viernes, 27 de febrero de 2015

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 63

Queridos blogueros/as: Estaréis de acuerdo conmigo en que esto de escribir es un sin vivir. Ayer, bueno anteayer, era Celador de Autopsias y hoy me he convertido nada menos que en un eminente Forense, eso sí, de vacaciones en Cádiz y encima el tal Nicolás Lopez García es un Cirujano Plástico fracasado o por lo menos venido a menos. Es lógico porque como va a ser un Cirujano y encima Plástico muy conocido en Madrid y relacionado con marquesas, duquesas, et..etc llamándose Lopez García. ¡Eso no puede ser! parece mentira que su asesor de imagen no le cambiara el nombre. (Espero que ningún Cirujano Plástico llamado Lopez García lea esto porque seguro que no le parece bien, le pido perdón) pero no me negaréis que queda como mucho mas fino llamarse por ejemplo, Pancho García de Viguri o Fonso Pamiés de Rícola y todavía mejor si fuera como mas italiano, tipo Pietro SantoDomingo Alvarez de Asturias o muchos mas, pero Lopez García no vale y posiblemente por eso le fue así.
Yo no he vivido nunca que se me muera una paciente en el quirófano, gracias a Dios, por lo tanto el tal Nicolás, no confundir con el pequeño Nicolás que ese es otro, no puedo ser yo, así que el que piense que aquí hay algo biográfico que se cambie de blog porque por ahí no van los tiros, y entonces ¿como han asesinado a Ana? Continuará................
Ser felices que si que podemos ¡como que no! ya veréis como si.
Un abrazo
Tino Belascoaín.

CAPITULO 63.-

La terraza del amplio apartamento situado a unos pocos metros de la playa  era como el puente de mando de un portaaviones. Situada en el piso sexto de una moderna urbanización estaba ubicado de tal manera que sentado en un cómodo sillón se podía apreciar toda la bahía de Cádiz. Unos altavoces distribuidos estratégicamente dejaban un aroma de habanera que parecía efectivamente que La Habana era como Cádiz pero con menos negritos. Unas copas albergaban unos gin tonics repletos de hielo y el sol parecía querer poner una nota de melancolía alejándose lentamente por el horizonte. Las luces de algunos cargueros que esperaban turno para atracar parecía prolongar las farolas del paseo marítimo haciendo que Cádiz pareciese todavía mas próxima al Caribe. Una ligera brisa hacía que el atardecer fuera algo menos caluroso que el día que le había precedido y acrecentaba las ganas de disfrutar de tan privilegiado puesto de vigilancia. 
Nicolás estaba apoyado controlando con unos potentes prismáticos los movimientos de unas pequeñas embarcaciones que unos cientos de metros mar adentro se mecían plácidamente mientras sus propietarios, con sus trajes de aguas de un amarillo intenso, se dedicaban a faenar el “pescaíto” que sería degustado por los pocos  turistas que aquel mes de Octubre disfrutaban de unas cortas vacaciones. El Doctor Nicolás Lopez García conocido especialista en Medicina Legal se pasaba horas y horas en la misma posición como queriendo colaborar con los marineros y hasta los perseguía desde la distancia hasta llegar a puerto y ver como desembarcaban varias cajas que pasaban directamente a la lonja para ser distribuídas por las viejas tabernas y todo ello desplazando ligeramente los codos, tan solo unos centímetros, para que los prismáticos siguieran perfectamente el objetivo fijado. Mas allá, barcos mas grandes ponían rumbo hacía el inmenso mar con destino desconocido, aunque para Nicolás todos seguro que irían hacia La Habana donde, como decía la canción, son muy dulces los besos de las cubanas y millones de historias se acumularían en cada uno de sus tripulantes.

Nicolás Lopez García era un hombre de mediana edad, exactamente cuarenta y siete años, aunque aparentaba bastante menos. En las épocas que estaba de vacaciones y ésta era una de ellas, vestía de manera informal, con camisa blanca con botones en el cuello, pantalones chino azul marino, playeras también azules y una chaqueta de punto sobre sus hombros. Era moreno, pelo discretamente largo, cara muy trabajada por el sol de aquella semana que llevaba en casa de su hermano en la bahía de Cádiz, mirada profunda que surgía de unos enormes ojos negros, manos finas y cuidadas, el tórax bien contorneado gracias a las muchas horas de ejercicio en el gimnasio al igual que las piernas. Apoyado en la terraza parecía mas un marino de paisano que un Médico Forense de vacaciones. Se trataba de un hombre inteligente, trabajador no en vano había sido premio extraordinario de carrera hacía ya bastantes años y gracias a ello había conseguido una plaza de Médico Residente para hacer la especialidad de Cirugía Plástica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid hacía ya muchos años. Por aquel entonces estaba ilusionado con su futuro, se veía con condiciones para ser un especialista de prestigio y había conseguido entrar a formarse en uno de los mejores servicios de España.

Los primeros años fueron muy interesantes, trabajó mucho, se podría decir que vivía en el Hospital por aquello de no perder ni un minuto, no conoció a nadie de aquellos que se podrían definir como amigos para toda la vida, pero si que hizo muchas conocidos. Se trataba de un trabajador infatigable, buena persona, cumplidor como el que mas y eso le llevó a ser, en muy pocos años, el primer ayudante del Jefe de Servicio una persona muy conocida en el ámbito de la Cirugía Estética en Madrid. Si por Nicolás hubiera sido, posiblemente le hubiera gustado mas dedicarse a la cirugía reconstructiva, cirugía de la mano o a los grandes quemados, pero el dinero fue el detonante de su cambio de trayectoria. Si, si, no es que se arrepintiese porque la vida sigue los caminos que sigue y hay que tomársela como es, pero comenzó a trabajar con ese Especialista que le pagaba muy bien y como ocurre casi siempre le gustó lo que empezó a conocer y encima ganaba bastante mas que sus compañeros. Definitivamente se decidió por la Cirugía Estética, abandonó completamente los otros aspectos de la Especialidad, dejó el hospital y con los pocos ahorros que tenía se fue a Estados Unidos, concretamente a San Francisco y allí permaneció casi dos años trabajando con los mas prestigiosos especialistas y ya directamente enfocado a temas como rinoplastias, liposucciones, mamas y estiramientos faciales. Lo demás no le parecía interesante y no se ocupó de ellos. Trabajó mucho, nunca mejor dicho que como un negro, prácticamente no abandonó el hospital en todo ese tiempo, no se permitió el lujo de conocer nada que estuviera a mas de cincuenta kilómetros de la ciudad de San Francisco, pero todo su esfuerzo se vió recompensado cuando volvió a ejercer a Madrid.

Alquiló una consulta en pleno centro de la capital y en muy pocos meses se hizo con una clientela que le proporcionaba excelentes ingresos y le permitía pertenecer a una clase social a la que nunca hubiera aspirado en condiciones normales, aunque él procedía de una clase media acomodada, su padre era un Abogado conocido de la capital y comenzó a relacionarse con marquesas, duquesas, amigas y conocidas de miembros destacados de la familia Real, hijos de magnates de los negocios y demás gentes con los que compartía fiestas varios días a la semana.

Sin embargo, ese castillo construido de una manera bastante sólida, basado en unos buenos conocimientos del campo que desarrollaba y con una buena adaptación por su parte, se vino abajo como si fuera un pequeño bote en el centro de un huracán cuando tuvo la mala fortuna de operar a la Duquesa de Castilanuova, prima del Rey y una de las mujeres mas distinguidas de la alta sociedad madrileña. Se trataba de una reducción mamaria, la cirugía transcurría por los caminos habituales, cuando sin causa aparente, comenzó a sangrar de una manera que parecía como si los factores de coagulación se hubieran declarado en huelga, se le transfundieron varios litros de sangre, el riñón comenzó a fallar, la respiración se alteró de manera importante a pesar de los esfuerzos de su Anestesista y varios compañeros que acudieron en su auxilio y a las pocas horas un fallo multiorgánico hizo que no hubiese mas remedio que certificar su defunción.

Aquello fue la noticia para el todo Madrid, Nicolás sufrió una especie de abandono por parte de los que él consideraba sus amigos, la consulta se quedó desierta y todo ello lo llevó a una depresión que le duró casi dos años. Menos mal que previamente había ganado dinero y eso fue su colchón para esa época que consideraba nefasta. El juicio demostró su inocencia, las cosas se había hecho bien, aunque el resultado hubiera resultado fatal, el seguro pagó una pequeña cantidad y Nicolás intentó volver a la normalidad, cosa que no consiguió, no sabía si por su culpa o por la de todos los que le criticaban. Un año mas duró aquel calvario y poco a poco fue saliendo gracias al tratamiento psiquiátrico y sobre todo a la presencia de Nerea, una psicóloga joven que le trató desde que comenzó a salir del túnel en el que se había introducido de manera involuntaria.

Todo el mundo le aconsejaba que volviera a ejercer, entre otras cosas para olvidarse de todo lo sucedido, pero Nicolás había adquirido un auténtico terror a la cirugía. Cuando empezaba cualquier operación, el bisturí parecía que en lugar de estar sujeto a una mano estuviera introducido en una máquina vibratoria, las gotas de sudor caían por su frente como si estuviera debajo de una ducha y la cabeza le daba vueltas. Incluso en una ocasión tuvo que abandonar el quirófano y terminar la operación su ayudante. Estaba claro que en aquellas circunstancias no podía continuar y decidió dejarlo todo y volver nuevamente a estudiar para presentarse a Residente de otra especialidad, no sabía de cual, pero seguro que no sería quirúrgica.
Se dejó las pestañas a base de estudiar durante todo un año preparando el examen de ingreso para ser otra vez Residente aunque no sabía de que especialidad siendo consciente que habría otros muchos estudiantes, mas jóvenes que tendrían los conocimientos mas recientes y no sabría si obtendría la plaza con la misma facilidad que la primera vez. Hizo  un examen razonable, no especialmente brillante y sacó un número suficiente para optar a plazas de Laboratorio de Análisis Clínicos, de Anestesia, de Pediatria o de Anatomía Patológica y se decidió por ésta última.

Aquella noche tuvo unas pesadillas que la mantuvieron en vela cada media hora. El, que había sido uno de los cirujanos plásticos con mayor prestigio, se convertiría de manera voluntaria en Forense. El que se había dedicado durante tantos años al fomento de la belleza utilizando para ello todo lo necesario, ahora trataría cadáveres ¿alguien podría entenderlo? Por la mañana cuando se levantó, lo primero que hizo fue llamar a Nerea su Psicóloga, a la que hacía cerca de seis meses que no la veía,  para que le volviera a ayudar.
¿En que piensas? – Nerea se incorporó de la tumbona donde llevaba tumbada cerca de una hora.
Nicolás dejó el gin tonic en una pequeña mesa y se volvió lentamente. La presencia de Nerea le aportaba tranquilidad y sensación de paz la que unida a la que llenaba la terraza le proporcionaba una sensación como de estar flotando en un mundo irreal. Nerea era guapa, muy guapa, tan guapa que no sabía como se había podido enamorar de él que ya no era un cirujano plástico de prestigio sino un forense con cierto nombre pero nada mas. Aquello había sido una cosa extraña y así se lo hizo saber a la que consideraba su salvadora
-      Estaba pensando en nosotros
-      ¿En nosotros? – Nerea se peinó con los dedos dejando que su larga melena negra se desplazara por sus hombros desnudos
-      Si y pienso lo que te he dicho tantas veces – Nicolás la miró recordando las largas sesiones de tratamiento psicológico en su gabinete de la calle Ayala, a donde acudía dos veces por semana al principio y luego una vez, para curarse de sus manías desde aquel desgraciado accidente quirúrgico que le marcó para toda la vida – que gracias a ti soy lo que soy, porque si no te hubiera encontrado seguro que estaría tirado por ahí.
-      ¡Que exagerado eres Nico – con su mano derecha se acercó un pequeño espejo a la cara y se perfiló los labios – tampoco fue para tanto, al fin y al cabo es mi trabajo.
-      Ya, pero gracias a ti estamos como estamos
-      Eres el único paciente que me está agradecido – Nerea esbozó una sonrisa dejando asomar una dentadura perfecta - y eso que ni de lejos cumplimos el objetivo que nos habíamos planteado ¿te acuerdas?
-      Como no me voy a acordar – Nicolás se sentó a un lado de la tumbona y la abrazó – estaba hundido y tú me salvaste.
-      Una hace lo que puede
-      Venga no seas modesta, conmigo hiciste un trabajo maravilloso
-       Eso lo hemos discutido muchas veces y ya sabes lo que pienso
-      Ya lo se que para ti, no ha sido un buen resultado de la terapia, pero para mi, mejor imposible.
-      Si hubieras vuelto a la cirugía el éxito hubiera sido total, pero en fin, lo importante es que estás bien
-      ¿Te parece poco? Para mí has sido como un ángel y encima nos enamoramos. Lo importante en este mundo y eso no digas que no porque es lo que repetís los psicólogos todos los días, lo ideal es estar contento con uno mismo y eso es exactamente lo que me pasa a mi.
-      Me alegro mucho, ya lo sabes – Nerea le besó en los labios dejando discurrir su memoria hacia aquella época en que Nico era un auténtico desastre. No se arreglaba, prácticamente no salía a la calle, no tenía ni un solo amigo en quien apoyarse y se pasaba las horas en su apartamento sin hacer absolutamente nada. Se acordaba como si no hubiera pasado el tiempo de aquellas primeras sesiones en que Nico prácticamente no dejaba de llorar, se consideraba culpable de la muerte de aquella paciente y no había quien lo sacara de aquel estado. Para ella, al principio, era un paciente mas, pero poco a poco la pena se fue cambiando por amor, fue un cambio muy sutil, en pocas sesiones, eso si, pero como muy disimulado. Su experiencia le decía que no debía seguir por ese camino y su corazón la llevaba a continuar las largas sesiones en su pequeña consulta en el centro de Madrid. Al principio era yo te llevo que se nos ha hecho muy tarde, después podíamos ver una película o hacer un pedido a un chino y ponernos morados de tallarines con gambas o cerdo agridulce y así las sesiones se hacían mas y mas largas. Nico no paraba de hablar y yo como si no hubiéramos cambiado de escenario escuchaba y escuchaba como si estuviera en el sillón de mi consulta. La sensación era mas de amistad que de otra cosa. El abría su corazón y yo como si fuera su amiga del alma escuchaba sin dar mi opinión. Sabía que llegaría el momento en que comenzarían sus preguntas, pero mientras tanto me alegraba que el tiempo las fuera retrasando. En algunas ocasiones me gustaría haberlo interrumpido, incluso profesionalmente sabía que tenía que haberlo hecho, pero le veía tan ensimismado en su discurso que no veía el momento y así pasaron semanas, que digo yo, meses hasta que, como una ráfaga de viento se tratase, nos dimos cuenta que estábamos enamorados como dos niños y a partir de ahí todo fue coser y cantar. En ningún caso insistí en el tema de la cirugía, ¡ para que si sabía que eso no lo iba a superar! pero si que me convertí en su inseparable compañera hasta ahora
-      Y desde que nos conocimos la primera vez ¿cuánto tiempo hace?
-      Diez años
-      ¡Diez años! – Nico no pudo disimular un gesto de sorpresa – parece mentira. Otra vez pensó, ya no sabía los millones de veces que le había pasado lo mismo, la de cosas que le habían pasado en esos años. Se había curado gracias a Nerea eso era lo mas importante, había vuelto a aprobar el MIR, se había enamorado, había hecho prácticas en el Hospital de Torrejón, se había colocado en los Juzgados de la Plaza de Castilla como interino y lo último era sacar la plaza de Médico Forense en el Instituto Anatómico de Madrid –  creo que ya ha pasado tiempo suficiente para que te haga una pregunta
-      ¿Una pregunta?
-      Si – Nico se puso de pié y con expresión muy seria le preguntó - ¿te quieres casar conmigo?

Nerea abrió los ojos como si fueran dos lunas llenas, se abrazó a él con todas sus fuerzas y contestó con un si tan fuerte que casi se oyó por toda la bahía de Cádiz. 

lunes, 23 de febrero de 2015

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 62

Queridos blogueros/as: Como este capítulo está enviado un lunes os debo una explicación porque uno tiene la obligación de mandar uno a la semana excepto si ando por ahí y eso es lo que ha ocurrido. Hemos estado en una laconada en Cedeira y es motivo suficiente como para no escribir ni una sola letra en toda la semana, pero ya hemos vuelto y rápidamente me pongo a la tarea.
Como podéis apreciar (no pongo podemos porque creo  que esa palabra ha sido eliminada del Diccionario de las personas de derechas y uno presume de serlo aunque igual sale algún bloguero y me cae una bronca cosa que no creo porque sois dos, de momento, y se por donde respiráis) decía que como podéis apreciar la novela sigue su curso y los personajes van variando casi en cada capítulo y ahora me toca ser Celador del Instituto Anatómico Forense. Eso es lo de menos porque me voy adaptando a cada situación, pero que conste en acta, como siempre, que he visto algunas autopsias, no muchas, esa es la verdad, pero nunca he estado en el citado Instituto y os confieso que tampoco tengo muchas ganas y menos de protagonista en cuyo caso, lógicamente yo sería el muerto y eso si que ya no tiene ni puñetera gracia. Como mi bloguera se ha quejado "de la cortedad"(¿esto es castellano?) del capítulo anterior, éste es mucho mas largo y ya empieza a notarse como mas ambiente y seguro que después de leerlo os imaginaréis una sala de autopsia y no sigo porque si empezamos con el "cachondeíto" seguro que a alguien le molesta y tampoco está uno para andar molestando a la gente.
¡Que frío he pasado en esa localidad de la provincia de La Coruña! solo se puede controlar a base de mucha calefacción por fuera y algún caldo con un poco de alcohol por dentro. En verano, como dice el eslogan "Cedeira, mas que villa maravilla" pero en invierno hasta los grajos vuelan bajo cuando hace un clima como el de la semana pasada.
En fin, ser felices por lo menos esta temporada teniendo en cuenta que las elecciones son allá por Diciembre.o sea que tiempo tenemos y no "podemos" dejar de intentarlo.
Un abrazo
Tino Belascoaín.

Alguien me ha dicho que hay mas de dos que leen esta historia y si es así me gustaría que la comentarais. Animaros que ya dice el refrán que no hay dos sin tres. 



CAPITULO 62.-

 En el Instituto Anatómico Forense el trabajo empezaba muy temprano. El primero en llegar era Miguel el encargado de manejar los cadáveres, una especie de celador especializado en muertos, quien con su tartera debajo del brazo, embutido en una vieja pelliza y unos raídos pantalones de pana, se quitaba la gorra y saludaba a los Policías que custodiaban permanentemente la puerta con un -  Buenos días días tíos ¿Qué tal se ha pasado la noche?
-      ¿Qué tal Miguel? ¿parece que hace frío? – contestan desde dentro de la garita los dos policías.
-      Tampoco es para tanto si tenemos en cuenta que estamos en el mes de Noviembre y son las seis y media de la mañana.
-      Eso es verdad – uno de los policías de guardia le ofreció un pitillo
-      Muchas gracias, pero nunca fumo por las mañanas. Eso si – el celador, encargado o lo que fuera esbozó una sonrisa que permitió ver algo que podía parecerse a una dentadura de un intenso color amarillo- por la tarde recupero todo y así me fumo casi dos cajetillas-
-      Eso es mucho ¿no? – el otro policía abrió una pequeña bolsa de la que sacó con sumo cuidado un bocadillo
-      Si, es una barbaridad – Miguel sabía que su vicio lo llevaría antes o después a la tumba – pero no soy capaz de dejarlo
-      Haz lo que hice yo – el primer policía estiró las piernas – deja de comprar tabaco y tus compañeros te dan los primeros días pero luego se cansan y si tu no te lo compras, dejas de fumar casi sin esfuerzo
-      Ojalá fuera verdad – el celador dejó la pelliza en una taquilla al lado de la puerta de entrada – pero en mi caso no produce ningún efecto
-      ¿Ni dejando de comprar?
-      Ni dejando de comprar, ni tomando chicles de nicotina, ni con acupuntura, ni con nada de nada, aquí lo único que vale es la fuerza de voluntad y a lo que se ve yo no tengo ninguna y bien que lo siento, pero no la tengo
-      Hombre, yo no he fumado en mi vida y por lo tanto no soy el mejor para dar consejos, pero tu sabes que el fumar mata
-      Nos ha jodido Mayo con sus flores – Miguel se ajustó una bata que en su momento había sido de color blanca – mira con lo que viene éste ahora. Ya lo se que mata, pero mas matan los accidentes de tráfico o la violencia de género y sin embargo todo el mundo va en coche o busca una pareja como Dios manda y mil cosas mas, o sea que por ahí no me vas a convencer
-      No, si yo no quiero convencerte, allá cada uno con su vida, pero me da un poco de pena que viendo lo que ves tú todos lo días no te plantees dejarlo
-      ¡Eso que tiene que ver! Yo veo un montón de muertos, pero casi ninguno, por no decir ninguno, son por el fumeteo. Casi todos son accidentes de tráfico y de vez en cuando aparece alguna cosa interesante, pero solo de vez en cuando
-      ¿Cómo la chica que han traído esta noche?
-      No tengo ni idea
-      Te cuento – el policía terminó de comerse el bocadillo de chorizo y mientras trataba de limpiarse la dentadura con un palillo continuó – parece ser que apareció en la sierra o por ahí. Al principio parecía un accidente sin mas, pero según Nicolás no lo tiene muy claro y ya sabes que cuando Nicolás dice que no le huele bien, es que pasa algo raro.
-      ¿A que hora la han traído?
-      ¿Serían las nueve de la noche de ayer? – un policía miró al otro para tratar de describir todo lo que habían visto y estar mas o menos de acuerdo – si, sobre esa hora mas o menos
-      Tuvo que ser después de las nueve porque cuando ayer salí de aquí todavía no había llegado ningún cadáver.
-      Es igual –el policia seguía dando buena cuenta del suculento bocadillo de chorizo – el caso es que ahí tienes una moza que tiene pinta de haber estado muy buena y creo que ahora os toca el turno.
-      ¿Sabéis si ha venido el Juez de Guardia?
-      Por aquí no ha venido nadie
-      ¿Ni siquiera la familia?
-      No
-      ¡Qué raro! En fin chicos que tengáis buena guardia.  Voy a ver como tengo a mis fiambres.
Miguel pasó a lo que podríamos llamar zona privada después de introducir una tarjeta en una especie de cajetín a la derecha de la puerta de entrada. Avanzó lentamente por un corto pasillo de azulejos blancos y negros que hacía juego con el suelo también con la misma composición de colores. Una viejas estanterías de madera carcomidas por el paso de los años cobijaban todo tipo de huesos de muy distintos tamaños que eran utilizados por los diferentes profesores para las clases de Medicina Legal. Cada una de aquellas pequeñas urnas tenía una pegatina pegada en la que se describía sucintamente la historia de cada hueso, el lugar donde había sido encontrado, si formaba parte de un cuerpo o era una pieza independiente, la fecha de la autopsia, etc… etc. El celador no conocía todas las historias, pero si la mayoría y era capaz de saber, con una simple ojeada, quien se había llevado alguna o si había alguna nueva incorporación a tan singular museo. Esta vez, pasó sin mirar pensando en la nueva inquilina de alguna de las ocho salas de autopsias. El que el guardia de la puerta le dijera que podía ser un caso interesante ya era algo porque de autopsias no sabía casi nada, eso seguro, pero de reconocer los casos diferentes en eso si que tenía una amplia experiencia, no en vano llevaba un montón de años haciendo guardias y departiendo con unos y con otros y no solía equivocarse. Miguel, desde el primer día que entró en el Instituto Anatómico Forense, tenía por costumbre, no solo preparar los cadáveres para que los Forenses hicieran su trabajo, sino hacer de agente de la Policía Judicial y tratar de determinar las causas de la muerte, no como los profesionales que lo hacían de una manera científica si no por una simple observación ocular y debía reconocer que fallaba en muy contadas ocasiones. Incluso los Forenses le preguntaban  muchas veces antes de comenzar su trabajo, excepto el Dr. D. Nicolás Lopez García que desde el mismo día de su llegada le puso los puntos sobre la íes y le dejó muy claro quien era quien en la sala de autopsias y él, Miguel, era una parte importante para el trabajo de los demás, pero como lo que era, un simple celador y esa historia que circulaba por ahí de que sabía de que había muerto una persona con una simple inspección ocular, le pareció una solemne tontería y así se lo hizo saber
-      Usted dedíquese a su trabajo y déjenos a los demás que hagamos el nuestro ¿de acuerdo?
-      Si señor – contestó Miguel aunque para sí pensó que antes o después le pediría opinión como el resto de sus colegas. Sin embargo, con el Dr. Lopez García se equivocó de medio a medio. En casi diez años, nunca le había preguntado, ni una sola vez su opinión y hacía la autopsia con tal pulcritud como si fuera la primera que hacía en su vida. Se había ganado un bien merecida fama por su manera de describir las lesiones y sobre todo por su absoluta fidelidad ante lo que veían sus ojos. Era el Forense mas respetado y aunque no tenía amigos dentro del Instituto, en lo ambientes judiciales era el mas cotizado. Lo que decía el Doctor Lopez García casi siempre iba a Misa
Dependiendo del día de la semana Miguel sabía con antelación quien sería el que realizaría las autopsias cada día y preparaba los cadáveres de diferentes maneras. El D. Moreno lo primero que hacía era extirpar el corazón para valorar posibles infartos, La Dra. Lozano iba directamente al cerebro aunque supiera por una sucinta historia que todos los cadáveres tenían a los piés de la camilla que había fallecido por un traumatismo sobre las piernas. El Dr. Calbino solo miraba la piel y los órganos internos le importaban un pepino y así uno tras otro hasta llegar a los doce Forenses que constituían la totalidad de la plantilla. El único que quería que el paciente estuviera en posición de decúbito supino, toda la vida Miguel decía que boca arriba, era el Dr. Lopez García y no quería que nadie le quitara la ropa porque, según él, en los diferentes tejidos estaban todas las pruebas y una vez revisada la ropa, con tanto detenimiento como el propio cuerpo, ya pasaba a extraer diferentes órganos para ser analizados con mas detenimiento en el laboratorio. También era el único que se esmeraba en la sutura de todas las heridas necesaria para una adecuada autopsia, aunque sabía que serían tapados a continuación con unos sudarios de una gruesa tela.
Un día Miguel le preguntó porqué suturaba con tanto cuidado y el Doctor casi sin darle importancia contestó que en su juventud había sido cirujano plástico y desde entonces no entendía como se podía hacer una sutura de cualquier manera y que en cualquier momento los familiares podría querer ver el cuerpo entero y tenían derecho a ver que, por lo menos había sido tratado con el debido respeto, explicación que no sirvió para nada porque Miguel sabía que la mayoría de los cadáveres que pasaban por allí eran interesantes para los abogados defensores, la propia policía o los fiscales, pero las familias, en general, lo que querían era enterrarlos cuanto antes y terminar lo mas deprisa posible con la cantidad de tragedias que se sucedían diariamente y luego ya vendrían los juicios o lo que hiciera falta.
Miguel, como hacía todos los días, revisó una por una las ocho salas. En la primera todavía estaba el atracador que había sido disparado por el propietario de una joyería al pretender atracarle y no parecía que fuera un caso difícil. Tenía un tiro en plena cara que le había desfigurado completamente y las manos llenas de barro. Era un chico joven, fuerte y lleno de tatuajes de diferentes colores.
-      Ya tengo trabajo porque en cuanto venga el Dr. Lopez García seguro que me manda prepararlo para devolverlo a la familia – Miguel decía esto mientras le tapaba cuidadosamente con una sábana que en su infancia había sido blanca y ahora, con el paso de los años y después de sucesivos lavados se había convertido en una cobertura suficiente hasta que los cadáveres volvían a sus cajas de pino.
La sala número dos, igual que la tres y la cuatro, estaban completamente vacías esperando la llegada de nuevos clientes. El olor era característico, una mezcla de lejía y jabón pasado que era advertido por todos los visitantes, excepto por Miguel al que incluso le resultaba agradable. Colocó unas sábanas sobre unos taburetes, revisó las pinzas que se encontraban sumergidas en alcohol, pasó un trapo por la lámpara y con una manguera regó el suelo terminando en cada una de las esquinas donde unos pequeños sumideros se hacían cargo del agua que rebosaba generosamente por el suelo compuesto por plaquetas de un color blanco como la leche.
La sala número cinco estaba sin arreglar, como Miguel había supuesto, porque el día anterior habían tenido que repetir la autopsia a una mujer muerta por violencia de género a la que el Juez había mandado hacer una autopsia mas rigurosa porque no constaba si había tomado alguna sustancia, además del alcohol que casi se salía por todos los poros de su piel. El cadáver estaba en una camilla, tapado con la correspondiente sábana y por el suelo se acumulaban gasas y compresas manchadas de diferentes fluídos, restos de su ropa, una medio peluca de dudoso color, unas medias viejas llenas de agujeros, un sombrero de paja y unas zapatillas de andar por casa. Miguel pensó en la posibilidad de dejarlo todo como estaba hasta que llegara Herminia, la limpiadora, pero le parecía una caradura dejarlo cuando él no tenía nada que hacer hasta las ocho y tomando la manguera regó todos los restos acumulándolos en una esquina para que, eso si, fueran clasificados y recogidos por la limpiadora porque una cosa es echar una mano y otra ser tonto y uno aunque lo parece no lo es. Claro que estas sudamericanas son todas iguales, empiezan muy bien y poco a poco van relajando las costumbres y sobre todo si se encuentran con alguien como yo, pero ya empiezo a estar harto. Una cosa es que venga pronto y otra es que me dejen trabajo del día anterior. ¡Que trabaje que para eso le pagan!

 A pesar de todo Miguel dejó esa sala como los chorros del oro y pasó a la sala sexta donde se encontraba la chica de la que le había hablado el Guardia Civil de la puerta. La sala estaba tan limpia y tan ordenada que parecía hacerle la competencia a la chica que estaba tumbada en la camilla de acero inoxidable que presidía la estancia. Un sábana la tapaba hasta los hombros y la cara y el pelo peinado con unos rizos que parecían haber sido hechos unos minutos antes, era de una belleza que, en vida, debió haber sido muy importante. Los ojos todavía dejaban entrever una fina línea azul por encima de las pestañas, las cejas estaban perfectamente depiladas y toda su cara irradiaba una enorme tranquilidad. Le había pasado en otras ocasiones, aunque de eso hacía ya varios años, pero en muy contadas ocasiones y siempre con cadáveres que no habían sufrido ningún tipo de traumatismo y sin embargo en éste, parecía que la policía se había decidido por un posible atropello, según constaba en la historia que tenía Miguel en la mano.
-      Me juego el cuello que éste cadáver no lo ha visto el Inspector Cuadros – Miguel conocía al Inspector desde hacía muchos años - ¿como va a ser un atropello si por no tener no tiene ni un simple hematoma y la ropa está como si hubiera salido hace un rato de la lavadora?. No se de que se habrá muerto pero atropellada de eso nada monada – Miguel estiró la sábana cubriendo totalmente el cuerpo de la desconocida.
Las sala siete también estaba vacía y en la ocho seguía el cadáver de un ciudadano, por los rasgos era asiático, que había sido encontrado hacía unos días en un descampado cerca del poblado de Cobo Calleja donde era frecuente encontrar a este tipo de cadáveres, casi siempre fruto de ajustes de cuentas entre bandas rivales. Este individuo joven, trabajador manual por la rudeza de sus manos, llevaba allí cerca de quince días y cada poco aparecía alguna persona, acompañada por un agente de policía, que observaba cuidadosamente el rostro y sin mover ni un músculo negaba con la cabeza que perteneciera a su familia. Solo uno comenzó a llorar compulsivamente y después de mucho preguntar los investigadores judiciales llegaron a la conclusión que eran compañeros de trabajo, pero no fueron capaces de conocer ni siquiera el nombre. Miguel estaba seguro, como era una práctica habitual, que si en una semana no se conocían mas datos sería enterrado en una fosa común en el Cementerio de Villanueva de la Cañada, previa la colocación de un número en la caja y un pequeño historial para poder localizarlo si, en el futuro, hubiera novedades en la investigación, cosa que no ocurría nunca porque el caso se daba por cerrado y estaría por llegar la primera vez en que alguien reclamara a alguno.
Una semana era bastante tiempo para mantener un cadáver sin que empezaran a aparecer signos de descomposición provocando un olor insoportable por lo que Miguel procedió a cubrirlo con un grueso plástico de color negro, regando todo con agua y un compuesto químico que sacaba de un de un bidón de color verde oscuro situado a un lado de la sala. Una vez bien húmedo lo envolvía en una bolsa de plástico en la que constaba el día de su ingreso en el Instituto Anatómico Forense y así lo dejaba hasta que el Juez decidiera cuando lo trasladaban y entonces lo introduciría en una caja de zinc rigurosamente precintada y en un furgón saldría por la puerta del garaje solo, sin ningún tipo de cortejo, hasta depositarlo en el Cementerio.

-      Espero que el Sr. Juez tenga a bien decidir cuando lo trasladamos porque tanto chino por los pasillos comienza a ser un coñazo y como tengan que venir todos los que viven en Madrid, tenemos cadáver hasta dentro de siete meses y cuando uno se muere tiene que dejar sitio a otros que vienen detrás – Miguel no era racista, seguro que no, pero el desfile de extranjeros por su Departamento no le hacía ninguna gracia y ahora con la chica de la sala sexta volverían otra vez a las andadas y siempre era lo mismo. Llegaba la supuesta familia, en el caso de españoles casi siempre eran ellos, Miguel acompañado del Inspector de turno levantaba la sábana, los familiares miraban como si lo que estaba ante sus ojos fuera imposible y se deshacían en lágrimas hasta que Miguel los hacía pasar a una sala cercana y allí repartía botellines de agua y alguna que otra tila hasta que se calmaban un poco y de allí de vuelta a la Comisaría para terminar el atestado.

Sin embargo, aquella chica  de la sala seis era distinta. Si no fuera porque  Miguel llevaba allí cerca de cuarenta años, podría decir que estaba dormida. Todos los muertos cambiaban en nada de tiempo y sin embargo ésta parecía que de un momento a otro iba a preguntar porque estaba ahí. Incluso la ropa que normalmente estaba arrugada de tanto traslado era como recién salida de la tienda. Las sandalias tenían la suela como si no hubieran pisado el suelo. Miguel, experto en suposiciones y conocido entre todos los trabajadores del Centro como si fuera un Inspector de Policía en período de prácticas, había levantado la sábana dejando al descubierto la mitad del cuerpo. Los brazos estaban colocados sobre el pecho y en uno de sus dedos todavía permanecía un anillo.
-      Hacía muchos años que no veía a nadie con las joyas en la camilla y en este caso parece como si nadie quisiera que fuera un cadáver. Ni siquiera le han quitado la ropa. ¡Qué raro! – pensó Miguel sin poder retirar la vista de aquella chica – y el caso es que la cara me suena de algo, no se de que, pero yo la he visto en algún sitio ¡ que raro! Por mas que la miraba y hasta se sentó en un taburete para verla con mas detenimiento no era capaz de saber de que la conocía, pero verla la había visto en alguna parte, eso seguro, pero imposible saber donde. El caso es que yo – Miguel no podía quitarla la vista de encima – no conozco a casi nadie fuera de aquí, mi vida se reduce a trabajar aquí de sol a sol y luego a casa, ver la tele y al día siguiente volver temprano para salir tarde y así un día y otro desde hace cuarenta años. ¡Dios mío¡, como pasa el tiempo . Nunca he tenido amigos, vivo en el mismo piso desde que vine a Madrid, no salgo prácticamente nunca y sin embargo yo a esta chica la conozco
Un agudo ring ring procedente de un teléfono negro con los números algo gastados instalado en la pared, hizo que Miguel volviera de esa especie de sueño en el que se había sumido sin darse cuenta
-      Miguel – una voz aguda le hizo volver todavía antes a la realidad. Era la telefonista – hijo menos mal que te encuentro ¿Dónde estás metido?
-      Estoy en la sala seis
-      Están aquí los familiares de un cadáver que trajeron ayer por la tarde.
-      Voy ahora mismo a buscarles.
-      Venga que llevan un rato esperando
-      Voy, voy.
Miguel tapó el cuerpo de la sala seis y encaminó sus pasos a la sala de espera donde cuatro personas le esperaban con ansiedad. No había duda que una de las personas vestida totalmente de negro, era su madre porque el parecido físico era extraordinario aunque en el caso de la señora que esperaba con un pañuelo entre las manos, la diferencia eran unas tremendas arrugas que poblaban su cara. Dos señores con abrigo largo, sombreros grises y traje de corte perfecto la acompañaban y un poco mas separado un chico, mucho mas joven que las otros tres personas, permanecía con la mirada en el suelo moviendo las manos como si fuera un tic, llevaba una gabardina sobre los hombros, el pelo despeinado posiblemente por toda una noche de guardia y cuando vió acercarse a Miguel se levantó antes que los demás
-      Buenos días ¿Es usted Miguel?
-      Si señor
-      Soy el Subinspector Luis García.
-      Mucho gusto – Miguel apretó con fuerza la mano que le tendía el Policía
-      Le traigo recuerdos del Inspector Cuadros
-      Si hombre – Miguel esbozó una sonrisa – Hace muchos años que le conozco ¿cómo está?
-      Muy bien, viejo porque los años no perdonan, pero bien.
-      Bueno, bueno tampoco es para tanto que tiene los mismos años que yo
-      Perdone – el joven Subinspector trataba de subsanar la metedura de pata – pero usted parece mucho mas joven
-      Ya, ya – Miguel miró a las otras personas que eran las únicas que permanecían en la sala de espera – ¿son familiares de la chica que trajeron ayer?
-      Si, venimos para que hagan un reconocimiento del cadáver.
-      Muy bien - Miguel se dirigió a los que permanecían sentados – perdonen, si les parece bien les acompaño a la sala para que reconozcan el cadáver de su familiar ¿de acuerdo?
-      Si - contestó con voz potente un hombre de unos sesenta años con mirada cansada – cuanto antes pasemos antes terminamos esta agonía. Vamos María.
Miguel ayudó a incorporarse a la señora
-      ¿Qué relación tienen ustedes con la difunta?
-      Yo soy su madre –contestó la señora mientras andaba lentamente hacia la sala donde estaba el cadáver de la que se suponía que era su hija – y los que me acompañan uno es mi cuñado y otro un vecino puerta con puerta de mi casa que desde que me comunicaron lo que había pasado no me deja sola ni un minuto
-      ¿Tiene mas familia?
-      Si, pero han preferido quedarse en Medina del Campo preparando todo para el entierro
Ya – Miguel sacó una llave del bolsillo y se dispuso a abrir la sala número seis. Mientras tanto la madre se secaba las lágrimas con un pañuelo que sostenía nerviosamente con la mano derecha. Eran muy pocos metros los que tenían que andar entre la sala de espera y la sala de autopsias, pero los suficientes para que María, la madre, repasara como si fueran una serie de fotogramas de una película, todo lo acontecido desde las siete de la tarde del día anterior hasta ahora que serían alrededor de las siete de la mañana de este día desapacible en la capital de España.

Miguel destapó la cara de Ana Segura y Doña María asintió con la cabeza. Si por ella fuera la hubiera abrazado, pero el Tío Antonio y el vecino que la acompañaban se lo impidieron a la vez que también asintieron con la cabeza confirmando que el cadáver era el de su sobrina y el de la vecina.  Salieron de la sala de autopsias y en un pequeño despacho firmaron diferentes papeles  y después de preguntar cuanto tiempo tardarían en hacerle la autopsia y plantear la fecha del entierro, pasaron a una sala contigua para responder las preguntas que necesariamente les tenía que hacer el policía que les acompañaba desde el primer momento.
-      Perdonen que les moleste, pero para la instrucción del sumario necesito una serie de datos ¿de acuerdo? – El subinspector se quitó la gabardina y al quitarse el sombrero y colgarlo de una pequeña percha clavada en la pared se apreciaba una persona joven, bien parecida, con el pelo inundado de gomina, un traje gris abrochado, una camisa blanca con rayas discretas de color rojo y una corbata lisa del mismo color. Al sentarse e indicar a Doña María, su cuñado y el vecino que también tomaran asiento, dejó encima de la mesa unos folios y con un bolígrafo que sacó del bolsillo interior de la americana, se dispuso a apuntar los datos mas interesantes de la fallecida con el fin de obtener la mayor parte de datos que les indicara alguna pista para iniciar las investigaciones aunque era consciente que la mayor fuente de información iba a ser la autopsia, pero disponer del informe forense todavía tendrían que pasar unos días
-      Bueno, Doña María – el subinspector la miraba directamente – serán solo unos pocos minutos pero necesito saber lo mas posible sobre la vida de su hija, sobre todo los últimos meses, ya sabe donde vivía con quien salía, si tenía algún novio o alguien que pudiera hacer algo parecido. Prometo molestarla lo menos posible.

-      Lo que usted mande – contestó la señora.

domingo, 15 de febrero de 2015

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 61


Queridos blogueros/as: El segundo capítulo de la segunda parte ya está aquí y como veis todo se va complicando un poco. Antes que se me olvide quiero decir a mi bloguera número uno que nunca se pregunta por los nombres de los policías llamados secretos, unos días se llaman Miguel, otros no se qué y así cada vez son mas secretos que es de lo que se trata. 
En segundo lugar os voy a contar una historia que nada tiene que ver con esta novela, pero que si tiene que ver con el mundo en que vivimos. Al principio Dios creó al hombre y le puso por nombre Adán y pensó que le tenía que dar una compañera y así apareció Eva. hasta ahí todo muy bien, pero luego fueron apareciendo hijos de ésta pareja, nietos, tribus enteras que andaban dando vueltas buscándose la vida y a cada uno le iban poniendo nombres y nombres ¿me seguís? y seguro que os preguntaréis y todo esto a que viene. Seguir leyendo que como diría D. Mendo, el de la venganza, presto llega el final. El último nombre que se le ocurrió y esto fué  un 14 de Febrero fué el de San Valentín que como estaba enamorado lo nombró patrón de todos aquellos que estaban, estén o estarán en la misma situación, pero llegó el 15 de Febrero y como ya había tenido que inventar tantos nombres y aunque fuera Dios, no se le ocurría ninguno y la aparición de un trueno que hizo retumbar todo el cielo, le vino, por fin, uno que nunca había sido utilizado y que no era otro que Faustino y claro le dió una pareja que podría ser ¿porqué no Santa Teresa Rivero? pero no podía ser porque ya había otras como Santa Teresa la de Avila o Santa Teresa de Calcuta y entonces, aunque pareciera un castigo por lo que El sabía que le iba a venir, le puso Jovita de nombre a la que sería su compañera para todos los calendarios, pero claro, Faustino solo le parecía poco y entonces y eso no viene en ningún calendario, le añadió el Belascoaín para que quedara como mas fino y así se quedó por los siglos de los siglos Amén.
En fin, por hoy ya está bien, pero habréis podido comprobar que la historia se puede escribir como a cada uno le de la gana y a mí, hoy me ha dado por ahí.
Un abrazo y que sigáis siendo felices si es que "podemos"
Tino Belas







CAPITULO 61.-

María, la madre de Ana Segura, asistía todos los días a Misa de siete en la capilla de las Madres Reparadoras que tenían en el convento situado casi al final de la calle Mayor. Desde su casa era un paseo, en primavera fenomenal para la salud, pero en invierno un auténtico sacrificio. El hecho de tener que atravesar la Plaza Mayor y algunas calles colindantes donde el frío penetraba como si fuera un cuchillo la obligaba a andar deprisa y siempre con un abrigo que le llegaba casi hasta los pies y un sombrero de lana que le cubría toda la cabeza. Las manos enfundadas en guantes también de lana las llevaba siempre en los bolsillos y en su gesto, a pesar del tiempo transcurrido desde la muerte de su marido el Dr. Seguro, se adivinaba una profunda tristeza. Todos los días pedía a Dios, a ese Dios en el que ella creía con una fe nacida de lo mas profundo de su ser, que la ayudara a superar el golpe de perder su marido y Dios parecía alegrarse de su tristeza porque en tantos años se podían contar con los dedos de las manos los días en que había superado aquel estado de ánimo. Ella era consciente que se tenía que apoyar en sus hijos ¿donde mejor? pero a pesar de intentarlo miles y miles de veces no lo conseguía. Solamente con Ana, las pocas veces que se acercaba a verla a Madrid parecía que se encontraba un poco mas animada, pero solo un poco. Sin embargo, una artrosis localizada en su rodilla izquierda la impedía ir a verla tanto como quisiera. Por otra parte, Ana en Madrid, no se cansaba de aconsejarla que se quedara con ella sin darse cuenta que su presencia en Medina del Campo era imprescindible para el resto de sus hijos, sobre todo para Begoña que a pesar de sus treinta y tantos años seguía teniendo una mentalidad de cinco.
El lunes ¿fue el lunes? Si, ayer por la tarde unos minutos antes de salir para Misa, mientras se estaba peinando y arreglándose un poco, sonó el teléfono y Doña María lo descolgó pensando que sería su hija la casada que la llamaba cuando no podía acercarse a verla por alguna razón y sin embargo era una voz masculina, gruesa, como de un hombre de mediana edad que sin mas preámbulos preguntó
-      ¿Podría hablar con la madre de Ana Segura, por favor?
-      Si soy yo – contestó Doña María sintiendo como si fuera a suceder algo sin saber muy bien el qué - ¿con quien hablo?
-      Señora – la voz parece como si temblase un poco – soy el sargento Alvarez de la Policía Nacional de aquí, de Medina del Campo.
-      ¡Que ha pasado! Por favor dígame que no ha ocurrido ninguna desgracia – Doña María casi no tenía ni fuerza para sujetar el teléfono
-      Lo siento – la voz se volvió todavía mas grave – pero tengo una mala noticia que darle.
Doña María se sentó en una silla situada en el cuarto de estar al lado de la mesa donde estaba el teléfono. Estaba segura de lo que le iba a decir su interlocutor, quería oírselo decir ya, pero por otra parte no sabía si podría soportarlo
-      Pero ¿mi hija está bien?
-      Su hija ha sido encontrada muerta en una zona de la sierra de Madrid.
-      No puede ser – Doña María comenzó a llorar y entre lágrimas acertó a decir - ¿está seguro? ¿no puede haber sido una equivocación? Seguro porque mi hija no iba nunca a la sierra, no puede ser.
-      Señora – la voz se mostraba como mas tranquila una vez dada la noticia y al cambiar la entonación parecía como mas próxima – estamos a unos metros de su casa, si nos da su permiso en unos minutos estamos ahí y le podemos dar mas información
-      Está bien, aquí les espero.
No sabía como ni cuando había avisado a su otra hija pero cuando el Sargento Alvarez acompañado de otro miembro de la Policía Nacional llegó a su casa, su hija ya estaba allí y mas o menos había entendido lo que su madre trataba de decirle entre lágrimas.
El sonido del timbre retumbó por el largo pasillo que comunicaba la puerta de entrada de la antigua casa del Dr. Segura con el cuarto de estar. Hasta llegar allí varias puertas daban entradas a la cocina, dos cuartos de baños y cuatro dormitorios. Las puertas estaban cerradas y una bombilla iluminaba el pasillo. La hija de Doña María se levantó y se acercó rápidamente a la puerta de entrada. Miró por la mirilla, como era práctica habitual en aquella casa siguiendo la costumbre de su padre que continuamente les repetía que no deberían abrir sin asegurarse de quien estaba detrás. Dos hombres con uniforme oyeron como los pestillos, dos en total, se iban descorriendo y al abrir vieron a una señora de unos treinta y tantos años con los ojos enrojecidos que los recibía con un “buenas tardes, pasen por favor que mi madre les está esperando” Los policías dejaron las respectivas gorras en un perchero medio vacío y acompañaron a la mujer hasta el cuarto de estar. Era una habitación grande, con un hermoso ventanal por el que la luz en verano debía de entrar a raudales, pero un día como el que les había tocado vivir no era como para que, ni siquiera una lámpara de cristal con seis bombillas, diera suficiente luz. A la izquierda una mesa camilla rodeada por un sillón de dos plazas, dos orejeros y una butaca mas pequeña albergaban a una señora vestida completamente de negro, con el pelo recogido en un moño de cualquier manera. En el centro de la camilla un recipiente con dibujos de diferentes colores, estaba casi tapado por el diario ABC y en el fondo asomaba un libro de crucigramas, un bolígrafo, un bloc de notas y una baraja francesa con las cartas malamente distribuídas.
Al otro lado de la habitación, una mesa de caoba con diez sillas de respaldos con ornamentos de caza. En el centro una enorme sopera de plata apoyada en un delicado mantel de encaje hacía de base a un gallo con las alas desplegadas como si fuera a salir volando de un momento a otro. Un espejo grande, horizontal con el marco de una madera tallada y pintado de color oro hacía que el cuarto pareciera mas grande de lo era. Una alfombra grande y dos mas pequeñas contribuían a darle calor a un cuarto que derrochaba aires de familia.
Doña María con el pañuelo en la mano y con los ojos casi cerrados de tanta lágrima derramada se levantó lentamente y saludó a los recién llegados mirándolos con un gesto como de incredulidad. Juan María Alvarez, Sargento de la Policía Nacional, le estrechó la mano y lo mismo hizo el número Pedro García.
-      Perdone – el sargento no sabía ni por donde empezar – pero no nos queda mas remedio que darle la noticia que su hija Ana ha sido encontrada muerta en la sierra de Navacerrada muy cerca de Madrid.
-      No puede ser, no puede ser – Doña María movía nerviosamente ambas manos – ¿no puede ser una equivocación?
-      El carnet de identidad que llevaba en el bolso cuando fue encontrada corresponde con la persona fallecida – el Sargento tomó las manos de la señora de la casa entre las suyas y parecía querer ayudarla sin saber como – comprendo que para Ustedes – miró también a la hija – es una noticia terrible y por eso queremos darle nuestro mas sentido pésame.
-      Pero – Doña María no era capaz de asimilar el tremendo golpe psicológico – ¿no puede ser que se estén equivocando? ¿no puede ser?
-      Lo sentimos Señora – El Sargento no sabía como consolarla – pero desgraciadamente el cadáver corresponde a su hija
Ahora le tocaba intervenir a su hija que no había levantado la vista hasta ese momento. Parecía algo mas tranquila que su madre aunque seguro que la procesión iba por dentro
-      ¿Cómo la encontraron?
-      Eso se lo explicarán mejor en Madrid, donde por cierto tienen que acudir para el reconocimiento del cadáver, pero, según nuestras noticias, fue atropellada y apareció en una cuneta.
-      ¿Y sabe si la muerte fue instantánea
-      Lo siento, pero no disponemos de más información - El Sargento Alvarez se puso en pié al mismo tiempo que el guardia que le acompañaba – solo sabemos lo que les hemos contado y venimos para indicarles que tienen que ir al Instituto Anatómico Forense para reconocer el cadáver. Ese es un trámite que tienen que pasar para a continuación le pueda ser realizada la autopsia y si el Señor Juez lo tiene a bien, entonces podrían disponer del cadáver y proceder a su enterramiento.
Doña María no era capaz de pensar en nada y menos en desplazarse hasta Madrid. Prácticamente todas las veces que había ido lo había hecho en tren y su hija la esperaba en la estación de Atocha. No sabía manejarse por la capital, como iba a llegar al sitio ese. Se  tendría que arreglar un poco ¡que desgracia Dios mío! pero ¿se puede saber que he hecho yo para merecerme esto? Primero me quedo viuda y ahora esto. Si por lo menos viviera mi marido, tendría en quien apoyarme.
-      Tengo que ir a Madrid, cas¡ hija mía, llama al Tío Antonio para que me acompañe y díselo a Juan, el vecino para que también lo sepa.
-      Para evitarle mayores molestias – el Sargento Alvarez continuaba de pié – tenemos un coche de la Policía en la puerta que en cuanto usted diga la lleva y por supuesto la trae.
-      Tendrán que esperar un poco, tengo que avisar a mi familia ¡que horror! ¡que horror! mi pobre Ana. Mira que me dijo veces que me quedara con ella a vivir en Madrid, seguro que si estuviera allí esto no hubiera sucedido, seguro que no. Dios mío, ayúdame.
-      Señora, nosotros tenemos que marcharnos – El Sargento saludó respetuosamente con una ligera inclinación de cabeza – nuestro mas sentido pésame y cuando tenga todo preparado, el coche la espera en la puerta

-      Muchas gracias – Doña María les dio la mano y lentamente los acompañó hasta la puerta.

viernes, 6 de febrero de 2015

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 60

Queridos blogueros/as: No estoy seguro si le he dado a la tecla de publicar, pero por si acaso lo copio otra vez y si sale dos veces pues tampoco está mal. De momento no escribo mas porque si los cookies están de buenas lo mismo lo copian, pero hasta ahora no tengo ni idea, como siempre, de lo que ha pasado.Lo mismo el moribundo empieza a entrar coma y como diría un castizo "la hemos c.........., bacalao. Espero que no
Un abrazo
Tino Belascoain


SEGUNDA PARTE



CAPITULO 60.-

El edificio era funcional, tampoco especialmente moderno, eso no, pero para estar construido en época de Franco no era muy viejo. Eso si, las reformas eran casi cada tres o cuatro años y se intentaba que se mantuviera, por lo menos, adaptado  a los tiempos que corrían. Al principio eran ocho plantas, posteriormente y por aquello de construir un parking se quedó solamente en seis y actualmente disponía de cinco plantas porque en la planta jardín que daba a un pequeño patio donde se cultivaban algunas plantas, ahí se habían instalado los calabozos donde encerraban a aquellos que nunca pasaban a disposición judicial por lo menos en las primeras cuarenta y ocho horas. El piso destinado al Inspector Jefe y a los subinspectores, al igual que la centralita telefónica que funcionaba veinticuatro horas, era el primero y aunque disponían de tres amplios ascensores, casi ninguno de sus ocupantes los utilizaban diariamente. Todos subían por las escaleras y hasta D. Santos Cuadros, el Inspector Jefe hacía de tripas corazón pero imitaba a sus subordinados, infinitamente mas jóvenes que él, se sacrifica y subía de uno en uno, eso si porque de dos en dos era mucho para sus años y sus kilos, los veinticuatro peldaños de un mármol inmaculado hasta su despacho. El resto de los pisos de la Comisaría de Policía de Centro, excepto el último, estaban dedicados a albergar la parte policial que nunca se ve compuesta por miles y miles de archivos de todo tipo mantenidos por unas señoras de edad indefinida que dedicaban horas y horas a mantener todo en perfecto orden. Un orden que se podría definir como desordenado, pero desordenado de tal manera que cualquier solicitud de información era atendida con una velocidad que parecía imposible. Últimamente estaban en fase de informatización, antes había pasado por la de microfilmado y previamente por tener todos los legajos escritos a máquina y todo ello realizado por los mismos dedos de aquellas extraordinarias secretarias que lo mismo escribían en unas viejas máquinas de escribir que utilizaban teclados de modernos ordenadores y guardaban toda la información en “pen drives” o copiaban todo en CD primorosamente ordenados en unas pequeñas cajas identificatívas. Nadie sabía porqué pero prácticamente siempre el sonido de habaneras era habitual entre las estanterías y en ocasiones especiales, tampoco se sabía cuales, una lejana acordeón y el coro de voces recias, era sustituido por la voz cálida de María Dolores Pradera acompañada por las guitarras de los inseparables gemelos que hacían que aquellos archivos estuvieran anclados en el pasado.

El último piso, gracias a la gestión del último Jefe de la Policía Nacional de Madrid y no sin grandes discusiones, se había transformado en un moderno gimnasio donde diferentes policías de todas las edades se distribuían los días y los distintos aparatos para mantenerse en una forma física imprescindible para el desarrollo de sus funciones. Unos monitores con sus chándal de colores chillones explicaban los ejercicios a realizar y controlaban los movimientos de todos los presentes.

Santos Cuadros, policía desde hacía nada menos que cuarenta años, era una buena persona o por lo menos parecía que era la definición que mas le vendría a su manera de ser, dialogante, con anchas espaldas y el poco pelo que lucía en su cabeza lo llevaba siempre bien peinado a base de una buena cantidad de gomina. Siempre iba con traje y  corbata aunque nada mas llegar a la oficina se quitaba la chaqueta y permanecía toda la jornada laboral en mangas de camisa. Cuando llegaba el otoño también usaba un sombrero de fieltro de color gris y algunas veces se acompañaba de un bastón. No era un hombre guapo, pero resultaba interesante. Su mirada era directa y profunda desde unos ojos de un marrón oscuro rodeados de unas cejas bien perfiladas. La nariz era grande como su cara, con unos labios dispuestos siempre a una sonrisa con la que ganarse la confianza de los que le rodeaban. Sus manos eran enormes con una anillo de casado en su mano izquierda y otro igual en la mano derecha que se había colocado hacía tres años cuando su mujer, con la que había compartido casi toda la vida, había fallecido después de una larga y penosa enfermedad. No tenía hijos, había sido feliz y desde aquel fatídico diez de Noviembre de hacía tres años se había convertido en un solitario pero, a diferencia de otros muchos solteros su vida había variado poco en lo referente a su trabajo, aunque la procesión iba por dentro y le invadía la soledad cada noche cuando regresaba a su casa, pero ese sentimiento lo reservaba para él solo y nunca lo había compartido con nadie y de puertas para afuera se podría decir que todo seguía igual. Su aspecto no había variado porque su fiel Ana, una empleada de hogar que trabajaba en su casa desde no sabía cuantos años, se había hecho cargo de todo y trataba de que, por lo menos por fuera, no se notara ningún signo de viudedad y a fe que lo había conseguido porque, a pesar de los años transcurridos, vestía exactamente igual y eso que él no había variado sus costumbres y seguía, erre que erre, sin aparecer por ninguna tienda de ropa y era ella la encargada de llevarle todo a casa y devolver lo que no fuera de su agrado. Ana hacía la compra, la casa, la comida y en ocasiones hasta compañía pero Santos Cuadros ya no era aquel hombre divertido, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a tomarse unas cañas con quien hiciera falta y aunque trataba de disimularlo su viudedad se irradiaba por todos los poros de su piel
Prácticamente toda su vida había estado dedicada a la Policía, primero como Subinspector y luego había ascendido de categoría y ya además de buen sueldo, tenía despacho, coche oficial aunque por razones del cargo era un vehículo camuflado, secretaría y acceso directo a los responsables políticos de la Policía.
Desde hacía quince años era Inspector Jefe, primero en Lugo, luego en Murcia y desde hacía siete años, Inspector Jefe de la Comisaría de Centro en la capital de España. Desde el primer día de su mandato se supo rodear de un amplio equipo de profesionales que gozaban de toda su confianza. Los lunes por la mañana se reunían en una de las amplias salas de la planta quinta y repasaban los asuntos pendientes y planificaban la semana. Era el momento de debatir, de exponer con toda confianza lo que pensaba cada uno y de buscar la manera de mejorar los resultados. El equipo estaba formado por ocho subinspectores, cinco hombres y tres mujeres con diferentes especialidades, pero todos dedicados en cuerpo y alma a resolver cuantos mas problemas mejor de todos aquellos que les planteaban los ciudadanos a los cuales servían. Ninguno tenía horario – no se como esta gente puede conciliar la vida familiar y la profesional  - se preguntaba muchas veces Santos Cuadros cuando llegaba a su casa a horas intempestivas y la respuesta era sencilla – porque son todos solteros y solteras, menos Luis que aunque está casado, su mujer también es policía y eso la hace mas comprensiva con el horario. Era un equipo de gente joven, con unas ganas enormes de colaborar, con fuerza, con ilusión y eso hacía que Santos se sintiera con mas energía cada vez que salía de una de esas reuniones. Una vez al mes y con el dinero que recaudaban de las pequeñas multas que se imponían ellos mismos, se iban a cenar y si daba lo recaudado hasta tomaban una copa en algún garito conocido. Eran multas casi testimoniales pero provocaban las risas de los presentes cuando, por ejemplo sonaba un móvil en plena charla o cuando alguno de los subinspectores acudía a trabajar sin corbata o con deportivas en lugar de los zapatos de rigor.
Eran unos policías ejemplares, todos con un importante curriculum, con múltiples cursos abarcando prácticamente todos los supuestos y que se habían volcado con su jefe mientras su mujer agonizaba en un hospital de la Seguridad Social en Madrid. No le habían planteado ni un solo problema, incluso le habían omitido la información de algunos sucesos para evitar que no dedicase todo su tiempo a su mujer que, en ese momento, era la que mas lo necesitaba. Como si estuvieran persiguiendo a un peligroso delincuente, organizaron un turno de guardias para que siempre que el Inspector saliera de la habitación del hospital y siempre tuviera a alguien cercano con quien departir todos los aspectos de esa fatal enfermedad, le acompañaban a casa y no se iban hasta cerciorarse que había entrado y cerrado la puerta con llave. Fueron meses muy duros para todos, la enfermedad iba minando la salud de Carmen y Santos permanecía  a su lado horas y horas sin hablar pero de la mano. Ella lo agradecía con una sonrisa y hasta el mismo día de su fallecimiento no se le oyó ni una sola queja.   Carmen comía muy poco, pero nunca decía si la comida estaba buena o no, si llegaba fría y simplemente si el solo hecho de servirla en unas fuentes de aluminio le provocaba una mayor desgana. Comía lo que podía o lo que quería y a continuación cerraba los ojos como no queriendo ver lo que se le avecinaba. Para Santos Cuadros esas semanas en el hospital fueron una especie de ejercicios espirituales con todo el tiempo del mundo para repasar como había sido su vida hasta entonces y sinceramente no tenía  motivos para quejarse. Siempre había tenido buenos puestos, en mejores o peores provincias, pero siempre con importantes responsabilidades y tenía la impresión de haber sido un buen policía, cumplidor, meticuloso, muy humano y siempre había disfrutado del beneplácito de sus superiores.
-      Perdone Jefe ¿continúo? – El subinspector Luis García trataba de hacer un pequeño alto en el camino de su explicación sobre la desaparición de una chica, mientras por el rabillo del ojo continuaba pendiente de su jefe que parecía haberse dormido a pesar de lo temprano de la hora
-      Si, si, por supuesto - El Inspector Jefe se ajustó el nudo de la corbata, se enderezó un poco en la silla y juntando los dedos sobre la mesa trató de explicar su aspecto cansado, aunque sabía que no era necesario – he pasado una noche fatal, lo siento.
-      Bueno, pues como os iba contando, ayer por la tarde recibimos una llamada de una persona que iba haciendo senderismo por la sierra de Navacerrada y se encontró con el cadáver de una chica. Llamó, a través del móvil y casi no podía ni articular palabra
-      ¡Que cachondo! Seguro que tú estarías igual si te encontraras en un situación parecida
-      Carlos, por favor – El Jefe no tenía muchas ganas de intervenir y era partidario de dejar que las discusiones siguieran su curso, pero era absurdo continuar por ese camino que quedaba completamente fuera de cualquier investigación – deja que Luis nos explique el caso y tiempo habrá para que cada uno exprese la opinión que quiera, pero ahora está hablando él ¿de acuerdo?
-      Si, perdone.
-      Venga Luis dinos todo lo que sepas sobre ese caso
-      Bueno – Luis García se sirvió un poco de zumo de naranja en un vaso de plástico y continuó – después de mucho preguntar conseguimos mas o menos saber donde se encontraba y dimos aviso a la Guardia Civil para que se personaran lo antes posible para comenzar con las diligencias habituales y Verónica y yo fuimos en el coche. Cuando llegamos allí ……..
-      ¿Qué hora sería mas o menos?
-      Las dieciocho horas y pocos minutos porque acabábamos de oir en el coche las noticias de las seis.
-      Bien – El Inspector Jefe buscaba concretar todos los puntos – llegásteis y ¿cómo fue el panorama que os encontrásteis?
-      La Guardia Civil ya había acordonado la zona para evitar la presencia de extraños y el cadáver estaba tapado por una manta en espera de la llegada del Juez.
-      ¿Le echasteis un vistazo al cuerpo?
-      Si, claro, a simple vista parecía mas un accidente que otra cosa, la chica de unos treinta y tantos años, no presentaba heridas visibles ni golpes, estaba vestida y como a un metro de la cuneta de la carretera que va del Puerto de Navacerrada a la Estación de Cotos, pegado a un pequeño pinar y recubierta por alguna rama, pero que no la tapaba completamente.
-      ¿Se la pudo identificar?
-      Si, llevaba un bolso con toda la documentación.
-      ¿Cómo iba vestida?
Cada uno de los Subinspectores trataban de colaborar para tratar de esclarecer el caso y las preguntas se sucedían desde todos los puntos donde estaban sentados
-      Llevaba una camisa blanca de manga corta, unos pantalones, también cortos, de color marrón con un cinturón claro y unos zapatos de tacón bastante alto de esas de cuero abrochadas a un lado. La pinta era la de una joven bien aseada, con las uñas pintadas, algo de maquillaje en la cara y no parecía que hubiera sido objeto de asesinato. Mas bien parecía que se hubiera caído de un coche
-      ¿Alguna joya?
-      A simple vista no, perdón si, llevaba un anillo con una piedra de color verde bastante grande en uno de los dedos de la mano izquierda.
-      ¿Anillo de compromiso?
-      Para mi no, pero según Arancha ese tipo de anillos no son de boda, por supuesto, pero si de compromiso o algo parecido.
-      ¿Complexión?
-      Se trataba de una chica, mas bien delgada, treinta y tantos años, con una cola de caballo que sujetaba su pelo rubio y sin ningún otra cosa que nos llamara la atención.
-      ¿Pudo ser un atropello y que luego la desplazaran fuera de la carretera?
-      Según los de Atestados de la Guardia Civil, no había ninguna marca de de frenazo brusco y tomaron muestras de la arena cerca del arcén para comprobar si algún coche se había detenido en ese lugar y eso es lo que estaban investigando cuando llegamos nosotros
-      Lo que está claro es que no era una excursionista ¿no?
-      Por supuesto que no, entre otras cosas porque llevaba unas sandalias abiertas de esas de vestir o como se llamen.
-      A mi lo que mas me llamó la atención fue la cara de la chica
-      ¿Del cadáver?
-      Si, si – Verónica era una policía joven, morena, pelo corto con unos pendientes muy pequeños, como unas simples perlas, en ambas orejas. De cara redonda, ojos pequeños, mirada intensa y una sensación de seriedad que incluía toda su expresión. Era una zaragozana de pura cepa con un acento maño que delataba su procedencia desde el primer momento que abría  la boca – tengo que reconocer que afortunadamente para mi no he visto muchos fiambres en mi vida
-      Cadáveres, Verónica – el Jefe la interrumpió como hacía siempre que alguno de sus subordinados se saltaba las mas elementales normas gramaticales – por favor, utiliza el idioma con propiedad que para eso lo tenemos
-      Perdone Jefe – Verónica enchufó un pequeño proyector y en la pantalla apareció la foto del cadáver de una chica joven que parecía mas dormida que muerta. Estaba en una posición que parecía como si hubiera sido puesta en ese lugar por alguien que quisiera que fuera encontrada pronto, pero también que el que pasara pudiera pensar simplemente que estaba dormida. Una foto mas próxima solo de la cara corroboraba lo expresado por la mujer policía – No se como expresar la sensación que tuve cuando tuve cerca el cadáver, pero parecía como si estuviera dormida. Tenía como una expresión tranquila y por eso a mi, de entrada me extrañó que la Guardia Civil pensara en algún tipo de accidente como que se cayera del coche
-      Ten en cuenta que la Guardia Civil tiene que pensar en todas las posibilidades
-      Ya, pero si te caes de un coche o si te tiran que en el fondo da igual, el cuerpo estaría lleno de hematomas, no se, sería completamente diferente.
-      Total – el Jefe volvió a interrumpir – que la chica está en el Instituto Anatómico Forense esperando la autopsia ¿no?
-      Si – esta vez fue el Subinspector Luis García el que contestó – supongo que si, porque nosotros tomamos todos los datos y nos volvimos
-      Bien – Santos Cuadros se levantó dando por finalizada la sesión no sin antes advertir a sus dos subordinados que para la próxima reunión que sería en una semana, quería todos los datos de la autopsia.
Todos los policías salieron y se encaminaron a sus diferentes puestos de trabajo caminando lentamente a través de los amplios pasillos de la sede policial. A partir de ese momento ya no eran los policías tal o cual, no, ahora ya se habían transformado en servidores públicos y como tales debían dejar aparcados sus problemas en las taquillas de los vestuarios y dedicarse en cuerpo y alma a la tarea que les había sido encomendada. Esa era la teoría pero en la práctica, todos excepto el Jefe, eran jóvenes con enormes ganas de vivir y no era precisamente la seriedad la mejor de sus virtudes aunque trataran de disimularlo
-      ¿Te toca recorrido? – Luis le preguntó a Irene mientras tomaban un café en una vieja máquina al fondo de un pasillo
-      Si y no te hagas el despistado que lo sabes de sobra, listo que eres un listo
-      Tampoco es para que te pongas así, lo del otro día fue una metedura de pata por mi parte y ya te he pedido perdón ¿que mas puedo hacer?
-      Nada – Irene miró directamente a los ojos de su compañero dando por zanjado el asunto pero demostrándole con la dureza de esa mirada que no había ninguna posibilidad de establecer una relación mas que amistosa entre ambos – y a partir de ahora ya sabes, una compañera mas y tan amigos, pero nada mas ¿entendido¿
-      Bueno, mujer, tampoco es para que te pongas así
-      No empieces otra vez, Luis, me pongo como me da la gana, pero que sepas que me pareció muy mal que contándome aquella historia de tratar de localizar a un atracador me llevaras hasta aquel descampado e intentaras lo que intentaste
-      Bueno, perdona otra vez – Luis trataba de demostrar que tenía sus razones – pero yo pensé que entre tu y yo había algo mas que ………
-      Venga, no vuelvas otra vez. Déjalo y vamos a nuestro trabajo.
Dejaron los vasos de plástico del café en una papelera situada debajo de la máquina y se encaminaron al coche patrulla para pasar la jornada laboral, hasta las cuatro de la tarde, dando vueltas por Madrid en espera de recibir algún aviso y acudir a resolverlo con la mayor celeridad posible. Irene introdujo la llave en la cerradura del viejo Ford que les había tocado en suerte, se ajustó el cinturón de seguridad, puso el coche en marcha y salieron de la comisaria lentamente, mientras Luis la miraba por el rabillo del ojo tratando de adivinar lo que pensaba. Una llamada le hizo salir de su ensimismamiento y anotó en un papel la dirección en que al parecer se estaba produciendo una pelea entre individuos de etnia gitana
-      Empezamos bien – Luis anotó la dirección – la primera en la frente para que nos libre Dios de los malos pensamientos.
-      ¿Otra vez al poblado gitano?
-      Si – Luis sacó la mano por la ventanilla y depositó en el techo del viejo vehículo una sirena que comenzó a emitir un ruido espantoso a la vez que producía unos importantes destellos para que los coches que les precedían se dieran cuenta de su presencia – era de prever ¿no te parece?
-      Claro, si un día hay lío, al otro le toca a la familia contraria y así siguen hasta en la cárcel
-      Ojalá fuera así, pero ¿tu crees que alguno termina en la trena? Porque yo llevo casi siete años en el Cuerpo y todavía estoy esperando algún castigo ejemplar.
-      Es difícil porque con tanto trapicheo no se sabe ni a lo que se dedican
-      Eso es lo que digo yo – Luis le indicó con la mano derecha que girara a la derecha – los jueces deben vivir en otro mundo porque todos sabemos que la droga se pasea por ese barrio como Perico por su casa, menos ellos
-      Espera, espera un segundo – Irene frenó en seco y menos mal porque un hombre con aspecto de mendigo estaba sentado justo en la mitad de la calle. Los policías salieron del coche y acercándose con precaución lo reconocieron enseguida.
-      Migueli ¿se puede saber que haces aquí? – le preguntó la policía al viejo consumidor de cocaina y confidente habitual – No ves que te va a atropellar un coche, hombre de Dios
-      ¡Que me atropellen! Que mas me da. No tengo familia, no tengo dinero ni para comprar una dosis, no tengo casa, no tengo nada de nada.
-      Por no tener no tienes ni vergüenza – Luis le tomó de un brazo obligándole a levantarse – te estás haciendo como si fueras a tener un síndrome de abstinencia cuando sabes de sobra que eso no te va a pasar
-      ¿Y tú porqué lo sabes si no te has puesto ni una dosis en tu puñetera vida?
-      Porque se te nota en la mirada, Migueli – el policía intentó un segundo empujón pero el hombre que daba la impresión de pordiosero y gitano no se movió del sitio – venga levántate y no me obligues a utilizar la porra.
-      Estoy muerto, Señor Policia, se lo juro por la salud de mi madre que la tengo en el Hospital.
-      ¿Dónde ha sido la pelea?
-      ¿Qué pelea?
-      La que había aquí hace menos de media hora
-      ¿Aquí? – el drogadicto miraba al Policía como si fuera de otro planeta – yo he visto na de na. Se lo juro
-      El que se ha peleado ¿era de la familia de los putos?
-      Le juro que no he visto na
-      Está bien – el policía miró a su compañera – Irene por favor, ponle las esposas
-      Por favor, Señor Guardia, yo no he visto nada y aunque me lleve a la cárcel no le voy a decir quien ha sido
-      O sea que algo has visto. – Luis hizo un gesto de complicidad hacia su compañera – cuenta todo lo que sepas si quieres seguir colaborando con nosotros y no nos hagas perder el tiempo.
-      Señor Policía – el gitano que había sido introducido a la fuerza en el asiento de atrás del viejo coche de policía trataba de justificar su actitud – yo le juro que no he visto nada. Si que he oído que había habido una pelea, pero yo no la vi
-      Seguro – la joven policía exhibió en su mano derecha un billete de doscientos euros- mira Migueli, intenta hacer algo de memoria y te recompensaremos con este billetito que te vendrá muy bien para comprar droga
-      Señora Policía ¿acaso quiere que me convierta en un chivato? - el gitano con su espesa cabellera morena y su cara destrozada por tanta dosis lo único que deseaba era salir cuanto antes de aquel lugar
-      Venga Migueli, no seas pesado – esta vez era el acompañante de la conductora el que parecía tener prisa - ¿eran los putos o no?
-      Si, Señor Policía, eran el padre y el hermano mayor de los Montoya.
-      ¿Por lo de siempre?
-      Claro, los Sanchez quieren controlar y los Montoya no se dejan y salieron a relucir las navajas.
-      ¿Ha habido heridos? – preguntó la Policía mirándole a través del espejo retrovisor
-      Supongo que si, pero no lo busquen en ningún hospital porque no le van a encontrar
-      ¿Y eso?
-      El herido que tenía por lo menos dos heridas por arma blanca en el abdomen, era el Ramón Montoya
-      ¿El hijo?
-      Claro y enseguida los hermanos lo han agarrado y se lo han llevado a casa del Dr. Quesada
-      ¿El que tiene la clínica en Lavapiés?
-      Si, el mismo y allí le estarán curando
-      ¿Que pasa que hoy ha venido un alijo de coca?
-      Como siempre, Señor Policía, cuando escasea la droga empiezan los problemas.
-      ¿Y el suministrador era el de siempre?
-      No lo se, eso si que no lo se, lo que vi es que la furgoneta era distinta, pero creo que el conductor era el mismo
-      En fin, Migueli – los policías pararon a un par de kilómetros del lugar de la detención habitual y metiendo la mano en la guantera le entregaron al cocainómano tres dosis de droga y el billete de doscientos euros – ya sabes, colabora con nosotros y siempre tendremos un detalle contigo
-      Muchas gracias, Señores Policías.
-      Venga bájate y vuelve al poblado y si puedes te enteras quien ha sido el suministrador
-      Muy bien – el gitano se bajó con parsimonia del coche y con la misma actitud se encaminó a uno de los puntos de venta de drogas de mas porvenir en todo Madrid.
Los policías continuaron la ronda por diferentes barrios de Madrid, atendieron a una mujer de origen marroquí que, desde la terraza de lo que parecía su domicilio, chillaba como una posesa porque en su casa había una especie de animal que quería matar a sus dos hijos lo que resultó ser una denuncia falsa porque cuando los Policías, acompañados de varios números de la Policía Nacional, entraron después de echar abajo la puerta principal, no había nadie que la estuviera incordiando y ante los evidentes signos de locura optaron por llamar al Samur Social para que se hiciera cargo de la mujer y la trataran como una psicótica mas de las muchas que pululaban por la ciudad. El siguiente aviso solicitaba su presencia en el Bar Anchuco donde al parecer se había cometido un atraco con violencia. Cuando llegaron ya estaba la Policía Nacional y tenía contra la pared a un individuo joven, rubio, con unos buenos bíceps que sobresalían de una camiseta blanca con el escudo del Real Madrid, unos vaqueros ajustados y unas zapatillas de deportes de vistosos colores mientras que el dueño estaba sentado al fondo de la barra con una especie de ataque de ansiedad que le impedía casi articular palabra.  Luis e Irene enseñaron sus placas identificativas y en seguida reconocieron al detenido
-      ¿Lo conocéis? Preguntaron los Policías uniformados
-      Si – contestó Irene – es un chico creo que ruso o de por ahí que ya lo hemos detenido en otras ocasiones - Miguel procedió a colocarle las esposas – otra vez te pillamos
-      Mi no entender.
-      Vénga, dejate de hacer el tonto que te hemos detenido hace un par de semanas y entendías perfectamente
-      No entender, no entender.
-      Bueno, pues nada – Miguel le empujó hasta el coche y sujetándole la cabeza lo introdujo en la parte de atrás del viejo vehículo policial – estate quieto y no intentes nada raro hasta que mi compañera termine el expediente y luego te llevaremos detenido
-      Pero ¿por qué? Yo no he hecho nada
-      No me cuentes historias que para eso están los jueces.
-      Pero no puedes hacerme eso – el detenido ponía las manos con las esposas en actitud suplicante – tengo mujer e hijos y tienen que comer todos los días.
-      Claro y por eso tu robas todos los días ¿no?
-      Tengo que comer, Señor Policía, ¿no lo entiendes?
Irene abrió la puerta del conductor, depositó todos los papeles en una carpeta y arrancó el coche
-      Casi dejamos a este elemento en el calabozo y nos vamos a Comisaría por que con un poco de suerte acabamos el servicio.
-      Buena idea y si quieres antes nos tomamos una caña
-      No empieces Miguel, no empieces que te conozco
-      ¿A mi? – Miguel ponía todas sus dotes de actor en una cara que parecía sufrir ante tanta negativa para salir con él
-      Si a ti – Irene parecía verdaderamente enfadada – primero una cañita, luego que si una comida en algún bar de los alrededores, luego que al cine, luego que por qué no tomamos una copa y al final quieres lo que quieres ¿Qué te crees que soy tonta?
-      Venga mujer, si solo es una cañita
-      Mira – Irene se bajó del coche – hasta que no se me olvide lo del otro día, no te pienso pasar ni una.
Mientras que Miguel invitaba al presunto ladronzuelo a abandonar el asiento trasero desde donde había tenido oportunidad de contemplar toda la escena, el ruso le miró con una sonrisa maliciosa y comentó entre dientes
-  Yo hoy no como, pero tu Señor Policía, hoy no mojas – lo que le valió para que Miguel le diera un empujón que casi lo tira al suelo y lo introdujera de malas maneras en el calabozo.