Queridos blogueros/as: Ahí va el primer capítulo de esta nueva novela y espero que os guste. No tiene nada que ver con todo lo escrito anteriormente, a mi me parece que es como mas seria y tengo que reconocer que el final es sorprendente. A mi me gusta.
En fin, como siempre espero vuestras opiniones y dos o tres blogueros/as nuevos que dicen que me van a leer que escriban aunque solo sean dos palabras, solo para saber que se apuntan a esto de leer todos los sábados.
Los capítulos están repartidos un poco a su caer y salen 23 o 24, o sea que tenéis en lo mejor de lo peor para una buena temporada.
Un abrazo para todos
Tino Belas
EN LO MEJOR DE LO PEOR
Febrero 2011
CAPITULO 1.-
Juan la miró a los ojos y le
dio un beso en la mejilla
-
Gracias Ana. Soy
feliz y para llegar a esta situación tú has tenido muchísimo que ver.
Ella contemplaba el
horizonte. El sol todavía estaba en lo mas alto emitiendo una luz que le
obligaba a entornar los ojos mientras que alguna nube lejana trataba de ponerse
en el medio. Hacía calor, mucho calor y las gotas de sudor resbalaban por su
frente. Parecía mentira pero llevaban casi un año viviendo en el pueblo y ahora
si podía decir que estaba a gusto, pero los primeros meses se le hicieron
interminables y la que mas influyó fue
Jacinta, la mujer del cabrero, que con su inteligencia natural la hizo darse
cuenta de muchas cosas que no tenían ningún valor, aunque ella se lo había dado
durante todos los años en que vivió en la gran ciudad.
Aquella manía que le había
dado a Juan, su marido, de vivir con la luz del día al principio, le pareció
una locura pero ya se había acostumbrado y en su casa del pueblo casi nunca se
encendía la luz. Es mas, Juan, en la reforma que tuvo que realizar para
adecentar aquella casa solitaria, situada a tres kilómetros del pueblo mas
cercano, no es que se olvidara de poner los plomos, eso no, si no que los
colocó, mejor dicho los mandó colocar porque su marido era un manazas para las
cosas del hogar, nada mas y nada menos que a la entrada de la bodega, en el
sótano de la casa, con lo que cuando se iba la luz, cosa que ocurría con cierta
frecuencia, resultaba muy incómodo bajar a tan extraño lugar y pasaban la noche
sin luz.
Ana se sentó en una roca al
borde del camino debajo de un castaño de grandes dimensiones y con el pié
empezó a remover una especie de huevo rodeado de pinchos y después de unos
minutos y romperse la cáscara, aparecieron tres castañas en su interior.
Repitió la operación con otras próximas y al final tenía uno de sus bolsillos
hasta arriba de castañas.
-
¿Quieres una?
-
No, gracias, casi
preferiría seguir caminando.
-
Venga Juan, no
seas pesado ¿no me decías hace un segundo que en la vida nunca hay que tener
prisa,
-
Tienes razón
- Juan asintió con la cabeza – llevamos
unos meses aquí y todavía no me acostumbro a vivir sin reloj -El marido dejó
caer la bici en el medio del camino y se sentó a acompañar a Ana su mujer -
¡Que viejo estoy Dios mío, tengo todo el cuerpo molido y solo llevamos media
hora. Si lo llego a saber le digo a Joaquín que quedamos en nuestra casa.
-
No exageres que
tampoco es para tanto – Ana sacó una cajetilla de Winston del bolsillo superior
de su camisa, se acercó el pitillo a los labios, lo encendió con un mechero
verde, aspiró el humo con fruición y lo dejo escapar por la nariz.
-
¿No decías que
ibas a dejar de fumar?
-
Si, si que lo decía
y algún día lo haré, pero de momento prefiero esperar.
-
¿Esperar a que?
-
Yo que se,
esperar a encontrarme mal, a tener mas años, a tener mucha tos, a que se me
pongan los dedos amarillos, sabe Dios, el caso es no dejarlo porque en el fondo
el tabaco será malo, eso no lo discute nadie, pero es maravilloso. Por ejemplo
este pitillo – Ana se lo puso delante de sus ojos – me está sabiendo a gloria.
-
Llevamos no se
cuantos años casados y este tema lo hemos discutido miles de veces.
-
Si, una forma
como otra cualquiera de perder el tiempo porque uno como tú que no ha fumado en
su vida no puede entendernos a los fumadores
-
Ya, bueno, que le
vamos a hacer – Juan se levantó y sujetó la bici por el manillar - ¿seguimos?
-
Venga vamos
porque si no te va a dar algo – Ana se levantó, se ajustó el pantalón y comenzó
a caminar lentamente.
Las
botas llenas de polvo reiniciaron el camino dejando unas huellas marcadas en la
parte central, mientras la bici también contribuía a definir el camino con las
marcas de sus ruedas bien inflamadas.
Continuaron
avanzando lentamente hacia un conjunto de casas que se adivinaban en la
lejanía. En cuanto aparecía la mas pequeña cuesta se bajaban de la bici y
caminaban cogidos de la mano con los dedos entrelazados como dos jóvenes
enamorados. Lo que parecían varias casas y según se iban acercando se
transformaba en un cortijo en el que un conjunto de viviendas se incluían en el
perímetro de un alto muro con una sola entrada. La puerta era de maderas ajadas
por el paso de los años. Un candado oxidado sujeto a una cadena de gruesos
eslabones se encontraba colgado de una aldaba que representaba a dos espuelas
unidas por una fusta de color marrón oscuro. La puerta, con sus dos hojas,
estaba abierta de par en par, una pequeña columna de humo salía por una de las
chimeneas pintadas de un blanco inmaculado y allí sentados en unas sillas de
enea con asientos de paja estaban los dos únicos habitantes de esta pedanía que
no eran otros que Joaquín y Jacinta. El era un cabrero de toda la vida y ella
su compañera desde que ambos tenían quince años. No tenían hijos, pero si
llevaban a gala el haber tenido nueve embarazos, de los cuales siete habían
terminado desgraciadamente en abortos y dos habían sido, según Don Felipe el
Médico, embarazos psicológicos. El viejo galeno solamente había tenido
oportunidad de asistir al séptimo aborto en que dio la casualidad que pasaba
por allí en su viejo caballo y al oir los gemidos de la Jacinta se bajó y la
pudo ayudar en un parto de un niño de cuatro meses que naturalmente nació
muerto. Joaquin lo enterró en la misma fosa en que había enterrado a todos los
anteriores. En ningún caso, aquella situación fue motivo de tristeza porque lo
mismo que los embarazos de sus cuarenta y tantas ovejas no llegaban a término y
no pasaba absolutamente nada, con ellos tampoco habría problemas. Esa noche o
cualquier noche se ponían a la tarea y Jacinta se quedaba otra vez en estado de
buena esperanza.
La
pareja se levantaron, él se alisó el pantalón y ella la falda, ante la llegada
de Juan y Ana. Era una visita esperada y muy bien recibida. Los dos matrimonios
se veían poco, a pesar de ser los vecinos mas próximo en el enorme valle, pero
sus vidas eran diametralmente opuestas y aunque desde el primer día se
estableció una corriente de amistad tuvieron que pasar varios meses para que se
considerasen amigos de los de verdad. Al principio, Joaquin era como un
empleado de Juan, le ayudaba en todo lo relacionado con la casa, se encargaba
que los obreros no cejaran en su empeño de terminar lo antes posible para que
aquel señorito de la capital se instalara lo mas pronto posible en esa casa
situada en un lugar perdido de un hermoso valle entre las comunidades autónomas
de Extremadura y Castilla la Mancha.
Juan
y Ana iban de sorpresa en sorpresa con aquel matrimonio genuinamente campesino.
Todos los fines de semana compartían horas y horas y Juan admitía muchas de las
ideas de Joaquín para que la casa le resultase mas habitable. De esta manera se
convenció que la cocina tenía que ser de leña y estar próxima a la puerta
porque la leñera debería estar justo pegada a la entrada. También que con un
cuarto de baño era suficiente en la planta principal de la casa y dejar la
posibilidad de adecuar otro en la bodega si es que hiciera falta alguna vez,
pero que para ellos dos solos era un poco absurdo tener dos cuartos de baño. La
chimenea también fue objeto de discusión y así decidieron que se colocaría
donde estaba el hogar primitivo, mejor no cambiarla porque con las casas de
pueblo pasa como con los pequeños pueblos que siempre están ubicados en los
mejores sitios al abrigo de los vientos de los largos inviernos.
Joaquin
y Jacinta, los propietarios del cortijo, saludaron efusivamente a sus invitados
y se sentaron en las sillas a la espera de que el sol abandonara su
privilegiada situación. Con la llegada del atardecer entrarían en la primera de
las casas que era el domicilio habitual de aquel cabrero conocido en toda la
comarca por haber dispuesto, de eso hacía muchos años, del mayo rebaño de la
provincia que manejaba él solo con la única ayuda de cuatro perros que
controlaban a las ovejas siguiendo las instrucciones de Joaquín que siempre les
ordenaba a través de agudos silbidos. El cabrero se había pasado toda la vida
en aquel valle, sus padres habían nacido allí, su cine era el mas grande de
todos porque tumbado en suelo era nada mas y nada menos que todo el firmamento,
su transporte por el valle eran sus dos musculosas piernas que soportaban las
largas caminatas campo a través con el numeroso rebaño, sus cuadros eran los
paisajes que llenaban todo y sus olores las cagadas de sus ovejas. Solamente
había salido una vez del valle y fue con motivo de la llegada a Cáceres del
primer ministro americano que fue con la idea de comprar, piedra a piedra y a
muy buen precio, la ermita de Santa Eulalia. El gobierno fletó autobuses que
fueron recogiendo por todas las aldeas a sus habitantes y los llevaron a la
capital. Allí les invitaban a un bocadillo de jamón y un refresco, mientras los
habitantes de aquellas aldeas observaban con la boca abierta como se agrupaban
las tiendas en la calle Real. Después los colocaban a ambos lados de la amplia
avenida, la comitiva pasaba a toda velocidad con sus enormes coches americanos,
aplaudían a rabiar, los volvían a introducir en sus respectivos autobuses y los
devolvían a su lugar de procedencia. A Joaquín no le gustó la experiencia,
mucho ruido, mucha prisa, mucha gente y
excesivo jaleo. Decidió que como en el pueblo no se estaba en ninguna parte y
desde entonces no había vuelto a salir para nada
Una
vez a la semana se lavaba entero y para eso utilizaba a la Jacinta que, subida
en una silla, echaba el agua procedente de una regadera sobre el cuerpo desnudo
de su compañero de tantos años quien se mantenía firmes con los piés dentro de un
barreño, enjabonándose con fruición. Conoció a Jacinta en el valle, se
ennoviaron en el valle, engendró a todos sus hijos en el valle aunque ninguno
llegara a vivir, mantenía interminables conversaciones con sus ovejas en el
valle, su soledad transcurría en el valle y su muerte sería, si Dios no lo
remediaba, en el valle ¿necesitaba algo mas? Sentados en aquellas sillas bajas
en medio del amplio patio y protegidos del intenso sol por una cornisa del
segundo de los edificios, Juan y Joaquín se encontraban enzarzados en una
profunda reflexión sobre la vida en el campo y en la ciudad mientras Ana y
Jacinta hacían punto con gruesas lanas de vistosos colores
-
Como aquí no se
vive en ningún lado y si no que se lo pregunten al Nicasio que se fue a la
capital y en menos de un año estaba de vuelta. No se lo que pasaría ni donde se
metió pero siempre decía que en la ciudad no se podía respirar.
-
Bueno, bueno –
Juan se movió en la silla – tampoco hay que exagerar. Si que es cierto que en
cualquier ciudad el aire está contaminado y se respira cantidad de humo, entre
otras cosas por tantos coches como circulan por sus calles, pero tanto como
decir que no se puede respirar me parece una exageración.
-
Bueno, pero no me
negará que se vive peor.
-
Joaquín, es la
última vez que te digo que no me trates de usted ¿de acuerdo? Ahora soy uno mas
en el valle ¿no?
-
Vale, vale –
Joaquín se quitó la boina dejando al descubierto una incipiente calva de color
blanco nacarado que contrastaba con el moreno del resto de la cara – si yo
quiero llamarte de tu pero, sin darme cuenta se me escapa.
-
Pues inténtalo
porque ya somos vecinos.
-
Eso es verdad y
quien me lo iba a decir a mi – el cabrero le golpeó con la mano la rodilla de
su visitante – que iba a tener por vecino a un señorito de la capital.
-
Ya estamos otra
vez, joder Joaquín eres un pesado. Yo era, efectivamente, un señorito de la
capital como dices pero de eso hace ya mas de siete meses ¿te das cuenta?
-
¿Ya hace siete
meses? Como pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando apareciste por el pueblo
con aquel cochazo ¿te acuerdas?
-
Claro, como no me
voy acordar – Juan presumía de tener una buenísima memoria – entre otras cosas
porque a partir de aquella primera visita tuve que vender el Chevrolet
-
¡Ah si! Eso no lo
sabía.
-
Pues si, Joaquin
si, así fue. A la vuelta se averió, lo tuve que dejar en un taller de Talavera
y cuando me dijeron el presupuesto salía mas caro el arreglo que el coche y por
eso me cambié al todoterreno.
-
Y menos mal
porque por estos caminos y mas en invierno no hay quien pase con un turismo
normal.
-
Sin embargo,
ahora está en el garaje y nuestro medio de transporte es la bicicleta que es lo
mejor. Haces un poco de deporte, no gastas gasolina y encima la aparcas en
cualquier sitio, mas no se puede pedir pero si lo pensamos fríamente quién nos
ha visto y quien nos ve.
Ana
dejó la labor en su regazo y miró hacia donde estaban sentados los dos hombres
- Y tú que lo digas marido, toda mi vida en la
ciudad, prácticamente sin bajarme del coche y ahora en bicicleta a todas
partes. ¡A la vejez viruelas!
-
Si, si, - Juan
hizo un inciso en la conversación – pero tienes que reconocer que estamos aquí
porque a ti te encantó todo esto, ¿dí que no?
-
Claro que me
gustó, a quien no le gusta, pero tampoco me dejaste muchas salidas porque en
menos de dos semanas con la ayuda de ese – señaló con su dedo índice al cabrero
- ya estabas mirando casas.
-
¡Que te lo crees
tu! – Juan recordaba tantísimas fotos que había ido guardando de aquellos
lugares que le gustaban como para jubilarse en ellos. Durante muchos meses,
bueno sin exagerar fueron un par de semanas, pero sin dar ni una sola pista a
su mujer, había ido recopilando una amplia información que le suministraban,
sobre todo, las comunidades de Extremadura y Castilla La Mancha. Desde su
oficina de la capital hablaba con distintos alcaldes y de esa manera cuando
llevó a su mujer a Aldeanueva de los Conquistadores ya sabía que su jubilación
estaba allí – en lo que si tuvimos
muchísima suerte fue en conocerte a ti, Joaquín, porque si no llega a ser por
ti, todavía estaríamos discutiendo el precio de la casa.
-
Yo creo que “el
Carretas” si te la hubiera vendido, pero dos o tres veces mas cara – Joaquin
esbozó una sonrisa dejando ver unos dientes huérfanos de cuidados – lo mejor
fue la cara que puso cuando te vió aparecer en el Notario.
-
Si que es verdad
– Juan parecía que estuviera recordando algo sucedido el día anterior – si no
es por ti no cerramos el negocio ni de coña.
-
Ya, pero la gente
tiene que ser honesta y no vale si la casa cuesta cuatro que la vendas por ocho
porque el que pregunte sea de la capital.
-
De todas manera
yo hubiera pagado eso y mucho mas porque el sitio me pareció maravilloso.
-
Si, pero “el
carretas” y yo nos dimos la mano por dos millones y medio de pesetas y cuando
dos hombres que se visten por los pies se dan la mano es que están de acuerdo y
eso en los pueblos es una verdad como un templo.
-
En eso tienes
razón y al que la tiene hay que dársela.
Ana se acercó por detrás y se
entrelazó con sus brazos al cuello de su marido como si fuera una serpiente
-
¿Se puede saber a
que hemos venido aquí? Si nos vamos a poner románticos me voy a mi casa
-
Venga mujer que
esto no es para ponerse romántico ni nada , sino simplemente recordar lo que
nos costó la compra de nuestra casa.
-
Si – Joaquín
insistía – cuando te vio en la Notaría me dio con el codo y me preguntó que
hacías allí. Yo le contesté que eras amigo mío y que te ibas a venir a vivir a
la casa que le ibas a comprar. El insistía en subirte el precio y todo por
culpa de tu coche que era tan grande porque su dueño era rico y le tuve que
convencer a base de decirle que te habías tenido que venir de la ciudad porque
los negocios te habían ido mal y no te quedaba mas remedio que vender tu casa
de la capital y comprarte otra en el pueblo. Yo creo que ese razonamiento le
hizo ablandarse y por eso firmó
-
Pues no sabes el
favor que nos hiciste ¿verdad Ana?
-
Si, porque
estamos encantados y con estos vecinos todavía mas.
-
Muchas gracias
Doña Ana. Ya sabe que nos tiene siempre a su disposición.
-
Menuda suerte tuvimos
– Juan se acordaba de la negociación – porque yo vendí mi casa de la Moraleja
en casi quince millones de pesetas y compramos la nuestra por dos y medio, casi
uno de arreglos y me ha quedado una casa maravillosa.
Joaquín se levantó con
lentitud, acercó un recipiente de bronce y lo colocó en un tridente encima del
fuego. Lo llenó de agua e introdujo en él un puñado de castañas – receta de la
casa – exclamó mientras removía las brasas. Juan se acercó y pudo observar como comenzaba a hervir el
agua y las castañas se iban haciendo lentamente. Introdujo una cuchara de
madera y sacó tres o cuatro que las dejó sobre la balda de mármol de la vieja
cocina.
-
¿Estarán hechas?
Joaquín apretó una con esos
dedos rudos de trabajar en el campo, la abrió con un navaja y afirmó:
-
Yo creo que si
-
Pues venga vamos
a comérnoslas que tienen una pinta estupenda
-
Y pa luego es
tarde.
Los cuatro se afanaron en ir
pelando y comiendo esas castañas que unas horas antes se encontraban a los pies
de los castaños de los bosques próximos.