sábado, 28 de junio de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 42.-

Queridos  blogueros/as: Ya estamos otra vez aquí y parece que fue ayer pero a lo tonto a lo tonto ya ha pasado una semana ¡hay que ver como pasa el tiempo y yo sigo sin escribir nada! bueno, tranquilidad que todavía me sobra tiempo.
Supongo que esto que pasa en este capítulo no será tal y como se describe aquí, pero no se porqué me pega que sin exagerar debe ser parecido. 
La tal Ana se  espabilando y ya tiene un noviete que por la pinta le va a durar poco, pero de momento lo tiene que algo es algo.
No tengo ni idea como va a seguir todo este culebrón, pero no se porqué me peta que con éste no va a llegar a nada. Claro que también es lógico porque eso de casarse así como así tampoco es lógico y entiendo la postura de Ana, una es pobre pero honrada ¡faltaría mas!
Me acabo de dar cuenta que hoy no han salido los cookies por ningún lado ¿se habrán aburrido y se habrán ido? ojalá porque son un poco pesados
En fin, ser felices que como diría Nuestro Señor Jesucristo, "lo demás se os dará por añadidura"
Un abrazo
Tino Belas


CAPITULO 42.-

Ana se dio cuenta que estaba tratando con una buena persona y fue ella la que pidió disculpas añadiendo que estaba pasando una mala temporada y que por eso se mostraba como antipática, pero que no era para tanto. Esta respuesta le valió para pensar en como era. Hacía mucho tiempo que no se paraba a pensar en ella misma. El trabajo la absorbía todas las horas del día y las pocas horas que estaba en casa, las empleaba en retocarse las uñas, depilarse las cejas, cortarse las uñas de los piés, ver la tele, ordenar su cuarto que lo hacía muy de tarde en tarde y cualquier actividad que no le supusiera excesivos esfuerzos. Su vida era cómoda, sin demasiadas complicaciones, como muy reglada y con poco margen para salirse del trayecto que le marcaba el trabajo. Cuando alguna vez había pensado en su futuro, lo que había ocurrido en muy contadas ocasiones, lo había tratado de una manera superficial. Era consciente de su escasa capacidad de influencia para alterar el orden de las cosas y estaba convencida que lo que tendría que ocurrir ocurriría y ya está, al fin y a la postre, un postura cómoda de enfocar la vida. Estaba segura que, antes o después, aparecería un hombre que la haría feliz y tampoco esperaba que fuera un príncipe azul ni un magnate del petróleo, sino un tío normal con el que pudiese vivir en común y nada más. ¿Se podía aspirar a mucho más? Hombre, se decía para si misma, por poder, se puede, pero la vida da pocas vueltas y que no de muchas, porque a veces es para bien, pero otras es peor el remedio que la enfermedad.
-  ¿Ves como lo que te decía era verdad? ahora mismo, no tengo ni idea en lo que estarías pensando, pero has vuelto a desaparecer
-  Venga, no seas pesado y vámonos con todos – Ana buscó con la mirada al resto de la pandilla que ya iban lentamente subiendo una cuesta que precedía a una amplia explanada que hacía las veces de improvisado parking. Ana levantó una mano, se puso de puntillas y los llamó con insistencia. Oscar le indicó, unos cien metros mas allá que se dieran prisa y así salieron del Recinto Ferial.
Se acomodaron en los coches y volvieron a la capital. Uno de los conductores era Juan Ignacio que se las arregló para ir dejando uno a uno a los diferentes ocupantes y la última fué Ana. Sentados en el coche y aparcados en el amplio bulevar estuvieron hablando hasta las mil, repasando las vidas de cada uno y al final, casi a las seis de la mañana, Ana se despidió y desde el portal le dijo adiós con la mano.
-  ¿Eh? ¿Ana? Puedo llamarte mañana.
-  Mañana imposible, pero si quieres quedamos el próximo fín de semana.
-  De acuerdo, te espero aquí el viernes a las ocho.
-  El viernes imposible porque salgo a esa hora y hasta que llego aquì pasan por los menos tres cuartos de hora.
-  No hay problema, te voy a buscar a la salida ¿te parece?
-  No déjalo, porque me tengo que arreglar. Casi, si te da igual, quedamos el viernes a las nueve
-  Muy bien. Hasta el viernes a las nueve.
Una vez en el ascensor, Ana se miró al espejo, como hacía habitualmente y pudo constatar que su cara había sufrido como una transformación, sus gestos eran como mas suaves y hasta las ojeras, que siempre rodeaban sus ojos, habían querido desaparecer ante la ilusión de un nuevo amor. Al principio, le pareció una tontería pensar que el chico que había conocido esa tarde, podía representar algo en su vida, pero ya consultando con la almohada y después de varias horas de insomnio, su opinión iba variando y ¿porqué no? al fín y al cabo ella era soltera, sin ningún compromiso y ya no tenía novio. Era un chico guapo ¿verdad? a lo que la almohada permanecía impasible a pesar que se abrazaba a ella como si de un cuerpo se tratase. La vida da muchas vueltas y nunca sabes en cual de ellas encontrarás algo interesante, pero esta podía ser la definitiva, aunque pensándolo friamente  que pinto yo con un farmacéutico de la Marina. La imaginación de Ana, como le ocurría con demasiada frecuencia se desbordaba y ya se veía en Cádiz, con su casa oficial, siendo la mujer del Jefe del Servicio de Farmacia del Hospital del Mediterráneo, rodeada de niños y planchando uniformes blancos como una posesa.
-  ¿Todo en tu vida lo haces igual de deprisa? Párate un poco que la vida es para disfrutarla y las etapas se deben ir cubriendo tranquilamente, ya sabes que por correr no amanece mas temprano, como dice el refrán.
-  Ya, tienes razón, pero yo soy como soy y prefiero que me conozcas así ¿no te parece?
-  Creo que ya nos vamos conociendo- Juan Ignacio se movió en la silla que ocupaba en la terraza del Parador de Toledo – parece que fue ayer, pero ya hace casi un año que estamos saliendo juntos ¿te das cuenta como pasa el tiempo? Por eso digo que la vida hay que tomársela con calma.
-  Es verdad – Ana recordaba los primeros días que salieron juntos que siempre la llevaba al teatro y casi no tenían oportunidad de hablar, hasta que un día ella se plantó y cara a cara lo resolvieron con el compromiso que al teatro solamente se iba los miércoles que era el día del espectador y que los demás días, sobre todo los fines de semana eran para ellos, sin interferencias de actores ni de nadie y así se desplazaban a las ciudades limítrofes donde sentados en sus terrazas pasaban horas y horas hablando de lo divino y de lo humano. Su relación se iba consolidando y hoy era un día difícil para Juan Ignacio porque tenía que comunicarle que por razones logísticas, era destinado durante un año y medio a Guinea Ecuatorial. No sabía ni por donde empezar, hasta que ella se lo puso en bandeja
-  Juan Ignacio ¿te pasa algo? Te veo como preocupado.
El la miró con expresión despistada
-  No, no me pasa nada, solo que me parece que hay que buscar una salida a esta situación.
-  No entiendo nada, perdona ¿a que situación te refieres?
-  Pues a ésta que estamos viviendo tu y yo. Llevamos meses y tenemos que tomar la determinación de vivir juntos. Sé que es un planteamiento un poco extraño, pero alguna vez nos tenemos que decidir ¿no crees?
Ana se apretó contra su brazo y sin dejar de mirarle, respondió:
-  A ti te pasa algo y no tengo ni idea de qué. Hemos discutido mil veces lo mismo y pensaba que ya estaba suficientemente claro, pero parece que volvemos a las andadas. Te repito que una está educada a la antigua usanza y te pongas como te pongas, yo no me voy a vivir con nadie sin haberme casado. Quizá suena esto como a una manera de pensar que no es muy moderna, pero yo soy así y así me tiene que querer el que quiera. ¡Qué gracia! Me ha salido como si fuera una telenovela.
-  Bueno, pues a lo mejor la fórmula es que nos casemos de una vez.
-  Bien, me parece bien- Ana se movió inquieta porque por una parte entendía como si le estuviera proponiendo matrimonio, pero por otra, le parecía como si hubiera gato encerrado- ¿y para cuando has pensado que sea el feliz acontecimiento?
Juan Ignacio la miró con cara de normalidad, aunque se notaba que había algo más
-  Tiene que ser antes del lunes - contestó.
-  Perdona que me parece que no te he entendido bien. ¿has dicho antes del lunes?
-  Si, eso he dicho.
-  Pero ¿sabes que día es hoy?
-  Si, claro que lo sé. Hoy es viernes.
-  ¿Y dices que la boda tiene que ser antes de pasado mañana?
-  Si.
-  Juan Ignacio, ¿te has vuelto tonto o qué?
-  Yo no, el que se ha vuelto loco y así se lo he dicho esta mañana, es mi Jefe, El Coronel Barea, que es el que me ha comunicado que el martes tengo que estar en Marín para después de un curso de Medicina Tropical, incorporarme al nuevo Hospital de Guinea Ecuatorial por un tiempo aproximado de dos años y por eso o nos casamos antes del lunes o si nó tendremos que esperar año y medio y encima sin vernos.
Ana trataba de disimular su sorpresa y no terminaba de asimilar lo que estaba oyendo. Hacía un año que salía con el Farmacéutico y aunque comprendía a medias la mentalidad militar, aquello le parecía el colmo de los colmos. Trataba de mantenerse tranquila, pero en sus manos se instauraba un extraño temblor que nunca había tenido hasta ese momento. Sabía que los Marinos estaban a disposición de los mandos superiores, porque así se lo había repetido mil veces, sabía que los cambiaban de destino con cierta periodicidad, pero no le cabía en la cabeza que casi de un día para otro a uno lo destinaran, como si tal cosa, nada menos que a Guinea que no tenía ni idea a cuantos kilómetros estaría, pero a muchos y encima sin posibilidad de discusión. En cualquier caso, lo que estaba claro es que era imposible casarse de un día para otro y lo que tenía que hacer era armarse de paciencia y esperar que el tiempo pasa mas deprisa de lo que parece y dos años parecen mucho, pero luego no son tanto. Además, ahora que estaba trabajando y disponía de algo de dinero, podía ir a verlo de vez en cuando, con lo que la espera se haría mas llevadera. Su mente, como casi siempre, viajaba mas deprisa que la realidad y ya habían pasado los dos años y se veía en el altar con un traje blanco precioso, con una cola de casi dos metros y una diadema de flores que le recogía el pelo. A su lado Juan Ignacio, con su traje de Marino blanco, un color moreno, pero moreno de los de verdad, el pelo engominado y unos ojos llenos de felicidad, mientras los compañeros de promoción les hacían un pasillo con los sables y le dedicaban expresiones como que seáis felices, enhorabuena, guapa, menos su íntimo de toda la vida, Ramón Aranguren quien les animaba a separarse cuanto antes, porque el estado perfecto de la mujer todo el mundo sabe que es el de viuda, pero el del hombre es separado después de haber conocido las mieles del matrimonio.


sábado, 21 de junio de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 41.

 Queridos blogueros/as: Ahora ya si que estoy hecho un lío pero de los gordos. Tengo no se cuantos archivos con el nombre del Trio de Dos y no estoy seguro lo que envío hoy. De la novela si que es, pero debe de ser como la versión antigua, aunque creo que este capítulo es de los que no estaban modificados, pero no estoy muy seguro. Si sale algo raro me lo comentáis y ya aviso que lo acabo de leer y es todo como muy raro. No se si aquel día de hace no se cuantos años estaría un poco mal de la cabeza o no se lo que pasaría pero primero hay unas señoritas de dudosa honorabilidad en un convento y después, eso si en el mismo capitulo 41, aparece un farmacéutico de la Armada que como no he seguido leyendo no se si va en serio o no, se verá, pero si queréis que os diga la verdad no entiendo absolutamente nada y encima vais y me preguntáis que de que época estamos hablando. Me gustaría daros una contestación como mas elegante pero la realidad es que no tengo ni idea, porque hoy aparece la tele y estudio estadio ¿de eso había en los sesenta? Ni idea, pero mejor así a todos nos queda la duda y a mi el primero.
Efectivamente ya se como acaba, mas o menos, este serial pero todavía no lo he escrito, aunque tengo todavía mucho que enviaros y por lo tanto tengo tiempo. Al final me pillará el toro como casi siempre a José Tomás, pero de momento no voy mal.
Bueno, pues nada, hasta la próxima y espero que seáis felices aunque ya se que algunos/as entre bodas y la Manga del Mar Menor no os lo estáis montando nada mal (como solo sois dos los que contestáis a este rollo, cada uno/a ubicaros en vuestro sitio que no es muy complicado.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 41.-


-  Cuéntame otra vez lo del convento que me pareció increíble.
- ¿Increíble porque? Juamma se coló en el convento pero por una apuesta.
-  Si, si, pero a mí me han dicho que tú también colaborabas con la broma ¿es cierto?
-  Bueno, algo hacía pero poco, porque todo el peso de aquel lío lo llevaba él y menos mal que al final no lo pillaron que si lo llegan a descubrir los monjes le cortan las pelotas.
-  ¡ Que bestias sois¡ se os ocurre cada cosa que es para mataros.
-  Bueno, bueno, que tampoco hay que exagerar, lo que pasa es que los curas en general y mas los de Silos tienen muy poco sentido del humor.
-  Ya, pero reconocerás que sois la pera.
-  Bueno, la apuesta era que todos los días, durante un mes, es decir treinta días,  entraría en el convento una señorita de un putiferio que había en las proximidades y que permanecería en él, por lo menos doce horas. Eramos tres los de la apuesta y si lo conseguíamos el dueño del bar donde se planteó, nos daba cien mil pesetas a cada uno y se encargaba de pagar los honorarios de las señoritas. El resto corría de nuestra parte.
-  ¿Y es verdad que no os pillaron?
-  Si y no, bueno te explico, la apuesta la ganamos nosotros porque no nos descubrieron en los días acordados, pero nos cazaron el día 31 porque metimos a “la madame” y la muy zorra, nunca mejor dicho, conocedora de la apuesta que para eso había dejado a treinta de sus pupilas, salió corriendo por todos los pasillos del convento diciendo que el Padre Prior la quería violar y montó un número de escándalo, pero en los treinta días no nos pillaron ni una sola vez.
-  ¡Que valor!
-  Tampoco hay que exagerar, lo único fue como nos las tuvimos que ingeniar para pasarlas y eso que colaboraron bastante bien, pero de todas formas hubo que darles una especie de cursillo y garantizarles su integridad, sobre todo, a algunas que habían tenido oportunidad de tratar con alguno de los monjes y tenían un miedo horrible. Las íbamos pasando de todas las maneras y lo raro es que no se dieran cuenta, porque nosotros creábamos la necesidad y enseguida aparecía alguna meretriz que realizaba la tarea. Al principio era muy fácil. Se rompía una tubería, furcia fontanera que les mandábamos desde una Empresa creada por el Obispo de Madrid-Alcalá que parecía como más serio y hasta en el mono les poníamos una especie de escudo con la Catedral de la Almudena para que aquello tuviera mas veracidad. Nuestro común amigo, Alberto que era cliente antiguo de la Hospedería y a quien por su antigüedad le dejaban zascandilear por todo el convento, era el encargado de romper cosas y yo mandaba los operarios, en este caso las operarias. Por ejemplo, otro día se rompió la megafonía de la Basílica y como era sábado y por la tarde había Misa, tuvimos que mandar a tres para resolver el problema.
-  Pero ¿de verdad que los curas no se daban cuenta? - Ana no podía disimular y se partía de risa ante tan bárbaras historias y entre risa y risa tenía que desembarazarse de las manos de Roberto que intentaban abrazarla como si de un pulpo se tratase.
-  Ellos dicen que no, pero yo estoy convencido que mas de uno lo sabía e incluso, aunque las fulanitas y más después del cursillo eran superdiscretas, se las benefició aprovechando que ya iban pagadas por el Señor Obispo, pero eso es secreto de confesión y por lo tanto no se puede saber.
-  Oye, pero tu me has hablado de cuatro o cinco días, pero hasta los treinta ¿que os inventabais?
-  Sinceramente no me acuerdo de todo lo que hicimos en treinta días, pero aquello fue demencial. Parecía imposible que todos los días ocurriera alguna cosa y a ninguno se le ocurrió pensar que Alberto anduviera por en medio, pero fue así. Ya te digo que no me acuerdo de todas las faenas, pero lo que si que te puedo asegurar es que no quedó nada por averiar. La televisiones dejaron de funcionar, las tuberías saltaban como por encanto, los cerrojos de las puertas dejaban a algún cliente atrapado, los cristales se rompían casi por la gracia de Dios, los cuchillos dejaban de cortar y había que buscar una que fuera de Orense y que tuviera alguna idea de afilar y lo mas difícil de ese día fue encontrar un vespino con la piedra de esmeril, pero tuvimos la fortuna que cuando casi habíamos desistido de la idea, apareció un mozo orensano pregonando la mercancía y allí lo tuvimos dale que te pego en el mueblé de Doña Dorinda, hasta que una de las contratadas acabó su cometido. En fín, fueron muchas las ideas, pero lo importante es que llegamos al final de mes y cada uno nos embolsamos cien mil cucas que no nos vinieron nada mal.
-  Venga, no me dejes así, no seas pesado, seguro que te acuerdas de mas historias y no me las quieres contar.
-  De verdad que no me acuerdo, piensa que de eso hace ya casi cinco años
-  ¿Y no has vuelto a ver a ninguna de las artistas?
-  Como dicen en gallego “chamalas como queiras” o algo así, pero lo que son, son putas y uno desde que te conoció no visita esos antros de perversión y claro necesita de vez en cuando alguna alegría que tú me la podías dar ¿no te parece?
Roberto la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia si. Ana trataba de resistirse, pero al final entre que ella tampoco era de piedra y la pesadez de su supuesto pretendiente acabó pegando su mejilla a la suya y dándole un pequeño beso de una manera fugaz.
Roberto empezó a dar saltos por el parque y hasta a una pobre anciana que pasaba por allí la detuvo con un gesto autoritario y le explicó :
-  Señora, acaba usted de ver, si señora, no diga usted que no, acaba usted de ver como esta señorita me ha besado ¿se ha dado cuenta?
-  ¡Que cosas tienen estos chicos! Dios mío.
-  Diga usted que si, señora y me hará el hombre más feliz del mundo – Roberto seguía dando brincos como una cabra. La señora desvió la mirada hacia Ana y esta le hizo un gesto con la mano como indicando que estaba loco.
-  Por Favor, señorita, digame que si y no me haga sufrir más – dicho lo cual se arrodilló ante ella y le hizo una profunda reverencia. Ana se levantó y tomando una pequeña rama de un árbol, se la pasó por la cabeza y fué recitando las condiciones que se le imponían para ser merecedor de sus encantos.
-  Mire usted caballero – Ana le puso un pié en la espalda - le estoy diciendo que mire – Roberto levantó la cabeza y desde su postura arrodillado le pareció todavía mas guapa que nunca – Le voy a decir que si, pero con condiciones.
-  Digame cuales son esas condiciones bella dama y le aseguro que serán cumplidas como fiel caballero que soy.
-  Don Roberto de Valencia y otros Lares: con la autoridad que me confiere mi calidad de nacida en un pueblo de la provincia de Valladolid y en base a su comportamiento en los últimos días, le concedo el honor de ser mi prometido durante diecisiete días. En ese período de tiempo tendrá que demostrarme su hidalguía, dejará a las otras mujeres y solo vivirá por y para mí. No acudirá a cine o teatro alguno sin mi compañía y los Domingos a la una se verá obligado a acompañarme a Misa en la Iglesia de Santa María de los Desamparados. No acudirá al estadio Santiago Bernabeu ni aunque el Real Madrid juegue algún partido de Copa de Europa y en la televisión no verá estudio estadio. Por último y como condición “sine qua non” no acudirá nunca en mi presencia sin haberse afeitado y acicalado con colonia Baron Dandy. Esta es mi voluntad
Roberto se rehizo de su incómoda postura y mirándola fijamente a los ojos no pudo por menos que contestar:
-  Joder, Ana te has pasado, una cosa es que yo te declare mi amor y otra es que te aproveches de esa manera. Te he dicho muchas veces que te quiero y tú ni puñetero caso y ahora, así de pronto, ¿vas y me quieres? Mira, esto no es serio. Yo creo que nos deberíamos dar un período de reflexión de una semana y después te contesto ¿te parece?
Ana le pareció que había gato encerrado, pero en lugar de manifestar su disgusto por no haber sido aceptada, solo se le ocurrió preguntar de una manera inocente
-  ¿Contra quien juega el Madrid el miércoles?  
-  Pues nada menos que contra el Milán, o sea que el jueves te doy la contestación
-  Roberto, tienes una cara como el cemento

Aquellos pensamientos la hicieron sonreir y todos sus amigos se alegraron, porque, como decía Oscar “ir a las fiestas de Majadahonda con el cortejo fúnebre era un coñazo”
-  Tú si que eres un coñazo que nos querías llevar al Troley  ese donde se junta todo el pijerío de Madrid.
-  Pues anda que aquí hay muchos de izquierdas. Fijate, no se ve ni uno solo que no lleve vaqueros, náuticos, polo de marca y jersey a la cintura
-  ¿Y eso es síntoma de pijo?
-  Pues claro.
-  Ya – Sonia otra de las presentes intervino con una media sonrisa – entonces yo estoy rodeada porque tú no llevas vaqueros pero el resto es pijo de la muerte y tus amigos mira como van.
-  Si, pero estos no son pijos. La prueba está en que todos trabajan y los pijos viven del cuento.
-  ¿Seguro? Yo creo que no todos. Yo por lo menos conozco alguno que si que trabaja lo que pasa es que la empresa es de su padre, pero trabajar, trabaja.
Carlos se levantó, se ajustó el jersey y con un vamos a animarnos se metieron en pleno follón, al son de una canción de Adriano Celentano que resultaba interesante para que la gente tuviera oportunidad de cambiar impresiones, porque a continuación la banda de rock de Villanueva de la Cañada atronó el recinto ferial.
A base de empujones llegaron a uno de los chiringuitos donde pidieron unos cuba-libres y se sentaron en el suelo cerca, pero detrás, de uno de los altavoces
-  ¿Tú en que trabajas? - Le preguntó a Ana uno de los chicos mientras sacaba un Ducados de una cajetilla toda arrugada del bolsillo del pantalón
-  Soy secretaria en Papelerías Castellanas ¿y tú?
-  Yo soy Farmacéutico de la Armada y trabajo en el Ministerio de Marina, en la Plaza de  Cibeles y ¿tienes mucho trabajo?
-  Hombre, mucho, mucho no, hago muchas horas, pero también es verdad que durante una parte del día soy la encargada de atender el teléfono y ahí si que no pego ni golpe, porque quitando algún despistado todo el mundo hace sus encargos a través del fax ¿ y tú?, no sabía que en la Marina había farmacéuticos.
-  Pues ya sabes una cosa mas, no te acostarás sin aprender algo más, que dice el refrán. En la Marina tenemos de todo, lo que pasa es que la gente no lo sabe.
-  Eso es verdad pero parece como si los militares fuerais los grandes desconocidos de la Sociedad o por lo menos a mi me lo parece.
-  No exageres, guapa, que tampoco somos apestados.
-  No, hombre, no te enfades que no te lo decía con mala intención. Lo que pasa es que, por lo menos alguno que yo conozco vive en pabellones militares, va a las instalaciones deportivas de los militares, sale con las hijas de sus vecinos que también son militares y para colmo toma copas en algún bar que también es propiedad de algún militar o familiar.
-  Venga, no exageres que eso era antes. Ahora los militares no tenemos casas y vivimos en bloques normales y corrientes.
-  Eso serán algunos porque mi amiga Floren que es hija de un brigada del Ejército, vive en Carabanchel en unas casas que solo son para ellos.
-  Bueno, yo no he dicho que todos los militares vivan en casas civiles, pero la mayoría sí, sobre todo la gente como yo que hicimos primero una carrera y luego la oposición a Marina.
-  ¿Y es muy difícil?
-  No es de las peores oposiciones. No me acuerdo muy bien, porque la hice hace ya casi cinco años, pero éramos, mas o menos, treinta y tantos que para diez plazas no es exagerado.
-  Chico, no tenía ni idea que para todas esas cosas hubiera que examinarse.
-  Hombre, es normal si nó, todo el mundo querría entrar.
-  Yo creo que no, porque lo militar ahora mismo está como mal visto o por lo menos en los ambientes que yo me muevo
-  ¿Tú crees que eso es así?
-  Claro, sinó, pregúntales a todos estos que opinan y ya verás lo que te contestan; de los militronchos no quieren ni oir hablar.
-  Si que es verdad que la sociedad actual no está por la labor de lo militar, decir lo contrario sería negar la evidencia, pero yo creo que es mas por desconocimiento de lo que hacemos que por otra cosa
-  Posiblemente – Ana se levantó y se estiró los vaqueros ajustados dejando ver una imagen en su vestir de modernidad. Sus piernas eran largas y bien contorneadas y su figura se veía realzada por unos zapatos de hermosos tacones.
El farmacéutico de la Armada también se levantó
-  Oye, perdona, pero todavía no me has dicho como te llamas.
-  Ah si, es que éstos – se dio la vuelta y señaló con el dedo a los presentes – tienen la manía de no presentar a nadie. Me llamo Ana.
-  Encantado de conocerte. Yo me llamo Juan Ignacio – con gesto muy serio le dio la mano y la miró de arriba abajo – desde que nos vimos en el Metro no he parado de mirarte, aunque seguro que tú no te has dado cuenta, y la verdad es que eres una mujer muy atractiva.
-  Vaya, hoy va de piropos – Ana se resistía a creer lo que le decía ese amigo de hacía solamente unas horas. Eran muchas las veces que había vivido situaciones similares y para una vez que decidía que su vida debería de dar un giro, venía éste y parecía como que quería ligar – nos acabamos de presentar y atacas directamente, no te andas con rodeos.
-  ¡Que va! Si ligo menos que el chofer del Papa, lo que pasa es que me pareces una mujer interesante y  creo que eres completamente diferente a como tratas de representar. Ya te digo que seguro que no te has dado cuenta, pero en el transcurso de la tarde parece como si te hubieras ausentado, por lo menos un par de veces, como si estuvieras en otro sitio. Luego te has integrado como muy bien en la juerga, pero como dos horas después parece como si hubieras vuelto a desconectar y no te das cuenta, pero te cambia la expresión de la cara.
-  ¿Si? – Ana se rió con fuerza aunque daba la impresión que era una risa forzada – Seguro que te estás imaginando que soy una chica con montones de problemas y hasta que a lo mejor todo es consecuencia de una infancia desafortunada.
Ahora le tocó el turno de la carcajada a Juan Ignacio lo que hizo asomar una dentadura en perfecto estado de revista enmarcada en una cara agradable, no era un hombre guapo, no, pero tenía algo que le hacía interesante. Su nariz era corta, los labios algo engrosados, las cejas pobladas y unos hoyuelos en ambas mejillas se hacían presentes cuando sonreía. Era tirando a alto con anchas espaldas y toda su figura irradiaba como vitalidad. Sus manos, que constituían un punto de referencia habitual para Ana, estaban bien conservadas y se notaba que su trabajo no era, en ningún caso, manual
-  Parecería que soy psicólogo y ya te he dicho que soy farmacéutico, pero si que es cierto que me gusta analizar a la gente que estoy con ella y como no suelo hablar excesivamente, esto me sirve para distraerme.
-  Pues para eso búscate un mono, guapo, que yo ya soy muy mayor para que me tomes el pelo
-  Perdona si te he molestado, pero no quería que te sintieras mal, sinó todo lo contrario, te he visto como apagada y por eso me he acercado a ti, pero si te enfadas retiro todo lo dicho.






sábado, 14 de junio de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 40

Queridos blogueros/as: Esta vez no va a haber introducción porque tengo que deciros que, por fin, ya se como acabar la segunda parte y en este fin de semana la acabo. Tendré que retocar la tercera parte y parece que poco a poco se va viendo el final. Por eso, HOY NO HAY INTRODUCCION.
Un abrazo y como siempre intentar ser felices
Un abrazo
Tino Belas  
CAPITULO 40.-

Ana avanzaba a empujones entre aquella auténtica multitud de gente joven que se agolpaba a lo que parecían unas puertas en medio del campo. Por entre tantas cabezas y al fondo de todo, una especie de escenario con gran cantidad de focos distribuidos a lo largo de una franja roja que hacía las veces de hipotético telón, llenaba una amplia explanada rodeada de farolas que dejaban un rastro de poca luz, mucho alcohol y buen rollo para la mayoría. Las fiestas de esa localidad situada a pocos kilómetros de Madrid se habían convertido en punto de reunión de los menores de treinta años y los atascos para llegar eran monumentales. El recinto ferial estaba claramente dividido en dos mitades, una dedicada a los mas jóvenes, con la explanada y los bares de copas  que la rodeaban y una segunda donde el orden predominaba y las casetas disponían de mesas y sillas, incluso en algunas, los puertas decidían quien entraba y quien no, en base a unos criterios discutibles de forma de vestir o de peinar. Para llegar a la explanada donde la música se volvía atronadora por los casi veinte altavoces instalados en los postes que sostenían la megafonía, era necesario pasar por la zona de los mayores y en donde se establecían las normas. La conversaciones parecían cortadas por el mismo patrón:
-  Mamá, ¿a que hora quedamos?
-  A las doce aquí, ¿vale?
-  ¡ A las doce! Mamá, eso no puede ser. A Natalia y a todas mis amigas las dejan hasta las dos y media
-  ¡ Que barbaridad, tú estás loca, con quince años no se puede venir a las tres de la mañana a casa. Ni hablar.
-  Pero Mamá, si venimos todas juntas.
-  Ni juntas ni separadas, no le des vueltas, Mar, lo que hagan tus amigas a mí me da lo mismo, ya sabes que a tu padre no le gusta que llegues tarde.
-  Pero, Mamá, estamos en fiestas y tú me dijiste que si aprobaba todas, este año me dejarías más tiempo.
Ana estaba sentada dos mesas más allá en compañía de varios amigos y no podía por menos que recordar a sus padres en las fiestas de Medina del Campo. No veía la cara de la madre de la niña ni falta que le hacía porque se estaba  viendo a si misma. Diez años menos, el pelo sin mechas, menos pintada, menos tacones y la falda más larga, pero los mismos argumentos. Entonces su madre no la entendía y ahora, con veinticinco años la echaba de menos, antes discutían siempre, ahora desde que se vino a Madrid, no solo no discutían sino que eran casi amigas. Habían pasado diez años y muchas cosas, la más importante la muerte de su padre en accidente de tráfico y a pesar de estar rodeada de gente, como le pasaba mas a menudo de lo que ella deseara, Ana se encontraba sola. Tenía muchos amigos, un trabajo de Secretaría en una empresa de papelería, una habitación en un piso compartido, ropa de calidad, dinero para sus caprichos y hasta un pequeño utilitario que le permitía desplazarse por Madrid sin tener que recurrir al atestado transporte público y sin embargo estaba sola. Esa soledad que poca gente entiende, soledad interior, soledad que se disimula bien pero que va impregnando todos los tejidos de su piel. Sabía que algo tenía que suceder para que aquello cambiara, pero no sabía ni como ni donde. A veces, pensaba si se habría equivocado al venirse tan joven desde el pueblo, si el tener que ganarse la vida habría perdido oportunidades de ser de otra manera, si el vivir sola la había hecho rodearse de una especie de frialdad que ella no deseaba, si debería buscarse una pareja, si sería mejor no buscársela, si, si, si.....
-  Ana, Ana, despierta que estamos en las fiestas de Majadahonda.
-  Perdona, Roberto que estaba en las nubes.
-  Eso no hace falta que lo jures. Llevas una temporada que algo te pasa y nadie sabemos lo que puede ser.
-  Pues, no te preocupes que no es nada importante
-  ¿ Y no te podemos ayudar?
-  No, porque ya te digo que no es nada importante.
-  Bueno, bueno, allá tú, pero los amigos estamos para momentos como el que estás pasando. Cuando las cosas van bien, nunca nos hacen falta, pero a veces son necesarios.
-  Ya lo se - Ana se volvió a meter en si misma y a pesar de la cantidad de gente que circulaba por la caseta, parecía como si estuviera ausente, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado.
Roberto la miró entre sorprendido y algo preocupado. Se consideraba algo más que un amigo, aunque para Ana era solamente alguien en quien podía confiar. Desde que se conocieron en casa de unos amigos, se habían caído bien y se veían con mucha frecuencia. Casi siempre con más gente a pesar que Roberto intentaba crear un ambiente íntimo a su alrededor, pero ella lo rechazaba sistemáticamente con el argumento que eran muy buenos amigos, pero nada más. Siempre le argumentaba que era muy joven para una relación formal y que tiempo habría para plantearse ese tipo de situaciones. Hacía meses que comenzaron a salir en pandilla y a pesar de todo, Roberto insistía en intentar estar a solas con ella. Era como dos años mas mayor, había terminado la carrera de Periodismo y estaba en período de pruebas en Radio Nacional de España en el Departamento de Sonido. Natural de Valencia, pero afincado en Madrid, desde hacía muchos años, era un joven alto, moreno de rostro bien parecido, nariz aguileña, manos grandes, anchas espaldas y fama de juerguista. Sus fechorías amorosas eran muy conocidas por todas sus amistades y aunque en general, era muy simpático, a veces, se pasaba en contar sus aventuras con algunas chicas que conocía en ambientes de diversión. Ana se lo reprochaba constantemente porque le molestaba sobremanera la forma de entender la vida de este chico que trataba de enamorarla, pero sin perder su autonomía.
-  ¿No te das cuenta que eso que pretendes es imposible, Roberto? ¿ Tú crees que vas a encontrar alguna mujer que acepte esas condiciones?
-  Hombre yo estoy convencido que sí ¿porqué no?
-  Pero ¿cómo que porqué? ¿Tú te crees que las mujeres no tenemos también nuestro amor propio?
-  No soy capaz de entenderte y deja al resto del mundo que se organice como quiera. Yo lo que te ofrezco es que salgas conmigo para que me conozcas de verdad, no como te cuentan que soy y verás como sería un novio perfecto para ti ¿no te lo crees?
Ana no pudo por menos que soltar una sonora carcajada. Estaba absolutamente convencida que era un cara dura de tomo y lomo, pero había algo en él que la tenía confundida. Según su estado de ánimo, el de Ana por supuesto, algunos días pensaba que si saliese con él lograría hacerlo cambiar, pero otros muchos, quizá la mayoría, creía que lo que el buscaba en las mujeres ella no lo aceptaría nunca. Estaba educada a la antigua o quizás sus experiencias previas no habían sido especialmente prometedoras o lo que fuera, pero lo que tenía claro es que ella, y eso era una parte importante de lo que él pretendía, no se iba a la cama con el primero que se pusiera a tiro.
Era necesario que se dieran otra serie de circunstancias para que ella fuera mas condescendiente.
Roberto insistía con esos argumentos que comenzaban a sonar a rancios
-  Ana, si tú quisieras, nos íbamos un fín de semana por ahí y te demostraría todo mi amor. Te aseguro que sería una experiencia inolvidable para ti y descubrirías lo que es el amor, pero amor de verdad, no de ese que te ofrecen en las telenovelas, no. Seríamos dos en uno y eso es una situación que no se puede explicar. Hay que disfrutarla.
-  Ya – Ana le devolvía lo explicado por él unos días antes – y entonces me volvería como la tal Erika, la sueca que nos contaste la semana pasada que cuando salías de la habitación porque habías quedado conmigo, se agarraba a tus piernas y te pedía que no la abandonases que sin ti no podría vivir y que si la dejabas se tiraría al Metro en la Estación de Ópera.
-  ¿ Y yo que querías que hiciera? Ante la posibilidad que aquello fuera verdad, no tuve más remedio que volverme a la cama con ella y volver a declararle mi amor, no fuera a ser que por una tontería cometiera otra más grande y así, después de un rato de diversión me fui y se quedó tan tranquila. ¿ Me quieres explicar que hubieras hecho tú en la misma situación?
-  Roberto, deja de decir tonterías porque yo no tendría que hacer nada porque nunca llegaría a ese momento.
-  ¿Tú nunca has tenido necesidad de un hombre?
Ana le miró con una sonrisa en los labios, mientras retiraba la mano que Roberto había apoyado “distraídamente” sobre su muslo izquierdo. Le daban ganas de dejarle hacer porque no tenía ni idea de hasta donde sería capaz de llegar, pero ante la duda prefirió no seguir con aquel juego.
-  Mira, Roberto, no seas pesado siempre con lo mismo. Métete en la cabeza que yo no soy tú y que no necesito para nada un hombre en mi cama como si fuera una cualquiera. Antes de llegar a eso hay un montón de trámites que hay que cumplir y después ya veríamos.
-  Pero para ti ¿que es lo principal en una relación de pareja?
-  La fidelidad – Ana contestó sin dudarlo ni un solo segundo
-  Y el sexo ¿no?
-  No, aunque te parezca imposible, no. Bueno, no exactamente no, pero después de tener la seguridad de que con el que me vaya a la cama me es fiel porque sinó, ¿cuál es la diferencia con una fulana?
-  Hombre, no compares. Las fulanas como las llamas tú, trabajan por dinero y se acuestan con todo el que pague y en mi caso es diferente. Lo mío es amor ¿no lo entiendes?
Roberto puso una cara que parecía Romeo en su declaración formal a Julieta lo que provocó la sonrisa de Ana
-  Tienes un rollo que seguro que funciona para mucha gente, pero conmigo no va, chaval, que se te ve el plumero.
-  Pero ¿cómo me puedes decir eso? Te prometo que si me aceptas como tu novio formal me vuelvo mas serio que un Benedictino en el Monasterio de Santo Domingo de Silos.
-  Ya, como nuestro común amigo Juamma que estuvo allí un mes y lo echaron porque desprestigiaba el buen nombre del convento.







viernes, 6 de junio de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 39

 Queridos blogueros/as: Hoy, que es jueves y un poco tarde, publico el capítulo semanal (esto empieza a parecerse a cuéntame pero en versión escrita) porque mañana me voy a Valencia a celebrar que me jubilo definitivamente de la consulta con el Dr........ (no pongo el nombre porque esto del Internet me da un poco de miedo, pero todos los que me conocéis sabéis a quien me refiero) que ha sido mi ayudante, mis manos y mi todo desde el punto de vista profesional y que me convida a pasar el fin de semana a su casa en la playa de la Malvarosa. Viajecito en AVE, dos días de conocer la zona y el Domingo de vuelta. El plan, en principio tiene muy buena pinta. 
Tengo que reconocer que el capítulo de hoy me ha venido al pelo porque nos dejamos de tanto Brasil y ahora toca un poco de tranquilidad y efectivamente como comentabais el otro día yo hace tiempo que me he perdido con "el tempo"(que fino y como que ilustrado suena) de esta novela y ya no se si estoy empezando acabando o sabe Dios que, pero a mi, reconozco que me ha gustado
"El mañana es hoy y pasado será mañana" Esto no viene a cuento pero se me acaba de ocurrir y aquí queda escrito para la posteridad.
Un abrazo y como siempre procurad ser felices, que no es nada fácil
Tino Belas

CAPITULO 39.-

-  Déjame que abra yo, ¿te importa?
-  Encantada, faltaría más – Mamen se hizo a un lado lo que permitió que Fernando introdujera la llave en la cerradura correspondiente. La puerta se abrió con un pequeño giro y dejó al descubierto un amplio hall en el que destacaba un cuadro de vivos colores que ocupaba la pared de la izquierda. Por debajo, dos candelabros de plata trataban como de sujetar el marco de madera y en el centro del marmol que cubría una cómoda de caoba con tiradores dorados, una bandeja de plata era la encargada de recoger el correo que dado el tiempo que había transcurrido desde que Fernando sufriera el infarto, casi dos meses que se le habían hecho como casi dos años, se encontraba hasta los topes de sobres y papeles y eso que encima de la mesa de tu despacho hay otro montón indicó Mamen.
La imagen de Fernando Altozano se reflejó por unos segundos en el espejo que ocupaba toda la pared de enfrente y éste comprobó que su etapa hospitalaria, como era lógico, le había supuesto la pérdida de casi quince kilos lo que se transmitía a la figura del espejo. Fernando hizo como que no miraba, pero la costumbre adquirida de siempre, le hizo pararse unos segundos. Lo único que conservaba prácticamente igual era el pelo. El resto parecía como si perteneciese a otra persona.
La piel de la cara se adaptaba como un plástico a su contorno, haciendo resaltar los pómulos y las cuencas de los ojos parecían como querer penetrar en las pupilas. La camisa se le había quedado enorme y entre el primer botón y el cuello, le cabían por lo menos dos dedos. Además, el traje gris marengo era como de dos tallas más  y hasta los zapatos le parecía como que no era suyos. En fin, una impresión nada favorable para un hombre que durante muchos años había dedicado parte de su tiempo al culto al cuerpo y que, a partir de ahora, debería esforzarse en mantener la salud a base de importantes sacrificios que, desde luego, estaba dispuesto a asumir.
Mirándose al espejo, Fernando se dio cuenta que no era nadie, él que era un triunfador, un hombre al que el dinero le entraba a raudales por todos los poros de su piel, su “caché” social iba en aumento y no había acontecimiento en el que no estuviera presente, con su mujer la relación era superficial, pero para la gente se podría considerar excelente, sus hijos en colegios de postín, su casa en la mejor zona de la capital con un servicio a su disposición que para si lo quisieran muchos, Mercedes a la puerta con chofer filipino para envidia de sus vecinos, saneada cuenta corriente y un puñetero infarto le había arruinado la vida, ¿porqué le tenía que haber tocado a él? ¿había hecho algo malo como para merecer ese castigo? Es verdad que, al principio era muy creyente y que con la muerte de uno de sus hijos había perdido la fe y eso que había pedido con ahínco recuperarla, pero Dios, su Dios, no había juzgado oportuno concedérsela y por lo tanto Fernando no se consideraba responsable de lo sucedido, pero eso ¿era motivo suficiente para un castigo tan severo? El Dios en el que había creído siempre ¿era tan rencoroso que al que se la hace la paga? Cuando estaba tranquilo, estos y otros muchos razonamientos desfilaban por su mente y él trataba de obviarlos con el simple razonamiento que no era el momento de plantearse tales problemas, no se podía estresar y ya vería cuando los analizaba, pero ahora ante su triste imagen en el hall de su casa, estos volvieron a aflorar y ya no sabía si era el momento o no, pero decidió que ya habría horas y horas para pensar e incluso recuperar aquellas conversaciones con Dios que tenía cuando era creyente.
Su vista continuó a lo largo del pasillo que se prolongaba con diferentes puertas que daban entrada a las distintas habitaciones, sin darse apenas cuenta que Manen le observaba atentamente. No se perdía un solo detalle y sabía, porque le conocía muy bien, cuales eran los pensamientos que en ese momento pasaban por su mente y le dio pena, si, le dio muchísima pena.
Fernando trataba de disimular la emoción que le embargaba y para ello miraba a todo con ojos críticos y no hacía nada más que comentar lo bonita que estaba la casa. El salón era una maravilla, los dos tresillos de piel lo hacían muy señorial y la amplia chimenea le daba un toque inglés al conjunto. Unos trofeos de algunas de las cacerías intentaban mirar con sus ojos muertos las reacciones de su cazador. Todo estaba igual que cuando sufrió el accidente, sin embargo, aunque físicamente estaba igual, todo era diferente. Los colores de los tresillos estaban como difuminados, los cuadros habían perdido vitalidad y hasta la bandera de España que presidía el impresionante salón aparecía como menos altiva que otras veces. Fernando tocaba los muebles como queriendo recuperar sensaciones y repetía una y otra vez que la casa estaba preciosa. Hasta un cuadro de su amigo Herguedas, dispuesto al lado de una estantería de caoba repleta de plata, parecía querer unirse a tan significado día con un paisaje de un mar triste, oscuro, casi sin movimiento y sin fuerza. Mamen le acarició la espalda y apoyando su cabeza en el hombro del que era su marido desde hacía muchos años, trató de continuar con sus pensamientos
-  Anímate, Fernando, piensa que acabamos de llegar a casa después de un montón de días y todo volverá a la normalidad. Vamos a nuestro cuarto y descansas un rato ¿te parece?
-  Si, creo que me vendrá bien tumbarme en la cama, porque han sido demasiadas las emociones en tan poco tiempo.
Continuaron avanzando por el largo pasillo y evitaron, consciente o inconscientemente, entrar en el despacho, donde se produjo el inicio de la enfermedad y al llegar a su dormitorio Fernando no pudo aguantar mas y se abrazó a su mujer. Al principio fue un abrazo cálido, muy cálido, pero poco a poco se fue transformando en una unión que traspasaba los límites de lo material y parecía que eran un solo cuerpo. Fernando hacía años que no percibía aquella experiencia y se dio cuenta de su dependencia de aquella mujer que se había cruzado en su camino y era la madre de  sus hijos.
Le pareció curioso, toda la vida ella ha dependido de mí y ahora es al revés. Si, exactamente al revés. ¿Ella lo verá igual?
Mamen, en aquel abrazo tan singular, atravesó por fases diferentes, al principio, para qué negarlo, sintió amor, ternura, proximidad, deseos de ayudar.... etc, pero luego, notó excitación, una sensación extraña recorrió todo su cuerpo, le parecía que aquel día tenía abiertos todos lo poros de su piel y que estos se llenaban de deseo, de un deseo irrefrenable de poseer a aquel que durante tantos años había sido su marido, al que había querido con locura y al que había perdido, casi sin darse cuenta.
Fernando, influenciado por los deseos de su mujer que indudablemente se los había contagiado, se dejó caer en la cama y acarició lentamente, primero la cabeza de Mamen y posteriormente todo su cuerpo como  habían hecho en múltiples ocasiones, aunque de eso habían pasado algunos meses y Fernando volvió a descubrir cuanto quería a aquella mujer y lo poco que la había considerado. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Mamen los secó con sus besos, hasta que pasados unos minutos se impuso la cordura y un plácido sueño hizo desaparecer los deseos de la pareja.

Las horas transcurrieron lentamente y Fernando se despertó con la sensación de haberse dormido diez minutos y habían transcurrido casi cuatro horas. Su mirada recorrió la amplia habitación donde se acumulaban los recuerdos. El cuadro con las flores secas que le había regalado su cuñada el día de su aniversario, rodeado de fotos de los diferentes viajes que había disfrutado con Mamen,, presidía la pared de enfrente. A los lados, dos lamparitas en la pared que distribuían su pobre luz sobre el gotelé, siempre le habían parecido espantosas, pero siempre habían ocupado ese lugar. A la derecha su galán de noche, cosa rara, pero completamente vacío, justo delante de la ventana, que ponía distancia a uno árboles que superaban en altura el cuarto piso y que le hacían invisible a los ojos de los vecinos de los edificios colindantes, lo que en invierno no era muy importante, pero en verano era una delicia poder dormir con la ventana abierta y desnudo encima de la cama. A la izquierda, la entrada al amplio vestidor que con sus espejos a ambos lados parecía querer duplicar a los inquilinos.
Fernando  cerró los ojos y volvió a rememorar todo lo sucedido.
Desde el mismo momento que abandonó el hospital, sabía que aquello iba a ser una constante en su vida. Se acordaba, como si de un video se tratase, de todo lo que le había pasado desde que notó el dolor precordial. Su rápida entrada por la puerta de urgencias, las carreras de las enfermeras, los celadores que solicitaban una camilla – pero ¿quién coño se ha llevado la camilla de reanimación? Hay que joderse, siempre pasa lo mismo – hasta la cara de los que estaban esperando en la cola a los que incluso llegó a oir aquello de – este, si que viene mal. Su pensamiento se había transformado en una pantalla gigante de televisión y hasta cuando le colocaron un cateter en una vena en el cuello – Ahora, Fernando tienes que ayudarnos un poco y no moverte para nada porque sinó te tendré que pinchar otra vez – se le quedó grabado.
Sin embargo y desde que por la vena le inyectaron un líquido como blanquecino, no volvió a recordar nada hasta para lo que para él fueron horas y sin embargo , fueron casi cinco días.
-  ¿ Que pasa, Fernando, tienes sueño? Porque has dormido casi cinco horas. – Mamen se acercó y le acarició la frente
-  ¡ Que va, le he estado dando vueltas a todo, como rebobinando la película
-  Ya y ¿qué tal la sesión?
-  Bueno, no ha estado mal, pero nunca pensé que tuviese tanta memoria.
-  Si, fueron días muy intensos para todos.
-  ¡ y que mal se pasa!
-  Hombre, Fernando,está claro que el principal perjudicado has sido tú, pero para mí tampoco ha estado mal. Las horas se hacen interminables y aunque la gente se portó de maravilla, parecía como si se hubiera parado el reloj. Yo creo que hicimos un sendero en el pasillo de tanto ir y volver y menos mal que tuve toda la información que quise gracias al Dr Cuesta que si no, no se que hubiera pasado.
-  La verdad es que el Dr Cuesta se portó de maravilla, no sabía que contigo también, pero, desde luego conmigo, era el único que merecía la pena. El resto era una pandilla de chulitos y prepotentes que parecía que se dedicaban a la moda en lugar de a tratar enfermos. Todos muy repeinados, con  las batas impecables y como cortados por el mismo patrón
-  Sobre todo el Jefe ¿te acuerdas? – Mamen recordó el cambio de actitud cuando se enteró que eran recomendados del Ministro de Sanidad. Al principio la visita duraba entre dos y tres minutos, los justos para que la enfermera que les acompañaba tomara nota de las pruebas a realizar y comentara que tal habían pasado la noche y en cuanto llamó Lopez de Letona interesándose por Fernando, el Jefe del Servicio de Cardiología, se sentaba en los piés de la cama y hasta comentaba las noticias del día con el paciente. Fernando lo agradecía enormemente ya que son muy pocos los momentos alegres en una UVI y trataba de alargar la conversación, pero el resto de los  pacientes también tenían sus derechos y la visita continuaba porque, según expresión del Dr. Roucanes desde que los pobres tiene la Medicina gratis, había que visitarlos todos los días y encima escucharles su rollo.
-  Si, - Fernando se levantó con cuidado de la cama y después de ajustarse las zapatillas se dirigió lentamente al cuarto de baño – hay que reconocer que esta habitación es mucho mejor que la de la Residencia.
-  Si, pero porque tú quisiste porque el Jefe estaba dispuesto a llevarte a una clínica privada y tú te empeñaste en venirte a casa ¿te acuerdas?
-  ¿Cómo no me voy a acordar? La frase de la mañana era ¿pero todavía está usted aquí, Señor Altozano? Ya sabe que es usted  muy libre de hacer lo que considere mas oportuno, pero tiene reservada a su nombre la suite número dos de la ClínicaLa Luz” donde le están esperando con los brazos abiertos y donde el trato será como usted se merece y no como el de aquí, mezclado con el “populacho”. A lo que yo sistemáticamente le contestaba que donde mejor estaba era en mi casa y que el trato era excelente y él ponía cara de no entender nada y continuaba la visita como si nada y haciendo oídos sordos a los comentarios de los que le acompañaban que no paraban de ponerle verde .
-  Parece mentira lo mal que se llevan en aquel Servicio y eso que son seis o siete Especialistas que si llegan a ser más, se matarían.
-  Es verdad – Fernando no pudo evitar una sonrisa, mientras se acordaba de los pases de visita, sobre todo cuando los presentaban los Residentes – todo eran malas contestaciones y eso que los jóvenes eran unos santos, porque al Jefe lo trataban bastante bien
-  ¿ Y sabes porqué?
-  Supongo que sería porque le tenían miedo.
-  ¡ Que va! Un día me lo contó el Dr. Cuesta y me hizo mucha gracia. Parece ser que alguien en la Seguridad Social está estudiando la posibilidad de realizar estudios electrocardiográficos a domicilio y como aquí todo lo hacemos a lo grande, en lugar de mandar una enfermera que sería lo lógico y conectar los aparatos a un registro central, lo que mandan es a un Cardiólogo y parece ser que es la mejor forma de salir todos los días del Hospital sin ningún tipo de control y aunque lo pidieron los Adjuntos, el sindicato es el que domina y no hubo forma de variar la convocatoria. El caso es que con este sistema, el Residente se va con una enfermera, en un ford fiesta de los de la Seguridad Social, hacen lo avisos que tengan y luego se dedican a pasear hasta la hora de volver e incluso me contó que uno de ellos se va a ir con la novia.
-  Menudo chollo – Fernando observó mientras tanto a su mujer. Con su brazo izquierdo atrajo hacia sí a su mujer y la besó  lentamente, sus manos se entrelazaron y así permanecieron por espacio de varios minutos notando sensaciones que parecían como querer volver. Era como un cosquilleo, como si algo pasase de una mano a otra
-  Mamen qué bien estamos así  ¿verdad?
-  Si, y hacía tanto tiempo  que ya casi ni me acordaba. Es lo que te decía el otro día en el Hospital, lo que a nosotros nos pasa es que no tenemos tiempo para nada y eso no puede ser. Fijate que en solo dos minutos con las manos juntas, nos hemos dicho más cosa que en tres años ¿te habías dado cuenta?
-  Pues la verdad es que no, porque contigo me pasa una cosa curiosa. No me hace falta hablarte, solo con saber que estás ahí me llega, no necesito nada mas y eso si que quiero agradecértelo de verdad porque en la UVI eso lo sentí montones de veces.
-  Me alegro porque otra cosa no haría, pero horas sí que pasé en el dichoso pasillo.
-  ¿Y se pasa tan mal como dentro?
-  ¡ Que va! Se pasa muchísimo peor, porque  tienes un despiste tremendo. Algunos días mejor, cuando aparece algún amigo o alguien que te hace compañía, pero otras veces las horas se  hacen interminables.
-  ¿Y que hacías?
-  Yo que sé, lees una revista, miras por la ventana, charlas con el vecino de al lado, medio te duermes en una especie de banquetas superincómodas que están pegadas a las ventanas, comes, te muerdes las uñas y de todo lo que te puedas imaginar, menos pensar. Es curioso ¿verdad? casi todas las horas del mundo para dar vueltas y vueltas y al final te das cuenta que lo que deseas es que todo pase lo antes posible y volver a casa como si nada hubiera pasado y encima es verdad. En cuanto te quieres dar cuenta ya ha pasado todo y aquí estamos como si tal cosa – Mamen acarició la cara de su marido con parsimonia – bueno, como si tal cosa no, pero con algunos kilos de menos.
-  No me lo recuerdes que he debido adelgazar, por lo menos, quince kilos.
-  Venga ya, exagerado
-  ¿Que no te lo crees? Mira estos pantalones que te acordarás que me los hice en Reyes del año pasado, me estaban tirando a estrechos y ahora casi meto tres dedos por la cintura.
-  Bueno, no te preocupes, porque eso lo recuperas en nada, ya lo veras.
-  Por cierto – Fernando introdujo la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó un papel todo arrugado – me he encontrado la cita para la consulta de Cardiología y tenemos que ir a revisión el jueves ¿tú crees que ya me darán el alta?
-  No tengo ni idea. A mi me parece que estás muy bien, pero no sé si para trabajar o no, eso lo tendrá que decir el Cardiólogo.
-  Pues yo supongo que sí porque tampoco tengo un trabajo tan estresante y menos después de tres meses sin pegar ni golpe.
-  Tú trabajo no sé como es para ti, pero lo que si que te quiero decir es que lo que no puede ser es lo que hacías antes del infarto, eso si que no, porque en tres meses estás otra vez en la UVI.
-  No, ni hablar, ya lo tengo todo pensado, iré  a trabajar, pero dosificando el trabajo y comeré en casita todos los días.
-  Ya, eso no te lo crees ni borracho, Fernando. No has comido en casa en tu vida ni creo que lo vayas a hacer ahora, ni tampoco tiene que ser así. Puedes comer fuera, pero organizarte mejor y sobre todo intentar que sea siempre en la taberna de Hernani que te conocen y te pueden dar un menú bajo en calorías, con poca sal y todas esas cosas que te han aconsejado.
-  Si, eso es un poco la idea que tenía. En fin, ya veremos que pasa – Fernando se incorporó ligeramente y después de unos segundos, se levantó y dobló las rodillas hasta tocar con las puntas de los dedos en las zapatillas que llevaba puestas –  querida, te diré, con gran dolor de mi corazón que ha llegado la hora del paseo.
-  A sus órdenes, Jefe – Mamen se levantó y se ajustó una cazadora de cuero con cuello vuelto que llevaba una especie de piel al cuello.
-  Mamen, perdona, pero te vas a asar con eso.
-  Que va, si es como un calcetín. Parece mucho mas gorda, pero no abriga nada,     Toca, toca ya verás como es muy fina.
Fernando se acercó y la tocó desplazando su mano no solo por la solapa, si no también por el forro y por todo lo que rozaba con la cazadora. Su mano recorría un camino conocido, pero poco transitado en los últimos meses y se daba cuenta que su deseo iba en aumento. Mamen se separó despacio, para no molestar, pero también para no contribuir a exacerbar a su marido. Sabía que si continuaban dos minutos más, adiós paseo.
-  Fernando, vamos que  enseguida se hace de noche y comienza a hacer frío. Venga, ponte el abrigo y a caminar.
-  ¿No te apetece que sigamos con lo que estamos?
-  Claro que me apetece, pareces tonto, pero todavía nadie nos ha dicho que nos podemos acostar y me da un poco de miedo.
-  Pero ¿qué puede pasar?
-  Fernando, no te pongas pesado y vamos.
Fernando la soltó no sin esfuerzo y bajaron lentamente la escalera. En el amplio  portal, Severino, el portero de toda la vida, se levantó de la pequeña habitación desde donde controlaba las entradas y salidas y saludó cariñosamente al del tercero
-  Animo, Don Fernando que a mi hermano Antonio también le dio uno de esos y por ahí anda tan tranquilo.
-  Gracias, Severino. Por fín en casa.
-  Enhorabuena, Señor y para usted también Señora.
-  Gracias

La calle era un bullicio. Lo primero que llamó la atención de Fernando fue la cantidad de gente que paseaba por las espaciosas aceras. La falta de costumbre hizo que le molestara el ruido de los motores y hasta le pareció que la contaminación había aumentado. Los escaparates estaban iluminados con grandes luces, las guirnaldas y las bolas rojas estaban por todas partes indicando la llegada de la Navidad. Fernando avanzaba despacio entre toda aquella multitud y alguna vez se quitaba el sombrero ante la llegada de alguna señora que se alegraba de verlo otra vez en la calle.
Entró en su librería habitual, se compró, como siempre, las últimas novedades editoriales y volvió a su casa con una sensación como si hubiera dado la vuelta  a España caminando. Se sentó en su sillón preferido, intentó comenzar a leer el ABC y se quedó profundamente dormido. Mamen que permanecía a su lado, dobló cuidadosamente el noticiario y se dispuso a coser un botón de una camisa que lo tenía en el costurero que estaba a su derecha.
  Al día siguiente, ocho y media de la mañana, la asistenta abrió la puerta y Mamen que sabía que a esa hora debería de llegar, ya estaba levantada y la recibió en bata. Organizaron entre las dos las tareas a realizar y la señora insistió en que no hiciera ruido para no despertar al señor que ya había vuelto del hospital.
Fernando como consecuencia de un Valium que le habían recetado para todas las noches, dormía a pierna suelta y no se había enterado que su mujer se había levantado previamente. Primero alargó una mano y en aquella ocasión no sintió el dolor provocado por la aguja que permanentemente tenía fijada al dorso de su mano izquierda. A continuación abrió los ojos y con sorpresa constató que no tenía enfrente el monitor que permanentemente vigilaba sus coronarias, ni que se había despertado solo, sin que la enfermera de turno le diera unos toquecitos en el brazo para ponerle el termómetro. Esta vez era diferente y eso le hizo caer en la cuenta que enfrente estaba su librería de toda la vida y en el centro un cuadro de la primavera de Manet. Se movió entre las sábanas apreciando la calidad del tejido de lino de la que estaban hechas y que no se parecía en nada a las de la Seguridad Social y llegó a la conclusión que como en casa no se estaba en ninguna parte. Con lentos movimientos se levantó, se tomó el pulso que lo encontró ritmico, regular y potente, se tomó la tensión con un pequeño aparato que tenía en la mesilla de noche (12-8 estoy como un reloj) y después de ajustarse las zapatillas que tenía debajo de un galán de noche, se puso de pié ( no me mareo, muy buena señal) y abriendo la puerta del cuarto de baño que daba a su dormitorio se introdujo en él cerrando por dentro. Lo primero fue mirarse otra vez al espejo y volver a darse cuenta que había adelgazado, por lo menos, siete u ocho kilos. El pelo permanecía como siempre (menos mal, algo se había mantenido en su sitio), pero el resto de su cuerpo reflejaba su estancia prolongada en el hospital.