Queridos blogueros/as: Hoy, que es jueves y un poco tarde, publico el capítulo semanal (esto empieza a parecerse a cuéntame pero en versión escrita) porque mañana me voy a Valencia a celebrar que me jubilo definitivamente de la consulta con el Dr........ (no pongo el nombre porque esto del Internet me da un poco de miedo, pero todos los que me conocéis sabéis a quien me refiero) que ha sido mi ayudante, mis manos y mi todo desde el punto de vista profesional y que me convida a pasar el fin de semana a su casa en la playa de la Malvarosa. Viajecito en AVE, dos días de conocer la zona y el Domingo de vuelta. El plan, en principio tiene muy buena pinta.
Tengo que reconocer que el capítulo de hoy me ha venido al pelo porque nos dejamos de tanto Brasil y ahora toca un poco de tranquilidad y efectivamente como comentabais el otro día yo hace tiempo que me he perdido con "el tempo"(que fino y como que ilustrado suena) de esta novela y ya no se si estoy empezando acabando o sabe Dios que, pero a mi, reconozco que me ha gustado
"El mañana es hoy y pasado será mañana" Esto no viene a cuento pero se me acaba de ocurrir y aquí queda escrito para la posteridad.
Un abrazo y como siempre procurad ser felices, que no es nada fácil
Tino Belas
CAPITULO 39.-
- Déjame que abra yo, ¿te importa?
- Encantada, faltaría más – Mamen se hizo a un
lado lo que permitió que Fernando introdujera la llave en la cerradura
correspondiente. La puerta se abrió con un pequeño giro y dejó al descubierto
un amplio hall en el que destacaba un cuadro de vivos colores que ocupaba la
pared de la izquierda. Por debajo, dos candelabros de plata trataban como de
sujetar el marco de madera y en el centro del marmol que cubría una cómoda de
caoba con tiradores dorados, una bandeja de plata era la encargada de recoger
el correo que dado el tiempo que había transcurrido desde que Fernando sufriera
el infarto, casi dos meses que se le habían hecho como casi dos años, se
encontraba hasta los topes de sobres y papeles y eso que encima de la mesa de
tu despacho hay otro montón indicó Mamen.
La imagen de Fernando Altozano
se reflejó por unos segundos en el espejo que ocupaba toda la pared de enfrente
y éste comprobó que su etapa hospitalaria, como era lógico, le había supuesto
la pérdida de casi quince kilos lo que se transmitía a la figura del espejo.
Fernando hizo como que no miraba, pero la costumbre adquirida de siempre, le
hizo pararse unos segundos. Lo único que conservaba prácticamente igual era el
pelo. El resto parecía como si perteneciese a otra persona.
La piel de la cara se
adaptaba como un plástico a su contorno, haciendo resaltar los pómulos y las
cuencas de los ojos parecían como querer penetrar en las pupilas. La camisa se
le había quedado enorme y entre el primer botón y el cuello, le cabían por lo
menos dos dedos. Además, el traje gris marengo era como de dos tallas más y hasta los zapatos le parecía como que no
era suyos. En fin, una impresión nada favorable para un hombre que durante
muchos años había dedicado parte de su tiempo al culto al cuerpo y que, a partir
de ahora, debería esforzarse en mantener la salud a base de importantes
sacrificios que, desde luego, estaba dispuesto a asumir.
Mirándose al espejo,
Fernando se dio cuenta que no era nadie, él que era un triunfador, un hombre al
que el dinero le entraba a raudales por todos los poros de su piel, su “caché”
social iba en aumento y no había acontecimiento en el que no estuviera
presente, con su mujer la relación era superficial, pero para la gente se
podría considerar excelente, sus hijos en colegios de postín, su casa en la
mejor zona de la capital con un servicio a su disposición que para si lo
quisieran muchos, Mercedes a la puerta con chofer filipino para envidia de sus
vecinos, saneada cuenta corriente y un puñetero infarto le había arruinado la
vida, ¿porqué le tenía que haber tocado a él? ¿había hecho algo malo como para
merecer ese castigo? Es verdad que, al principio era muy creyente y que con la
muerte de uno de sus hijos había perdido la fe y eso que había pedido con
ahínco recuperarla, pero Dios, su Dios, no había juzgado oportuno concedérsela
y por lo tanto Fernando no se consideraba responsable de lo sucedido, pero eso
¿era motivo suficiente para un castigo tan severo? El Dios en el que había
creído siempre ¿era tan rencoroso que al que se la hace la paga? Cuando estaba
tranquilo, estos y otros muchos razonamientos desfilaban por su mente y él
trataba de obviarlos con el simple razonamiento que no era el momento de
plantearse tales problemas, no se podía estresar y ya vería cuando los
analizaba, pero ahora ante su triste imagen en el hall de su casa, estos
volvieron a aflorar y ya no sabía si era el momento o no, pero decidió que ya
habría horas y horas para pensar e incluso recuperar aquellas conversaciones
con Dios que tenía cuando era creyente.
Su vista continuó a lo
largo del pasillo que se prolongaba con diferentes puertas que daban entrada a
las distintas habitaciones, sin darse apenas cuenta que Manen le observaba
atentamente. No se perdía un solo detalle y sabía, porque le conocía muy bien,
cuales eran los pensamientos que en ese momento pasaban por su mente y le dio
pena, si, le dio muchísima pena.
Fernando trataba de
disimular la emoción que le embargaba y para ello miraba a todo con ojos
críticos y no hacía nada más que comentar lo bonita que estaba la casa. El
salón era una maravilla, los dos tresillos de piel lo hacían muy señorial y la
amplia chimenea le daba un toque inglés al conjunto. Unos trofeos de algunas de
las cacerías intentaban mirar con sus ojos muertos las reacciones de su
cazador. Todo estaba igual que cuando sufrió el accidente, sin embargo, aunque
físicamente estaba igual, todo era diferente. Los colores de los tresillos
estaban como difuminados, los cuadros habían perdido vitalidad y hasta la
bandera de España que presidía el impresionante salón aparecía como menos
altiva que otras veces. Fernando tocaba los muebles como queriendo recuperar
sensaciones y repetía una y otra vez que la casa estaba preciosa. Hasta un
cuadro de su amigo Herguedas, dispuesto al lado de una estantería de caoba
repleta de plata, parecía querer unirse a tan significado día con un paisaje de
un mar triste, oscuro, casi sin movimiento y sin fuerza. Mamen le acarició la
espalda y apoyando su cabeza en el hombro del que era su marido desde hacía
muchos años, trató de continuar con sus pensamientos
- Anímate, Fernando, piensa que acabamos de
llegar a casa después de un montón de días y todo volverá a la normalidad.
Vamos a nuestro cuarto y descansas un rato ¿te parece?
- Si, creo que me vendrá bien tumbarme en la
cama, porque han sido demasiadas las emociones en tan poco tiempo.
Continuaron avanzando por
el largo pasillo y evitaron, consciente o inconscientemente, entrar en el
despacho, donde se produjo el inicio de la enfermedad y al llegar a su
dormitorio Fernando no pudo aguantar mas y se abrazó a su mujer. Al principio
fue un abrazo cálido, muy cálido, pero poco a poco se fue transformando en una
unión que traspasaba los límites de lo material y parecía que eran un solo
cuerpo. Fernando hacía años que no percibía aquella experiencia y se dio cuenta
de su dependencia de aquella mujer que se había cruzado en su camino y era la
madre de sus hijos.
Le pareció curioso, toda
la vida ella ha dependido de mí y ahora es al revés. Si, exactamente al revés.
¿Ella lo verá igual?
Mamen, en aquel abrazo tan
singular, atravesó por fases diferentes, al principio, para qué negarlo, sintió
amor, ternura, proximidad, deseos de ayudar.... etc, pero luego, notó
excitación, una sensación extraña recorrió todo su cuerpo, le parecía que aquel
día tenía abiertos todos lo poros de su piel y que estos se llenaban de deseo,
de un deseo irrefrenable de poseer a aquel que durante tantos años había sido
su marido, al que había querido con locura y al que había perdido, casi sin
darse cuenta.
Fernando, influenciado por
los deseos de su mujer que indudablemente se los había contagiado, se dejó caer
en la cama y acarició lentamente, primero la cabeza de Mamen y posteriormente
todo su cuerpo como habían hecho en
múltiples ocasiones, aunque de eso habían pasado algunos meses y Fernando
volvió a descubrir cuanto quería a aquella mujer y lo poco que la había
considerado. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Mamen los secó con sus besos,
hasta que pasados unos minutos se impuso la cordura y un plácido sueño hizo
desaparecer los deseos de la pareja.
Las horas transcurrieron
lentamente y Fernando se despertó con la sensación de haberse dormido diez
minutos y habían transcurrido casi cuatro horas. Su mirada recorrió la amplia
habitación donde se acumulaban los recuerdos. El cuadro con las flores secas
que le había regalado su cuñada el día de su aniversario, rodeado de fotos de
los diferentes viajes que había disfrutado con Mamen,, presidía la pared de
enfrente. A los lados, dos lamparitas en la pared que distribuían su pobre luz
sobre el gotelé, siempre le habían parecido espantosas, pero siempre habían
ocupado ese lugar. A la derecha su galán de noche, cosa rara, pero
completamente vacío, justo delante de la ventana, que ponía distancia a uno
árboles que superaban en altura el cuarto piso y que le hacían invisible a los
ojos de los vecinos de los edificios colindantes, lo que en invierno no era muy
importante, pero en verano era una delicia poder dormir con la ventana abierta
y desnudo encima de la cama. A la izquierda, la entrada al amplio vestidor que
con sus espejos a ambos lados parecía querer duplicar a los inquilinos.
Fernando cerró los ojos y volvió a rememorar todo lo
sucedido.
Desde el mismo momento que
abandonó el hospital, sabía que aquello iba a ser una constante en su vida. Se
acordaba, como si de un video se tratase, de todo lo que le había pasado desde
que notó el dolor precordial. Su rápida entrada por la puerta de urgencias, las
carreras de las enfermeras, los celadores que solicitaban una camilla – pero
¿quién coño se ha llevado la camilla de reanimación? Hay que joderse, siempre
pasa lo mismo – hasta la cara de los que estaban esperando en la cola a los que
incluso llegó a oir aquello de – este, si que viene mal. Su pensamiento se
había transformado en una pantalla gigante de televisión y hasta cuando le
colocaron un cateter en una vena en el cuello – Ahora, Fernando tienes que
ayudarnos un poco y no moverte para nada porque sinó te tendré que pinchar otra
vez – se le quedó grabado.
Sin embargo y desde que
por la vena le inyectaron un líquido como blanquecino, no volvió a recordar
nada hasta para lo que para él fueron horas y sin embargo , fueron casi cinco
días.
- ¿ Que pasa, Fernando, tienes sueño? Porque
has dormido casi cinco horas. – Mamen se acercó y le acarició la frente
- ¡ Que va, le he estado dando vueltas a todo,
como rebobinando la película
- Ya y ¿qué tal la sesión?
- Bueno, no ha estado mal, pero nunca pensé que
tuviese tanta memoria.
- Si, fueron días muy intensos para todos.
- ¡ y que mal se pasa!
- Hombre, Fernando,está claro que el principal
perjudicado has sido tú, pero para mí tampoco ha estado mal. Las horas se hacen
interminables y aunque la gente se portó de maravilla, parecía como si se
hubiera parado el reloj. Yo creo que hicimos un sendero en el pasillo de tanto
ir y volver y menos mal que tuve toda la información que quise gracias al Dr
Cuesta que si no, no se que hubiera pasado.
- La verdad es que el Dr Cuesta se portó de
maravilla, no sabía que contigo también, pero, desde luego conmigo, era el
único que merecía la pena. El resto era una pandilla de chulitos y prepotentes
que parecía que se dedicaban a la moda en lugar de a tratar enfermos. Todos muy
repeinados, con las batas impecables y como
cortados por el mismo patrón
- Sobre todo el Jefe ¿te acuerdas? – Mamen
recordó el cambio de actitud cuando se enteró que eran recomendados del
Ministro de Sanidad. Al principio la visita duraba entre dos y tres minutos,
los justos para que la enfermera que les acompañaba tomara nota de las pruebas
a realizar y comentara que tal habían pasado la noche y en cuanto llamó Lopez
de Letona interesándose por Fernando, el Jefe del Servicio de Cardiología, se
sentaba en los piés de la cama y hasta comentaba las noticias del día con el
paciente. Fernando lo agradecía enormemente ya que son muy pocos los momentos
alegres en una UVI y trataba de alargar la conversación, pero el resto de
los pacientes también tenían sus
derechos y la visita continuaba porque, según expresión del Dr. Roucanes desde
que los pobres tiene la
Medicina gratis, había que visitarlos todos los días y encima
escucharles su rollo.
- Si, - Fernando se levantó con cuidado de la
cama y después de ajustarse las zapatillas se dirigió lentamente al cuarto de
baño – hay que reconocer que esta habitación es mucho mejor que la de la Residencia.
- Si, pero porque tú quisiste porque el Jefe
estaba dispuesto a llevarte a una clínica privada y tú te empeñaste en venirte
a casa ¿te acuerdas?
- ¿Cómo no me voy a acordar? La frase de la
mañana era ¿pero todavía está usted aquí, Señor Altozano? Ya sabe que es
usted muy libre de hacer lo que
considere mas oportuno, pero tiene reservada a su nombre la suite número dos de
la Clínica “La Luz” donde le están esperando
con los brazos abiertos y donde el trato será como usted se merece y no como el
de aquí, mezclado con el “populacho”. A lo que yo sistemáticamente le
contestaba que donde mejor estaba era en mi casa y que el trato era excelente y
él ponía cara de no entender nada y continuaba la visita como si nada y
haciendo oídos sordos a los comentarios de los que le acompañaban que no
paraban de ponerle verde .
- Parece mentira lo mal que se llevan en aquel
Servicio y eso que son seis o siete Especialistas que si llegan a ser más, se
matarían.
- Es verdad – Fernando no pudo evitar una
sonrisa, mientras se acordaba de los pases de visita, sobre todo cuando los
presentaban los Residentes – todo eran malas contestaciones y eso que los
jóvenes eran unos santos, porque al Jefe lo trataban bastante bien
- ¿ Y sabes porqué?
- Supongo que sería porque le tenían miedo.
- ¡ Que va! Un día me lo contó el Dr. Cuesta y
me hizo mucha gracia. Parece ser que alguien en la Seguridad Social
está estudiando la posibilidad de realizar estudios electrocardiográficos a domicilio
y como aquí todo lo hacemos a lo grande, en lugar de mandar una enfermera que
sería lo lógico y conectar los aparatos a un registro central, lo que mandan es
a un Cardiólogo y parece ser que es la mejor forma de salir todos los días del
Hospital sin ningún tipo de control y aunque lo pidieron los Adjuntos, el
sindicato es el que domina y no hubo forma de variar la convocatoria. El caso
es que con este sistema, el Residente se va con una enfermera, en un ford
fiesta de los de la
Seguridad Social, hacen lo avisos que tengan y luego se
dedican a pasear hasta la hora de volver e incluso me contó que uno de ellos se
va a ir con la novia.
- Menudo chollo – Fernando observó mientras
tanto a su mujer. Con su brazo izquierdo atrajo hacia sí a su mujer y la
besó lentamente, sus manos se
entrelazaron y así permanecieron por espacio de varios minutos notando
sensaciones que parecían como querer volver. Era como un cosquilleo, como si
algo pasase de una mano a otra
- Mamen qué bien estamos así ¿verdad?
- Si, y hacía tanto tiempo que ya casi ni me acordaba. Es lo que te
decía el otro día en el Hospital, lo que a nosotros nos pasa es que no tenemos
tiempo para nada y eso no puede ser. Fijate que en solo dos minutos con las
manos juntas, nos hemos dicho más cosa que en tres años ¿te habías dado cuenta?
- Pues la verdad es que no, porque contigo me
pasa una cosa curiosa. No me hace falta hablarte, solo con saber que estás ahí
me llega, no necesito nada mas y eso si que quiero agradecértelo de verdad
porque en la UVI
eso lo sentí montones de veces.
- Me alegro porque otra cosa no haría, pero
horas sí que pasé en el dichoso pasillo.
- ¿Y se pasa tan mal como dentro?
- ¡ Que va! Se pasa muchísimo peor, porque tienes un despiste tremendo. Algunos días
mejor, cuando aparece algún amigo o alguien que te hace compañía, pero otras
veces las horas se hacen interminables.
- ¿Y que hacías?
- Yo que sé, lees una revista, miras por la
ventana, charlas con el vecino de al lado, medio te duermes en una especie de
banquetas superincómodas que están pegadas a las ventanas, comes, te muerdes
las uñas y de todo lo que te puedas imaginar, menos pensar. Es curioso ¿verdad?
casi todas las horas del mundo para dar vueltas y vueltas y al final te das
cuenta que lo que deseas es que todo pase lo antes posible y volver a casa como
si nada hubiera pasado y encima es verdad. En cuanto te quieres dar cuenta ya
ha pasado todo y aquí estamos como si tal cosa – Mamen acarició la cara de su
marido con parsimonia – bueno, como si tal cosa no, pero con algunos kilos de
menos.
- No me lo recuerdes que he debido adelgazar,
por lo menos, quince kilos.
- Venga ya, exagerado
- ¿Que no te lo crees? Mira estos pantalones
que te acordarás que me los hice en Reyes del año pasado, me estaban tirando a
estrechos y ahora casi meto tres dedos por la cintura.
- Bueno, no te preocupes, porque eso lo
recuperas en nada, ya lo veras.
- Por cierto – Fernando introdujo la mano en el
bolsillo derecho del pantalón y sacó un papel todo arrugado – me he encontrado
la cita para la consulta de Cardiología y tenemos que ir a revisión el jueves
¿tú crees que ya me darán el alta?
- No tengo ni idea. A mi me parece que estás
muy bien, pero no sé si para trabajar o no, eso lo tendrá que decir el
Cardiólogo.
- Pues yo supongo que sí porque tampoco tengo
un trabajo tan estresante y menos después de tres meses sin pegar ni golpe.
- Tú trabajo no sé como es para ti, pero lo que
si que te quiero decir es que lo que no puede ser es lo que hacías antes del
infarto, eso si que no, porque en tres meses estás otra vez en la UVI.
- No, ni hablar, ya lo tengo todo pensado,
iré a trabajar, pero dosificando el
trabajo y comeré en casita todos los días.
- Ya, eso no te lo crees ni borracho, Fernando.
No has comido en casa en tu vida ni creo que lo vayas a hacer ahora, ni tampoco
tiene que ser así. Puedes comer fuera, pero organizarte mejor y sobre todo
intentar que sea siempre en la taberna de Hernani que te conocen y te pueden
dar un menú bajo en calorías, con poca sal y todas esas cosas que te han
aconsejado.
- Si, eso es un poco la idea que tenía. En fin,
ya veremos que pasa – Fernando se incorporó ligeramente y después de unos
segundos, se levantó y dobló las rodillas hasta tocar con las puntas de los
dedos en las zapatillas que llevaba puestas –
querida, te diré, con gran dolor de mi corazón que ha llegado la hora
del paseo.
- A sus órdenes, Jefe – Mamen se levantó y se
ajustó una cazadora de cuero con cuello vuelto que llevaba una especie de piel
al cuello.
- Mamen, perdona, pero te vas a asar con eso.
- Que va, si es como un calcetín. Parece mucho
mas gorda, pero no abriga nada, Toca,
toca ya verás como es muy fina.
Fernando se acercó y la
tocó desplazando su mano no solo por la solapa, si no también por el forro y
por todo lo que rozaba con la cazadora. Su mano recorría un camino conocido,
pero poco transitado en los últimos meses y se daba cuenta que su deseo iba en
aumento. Mamen se separó despacio, para no molestar, pero también para no
contribuir a exacerbar a su marido. Sabía que si continuaban dos minutos más,
adiós paseo.
- Fernando, vamos que enseguida se hace de noche y comienza a hacer
frío. Venga, ponte el abrigo y a caminar.
- ¿No te apetece que sigamos con lo que
estamos?
- Claro que me apetece, pareces tonto, pero
todavía nadie nos ha dicho que nos podemos acostar y me da un poco de miedo.
- Pero ¿qué puede pasar?
- Fernando, no te pongas pesado y vamos.
Fernando la soltó no sin
esfuerzo y bajaron lentamente la escalera. En el amplio portal, Severino, el portero de toda la vida,
se levantó de la pequeña habitación desde donde controlaba las entradas y
salidas y saludó cariñosamente al del tercero
- Animo, Don Fernando que a mi hermano Antonio
también le dio uno de esos y por ahí anda tan tranquilo.
- Gracias, Severino. Por fín en casa.
- Enhorabuena, Señor y para usted también
Señora.
- Gracias
La calle era un bullicio.
Lo primero que llamó la atención de Fernando fue la cantidad de gente que
paseaba por las espaciosas aceras. La falta de costumbre hizo que le molestara
el ruido de los motores y hasta le pareció que la contaminación había
aumentado. Los escaparates estaban iluminados con grandes luces, las guirnaldas
y las bolas rojas estaban por todas partes indicando la llegada de la Navidad. Fernando
avanzaba despacio entre toda aquella multitud y alguna vez se quitaba el
sombrero ante la llegada de alguna señora que se alegraba de verlo otra vez en
la calle.
Entró en su librería
habitual, se compró, como siempre, las últimas novedades editoriales y volvió a
su casa con una sensación como si hubiera dado la vuelta a España caminando. Se sentó en su sillón
preferido, intentó comenzar a leer el ABC y se quedó profundamente dormido.
Mamen que permanecía a su lado, dobló cuidadosamente el noticiario y se dispuso
a coser un botón de una camisa que lo tenía en el costurero que estaba a su
derecha.
Al día siguiente, ocho y media de la mañana,
la asistenta abrió la puerta y Mamen que sabía que a esa hora debería de
llegar, ya estaba levantada y la recibió en bata. Organizaron entre las dos las
tareas a realizar y la señora insistió en que no hiciera ruido para no
despertar al señor que ya había vuelto del hospital.
Fernando como consecuencia
de un Valium que le habían recetado para todas las noches, dormía a pierna
suelta y no se había enterado que su mujer se había levantado previamente.
Primero alargó una mano y en aquella ocasión no sintió el dolor provocado por
la aguja que permanentemente tenía fijada al dorso de su mano izquierda. A
continuación abrió los ojos y con sorpresa constató que no tenía enfrente el
monitor que permanentemente vigilaba sus coronarias, ni que se había despertado
solo, sin que la enfermera de turno le diera unos toquecitos en el brazo para
ponerle el termómetro. Esta vez era diferente y eso le hizo caer en la cuenta
que enfrente estaba su librería de toda la vida y en el centro un cuadro de la
primavera de Manet. Se movió entre las sábanas apreciando la calidad del tejido
de lino de la que estaban hechas y que no se parecía en nada a las de la Seguridad Social
y llegó a la conclusión que como en casa no se estaba en ninguna parte. Con
lentos movimientos se levantó, se tomó el pulso que lo encontró ritmico,
regular y potente, se tomó la tensión con un pequeño aparato que tenía en la
mesilla de noche (12-8 estoy como un reloj) y después de ajustarse las
zapatillas que tenía debajo de un galán de noche, se puso de pié ( no me mareo,
muy buena señal) y abriendo la puerta del cuarto de baño que daba a su
dormitorio se introdujo en él cerrando por dentro. Lo primero fue mirarse otra
vez al espejo y volver a darse cuenta que había adelgazado, por lo menos, siete
u ocho kilos. El pelo permanecía como siempre (menos mal, algo se había
mantenido en su sitio), pero el resto de su cuerpo reflejaba su estancia
prolongada en el hospital.