácil aunque gracias a su fuerte personalidad lo había conseguido antes de lo que parecía e incluso ya no eran necesarias aquellas temporadas en la capital en compañía de su hija para quitarse lo que ella definía como el pelo de la dehesa. Los primeros años, cada tres o cuatro semanas se desplazaba a casa de Anita, su hija y allí permanecía por espacio de un par de semanas para poner un poco de orden en el armario de su cabeza, pero siempre que volvía parecía como si aquella jugada no le salía como la que ella se había imaginado y por eso necesitaba volver cuanto antes. Es posible que su relación con su hija se hubiera deteriorado algo con motivo de esas estancias tan largas y por eso no podía volver todas las veces que hubiera deseado.

-        Chico, te echaba mucho de menos y por eso me he venido ¿te parece mal?
-        A quien ¿a mi? ¡que va! al revés, de parecerme algo me parece bien, ya lo sabes, pero te hacía dentro de una semana por lo menos.
-        Si, es verdad – Ana hacía comentarios sin darles la menor importancia – pero como en casa no se está en ningún sitio.

Y así volvía una y otra vez y se quedaba seis u ocho meses. Las conversaciones en la terraza de la casa a las ocho de la tarde se hacían alimento habitual en el devenir de la pareja y el hecho de estar casi siempre solos les hacía permanecer mas unidos como si al ser dos se encontrasen mas fuertes ante cualquier agresión del exterior. Juan era consciente de lo extraordinario de su pareja, era una mujer sencilla, nada amiga de demostraciones de ninguna clase, que pensaba muy poco en si misma y mucho en el único ser que la acompañaba a todas horas y que no era otro que Juan con el que llevaba la friolera de treinta y muchos años casada y desde que estaban en la casa nueva alejados de todo ruido,  se había dado cuenta que hablaba con su marido con mas sinceridad, las discusiones eran tan raras como aquellos días de lluvia que hacían revivir al sediento campo y al final y como resumen es que su vida transcurría feliz, tranquila y sin sobresaltos. Los sesenta y siete años de Juan supusieron un cambio en su vida porque ahí se dio cuenta que la vida de los dos ya empezaba a bajar la cuesta final, Se encontraban bien, pero los años pasan aunque no se quiera reconocer.