Parece ser que hay problemas para entrar en el blog o por lo menos para escribir vuestro comentarios. Ya se lo he comentado a Tito y dice que mañana lo mirará, pero que le parece raro. Yo que se, el caso es que no recibo vuestros comentarios y en el fondo, para que os voy a engañar, me fastidia un poco porque me interesan vuestras opiniones.
Estaba pensando tardar un poco mas para enviar el segundo capítulo de la dichosa Pepi, pero tengo tantas cosas pendientes que casi lo mando ahora y una cosa menos.
Ayer revisé una caja donde he ido dejando los viejos escritos, aquellos de cuando escribía a mano y de allí, como si fuera la chistera de un prestidigitador, han salido varias novelas, cuentos, relatos cortos o sabe Dios lo que es esto, pero que no me acordaba de haberlos escrito con lo cual tengo mas historias para que os entretengáis leyendo, pero de verdad os lo digo que espero vuestras opiniones.Lo que si que es cierto es que yo noto, no digo que escriba mejor, que posiblemente también, si no que dejo escrito lo que quiero y tal como quiero, o sea, que soy y quiero ser el único responsable.
Revisando por ahí, han aparecido algunos cuentos para los sobrinos, alguno para mis nietos y uno especial que ni me sonaba y es una especie de entrevista con mi madre, la Abuelabis, para los mas pequeños. Ha quedado bastante bien y seguro que alguna lagrimilla, aunque sea disimuladamente, caerá por vuestras mejillas, pero todo se andará.
De momento ahí va la segunda y última entrega de la Enfermera Jefe, espero que os guste
Un abrazo para todos y nos vemos en la boda de Santi Vazquez de Prada
PEPI LA JEFA DE ENFERMERAS
2º CAPITULO
Habíamos dejado a nuestra Pepi creciendo poco a poco en su Zamora natal y cuando retomo esta historia ya era toda una “pollita”. En su casa era mimada de manera especial por aquello de ser hija única y muy deseada, las comidas se hacían al gusto de la niña y hasta las salidas de Don Eufemiano y Dña Rosa María se veían alteradas porque a la niña no le gustaba quedarse a sola. Algunas veces, las menos, que se quedaba con el Servicio, Encarna y Dorotea, lloraba como alma que se lleva el diablo y para colmo las dos se encargaban de enseñarle cosas que, en opinión de Doña Rosa María, una niña bien, educada en Las Jesuitinas y vestida en Neguri, no debería de aprender porque, otra cosa no, pero Doña Rosa María sabía que esas dos “pueblerinas”, por llamarlas finamente, la habían enseñado expresiones tan poco adecuadas como decir que “las croquetas estaban como para mear y no echar gota”o aquella otra que un día Pepi soltó en la mesa y que le costó no salir en una semana de casa y múltiples lágrimas de Doña Rosa María que rezaba todas las noches a su Virgen de las Angustias para que no repitiera aquello de “caca, culo, pedo, pis” o aquello otro de “gili y lo que sigue”. Don Eufemiano estuvo dos días sin acudir a su trabajo por una especie de depresión y se pasaba el día repitiendo: Dios mío, Dios mío, ayúdanos por lo que mas quieras para que esta niña no nos salga puta porque si con solo diez años dice las cosas que dice, ¿que dirá cuando tenga veinte? y volvía a agachar la cabeza en actitud de profunda meditación.
Andaba en una de esa Don Eufemiano cuando aprovechando que era jueves, que la Encarna y la Dorotea tenían la tarde libre y que los jueves ya se sabe lo que tenía que pasar, que aprovechó que Doña Rosa María estaba trajinando en la cocina para que, acercándose por detrás, en plan violador, le subió la estrecha falda, le bajó todo lo que encontró entre medias y nunca mejor dicho, y encima de la mesa de la cocina consumó el acto matrimonial. Nada ni nadie fue capaz e detenerlo, ni siquiera los gritos de Doña Rosa María que se estaba clavando una tabla de quesos en la rabadilla y que en vista de que su solicitud que se quitara de encima no surtía el menor efecto, decidió, como siempre, empezar a jadear, a pedir mas, mucho mas, mientras que con el rabillo del ojo vigilaba un redondo de ternera que tenía al fuego en la seguridad que le sobraría tiempo para acabar con este ataque por sorpresa de Don Eufemiano y hasta le dio tiempo para darse cuenta que había que pintar el techo de la cocina antes del verano porque se estaba desconchando.
Fruto de esta relación Doña Rosa María se quedó embarazada y a los nueve meses tuvo a su segunda hija, Loli, para desgracia de la primera que dejó de ser la heredera universal. Don Eufemiano, al que el segundo embarazo le había dejado una profunda huella, viajaba todos los lunes y todos los jueves a Madrid porque según él, le habían nombrado secretario de la Federación de Municipios, pero según vox populi, el futuro padre no salía de la provincia de Zamora y se retiraba con su amigo Fermìn Perez de Toledo a una finca que tenía próxima y allí se dedicaban a conspirar contra el Alcalde acompañados de manera sistemática por dos petits putitas que les suministraba generosamente Doña Manolita con la condición que volvieran a casa no mas tarde de las doce para no levantar sospechas. Ellas encantadas porque obtenían pingues beneficios y ellos felices y encima en el caso de Don Eufemiano, nunca estaba ni los lunes ni los jueves en casa con lo que no tenía que cumplir.
El día que nació nació Loli, un siete de Marzo, Pepi supo que su reinado se había terminado y se volvió una niña insoportable, que prácticamente no salía de su cuarto y se pasaba el día molestando, sobre todo a su padre, poniendo a todo volumen la música de “Los Pecos” cuando sabía que a él lo que le gustaba de verdad eran los cuplés y sobre todo aquel de Sara Montiel que decía “fumando espero al hombre que yo quiero”
SE ME OLVIDABA QUE TENGO QUE HACER UNA PAUSA
Es lógico que se me olvide porque ya no estoy en el Ambulatorio y por lo tanto no pasa por delante Pepi, pero casi mejor porque así me invento lo que quiero sin interferencias, pero al Ambulatorio, igual que al Rocío, antes o después tengo que volver y ya me fijaré si continúa por allí. Seguro que si.
VOLVAMOS A LO NUESTRO
Pepi cada día mas grande y cada día mas insoportable. La adolescencia la iba pasando malamente y cuando cumplió los quince en vista que la situación no había cambiado nada, los padres, aconsejados por un psicólogo argentino, de donde iba a ser si no, decidieron con gran dolor de su corazón que lo mejor para su educación era enviarla interna al Colegio de las Mercedarias en La Bañeza. El día que sus padres se lo comunicaron fue el día de San Leonardo, fiesta local y fue como consecuencia que les hizo la Directora de las Jesuitinas, Sor Rosa de Lima, quien les comunicó que su “niñita” tenía que repetir curso porque no se había esforzado nada. Pepi se lo tomó como se tomaba todo en aquella época, no me queréis , me echáis de casa, mejor para mi así no tendré que veros y mil cosas mas propias de su monumental enfado.
Aprobó todo el curso en la Bañeza y decidió que quería estudiar Enfermería y el mejor sitio, era Santiago de Compostela. Don Eufemiano le entendió perfectamente y aunque era un importante sacrificio para su deficiente economía, que le iba a hacer, Si la niña quería Santiago, no había mas remedio. Doña Rosa María continuaba con sus oraciones porque era despegarse un poco mas de la familia y aquello no podía terminar bien.
Don Eufemiano habló con el Sr. Freire que era Delegado de Cultura del Ayuntamiento de Santiago y con el que le unían unos profundos lazos de amistad de cuando ambos preparaban oposiciones en Madrid. Después de varias conversaciones telefónicas llegaron a la conclusión que lo mejor sería que Pepi pasase el primer año en un colegio mayor y a partir del segundo viviría en un piso con algunas amigas, bajo la supervisión de Doña Fina, la mujer del Delegado.
Pepi llegó en Octubre, el cielo parecía haberse enemistado con el Apostol y las gotas de lluvia deambulaban por todos los recodos de las estrechas rúas y el ambiente del que tanto le habían hablado brillaba por su ausencia. Pepi
no se hablaba con nadie hasta que una mañana la Directora la llamó a su despacho y la obligó a ir al Hospital
- Me parece bien que el clima no acompañe, pero así no podemos seguir o el Hospital o te vas a tu casa, pero para estar en la cama no es necesario que estés en Santiago ¡tú decides!
Total que Pepi se armó de valor y apareció en el Hospital donde conoció a Rosiña, hija de un farmacéutico de Tuy y repetidora de primer año. Estaban sentadas en el último banco de la clase y la gallega rompió el hielo:
- Oye – le dio un pequeño codazo mientras se dirigía a ella con un marcado acento gallego - ¿tú eres nueva?
- Si – contestó la zamorana
- Anima esa cara mujeriña que tampoco es para ponerse así
- Perdona pero llevo una semana en Santiago y es la primera vez que salgo a la calle.
- No te preocupes – Rosiña le dio otro golpecito en la rodilla derecha – eso le pasa a mucha gente los primeros días, pero luego se les pasa. Ya sabes que hay un dicho popular que dice que en Santiago se entra llorando y se va uno llorando
- Espero que sea así porque si no, estoy apañada
Pepi miró al resto de sus compañeras que atendían las explicaciones de un joven profesor. Eran un total de treinta y cinco y la mayoría parecían bastante mas mayores que ella. Estaban todas muy atentas a las explicaciones de un joven de barba arreglada, pelo muy bien peinado, que miraba timidamente a las nuevas alumnas y parecía querer esconderse detrás de un traje gris marengo.
- ¿Quién es? – preguntó Pepi
- Es el profesor de Fisiología, hijo del catedrático de Anatomía. Es Manuel Figueirido, pero todo el mundo le llama Lolo. Ahí donde lo ves que parece una mosquita muerta, creo que es un mujeriego de padre y muy señor mío y según dicen las malas lenguas si un día te invita a dar un paseo por La Herradura es con la única idea de meterte mano sea como sea y siempre en un banco situado a un metro de la estatua de Rosalía de Castro.
- Que cara mas dura – Pepi no le perdía de vista y en una de las explicaciones anatómicas sus miradas se cruzaron y aunque él desvió la vista rápidamente, en aquella décima de segundo parecía como si Cupido se hubiera cruzado en sus caminos – Por cierto ¿que es La Herradura ?
Rosiña, con la intuición propia de cualquier mujer, se dio cuenta de la miradita y mirando para el techo exclamó
- Ay filliña, tú serás de las que entraste llorando y saldrás llorando, ya lo verás
La premonición de su única amiga en Santiago se cumplió antes de lo que pensaba y como a los tres días Pepi ya había recibido una tarjeta de visita invitándola a salir el sábado a las seis de la tarde, firmado Lolo. La cita era en El Derby un bar antiguo y clásico ubicado en el casco antiguo, aunque un poco alejado de la Catedral. En esa nota la invitaba a salir y la aconsejaba que fuera con botas porque daría un paseo por La Herradura y ese día con impaciencia. Firmado Lolo Figueirido.
Al leer la nota Pepi se ruborizó en la oscuridad de su habitación y se palpó sus pechos firmes como preparándose para la función que se avecinaba.
Y tú, lector inteligente ¿crees que le metería mano bajo la estatua de Rosalía de Castro en lo mas recóndito del amplio paseo de la Herradura bajo la tenue luz de la luna y protegidos por un paraguas? Yo pienso como tú, para que nos vamos a engañar, seguro que si y desde entonces Pepi sentía la necesidad de alguien, lo de menos es quien, que le acariciase sus pechos y aunque nunca se había acostado con ningún hombre, se imaginaba que eso de hacer el amor era como lo que habían hecho Lolo y ella debajo de la estatua de la poetisa gallega, pero en la cama y casados. No podía imaginar un placer mayor.
Poco antes de terminar la carrera y después de muchos fines de semana en que ella y su pretendiente pasaban muchas horas sentados ¿te acuerdas donde? Muy bien, ya veo que lees con atención, efectivamente sentados debajo de la estatua de Rosalía de Castro, Lolo paseaba ambas manos por el pecho desmelenado de nuestra Pepi, cuando en un alarde de osadía digno del mas infame de los sinvergüenzas, intentó cambiar de dirección una de sus manos y la deslizó suavemente hacia abajo, primero por debajo de la falda e intentándolo mas dentro todavía. Cuando estaba a punto de conseguirlo, Pepi, nuestra Pepi, la Pepi de Zamora y de España entera, se deshizo del abrazo y herida en lo mas profundo, le espetó con firmeza:
- Lolo, para eso nos tenemos que casar
Y ahí empezaron los males de nuestra Pepi, terminó la carrera, se fue de Santiago llorando, no quiso volver a su Zamora natal y se vino para la capital, primero haciendo suplencias en un Ambulatorio, luego como Enfermera en una Residencia Sanitaria de la Seguridad Social y finalmente Jefa de Enfermeras del Ambulatorio de Majadahonda donde tenía la difícil tarea de gobernar nada menos que a seis Enfermeras de tropa y todo esto sin conocer varón.
¡Que pena! si llega a conocer su trayectoria en la vida seguro que Lolo hubiera llegado bastante mas lejos en sus recorridos por el cuerpo de nuestra Pepi y ahora sería la mujer de Don Manuel Figueirido, pero lo primero es lo primero y como se dice vulgarmente “ mas vale honra sin barcos que barcos sin honra”
Y bien querido lector, si es que hay alguno, esta historia toca a su fin. Podía, por qué no, seguir inventándome situaciones vividas por la protagonista pero todas terminarían con un “Lolo, para eso nos tenemos que casar”
En fin, espero que si algún día estás sentado en alguna sala de espera, no digas que no porque antes o después lo estarás y veas pasar a una enfermera así como de media edad, con cara de pocos amigos y pinta de Jefa no se te ocurra decir “Lolo nos tenemos que casar” porque yo hice una vez la prueba y casi me cuesta un disgusto, posiblemente porque se lo dije a alguna de las muchas Pepis que pululan por la Seguridad Social
Y colorin colorado este cuento se ha acabado.