miércoles, 29 de julio de 2020

Así fue y así paso Capítulo 39


CAPITULO 39.-

  Las obras iban adelantando por horas, en el momento que pusieron el techo, Pepe y yo nos encargamos de llevar una a una todas las camas a la zona que habíamos denominado como de hospitalización, mientras que los operarios levantaban las distintas separaciones con tabiques hechos con troncos de madera. La tarea era pesada porque eran doce camas que había que trasladar, montar, colocar el colchón, una sábana, una colcha y asunto terminado. Una mesa alta que hacía las veces de mesilla para dejar alguna cosa y de mesa para comer nos servía de separación con la cama siguiente. En la parte de abajo teníamos un espacio para dejar una mínima historia clínica que habría que pensar en como la haríamos. Solo colocamos una bombilla en el centro del recinto y para iluminar por la noche disponíamos de una linterna que nos la ajustábamos a la frente como si fuéramos mineros.

Mas pesada fue la instalación del quirófano, para empezar la mesa pesaba que no había quien la moviera y tuvimos que avisar a alguno de los que esperaban para la consulta y a base de brazos conseguimos colocarla en su sitio. La lámpara era de pie, pero mediante unas pilas daba una luz mas que suficiente como para operar a cualquier paciente que lo necesitase. Como no teníamos perneras, Pepe diseñó con unas ramas unas que resultaban perfectas y sobre todo reflejaban la inteligencia de un chico que captaba con precisión cualquier idea y con sus manos hacía cosas que respondían con exactitud a nuestras necesidades.

La organización del instrumental también me supuso una dedicación especial y ahí no había quien me pudiera echar una mano. Intenté tener tres o cuatro cajas básicas, otra para cirugías algo  especiales y otra única y exclusivamente para partos. Faltaban algunas piezas para completarlas pero era material suficiente y más si tenemos en cuenta que determinadas operaciones quirúrgicas no se podía realizar, al fin y al cabo aquello era un hospital en medio de un desierto y se pueden hacer determinadas cosas y también había que valorar mis conocimientos que eran los que eran y lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, que dicen por ahí.

Conseguimos que Ethel, una chica de una aldea próxima, que no tendría más de quince años, se hiciera cargo de su cuidado y creo que no encontraríamos otra igual en ningún sitio, por aprenderse se aprendió hasta el instrumental que necesitaba para cada cirugía y eso que sus conocimientos era mínimos pero cuando se tiene interés todo se acaba arreglando. De vez en cuando desaparecía unas horas porque tenía que ir a cuidar de sus tres hijos y de sus padres que vivían a una hora. El marido era pastor y cuando volvía, lo que hacía cada tres o cuatro meses, la dejaba embarazada y se volvía con sus cabras al desierto y ella volvía a la misión lo que era muy de agradecer porque se había vuelto imprescindible.

Tuvimos que inventar un sistema de lavado de manos, con la ayuda de Pepe por supuesto, que consistía en una especie de pila y encima una vasija grande que la tumbábamos con un pedal sujeto a una cuerda para que el agua fuera lentamente a nuestros brazos y manos. No era el ideal pero no estaba mal y nos permitía no tener que desplazarnos fuera del quirófano para lavarnos.
Ethel se hizo con unos compartimentos donde guardaba el instrumental, primero sucio y luego limpio y esterilizado preparado para una nueva cirugía.

Y por fin, llegó el jueves soñado. Todos los habitantes de las aldeas próximas estaban nerviosos, durante días habían preparado sus mejores galas y aparecieron en la misión con túnicas de muy diferentes colores y unos pañuelos en sus cabezas que reflejaban su alegría por tan feliz acontecimiento, incluso algunas mujeres llevaban los niños a la espalda sujetos con una especie de tiras del mismo color chillón que la túnica. Los hombres habían reformado sus tatuajes y sus pinturas que más parecía que iban a una guerra que a la inauguración de lo que pomposamente nos dio por llamar el Hospital Chesterplace, en agradecimiento al Padre de Jane  incluso a ella misma, aunque desde el primer segundo los del lugar definieron como el Hospital sin ningún tipo de apellido. Una bandera enorme de la Cruz Roja presidía la amplia entrada y todos nos habíamos vestido para la ocasión con lo mejor que teníamos. Jane apareció con un traje de chaqueta blanco que le sentaba de maravilla y hacía pareja, como si fuera una fotocopia, con su hija Sinoa. A su lado estaba yo con mi traje muy inglés y mi corbata con la bandera española y para completar el cuadro el Padre Javier que como si hubiese sido avisado apareció a las nueve de la mañana cuando la inauguración estaba prevista para las diez y media. Total, antes empezar la ceremonia oficial, todos sabíamos que iría perfecta como así resultó

El Padre Javier – que no me llames así que por ese nombre no me conoce nadie – bendijo todas las instalaciones derramando agua bendita por todos los rincones y habló brevemente provocando las lágrimas de muchos de los presentes

Queridos Hermanos: ¿No os parece maravilloso que estemos aquí reunidos para inaugurar nada menos que un hospital? Hemos tenido la enorme suerte de que la Cruz Roja nos enviara hace unos años a nuestra querida Jane Chesterplace que ha hecho tanto por esta Misión. Gracias a ella tenemos un lugar donde reunirnos, desayunar, comer y a veces hasta merendar y ahora nos han enviado al Dr. Cubiles con lo que muchos de vuestros problemas médicos serán resueltos sin necesidad de ir hasta la ciudad que para muchos es de todo punto imposible. Gracias a la Cruz Roja, faltaría más, también a Jane y al Dr. Cubiles, pero sobre todo gracias a Dios porque gracias a El hemos conseguido todo esto. Si, si, no me miréis con esa cara porque ese Dios del que os hablo a veces, no os tiene abandonados, ni mucho menos. Gracias a su infinito amor ha conseguido que mucha gente ponga dinero para vuestras necesidades y el intermediario que en este caso es la Cruz Roja, lo traslada hasta aquí y se hicieron esta escuela y estos comedores y por si todo ello fuera poco, el intermediario esta vez ha sido Jane, ha conseguido que venga a colaborar con todos nosotros nada menos que el Dr. Cubiles, un español que vivía en Londres y ha dejado todo para llegar hasta aquí. Muchas gracias Doctor y espero que esté a gusto y podamos beneficiarnos de sus conocimientos. Todos se lo agradecemos con lo mejor que tenemos y es con nuestra alegría y este canto que va dedicado a Usted

El Padre Javier se dio la vuelta y todos los presentes entonaron una canción siguiendo el ritmo con el movimiento de sus cuerpos al igual que sus manos que daban palmadas festivas y se alzaban al cielo dando gracias. Por último, unos veinte niños y niñas hicieron una danza de bienvenida al Doctor y cuando finalizaron, uno a uno se fueron acercando y me daban un beso en la mejilla, menos la última que era Sinoa que se abrazó a mí y no se quería soltar de ninguna manera. A continuación rezaron un Padre Nuestro e inmediatamente tuve que ser el que les soltara un pequeño discurso completamente improvisado

Me llegó el turno, yo no estaba muy acostumbrado a hablar en público y mucho menos ante tantos, pero el Padre Javier me animó a ello haciéndome dar un paso hacia delante. Miré a Jane a la que le caían unas lágrimas como granizo y fui breve:

Queridos Amigos: Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento hacia Jane porque ella fue la que me convenció para que viniera, posiblemente sin querer pero su manera de hablar de esta Misión y su cariño hacia todos vosotros fue lo que me hizo pensarlo y después de unos meses estar aquí lleno de ilusión para colaborar en lo que haga falta. Por fin, tenemos el hospital y a partir de mañana empezaré a operar y estoy seguro que todos entenderéis que algunas cosas no se pueden resolver, pero espero que otras muchas si y que mi trabajo sea eficaz.

Por otra parte – le guiñé un ojo al cura – este pequeño discurso ha sido una encerrona del Padre Javier porque hace media hora me comentó si quería decir algunas palabras y yo le contesté tajantemente que no y aquí estoy, pero que tenga en cuenta que se la guardo y antes o después me la pagará.
 
 Nada más, gracias a todos por vuestra acogida, por vuestro trabajo y por vuestro ánimo. Si seguimos todos así conseguiremos muchas más cosas de las que pensáis. Gracias

Todos los presentes aplaudieron con ilusión, los hombres lanzaron al aire sus cañas que utilizaban como bastones y las mujeres se fueron sentando en el suelo para continuar con la ceremonia. Ahora les tocaba a ellos y como ninguno quería hablar lo que hicieron fue bailar y bailar hasta casi la extenuación. Jane, el cura y yo veíamos aquellos movimientos con emoción, nos ofrecieron frutas de todos los tamaños y colores, capas preciosas, unos pendientes para Jane, un bastón para el cura y una especie de sombrero de paja para mí.

Para finalizar el acto, el cura esta vez animó a Jane y se notaba que tenía mucha facilidad de palabra porque agradeció su invitación sin pensárselo ni un segundo. Naturalmente, como no podía ser de otra manera, su discurso fue informal como era ella y comenzó con un hola que fue recibido con sonrisas por todos los presentes. Lo primero, gracias por venir, los que no somos etíopes os lo agradecemos. Ha llegado el momento de trabajar más que nunca para no decepcionar al Dr. Cubiles y estoy segura que lo vamos a hacer muy bien, como siempre. También me gustaría deciros y esto no lo sabe ni Javier es que para dentro de dos o tres meses nos han concedido una buena cantidad de dinero para la construcción del nuevo Centro Parroquial, otra vez los asistentes aplaudieron todavía con mas fuerza, de esta manera – Jane estaba feliz – con el esfuerzo de todos iremos consiguiendo nuestros objetivos para que toda esta tierra tenga lo que consideramos necesario para vivir de una forma digna que es lo que todos deseamos. Muchas gracias.

Los presentes nos abrieron un pasillo entre tanta gente reunida y así entre besos, abrazos y empujones llegamos los tres a la casa de Jane y nos sentamos agotados en unas cómodas sillas en el porche. Jane descorchó una botella de champán que tenía guardada para tan grande acontecimiento, nos sirvió y después de brindar bebimos con auténtica ansiedad.

-          Por fin – Jane se movió inquieta en su silla mientras intentaba abrir una segunda botella de champán – creí que no llegaría nunca el momento de estar sentados aquí. Ha sido una mañana muy intensa ¿no os parece?
-         Si – el Padre Javier se mostraba orgulloso de haber bendecido las nuevas instalaciones – creo que es de las mejores cosas que le han podido pasar a toda esta zona porque no tienen a nadie que los atienda y aunque yo no soy Médico, tengo la impresión que hay enfermos por todas partes y tu presencia le vendrá como anillo al dedo – se dirigía a mí con una sonrisa que asomaba entre su barba sin tratar desde hacía años a juzgar por su forma. Era un hombre de media edad, mas cerca de los sesenta que de los cincuenta y las canas que blanqueaban su barba le hacían parecer todavía mas mayor al igual que el pelo que lo llevaba recogido en una especie de coleta. Todo su ser irradiaba felicidad, aunque en sus botas, con polvo de muchas horas de camino, se reflejaba también su cansancio
-         Padre Javier : Se le nota cansado - afirmé sin más datos que aportar - ¿ha venido hoy desde muy  lejos?
-         Querido Doctor, no me llames Padre Javier porque ya te decía que por ese nombre no me conoce y más de uno se va a creer que soy tu padre y tampoco me trates de usted que tampoco es para tanto – se miró las botas que efectivamente estaban hasta arriba de polvo, se levantó y dio unos fuertes pisotones en el suelo para mejorarlas un poco, se retiró la goma que completaba su coleta, se estiró la melena con las dos manos y se volvió a colocar la goma, dando por terminado su manera de peinarse – he estado en un par de aldeas que están como a tres días de aquí y me he entretenido porque en una de ellas había un moribundo, el más viejo de la tribu, y esperé a que falleciera, luego el entierro, en fín que casi no llego a la inauguración.
-         ¿Pero usted sabía que hoy era lo del hospital? – mi sorpresa hubiera sido mayúscula si me llega a decir que si
-         Que no me trates de usted – se sentó cómodamente en la butaca del porche y puso cara de incrédulo -  No, la verdad es que me imaginaba algo porque Jane me comentó que ibas a venir, pero los que andamos por ahí perdidos tenemos como un sexto sentido que nos avisa de lo que va a ocurrir, por algo somos los enviados de Dios ¿no te parece?
-         Menuda chulería – interrumpió Jane – no te pega nada andar por ahí presumiendo de eso
-         ¡Que va! – el cura se tomaba sus pequeños sorbos de champán – lo que pasa es que queda muy bonito eso de ser el enviado de Dios ¿no?
-         Pero no dices ninguna mentira
-         Eso me parece a mí, pero en estos sitios no puedes decir esas cosas porque no se las cree nadie. Tienes que colaborar con ellos, ayudarles en sus labores, hablarles como personas y no como si no significaran nada en este mundo y poco a poco los vas llevando a tu terreno.
-         Pero les enseñarás por lo menos a rezar ¿o tampoco?
-         ¿Te parece poco rezar un tipo que se levanta a las cinco de la mañana para llevar las cabras al monte, solo come lo que encuentra por ahí, duerme mirando las estrellas y después de algunas semanas vuelve a su choza donde se encuentra con su mujer y cuatro, cinco o seis hijos que normalmente tampoco tienen nada que comer? y por si todo ello fuera poco si alguno cae enfermo nadie le atiende y como mucho le dan un poco de agua o leche de cabra y a esperar. ¿Tú crees de verdad que a esa gente se le puede hablar de Dios? Cuando ha pasado un tiempo y ya tienen más confianza es el momento, pero con mucho cuidado.
-         ¿Tienen fe?
-         No lo se – Javier se quedó como si estuviera dormido con los ojos abiertos – parece mentira que eso lo diga un cura ¿verdad? pero sinceramente no lo se. Supongo que si, a lo mejor no por lo que nosotros entendemos tener fe, pero algo de esperanza si que tienen, pero tampoco mucha. En el fondo – Javier se volvió hacia nosotros y nos confesó – es una cosa que no la sabe nadie, pero muchas veces, bastante más de las que debería el que se plantea si tiene fe o no soy yo, no ellos.
-         No me fastidies – no me lo podía creer – eso si que no me parece, o sea que tú dudas de ti y andas por ahí haciendo caridad ¡venga ya, no nos tomes el pelo.
-         No, no, lo digo absolutamente en serio porque viendo lo que ves no hay derecho que exista un Dios tan injusto
-         Si te oyen tus jefes te excomulgan – Jane le sirvió más champán – tomate otra copa y deja de decir esas cosas.
-         Es verdad, lo que ocurre es que luego piensas aquello que dice el evangelio que el paso por esta vida es tan mínimo comparado con toda la eternidad, aquello de un grano de arena en todo un desierto, que quiero suponer que tendrán su merecido en el cielo y allí estarán sentados a la derecha de Dios
-         Viviendo como curas – dije para que la conversación no fuera como tan trascendente
-         Como algunos curas querrás decir – Javier soltó una carcajada – porque otros nos mantenemos nada más
-         Eso decís todos.
-         Si, eso también es cierto. Cada uno desde donde esté, pero yo no tengo ningún motivo para quejarme esa es la verdad porque cuando estás feliz ¿de que te vas a quejar?
-         Tu sabrás – no se porqué le contesté así, se conoce que ese día tenía ganas de pelea – yo no tengo mentalidad de misionero
-         Eso lo dices tú, pero es mentira.
-         Bueno, Javier como puedes decir que no, tú haces voto de pobreza y no se cuantas cosas más y yo no.
-         Eso es lo que tú te crees – Javier me miró con esa mirada que yo recordaba de cuando era niño y estudiaba en un colegio de curas – dentro de unos meses te lo recordaré y ya me dirás. Tú, aunque lo que te diga te parezca una barbaridad, tienes una vocación de misionero mucho mas potente que la mía, al fin y al cabo yo soy un cura obediente y desde que salí del Seminario hace ya bastantes años voy donde me mandan pero tú eres, mejor dicho eras, un señor Doctor que hasta hace nada estabas en Londres, supongo que bien considerado y sin más ahora estás aquí ¿te has preguntado alguna vez por qué?
-         Puf – bebí más champán – si yo te contara – vi como las burbujas de champán subían y bajaban a lo largo de la copa que tenía en mi mano - me lo he preguntado no una vez si no miles de veces
-         ¿Y has llegado a alguna conclusión?
-         Sinceramente todavía no. Creo que he hecho lo que mi corazón me dictaba, pero tengo mis dudas de haberlo hecho bien. Alguna vez pienso que le tendría que haber hecho más caso a mi cerebro, pero nada la realidad es que estoy aquí y ya está
-         ¿Quieres que te saque de dudas? – Javier pasó revista con sus ojos a los de Jane y a los míos.
-         Venga inténtalo – estaba impaciente por saber su opinión – aunque no creo que aciertes
-         Ten en cuenta que soy medio brujo – volvió a reírse de una manera contagiosa – debes de pensar que tanto años en Africa me han dado poderes especiales ¿acaso no se me nota en la cara?
-         Déjate de historias y empieza que me tienes en ascuas.
-         Tú que tienes pinta de ser un tipo listo y estudiado ¿sabes quienes eran los estoicos?
-         Algo me suena – contesté - ¿no eran unos que pertenecían a una escuela filosófica de  hace un montón de años?
-         Mira – Javier se sorprendió de mi respuesta – eres más instruido de lo que yo creía. Pues si, eso fue una corriente de la época grecorrománica de cuatro siglos antes de Cristo que nació en Chipre y entre otras muchas cosas los estoicos se plantearon como debería vivir una persona y su respuesta era sencilla, deben vivir buscando la felicidad e inmediatamente se hicieron la pregunta que era lógica ¿y que es la felicidad? Y para ellos la felicidad no radicaba en tener salud, riqueza o fama ¡qué va! todo se basaba en lo que ahora podríamos llamar ser una buena persona, ellos la definían como una persona virtuosa y ahí está la respuesta a tus preguntas. Pensando así – el cura se notaba que estaba cómodo contando su teoría con alguien como yo que tenía capacidad para entenderle – podría ser feliz con independencia de su bienestar físico y así se entiende que alguien pudiera estar bien cuando le estaban torturando como les pasaba a los santos ¿cómo te has quedado?
-         No se que decir – contesté absolutamente impresionado
-         No te vayas a creer que me lo estoy inventando, no, eso nos lo explicaron en clase de filosofía en el Seminario y desde entonces se me quedó grabado, es más, ellos pensaban que para tener miedo a las enfermedades había que partir de la base que éstas eran malas y como ellos estaban convencidos que una persona puede ser feliz estando enferma, entonces por pura lógica habría que concluir que no son algo malo. ¿no te parece una manera de pensar fantástica?
-         ¿Eso no será una herejía?
-         No – Javier se sorprendió de la forma de entender lo que me había explicado – eso es como pensaban los estoicos y no me suena que fuera ninguna herejía, claro que estamos hablando del siglo IV antes de Cristo, o sea que ya ha llovido desde entonces
-         Todo eso me parece muy bien, pero que tiene que ver conmigo
-         Lo mismo lo que digo es otra herejía – el cura se volvió a soltar la goma del pelo como hacía en múltiples ocasiones – pero creo que tú perteneces a esa clase de personas y por eso y como bien dices, haciendo caso a tu corazón, quieres buscar la felicidad y sabes, porque tu corazón así te lo ha dictado, que tu felicidad no está en Londres y por eso estás aquí, mira – Javier se incorporó un poco en el sillón - la gente del desierto es muy inteligente, sin ninguna clase de estudios pero listos como nadie y no hace mucho tiempo uno de ellos que andaba con un camello deambulando por ahí, después de tomar un té en plena duna me comentó cuando yo le pregunté que buscaba me contesto como quien no quiere la cosa que había tres cosas en la vida que una vez que pasan no regresan nunca que son el tiempo, las palabras y las oportunidades y él estaba buscando las tres cosas a la vez, es más, me dijo que la vida es muy simple, lo que pasa es que entre todos nos empeñamos en hacerla difícil. ¿qué te parece? Es increíble que un hombre sin estudios ni nada de nada pensase de esa manera, por lo menos a mí me dejó impresionado, tanto que me quedé con él un par de días y aprendí más con él que en muchos años que llevaba en la Misión. Me llenó la cabeza de un montón de reflexiones que me hicieron pensar durante mucho tiempo. Una noche fría como la mayoría, abrigados con unas pieles de cordero, tumbados en el suelo y mirando al cielo que estaba más lleno de estrellas que nunca me soltó varias frases que me hicieron pensar que se trataba de algún gurú o alguien como muy importante porque, por ejemplo, sacando unas hojas arrugadas de algún libro sagrado me dijo: ”cuando no sepas que ponerte, ponte a leer”  y a continuación como si estuviera hablando con alguien del más allá me soltó algo que yo creo que es lo que te pasa a ti y es que “te pasas la vida esperando que pase algo y lo único que pasa es la vida” y tú has decidido que bastantes años han pasado ya y te has decidido por buscar la felicidad y ya sabes, ese es un dicho de mi pueblo que “nunca es tarde para tomar las mejores decisiones”. Estoy seguro que has pensado si este trabajo te llenaría y yo te puedo decir que si, sobre todo si te fijas en las caras de la gente a la que logres mejorar. Seguro que te sentirás mejor que nunca. ¡ya lo verás!
-         No se – me quedé unos segundos mirando el champán de mi copa tratando de ordenar mis ideas – no lo tengo muy claro que eso sea así.
-         ¿Sabes lo que estoy pensando?
-         Dime
-         Que hace un montón de tiempo que no tenía una conversación como tan profunda con nadie desde hace meses.
-         Nunca está de más dar de comer al hambriento, como dice tu evangelio – tenía todavía muchas dudas pero no me parecía oportuno preguntarle nada delante de Jane.
-         Supongo que también será el tuyo ¿me equivoco?
-         Algo si – esta vez fui yo el que me puse serio – lo mas honrado por mi parte sería decir que era porque hace mucho que ni voy a Misa y mucho más que no me confieso, o sea que muy buen cristiano no me parece que sea.
-          Bueno, eso es lo de menos, si, no me mires con esa cara – me dio una palmada en la espalda - porque te estoy diciendo lo que pienso. Eso de ser buen o mal cristiano no lo puede decir nadie, tú puedes pensar lo que quieras pero el que lo tiene que decidir es Dios y como te dirían cuando estudiabas con los curas Dios está en todas partes, incluso aquí y lo que tienes que hacer es rezar para que te ayude a encontrar tu camino cuanto antes.
-         Vaya paliza que le estás dando – Jane se levantó para preparar un café – menos mal que no se te ha ocurrido contarme a mí lo mismo.
-         Es que tú eres distinta – Javier le ayudó a preparar el café y me ofreció una taza humeante que invitaba a beber – porque tú ya no tienes dudas, en su día decidiste venir y desde entonces estás haciendo una labor maravillosa y puedes hacer lo que te de la gana porque Dios seguro que te valora como te mereces
-         Javier, por favor – a Jane un color le iba y otro le venía – no sigas diciendo esas cosas que me vas a poner colorada.
-         Estoy diciendo verdades como puños y además eso que tú no vas a Misa no es cierto, si la digo vas, lo que pasa es que muchos días festivos ando por ahí y difícil sería que la pudieras oir
-         En eso tienes razón – asintió Jane
-         Siento tener que dar por finalizada esta especie de clase de Religión – me levanté – porque no os habéis dado cuenta que son las cuatro y tenemos la consulta.
-         Pues ni dos palabras más – Jane también se levantó – que para hablar de todos estos temas tendremos muchas noches – hasta luego Javier
-         Hasta luego y empezar con buen pié en el nuevo hospital.

Jane y yo fuimos lentamente acercándonos hacia la choza que constituía la joya de la corona y allí nos esperaba con la mejor de sus sonrisas Ethel, la directora general del quirófano como la llamaba cariñosamente Jane y nos enseñó las diferentes cajas de instrumental que entre ella y yo habíamos ordenado anteriormente. Hicimos un breve recorrido por el quirófano y por la zona de hospitalización que estaba limpia como los chorros del oro. Las camas, diez en total, estaban alineadas perfectamente con las sábanas colocadas y una flor en cada almohada.

-         ¿Y esto? – me quedé observando aquella flor de vistosos colores
-         Es la flor de la felicidad que le llaman aquí – Jane se colocó una entre su pelo y el pañuelo que la cubría - ¿qué tal me queda?
-         Mejor imposible, pero en el quirófano te la quitas
-         Por supuesto - me miró como queriendo saber quien es la que mandaba en el recinto quirúrgico - ¿has visto como huele?

Acerqué la flor a mi nariz y efectivamente tenía un olor muy característico, yo no era un experto en ese tipo de flores y mucho menos en su olor, pero me parecía que provocaba una sensación como muy placentera. Al parecer se daba muy bien por los alrededores de la misión y Ethel las traía en muchas ocasiones cuando volvía de su aldea. Le propuso que buscara diez recipientes y colocara una en cada uno de ellos colocados en las respectivas mesillas de noche y así lo hizo porque cuando volvíamos para ir a la consulta, ya estaban las flores, me dijeron  el nombre pero no me enteré, en sus respectivos jarrones, unos vasos de los que utilizaban para servir el agua en los comedores escolares. Las soluciones rápidas son siempre las más sencillas. La sonreí agradecido y ella me la devolvió por la confianza depositada. Estaba seguro que habíamos escogido la mujer adecuada para llevar todo el hospital excepto lo que representaba la parte más profesional y esa le correspondía sin ninguna duda, a Jane Chesterplace, “la Señorita Jane” como la llamaban todos y todas las que trabajaban a su servicio.

Jane y yo nos sentamos en nuestros respectivos asientos y María, nuestra ayudante hizo una señal para que entraran los dos primeros, mientras todos los demás  se pusieron lentamente en en fila logrando conseguir una fila uniforme para esperar pacientemente su turno. Por experiencias anteriores, parecían muchos los pacientes pero la mayoría eran familiares que acudían acompañándoles durante su espera. Allí había familias enteras con los niños, abuelos, padre y madre y hasta algún nieto que se quedaban en la puerta respetuosamente hasta que Jane o yo les indicábamos que pasasen para alguna explicación. Varios de los pacientes que vi los apunté en el cuaderno de quirófano para avisarles cuando les tocara, con las bromas ya teníamos unos doce lo que me obligaría a dejar de pasar un día de consulta. Lo malo es que cuando yo no estuviera porque estaba en quirófano, tampoco estaría Jane porque tenía que ayudarme. En fin, ya pensaremos alguna solución, pero es un tema complejo que habrá que estudiarlo con detenimiento para llegar a una fórmula en la que todos estemos de acuerdo.  





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