CAPITULO 11.-
Se despertó cuando una
mano le acariciaba la frente, levantó los ojos y descubrió la figura de un cura
mayor, con pinta de buena persona, vestido totalmente de blanco y con un
crucifijo enorme sobre su pecho. Una sonrisa franca iluminaba su cara y con voz
débil, pero a la vez demostrando una autoridad moral importante le preguntó:
- ¿Tú eres Fernando Altozano, hijo del Embajador
de España?
- Si – Fernando abrió los ojos con la sorpresa
todavía reflejada en ellos y se excusó rapidamente – perdona que estuviera
dormido, pero ayer mi hermana estuvo toda la noche llorando porque le dolía la
cabeza y yo como duermo en el cuarto de al lado casi tampoco he dormido.
- No te preocupes, hijo mío – El Papa le ayudó
a levantarse de la silla sujetándole con suavidad por el brazo – Yo aquí no
tengo ninguna hermana que me deje sin dormir, pero tengo muchos problemas y
sobre todo muchos años que hacen que las noches se me hagan eternas, pero el
recibir a los niños, siempre me ha hecho mucha ilusión y si no hablo más con
vosotros es porque no dispongo de mucho tiempo, pero cuando me dijo Monseñor
Ruscoli que estabas interesado en hablar conmigo, le dije que vinieras cuanto
antes, porque hoy tengo casi toda la mañana para que podamos hablar de todo lo
que quieras.
- Perdona, pero ¿tu eres el Papa? – en la cara
del niño se adivinaba cierta confusión – jo, vaya corte y yo dormido como un
lirón, pero mi padre no es Monseñor Ruscoli, sinó
El Papa no pudo dejar
escapar una sonora carcajada ante la ingenuidad de Fernando:
- Ya sé, ya sé que tu padre no es Monseñor
Ruscoli, sinó Altozano, el embajador de España y lo que tu no sabes es que yo
conocí a tu padre hace muchos años, pero muchos años, cuando él estaba de
encargado de negocios en la
Embajada de Chile y yo estaba allí de Nuncio de su Santidad.
- Eso no lo sabía, pero no se debe de acordar
porque cuando pensé en hablar contigo, me puso un montón de excusas y cuando yo
quiero pedirle un favor a algún amigo, le llamo por teléfono y ya está.
- Si, pero a mí es muy difícil llamarme porque
siempre estoy reunido o viajando y yo creo que por eso pensó que era mejor no
molestarme.
Una llamada en la puerta
interrumpió la conversación. El Papa desvió la mirada molesto y autorizó la
entrada del nuevo visitante : Adelante.
La figura juvenil del
Padre Escuola apareció tras la puerta de caoba :
- ¿Me llamaba Santidad?
- Andá, si es mi chofer- Fernando le saludó con
la mano - ¿qué tal Paulo?
- Bien – el Padre Escuola pareció disculparse
por la familiaridad por la que era tratado por el joven visitante – ¿Desea algo
de aperitivo o de beber?
El Papa pidió una copita
de chianti mientras que Fernando quería Coca-Cola y panchitos.
- ¿Sabes lo que me ha dicho este cura? que era forofo de la Roma y que era el mejor
equipo del mundo ¿ a que el mejor equipo del mundo es el Real Madrid?
- Hombre, yo no entiendo demasiado de futbol,
pero ya sabes que yo soy italiano del sur y para mí el mejor equipo del mundo
es el Nápoles.
- ¿El Nápoles? Me parece a mí que vosotros los
curas no entendeis nada de futbol, pero bueno, ya me he jugado unas pizzas con
Paulo a que este año mi equipo vuelve a quedar Campeon de Europa y si quieres
me juego contigo otra cosa.
- ¿Cómo qué? – el Papa estaba encantado con la
conversación y trataba de no intimidar al niño y para eso intentaba por todos
los medios ponerse a su altura – Si te parece yo cuando era como tú jugaba a la
peonza y todavía la tengo por ahí. ¿Nos la jugamos?
- Bueno, hacemos una cosa – Fernando calculó
por unos segundos su situación – Si gana el Madrid, yo me quedo con la peonza y
si gana el Nápoles yo te doy mi juego de canicas ¿vale?
- Muy bien, pero no vale arrepentirse ¿de
acuerdo?
Se chocaron las manos y
con ello la apuesta quedó definitivamente pactada.
El Papa se levantó de la
mesa y se quedó mirando por el amplio ventanal desde el que se adivinaba
prácticamente toda la capital italiana. Intentaba acordarse de sus años de niño
y sin embargo solo se acordaba de su padre, hombre bueno donde los hubiese y de
su pequeño pueblo, a escasa media hora
en tren de Nápoles. Hacía por lo menos treinta años que no había vuelto y según
le contaban sus familiares, no lo conocería porque había crecido una
barbaridad. A los pocos años ingresó en el Seminario y desde entonces solo
había trabajado sin descanso. Su
crecimiento en el seno de la
Iglesia había sido vertiginoso y tan solo con treinta y pocos
años llegó al Vaticano y a partir de ahí había pasado por casi todas las
secciones hasta llegar a la
Curia y desde allí, nada más y nada menos que a Jefe de todos
los Católicos del mundo. Todavía cuando lo pensaba, le parecía mentira que
aquel chiquillo napolitano hubiera llegado tan lejos y mirando a Fernando
Altozano pensó como sería cuando tuviera los setenta y dos años que tenía él.
El niño español estaba muy
interesado en agotar todos los panchitos que le habían puesto en una pequeña
bandeja de plata y tragaba apresuradamente masticando con la boca cerrada como
le habían enseñado. De vez en cuando, miraba por el rabillo del ojo para no
perder ni un minuto en plantearle al Papa sus aspiraciones, pero como le veía
asomado a la ventana y sin que aparentemente le hiciera mucho caso, no se
atrevía a decir nada. Su primera impresión había sido muy buena y no parecía
tan serio como le habían dicho, aunque no le parecía muy bien que no fuera del
Madrid, pero bueno, allá él.
Una de las veces que el
Papa se volvió, sus miradas se cruzaron y en lugar de retirarse continuaron
mirándose fijamente, hasta que Fernando guiñó un ojo, lo que provocó que el
Papa le imitase. Fernando no pudo resistir la tentación y preguntó con la
inocencia que dan los pocos años
- ¿Ya somos amigos?
- ¿Tú que crees? – le contestó su Santidad.
- Yo creo que sí ¿y tú?
- Pues, yo creo que también.
- Bueno, entonces tengo que pedirte un favor –
Fernando se acercó despacio – y ya sabes que a los amigos no se les puede decir
que no.
El Papa adoptó un actitud
como muy preocupada y esperó a oir lo que le iba a pedir sin tener ni idea de
que se trataba.
- Mira, el día 12 de Octubre celebramos la Virgen del Pilar y yo he
dicho a mis compañeros de clase que sería una buena cosa que vinieras y dijeras
una Misa, que para eso eres el Papa, tomarás unas porras con nosotros y durante
el desayuno podíamos hacerte preguntas o cosas así, ¿qué te parece?
Su Santidad volvió a mirar
al niño con expresión pícara y no dudó en plantear una cuestión que le sonaba
extraña
- Como hemos quedado, ya
somos amigos y por lo tanto no puedo decir que no y aunque no he mirado la
agenda te prometo que haré todo lo posible por acudir, pero lo que ya no estoy
tan seguro es si comeré porras con vosotros porque no ando muy allá del
estómago y los Médicos me tienen sometido a un régimen muy estricto y si no
recuerdo mal, las porras son como churros gordos ¿no?
- Si, a mí me gustan más que los churros, pero
bueno, por eso no te preocupes porque a mí amigo Joseph tampoco le gustan y le
suelen dar un suizo.
- Bien, entonces si eso es así, iré y me
comprometo además a contestar todas vuestras preguntas.Por cierto, ¿cuántos
sois en tu clase?
- Doce –contestó Fernando con rapidez
- ¡ Solo!
que suerte tenéis los estudiantes de ahora. Nosotros en la escuela éramos,
por lo menos, treinta y así volvíamos locos a D. Lucca que era muy exigente,
pero buena persona.
- Nosotros tenemos a Don José Luis que no es
tan bueno como el tuyo. Bueno – Fernando bebió un sorbito pequeño de Coca-Cola
– tampoco es que sea malo, pero no nos deja hablar en clase y nos manda
trabajos a casa y entre las clases de tenis y las de inglés casi no tenemos
tiempo ni para jugar.
- Eso es verdad – el Papa tomó entre sus manos
el crucifijo que llevaba en su pecho – y por lo que me cuentan parece que ya
casi ni se reza en los colegios. Dios mío, Dios mío, que tiempos nos han tocado
vivir.
- En mi cole si que rezamos y ponemos todos los
viernes flores a la Virgen
y cada dos sábados tenemos una reunión con el Prefecto que nos habla de Dios y
de su hijo. Por eso se me ocurrió la idea de pedirte que vengas un día, porque
nos ha contado varias veces que siempre quería tener niños alrededor y como tú
eres el que mandas ahora, yo sabía que me ibas a decir que sí y no te quiero ni
contar lo famoso que voy a ser en el cole.
- Mira, Fernando, tú sabes que soy una persona
muy ocupada y que me he comprometido a asistir a la Misa el día de la Hispanidad , pero me
gustaría que eso fuera un secreto entre tú y yo hasta ese día ¿me lo prometes?
- Joé, me haces una faena – Fernando se levantó
y se metió otro montón de panchitos en la mano y se los fue metiendo lentamente
en la boca con gesto pensativo - ¿sabes porqué?
El Papa casi no podía
contener la risa con las expresiones del pequeño español y permanecía impasible
escuchando argumentos de lo más convincentes, mientras mantenía la cabeza sobre
su pecho
- No tengo ni idea.
- Pues es muy fácil. – Fernando se fue
acercando hasta la silla que ocupaba el Santo Padre -
si yo no puedo decir que
vas a venir, entonces habrá que hacer lo que ha dicho Fernando García de Leaniz
y nos tendremos que disfrazar de angelitos y yo prefiero desayunar que
aburrirme como una ostra y pasando un calor de miedo durante toda la Misa , pero bueno, - Fernando
alargó su mano derecha – lo prometido es deuda y lo mismo que tú me has
prometido que vienes, yo te prometo que no diré nada ¿vale?, pero acuérdate
¿eh? no se te vaya a olvidar.
Se chocaron las manos como
dos hombres, se dijeron adiós y el Papa le dio un beso en la frente
agradeciéndole el rato tan bueno que le había hecho pasar.
Los meses pasaron y el día
de la Hispanidad ,
cuando faltaban diez minutos para la
Misa de doce, el Papa apareció en la puerta del Colegio con
sus guardaespaldas y todo su séquito, compuesto por sesenta personas en total.
En la puerta, para recibirle, solamente estaban el Director, al que Fernando no
había tenido más remedio que contarle su secreto y D. Jose Luis, su profesor
que había sido el encargado de convencer a Fernando para que hablara con el
Director y le contara todo, porque un secreto es un secreto, pero la visita del
Papa había que prepararla y no podía aparecer así como así en el Colegio. Al
principio, Fernando no se mostró nada partidario, pero los argumentos de D.
Jose Luis le hicieron desistir de un mutismo absoluto, entre otras cosas,
porque el Director se iba a enterar de todas las maneras porque las Fuerzas de
Seguridad tienen obligación de revisar todos los edificios que vaya a visitar
el Papa y antes o después se enteraría. Pero dentro de lo malo, era lo menos
malo, porque eran los únicos que lo sabían y el resto no tenían ni idea de tan
magno acontecimiento.