lunes, 3 de octubre de 2011

PASO A PASO

Queridos blogueros:¡Menudo bodorrio la boda de Santi y Arancha! Alli estábamos la mayoría de los que leen este blog y ante las muestras de ánimo me he decidido a enviaros otro de mis escritos. Como se irá viendo a lo largo de los meses (os aviso que tengo un montón de historias escritas) cada 15 o 20 días iré pasándolas aquí, poco a poco, para que no se agote la fuente.
Os cuento, si queréis, la historia de paso a paso que está ambientada en una playa del norte de Galicia, muy cerca de Cedeira, pero no exactamente allí. Como tiene que haber de todo, como en la viña del Señor, ésta es una historia triste, o a lo mejor no tan triste, porque el protagonista, las malas lenguas dicen que soy yo pero no es verdad, no quiere aceptar una determinada situación, pero por otra parte, está bien y eso ya es bastante.
Este escrito lo tengo desde el año 1990, mas o menos, cuando me dedicaba a escribir en aquellas libretas que regalaban los laboratorios y que cabían en el bolsillo superior de la bata que habitualmente nos ponemos los Médicos,. Escribía en la consulta lo cual dicho así suena como muy mal, peo es la verdad. Escribía siempre a mano, con la diferencia que no tenía y sigo sin tener una secretaria que fuera pasando al ordenador todo lo que se me iba ocurriendo y eso lo tuve que hacer yo unos años mas tarde. Si, si que es verdad que escribía en la consulta y eso merece una explicación: no es que yo estuviera hablando con un paciente y a la vez escribiendo, no, no es eso porque, entre otras cosas, me parecería una falta de respeto. Lo que hacía era que mientras que la enfermera curaba yo escribía y parece que no pero hay algunas curas que llevan bastante tiempo y ahí es donde lo aprovechaba
Para los listillos, que también los habrá en la viña del Señor, les diré que el otro protagonista tampoco es mi amigo Germán, con el que trabajo desde hace un montón de años, seguro que mas de veinte, no o sea que nadie se invente nada, Es una historia que salió así y aquí paz y después gloria
Espero que os guste y dentro de quince días nueva entrega de algo que todavía no se lo que será.
Para los que me habéis escrito, muy agradecido porque eso te sube la moral y los que no lo hayáis hecho peor para vosotros porque no os puedo contestar y a mis seguidores habituales que según consta en acta no deben ser mas de tres, mi mas profundo agracimiento por leer todo lo que se me ocurre
Un abrazo
El Tío Tino


P.D.- De pronto la letra sale como mas grande y en negrilla

¡¡¡Socorro!!! para los iniciados en el tema informático estaréis de acuerdo conmigo que esto no hay quien lo entienda. Yo juro solemnemente que no he hecho nada. En fin, tendré que llamar a mi asesor


PASO A PASO



El sol se iba haciendo más pequeño mientras que la luna intentaba destacar en lo alto del cielo; el horizonte aparecía y desaparecía como si se estuviera viendo desde un velero y mientras tanto Miguel y Arturo seguían paseando por la playa desierta. Era el mes de Abril y los atardeceres se iban retrasando como si el sol no quisiera ocultarse nunca y el espectáculo de la playa con las olas dejando un importante rastro de espuma por la bajada de la marea, era realmente espectacular.

Los dos amigos estaban a punto de finalizar su largo paseo y, aunque cansados, parecía como si quisieran agotar los últimos rayos del día. Las huellas dejadas a lo largo de la playa iban desapareciendo y gran cantidad de gaviotas se posaban sobre la arena y en sus alas se reflejaba el cansancio acumulado durante todo el día y en algunos picos todavía quedaban restos de algunos pequeños peces que habían sucumbido a sus hábiles formas de pescar.

La humedad y un poco de frío se iban apoderando de la orilla y así Miguel y Arturo decidieron acortar y en lugar de terminar el paseo al final de la playa donde el mar parecía querer mover las rocas, atravesaron por la fina arena y se encaminaron hacia el puesto de vigilancia de la Cruz Roja, donde un chico joven, con el chaleco de la benemérita institución, se aprestaba a cerrar las contras metálicas de las ventanas que daban a una amplia balconada.
Miguel y Arturo le saludaron con la mano y con “hasta luego” continuaron su charla y, avanzando por el estrecho camino, eso si, asfaltado y después de ponerse sus respectivas chanclas, llegaron a la casa del primero que había sido edificada en un lugar privilegiado y en un entorno fantástico.

La casa situada en lo más alto de una montaña daba directamente a la playa y desde su amplio ventanal de madera, Miguel se pasaba horas y horas, en invierno, viendo pasar los barcos que iban o venían de faenar y desde su impresionante atalaya trataba de averiguar la vida y milagros de los tripulantes e incluso trataba de descubrir cual de todos era el Patrón y entre realidades e imaginaciones mataba la mañana y tenía argumentos para infinidad de escritos que iba archivando con nostalgia. Esos archivos trataban de ser como una "“esta es su vida” y en tantos y tantos escritos no había ninguna corrección porque no estaban destinados para ser leídos por nadie, aunque estaba seguro que, antes o después, alguien acabaría echándoles un vistazo y aunque siempre trataba de reflejar lo que, en ese momento, estaba pasando, naturalmente iba en relación con el día y el estado de ánimo y así había notas o detalles como más optimistas que se entremezclaban con otros tremendamente melancólicos e incluso fatalistas

Además, tenía la mala costumbre de no hacer ningún guión y, por supuesto, que no apuntaba nada de los posibles personajes y así, en alguno de los escritos que fuera un poco más largo de lo habitual, se notaba claramente como un cambio brusco en los personajes y así le pasaba que, por ejemplo, al principio de la novela D.Segismundo Taramundi era un Médico de aldea, con una familia estable muy conservadora y a las pocas horas era un borrachín que no había por donde cogerle.

En fin, cosas de los aficionados a la escritura, pensaba Miguel, y eso que ahora, con los ordenadores, todo se ha vuelto como mucho más impersonal. Antes era como más divertido y en los sitios más insospechados aparecía el inicio de una novela en la que, por ejemplo, un amigo suyo se transformaba en Vicario General Castrense y durante horas arengaba a unos cientos a unos cientos de soldados que iban a Bosnia, en una misión de la OTAN o aquella otra en la que, como siempre, un amigo suyo, de la noche a la mañana, se convertía en peregrino y comenzaba El Camino de Santiago un día cuatro de Marzo de mil novecientos sesenta y seis cuando los capullos comenzaban a florecer y el hielo se transformaba en arroyo para acompañar al caminante.

Era curioso porque ninguno de esos escritos tenía final y todo se quedaba como en el aire, pendiente de continuar otro día y, a veces, estas historias se continuaban porque aparecían en una carpeta vieja, roída por el paso del tiempo y medio perdida en cualquier rincón que aparecía cualquier día que se hacía limpieza general o cuando se tenía que buscar cualquier otro papel.

Todos estos pequeños escritos que, queriendo o sin querer, son los que le dan sustancia a la escritura, se habían ido olvidando como en un baul hasta que a uno de los hijos de Miguel, concretamente la mayor que era Técnico Comercial del Estado, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores donde ocupaba el cargo de Secretaria General Adjunta, se le ocurrió la idea de regalarle un ordenador personal que le permitía llevarlo de acá para allá y acumular toda la información que quisiera.

Al principio, Miguel no era muy partidario porque estaba acostumbrado, desde que le dio por escribir, a hacerlo en un papel y con pluma estilográfica y aquello no le parecía un buen invento, pero, poco a poco, fue encontrándole más y más utilidad y acabó no solamente escribiendo en él sinó también copiando algunos de los escritos que tenía por ahí hasta que se cansaba y los dejaba a medias otra vez.

Entre sus observaciones desde la galería de su casa, los escritos a cualquier hora, los paseos por la playa, la chimenea de su confortable salón y una pipa de cazoleta de madera del Perú que permanentemente le acompañaba, Miguel Gonzalez de la Romana pasaba los días y era consciente del cambio que había efectuado en su vida y del que no se arrepentía bajo ningún concepto. Bien es cierto que para ese cambio en su estilo de vida, había tenido muchas discusiones con su mujer, María Lopez Rubio y, al final, habían llegado a una especie de consenso con un simulacro de documento programático, no escrito naturalmente, en el que había distintas cláusulas beneficiosas para ambos. La negociación había sido muy dura y partiendo de premisas absolutamente diferentes, pero la buena voluntad por parte de ambos y un cariño que los hacía permanecer felizmente casados desde hacía treinta y cinco años, les hizo hablar y hablar y llegar a ese acuerdo que, para Miguel, no era el ideal porque le obligaba a vivir fuera de su refugio playero durante un mínimo de cuatro meses al año y la obligación de, al menos cuatro fines de semana ir a Madrid para, por lo menos, salir del encierro como lo llamaba María, o ir de excursión a alguna capital de provincia.

Al principio, las normas fueron absolutamente rígidas y cada dos por tres había que salir, pero, poco a poco, la situación se fue tornando más suave y los últimos años, faltaría más, se seguía cumpliendo con la absoluta obligación de unos meses en la casa de Madrid para disfrutar de los hijos y de antiguos amigos, pero aquello de ir cada equis tiempo a una capital de provincia, se fue diluyendo y desde que llegaban a la casa de la playa, se podría decir que no se movían en un radio más allá de veinte kms. y todo, porque, al principio, con el arreglo de la casa María tenía que desplazarse frecuentemente a buscar grifos, azulejos, útiles de carpintería y mil cosas más, pero una vez que aquello había terminado se podría decir que el coche no se movía en semanas.

Es verdad que volvieron otra vez a las andadas cuando a María se le ocurrió comprarse la casa de al lado, porque la primitiva se les había quedado pequeña y la visitas, aunque espaciadas, solían ser numerosas porque los hijos iban creciendo y ya les gustaba acompañar a sus padres con el novio, como en el caso de María, la hija mayor, o los otros cuatro que no tenían acompañantes oficiales pero para ir “al destierro”, como lo llamaban, exigían que se cumpliera , no solo la primera parte de una de las cláusulas del contrato en la que se decía que los hijos tendrían que vivir en la casa de la playa un mínimo de dos meses, si no también la siguiente en la que se exponía con claridad meridiana, que conscientes que la ubicación de la casa era un poco “peculiar”, para pasar esas épocas podrían ir acompañados de un amigo o amiga o, como mucho, de dos.

Excepto María, el resto de los hijos del matrimonio, disfrutaban de su padre y de la casa solamente el mes de verano y después se hacía muy duro cumplir el mes restante e iban trampeando a base de fines de semana. Concretamente, Luis, el tercero, que estaba en Bruselas con una beca Erasmus para mejorar, no solo en el conocimiento, sino también en el funcionamiento de las Instituciones Comunitarias, desde su visión como Licenciado en Ciencias de Mar, venía solo cuatro semanas al año y tenía bula para estar, solamente, el mes de verano aunque, eso si, con la firma que a la vuelta tendría que cumplir como el resto de sus hermanos.

La casa original era de piedra con una construcción tradicional: ventanas no muy grandes, con un cerco blanco que las hacía destacar de las piedras bien pulidas que constituían las paredes; en uno de los laterales, un antiguo corral hacía las veces de garaje y, aunque abierto por delante, tenía una vigas de madera y un techo de pizarra que se entroncaba perfectamente con el entorno. Una amplísima chimenea remataba el tejado y aunque, tanto Miguel como María habían intentado rehabilitar la casa con materiales típicos, la puerta principal y las ventanas eran de madera tratada para evitar el desgaste normal de una casa próxima al mar. Desde el muro de entrada, también de piedra, hasta la puerta principal, un pequeño sendero atravesaba el jardín delantero. La parte de atrás que, en realidad, debería ser la parte principal, disponía de una puerta, varias ventanas y el gran ventanal que, a modo de galería le daba al interior del cuarto de estar la posibilidad de disponer de una gran luminosidad.

La vivienda disponía de una amplia finca con pequeños árboles frutales y diminutos rincones donde permanecían, como dormidas, algunas sillas y mesas de terraza que, en esta época primaveral, se utilizaban solamente al mediodía. Al fondo, una barbacoa, también de piedra, ponía fin a la finca.

Miguel introdujo la llave en la cerradura de la puerta y al abrirla se dio cuenta que María no estaba en casa, porque de lo contrario la vería sentada, como siempre, en el sillón de vistosos y alegres colores que enfocaba directamente a mar abierto.

Cedió el paso a Arturo y comentó:

- María no está, seguramente estará en casa de Marcos, un vecino que vive aquí al lado y que se ha convertido en su suministrador de todo tipo de cosas; lo mismo le deja cosas para comer como le presta una especie de motosierra manual para cortar la leña, pero, no te preocupes porque vendrá enseguida.

Arturo apoyó la cara en el cristal de la galería y no pudo disimular una expresión de asombro ante la visión que tenía de uno de los atardeceres mas bellos que había contemplado en su vida. El sol prácticamente había desaparecido en el horizonte, aunque su luz todavía trataba de alumbrar algunas nubes dándoles un aspecto enrojecido que se mezclaba con el verde azulado del agua del mar. La playa era como un inmenso concurso de olas que trataban de destacar elevándose sobre si mismas mientras que los cientos de eucaliptus que la circundaban se inclinaban como si estuvieran adorando a tan maravilloso espectáculo.

- Te gusta ¿eh?

Miguel pasó un brazo por el hombro de su amigo de toda la vida y permanecieron así unos segundos.

- Al final, lo conseguiste, toda la vida pensándolo y al final te has salido con la tuya
Miguel sonrió y algunas arrugas aparecieron en su bien cuidado rostro:

- Es verdad y si quieres que sea sincero nunca pensé que no lo conseguiría porque no veía a María muy animada pero aunque no estoy muy seguro de que sea feliz aquí, lo que estoy absolutamente convencido es que me ve a mi disfrutando tanto que le compensa y para mi no te puedes imaginar lo que ha sido este cambio.
Arturo se sentó en uno de los orejeros enfrente de la chimenea y contempló a su amigo. Miguel era otro. Hacía siete u ocho meses que no lo veía y aunque hablaban por teléfono una vez al mes, había como cambiado. Él lo recordaba en su despacho de Madrid con un aspecto siempre alegre pero cansado, las canas siempre en su sitio, el traje hecho a medida con la corbata a juego con el pañuelo y unos zapatos que brillaban como si fueran recién salidos de la fábrica. Incluso hasta las manos habían cambiado y donde antes había unas manos muy cuidadas con las uñas recién limadas ahora eran unas de trabajador aunque seguían conservando un aire distinguido pero algo había que las hacia ver de modo diferente.

- ¡Que suerte tienes!- Arturo encendió un Winston con una astilla que tomó de la chimenea.- La verdad es que la pinta de todo esto es como para olvidarse de todo pero eso solo lo tenéis algunos privilegiados.

- ¡Que va!- terció Miguel – lo que tiene mérito, eso si que debo reconocerlo, es convencer a la familia, sobre todo a tu mujer, que la vida puede cambiar si te instalas en un sitio como este, pero lo demás no tiene ningún mérito. No te vayas a creer, pero esta casa me costó no llegaba a setecientas mil pesetas y ahora la ves así como muy puesta pero cuando empezamos no había de nada.

- Ya pero le habéis sacado un fenomenal partido porque se ve que es una casa para vivir, no de esas que salen en las revistas, pero tienes un montón de detalles. En fin, que me encanta.

- Bueno tampoco te pases, Arturo, que no es para tanto y que conste que tu eres la primera vez que vienes pero la has tenido a tu disposición durante un montón de años ¿es verdad o no?

- Si, si, claro que es verdad, pero Pili es muy de ciudad y además ya sabes que, desde siempre, cuando nos ve a los dos juntos, en el fondo, yo creo que le molesta porque parece como si tuviera celos. El caso es que de este fin de semana no pasaba y aquí me tienes. Si he de ser sincero, se ha quedado en Madrid encantada y me parece que le importa un bledo quedarse en casita y por otro lado también lo entiendo, porque estarás de acuerdo conmigo, en que esto está casi al lado del fin del mundo.

- Si – Miguel encendió su pipa con un movimiento repetido en infinidad de ocasiones y aspiró el humo con avidez- si, si, claro que está lejos, exactamente a setecientos cuarenta y tres kilómetros de Madrid, pero ahora con la autovía se llega en nada.

- Si, si en nada. Yo he venido bien, incluso diría que en algunos tramos bastante deprisa y he tardado casi seis horas. Pero, bueno, lo importante es que ya estoy aquí y pasaremos un fin de semana relajante, con buena comida, buena bebida y mejor compañía.

- Espero que si – Miguel sirvió coñac en dos grandes copas de balón y le ofreció una – bebamos y si te parece continuamos con el tema de la playa, aunque estoy seguro que no nos vamos a poner de acuerdo ¿te parece?

Arturo colocó la copa delante de sus ojos y balanceando su contenido, parecía ver imagines en su interior. Sus facciones eran suaves excepto una desviación de su tabique nasal hacia la derecha, fruto de un antiguo accidente de tráfico y sin embargo, el pelo rizado y rubio que envolvía su amplia cabeza le hacía parecer un tipo duro. Sus manos eran finas y, en conjunto, su aspecto era como un poco dejado, más bien, despreocupado.

A través del coñac recordó muchas cosas, muchos días y noches vividas juntos, desde que se conocieron, allá por los años sesenta, cuando ambos iniciaban sus escarceos universitarios. Miguel era un año más joven, pero siempre había tenido pinta como de más mayor y, desde luego, siempre había sido muy mal estudiante a pesar que Arturo iba a su piso para ayudarle, pero, casi siempre buscaba alguna excusa, como que tenía que entrenar con el equipo de la Universidad o lo que fuera, pero lo cierto es que casi nunca se sentaba delante de un libro. Al llegar el mes de Mayo sufría una transformación y no se separaba de los libros. En fin, que Miguel no era un modelo ideal de estudiante de Derecho, pero era práctico y casi todos los cursos los terminaba en Junio, excepto aquellos en que aparecía el Derecho Civil que, como él decía, era su cruz.

Arturo brindó con su amigo:

- El paseo de esta tarde ha sido fenomenal y a lo tonto hemos estado andando por lo menos tres horas

- Si, si, lo que pasa es que para mí se me hace muy corto porque diariamente no solo ando por la tarde sinó que por la mañana suelo bajar como otras dos o tres horas e incluso más si el día es soleado, porque me siento con un libro y así hasta la hora de comer. Lo único que siento es que María nunca baja conmigo y es una pena porque el tiempo se me haría más corto, pero no hay manera de convencerla, siempre está trabajando en el jardín y no hay forma.

Arturo le miró intensamente mientras Miguel se afanaba en la chimenea, moviendo algunos troncos y consiguiendo una llama que iluminaba el cuarto de estar, pero no se atrevió a intervenir. Mientras tanto, Miguel continuaba agachado ante la chimenea:

- Bueno, ya sabes lo que pasa, las mujeres son como son y no hay quien las haga cambiar. En fin, Arturo, que, como te decía en la playa, es necesario que nos replanteemos la vida y hay que disfrutarla lo más posible porque sinó, en cuanto quieras darte cuenta, te has muerto y se acabó el carbón ¿o no es así?

- Hombre – Arturo se había rehecho de la emoción primera – Es así, pero tampoco hay que exagerar. La vida claro que hay que disfrutarla y ni tú ni yo nos podemos quejar, pero también hay una serie de obligaciones que tenemos que cumplir, que están ahí y no podemos saltárnoslas a la torera; lo que has hecho tú, está muy bien, si es que está muy bien que no estoy muy seguro, pero lo que tengo muy claro es que hay mucha gente que, aunque quiera, no lo puede hacer ni por mucho que lo intente.

- Yo creo que si lo que pasa es que no se lo plantean – Miguel volvió a su copa de coñac- Esto de verdad que no es tan caro y desde luego gente como tú y como yo nos lo podemos permitir sin demasiados problemas, lo que pasa es que hay que hacer un planteamiento a largo plazo, convencer a tu mujer y olvidarte de tus hijos porque sinó, no hay manera. Por otra parte, yo comprendo todo y, por supuesto, entiendo perfectamente a mis hijos que vengan poco por aquí, pero para mí esto ha sido como volver a empezar; como si estuviera empezando una nueva vida con unas ilusiones diferentes, hasta si me apuras, como si me hubiera cambiado hasta el carácter. Ahora soy como más dialogante, como más abierto e incluso he perdido hasta el miedo. Me acuerdo que cuando empezamos las obras, María y yo comentábamos que habría que buscar un perro que nos protegiera y tener una escopeta a mano por si oíamos algún ruido y ahora duermo con la puerta abierta o casi y ni se me ocurre pensar que pueda pasar algo porque parece imposible que aquí, con el ruido del viento, las hojas, el propio ambiente ¡yo que sé! Con todo lo bonito que tenemos tan a mano, ¡Como va a pasar alguna cosa que resulte desagradable! ¿No te parecería imposible.?

Arturo se movía inquieto en el sillón mientras apretaba los labios. Se lo tenía que decir, pero no sabía cuando. Si que era cierto que hacía casi un año que no se veían, pero lo que Miguel no sabía es que era perfecto conocedor de todo, absolutamente de todo lo que había ocurrido en aquella casa y estaba al tanto de la vida y milagros de su íntimo amigo. Sin embargo, no veía el momento de entrar derecho en la realidad y, mientras tanto, Miguel seguía en sus trece:

Aquí en nada de tiempo he conseguido lo que no había podido en cincuenta años en Madrid y era una cosa que tenía “in mente” desde hace mucho tiempo. De verdad, Arturo, que aquí soy feliz. A lo mejor no tengo muchas cosas que hubiera podido tener si hubiese seguido trabajando, pero si lo analizas friamente, ¿para que las quiero? Por ejemplo, un coche grande bueno, un Mercedes o un BMV que antes me apetecían pero es que no me hace falta para nada; de aquí a la playa voy andando y para ir hasta el bar de Juan, no necesito ningún coche y cuando alguno de mis hijos quiere que vayamos a Madrid nos viene a buscar, o sea que un coche no me hace falta para nada y encima, si fuera por dinero, que no es mi caso pero podía ser, también me ahorro un montón. ¿Un traje bueno de esos que nos hacíamos tú y yo en Echevarría y que nos costaban un ojo de la cara? ¿y para que lo quiero si no voy a ningún sitio con corbata? Y, en todo caso, si alguna vez no me queda más remedio como en alguna boda de algún nieto o algo así, si es que alguna vez los tengo o cuando sea, tengo un traje en el armario y ya está, pero no diez o doce como me pasaba cuando vivía en Madrid. ¿Salir a cenar los viernes? Tú sabes lo cómodo que es no salir y quedarte en casa con la chimenea echando chispas, como ahora, con una copita de buen vino y oyendo lo último de la Sinfónica de Viena con el volumen a todo lo que quieras sin molestar a nadie. Es una verdadera gozada y el único inconveniente es que a María le molesta la música alta y, a veces la tengo que bajar, pero en cuanto se vuelve a ir al jardín la vuelvo a subir y así te puedo hacer una lista de cosas en las que hemos salido ganando.

- Está bien, pero alguna negativa también tendrás ¿no?- Arturo continuaba con sus dudas sobre cuando sería el mejor momento para sincerarse con Miguel.

- Hombre, cosas negativas también las hay y soy consciente de ellas lo que pasa es que si pones en una balanza las buenas y las malas pues, te compensa , por ejemplo ¿cosas malas?- Miguel se levantó y se acodó frente al amplio ventanal – yo creo que lo peor es estar lejos de los hijos; si, quizás eso sea lo peor. Ya sabes que en mi casa, desde siempre, los Domingos comíamos todos juntos y eso si que lo echo de menos, pero es ley de vida, los viejos tenemos que ir haciendo hueco y dejar a los jóvenes a su aire. Eso si que lo echo de menos y, a lo mejor es por eso que cuando vienen los disfruto mucho más que antes. De lo que estoy absolutamente seguro es que aquí hablamos mucho más y se más de mis hijos ahora que cuando vivíamos todos juntos. Ahora, cuando vienen, nos cuentan todo y hasta creo que entre ellos se llevan mejor. ¡Que más se puede pedir! Y si quieres que sea sincero no se me ocurren más cosas que eche de menos. A mi, ya sabes que el cine no me gusta nada, o sea, que el no ir me da exactamente igual; los amigos también se echan de menos, pero tampoco eramos de muchas amistades e, incluso, muchos eran solamente amigos de los viernes para ir a cenar y luego, durante la semana ni nos llamábamos por teléfono, ni nos veíamos ni nada de nada, o sea que teníamos amigos, pero tampoco amigos íntimos. Por ejemplo, hoy andando contigo por la playa he descubierto facetas de ti que nunca me habría imaginado.



- ¿De mí? Arturo se mostró sorprendido – O sea, que después de cuarenta años de amistad ahora y gracias a un paseo por una playa desierta descubres cosas de mí, a buenas horas mangas verdes.

- No, Arturo, tampoco te lo tomes tan a pecho que está claro que nos conocemos hace muchos años pero, por ejemplo, no me habría imaginado que pudieras ser un sentimental y si que lo eres. ¡Me parece que te estás haciendo viejo, Arturito!

- Pero ¡que cosas tienes! Primero que no soy ningún sentimental lo que pasa es que estando aquí parece como si tuvieras la obligación de abrirte un poco más, pero de sentimental tengo muy poco y segundo que de viejo nada de nada que tengo solamente un año más que tú y, para nada, me considero un carcamal y tercero: dame un coñac que, en vista de la compañía, el sitio y que tengo por delante todo un fin de semana, me voy a agarrar una cogorza que no se la va a saltar un gitano y me importa un carajo si esta noche bajan las acciones del Santander o si hay una OPA hostil entre el Banesto y el Popular.

Miguel le sirvió otra copa:

- A mí, como comprenderás, me da igual que te agarres una chufa o veintisiete pero como se entere Pili que soy yo el causante me va a poner a caer de un burro.

- Tu no te preocupes que Pili está a 700 kms y de aquí no va a salir nada de lo que hablemos, o sea que, venga, ¡más coñac! Que tenemos que arreglar el mundo en cuarenta y ocho horas

- Hombre, arreglar el mundo no creo que lo arreglemos, pero de lo que si estoy convencido es de que cada uno podemos aportar nuestro granito de arena y que, poco a poco, paso a paso, iremos, más o menos, acercándonos a una vida sinó feliz, que tampoco hay que exagerar, si, al menos, a una vida más relajada, a conseguir un mundo en el que la gente pueda disfrutar y en el que el objetivo no sea ganar dinero como locos a costa del tiempo libre si nó que sea justo al revés: aprovechar el tiempo libre y tener dinero para poderlo disfrutar pero nada más y tenemos que darnos prisa porque la vida pasa a velocidad de vértigo.

La puerta de la calle se abrió violentamente y una fuerte ráfaga de aire recorrió la estancia . Miguel y Arturo volvieron sus cabezas y vieron entrar, como un poseso, a un perro mediano tirando a pequeño, que se abalanzó, a toda carrera sobre Miguel dándole unos enormes lametazos con su lengua larga y juguetona. Miguel se reía y trataba de quitárselo de encima como buenamente podía, pero el perro seguía y seguía en su empeño. Por fin, consiguió que se sentara en el suelo y mientras le acariciaba el cuello Miguel continuó con sus reflexiones:

- Mira este chucho que por no tener no tiene ni raza; yo siempre digo que es raza “palleiro”. Cuando tiene que satisfacer sus instintos, se va por ahí y a los dos días vuelve lleno de arañazos y está aquí como en su casa, entra y sale cuando le da la gana, no tiene ninguna necesidad y las pocas que tiene yo se las resuelvo y no se plantea nada más.

- No me fastidies Miguel – Arturo notaba el efecto del alcohol sobre su cabeza – no compares a la sociedad que no ha tocado vivir con un perro callejero, porque no tiene nada que ver. Si que es verdad que muchas veces nos comportamos como hienas pero tanto como compararnos con un perro, yo creo que te has pasado.

- A lo mejor, la comparación no ha sido muy afortunada, pero lo que quería decir es que las necesidades nos las vamos creando y nunca vemos el final y eso es lo que no puede ser. Perdona
– Miguel se levantó – que voy a entornar un poco la puerta para cuando venga María.

- Miguel, tú sabes que María no va a volver.

- ¡Como que no va a volver! Claro que volverá. Todos los días va a casa del vecino y luego vuelve. Así llevamos más de un año y todos los días le tengo que repetir que se abrigue porque, cuando se va el sol, baja muchísimo la temperatura y luego vienen los catarros.

- Miguel, no te aferres a mentiras; tú sabes que María falleció hace un año y no te engañes a ti mismo. Tienes que aceptar la realidad y no tratar de escudarte en lo que pudo haber sido.

- No, Arturo, no – Miguel se levantó y se pegó al cristal de la ventana, con la mano derecha sobre la frente, a modo de visera, tratando de ver la huerta – Eso que estás diciendo, y que dice todo el mundo, es una tontería porque la estoy viendo desde aquí y dentro de un rato, cuando termine de recortar el seto al lado del rosal, aparecerá por esa puerta y te darás cuenta que todo son habladurías de la gente. ¿Sabes lo que te digo? En el fondo, es pura envidia porque les molesta que seamos felices. Tu sabes que hemos estado toda la vida luchando para llegar a esta situación y ahora que lo hemos conseguido ¿tú crees de verdad que eso podría ocurrir? No, no y mil veces, no.

La mano de Miguel agarró bruscamente la cortina y tiró de ella con fuerza, de tal manera que, tanto la cortina como el riel del que estaba enganchada, cayeron al suelo con estrépito.

Arturo abrazó al amigo de toda la vida y con lágrimas en los ojos le pidió perdón:

- Perdona, pero no lo he podido resistir, a pesar que tus hijos me avisaron que procurara no tocar ese tema porque era muy normal que tuvieses una reacción desproporcionada. Perdona, otra vez porque, como bien dices, María no puede dejarte solo en este paraíso y está contigo para que disfruteis juntos.

- Son tantos años juntos que estaba seguro que tú serías de los pocos que me comprenderías y por eso María te había preparado un cuarto arriba, pero ya has decidido que te vas al hotel del pueblo ¿verdad? Bueno, como quieras, pero es una pena porque aquí podíamos prolongar la charla cuando quisiéramos.

- Ya, ya pero yo he venido a pasar una semana con vosotros, pero también a descansar y como me quede aquí, me levantas a las siete de la mañana y en lugar de descansar vuelvo a Madrid más cansado de lo que vine, o sea, que muchas gracias por todo y mañana vengo a desayunar.

- Muy bien; ponte la zamarra que seguro que hace un frío que pela y mañana te esperamos a las nueve ¿de acuerdo?

- Fenomenal – Arturo salió al umbral de la puerta y subiéndose el cuello de la cazadora, comenzó a caminar con paso lento hacia la cercana aldea donde la esperaba una cama caliente en la sencilla habitación de una casa rural.

Mientras tanto, Miguel, encendió su pipa, se ajustó una gorro azul de lana y un viejo abrigo, también de color azul que le llegaba casi hasta los pies y, como todas las noches, se fue hasta el borde del acantilado, distante solo unos cientos de metros de su casa.
La noche era muy oscura, las estrellas parecían no haber sido invitadas al final de la obra y, por supuesto, la luna no quería participar.
Una ráfaga de viento sacudió a Miguel y el gorro de lana azul voló por los aires, y describiendo extravagantes círculos, desapareció en el acantilado.

Miguel lo siguió con la mirada y con un suspiro, finalizó:

- Todo, desgraciadamente todo, se lo lleva el viento, menos la felicidad que cada uno llevemos dentro.







4 comentarios:

  1. Mira que cuando lo he visto la primera vez he pensado..."joe..Vaya tocho"...Pero de todas las que has escrito hasta ahora, para mi ésta es la mejor. Estaré atento a los próximos capítulos.

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  2. Esta historia podría ser un guion de pelicula argentina con Hector Alterio de protagonista. ¡¡ que bonito !!. ¿Continuará?

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  3. El Tío Javier Belas4 de octubre de 2011, 0:16

    Me he metido de lleno en el ambiente de la historia, el paseo por la playa, la casa, la chimenea, la copita, la amistad .... Ya tengo el lugar ubicado por el norte de Galicia. A lo mejor es el mismo sitio en donde te inspiraste.
    Que siga la producción. Permanezco a la espera.

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  4. Ay, esta se me había pasado! que bonita, ya no recuerdo la de veces que la habré leído, y sigue emocionándome, qué pena Tia Tere!!

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