¿Quien decía el otro día que iba a pasar algo? pues ya tenéis en este capítulo carnaza para dar y tomar y encima es bastante largo, o sea que ya estamos en el Hospital y aunque parezca mentira, por supuesto que es una situación inventada por mí, pero no está especialmente alejada de la realidad, al fin y al cabo un Hospital es el reflejo de la vida misma y los problemas de envidias, líos etc.....etc son igual que en la calle.
Como siempre espero que os guste y que os ayude a ser felices que es lo único importante
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO 33.-
Mamen se dio media vuelta
en la cama y trató de conciliar el sueño sin conseguirlo. Como todas las noches
desde hacía mucho tiempo, las horas se las pasaban en vela dando vueltas y mas
vueltas al porqué de su situación. Analizaba y analizaba en que se había podido
equivocar y hasta se levantaba sigilosamente a registrar los bolsillos de las
chaquetas de su marido en busca de pruebas de que alguien había interferido en
sus vidas y en ninguna de sus múltiples incursiones había encontrado prueba
alguna que hiciera verdaderos sus razonamientos.
Fernando siempre le decía
que tuviera paciencia que estaba pasando una mala racha y que las cosas se
arreglarían, pero la verdad es que cada día estaban peor. La comunicación se
había convertido en un instrumento desconocido en casa de la familia Altozano,
las frecuentes charlas después de cenar brillaban por su ausencia, entre otros
motivos, porque los compromisos sociales de su marido se habían multiplicado
por diez en los últimos meses y eran muy pocas las noches en que aparecía por
casa antes de la una o las dos de la madrugada. Llegaba, se desnudaba
Rápidamente, se lavaba los dientes, se metía en la cama y a los cinco minutos
estaba durmiendo placidamente. A la siete menos cuarto sonaba el despertador y
la misma operación solo que al contrario, ducha, lavado de dientes, afeitado y
salida hacia el despacho sin ni siquiera desayunar. Un beso rápido en la
mejilla era lo único que Mamen se llevaba en todo el día y por la noche más de
lo mismo. Antiguamente Fernando sacaba tiempo de no se sabe donde, pero eran
muchos los días que, sin avisar, aparecía por su casa e incluso, y sin motivo
aparente, llevaba algún ramo de flores o cualquier regalo que acababa de
comprar en la tienda de debajo de su casa. Hasta se iban a comer por ahí si los
niños estaban controlados y ahora ni regalos, ni sorpresas ni nada de nada.
Ante los primeros síntomas
de que algo no funcionaba, la pareja puso en marcha mecanismos de defensa y en
base a sus marcadas tendencias religiosas, pedían a Dios luz para no perderse
en el intrincado camino de la convivencia y hasta llegaron a pasar unos días de
Ejercicos Espirituales en la casa que para tal efecto tenía el Opus Dei en la
provincia de Huesca. Parecía que Dios
influía en algo, pero en cuanto volvían a su casa, se sucedían los malos
humores, gestos contrariados, gritos a los niños, malas contestaciones y
multitud de detalles que hacían difícil establecer cauces normales de
comunicación y menos en los últimos meses por la carga de trabajo de Fernando
- Ya no solo por nuestro matrimonio, sino por
tu propia salud, deberías de dosificarte en el trabajo,- solía decirle Mamen
- porque como sigas así, vas a ser el
más rico del cementerio
- Tienes toda la razón, pero ¿qué puedo hacer?
- Yo no lo sé, - Mamen le miraba desde la
distancia de una agujas de ganchillo que le resultaban muy útiles para hacer
unos chaquetitas de punto que estaba iniciando para sus hijas de siete y seis
años respectivamente – pero ningún marido llega a casa todos los días a las
once de la noche.
- Ya, pero en esta casa nos hemos montado a un
tren de vida que si no trabajo así, no se podría mantener – Fernando hablaba
convencido de su razonamiento – porque si por mí fuera, estaría encantado de
llegar todos los días a las cuatro de la tarde e ir a recoger a los niños al
Colegio, pero ¿qué hago? ¿le digo al Señor Montesinos que no puedo ir a cenar
con él, porque llego a casa muy tarde? ¿Tú que dirías si tu Abogado te
contestase así?
- La verdad es que posiblemente me sentaría
mal, pero a lo mejor todos tenemos que aprender que la vida se pasa mucho mas
deprisa de lo que parece y que lo que hay que hacer es disfrutarla.
- Ya, ya, eso dices ahora – Fernando trataba de
no elevar el tono de voz, pero siempre era igual, empezaba muy bien y terminaba
a voz en grito – pero luego las cosas no son así. Los niños van a buenos
colegios, filipina fija, segundo coche de lujo, ropas de calidad para vestir y
no sigo porque me estoy empezando a poner de mal humor
- Fernando, vamos a dejarlo porque siempre
acabamos igual. Te pones en plan extremista y así no vamos a ninguna parte.
- Pero ¡que extremos ni que extremos!, Mamen,
te estoy diciendo verdades como puños ¿ o no?
- Sabes de sobra que eso no es así, nadie está
diciendo que no trabajes y que los niños vayan al Instituto de la esquina, lo
que yo digo es que deberías dejar alguna de tus empresas y no creo que
tuviéramos que cambiar nuestra calidad de vida, porque a mí no me gustaría
vivir peor, yo creo que eso es natural, pero no me eches toda la culpa porque a
ti seguro que tampoco ¿ o es que estarías dispuesto a no hacerte tus trajes en
Yusty o a no comprarte camisas de seda en Echevarría?
- Yo que sé, Mamen, de verdad que no sé ni lo
que quiero, lo único que si que sé de verdad es que así no se puede seguir. Tú
y yo vamos cada vez peor y como sigamos por este camino no tengo ni idea de
donde vamos a llegar.
Mamen, apagó la luz y como
todos los días abandonó el repaso a las conversaciones con Fernando. Su fé la
mantenía todavía con ganas de seguir luchando, pero cada hora que pasaba tenía
que pedir mas y mas a su Dios para no desistir en el empeño y después del
último embarazo y posiblemente por su situación anímica, estaba realmente
agotada.
- Me voy a la cama que mañana tengo un día que
no se lo deseo a nadie.
- Está bien, hasta mañana.
Fernando entornó la puerta
del despacho y después de dejar la ropa cuidadosamente doblada sobre una silla
se metió en el sofá-cama y se quedó inmediatamente dormido
Los sonidos habituales de
la noche se vieron alterados por una especie de ronquido extraño procedente del
despacho de Fernando. No sabía porqué, pero Mamen se levantó con la seguridad
de que algo grave había ocurrido y su expresión cansada se transformó en un
grito de horror cuando encontró a su marido con las manos sobre el pecho, la
cara amoratada y como un sonido raro que parecía querer pedir auxilio.
No sabía como ni de qué
manera, pero a los pocos segundos la casa se llenó de gente que corría por el
pasillo, hasta que la llegada de los Facultativos de Urgencia parecía querer
poner un poco de orden en aquel caos. Menos mal que los niños no se han
despertado, pensó para sí, cuando se dio cuenta que Iziar, la mayor le apretaba
la mano y le decía con cariño:
- Mamá, no te preocupes que Papá no se puede
morir, porque le necesitamos. Ya verás como todo va ir muy bien. Ya lo verás.
- Si, hija, si, seguro que se curará, porque tu
padre es fuerte. Seguro que sí.
- Paciente varón de unos cincuenta años,
Abogado de Profesión, ingreso hace cuarenta y ocho horas procedente de
urgencias, donde, al parecer lo llevó el Samur intubado y con mal estado
general. Según la familia debió estar en apnea unos cuatro minutos y enseguida
fue reanimado por una Unidad de Asistencia Domiciliaria que acudió rápido.
Parece ser que el paciente vive, afortunadamente, casi enfrente del Ambulatorio
de Serrano y eso propició que el Samur llegara en
nada.
- ¿Quiere hacer el favor de decirme de una puta
vez el diagnóstico y dejar de contar batallitas?
- Si señor, pero no creo que sea ninguna
batallita decir que el paciente llegó intubado.
- Dr. Rodríguez Pensil, si son batallitas o no,
eso lo decido yo no usted, punto número uno. Punto número dos: Usted limítese a describir la exploración y no
nos haga perder el tiempo ¿entendido?
- Si señor – el Médico Residente de Primer Año,
D. Ignacio Rodríguez Pensil miró fijamente a su Jefe de Servicio, Dr. Roucanes
y en sus ojos se reflejó un instante de odio auténtico hacia quien era su
teórico Maestro y por su cabeza pasaron algunos pensamientos del tipo de no te
pego dos puñetazos porque eres un enano
y te mataría pero te los mereces o aquello de menudo cabrón eres, si no fueras
el Jefe te mandaba a tomar por el culo, hijo de la gran puta. Pero inmediatamente
la cordura volvió a su mente y trató de disipar los malos pensamientos.
- Dr. Rodríguez Pensil ya se que está pensando
en que si pudiera me daría un par de leches, pero para su desgracia el Jefe soy
yo, o sea, que le ruego se ahorre sus pensamientos hacia mi persona y nos diga
que le pasa a este paciente, por favor.
- Pues, este paciente tiene un infarto de pared
postero-inferior confirmado electrocardiográficamente.
- Y ¿ya está? ¿eso es todo?
- Si señor, usted me ha dicho que le diga el
diagnóstico y ya se lo he dicho. – los malos pensamientos volvieron como caídos
del cielo. Te vas a joder porque no te pienso decir lo único que te interesa y
es que se trata de un paciente super recomendado que debe ser amigo de media
España y hasta el Ministro de Sanidad ha llamado para interesarse por su
evolución, peor te vas a quedar con las ganas porque no te lo voy a decir.
- Dr. Rodríguez Pensil, bueno Licenciado
Rodríguez, porque usted no ha hecho la Tesis Doctoral
¿verdad?
- No señor.
- Bien, entonces señor Licenciado Rodríguez,
nos quiere explicar a los Doctores cual es el pronóstico de este paciente.
- Sería un atrevimiento por parte de un humilde
Residente de primer año de Cardiología que solo sacó el número veintitrés del
Examen M.IR. de tan solo diecisiete mil y pico que nos presentamos, decirle a
los ilustres Doctores, que no Profesores porque no han aprobado la oposición a
Cátedras, el diagnóstico de un paciente infartado en las primeras cuarenta y
ocho horas, entre otras cosas porque iría en contra de la American Association
of Cardiology que aconseja prudencia hasta no verificar la capacidad eléctrica
de la fibra cardíaca que, en principio, no debe medirse en tan corto período de
tiempo porque los resultados no son demostrativos.
El Dr. Roucanes, Jefe del
Servicio de Cardiología de la Ciudad Sanitaria de La Seguridad Social
desde hacía siete meses después de un concurso-oposición clasificado de
fraudulento por todos los cardiólogos de España, contrajo su rostro en una
mueca que parecía de incredulidad. A pesar de su juventud y gracias a múltiples
esfuerzos, entre los que se encontraban haber sido miembro de la Junta Facultativa ,
era uno de los Profesionales mas odiado de todos los que integraban la
plantilla de tan importante hospital. Sus constantes desplantes a la Dirección , sus tremenda
mala educación sobre todo para sus pacientes y un trato absolutamente
inaceptable para con todos sus colaboradores le habían hecho acreedor de una
fama bien merecida. Su forma de vestir era informal, con corbata, vaqueros
limpios con una raya perfecta, mocasines negros impolutos y un flequillo que le
caía sobre la frente y chocaba cada pocos segundos con unas gafas sin montura
de patillas doradas. En fín, un moderno que hacía las delicias de sus
residentes que no entendían porqué siendo joven y teniendo todo en sus manos,
se dedicaba a hacer la vida imposible a todos los demás. Su preparación
profesional era mas bien timorata, sin conocimientos de ningún idioma y
afincado en unos usos y costumbres mas propios de épocas anteriores, presumía
de demócrata y en su servicio no permitía el intercambio con especialistas
sudamericanos ni de color, porque y constituía una de sus frases favoritas: “en
la selva no hacen falta cardiólogos”. Se jactaba de ser un buen Profesor y en
su Servicio por no existir no existían
ni sesiones clínicas.
En fín, un pobre hombre de buena familia, bien
relacionado, con múltiples contactos con los dirigentes del partido de derechas
en el poder, pero con muy poca capacidad de liderar un grupo y al que el cargo
le había caído de rebote. Al principio y para los recién llegados provocaba
miedo, pero pasados unos días, ese sentimiento se transformaba en desprecio y
al final no era ni siquiera considerado por los Jefes Clínicos de su propio Servicio,
a los que se había saltado de un plumazo en la oposición y de los que incluso
alguno casi le doblaba en edad, ni por los Adjuntos que le huían para no
enfrentarse con él.
Los martes era el día
asignado para pasar visita general y por turno cada Residente presentaba los
ingresos de la semana y aunque los nuevos revisaban las historias clínicas y se
esforzaban en realizar una presentación, mas o menos con un cierto orden, los
Residente mas antiguos y por supuesto los de plantilla, se inventaban todos los
datos en la seguridad que el Jefe no iba a revisarlos, excepto los
pertenecientes a familias conocidas o recomendados por el motivo que fuere.
Jose Luis Roucanes Glamés
trataba de mantener la tranquilidad, pero reconocía que la sola presencia del
Residente de Primer Año que le había caído en suerte, le ponía de muy mal
humor. Era el típico listo de cuna, de esos que nacen con la Cardiología en la
mente y sus constantes referencias a la Sociedad Americana
de Cardiología, lo sacaba de sus casillas. ¡Como si aquí no supiéramos tratar
un infarto; hay que joderse con el niñato de los cojones!
- ¿Se le hicieron valoraciones enzimáticas?
- Naturalmente y los resultados fueron los que
se esperaban dado el poco tiempo transcurrido desde el inicio de los síntomas
- ¿Dr. Roig Gimbernat? Usted que procede de una
familia de rancio abolengo en los ambientes cardiológico de la Sociedad Catalana ,
¿cree que el Dr. Rodríguez Pensil ha obrado correctamente en el tratamiento
inmediato de este paciente? ¿no le parece que debería haber pedido además de
todo lo que nos ha contado una radiografía de tórax para valorar como se
encuentra la aorta?
El Médico aludido se
encontraba al final de la larga fila que rodeaba al Jefe y abriéndose paso casi
a codazos se plantó delante de la primera fila observando al paciente por un
lado y al Dr. Roucanes por otro, sin atreverse a opinar de una manera
definitiva.
- Es la eterna discusión. Si el paciente está
hemodinamicamente estable, si las tensiones son las propias en estos casos y no
hay fiebre ni sudoración profusa, realmente no haría falta gastarse más dinero en
pruebas complementarias, pero también es verdad que en los tiempos que nos han
tocado vivir hay que pedir pruebas y mas pruebas que no sirven para nada, pero
que hay que tenerlas por si a algún Juez se le ocurre dar el coñazo.
- Venga Dr. Roig conteste a mi pregunta y
déjese de hacer divagaciones.
- Si, en principio si que habría que pedirle
radiografías.
- Ya – EL Dr. Rodríguez se interpuso entre
ambos – yo también estoy de acuerdo, pero eso está muy bien cuando no existe
urgencia vital. En el caso de este paciente su llegada fue casi a las doce y
media de la noche y como sabemos todos los que hacemos guardias a partir de las
diez el rayo funciona francamente mal y es mejor pedir esas pruebas
tranquilamente al día siguiente y dedicar nuestro esfuerzos a salvarle la vida
en los momentos críticos.
- Déjese de contarnos historias, Licenciado
Rodríguez Pensil, que va a parecer que el único que hace guardias es usted. De
siempre a la llegada de un paciente, sea a la hora que sea, se piden todas las
pruebas y si se tiene usted que quedar esperando hasta las tantas a que lleguen
los resultados, pues se espera y no pasa nada y si mientras tanto se dedica,
como dice usted, a salvarle la vida al paciente, pues mejor que mejor, pero no
nos venda una película de Hospitales porque ya somos todos muy mayores y eso de
salvar vidas suena a coña marinera.
- Entonces, para que yo me aclare ¿hay que
pedir radiografías a todos los ingresos?
- Pues naturalmente Licenciado Rodríguez, ¿pero
cuantas veces hay que decirle a usted las cosas? De toda la vida se han pedido
las placas de urgencia y si da la casualidad que el Servicio de Rayos está
colapsado, cosa que ocurre con cierta frecuencia, se va poniendo el tratamiento
al paciente y cuando llegan los resultados y en base a los hallazgos, se
modifica y santas pascuas. ¿Se ha enterado o se lo repito por enésima vez?
- No se preocupe que me he enterado
perfectamente.
- Muy bien. - El Dr. Roucanes miró de soslayo
al paciente y levantó lentamente las sábanas que lo envolvían y después de descolgar el
estetoscopio que lo llevaba como todos colgado del cuello, lo aplicó con
suavidad al tórax del paciente. Respire, no respire, respire, no respire. Bien,
tápese no vaya a coger un resfriado.
El paciente presentaba un
buen aspecto, afeitado, rigurosamente peinado con gomina y el pelo estirado al
máximo. Un pijama de rayas azules y blancas le daba un aspecto pulcro. Casi sin
darse cuenta, el Dr. Roucones examinó las uñas de Fernando Altozano apreciando
lo cuidado de las mismas y el buen relleno capilar a la presión moderada lo que
daba idea de la buena evolución del accidente isquémico sufrido unos días antes
y de que se trataba de un paciente que no era, desde luego, un trabajador
manual.
- Bien – El joven Jefe se volvió a colocar el
fonendo en su lugar original - ha tenido
un infarto importante, pero hasta ahora está evolucionando con absoluta
normalidad lo que quiere decir que tendrá que permanecer unos días más con
nosotros en la UVI
y después lo pasaremos a planta. ¿Alguna pregunta?
El enfermo trató por todos
los medios que las lágrimas no apareciesen por sus mejillas pero no pudo evitar
que sus ojos sintieran como un hormigueo que le hizo cerrarlos en dos o tres
ocasiones antes de preguntar
- ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
- Cinco días, Fernando – le contestó un
enfermera que acudió rapidamente.
- Es curioso, pero no me acuerdo de nada. –
Fernando se tocó las manos y se dio cuenta que las dos estaban con unos
catéteres que desde sus venas se desplazaban hasta unas botellas de suero que
permanecían suspendidas en lo alto de unos pies de gotero. Sus ojos se
desplazaron lentamente por la amplia UVI y las sensaciones fueron dando paso a
un tremendo cansancio. El simple hecho de mover los párpados ya le suponía un
esfuerzo y casi sin darse cuenta se volvió a dormir, mientras le pareció
escuchar como una enfermera le animaba a dormirse y a no pensar en nada.
El pasillo de la UVI era una zona donde las
horas pasaban con una lentitud exasperante, las familias se entremezclaban
contándose sus cuitas y todo se reducía a una espera hasta la hora de informar
los Médicos del Servicio de Cardiología. Sobre la una y media de todas las
mañanas se repetía la misma escena: una enfermera joven, generalmente con buena
pinta, discretamente retocados los labios con una barra de carmín y con sus
manos ocupadas con un sin fin de informes, se plantaba en el medio del pasillo
y con una voz cálida preguntaba por los distintos familiares de los pacientes
ingresados y con un pequeño gesto de su cabeza les indicaba que pasasen al
despacho de información.
En esta ocasión el turno
le tocó a la mujer de Fernando, Mamen, que se encontraba acompañada por una
amiga del matrimonio que había estado a su lado de manera casi permanente en
esos días que se le habían hecho eternos. Al principio, el desfile de
familiares y amigos había sido incesante y ni un minuto había estado sola en la
sala de espera, pero los días iban pasando y todos volvían a sus trabajos y las
visitas se iban espaciando, excepto las de Conchi Zárate que permanecía al pié
del cañón.
Mamen acudía al hospital a
las diez de la mañana y cada hora se asomaba a la ventana de la UVI para contemplar a un
Fernando completamente dormido que no movía ni un solo músculo mientras las
máquinas realizaban su función. Había tubos por todas partes y el movimiento de
las enfermeras era espectacular. Cada poco, alguna se acercaba y manipulaba
algo, unas veces ajustaba el respirador, otras abría o cerraba los sueros, a
veces vigilaban la tensión y en ocasiones le auscultaban con movimientos que
demostraban una gran profesionalidad. Lo único molesto era que sistemáticamente
cerraban la cortina de la ventana entre la UVI y el
pasillo e impedían la visión de su trabajo, excepto por una pequeña rendija,
aunque es cierto que después de cada maniobra volvían a abrir y a través del
interfono le comunicaban que todo se iba desarrollando con normalidad. Alguna
vez la asustaban con un parece que le ha subido algo la frecuencia cardiaca o
parece que hoy tiene algo de fiebre, pero a la una y media el Médico se
encargaba de explicarle que la evolución era como tenía que ser, aunque siempre
añadían un hasta el momento actual.
La atención hacia el
paciente, desde fuera, parecía perfecta, la información escueta, pero
suficiente, aunque el familiar siempre quería algo más y en el caso de Mamen y
sobre todo por parte del Dr Cuesta, Adjunto del Servicio y el que lo había
recibido el día que le ocurrió el percance era una información casi al minuto.