lunes, 25 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 11

 Queridos blogueros/as: Después de una semana de esas que es mejor olvidar, ya estamos de nuevo en donde tenemos que estar y seguimos con nuestro capítulo habitual ¡Y casi sin darnos cuenta ya vamos por el once y si sigo a este ritmo en cuanto me quiera dar cuenta se acaban y yo sigo sin escribir el final. Todo se andará
Si que es verdad que me lo paso bien escribiendo historias de niños y ésta no está quedando mal, se nota que me lo paso bien con esas cosas ¿no será que soy un poco como ellos? Seguro que no, pero la ingenuidad de los enanos para mi es fantástica. 
Espero que os lo paséis bien leyendo estas historias
Un abrazo
Tino Belas





CAPITULO 11.-

Se despertó cuando una mano le acariciaba la frente, levantó los ojos y descubrió la figura de un cura mayor, con pinta de buena persona, vestido totalmente de blanco y con un crucifijo enorme sobre su pecho. Una sonrisa franca iluminaba su cara y con voz débil, pero a la vez demostrando una autoridad moral importante le preguntó:
-  ¿Tú eres Fernando Altozano, hijo del Embajador de España?
-  Si – Fernando abrió los ojos con la sorpresa todavía reflejada en ellos y se excusó rapidamente – perdona que estuviera dormido, pero ayer mi hermana estuvo toda la noche llorando porque le dolía la cabeza y yo como duermo en el cuarto de al lado casi tampoco he dormido.
-  No te preocupes, hijo mío – El Papa le ayudó a levantarse de la silla sujetándole con suavidad por el brazo – Yo aquí no tengo ninguna hermana que me deje sin dormir, pero tengo muchos problemas y sobre todo muchos años que hacen que las noches se me hagan eternas, pero el recibir a los niños, siempre me ha hecho mucha ilusión y si no hablo más con vosotros es porque no dispongo de mucho tiempo, pero cuando me dijo Monseñor Ruscoli que estabas interesado en hablar conmigo, le dije que vinieras cuanto antes, porque hoy tengo casi toda la mañana para que podamos hablar de todo lo que quieras.
-  Perdona, pero ¿tu eres el Papa? – en la cara del niño se adivinaba cierta confusión – jo, vaya corte y yo dormido como un lirón, pero mi padre no es Monseñor Ruscoli, sinó
El Papa no pudo dejar escapar una sonora carcajada ante la ingenuidad de Fernando:
-  Ya sé, ya sé que tu padre no es Monseñor Ruscoli, sinó Altozano, el embajador de España y lo que tu no sabes es que yo conocí a tu padre hace muchos años, pero muchos años, cuando él estaba de encargado de negocios en la Embajada de Chile y yo estaba allí de Nuncio de su Santidad.
-  Eso no lo sabía, pero no se debe de acordar porque cuando pensé en hablar contigo, me puso un montón de excusas y cuando yo quiero pedirle un favor a algún amigo, le llamo por teléfono y ya está.
-  Si, pero a mí es muy difícil llamarme porque siempre estoy reunido o viajando y yo creo que por eso pensó que era mejor no molestarme.
Una llamada en la puerta interrumpió la conversación. El Papa desvió la mirada molesto y autorizó la entrada del nuevo visitante : Adelante.
La figura juvenil del Padre Escuola apareció tras la puerta de caoba :
-  ¿Me llamaba Santidad?
-  Andá, si es mi chofer- Fernando le saludó con la mano - ¿qué tal Paulo?
-  Bien – el Padre Escuola pareció disculparse por la familiaridad por la que era tratado por el joven visitante – ¿Desea algo de aperitivo o de beber?
El Papa pidió una copita de chianti mientras que Fernando quería Coca-Cola y panchitos.
-  ¿Sabes lo que me ha dicho este cura?  que era forofo de la Roma y que era el mejor equipo del mundo ¿ a que el mejor equipo del mundo es el Real Madrid?
-  Hombre, yo no entiendo demasiado de futbol, pero ya sabes que yo soy italiano del sur y para mí el mejor equipo del mundo es el Nápoles.
-  ¿El Nápoles? Me parece a mí que vosotros los curas no entendeis nada de futbol, pero bueno, ya me he jugado unas pizzas con Paulo a que este año mi equipo vuelve a quedar Campeon de Europa y si quieres me juego contigo otra cosa.
-  ¿Cómo qué? – el Papa estaba encantado con la conversación y trataba de no intimidar al niño y para eso intentaba por todos los medios ponerse a su altura – Si te parece yo cuando era como tú jugaba a la peonza y todavía la tengo por ahí. ¿Nos la jugamos?
-  Bueno, hacemos una cosa – Fernando calculó por unos segundos su situación – Si gana el Madrid, yo me quedo con la peonza y si gana el Nápoles yo te doy mi juego de canicas ¿vale?
-  Muy bien, pero no vale arrepentirse ¿de acuerdo?
Se chocaron las manos y con ello la apuesta quedó definitivamente pactada.
El Papa se levantó de la mesa y se quedó mirando por el amplio ventanal desde el que se adivinaba prácticamente toda la capital italiana. Intentaba acordarse de sus años de niño y sin embargo solo se acordaba de su padre, hombre bueno donde los hubiese y de su pequeño pueblo, a escasa  media hora en tren de Nápoles. Hacía por lo menos treinta años que no había vuelto y según le contaban sus familiares, no lo conocería porque había crecido una barbaridad. A los pocos años ingresó en el Seminario y desde entonces solo había  trabajado sin descanso. Su crecimiento en el seno de la Iglesia había sido vertiginoso y tan solo con treinta y pocos años llegó al Vaticano y a partir de ahí había pasado por casi todas las secciones hasta llegar a la Curia y desde allí, nada más y nada menos que a Jefe de todos los Católicos del mundo. Todavía cuando lo pensaba, le parecía mentira que aquel chiquillo napolitano hubiera llegado tan lejos y mirando a Fernando Altozano pensó como sería cuando tuviera los setenta y dos años que tenía él.
El niño español estaba muy interesado en agotar todos los panchitos que le habían puesto en una pequeña bandeja de plata y tragaba apresuradamente masticando con la boca cerrada como le habían enseñado. De vez en cuando, miraba por el rabillo del ojo para no perder ni un minuto en plantearle al Papa sus aspiraciones, pero como le veía asomado a la ventana y sin que aparentemente le hiciera mucho caso, no se atrevía a decir nada. Su primera impresión había sido muy buena y no parecía tan serio como le habían dicho, aunque no le parecía muy bien que no fuera del Madrid, pero bueno, allá él.
Una de las veces que el Papa se volvió, sus miradas se cruzaron y en lugar de retirarse continuaron mirándose fijamente, hasta que Fernando guiñó un ojo, lo que provocó que el Papa le imitase. Fernando no pudo resistir la tentación y preguntó con la inocencia que dan los pocos años
-  ¿Ya somos amigos?
-  ¿Tú que crees? – le contestó su Santidad.
-  Yo creo que sí ¿y tú?
-  Pues, yo creo que también.
-  Bueno, entonces tengo que pedirte un favor – Fernando se acercó despacio – y ya sabes que a los amigos no se les puede decir que no.
El Papa adoptó un actitud como muy preocupada y esperó a oir lo que le iba a pedir sin tener ni idea de que se trataba.
-  Mira, el día 12 de Octubre celebramos la Virgen del Pilar y yo he dicho a mis compañeros de clase que sería una buena cosa que vinieras y dijeras una Misa, que para eso eres el Papa, tomarás unas porras con nosotros y durante el desayuno podíamos hacerte preguntas o cosas así, ¿qué te parece?
Su Santidad volvió a mirar al niño con expresión pícara y no dudó en plantear una cuestión que le sonaba extraña
- Como hemos quedado, ya somos amigos y por lo tanto no puedo decir que no y aunque no he mirado la agenda te prometo que haré todo lo posible por acudir, pero lo que ya no estoy tan seguro es si comeré porras con vosotros porque no ando muy allá del estómago y los Médicos me tienen sometido a un régimen muy estricto y si no recuerdo mal, las porras son como churros gordos ¿no?
-  Si, a mí me gustan más que los churros, pero bueno, por eso no te preocupes porque a mí amigo Joseph tampoco le gustan y le suelen dar un suizo.
-  Bien, entonces si eso es así, iré y me comprometo además a contestar todas vuestras preguntas.Por cierto, ¿cuántos sois en tu clase?
-  Doce –contestó Fernando con rapidez
-  ¡ Solo!  que suerte tenéis los estudiantes de ahora. Nosotros en la escuela éramos, por lo menos, treinta y así volvíamos locos a D. Lucca que era muy exigente, pero buena persona.
-  Nosotros tenemos a Don José Luis que no es tan bueno como el tuyo. Bueno – Fernando bebió un sorbito pequeño de Coca-Cola – tampoco es que sea malo, pero no nos deja hablar en clase y nos manda trabajos a casa y entre las clases de tenis y las de inglés casi no tenemos tiempo ni para jugar.
-  Eso es verdad – el Papa tomó entre sus manos el crucifijo que llevaba en su pecho – y por lo que me cuentan parece que ya casi ni se reza en los colegios. Dios mío, Dios mío, que tiempos nos han tocado vivir.
-  En mi cole si que rezamos y ponemos todos los viernes flores a la Virgen y cada dos sábados tenemos una reunión con el Prefecto que nos habla de Dios y de su hijo. Por eso se me ocurrió la idea de pedirte que vengas un día, porque nos ha contado varias veces que siempre quería tener niños alrededor y como tú eres el que mandas ahora, yo sabía que me ibas a decir que sí y no te quiero ni contar lo famoso que voy a ser en el cole.
-  Mira, Fernando, tú sabes que soy una persona muy ocupada y que me he comprometido a asistir a la Misa el día de la Hispanidad, pero me gustaría que eso fuera un secreto entre tú y yo hasta ese día ¿me lo prometes?
-  Joé, me haces una faena – Fernando se levantó y se metió otro montón de panchitos en la mano y se los fue metiendo lentamente en la boca con gesto pensativo - ¿sabes porqué?
El Papa casi no podía contener la risa con las expresiones del pequeño español y permanecía impasible escuchando argumentos de lo más convincentes, mientras mantenía la cabeza sobre su pecho
-  No tengo ni idea.
-  Pues es muy fácil. – Fernando se fue acercando hasta la silla que ocupaba el Santo Padre -
si yo no puedo decir que vas a venir, entonces habrá que hacer lo que ha dicho Fernando García de Leaniz y nos tendremos que disfrazar de angelitos y yo prefiero desayunar que aburrirme como una ostra y pasando un calor de miedo durante toda la Misa, pero bueno, - Fernando alargó su mano derecha – lo prometido es deuda y lo mismo que tú me has prometido que vienes, yo te prometo que no diré nada ¿vale?, pero acuérdate ¿eh? no se te vaya a olvidar.
Se chocaron las manos como dos hombres, se dijeron adiós y el Papa le dio un beso en la frente agradeciéndole el rato tan bueno que le había hecho pasar. 
Los meses pasaron y el día de la Hispanidad, cuando faltaban diez minutos para la Misa de doce, el Papa apareció en la puerta del Colegio con sus guardaespaldas y todo su séquito, compuesto por sesenta personas en total. En la puerta, para recibirle, solamente estaban el Director, al que Fernando no había tenido más remedio que contarle su secreto y D. Jose Luis, su profesor que había sido el encargado de convencer a Fernando para que hablara con el Director y le contara todo, porque un secreto es un secreto, pero la visita del Papa había que prepararla y no podía aparecer así como así en el Colegio. Al principio, Fernando no se mostró nada partidario, pero los argumentos de D. Jose Luis le hicieron desistir de un mutismo absoluto, entre otras cosas, porque el Director se iba a enterar de todas las maneras porque las Fuerzas de Seguridad tienen obligación de revisar todos los edificios que vaya a visitar el Papa y antes o después se enteraría. Pero dentro de lo malo, era lo menos malo, porque eran los únicos que lo sabían y el resto no tenían ni idea de tan magno acontecimiento.
La Misa fue normal, pero el desayuno constituyó un auténtico ejercicio de reflexión para el Santo Padre quien tuvo que echar mano de toda su inteligencia para contestar adecuadamente a las preguntas de todos los de la clase de Fernando que con sus ocho y nueve años, hacían gala de una tremenda madurez y a la vez de una ingenuidad manifiesta y le hicieron preguntas como que para qué necesita tantos guardaespaldas si nadie quiere matar al Papa o que porqué existe la figura del Santo Padre si en la Iglesia somos todos iguales e incluso la de Alberto Cucalón que le preguntó tranquilamente porque vestía de blanco si el uniforme de los curas era negro. Con humildad y con un fino sentido del humor, el Papa pasó una mañana de la que se acordó durante muchos años y cada vez que recibía a alguna representación española siempre la recordaba con cariño y agradecía públicamente la invitación de aquel niño español al que , por cierto, no había vuelto a ver y  ya sería un hombre hecho y derecho.


viernes, 15 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 10

Queridos blogueros/as: Como veréis por este corto capítulo llegar hasta el Papa no es tan fácil aunque Fernando ya apunta maneras desde pequeño y tiene toda la pinta que lo va a conseguir, pero todavía no se sabe. 

En fin, os pido perdón por no escribir nada mas hoy, pero llevo una semana, mejor dicho, llevamos toda la familia, una semana que lo mejor es que pase lo antes posible porque, como dicen por ahí, parece que nos ha mirado un tuerto. Para la próxima espero estar un poco mejor y ya os contaré alguno de mis proyectos, pero os puedo adelantar que lo mismo dejo escrita una carta para que sea leída en mi propio funeral. Puede ser original y hasta un poco extraño y macabro, pero bueno, es solo una idea y lo mismo dentro de un rato cambio de opinión y le dejo para el cura que me despida diciendo aquello de que hay que tener fe, que la vida es como un grano de arena comparado con el desierto, que si era muy bueno, fiel y trabajador etc...etc.

Bueno, tampoco hay que ponerse tan trascendente que la vida tiene que continuar.

Un abrazo

Tino Belas



CAPITULO 10.-

Un miércoles de Junio con un calor insoportable, los dieciséis miembros de la citada Comisión, paseaban charlando animadamente por los jardines del Vaticano, situados a la espalda de la Catedral de San Pedro, acompañados de varios miembros de la Curia Cardenalicia y el Secretario Personal del Papa. D. Fernando Altozano se acercó ceremoniosamente a Monseñor Ruscoli y besándole la mano le preguntó si podía hablar con él un minuto a solas. Monseñor se mostró encantado de poder departir unos minutos con el representante de la nación española tan querida por la Santa Madre Iglesia y cuna de innumerables mártires.
Se alejaron unos pasos del resto de embajadores y tomados del brazo iniciaron una breve charla que terminó en el compromiso por parte de Monseñor Ruscoli de  encontrar un minuto para que  Fernando Altozano hijo , tuviera la oportunidad de exponer al Papa sus intenciones.
A los pocos días, una llamada de teléfono hizo movilizarse a todo el colegio en busca de Fernando  Altozano quien en esos momento se encontraba jugando al futbol con los de su clase contra los de segundo B.
-  Fernando Altozano, preséntese urgente en portería – unos potentes altavoces derramaban su solicitud por todo el patio y Fernando al que, por cierto, nunca lo habían llamado con tanta urgencia se presentó en Conserjería siguiendo instrucciones. Iba hecho un desastre, la camisa por fuera, los pantalones con manchas de distintos colores, los zapatos imposible de reconocer el color por la gran cantidad de polvo acumulada, la cara sucia y el pelo hacia todas partes menos a la raya que se hacía todas las mañanas, bajo la supervisión de Miss Elizabeth. Lo esperaba el Director del Colegio y el Jefe de Estudios por lo que Fernando supuso que habría cometido alguna falta grave, pero no acertaba a saber cual.
-  D. Fernando Altozano y Ortiz de Mendivil, ¿es usted? – preguntó el Director con cara de pocos amigos.
-  Si, señor – contestó Fernando.
-  Perdone – el Director lo miró de arriba a abajo – pero bajo esa espesa masa de porquería no le había reconocido.
-  Perdon, pero estaba jugando al futbol y como no ha venido Gabriel Jordao, me ha tocado ponerme de portero y por eso tengo el pantalón con tantas manchas, pero en seguida me cambio y me pongo el chándal que lo tengo en la taquilla.
-  Bien – el Director lo miró fijamente a los ojos tratando de escudriñar los pensamientos del hijo del Embajador de España ante la Santa Sede - ¿Tiene idea porqué le hemos llamado urgente por megafonía?
-  No, Señor.
-  ¿Se acuerda que para la fiesta de la Hispanidad Usted propuso que viniera el Papa?
-  Si, claro que me acuerdo y hasta hablé con mi padre por si me podía organizar una entrevista pero no le convencí porque dice que como es Papa tiene muy poco tiempo pero si me prometió que un día podía ir yo a verle y contarle nuestra idea, pero no me regañe porque Jose Luis, mi Tutor, también estaba de acuerdo.
-  No, no, si no le voy a regañar, al revés – El Señor Director tenía dudas si decirle claramente que le estaba esperando el Papa en su despacho antes de una hora o darle algún rodeo por si se asustaba – Han llamado del Vaticano para que vaya y hable con alguien sobre su proyecto, pero no nos han dicho con quien, o sea que lávese un poco y espere aquí que en media hora vienen. Espero que consiga su objetivo y tengamos el honor de recibir en esta su casa al Sumo Pontífice y que sus argumentos son buenos, porque si no, me temo muy mucho que pondrá alguna excusa y aunque nos mande su bendición no podríamos disfrutar de su presencia.
Fernando Altozano, ocho años y diecinueve días, hijo del Embajador de España, estudiante modélico y organizador por excelencia, se dio cuenta que se le presentaba la oportunidad de hablar con el Representante de Dios en la tierra, como siempre les repetía Jose Luis, su profe y se duchó convencido que el Papa no se podría negar y así se lo hizo saber al Director.
A la media hora, puntual, como debe de ser, Fernando se encontraba en la puerta del colegio esperando la llegada del anunciado coche del Vaticano que lo llevaría en presencia de alguien cercano al Papa. Su aspecto había mejorado,  pero no se correspondía en absoluto con un miembro del Colegio Español en visita oficial. Parecía, mas bien, que fuera a una competición deportiva. Eso si, el pelo iba perfectamente ajustado a la raya que todas las mañanas le marcaba su seño Elizabeth. El chándal azul con el anagrama del colegio estaba limpio y las zapatillas de deporte no tanto. Bueno, - pensó para si mismo – seguro que él, cuando juega al futbol, también se mancha.
Un Volvo negro con los cristales oscuros se detuvo delante de la puerta y de él descendió un cura, de expresión jovial que era el encargado de acompañar a Fernando a su visita. Se sentó en el asiento delantero y el sacerdote inició el recorrido acelerando bruscamente y entrando en la Avenida Fosati a una velocidad excesiva. Fernando disfrutaba porque le gustaba correr y no decía ni esta boca es mía. El chofer provisional con el que se había encontrado le preguntó, si conocía Roma a lo que contestó que poco, porque solo llevaba allí unos meses y entonces el joven clérigo se ofreció a darle una vuelta porque tenían tiempo hasta las doce y media que era la entrevista.
Recorrieron Roma a toda velocidad, pero pasaron por diferentes plazas típicas de la Ciudad Eterna y fue algo mas despacio por delante del Coliseo, que Fernando ya lo había visto por dentro una vez que lo llevaron de excursión desde el colegio, y se paró delante del Estadio Comunale de Roma donde, según le dijo, jugaba al futbol el mejor equipo del mundo: la Roma. Fernando con la candidez normal de su edad preguntó : ¿y el Real Madrid no gana siempre las Copas de Europa?
     -  Bueno, si, pero por poco tiempo porque la Roma de la que yo soy su capellán, tiene un equipazo y va a ganar a quien sea y sinó, el tiempo lo dirá. Volvió a acelerar bruscamente y en unos minutos la puerta de la Ciudad del Vaticano se abrió, como por encanto, ante la llegada del Padre Escuola que así se llamaba su chofer y guía circunstancial. Le pareció todo como majestuoso, muy grande, lleno de curas por todas partes y con muchísimo movimiento. El coche se lo dejaron a un aparcacoches y subieron por una amplia escalinata que daba entrada a un hall enorme del que colgaban dos lámparas de cristal que estaban apagadas. A los lados estaban situadas varias estatuas que supuso que serían de Santos, pero uno tenía una cara de mala uva que metía miedo y decidió, por su cuenta y riesgo que ese era el demonio. A continuación atravesaron unos larguísimos pasillos llenos de cuadros que a lo mejor hasta eran buenos y terminaron en un habitación pequeña, una especie de sala de espera y otro cura, ya con pinta de más viejo, le dijo que se sentase que enseguida le recibiría Su Santidad. El Padre Escuola se despidió con un adios y quedaron emplazados a tomarse unas pizzas si la Roma quedaba Campeona de Europa.
Fernando se sentó en la silla de hermosos dorados, apoyó la cabeza en uno de los brazos y se quedó completamente dormido.



viernes, 8 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 9


 Queridos blogueros/as: ¿Que tal? al mal tiempo buena cara y los íntimos me entenderéis por donde voy porque del verano para acá a la family parece que nos ha mirado un tuerto y por eso digo lo de al mal tiempo buena cara porque si no, casi no merecería la pena ni escribir, pero la vida sigue y nosotros también.
Acabo de leer este capítulo y reconozco que contando historias de niños me lo paso francamente bien y aunque ésta pueda parecer imposible, ya se ve que no lo es tanto y al final seguro que el chaval va y lo consigue. 
Merce tenías razón, me encuentro muy bien metido en el mundillo del pijerío, por lo menos me lo imagino así y tiene pinta de ser divertido y en este capítulo vamos por el mundillo diplomático que supongo que es igual que el otro pero por ahí, en Roma, París, etc..... En fin, lo mismo es una vocación perdida y donde me encontraría como un marqués, nunca mejor dicho, sería por ahí, pero ya se sabe que una cosa es lo que uno piensa y otra bastante diferente es lo que ocurre después, pero bueno, para eso es una novela y me invento lo que quiero.
Sigo escribiendo el final y ya os contaré, pero como siga por ese camino estoy pensando en cambiarme el nombre y ponerme un apellido sueco y ahí se queda el misterio ¿Que pasará? no tengáis prisa que quedan muchos capítulos hasta llegar a ese punto.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 9.-

 Los días en el colegio transcurrían con normalidad y eran pocas las conmemoraciones que merecían la pena. Unicamente el día de España se celebraba con brillantez y los preparativos comenzaban casi un mes antes. Todos los profesores se encargaban de programar alguna actuación de sus alumnos y cada grupo trataba de organizar algo original. La mayoría de los Profesores dictaban las órdenes oportunas para ejecutar aquello que habían pensado con anterioridad, sin embargo, algunos como D. Luis Agüero permitían opinar a los alumnos y se establecía una especie de consenso y se nombraban a unos coordinadores para la correcta realización del espectáculo elegido que, naturalmente, tenía que ser diferente cada año.  Para los niños, de edades comprendidas entre los siete y los diez años, aquello fue un ejercicio de democracia difícil de olvidar y todos intervinieron en un intenso debate que se desplazaba desde partidos de futbol entre alumnos y profesores hasta obras de teatro pasando por ideas que no fueron tenidas en consideración como un concurso de tartas o unos de pintura solo con imágenes del santos o aquello que se le ocurrió al hijo del Embajador de Filipinas en Roma que era un partido de balonmano entre niños sanos y deficientes mentales con la condición que los sanos se dejasen ganar y así le subiría la moral a aquellos otros que perdían habitualmente. Un pequeño grupo de la clase, al mando de Fernando, eran los encargados de dar el turno de palabra y de contar los votos a mano alzada de los doce estudiantes.
En esta ocasión, le tocaba el turno a Fernando Altozano, quien se puso de pié en el estrado e indicó a todos sus compañeros que hasta ese momento las intervenciones habían sido buenas, pero que él proponía la que, sin duda,  era la mejor de todas : “Yo propongo que convidemos al Papa para que venga al colegio, desayune con nosotros, diga una Misa y luego haga una especie de rueda de prensa en la que los niños le podamos preguntar todo lo que queramos ¿qué os parece?
Todas las manos se alzaron al unísono y hasta D. Luís aplaudió esta iniciativa.
Me parece que debe ser bastante complicado porque el Papa es un hombre muy ocupado pero se  le puede preguntar. El no ya lo tenemos y si viene sería una maravilla. ¿Quién se encarga de hablar con él para invitarle? – Don Luis paseó la mirada por toda la clase sin ver ni una sola mano levantada – ¿Que pasa que nadie se atreve a ir a verle?
Fernando levantó la mano y se ofreció voluntario, aunque no estaba muy seguro si lo conseguiría.
-   Bueno, tú inténtalo, que lo importante es la intención. Si no viene, ¡ que le vamos a hacer! Pero la intención es lo que vale.  -  D. Luis dio por terminada la clase, no sin antes recordarles a todos que ya podían irse preparando para trabajar si viniera , porque eso sería un acontecimiento histórico y no podían perder tan magna oportunidad.     
Al llegar a su casa y después de merendar un Cola Cao con unos bollos suizos que estaban impresionantes, Fernando comenzó con su diaria tarea de los deberes y en esas estaba cuando oyó la voz de su padre que entraba en la casa en esos momentos. Se levantó corriendo y sin atender a los requerimientos de Miss Elizabeth bajó las escaleras de tres en tres y casi se dio de bruces con su padre:
-  Hola papá, ¿te acuerdas que me debes un favor?
D. Fernando se quitó lentamente la gabardina, dispuso con lentitud el sombrero de ala ancha en el perchero que para tal efecto se encontraba en el fondo del amplio hall y con cara de sorpresa contestó.
-  No tengo ni la menor idea, pero si tú lo dices, será verdad. ¿ Qué me quieres pedir?
-  Yo creo que es un favor fácil para ti, pero me tienes que prometer que lo vas a cumplir ¿me lo prometes?
-  Hombre, depende de lo que sea, pero si está en mi mano, te lo prometo.
-  Bien – Fernando hijo, se quedó pensativo buscando la manera más fácil de hacerle a su padre partícipe de su promesa en el colegio – Tú eres el Embajador de España ante el Papa ¿verdad?
-  Verdad.
-  Entonces tú hablas con el Papa de vez en cuando ¿verdad?
-  Verdad.
-  Y si hablas con él es que eres su amigo ¿no?
-  Hombre, no hay que exagerar. Yo le conozco y he tenido oportunidad de verlo en alguna recepción a los Diplomáticos destinados en el Vaticano y hasta en dos o tres ocasiones hemos   tenido entrevistas de estado, pero eso no quiere decir que sea íntimo amigo, pero si lo que me preguntas es si lo conozco, te respondo: si.
-  Bueno, pues entonces lo que te voy a pedir está chupado. – Fernando hijo, se sentó en las rodillas de su padre, cosa que hacía siempre que quería conseguir algo - ¿ tú sabías que dentro de dos meses es la fiesta del colegio?
-  Claro, ¡ como no lo voy a saber! El 12 de Octubre es el día del Pilar y la Fiesta Nacional de España, ¿ves como lo sabía? Fijate si lo sabré que tu madre y yo hemos empezado con la lista de invitados para la recepción en la Embajada y es un lío de padre y muy señor mío porque son tantos los compromisos que no sabemos ni por donde empezar.
-  A mi me pasa igual – Fernando hijo puso cara de preocupación y sus ojillos se movieron de un lado para otro.
-  Si, ¿tú también tienes que dar una recepción en el colegio?
-  No, pero tuvimos un concurso de ideas entre todos los de mi clase y como la mía fue la mejor, me han nombrado para que organice la fiesta.
D. Fernando le miró fijamente a los ojos temiéndose lo peor - ¿ y que se te ha ocurrido para que ganaras el concurso? 
-  Se me ha ocurrido que podíamos invitar al Papa a nuestro clase, diría Misa, que para eso es el Papa y después organizaríamos un desayuno con porras y le podríamos preguntar lo que quisiéramos cada uno ¿ a que es buena idea?
El Padre miró con admiración a su hijo y en sus ojos apreció una enorme ilusión por organizar ese desayuno ; no quería fastidiarle sus planes, pero estaba convencido de la imposibilidad del proyecto y trató de razonar con el pequeño :
-  Mira, Fernando, la gente importante tiene siempre muchos compromisos y las invitaciones hay que hacerlas con muchos meses de antelación.
-  Jo, Papá, no exageres. Hoy nos ha dicho José Luis en la clase de religión que el Papa es el representante de Dios en la tierra y nos ha leído algo que es lo que me ha dado la idea y es eso que dijo Jesús un día que estaba enseñando por ahí y unos niños estaban jugando cerca y como molestaban, los apóstoles les echaron y entonces él no les dejó y les dijo dejar que los niños se acerquen a mí y si el Papa es Dios aquí, entonces no le quedará más remedio que decirnos que sí y además que quedan casi dos meses, o sea que si se lo dices, pues seré el más famoso del colegio y nuestra fiesta la mejor de todas
-  Ya, pero no te vayas a creer que es fácil. Tengo que solicitar una entrevista y no tengo ni idea si me va a recibir. Ya te digo que el Papa es una persona muy ocupada.
-  Bueno, pero tú se lo preguntas y si te dice que no, pues entonces ya veremos lo que hacemos.
-  ¿Y porqué no lo hacemos al revés? – D. Fernando analizó las diferentes posibilidades – solicitas tú la entrevista con el Papa y le pides lo que me has contado a mí, ¿qué te parece?
-  Bueno, a mí no me importa, pero la carta se la llevas tú y se las das en la mano ¿vale?
-  Querido hijo: no utilices esa expresión tan impropia de un hijo de un alto dignatario en la Santa Sede. Mejor dí, de acuerdo o perfecto, pero eso de vale, suena fatal, o sea que procura borrarla de tu vocabulario ¿entendido?
-  Si, Papá, me lo has dicho muchas veces y Miss Elizabeth también, pero se me escapa sin darme cuenta. Te prometo que no lo volveré a decir nunca más ¿vale? Jó, ya se me ha vuelto a escapar.
-  Venga, Fernando, ahora toca cenar y a dormir que mañana tengo un día muy ajetreado. Luego te veo.
D. Fernando, se sentó en un sillón alto de cuero negro, encendió la luz de una lámpara de pié de color dorado que se encontraba a su izquierda, abrió un libro de relucientes tapas de piel y se concentró en lo que allí escribía un filósofo alemán nada conocido pero al que le tenía en gran estima; había sido, de toda la vida, como el Ayudante personal de tres o cuatro Pontífices y en este libro describía sus impresiones sobre cada uno destacando del actual su amor a los niños y su sentido del humor que era enorme y siempre limitado por su cargo. Le encantaba que le contaran chistes, sobre todo de curas, y se reía de esa manera que solo los grandes hombres saben hacerlo.
D. Fernando Altozano con su pelo blanco escrupulosamente peinado con raya al lado, la camisa azul con pequeñas rayas blancas y una corbata azul turquesa y un pasador de la Cofradía de Pescadores de Zahara de los Atunes de la que era miembro honorario, se estiró la manga de la camisa haciéndose presente un gemelo de oro con el escudo del Club Náutico de la Tacita de Plata. Con su mano derecha, pulsó un pequeño timbre y al punto apareció en el amplio cuarto de estar la Basilia quien, con su cofia de finas puntillas, uniforme negro con guantes blancos y delantal haciendo juego con la cofia preguntó solícita:
-¿ Me llamaba el Señor?
-  Si, Basi, ¿me podría traer un jerez?
-  Si, Señor, enseguida.
La Basilia estaba en casa desde hacía por lo menos veinte años y ya había sido la doncella de la Abuela Regina. De edad indefinida, su discreción y saber estar se ponía cada segundo de manifiesto y era la doncella perfecta para un familia de clase media española que había subido en los últimos años de escala social, desde que D. Fernando decidió dedicarse mas a la política que a otras cosas. Basilia volvió con una copa de jerez en una pequeña bandeja de plata y la depositó en una mesa de caoba pegada al sillón de lectura.
-  Perdone, D. Fernando, pero la Señora me ha dicho que la avisara cuando llegase ¿quiere que lo haga?
- ¿Ya ha vuelto de la peluquería?
-  Si, Señor, hace por lo menos una hora y está en sus habitaciones.
-  Bien, no se moleste ya subo yo. Muchas gracias, Basi.
-  De nada, Señor, si desea algo más solo tiene que pedírmelo, que la Basi está para eso.
D. Fernando Altozano, cerró el libro, se ajustó la corbata y subió lentamente los escalones hasta el piso superior y entró en sus habitaciones.
Doña María Victoria Ortiz de Mendívil se encontraba sentada en el centro de una especie de recibidor, antesala de su dormitorio, leyendo una revista de modas con la cabeza introducida en un secador de pié que ocultaba unos hermosos “chichos” que le ocupaban prácticamente toda su cabellera rubia.
D. Fernando la besó en la mejilla mientras se preguntaba para qué había ido a la peluquería si ya se lo estaba quitando.
-  No, Fernando, no me estoy quitando nada, lo que pasa es que iba a la peluquería de “Césare” y solamente me han hecho las mechas porque estaba hasta arriba de gente y ahora me estoy arreglando un poco hasta que llegue el Embajador polaco y su señora.
-  ¡ Es verdad ! – Fernando se acordó en ese momento que tenía una cita con Miroslav Prosinsky a la que no se había podido negar a pesar de haberlo intentado en diferentes ocasiones – Menos mal que me lo has recordado porque se me había olvidado completamente. Entre tanta reunión con los representantes del Ministerio y la visita de Monseñor Anaya se me había pasado y ¡que le vamos a hacer! Cenaremos con el polaco y señora, gajes del oficio.
-  No pongas carita de pena porque siempre lo habéis pasado de maravilla y si nó acuérdate del día de Venecia las risas que pasasteis ¿te acuerdas?
-  Si, como no me voy a acordar, pero no por nada en especial sinó porque se empeñó en hablarme en español y no te puedes ni imaginar la cantidad de barbaridades que se pueden decir en poco tiempo. Fueron unas jornadas muy entretenidas y, además de divertidas, llenas de contenido, desde el punto de vista diplomático acuérdate que gracias a aquellos reuniones se firmó el tratado de adhesión con los países del Sudeste Asiático.
-  Si que a vosotros os vino muy bien, pero para las señoras fue bastante aburrido porque prácticamente todas conocíamos Venecia y estuvimos bastante solas en el hotel.
-  Bueno, Mariví, así es la vida diplomática. ¿Qué has preparado de cena?
-  Poca cosa porque ya sabes que el polaco, como tú le llamas, cena muy poco y su mujer es tan poca cosa que con una hoja de lechuga la dejas llena, o sea que les vamos a dar unos aperitivos a base de queso, jamón y chorizos hispánicos, pastel de cabracho y unos escalopines al oporto que me imagino que les encantarán.
-  Seguro – Fernando se levantó y bajo a la bodega donde buscó cuidadosamente un vino que fuera acorde con la cena y encontró un rioja del 82 que, si salía bueno, haría las delicias de los comensales. Se lo dio a Basi para que lo fuera abriendo y se ocupó de ordenar un poco los papeles de la mesa de su despacho, haciendo tiempo hasta la llegada de la visita.
María Victoria Ortiz de Mendivil apareció en el amplio cuarto de estar deslumbrante, como siempre, lo que provocó un silbido de admiración de su marido que no tuvo mas remedio que levantarse y acudir hacia ella besándola en la frente y exclamando con el amor que la profesaba: -  Yo no se lo que haces, pero cada día te encuentro mas atractiva.
-  Gracias, debe ser la buena vida que me das.
Fernando se volvió a sus papeles mientras Mariví ordenaba algunos centros de flores y llamaba  a Basi, repasando con ella todos los detalles de una mesa puesta con gusto refinado. Los cubiertos de plata de ley y las copas de cantos dorados destacaban sobre una vajilla de vivos colores. El mantel de hilo y las sillas de caoba conformaban un ambiente acogedor con un pequeño toque intimista en un comedor iluminado por dos candelabros con velas azules situados a ambos lados de la mesa rectangular.
Fernando se acercó por detrás y le dio un beso en la nuca mientras la felicitaba por su habilidad para preparar una recepción adecuada.
-  Por cierto, ¿sabes que tu hijo Fernando quiere invitar al Papa a su colegio para que diga una Misa y desayune con ellos el día de la Hispanidad?
-  ¡Qué me dices! - en su cara se reflejó una cierta admiración por su hijo mayor, aunque también algo de prevención por esas ideas que, de vez en cuando, salían de su pequeña cabeza-
y ¿tú crees que el Papá aceptará?
-  No tengo ni idea. Supongo que no, porque el día de España es dentro de dos meses, pero si logra explicarle lo mismo que a mí lo que quiere, me da la impresión que su Santidad no va a tener mas remedio que ir o inventarse una buena excusa porque le deja pocas salidas.
-  ¿Y tú le puedes ayudar?
-  Voy a intentarlo, aunque supongo que no será nada fácil, pero por hablar con su Secretario no se pierde nada.
-  Y si hablara Fernando directamente ¿no sería mejor?
Fernando, su marido, la miró con esa confianza que dan los años de convivencia y los dos se rieron al unísono
-  ¿ Que pasa? ¿qué ya se lo has propuesto tú?
-  Exactamente, Princesa, eso es lo que le he dicho y no parece que le desagrade la idea. Ya sabes que tu niño ha salido a ti y no se detiene ante nada ni ante nadie y cuando se lo he propuesto me ha respondido tranquilamente que bueno, que por él no hay ningún inconveniente; Ya sabes que la inconsciencia de los niños pude adquirir tintes insospechados, pero desde el punto de vista práctico y a efectos de la diplomacia española sería un golpe de efecto de lo más espectacular

D. Fernando comentó que era difícil encontrarse con el Secretario Personal de su Santidad, pero que haría todo lo posible por charlar con él en la reunión de la Comisión Permanente que se celebraba mensualmente y así lo hizo.

sábado, 2 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 8

Queridos blogueros/as: Hoy el comentario tiene que ser corto porque por fin me he decidido a escribir los últimos capítulos y de hoy no pasa.
Creo que el final va a quedar bastante bien si soy capaz de reflejar aquí lo que estoy pensando y como siempre será algo inesperado, eso seguro.
En este capítulo ocho no se si voy para atras pero me parece que no queda mal. Como siempre espero que os guste.
Sigo con la esperanza (ya sabéis que eso es lo último que se pierde) que alguien mas se anime a meterse en este serial y lo cuente porque se que lo lee mas gente, pero como no dice nada, no puedo saber lo que piensan. A los fieles lectores (que ya sabéis quienes sois) muy agradecido por seguir ahí.
Un abrazo
Tino Belas


CAPITULO 8.-

Por aquel entonces Fernando era ya estudiante de primaria en el Colegio del Pilar y el traslado resultó bastante traumático. Dejar el colegio, los amigos, la casa de la calle de Alcalá e irse nada menos que a Roma fue difícil aunque los años lo borran todo y aquello era como una mala pesadilla después de una noche de juerga. Si se acordaba muy bien de la casa que era una especie de palacete en la Vía Veneto con un amplio jardín y una piscina casi en la puerta de su casa. También se acordaba, esta vez con alegría, de la pista de tenis en donde comenzó a golpear la bola con destreza gracias a los consejos de Pietro, un napolitano encantador que le daba clases y con el que todavía, a pesar de los años transcurridos casi catorce, mantenía una buenísima amistad y gracias al cual consiguió no pocos torneos en el Club de Tenis de Treviso en las proximidades de la capital italiana al que acudía los fines de semana.
El colegio de España en Roma ubicado en el extremo norte de la ciudad del Vaticano era pequeño, no tenía los patios del colegio del Pilar, doce alumnos por clase, bastante disciplina, muchísimo control y buen ambiente.
A la edad de siete años es difícil discernir lo bueno de lo mejor y los recuerdos se entremezclaban en el pensamiento de nuestro entonces pequeño personaje. El cambio no se notaba demasiado, los curas del Opus resultaron muy simpáticos y trataban de inculcar en los pequeños estudiantes los valores religiosos que resultarían como una marca en la frente de cada niño y que los distinguiría para toda la eternidad.
Los valores especiales que caracterizan a los miembros de la obra iban cayendo como gotas de agua en el cerebro sin modelar de los pequeños y creaban un estilo de vida que se hacía evidente en todos ellos.
La educación, no la religiosa sino la otra, también era objeto de especial atención y los niños vestían con un uniforme que los hacía diferentes al resto: chaqueta azul con escudo del colegio, camisa beis, corbata en tonos azules, pantalón gris y mocasines negros. El corte de pelo era semanal y no se permitían los rizos. La gomina era usada diariamente y las uñas recortadas.
Para el deporte todos los niños disponían de un elegante atuendo formado por un chándal azul con ribetes blancos en las mangas y en los laterales de las piernas, camisetas azules con el escudo, pantalones blancos, medias azules y botas de futbol negras o calzado deportivo blanco. No estaba permitido ningún tipo de cinta en el pelo, ni mucho menos bajarse las medias durante el partido y se extremaba el cuidado con los árbitros siendo motivo de expulsión del campo el dirigirse a ellos en tono despectivo o menospreciando su autoridad.
En el caso de aquellos que enfocaran su actividad deportiva hacia campos más elitistas, el colegio disponía de campos de tenis con sus monitores correspondientes y a los que había que acudir rigurosamente de blanco no admitiéndose bajo ningún concepto algún otro tipo de ropa. Igualmente en una de las esquinas del polideportivo se había habilitado un campo de prácticas de golf y los niños que demostraran cierta habilidad en el manejo de los palos, eran enseñados por profesores especializados y acompañados a los distintos campos de Golf de Roma en donde desarrollaban los conocimientos adquiridos en las clases. La uniformidad seguía siendo norma de la casa y los jugadores
iban equipados con zapatos de golf blancos y verdes, pantalones largos beis claro, niqui Fred Perry rojo y gorra también roja con el escudo del colegio.
Fernando se apuntó a tenis y futbol en contra de la opinión de su padre que consideraba más elegante jugar al golf y le abriría muchas más puertas en el futuro, pero el pequeño pensó que su vida estaba como medio volante en el Real Madrid y así comenzó a ir a los entrenamientos que alternaba con los de tenis.
Los inicios siempre son complicados y D. Fernando Altozano Gil de Viana lo sabía. Primero la mudanza desde Madrid, que tardó algo más de lo previsto y supuso el retraso de la Recepción que por norma ofrece el recién llegado en su nueva casa y que da comienzo a unas nuevas relaciones de amistad entre los residentes. En esta ocasión el compromiso se saldó con una copa en los salones de la embajada que resultó bastante bien aunque muy caro, muchísimo mas caro que en Madrid, según Doña Victoria.
Las listas de invitados se pasan de un embajador al siguiente y así se ahorran los tediosas reuniones para decidir quien va y quien no. Nunca se ponen mesas para evitar agravios comparativos y la gente pulula por los salones y se acerca a los corrillos que considera más interesantes, sin el agobio de tener que esperar al final de la cena,
Buscar el colegio no fue nada complicado porque la mayoría de los niños, hijos de Diplomáticos acuden sistemáticamente al Colegio Español ; es cómodo, barato, estudian en castellano aunque practiquen el italiano, tiene un buen transporte escolar y encima no está muy lejos ¿qué más se puede pedir? Además el único problema será, en todo caso, Fernando porque Pilar y Foncho son muy pequeños y pueden ir a cualquier guardería. 
Los primeros meses se hicieron largos y duros, pero con el paso de los días, la estancia se fue convirtiendo en una delicia y D. Fernando y Doña Victoria no paraban de asistir a actos sociales que les llenaban todas las horas del día
Para cuidar a los tres hermanos habían contratado, además de las dos chicas españolas,  a una Institutriz inglesa, de nombre Elizabeth, que hacía las veces de ama de llaves, madre, organizadora, tutora de los niños, profesora de inglés...etc...etc. Era una mujer de mediana edad, cabellos rubios, cejas pobladas, mirada firme, busto agraciado y largas piernas que debió de ser extraordinariamente bella en su juventud, pero que el paso de casi cincuenta años le había dejado unas secuelas de carácter definitivo en forma de arrugas que le surcaban, como una madeja deshilachada,  la cara y el cuello.
Era una enamorada de la naturaleza y de los monumentos y en cuanto tenía un minuto libre, se calzaba unos gruesos zapatos y se dedicaba a patear Roma y sus alrededores.
Conocía como la palma de su mano todas las especies de árboles habidos y por haber y disfrutaba como nadie clasificando mariposas que ella misma cazaba en sus habituales excursiones.
-  Fernando, venga aquí – A pesar de los años que llevaba lejos de su país natal, su marcado acento parecía querer recordar permanentemente sus orígenes en Norwich, en el centro de la campiña inglesa – Fernando ¿ me oye? Es la tercera vez que le llamo y no me hace caso ¿quiere venir de una vez?
Fernando estaba terminando una redacción sobre la Virgen María que le habían encargado en el colegio y contestó desde su cuarto:
-  Espere un momento Miss Elizabeth que enseguida bajo – repasó las tres hojas que había escrito y le resultó un poco cursi pero no estaba por la labor de repetir otra vez lo que le estaba costando tanto esfuerzo.
Pasados unos minutos, la Srta. Elizabeth tocó levemente con los nudillos en la puerta de la habitación del Fernando y y atravesó el dintel de la puerta del cuarto del mayor de los hermanos Altozano.
-  ¿ Se puede saber que hace que no viene a cenar?  
El niño se volvió hacia la institutriz con los ojos envueltos en lágrimas:
-  Me han mandado un trabajo sobre la Virgen María y no sé hacerlo, Miss Elizabeth. Llevo una hora y solo me ha salido esto – El niño alargó el brazo y la miss tomó cuidadosamente las hojas y las leyó con parsimonia. Según iba viendo las ideas del niño, plasmadas en aquellas hojas con las letras torcidas y no muy claras, se iba emocionando y percatándose que sus consejos no estaban cayendo en saco roto. Fernando veía a la Virgen como su madre y estaba apesadumbrado porque el día anterior no le había dejado sus juguetes a su hermano y sabía que se iba a ir al infierno. También le decía que quería ser bueno y que esperaba que la cena fuera con espaguetis que era lo que más le gustaba del mundo y que se le quitara un dolor que tenía en la muñeca derecha y que le estorbaba para jugar al tenis y el sábado tenía partido contra Cesar de Tovaria que era su máximo rival y con el que se jugaba, nada más y nada menos, que ser el número uno del equipo de infantiles del colegio, o sea, que Nuestra Señora le tenía que ayudar en todos los sentidos y aunque sabía aquello de a Dios rogando y con el mazo dando, una manita no le vendría nada mal.
Miss Elizabeth pasó la mano por el pelo revuelto de su pupilo y con el cariño que le tenía le animó a continuar con la redacción pero no sintiéndose culpable sino con fe hacia la madre de Dios
-  Piensa que la Virgen está en todas partes y sabe mejor que nadie lo que está pasando por esa cabecita y seguro que perdona todo. ¡Cómo no nos va a perdonar si es la madre mas buena del mundo! Y además como está en todas partes, también estará en casa de Cesar y le convencerá para que mañana tenga la barriga mal y se tenga que retirar del partido.
-  No, eso no, Miss Elizabeth, yo quiero ganarle pero bien, no porque le duela la barriga que eso sería trampa.
-  Bueno, pues no te preocupes – Miss Elizabeth se admiró de los buenos sentimientos de Fernando – le pedimos que se le rompa la raqueta y no tenga otra de repuesto ¿de acuerdo?
-  Eso ya me parece mejor – el niño se sintió liberado de su petición anterior- lo único es que tengo que acordarme de no llevar mas que una raqueta y así no se la puedo dejar ¡ que buena idea Miss Elizabeth ¡
-  Ponte de rodillas y vamos a rezar.
La institutriz inglesa y el hijo de D. Fernando Altozano y Gil de Biedma y de Doña María Victoria Ortiz de Mendivil, se arrodillaron al lado de la cama cubierta por un edredón de vistosos colores y juntando sus manos invocaron la protección de la Virgen Madre de Dios y la de todos sus hijos distribuidos por el mundo con una oración que salía de lo más profundo de sus corazones :
-  Virgen Santísima: te pido que termine pronto la redacción y que mañana en el Colegio la lea el Padre Andrés y me de un sobresaliente para que quede el número uno de la clase y esté por delante de Tomás de Arozamena que siempre se ríe de mí diciendo que es más listo que yo. Te pido por el Padre Andrés para que me lo dé. Te pido por mi padre y mi madre para que me compren la raqueta que les he pedido y para que me den dinero el Domingo para comprar “chuches”, te pido por todos los niños pobres del mundo para que todos sus padres tengan dinero y se lo puedan dar. Te pido por Trufo, mi perro para que coma todo lo que le ha mandado el veterinario y te pido, sobre todo por mí para que sea bueno y le gane mañana a Cesar de Tovaria. Ya está.
Miss Elizabeth interrumpió sus pensamientos dándole un pequeño empujón con su codo izquierdo.
-  ¿No se olvida de alguien?
-  Ah sí, perdóneme que se me olvidaba Geremías mi gato que está algo pachucho para que se ponga pronto bueno y pueda cazar ratones en el jardín
-  ¿Y nadie más?
Fernando puso los ojos en blanco y trataba de buscar nuevos personajes para su peticiones.
-  Por la Gertru y la Basilia para que sigan en casa cocinando y haciendo esas patatas tan ricas y para que no se enfaden cuando hacemos alguna trastada.
-  ¿Ya está? ¿No se le ocurre pedir por alguien más?
-  Se me olvidaba pedir por Pietro Raimondi que anteayer se pilló un dedo con la puerta de su casa, para que no le duela y ahora si que ya no pido por nadie más porque vamos a cansar a la Virgen.
-  Pues todavía no ha terminado porque se ha olvidado pedir por algunos que están muy cerca de Usted y que le ayudan a diario – Miss Elizabeth se levantó,  se acercó a la mesa llena de libros y rebuscando encontró una foto de toda la familia a la vuelta de una visita al Vaticano, un Domingo después de Misa de doce. La familia al completo con los trajes de festivo ofrecían una imagen señorial que había quedado perfectamente plasmada en la foto de dudosos colores que la Institutriz mantenía entre sus manos.  Don Fernando Altozano Gil de Viedma con su sombrero de ala ancha, su ajustado traje de chaqueta gris marengo y su abrigo de paño beis presidía la foto mientras su mujer, Doña María Victoria Ortiz de Mendivil sostenía en sus brazos a la benjamina, María del Pilar de tres años de edad y sentados en el suelo Fernando y el segundo de los hijos habidos de la unión de Don Fernando y Doña María Victoria , Foncho completaban el cuadro familiar y a un lado, como si de un añadido se tratara la figura de Miss Elizabeth que con su atuendo, traje Príncipe de Gales con falda a juego, le daba un aire británico a todo el conjunto.
-  Tiene razón, Miss. Se me olvidaba pedir por Pilarita para que no sea tan llorona y deje de robarme mis juguetes y por nadie más porque por Foncho no pido hasta que no me devuelva una peseta que le dejé hace una semana y ahora dice que se la había regalado y que por eso no piensa devolvérmela, o sea que por Foncho no pido.
-  Hombre, Fernando, no sea así. Eso se llama rencor y en su cabeza no puede tener cabida ese sentimiento y menos hacia su hermano menor.
-  Ya, pero ya me estoy cansando de ser siempre el mayor y tener que aguantar al tonto de mi hermanito que poco a poco, se va  haciendo mayor; me acuerdo que una vez  me pidió el  plumier y ahora también dice que es suyo. Vaya morro.                                                                   Señorito Fernando, por favor, modere su lenguaje y no cite expresiones barriobajeras que dañan mis castos oídos.                                                                                                          Perdone, Miss Elizabeth – Fernando se levantó de la pequeña alfombra que su padre había traído de Estambul, recogió unas canicas que se encontraban por todos los rincones, se guardó unas chapas en el bolsillo del pantalón y acompañado de la institutriz descendió por la amplia escalinata de la villa de Vía Veneto en dirección a la cocina donde la Gertru y la Basilia habían preparado, a buen seguro,  una espléndida cena.