sábado, 22 de mayo de 2021

REQUIEM POR UNAS IDEAS. CAPITULO 17

 

 

 

CAPITULO 17.-

 

El teléfono móvil sonó en la casa familiar de Antonio Cruz quien distraídamente lo tomó con su mano derecha.

-      Buenos días – una voz que le resultaba conocida le saludaba con una sonrisa que se adivinaba a través de las ondas del pequeño aparato

-      Buenos días – contestó Antonio levantándose del sillón instalado en la terraza de su casa rústica en las cercanías de Astorga – me resultas una voz conocida pero ahora mismo no caigo quien eres

-      No me extraña porque hace tiempo que no compartimos siete meses de estancia en un castillo – contestó la voz de Carlos García Alía

-      Coño, Carlos, que sorpresa – el Teniente Coronel de la Guardia Civil se levantó y se apoyó en la barandilla de su primer piso pintada de azul, como la mayoría de los balcones de aquella zona. El sol empezaba a jugar al escondite con la luna, el calor iba haciendo su aparición como era normal en aquella época del año, aunque una brisa trataba de amortiguar el cambio habitual de temperatura, las montañas que constituían la frontera natural entre Castilla y León y Galicia que se divisaban en el horizonte iban cambiando su color invitando a los múltiples caminantes que hacían la ruta hasta Santiago que continuaran su camino ya con un sol  – ¡que alegría me da oírte! ¿qué tal estás?

-      Muy bien, muy bien – contestó Carlos - ¿estás en el pueblo o en Madrid?

-      Pues mira, hace una semana nos vinimos para el pueblo escapando del calor de Madrid y por aquí andamos disfrutando de esta tierra que es una maravilla

-      Te llamaba porque si mañana estás nos podríamos ver

-      Encantado, Carlos, faltaría más ¿tu donde estas?

-      Yo ahora mismo estoy en la Residencia de Marina en Madrid, pero mañana vamos hacia Ferrol a la boda de un hijo de un compañero de promoción y Cristina y yo pensamos que sería un buen momento para vernos

-      Mejor imposible ¿venís solos o con algún hijo?

-      No, no, vamos solos

-      Estupendo. Venís a casa y comemos juntos. Ya verás – Antonio hacía planes sin contar con su mujer – Guadalupe hace un cocido maragato que está impresionante y charlamos un rato ¿te parece?

-      No se que decirte, porque un cocido va a ser mucho para luego llegar hasta Ferrol

-      Venga, Carlos, déjate de historias que yo se que eres de buen diente.

-      Bueno, de acuerdo, lo más que puede pasar es que nos quedemos a dormir en Astorga y al día siguiente continuamos

-      Me parece muy bien, pero nada de hoteles, dormís en nuestra casa que tenemos sitio de sobra. No te preocupes que yo te organizo todo. Lo único que tienes que hacer es buscar en el ton-ton del coche un pueblo que se llama Celada y yo te espero allí en un bar que se llama Mesón Quiñones.

-      Si, lo conozco, es un sitio que cuando estaba destinado en Ferrol y volvía a Cartagena comíamos allí con los niños.

-      Pues allí te espero mañana ¿de acuerdo?

-      Muy bien. Mañana nos vemos, pero no prepares ninguna habitación porque lo más seguro es que continuemos viaje.

-       Lo que queráis pero aquí tenemos sitio de sobra. Hasta mañana

-      Hasta mañana, sobre la una o una y media estamos allí.

-      Perfecto – Antonio apagó el móvil y cientos de pensamientos pasaron por su cabeza de aquella temporada que permanecieron en prisión. Fueron unos meses duros, muy duros, sobre todo para Carlos que tenía poca o ninguna experiencia en arrestos domiciliarios, pero tantas horas juntas les proporcionaron una amistad, que a pesar del tiempo transcurrido, permanecía como muy estrecha. No se veían casi nunca, sus vidas eran absolutamente diferentes, pero en las pocas ocasiones que habían coincidido todavía persistía una llama que no se apagaba con el tiempo.

Antonio se asomó al balcón y llamó a su mujer que apareció en el patio mirando para arriba

-       Me acaba de llamar Carlos Gonzalez Alía que mañana vienen a vernos

-      ¿Con Cristina?

-      Si, vienen los dos porque van a una boda a Ferrol y así nos vemos

-      Muy bien – contestó Guadalupe mientras se limpiaba las manos en un mandil – ¿sabes si se van a quedar a comer?

-      Si, claro y les he ofrecido un cocido maragato.

-      Muy bien porque dicen que mañana bajan algo las temperaturas porque si no iba a ser mucha comida.

-      No te preocupes que Carlos come como una lima

-      ¿A que hora vienen?

-      He quedado a la una en el Mesón Quiñones

-      Me parece fenomenal así recordáis aquella época

 

La mañana se presentó algo nubosa aunque no parecía que fuera a llover. A los lejos, unos rayos de sol hacían esfuerzos por hacer acto de presencia en la maragatería y los árboles se disponían a provocar la sombra necesaria para que la casa de los Cruz estuviera perfecta para lo que se suponía que sería una charla entretenida de dos ex-presos.

Carlos llegó a la hora convenida al Mesón Quiñones, aparcó su coche enfrente del bar y allí en una pequeña terraza le esperaba sentado su amigo Antonio Cruz que se levantó rápidamente en cuanto los vió al otro lado de la carretera. Carlos y Cristina miraron a ambos lados de la calzada y comprobaron que no venía ningún coche por lo que atravesaron los pocos metros que les separaban del Teniente Coronel de la Guardia Civil y los tres se fundieron en un abrazo. Fue un momento realmente emocionante. Las lágrimas que derramaban los ojos de Cristina eran el reflejo de los meses vividos tanto por Antonio como por Carlos en aquel viejo castillo a las afueras de Cartagena y como sus mujeres habían sufrido soportando la humillación ante mucha gente de tener a sus maridos arrestados. A los pocos minutos la calma pareció interponerse entre aquel improvisado trío y se miraron mutuamente como no queriendo reconocer el paso del tiempo.

El primero en abrir el fuego del diálogo, tantas veces postpuesto por los diferentes destinos por los que ambos habían caminado, fue Carlos quien casi sin soltarse del abrazo comentó

-       Que bien te veo Antonio, estás hecho un chaval – le comentó mientras le volvía a abrazar

-      Tú que me miras con buenos ojos. Por fuera parece que estoy bien pero por dentro estoy hecho un viejo que no te lo puedes ni imaginar.

Cristina preguntó:

-       Es verdad lo que te dice Carlos, por dentro estarás viejo, tú sabrás pero por fuera y encima con ese moreno maragato estás muy, pero que muy bien.

-      Muchas gracias Cristina – Antonio se mostraba un poco incómodo ante tanto piropo – tú si que estás guapa

-      Gracias, pero también es verdad que soy mucho más joven que vosotros dos, eso hay que tenerlo en cuenta – Cristina sonrió mientras les daba unas pequeñas palmadas en las manos de ambos que se encontraban encima de la mesa - y Guadalupe ¿no ha venido?

-      No, está en casa preparando el cocido maragato que nos vamos a comer dentro de un rato, pero no te preocupes porque enseguida la vemos. ¿queréis tomar algo? Aquí en este bar hay un vino de por aquí que está buenísimo

-      Yo casi prefiero un refresco porque no me gusta beber cuando estoy de viaje

-      Pues te adelanto que puedes beber todo lo que quieras porque hoy os quedáis a dormir en nuestra casa – el matrimonio de Marina procedente de Cartagena intentó contestar pero con un gesto de su mano derecha lo impidió Antonio – y no se hable más, después de tanto tiempo tenemos mucho que comentar y seguro que nos dan las tres o las cuatro de la mañana en la terraza de mi casa que no os podéis imaginar como se está de bien

-      Nosotros casi preferimos seguir – trató de decir Carlos que rápidamente fue interrumpido por el Coronel de la Guardia Civil

-      En tu destino de Cartagena mandarás mucho y en tu casa más, de eso estoy seguro, pero aquí, en pleno centro de Castilla León y en un lugar apartado del mundo no le des vuelta que la Guardia Civil es la que controla la situación y ya os hemos preparado la habitación para que durmáis como Dios manda y no pasando un calor que te mueres, como os pasa en Cartagena, y encima con manta que os parecerá mentira.

Carlos miró a su mujer con una sonrisa cómplice

-      Si ya te lo decía yo cuando veníamos – un camarero se acercó y Antonio le pidió tres claretes – seguro que nos van a invitar a su casa

-      Es lo menos que podía hacer porque ¿hace cuanto que no nos vemos? ayer lo comentaba con Guadalupe y hace por lo menos cinco años.

-      No tanto, Antonio. Si que hace cinco años que salimos del Castillo, pero hará como dos años o por ahí que nos encontramos en una presentación de un libro sobre el papel del Ejército español en Africa ¿te acuerdas?

-      Es verdad, no me acordaba, pero casi no tuve tiempo de hablar contigo porque yo tenía que presentar al autor y luego aunque hubo una cena yo estaba allí en representación y tenía que departir con un montón de oficiales de los distintos Ejércitos

-      Pero eso no fue hace dos años – interrumpió Cristina – hace más porque no había nacido nuestra hija pequeña.

-      En el fondo es igual – Antonio brindó con los pequeños vasos de vino clarete que les había servido un camarero acompañado de unas aceitunas y un plato con jamón y queso- lo importante es que, por fin, estamos juntos y esto hay que celebrarlo - A continuación bebió un poco de vino y les ofreció jamón y queso a sus visitantes. Pasaron unos minutos y Antonio les indicó que ya era hora de ir a su casa, Guadalupe les estaría esperando y como no fueran pronto le caería una buena bronca porque no sabéis como está mi santa. Se ha vuelto una “regañadora permanente” y encima dice que es por mi bien.

-      Perdonarme un segundo, voy al cuarto de baño y enseguida estoy con vosotros.

-      No hay problema

Cristina entró en el bar, preguntó por el Servicio y al pasar vió dos cuadros en la pared que le llamaron la atención. Uno era como una secuencia de dos burros separados unos metros, pero unidos con una cuerda y un montón de paja en el centro. La cuerda estaba tensa porque los dos pretendían tirar hacia su lado. La escena siguiente se veía a los dos burros con dos signos de interrogación encima de sus cabezas y la siguiente era como uno de ellos, permitiéndolo el otro, se acercaba al montón de alimento que había en el centro y se comía la mitad y la última era la sonrisa del burro ya bien alimentado casi al lado de la comida mientras una vez destensada la cuerda, permitía que el otro animal también comiera tranquilamente y debajo un pequeño comentario: “Colaboración, no seamos borricos”

Casi a la misma altura pero varios metros hacia el pasillo que conducía a los servicios y después de varios cuadros de fotos antiguas de como era el Mesón Quiñones hacía muchos años con los carros haciendo cola en la puerta, se encontraba un pequeño cuadro de un Almirante de Marina que, dado el lugar en el que estaba colgado no parecía tener mucho sentido.

Al salir Cristina le comentó a Antonio que hacía aquel cuadro en ese pequeño pueblo y éste le contestó

-      Es una foto del Almirante Bastarreche que les consiguió una línea de teléfono a los dueños del Mesón, hace muchos años

-      ¿El Almirante Bastarreche no es el que tiene una plaza en Cartagena? – preguntó Cristina a su marido

-      Tenía – contestó Carlos – Don Panchote que era el mote por el que lo conocía todo Cartagena, fue Capitán General muchos años y fue el que consiguió llevar el agua y por eso le pusieron el nombre y un busto en el centro de la plaza cerca de la estación, pero cuando vinieron los que no eran de derechas se la quitaron y el busto creo que está en el Museo Naval.

-      Que historia más curiosa.

Apuraron sus vinos, Antonio se despidió del dueño del local, abrió su coche y se sentó en su  Range Rover al que se le notaba, igual que a su dueño, los muchos años transcurridos por aquellos caminos que surcaban toda la provincia de León, conectando pequeños pueblos de no más de quince o veinte habitantes por los que no hacía tanto tiempo circulaban los carros que transportaban diferentes mercancías desde Galicia hasta el centro de la península ibérica y viceversa. Atravesaron un par de mínimos núcleos rurales, hacía calor, claro que eran las dos de la tarde, aunque en nada comparable con el de Cartagena, el paisaje era interesante con las torres de las Iglesias queriendo arropar en su seno a las diez o doce casas que le servían de protección, ningún vecino visible y en la puerta de algunas de ellas se disponían  pequeñas sillas para después de la siesta. En todo el trayecto solo se cruzaron con un tractor, conducido por un leonés gordo, con la gorra calada hasta casi las cejas y su eterna colilla en la comisura de la boca que los saludó como si los conociera de toda la vida mientras se arrimaba lo más posible a la cuneta para dejar pasar a aquellos dos vehículos procedentes de Celada.

En la de la vieja casa de los Cruz, como eran conocidos en toda la comarca desde que Guadalupe se casó con su novio de toda la vida, ya estaba la mujer de Antonio cubierta con un gorro de paja, una sonrisa de oreja a oreja, con una camisa blanca con un ribete rojo que hacía juego con sus mocasines del mismo color y un pantalón corto azul marino.

Se abrazaron y enseguida Guadalupe les invitó a conocer la casa. Carlos y Cristina iban pasando admirando la cantidad de aperos de labranza que adornaban las paredes. La entrada era muy amplia al fondo, un viejo carro parecía casi preparado para salir en cualquier momento. Muy cerca de la puerta estaba una enorme chimenea con varios bancos de madera a su alrededor que en tiempos era lugar de parada para muchos de los viajantes. Disponía de unas barras de madera para colgar las monturas de los caballos y todavía se conservaban algunas mantas de aquella época. Allí, según les comentaban los dueños actuales, sus ancestros se reunían para hacer tratos, vender comida o ganado o para simplemente charlar de cualquier cosa al abrigo de una chimenea que en invierno les calentaba toda la casa.

-       ¡Que bonito! – comentó Carlos mientras asomaba la cabeza por el tiro de la enorme chimenea – esto es una joya, ¡que preciosidad! ¿todavía la encendéis en invierno?

-      Todos los días. Aquí hacemos las tertulias con nuestros hijos cuando están y si no con algunos vecinos, viene mucho un Médico que lleva tres o cuatro pueblos, se acerca de vez en cuando algún cura y la verdad es que lo pasamos muy bien y más tranquilidad imposible.

-      No me extraña porque esto es una auténtica maravilla – Cristina también miraba para todas partes embobada.

-      Mira la cocina – Guadalupe estaba encantada de mostrar a sus viejos amigos uno de los lugares mas antiguos de la casa. Las ollas de un bronce reluciente con unos mangos muy largos, junto con una colección de planchas de más de un siglo de antigüedad eran la decoración completada con dos trajes maragatos, rigurosamente enmarcados. Una larga mesa de madera con unos bancos a ambos lados era el complemento ideal para un lugar tan típico. La cocina era, según la propia expresión de Guadalupe, como las de antes, exactamente igual, de leña, con tres fuegos y por encima el horno que se introducía en la pared a través de amplio orificio protegido por una puerta de hierro con los herrajes del mismo material – si queréis sacar la maleta del coche y la dejamos en vuestro dormitorio porque os quedáis a dormir supongo

-      Bueno, nosotros…..

-      Vosotros no tenéis nada que opinar – intervino Antonio – ya te he dicho que aquí mando yo.

-      Ya pero nosotros tenemos que llegar a Ferrol y ……

-      Capitán de Navío D. Carlos Gonzalez Alía, suba inmediatamente la maleta a su habitación y le quiero ver aquí dentro de un minuto y no discuta mis órdenes.

-      A sus órdenes mi Teniente Coronel.

 

El cocido estaba impresionante, como ya había avisado Antonio, Carlos comió como una lima y hasta se permitió el lujo de repetir

-       Guadalupe, este es el mejor cocido que he comido en mi vida, te lo puedo jurar por lo que quieras

-      Que exagerado eres, como se nota que me lo dice un amigo.

Las dos parejas que habían sufrido en algún momento de su vida unas condiciones parecidas, estaba pasando una velada muy agradable y aunque los dos maridos habían prometido no volver a inmiscuirse en temas políticos, era imposible porque, como en cualquier reunión familiar, la política siempre está presente. Se multiplicaban las anécdotas que ambos contaban de su estancia en el Castillo de Cartagena donde estuvieron arrestados nada menos que siete meses, que se dice pronto, pero son muchos días, afirmó Carlos

-       Claro que para ti se harían más cortos porque la práctica también hace mucho

-      No te creas – en la cara de Antonio se reflejaba una cierta duda – es cierto que estuve de arresto en arresto durante muchos años, pero eso no te da experiencia, al revés – Antonio saboreo un tinto que se sirvió de una jarra de barro – sinceramente yo sigo convencido que todo lo que hice lo volvería a hacer pero también tengo que reconocer que es un poco egoísta por mi parte porque en ningún momento pensé en la repercusión que todo eso iba a representar en la vida de mi propia familia y no tanto por Guadalupe – la miró con emoción – si no por mis hijos. El mayor no, porque ese ha salido a mí, pero el segundo lo lleva fatal y de hecho ya no vive con nosotros

-      ¡Que pena! – afirmó Carlos

-      Si, es una pena pero las cosas son así. No se a quien habrá salido pero su manera de pensar es justo la contraria de la mía

-      ¿Y no lo véis nunca?

-      Muy poco, viene a comer una vez al año, pero ni en Navidades ni en las fiestas especiales aparece. Nos ha salido más rojo que Carrillo.

-      Antonio por favor – Guadalupe intervino tratando de relajar la tensión que se veía venir – ese tema lo hemos discutido muchas veces y no tiene arreglo. Tenemos dos posibilidades o lo aceptamos como es o nos quedamos sin hijo y yo, desde luego, prefiero la segunda opción.

-      Yo estoy de acuerdo con Guadalupe – esta vez la que hablaba era Cristina – aunque me parece que es muy fácil decirlo y mucho mas difícil de resolver si nos hubiera pasado a nosotros ¿verdad Carlos?

-      Por supuesto que es muy complejo, pero yo pienso que hablando se entiende la gente, pero partiendo de la base que no conozco a vuestro hijo, pero procediendo de la familia que viene, algún poso tiene que tener ¿no?

-      No lo se, sinceramente no lo se. Lo veremos la semana que viene porque hemos quedado en ir a comer con él y con su novia.

-      Ya verás como todo se arregla- Carlos levantó su pequeño vaso de aguardiente – vamos, si os parece a brindar por estar todos juntos y dejamos las tristezas para otro día ¿de acuerdo?

-      Muy bien, Salud – los cuatro levantaron sus copas y Antonio no puedo por menos que decir – y que viva España

-      Antonio, por favor – Guadalupe que quería bajo ningún concepto que sus invitados se sintieran incómodos

-      Déjale que nosotros pensamos igual que él. Viva España - clamó Carlos.

Pasaron a la amplia terraza donde estuvieron hablando hasta altas horas de la noche, bajo un cielo estrellado, un temperatura agradable aunque los cartageneros se pusieron una cazadora cada uno encima que les ofreció Antonio de un enorme perchero donde se apilaban pellizas con muchas historias que contar, mantas que sirvieron de abrigo a varias generaciones, gorras de muy distinta procedencia, bastones de todas las formas y colores y todos presididos por un tricornio de la Guardia Civil que hacía de mascarón de proa de tantos elementos apilados sin orden ni concierto.

Cristina trataba de dar por finalizada la reunión consciente como era que al día siguiente tenían que llegar a Ferrol sin falta y sobre todo porque el que conducía era su marido, que ya no era ningún niño y tenía que dormir unas cuantas horas para para eliminar un sinfín de copas que habían caído en tan larga charla.

Durmieron como hacía años que no lo hacían, las mantas eran gruesas de lana, de esas que ni en invierno se utilizan en Cartagena, no se oía absolutamente nada y el sueño solo fue alterado por un gallo que, al alba, quería demostrar que andaba por allí. A pesar de todo, Carlos y Cristina durmieron una hora más y fue Antonio el que desde la cocina con un cucharón daba golpes en una olla, como dando las horas y comunicando a sus invitados que las migas con huevo frito le estaban esperando para un desayuno como Dios manda.

Después de un buen rato departiendo y de un interminable adiós se metieron en su coche y continuaros viaje a Ferrol. Antonio y Guadalupe se quedaron solos como los días anteriores.

-       ¿Cómo has encontrado a Antonio?

-      Yo creo que si lo veo por la calle no le reconozco, ha envejecido un montón

-      Estoy de acuerdo – Carlos continuaba atento al volante en aquellas largas rectas de las cercanías de Astorga – incluso yo voy un poco más lejos, me da la impresión que está muy enfermo. Tiene una tos que no me gusta nada

-      Yo eso no lo había notado, pero si que está como un abuelo, parece como si hubiera encogido.

-      Eso lo dices porque no me miras a mí con los mismos ojos, Cristina

-      Que va, no compares, a ti no se te notan para nada los años que tienes

-      Anda pon la radio y déjate de contar mentiras – una sonrisa apareció en la cara de Carlos.

 

 

Antonio y Guadalupe asistían a una maravillosa puesta de sol desde su amplia terraza

-        Debemos de ir pensando cuando nos vamos, Antonio. Te recuerdo que tenemos una comida pendiente con Julián y con su novia.

-       Casi prefiero que no me lo recuerdes

-      Puede ser una oportunidad para intentar que las aguas vuelvan a su cauce ¿no te parece?

-      ¿Me preguntas a mí?

-       Claro, ¿a quien se lo voy a preguntar? – contestó Guadalupe

-      Yo te lo prometí hace unas semanas y lo voy a cumplir, pero que conste que no tengo ninguna esperanza. Ese chaval va por camino equivocado y no hay manera de hacerle entrar en razón.

-      De todas maneras, te recuerdo que dentro de la promesa que me hiciste de comer con él, iba incluido que no se tocaría el tema político

-      Eso espero, porque si no, nos volveremos a enganchar como siempre.

 

Pasados unos días, Guadalupe habló con su hijo por teléfono y quedaron para comer en lo que se podría definir como un terreno neutral, ni en su casa ni en la de su hijo, mejor en un restaurante en el centro que el matrimonio conocía desde hacía bastantes años.

El matrimonio llegó primero y a los pocos minutos apareció Julián solo. La sorpresa fue mayúscula porque esperaban conocer a la novia

-      No ha podido venir porque se le ha estropeado la furgoneta y se la están arreglando en Valdemorillo

-      Pero ¿vosotros vivís allí?

-      No – a Julián se le notaba que no estaba cómodo – estaba vendiendo sus zapatillas en un mercadillo y cuando fue a arrancar la furgoneta no pudo y ha ido uno de un taller y están intentando solucionarle el problema.

-      Que pena porque era una oportunidad para conocerla.

-      Si os parece, comemos y luego si está en casa vamos a verla, al conocéis y de paso véis donde vivimos

-      Me parece muy bien – intervino rápidamente la madre sin darle oportunidad de opinar a su marido que miraba arqueando las cejas

-      ¿Qué tal te va? cuéntanos algo de tu vida que hace mucho que no te vemos.

-      Tengo que reconocer que muy bien – Julián contestaba mientras devoraba un plato de arroz a la cubana – estoy hasta arriba de trabajo, de vez en cuando tengo que viajar y me va muy bien, la verdad

-      ¿En que consiste tu trabajo? – preguntó Antonio con parsimonia como no queriendo oir la respuesta aunque por su hijo mayor sabía que estaba afiliado a un partido político de ultraizquierda y que vivía de okupa en un edificio del ensanche de Vallecas

-      Soy el Coordinador General de la Federación Española de inquilinos sin derecho a vivienda, que es como una rama de Podemos

-      O sea – el padre no pudo reprimirse – que sigues con esa pandilla de impresentables que pretenden hacer que España sea un país sin una constitución, sin leyes básicas y que cada cual haga lo que le de la gana.

-      Papá, por favor, no empieces – contestó Julián mientras Guadalupe le miraba a su marido con pena reflejada en sus ojos de los que no salían lágrimas, pero no por falta de ganas

-      Vamos a dejar la fiesta en paz. Estoy de acuerdo – Antonio Cruz apuró su copa de vino

-      ¿Y tu novia como es?

-      Es muy buena gente y bastante guapa, si es eso lo que quieres saber. Su padre era un destacado sindicalista y ella se dedica a trabajar para ganarse la vida sin depender de nadie

-      Pero vivís juntos ¿no?

-      Claro

-      Y el dinero ¿también lo tenéis separado? o como funciona eso de las comunas

-      Antonio, por favor – terció la madre

-       Déjalo Mamá que ya le dije hace tiempo que vivía de okupa con mi novia. No me molesta y respecto a lo que me preguntas te diré que una parte importante de lo que ganamos se lo damos al partido y es el Comité Directivo el que resuelve como se reparte según se decida en asamblea

-      Ya - Antonio se limpió su bigote con una servilleta y dio por finalizada la comida – Guadalupe yo me voy a casa y tu si quieres vete con él.

-      Antonio por favor

-      No te preocupes mamá, que se vaya a casa y nos vamos los dos a conocer a Dori.

-      Me parece muy bien – Antonio pidió la cuenta, pagó y se fue tranquilamente por donde había venido.

Al salir del restaurante notó como su mujer le agarraba por detrás, pero a pesar de todos sus esfuerzos no dio su brazo a torcer y ante la imposibilidad de continuar con aquella conversación, Guadalupe volvió a entrar, se encogió de hombros ante su hijo y mientras le daba un beso le dijo casi al oído

-       No te preocupes, ya sabes como es tu padre, lo intentaremos otra vez más adelante