miércoles, 29 de julio de 2020

Así fue y así paso Capítulo 41


CAPITULO 41.-

Fueron unos meses de una felicidad que se reflejaba en cada uno de nuestros gestos, hasta la propia Noguá que hacía las veces de enfermera mientras Jane me ayudaba en quirófano, una mañana mientras que pasábamos visita nos felicitó y nos deseó que fuera una relación duradera, hasta que Dios quiera, nos dijo visiblemente emocionada.
-         ¿Tanto se nos nota? – Jane le preguntó con la mejor de sus sonrisas
-         Señorita ¿cómo me pregunta eso? – nos miró con envidia – pues claro que se les nota. Desgraciadamente yo no he tenido oportunidad de conocer ese sentimiento porque a los nueve años mis padres me entregaron a un hombre cuarenta años más viejo que yo y desde entonces se puede decir que no tengo sentimientos pero ojalá lo hubiera sentido.
-         No desesperes Noguá que nunca se sabe donde puede aparecer y lo mismo cualquier día nos vienes con la misma felicidad que ahora tenemos nosotros
-         Me extrañaría, pero todo puede suceder.

Los pacientes aumentaban en número diariamente como si de una pandemia se tratase, nos las veíamos y nos las deseábamos para darles una cama a los que la necesitaban pero, mal que bien, íbamos resolviendo los problemas de espacio. En cuanto al personal no teníamos problemas porque ya habíamos creado lo que pomposamente llamábamos “Escuela de Enfermería” donde cerca de diez voluntarias aprendían los conocimientos mínimos para tratar a un paciente hospitalizado. Eran ocho chicas y dos chicos que aprendían a velocidad de vértigo para que cuanto antes se les pudiera incorporar a esa plantilla en la que ayudaban con una solidaridad impresionante a todos los pacientes. Al principio ayudando a las enfermeras más antiguas y luego volando solas y solos. Igualmente inauguramos la “Escuela de Celadores” en la que curiosamente no había ninguna mujer y tuvimos oportunidad de formar a los más fuertes de los presentados. La Misión iba tan viento en popa que hasta Pepe se permitió el lujo de tener un ayudante que lo único que sabía era poner más o menos éter en el aparato de anestesia a demanda del Cirujano y que era tan feliz realizando su cometido que nos contagiaba a todos, incluso en los momentos, que hubo más de los necesarios, de mayor urgencia. Tenía una tranquilidad innata y cuando algún paciente fallecía se quedaba completamente satisfecho con su labor y repetía constantemente “contra la voluntad de Dios no se puede hacer nada”. Se quitaba la mascarilla y se iba a hablar con los familiares como si fuera yo mismo y supongo que les haría este mismo razonamiento porque todos admitían la pérdida de su ser querido con la mayor naturalidad del mundo.

Mientras que el tal Jemén hacía las funciones de Anestesista, Pepe se dedicaba a poner música por todo el quirófano y por toda la zona de hospitalización, música que no tengo ni idea de donde la sacaría que era completamente autóctona y los pacientes lo agradecían con sus sonrisas. Estableció un curioso sistema de altavoces que introducía en piedras que enmarcaban las puertas de entrada y se distribuía con una calidad de sonido excelente e incluso algunas veces nos echaba una mano en las cirugías y teníamos que soportar sus opiniones como si hubiera estudiado la carrera de Oxford, pero es cierto que nos hacía superar con facilidad muchos momentos de intenso cansancio y salíamos de operar tan contentos. Pepe tenía la cualidad, que no es fácil de conseguir, de hacerse amigo de todo el mundo, de unos porque los conocía de las consultas, de otros porque eran de aldeas, más o menos, próximas y de otros muchos porque trataba de tranquilizarles con sus bromas que generalmente se las tomaban muy bien, a pesar que les decía cosas como “ no te preocupes que es la primera vez que voy a dormir a alguien” o “tú tranquilo que en este quirófano está prohibido morirse” y los pacientes empezaban a relajarse antes que el éter llegara a sus cerebros.

Hacía algunas semanas que el Padre Javier no estaba por la Misión, según contaba Pepe que se sabía cualquier chisme que circulara por la zona, se había ido a visitar a otro Misionero que estaba un poco más allá de las montañas que se veían en el horizonte y tardaría en volver un mes. Una tarde cuando estábamos en la consulta apareció y nos sorprendió porque venía como mucho más envejecido. La barba más larga, el pelo como siempre en una coleta, las botas peor que nunca, la cartera sobre una correa en su hombro derecho y la cara reflejando un tremendo cansancio y todo en conjunto con sensación de tristeza No quería interrumpir y se quedó como una hora con los brazos cruzados oyendo todo lo que nos comentaban los pacientes.

-          Esto es mucho más divertido que un confesonario – interrumpió la consulta en un momento en que parecía que no esperaba demasiada gente – nunca se me había ocurrido que los pacientes contaran tantas cosas.
-         Es la vida, Padre – le dije desde mi mesa – cuando el cura desaparece nosotros tenemos que hacer su labor.
-         Bueno, bueno, vosotros seguir con lo vuestro que me voy a dar una ducha y espero que luego me convidaréis a cenar ¿os parece bien?
-         Por supuesto – contestamos Jane y yo a la vez
-         Por lo  que he oído por ahí tenéis muchas cosas que contarme – nos guiñó un ojo con picardía - ¿Es verdad?
-         Este ha hablado con Pepe – Sonrió Jane.
-         Seguro – afirmé.

La noche llegó, las estrellas brillaban con más fuerza que otras veces, posiblemente avisadas de lo que se avecinaba, mientras Sinoa dormía plácidamente en lo que ya era “nuestra cama”
Javier se había puesto sus mejores galas cambiando su sucio gabán por una camisa blanca con su inseparable cruz de madera sobre su pecho, pantalones de pana azules y unos calcetines blancos envueltos en unas sandalias casi nuevas como queriendo demostrar su alegría.

Habíamos cenado una pasta al mas puro estilo siciliano y unas carnes a la parrilla con patatas que estaban como para chuparse los dedos, todo ello acompañado de un buen vino de Rioja como debe de ser y ya estábamos dispuestos a iniciar la charla habitual de nuestros encuentros. Los tres con nuestra copa de ese ron de origen desconocido que está, como diría un madrileño “como para ponerle un piso” esperábamos el inicio de lo que estábamos seguros iba a ser una velada larga y entretenida. El cura fue el primero que tomó la palabra y como siempre no se anduvo por las ramas.

-          O sea que – nos miró directamente a los ojos previo beber un poco de aquel ron  al que él había bautizado, nunca mejor con un poco de agua – que me voy cuatro días y os enamoráis ¿os parece bonito?
-         No ha sido tan rápido – contestó rápidamente Jane – y no hacía falta que te hubieras ido.
-         Ya ¿y ahora qué?
-         Ahora a disfrutar que por lo menos yo voy siendo mayorcito – me tocaba el turno a mí
-         ¿Así por las buenas? ¿os parece bien? – el cura nos miró con una expresión entre divertida y seria mientras Jane y yo no sabíamos a qué se refería - ¿se puede saber para que estoy yo aquí?
-         Bastante trabajo tienes con todos tus clientes como para pensar en nosotros – trataba de ganar un poco de tiempo para conocer sus intenciones – ¿se puede saber de donde vienes?
-         Me imagino que no os lo vais a creer pero iba caminando hacia la montaña para visitar a un Misionero que me habían asegurado que andaba por ahí y mi sorpresa fue mayúscula cuando una niña que yo conocía de haberla visto por aquí, me agarró de la mano y me invitó a acompañarla a su aldea porque su madre se estaba muriendo y quería que la viera.  Por supuesto que la acompañé y el panorama que me encontré fue para que se me quede grabado eternamente. La madre en el suelo, moribunda, caquéctica total con unos brazos como palillos, tapada con una manta y a su lado un hombre mayor de barba blanca tan delgado como ella que tenía en la mano una estampa de algún santo. Le pregunté de donde la había sacado y me contestó que hacía muchos años conoció a un Misionero que no sabía como se llamaba que se la había dado y le había dicho que cada vez que tuviera el más mínimo problema que le rezase a ese Santo que le ayudaría. El hombre, con su voz temblona y casi en un susurro me confesó que ya le había pedido ayuda en más de una ocasión y que siempre le había ayudado, pero que esta vez también se lo había pedido pero su hija se moría. Observé a la hija y le pregunté a su padre si sabía lo que tenía, me contestó que mucha fiebre y muy pocas ganas de vivir. Intenté hablar con ella pero no me contestó. Entonces le indiqué al viejo que le pusiera la estampa sobre su pecho y así lo hizo. A los pocos segundos abrió los ojos, miró a su padre, le sonrió, apretó con fuerza la estampa y casi sin voz me hizo prometerle que cuidara de su hija, a continuación cerró los ojos y con una expresión de calma en toda su cara, falleció

-          Joder, Javier, vaya putada – fue lo único que se me ocurrió en esos momentos

-         ¿Te puedes imaginar?, pero que le vamos a hacer, es la voluntad de Dios y no hay más remedio que acatarla, lo peor vino después

-         ¿No me digas que hubo algo más?

-         Si, comprobé que había fallecido, le puse las manos sobre el pecho apretando la estampa,  el padre rezó el Padre Nuestro que se sabía más o menos bien y cuando terminamos pude comprobar que la hija había desaparecido. La buscamos por todas partes y no la encontramos hasta pasadas veinticuatro horas. Estaba sentada a la orilla de un pequeño riachuelo y cuando intenté abrazarla me rechazó con una mirada de rabia como no había visto nunca y me dijo que me fuera que mi Dios en el que ella había creído no valía para nada. Traté de explicarle, pero no hubo manera. Sus últimas palabras fueron: si algún día cambio de opinión puedes tener la seguridad que te buscaré en la Misión, pero ahora ya no te necesito para nada y salió corriendo con rumbo desconocido. Sentí tanta impotencia que permanecí sentado unas horas y despacio, sin prisas, me vino andando hasta aquí, pidiendo a Dios que me diera toda la fe que necesitaba para superar esos momentos y aquí estoy otra vez, con mucha pena por lo que he presenciado estos últimos días pero también con la agradable sorpresa de saber lo vuestro lo que quiere decir que Dios me ha escuchado y parece como que eso me ha levantado un poco el ánimo.
-         Nos alegramos que sea así – Le serví un poco más de ron – y si, es verdad que Jane y yo nos hemos enamorado, no se puede negar, pero lo que no tengo tan claro es que sea de un día para otro – la miré mientras nuestras manos se juntaban y nuestros dedos se entrecruzaban – ahora ya se porqué me vine y me alegro. La razón principal de mi decisión fue Jane.
-         ¿Estás seguro? – Javier interrumpió mi discurso – no será que Dios ha utilizado a esta señorita como medio para traerte hasta aquí?
-         En el fondo me da lo mismo – no estaba seguro si esa era la respuesta más adecuada, pero fue lo primero que me salió – lo importante es que estoy aquí y soy feliz.
-         ¿Se puede ser feliz en un lugar como éste rodeado de miseria y hambre por todas partes? Javier no me dejó continuar - ¿te acuerdas que hace unos pocos meses hablamos de la felicidad y de donde se podía encontrar? Pues aquí la tienes y agradéceselo a Dios porque es el que interviene en todos estos casos
-         Eh ¿y yo no tengo nada que ver? – la eterna felicidad de Jane nos interrumpió
-         Por supuesto que si, faltaría más ¿os parece que brindemos?

Las tres copas chocaron entre si, Javier nos indicó que con unos breves cursillos matrimoniales que nos podía dar mientras dábamos un paseo por algún camino y como no teníamos necesidad de invitar a ningún familiar por razones obvias, la boda se podía celebrar cuando quisiéramos.

Al día siguiente nos invitó a dar una vuelta por un camino que conducía directamente a las montañas y a los pocos pasos nos preguntó:

-         ¿Os queréis para toda la vida?
-         Si – contestamos a la vez Jane y yo
-         Entonces juntad vuestras manos - y dándonos su bendición dijo: a partir de este momento consideraros marido y mujer. Por mí, os podéis besar.
-         Javier, perdona, pero falta un detalle muy importante
-         ¿Cuál?
-         Los anillos
-         Eso no hay problema, para eso tengo yo a Pepe que los ha comprado en la ciudad hace unos días. Venga, cada uno que le ponga el suyo a su pareja.

Parecían hechos a la medida, eran de plata con nuestros nombres y nos los colocamos cada uno en nuestros respectivos dedos

-          Solo me queda una pregunta ¿cómo lo sabía Pepe si Andrés se me declaró anteayer por la noche?
-           En las cosas de Dios yo nunca me meto.

Javier nos dio un beso, nos deseó suerte y se dio la vuelta. Nosotros continuamos agarrados de la cintura mientras las montañas, a lo lejos, se alegraban con nuestro nuevo estado civil.



Madrid, 29 de Marzo de 2020 (en pleno confinamiento por el coronavirus)

 


Así fue y así paso Capítulo 40


CAPITULO 40.-

Nunca en mi vida pensé que pudiera tener tanta capacidad de trabajo o lo mejor es que nunca me lo había planteado, pero trabajaba de sol a sol e incluso por la noche cuando aparecía alguna urgencia. Estaba todo el día de un lado para otro sin ni siquiera un minuto para pensar en mí. Lo normal es que después de desayunar tuviera ya alguien dando vueltas cerca de la consulta y aprovechaba para pasar visita una hora u hora y media, a continuación aparecía Jane y pasábamos visita a los pacientes ingresados, una visita que al principio era muy breve pero después se hacía más larga porque todas las camas del hospital estaban ocupadas. Tuvimos que hacer una nueva zona con más camas e incluso algunos dormían en el suelo para aquellos pacientes que no estaban para estar ingresados pero tampoco para irse a sus respectivas aldeas y mucho menos cuando la mayoría no tenían ningún medio de transporte y los tenían que llevar a lomos de algún camello. Tampoco tenían mucho interés en que les diéramos el alta porque aquí tenían asegurada la comida diaria y si tenían alguna complicación les atendíamos casi en el momento. A continuación de la visita, volvía a la consulta y allí estaba hasta la una, más o menos, entonces me iba a mi casa a comer, algunas veces comía entre paciente y  paciente porque me daba como vergüenza dejarlos en la puerta. Volvía a las dos, seguía pasando consulta y a las cuatro nos íbamos a quirófano y allí a operar hasta finalizar que, como mínimo, era nunca antes de las nueve de la noche. A continuación tomaba algo rápido y a dormir porque al día siguiente el horario volvía a ser igual. No había Domingos, excepto para ir a Misa cuando Javier estaba por aquí y nada más. Esos días, si podíamos, que eran pocas veces, tratábamos de dejar la tarde libre y la utilizábamos para organizar una pequeña tertulia con el cura en casa de Jane y ahí nunca mejor dicho que se hablaba de lo divino y de lo humano, aunque el cura siempre salía por los cerros de Ubeda porque en mi vida he conocido a nadie que le costara hablar de religión como a Javier, era curioso, pero era así. Decía que hablar en esta aldea de los misterios divinos era una salvajada observando lo que había, no tenía sentido y lo único que se podía hacer era darles comida, recibirlos con una sonrisa, ayudarles en su trabajo a los pocos que lo tenían y tratar de llevarles un poco de esperanza

-          ¿Tú crees que esta gente espera algo? – le pregunté un día que me pareció que estaba como más predispuesto para hablar de estos temas
-         Todo el mundo esperamos algo ¿no te parece?
-         No lo se – y no mentía porque no veía por ninguna parte que les podía pasar para mejorar su vida
-         Lo único que tengo claro es que lo que no creen es en los milagros y no me extraña, pero para ellos el hecho de que estemos aquí ya es una alegría y una cierta seguridad para tener comida y sobre todo si se ponen enfermos, alguien que los pueda curar.
-         Tampoco es para tanto
-         ¡Como que no! – Javier volvió a recordar expresiones de su pueblo que según decía le contaba siempre su Abuelo que debía ser un filósofo como el del desierto que decía pocas frase pero las que soltaba estaban llenas de contenido – hay un dicho que parece que está inventado aquí y es que “para el que nada tiene un poco es mucho” y es una verdad como un templo. Tú montas este hospital en España y te corren a gorrazos porque estás acostumbrado a residencias como La Paz o el 12 de Octubre, pero aquí y para ellos esto es mejor que la mejor clínica del mundo y me parece que eso es lo que de verdad esperan. Nada más, porque en el fondo no necesitan nada más.
-         ¿Te das cuenta lo que estás diciendo? – ahora fue Jane la que le cortó su razonamiento- Parece mentira que eso lo digas tú que estas en contacto directo con ellos ¿qué no necesitan nada? Pero si no tienen nada, ¡como que no necesitan lo que sea!, todo les viene bien.
-         Fijate – el Padre Javier era un hombre práctico, posiblemente sus años en Africa lo habían transformado hasta llegar a pensar de esa manera pero lo decía con tanta convicción que a mí por lo menos me hacía dudar en muchas ocasiones - ¿Cuántas veces les has visto llorar?
-         A lo mejor no les quedan lágrimas – lo dije y estaba convencido de ello después de esos pocos meses que llevaba trabajando en la Misión
-         Puede ser una razón, pero yo creo que no. Ellos a su manera son felices, saben que su vida es corta, por supuesto no tienen las expectativas de vida de un europeo o un americano, pero, para empezar, ellos no lo saben y viven el tiempo que sea lo mejor posible. Muchas de las comodidades a las que nosotros estamos acostumbrados, ellos nunca las han tenido y por eso no las echan de menos – Javier se quedó un rato pensativo sin decir ni una sola palabra – tienen los hijos que quieren y no se preocupan de su educación porque no tienen ninguna posibilidad de asistir a ninguna escuela simplemente porque no hay,  solo algunos afortunados como los que viven por aquí cerca pero al resto lo que les ocupa es que los hijos se hagan un poco mayores para que les ayuden en las labores del campo o el pastoreo y si son niñas las emparejan rápidamente para, aunque parezca una barbaridad, quitarse una comida y les buscan un marido que normalmente les da algún regalo y a seguir viviendo. Si llueve mejor aunque en sus chozas es muy probable que se empapen, pero si no llueve tampoco pasa nada porque siempre han vivido en un desierto y tienen que ir a buscar el agua al quinto pino, pero esa es su vida y tu me preguntabas si tienen alguna esperanza y yo me pregunto esperanza ¿de qué?
Muchas veces cuando los visito en sus aldeas me doy cuenta que tienen muy pocas necesidades, o si las tienen no las demuestran, viven mal, para mí sin ninguna duda, pero ellos no lo demuestran. Por eso te decía que hablarles de un Dios desconocido para ellos no es tan fácil, tienes que hacerlo con mucho cuidado y pensando bien todas las palabras y poco a poco algo les puedes sugerir, pero poco, muy lentamente. Para mí esto es una labor de muchos años, empezando por los niños en catequesis y luego según van creciendo irles metiendo algo más en la fe, pero los mayores me parece a mí que tienen poco arreglo.
-          Tengo la impresión que valoras muy poco tu trabajo aquí – yo pensaba como él pero mi trabajo era distinto, yo no tenía que convencer a nadie para que aprendiera otra religión
-         ¡Que va! – Javier no olvidaba su eterna sonrisa – yo tengo una ventaja y es que puedo decir lo que pienso, otra cosa es cuando hablo con mis superiores. Para mí que algunos se creen que con montar una Iglesia y decir cuatro Misas asunto arreglado y lo que quiero decir es que el tema es mucho mas profundo y hay que ayudarles dándoles dinero, claro que si, pero en este caso el dinero no arregla nada porque la mayoría de las veces ni les llega. Tienen, en general, gobiernos muy corruptos que se quedan con todo, no tienen ningún interés en educar a su gente y así es muy difícil cambiar, por eso a los misioneros no nos pueden ni ver.
-         Ese es el motivo por el que yo digo que vuestra labor aquí es muy importante
-         Ya, pero hay días que te desesperas porque, quitando en cuestiones de trabajo puro y duro, no hay por donde entrarles y te vuelvo a repetir que en la Misión es mucho más fácil, pero por ahí adelante, a veces, llegas a preguntarte si merece la pena todo lo que se hace y ahí es donde tienes que basarte en la ayuda del Señor mediante la fe porque de lo contrario estás apañado
-         O sea que después de media hora de charla, reconoces, por fin, que tienes fe – le di una palmada en el muslo – si ya lo decía yo.
-         Pues claro que tengo fe, hombre de Dios ¿cómo no la voy a tener? Y si algún día la pierdo búscame donde quieras menos aquí.

Ethel entró corriendo en la estancia, venía sudando y pedía ayuda con todas sus fuerzas. No se sabía muy bien lo que trataba de decirnos, pero me pareció entender que una embarazada se había puesto de parto y que ella para no molestar la había estado ayudando para que pariera pero ya llevaba varias horas y no parecía que aquello avanzara. Jane y yo nos levantamos a toda prisa y fuimos corriendo hasta el quirófano y al llegar nos encontramos con una chica joven que sudaba copiosamente mientras le daba la mano a su marido. Tenía una expresión de horror en su cara después de varias horas de sufrimiento. Intenté explorarla, pero resultaba imposible porque se movía sin parar. Llamamos a Pepe que se había convertido en el Anestesista porque era el único de toda la Misión que entendía el viejo aparato de anestesia, eso decía él, aunque personalmente creo que le daba más o menos presión al éter según veía como reaccionaba el paciente. Le aplicó una mascarilla y a los pocos segundos, mientras Jane y yo nos lavábamos para practicar una cesárea de urgencia, la paciente estaba completamente dormida. Hicimos la incisión rápida, sacamos al niño, se trataba de un varón que enseguida comenzó a llorar con fuerza y ya con más tranquilidad, terminamos de cerrar todo y al poco Pepe le quitó la mascarilla de la boca para que comenzase a respirar espontáneamente.
En los meses que llevaba en la Misión debía ser como la novena o décima cesárea que realizaba, posiblemente se fuera ginecólogo, algunas no hubieran sido necesarias, pero yo prefería sacar al niño cuanto antes que ver el sufrimiento de la madre y lógicamente también del niño. Todavía recuerdo con horror la primera que tuve que hacer. Posiblemente por los nervios casi de un solo corte ya estaba en el útero sacando el bebé, pero a continuación la madre empezó a sangrar como pocas veces había visto en mi vida y las pasamos canutas para arreglar todo aquel “estropicio”
En un momento dado llegué a pensar en aquella situación que pasé con mi antiguo Jefe, cuando me avisaron a la guardia que entonces hacía en la Clínica de Londres, para que le echara una mano porque una paciente que estaba operando de mamas no paraba de sangrar y necesitaba a quien fuera para que lo sacara de aquel apuro y  en esta ocasión yo no podía llamar a nadie y encima veía la mirada de Jane que me instaba a hacer lo que fuera para salvar la vida de aquella muchacha.
En esos momentos recé todo lo que sabía, tampoco era mucho, y con la ayuda de Dios, de Jane y de Pepe que daba ánimos desde la cabecera de la camilla de quirófano, conseguí tranquilizarme y lentamente empezar a hacer hemostasia hasta que la sangría que se había organizado empezó a remitir y, por fin, dejó de sangrar. Por si todo ello no fuera suficiente, cuando Pepe le quitó la mascarilla, la paciente no se despertaba y hubo que darle unos cuantos golpes en el tórax para que el latido que se había ido posiblemente no muy lejos, volviera y la enferma comenzara a recobrar el conocimiento lo que ocurrió a los pocos segundos y la paciente volvió en si preguntando que tal había ido todo y como estaba su niño. La felicidad llegó para todos cuando se lo pusimos sobre su pecho y esbozó una sonrisa que expresaba tal agradecimiento que todo lo anterior se nos olvidó como si hubiera sido un mal recuerdo, pero de verdad que ese día lo pasamos francamente mal y eso que afortunadamente todo se resolvió sin mayores complicaciones.

La vida en la Misión continuaba como siempre, los pacientes que habíamos operado hasta el momento se habían recuperado con normalidad, casi no teníamos complicaciones con la cirugía a pesar de las condiciones en que operábamos, hubo necesidad de mandar a cuatro al hospital más próximo situado a cerca de trescientos kilómetros, pero la mayoría los resolvíamos nosotros.
Las camas de hospitalización estaban permanentemente ocupadas, sobre todo, por los postoperados y alguno que se nos cronificó y no veíamos el momento de enviarlo a su aldea, entre otras cosas porque éramos conscientes de las condiciones de vida en su lugar de procedencia y porque el tal Wilson, así dijo que se llamaba uno de los que no se querían ir,  en cuanto se olía la menor posibilidad de alta se ponía a vomitar como si en ello le fuera la vida y así no había manera de enviarlo a su domicilio, ni siquiera con la ayuda de Pepe que se ofrecía a diario para llevarlo. Curiosamente un día cualquiera de un mes cualquiera se debió de levantar por la noche y sin encomendarse a Dios ni al diablo, desapareció y hasta hoy. No sabemos si se curó o sufrió algún accidente por el camino, pero no le hemos vuelto a ver.

Tengo que reconocer que mi relación con Jane era una auténtica maravilla. Todavía me parecía prematuro decir que aquello era amor, no estaba seguro, pero si que ambos, porque se veía a la legua, que la convivencia era excelente. Cuando podíamos tratábamos de comer juntos y alguna noche, si era en sábado mejor porque al día siguiente ninguno de los dos teníamos consulta, nos sentábamos en su porche a disfrutar de mutua compañía lo que me suponía previamente acostar a Sinoa e inventarme un cuento que cada día era de un animal diferente. Hablábamos de todo y con frecuencia nos daban las doce o la una de la madrugada. Sin darnos apenas cuenta siempre salía el tema de los pacientes operados los días anteriores y comentábamos cosas que nos habían pasado y como las podríamos solucionar para que no nos volviera a pasar. Sinceramente no habíamos cometido demasiadas barbaridades a pesar que nos metíamos en muchas cirugías complejas, pero el recordarlas no venía mal, era una especie de sesión clínica pero solamente entre dos y encima colaboradores en todo con lo que la verdad era la que prevalecía. El famoso día del parto de aquella chica a la que le hicimos una cesárea nos hizo recordar el parto de Jane y menos mal que todo fue bien porque si no, no se que hubiera tenido que hacer, por una parte su padre que no quería que se enterara nadie y por otra parte estaba el niño y la propia Jane. No se lo que hubiera hecho, pero casi seguro, lo digo después de mucho tiempo, posiblemente hubiera llamado al ginecólogo que para eso estaba pero, bueno todo salió perfecto y nos valía para reírnos.
En el transcurso de aquella conversación salió el tema de la Jefa de Enfermeras con la que luego estuve saliendo una temporada
-          O sea que gracias a mí tuviste un romance, menudo Don Juan estás hecho – me dijo Jane con su habitual manera de decir las cosas, nunca tenía una palabra incómoda.
-         La verdad es que si y posiblemente sería la última mujer con la que hubiera pensado salir
-         Yo no me acuerdo muy bien, pero tampoco era tan fea ¿no?
-         No, no estaba mal, pero no era por eso – disfrutaba de aquellos recuerdos que se fueron y nunca más volverán - simplemente que era la Jefa de Enfermeras y yo no había hablado con ella en mi vida y eso que coincidíamos cada dos por tres, pero, no se, la veía como muy distante, a lo mejor no es esa la palabra que mejor la define, pero bueno luego no era así ni mucho menos. Al revés era como muy simpática y muy alegre, pero eso si, al encontrármela por la Clínica volvía a ponerse como muy altiva ¡yo que se!
-         Y luego ¿no tuviste otras aventuras?
-         Creo que ya te voy conociendo y lo que tú entiendes por aventuras, seguro que no, salía por ahí como todo el mundo y de vez en cuando alguna se venía conmigo a casa o iba yo a la suya pero al día siguiente si te he visto no me acuerdo.
-         Y así ¿hasta cuando?
-         Hasta que estuve medio año sabático en España, o sea que échale la culpa a tu padre que fue el que me lo facilitó y ahí conocí a Cristina, la anatomopatóloga de La Coruña.
-         Esa si que pensabas que era la mujer de tu vida ¿me equivoco? – Jane me miró a través del cristal de la copa de vino.
-         Bueno según se mire – no me apetecía hablar mucho de mi ex pero estaba claro que si quería ser sincero no tenía más remedio que hacerlo – la mujer de mi vida siempre fue mi ex, de eso no tengo ninguna duda, pero por luego, por circunstancias de la vida, me quedé solo y si, si se podría decir que Cristina sería la que me acompañaría siempre, pero se fue y me volví a quedar solo-
-         ¿Por qué te separaste de la primera? – Jane nunca había planteado esa cuestión y me resultó extraño. De todas maneras debía de esperar una larga explicación por mi parte porque se acomodó en el sillón poniendo sus rodillas sobre su mentón en una posición que adoptaba con frecuencia - ¿si no quieres hablamos de otra cosa?
-         A mí me da igual – necesariamente me puse serio para dar una explicación que me había dejado muchas noches sin dormir – En mi caso no hubo un día y si lo hubo no lo recuerdo en el que yo dijera se acabó. Yo me fui de Madrid a trabajar a Londres porque en España las cosas estaban muy mal , se me había acabado el tiempo de paro y mi familia tenía que comer. A través de internet encontré la necesidad de la Clínica que buscaba un Médico de Guardia, me apunté y después de un par de conversaciones, tu padre me dio la plaza. Desde que llegué, vivía en un piso con cinco o seis españoles y todas las noches, a las nueve en punto, llamaba a mi ex. La idea era estar un par de meses solo y luego que viniera toda la familia para juntarnos otra vez, pero entonces surgió la posibilidad de vivir en la Clínica y ahí estaba ya un poco más entretenido y las llamadas se fueron distanciando sin apenas darnos cuenta. Alguna vez mi ex planteó el venirse pero entonces era excesivamente pronto y yo pretendía ahorrar un poco más de dinero y por otro lado yo pensaba que no merecía la pena porque hacía un montón de guardias al mes. Así pasaron un par o tres de meses y luego reconozco que me había acostumbrado a vivir solo y ……

-          ¿No las echabas de menos? porque tú entonces ya tenías dos hijas ¿no? – se notaba que Jane estaba interesada en conocer como había pasado toda aquella época – sinceramente si, pero la relación se fue enfriando hasta que se quedó helada y prácticamente los dos estábamos de acuerdo en dejar pasar un año y luego replanteárnoslo otra vez, pero ya ni llegó a producirse.

-         ¿y tus hijas? ¿venían a verte?

-         Menos de lo que a mí me hubiera gustado, pero estaban en el colegio y tampoco podían mucho más tiempo.

-         Con tu ex ya supongo, por lo que me dices, que no tienes mayor relación, pero con tus hijas ¿qué tal te llevas?

-         Con la mayor que está casada y vive en Ibiza muy bien, con la pequeña no tengo casi relación, ahora está en Estados Unidos y poco más se de su vida. La señora ¿quiere saber algo más? – pregunté mientras tomaba un racimo de uvas

-         No – y parecía que lo decía absolutamente en serio – nunca te lo había preguntado y era pura curiosidad

-         Me parece bien y ahora te toca a ti – Jane se removió incómoda en el sillón mientras me quitaba un par de uvas - ¿qué sabes del padre de Sinoa?

-         Absolutamente nada y no me gusta nada hablar de ese tipo porque se portó francamente mal conmigo. El mismo día que se enteró de mi embarazo se largó y no he vuelto a tener ni una sola noticia suya, también es verdad que yo tampoco he preguntado porque su postura fue tan negativa que tampoco se merece mucho más.

-         Ya

La noche se hizo dueña de la situación, tomamos una tortilla y un poco de queso y como siempre,  no se porqué, terminábamos con un ron de dudosa procedencia pero que estaba buenísimo y te ayudaba a caer en la cama rendido.

Al día siguiente apareció por la consulta, un hombre de mediana edad que tenía una especie de picadura en la parte anterior del antebrazo derecho. No tenía muy buena pinta, con toda la zona de alrededor enrojecida, algo inflamada y con un dolor moderado. En el centro tenía una pequeña zona, como la punta de un alfiler, que parecía que se estaba empezando a necrosar. Llamé a Jane porque me recordaba a otro paciente que hacía unas semanas había tenido exactamente lo mismo y que después de unos días de tratamiento en el hospital, desapareció como por encanto. Los dos estuvimos de acuerdo que presentaba una picadura, sabe Dios de qué y que se estaba empezando a infectar. Lo ingresamos, le pusimos un antibiótico y pasados unos días, hasta ahí todo igual que el paciente anterior, la inflamación iba en aumento y con un poco de anestesia local le quitamos la zona que parecía ser la que estaba peor. No le dimos ningún punto y a la semana apareció otra vez en el consultorio y ya con una herida importante en el centro de la zona inflamada. Pensamos que se había curado en su aldea con alguna planta de esas raras que utilizan por aquí y lo volvimos a ingresar y le hicimos una limpieza amplia dejándole, otra vez, con la herida abierta y pasados unos días como la situación iba empeorando claramente, optamos por realizar una limpieza mucho más amplia de toda la zona  y le colocamos un injerto de piel que tomamos del brazo derecho dando por finalizado el caso porque el injertó cubrió la zona sin problemas y estaba todo cicatrizado. Sin embargo, a la semana apareció con el mismo cuadro, prácticamente igual que al principio, solo que esta vez la punta pequeña necrosada no estaba sobre una piel teóricamente sana, si no sobre los restos de un injerto que se había necrosado en su totalidad.

Llegó un punto que no sabíamos que hacer y como el paciente quería irse unos días a su aldea, le dimos de alta y a los pocos días, no creo que hubiera pasado ni una semana y como si hubiera ocurrido un milagro apareció con la herida totalmente curada. Ante nuestra sorpresa nos indicó que se había curado con unas hojas empapadas en leche de cabra y ahí teníamos el resultado. No dijo nada, al revés, mostró su agradecimiento por como nos habíamos preocupado por él y se volvió a ir y hasta hoy, lo que quiere decir, supongo, que estará definitivamente curado. No se si aquello fue en milagro, o lo que fuera, pero fue una lección para nosotros en el sentido de darnos cuenta que en su cultura también había curas y algunas otras cosas que nos deberían servir de lección para los que nos dedicábamos a la Medicina tradicional. Desde entonces y en muchas ocasiones, hemos utilizado ese tipo de apósito con buenos resultados.

Todavía recuerdo con horror los días de una especie de tormenta que anegó toda la Misión. Fueron, sobre todo las primeras horas, angustiosas para nosotros pero nos sirvieron para valorar lo bien hechas que estaban las chozas que constituían el quirófano y el área de hospitalización, no tanto las nuestras y las de las escuelas que se inundaron prácticamente en su totalidad. El viento comenzó a soplar con fuerza y parecía que los techos iban a salir por los aires, sin embargo aguantaron muy bien, con algunas pocas ramas que se desprendieron. Mientras que yo permanecía preocupado, los habitantes de esa zona no parecían especialmente molestos, la mayoría se habían desplazado hasta las montañas cercanas con los pocos enseres de que disponían y allí debajo de las tupidas ramas pasaron varios días hasta que aquella especie de tormenta de agua y viento cesó y se volvieron a su lugar habitual.

Pepe fue el más sorprendido por mi miedo, no entendía absolutamente nada, era una época del año que conocían perfectamente y nunca les pillaba desprevenidos. Les suponía salir corriendo hasta la montaña, pero tampoco tenía mayor importancia. Los niños se tapaban con gruesas capas hechas con la piel de las ovejas y salían muy poco a campo abierto mientras que las madres cocinaban sus escasas provisiones. Las cabras se introducían en una especie de recinto que durante los meses anteriores habían construido debajo de los grandes árboles y les seguían proporcionando leche que era su alimento básico.

Al principio Jane estaba siempre mirando al cielo que era una especie de noche en un desierto, de vez en cuando movía las ramas de los techos para que no acumularan mucha agua y tanto el teórico patio de las escuelas como los caminos entre las chozas se convertían en verdaderos ríos de agua que arrastraban piedras, ramas y todo tipo de materiales del bosque. En algunas aldeas hacían una especie de presas con piedras para desviar algo el agua y almacenarla en unos agujeros hechos a los lados para aprovecharla más adelante pero, en esa ocasión, fue tal la fuerza del torrente que inundó todo. A mí me parecía que aquello era una auténtica tragedia, pero viendo las caras de la gente que acudía habitualmente al hospital no parecía que les importara mucho, al revés, pensaban que venía muy bien para sus escasos cultivos y como tal se lo tomaban.

Las consultas que permanecieron prácticamente vacías en esos días de lluvias tan intensas, se volvieron a llenar en cuanto el sol hizo su aparición y los catarros, bronquitis, neumonías y demás enfermedades respiratorias se paseaban por la Misión como si fuera su hábitat natural. En esas épocas los antibióticos volaban y había que recurrir a remedios caseros para los que llegaban en los últimos lugares. Muchos se acurrucaban en fuegos que ardían permanentemente en los alrededores de la Misión y jugaban, comían y dormían pegados para calentarse. En cuanto el suelo de la escuela se secó, admitimos a un montón de niños para que, por lo menos, durmieran bajo techo, mientras que la familia permanecía en sus improvisados campamentos en espera de ser vistos y diagnosticados.

Pasados unos días y como señal de agradecimiento por el agua recibida se organizaban fiestas en las que participaban todos, mayores, niños y medianos. Se pintaban como si fueran a un guerra, utilizaban escudos y lanzas como si fueran de cacería y las mujeres se hacían coletas con aros de diferentes colores y volvían a salir sus atuendos de lo más festivos. Desde la salida del sol hasta prácticamente media noche, la Misión se convirtió en una inmensa discoteca, los tambores resonaban permanentemente y todos se movían con un ritmo que impresionaba, hasta los niños seguían el ritmo de los tambores moviendo sus cuerpos sin parar. Mientras unos bailaban, otras hacían la comida poniendo en el fuego algún cordero y las Abuelas hacían el pan con las manos  retorciendo y dando vueltas a una masa extraña y a continuación la introducían al lado de los animales que estaban siendo cocinados. Llegado el mediodía se sentaban todos, repartidos por familias y degustaban los productos que se pasaban de mano en mano en unas enormes ollas de barro. Todos se introducían la comida en la boca con los dedos y luego se limpiaban en unas especie de toallas que igualmente iban pasando de unos a otros. A Jane, Sinoa y a mí nos invitó una familia que tenía un niño, de unos nueve años, al que habíamos operado de apendicitis hacía unos meses. Nos sentaron alrededor de un fuego y nos ofrecieron de todo ante la mirada divertida de Jane que comprobaba como yo miraba con cierto reparo las viandas que nos iban pasando para ser degustadas sabiendo, como sabía, que era la primera vez que yo participaba en una fiesta como esa. Incluso en alguna ocasión me guiñó un ojo indicándome que siguiera comiendo, de lo contrario se sentían mal y aunque se reían continuamente se notaba que no les hacía ninguna gracia que pusiera reparo a su comida preparada con tanto esmero.

Al finalizar me fui disimuladamente hasta mi choza, tomé un café y  volví completamente nuevo. Los bailes comenzaban en ese mismo instante y tuve que pasar por el trance de ser rodeado por un grupo de mujeres jóvenes que me hacían mover al ritmo de sus caderas y de sus risas sin tener en cuenta mi más que probada timidez. Incluso me hicieron probar y eso que solo tomé un trago de un líquido que decían que era un licor y que me produjo un dolor de estómago que me duró por lo menos dos o tres días.

El acto de agradecimiento a la lluvia finalizó con todos los que estábamos presentes mirando hacia el sol, cantando y bailando una especie de himno conocido por todos, menos por mí, que debía decir cosas como muy profundas porque por las mejillas de casi todos corrían enormes lágrimas que contrastaba con la felicidad que sentían, hasta Jane tuvo su punto de emoción mientras me agarraba del brazo y apoyaba su cabeza en mi hombro.

Sinoa jugaba con sus amigas y aparecía de vez en cuando para dar cuenta de su paradero, pero parecía una más, se sabía todas las canciones, bailaba con gracia y se notaba que estaba en su ambiente. Cuando llegó la hora de dormir, no había manera de llevársela y al final lo conseguimos con la promesa, como casi siempre, que le contaría un cuento que naturalmente se lo tuve que contar y en su versión larga hasta que logré que se durmiera.

-          Bueno, ¿qué tal? ¿que te ha parecido la fiesta? -  Jane estaba sentada, todavía acalorada de tanto baile, en el porche con un vaso de agua en la mano
-         Muy bien – contesté y era verdad. A mí no me gustaban ese tipo de manifestaciones y mucho menos cuando en algunos momentos el protagonista era yo, pero reconozco que estaba bien. Se notaba la alegría de los presentes y el agradecimiento hacía Jane y yo y eso siempre te llena de satisfacción. Incluso el que debía de ser el Abuelo de la familia que nos invitó a su comida, dijo unas palabras en las que se notaba que quería, de alguna manera, compensar todos nuestros esfuerzos por salvar a su nieto, es más, recordó a un hijo suyo que falleció de lo mismo, pero algún año antes de organizarse la Misión y Jane le correspondió con otras palabras con lo que yo, esa vez, me pude mantener al margen.
-         Que pena no haberte podido grabar cuando te pasaban la comida – Jane volvía a reírse como casi siempre – ponías unas caras que no te puedes ni imaginar
-         Y eso que lo intentaba disimular – yo también me reí – pero es superior a mis fuerzas eso de comer con las manos ¡que quieres que le haga! y encima a la siguiente vuelta de la olla las mismas manos se volvían a introducir en esa especie de cocido o lo que fuera eso. Si, lo reconozco que me dio bastante asco, pero bueno disimulé bastante bien ¿no?
-         Si, no lo hiciste del todo mal.

Jane se levantó y se quedó mirando el cielo estrellado. Yo hice lo mismo y ella apoyó su cabeza en mi hombro en un gesto que repetía cada vez que nos quedábamos solos en el porche. La débil luz de una vela era nuestra única compañía. Como atraídos por un potente imán primero se juntaron nuestros ojos, a continuación nuestros labios, luego nuestros deseos y finalmente nuestros cuerpos en una noche que se fundieron como si fueran uno solo, escena que se repitió transcurridos unos minutos con el mismo deseo que la primera vez. Fueron unas horas maravillosas en la que los recuerdos se fundieron con nuestra unión y nos daba la impresión que no se pasarían nunca mientras permanecíamos abrazados en busca de un futuro que los dos confiábamos en que sería maravilloso.

Un leve ruido hizo deshacer nuestro abrazo y allí estaba con su pijama de color rosa, su muñeco de peluche compañero de muchos sueños y una trenza medio deshecha, Sinoa que preguntó con la candidez de una niña de seis o siete años
-          ¿Tú también tienes miedo Tío Andrés?
-         Yo no, porque estoy muy bien acompañado – contesté en un susurro para no despertar a Jane que estaba profundamente dormida
-         Yo también quiero estar como tú – Sinoa ya se estaba metiendo en nuestra cama si esperar ninguna respuesta
-         Me parece muy bien – me separé un poco de su madre para que tuviera un poco de espacio  y la niña se tumbó abriendo las piernas con lo que ocupaba el doble.
-         Sinoa – se lo dije muy bajito – échate un poco para allá y procura no despertar a tu madre.
-         Bueno – y sin dejar pasar mas tiempo se quedó dormida y su último gesto fue darme la mano y decirme:
-         ¿Sabes una cosa? Que ya no tengo miedo Tío Andrés.
-         Me alegro mucho. Hasta mañana.
   



























Así fue y así paso Capítulo 39


CAPITULO 39.-

  Las obras iban adelantando por horas, en el momento que pusieron el techo, Pepe y yo nos encargamos de llevar una a una todas las camas a la zona que habíamos denominado como de hospitalización, mientras que los operarios levantaban las distintas separaciones con tabiques hechos con troncos de madera. La tarea era pesada porque eran doce camas que había que trasladar, montar, colocar el colchón, una sábana, una colcha y asunto terminado. Una mesa alta que hacía las veces de mesilla para dejar alguna cosa y de mesa para comer nos servía de separación con la cama siguiente. En la parte de abajo teníamos un espacio para dejar una mínima historia clínica que habría que pensar en como la haríamos. Solo colocamos una bombilla en el centro del recinto y para iluminar por la noche disponíamos de una linterna que nos la ajustábamos a la frente como si fuéramos mineros.

Mas pesada fue la instalación del quirófano, para empezar la mesa pesaba que no había quien la moviera y tuvimos que avisar a alguno de los que esperaban para la consulta y a base de brazos conseguimos colocarla en su sitio. La lámpara era de pie, pero mediante unas pilas daba una luz mas que suficiente como para operar a cualquier paciente que lo necesitase. Como no teníamos perneras, Pepe diseñó con unas ramas unas que resultaban perfectas y sobre todo reflejaban la inteligencia de un chico que captaba con precisión cualquier idea y con sus manos hacía cosas que respondían con exactitud a nuestras necesidades.

La organización del instrumental también me supuso una dedicación especial y ahí no había quien me pudiera echar una mano. Intenté tener tres o cuatro cajas básicas, otra para cirugías algo  especiales y otra única y exclusivamente para partos. Faltaban algunas piezas para completarlas pero era material suficiente y más si tenemos en cuenta que determinadas operaciones quirúrgicas no se podía realizar, al fin y al cabo aquello era un hospital en medio de un desierto y se pueden hacer determinadas cosas y también había que valorar mis conocimientos que eran los que eran y lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, que dicen por ahí.

Conseguimos que Ethel, una chica de una aldea próxima, que no tendría más de quince años, se hiciera cargo de su cuidado y creo que no encontraríamos otra igual en ningún sitio, por aprenderse se aprendió hasta el instrumental que necesitaba para cada cirugía y eso que sus conocimientos era mínimos pero cuando se tiene interés todo se acaba arreglando. De vez en cuando desaparecía unas horas porque tenía que ir a cuidar de sus tres hijos y de sus padres que vivían a una hora. El marido era pastor y cuando volvía, lo que hacía cada tres o cuatro meses, la dejaba embarazada y se volvía con sus cabras al desierto y ella volvía a la misión lo que era muy de agradecer porque se había vuelto imprescindible.

Tuvimos que inventar un sistema de lavado de manos, con la ayuda de Pepe por supuesto, que consistía en una especie de pila y encima una vasija grande que la tumbábamos con un pedal sujeto a una cuerda para que el agua fuera lentamente a nuestros brazos y manos. No era el ideal pero no estaba mal y nos permitía no tener que desplazarnos fuera del quirófano para lavarnos.
Ethel se hizo con unos compartimentos donde guardaba el instrumental, primero sucio y luego limpio y esterilizado preparado para una nueva cirugía.

Y por fin, llegó el jueves soñado. Todos los habitantes de las aldeas próximas estaban nerviosos, durante días habían preparado sus mejores galas y aparecieron en la misión con túnicas de muy diferentes colores y unos pañuelos en sus cabezas que reflejaban su alegría por tan feliz acontecimiento, incluso algunas mujeres llevaban los niños a la espalda sujetos con una especie de tiras del mismo color chillón que la túnica. Los hombres habían reformado sus tatuajes y sus pinturas que más parecía que iban a una guerra que a la inauguración de lo que pomposamente nos dio por llamar el Hospital Chesterplace, en agradecimiento al Padre de Jane  incluso a ella misma, aunque desde el primer segundo los del lugar definieron como el Hospital sin ningún tipo de apellido. Una bandera enorme de la Cruz Roja presidía la amplia entrada y todos nos habíamos vestido para la ocasión con lo mejor que teníamos. Jane apareció con un traje de chaqueta blanco que le sentaba de maravilla y hacía pareja, como si fuera una fotocopia, con su hija Sinoa. A su lado estaba yo con mi traje muy inglés y mi corbata con la bandera española y para completar el cuadro el Padre Javier que como si hubiese sido avisado apareció a las nueve de la mañana cuando la inauguración estaba prevista para las diez y media. Total, antes empezar la ceremonia oficial, todos sabíamos que iría perfecta como así resultó

El Padre Javier – que no me llames así que por ese nombre no me conoce nadie – bendijo todas las instalaciones derramando agua bendita por todos los rincones y habló brevemente provocando las lágrimas de muchos de los presentes

Queridos Hermanos: ¿No os parece maravilloso que estemos aquí reunidos para inaugurar nada menos que un hospital? Hemos tenido la enorme suerte de que la Cruz Roja nos enviara hace unos años a nuestra querida Jane Chesterplace que ha hecho tanto por esta Misión. Gracias a ella tenemos un lugar donde reunirnos, desayunar, comer y a veces hasta merendar y ahora nos han enviado al Dr. Cubiles con lo que muchos de vuestros problemas médicos serán resueltos sin necesidad de ir hasta la ciudad que para muchos es de todo punto imposible. Gracias a la Cruz Roja, faltaría más, también a Jane y al Dr. Cubiles, pero sobre todo gracias a Dios porque gracias a El hemos conseguido todo esto. Si, si, no me miréis con esa cara porque ese Dios del que os hablo a veces, no os tiene abandonados, ni mucho menos. Gracias a su infinito amor ha conseguido que mucha gente ponga dinero para vuestras necesidades y el intermediario que en este caso es la Cruz Roja, lo traslada hasta aquí y se hicieron esta escuela y estos comedores y por si todo ello fuera poco, el intermediario esta vez ha sido Jane, ha conseguido que venga a colaborar con todos nosotros nada menos que el Dr. Cubiles, un español que vivía en Londres y ha dejado todo para llegar hasta aquí. Muchas gracias Doctor y espero que esté a gusto y podamos beneficiarnos de sus conocimientos. Todos se lo agradecemos con lo mejor que tenemos y es con nuestra alegría y este canto que va dedicado a Usted

El Padre Javier se dio la vuelta y todos los presentes entonaron una canción siguiendo el ritmo con el movimiento de sus cuerpos al igual que sus manos que daban palmadas festivas y se alzaban al cielo dando gracias. Por último, unos veinte niños y niñas hicieron una danza de bienvenida al Doctor y cuando finalizaron, uno a uno se fueron acercando y me daban un beso en la mejilla, menos la última que era Sinoa que se abrazó a mí y no se quería soltar de ninguna manera. A continuación rezaron un Padre Nuestro e inmediatamente tuve que ser el que les soltara un pequeño discurso completamente improvisado

Me llegó el turno, yo no estaba muy acostumbrado a hablar en público y mucho menos ante tantos, pero el Padre Javier me animó a ello haciéndome dar un paso hacia delante. Miré a Jane a la que le caían unas lágrimas como granizo y fui breve:

Queridos Amigos: Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento hacia Jane porque ella fue la que me convenció para que viniera, posiblemente sin querer pero su manera de hablar de esta Misión y su cariño hacia todos vosotros fue lo que me hizo pensarlo y después de unos meses estar aquí lleno de ilusión para colaborar en lo que haga falta. Por fin, tenemos el hospital y a partir de mañana empezaré a operar y estoy seguro que todos entenderéis que algunas cosas no se pueden resolver, pero espero que otras muchas si y que mi trabajo sea eficaz.

Por otra parte – le guiñé un ojo al cura – este pequeño discurso ha sido una encerrona del Padre Javier porque hace media hora me comentó si quería decir algunas palabras y yo le contesté tajantemente que no y aquí estoy, pero que tenga en cuenta que se la guardo y antes o después me la pagará.
 
 Nada más, gracias a todos por vuestra acogida, por vuestro trabajo y por vuestro ánimo. Si seguimos todos así conseguiremos muchas más cosas de las que pensáis. Gracias

Todos los presentes aplaudieron con ilusión, los hombres lanzaron al aire sus cañas que utilizaban como bastones y las mujeres se fueron sentando en el suelo para continuar con la ceremonia. Ahora les tocaba a ellos y como ninguno quería hablar lo que hicieron fue bailar y bailar hasta casi la extenuación. Jane, el cura y yo veíamos aquellos movimientos con emoción, nos ofrecieron frutas de todos los tamaños y colores, capas preciosas, unos pendientes para Jane, un bastón para el cura y una especie de sombrero de paja para mí.

Para finalizar el acto, el cura esta vez animó a Jane y se notaba que tenía mucha facilidad de palabra porque agradeció su invitación sin pensárselo ni un segundo. Naturalmente, como no podía ser de otra manera, su discurso fue informal como era ella y comenzó con un hola que fue recibido con sonrisas por todos los presentes. Lo primero, gracias por venir, los que no somos etíopes os lo agradecemos. Ha llegado el momento de trabajar más que nunca para no decepcionar al Dr. Cubiles y estoy segura que lo vamos a hacer muy bien, como siempre. También me gustaría deciros y esto no lo sabe ni Javier es que para dentro de dos o tres meses nos han concedido una buena cantidad de dinero para la construcción del nuevo Centro Parroquial, otra vez los asistentes aplaudieron todavía con mas fuerza, de esta manera – Jane estaba feliz – con el esfuerzo de todos iremos consiguiendo nuestros objetivos para que toda esta tierra tenga lo que consideramos necesario para vivir de una forma digna que es lo que todos deseamos. Muchas gracias.

Los presentes nos abrieron un pasillo entre tanta gente reunida y así entre besos, abrazos y empujones llegamos los tres a la casa de Jane y nos sentamos agotados en unas cómodas sillas en el porche. Jane descorchó una botella de champán que tenía guardada para tan grande acontecimiento, nos sirvió y después de brindar bebimos con auténtica ansiedad.

-          Por fin – Jane se movió inquieta en su silla mientras intentaba abrir una segunda botella de champán – creí que no llegaría nunca el momento de estar sentados aquí. Ha sido una mañana muy intensa ¿no os parece?
-         Si – el Padre Javier se mostraba orgulloso de haber bendecido las nuevas instalaciones – creo que es de las mejores cosas que le han podido pasar a toda esta zona porque no tienen a nadie que los atienda y aunque yo no soy Médico, tengo la impresión que hay enfermos por todas partes y tu presencia le vendrá como anillo al dedo – se dirigía a mí con una sonrisa que asomaba entre su barba sin tratar desde hacía años a juzgar por su forma. Era un hombre de media edad, mas cerca de los sesenta que de los cincuenta y las canas que blanqueaban su barba le hacían parecer todavía mas mayor al igual que el pelo que lo llevaba recogido en una especie de coleta. Todo su ser irradiaba felicidad, aunque en sus botas, con polvo de muchas horas de camino, se reflejaba también su cansancio
-         Padre Javier : Se le nota cansado - afirmé sin más datos que aportar - ¿ha venido hoy desde muy  lejos?
-         Querido Doctor, no me llames Padre Javier porque ya te decía que por ese nombre no me conoce y más de uno se va a creer que soy tu padre y tampoco me trates de usted que tampoco es para tanto – se miró las botas que efectivamente estaban hasta arriba de polvo, se levantó y dio unos fuertes pisotones en el suelo para mejorarlas un poco, se retiró la goma que completaba su coleta, se estiró la melena con las dos manos y se volvió a colocar la goma, dando por terminado su manera de peinarse – he estado en un par de aldeas que están como a tres días de aquí y me he entretenido porque en una de ellas había un moribundo, el más viejo de la tribu, y esperé a que falleciera, luego el entierro, en fín que casi no llego a la inauguración.
-         ¿Pero usted sabía que hoy era lo del hospital? – mi sorpresa hubiera sido mayúscula si me llega a decir que si
-         Que no me trates de usted – se sentó cómodamente en la butaca del porche y puso cara de incrédulo -  No, la verdad es que me imaginaba algo porque Jane me comentó que ibas a venir, pero los que andamos por ahí perdidos tenemos como un sexto sentido que nos avisa de lo que va a ocurrir, por algo somos los enviados de Dios ¿no te parece?
-         Menuda chulería – interrumpió Jane – no te pega nada andar por ahí presumiendo de eso
-         ¡Que va! – el cura se tomaba sus pequeños sorbos de champán – lo que pasa es que queda muy bonito eso de ser el enviado de Dios ¿no?
-         Pero no dices ninguna mentira
-         Eso me parece a mí, pero en estos sitios no puedes decir esas cosas porque no se las cree nadie. Tienes que colaborar con ellos, ayudarles en sus labores, hablarles como personas y no como si no significaran nada en este mundo y poco a poco los vas llevando a tu terreno.
-         Pero les enseñarás por lo menos a rezar ¿o tampoco?
-         ¿Te parece poco rezar un tipo que se levanta a las cinco de la mañana para llevar las cabras al monte, solo come lo que encuentra por ahí, duerme mirando las estrellas y después de algunas semanas vuelve a su choza donde se encuentra con su mujer y cuatro, cinco o seis hijos que normalmente tampoco tienen nada que comer? y por si todo ello fuera poco si alguno cae enfermo nadie le atiende y como mucho le dan un poco de agua o leche de cabra y a esperar. ¿Tú crees de verdad que a esa gente se le puede hablar de Dios? Cuando ha pasado un tiempo y ya tienen más confianza es el momento, pero con mucho cuidado.
-         ¿Tienen fe?
-         No lo se – Javier se quedó como si estuviera dormido con los ojos abiertos – parece mentira que eso lo diga un cura ¿verdad? pero sinceramente no lo se. Supongo que si, a lo mejor no por lo que nosotros entendemos tener fe, pero algo de esperanza si que tienen, pero tampoco mucha. En el fondo – Javier se volvió hacia nosotros y nos confesó – es una cosa que no la sabe nadie, pero muchas veces, bastante más de las que debería el que se plantea si tiene fe o no soy yo, no ellos.
-         No me fastidies – no me lo podía creer – eso si que no me parece, o sea que tú dudas de ti y andas por ahí haciendo caridad ¡venga ya, no nos tomes el pelo.
-         No, no, lo digo absolutamente en serio porque viendo lo que ves no hay derecho que exista un Dios tan injusto
-         Si te oyen tus jefes te excomulgan – Jane le sirvió más champán – tomate otra copa y deja de decir esas cosas.
-         Es verdad, lo que ocurre es que luego piensas aquello que dice el evangelio que el paso por esta vida es tan mínimo comparado con toda la eternidad, aquello de un grano de arena en todo un desierto, que quiero suponer que tendrán su merecido en el cielo y allí estarán sentados a la derecha de Dios
-         Viviendo como curas – dije para que la conversación no fuera como tan trascendente
-         Como algunos curas querrás decir – Javier soltó una carcajada – porque otros nos mantenemos nada más
-         Eso decís todos.
-         Si, eso también es cierto. Cada uno desde donde esté, pero yo no tengo ningún motivo para quejarme esa es la verdad porque cuando estás feliz ¿de que te vas a quejar?
-         Tu sabrás – no se porqué le contesté así, se conoce que ese día tenía ganas de pelea – yo no tengo mentalidad de misionero
-         Eso lo dices tú, pero es mentira.
-         Bueno, Javier como puedes decir que no, tú haces voto de pobreza y no se cuantas cosas más y yo no.
-         Eso es lo que tú te crees – Javier me miró con esa mirada que yo recordaba de cuando era niño y estudiaba en un colegio de curas – dentro de unos meses te lo recordaré y ya me dirás. Tú, aunque lo que te diga te parezca una barbaridad, tienes una vocación de misionero mucho mas potente que la mía, al fin y al cabo yo soy un cura obediente y desde que salí del Seminario hace ya bastantes años voy donde me mandan pero tú eres, mejor dicho eras, un señor Doctor que hasta hace nada estabas en Londres, supongo que bien considerado y sin más ahora estás aquí ¿te has preguntado alguna vez por qué?
-         Puf – bebí más champán – si yo te contara – vi como las burbujas de champán subían y bajaban a lo largo de la copa que tenía en mi mano - me lo he preguntado no una vez si no miles de veces
-         ¿Y has llegado a alguna conclusión?
-         Sinceramente todavía no. Creo que he hecho lo que mi corazón me dictaba, pero tengo mis dudas de haberlo hecho bien. Alguna vez pienso que le tendría que haber hecho más caso a mi cerebro, pero nada la realidad es que estoy aquí y ya está
-         ¿Quieres que te saque de dudas? – Javier pasó revista con sus ojos a los de Jane y a los míos.
-         Venga inténtalo – estaba impaciente por saber su opinión – aunque no creo que aciertes
-         Ten en cuenta que soy medio brujo – volvió a reírse de una manera contagiosa – debes de pensar que tanto años en Africa me han dado poderes especiales ¿acaso no se me nota en la cara?
-         Déjate de historias y empieza que me tienes en ascuas.
-         Tú que tienes pinta de ser un tipo listo y estudiado ¿sabes quienes eran los estoicos?
-         Algo me suena – contesté - ¿no eran unos que pertenecían a una escuela filosófica de  hace un montón de años?
-         Mira – Javier se sorprendió de mi respuesta – eres más instruido de lo que yo creía. Pues si, eso fue una corriente de la época grecorrománica de cuatro siglos antes de Cristo que nació en Chipre y entre otras muchas cosas los estoicos se plantearon como debería vivir una persona y su respuesta era sencilla, deben vivir buscando la felicidad e inmediatamente se hicieron la pregunta que era lógica ¿y que es la felicidad? Y para ellos la felicidad no radicaba en tener salud, riqueza o fama ¡qué va! todo se basaba en lo que ahora podríamos llamar ser una buena persona, ellos la definían como una persona virtuosa y ahí está la respuesta a tus preguntas. Pensando así – el cura se notaba que estaba cómodo contando su teoría con alguien como yo que tenía capacidad para entenderle – podría ser feliz con independencia de su bienestar físico y así se entiende que alguien pudiera estar bien cuando le estaban torturando como les pasaba a los santos ¿cómo te has quedado?
-         No se que decir – contesté absolutamente impresionado
-         No te vayas a creer que me lo estoy inventando, no, eso nos lo explicaron en clase de filosofía en el Seminario y desde entonces se me quedó grabado, es más, ellos pensaban que para tener miedo a las enfermedades había que partir de la base que éstas eran malas y como ellos estaban convencidos que una persona puede ser feliz estando enferma, entonces por pura lógica habría que concluir que no son algo malo. ¿no te parece una manera de pensar fantástica?
-         ¿Eso no será una herejía?
-         No – Javier se sorprendió de la forma de entender lo que me había explicado – eso es como pensaban los estoicos y no me suena que fuera ninguna herejía, claro que estamos hablando del siglo IV antes de Cristo, o sea que ya ha llovido desde entonces
-         Todo eso me parece muy bien, pero que tiene que ver conmigo
-         Lo mismo lo que digo es otra herejía – el cura se volvió a soltar la goma del pelo como hacía en múltiples ocasiones – pero creo que tú perteneces a esa clase de personas y por eso y como bien dices, haciendo caso a tu corazón, quieres buscar la felicidad y sabes, porque tu corazón así te lo ha dictado, que tu felicidad no está en Londres y por eso estás aquí, mira – Javier se incorporó un poco en el sillón - la gente del desierto es muy inteligente, sin ninguna clase de estudios pero listos como nadie y no hace mucho tiempo uno de ellos que andaba con un camello deambulando por ahí, después de tomar un té en plena duna me comentó cuando yo le pregunté que buscaba me contesto como quien no quiere la cosa que había tres cosas en la vida que una vez que pasan no regresan nunca que son el tiempo, las palabras y las oportunidades y él estaba buscando las tres cosas a la vez, es más, me dijo que la vida es muy simple, lo que pasa es que entre todos nos empeñamos en hacerla difícil. ¿qué te parece? Es increíble que un hombre sin estudios ni nada de nada pensase de esa manera, por lo menos a mí me dejó impresionado, tanto que me quedé con él un par de días y aprendí más con él que en muchos años que llevaba en la Misión. Me llenó la cabeza de un montón de reflexiones que me hicieron pensar durante mucho tiempo. Una noche fría como la mayoría, abrigados con unas pieles de cordero, tumbados en el suelo y mirando al cielo que estaba más lleno de estrellas que nunca me soltó varias frases que me hicieron pensar que se trataba de algún gurú o alguien como muy importante porque, por ejemplo, sacando unas hojas arrugadas de algún libro sagrado me dijo: ”cuando no sepas que ponerte, ponte a leer”  y a continuación como si estuviera hablando con alguien del más allá me soltó algo que yo creo que es lo que te pasa a ti y es que “te pasas la vida esperando que pase algo y lo único que pasa es la vida” y tú has decidido que bastantes años han pasado ya y te has decidido por buscar la felicidad y ya sabes, ese es un dicho de mi pueblo que “nunca es tarde para tomar las mejores decisiones”. Estoy seguro que has pensado si este trabajo te llenaría y yo te puedo decir que si, sobre todo si te fijas en las caras de la gente a la que logres mejorar. Seguro que te sentirás mejor que nunca. ¡ya lo verás!
-         No se – me quedé unos segundos mirando el champán de mi copa tratando de ordenar mis ideas – no lo tengo muy claro que eso sea así.
-         ¿Sabes lo que estoy pensando?
-         Dime
-         Que hace un montón de tiempo que no tenía una conversación como tan profunda con nadie desde hace meses.
-         Nunca está de más dar de comer al hambriento, como dice tu evangelio – tenía todavía muchas dudas pero no me parecía oportuno preguntarle nada delante de Jane.
-         Supongo que también será el tuyo ¿me equivoco?
-         Algo si – esta vez fui yo el que me puse serio – lo mas honrado por mi parte sería decir que era porque hace mucho que ni voy a Misa y mucho más que no me confieso, o sea que muy buen cristiano no me parece que sea.
-          Bueno, eso es lo de menos, si, no me mires con esa cara – me dio una palmada en la espalda - porque te estoy diciendo lo que pienso. Eso de ser buen o mal cristiano no lo puede decir nadie, tú puedes pensar lo que quieras pero el que lo tiene que decidir es Dios y como te dirían cuando estudiabas con los curas Dios está en todas partes, incluso aquí y lo que tienes que hacer es rezar para que te ayude a encontrar tu camino cuanto antes.
-         Vaya paliza que le estás dando – Jane se levantó para preparar un café – menos mal que no se te ha ocurrido contarme a mí lo mismo.
-         Es que tú eres distinta – Javier le ayudó a preparar el café y me ofreció una taza humeante que invitaba a beber – porque tú ya no tienes dudas, en su día decidiste venir y desde entonces estás haciendo una labor maravillosa y puedes hacer lo que te de la gana porque Dios seguro que te valora como te mereces
-         Javier, por favor – a Jane un color le iba y otro le venía – no sigas diciendo esas cosas que me vas a poner colorada.
-         Estoy diciendo verdades como puños y además eso que tú no vas a Misa no es cierto, si la digo vas, lo que pasa es que muchos días festivos ando por ahí y difícil sería que la pudieras oir
-         En eso tienes razón – asintió Jane
-         Siento tener que dar por finalizada esta especie de clase de Religión – me levanté – porque no os habéis dado cuenta que son las cuatro y tenemos la consulta.
-         Pues ni dos palabras más – Jane también se levantó – que para hablar de todos estos temas tendremos muchas noches – hasta luego Javier
-         Hasta luego y empezar con buen pié en el nuevo hospital.

Jane y yo fuimos lentamente acercándonos hacia la choza que constituía la joya de la corona y allí nos esperaba con la mejor de sus sonrisas Ethel, la directora general del quirófano como la llamaba cariñosamente Jane y nos enseñó las diferentes cajas de instrumental que entre ella y yo habíamos ordenado anteriormente. Hicimos un breve recorrido por el quirófano y por la zona de hospitalización que estaba limpia como los chorros del oro. Las camas, diez en total, estaban alineadas perfectamente con las sábanas colocadas y una flor en cada almohada.

-         ¿Y esto? – me quedé observando aquella flor de vistosos colores
-         Es la flor de la felicidad que le llaman aquí – Jane se colocó una entre su pelo y el pañuelo que la cubría - ¿qué tal me queda?
-         Mejor imposible, pero en el quirófano te la quitas
-         Por supuesto - me miró como queriendo saber quien es la que mandaba en el recinto quirúrgico - ¿has visto como huele?

Acerqué la flor a mi nariz y efectivamente tenía un olor muy característico, yo no era un experto en ese tipo de flores y mucho menos en su olor, pero me parecía que provocaba una sensación como muy placentera. Al parecer se daba muy bien por los alrededores de la misión y Ethel las traía en muchas ocasiones cuando volvía de su aldea. Le propuso que buscara diez recipientes y colocara una en cada uno de ellos colocados en las respectivas mesillas de noche y así lo hizo porque cuando volvíamos para ir a la consulta, ya estaban las flores, me dijeron  el nombre pero no me enteré, en sus respectivos jarrones, unos vasos de los que utilizaban para servir el agua en los comedores escolares. Las soluciones rápidas son siempre las más sencillas. La sonreí agradecido y ella me la devolvió por la confianza depositada. Estaba seguro que habíamos escogido la mujer adecuada para llevar todo el hospital excepto lo que representaba la parte más profesional y esa le correspondía sin ninguna duda, a Jane Chesterplace, “la Señorita Jane” como la llamaban todos y todas las que trabajaban a su servicio.

Jane y yo nos sentamos en nuestros respectivos asientos y María, nuestra ayudante hizo una señal para que entraran los dos primeros, mientras todos los demás  se pusieron lentamente en en fila logrando conseguir una fila uniforme para esperar pacientemente su turno. Por experiencias anteriores, parecían muchos los pacientes pero la mayoría eran familiares que acudían acompañándoles durante su espera. Allí había familias enteras con los niños, abuelos, padre y madre y hasta algún nieto que se quedaban en la puerta respetuosamente hasta que Jane o yo les indicábamos que pasasen para alguna explicación. Varios de los pacientes que vi los apunté en el cuaderno de quirófano para avisarles cuando les tocara, con las bromas ya teníamos unos doce lo que me obligaría a dejar de pasar un día de consulta. Lo malo es que cuando yo no estuviera porque estaba en quirófano, tampoco estaría Jane porque tenía que ayudarme. En fin, ya pensaremos alguna solución, pero es un tema complejo que habrá que estudiarlo con detenimiento para llegar a una fórmula en la que todos estemos de acuerdo.