domingo, 22 de diciembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULOS 15 Y 16

 Queridos blogueros/as: Esta vez y sin ninguna razón aparente, al menos que yo sepa, acabo de decidir que hoy os mando dos capítulos. Posiblemente porque estamos en época de excesos en casi todo, comer, juergas, beber etc...etc me he decidido por mandaros algo un poco mas largo de lo habitual, pero no os acostumbréis porque como os he dicho últimamente muchas veces, escribo muy poco y se me acabaría mi producción en menos que canta un gallo.
También quiero comentaros que juraría que hace uno o dos días metí el capítulo 15, pero no se si fue porque venía de la típica cena de empresa o porqué, el caso es que no lo encuentro por ningún lado y por eso lo publico otra vez. Como ya sabéis mis conocimientos informáticos siguen como siempre, o sea que si lo encontráis hacer como si fuera un perro abandonado, le miráis el collar y me decís donde lo habéis visto
Bueno que muchísimas felicidades, que paséis unas fiestas como nunca, que espíritu navideño se quede en vuestras casas para siempre y que ya que hoy es el día de la salud, porque la lotería toca pero muy poco, que no la perdáis.
Un abrazo para todos y aplicaros a la tarea porque a lo tonto hoy tenéis lectura para rato
Tino Belas


CAPITULO 15.-
Mientras tanto en la carreta D. José Luis trataba de poner orden en una discusión que  se había organizado entre Ana y Begoña, sus dos hijas pequeñas.
-  Ya está bien, Ana. Ten un poco de paciencia y no grites, que me habéis despertado de la siesta - el Médico de toda la vida de Medina del Campo y por el que había pasado más de la mitad de la población, se removió incómodo en el fondo del carromato. Su pelo, moreno y habitualmente bien peinado, se encontraba sobre su frente como si no hubiera pegado ojo en toda la tarde cuando sus hijas habían sido testigos involuntarios de la gran siesta aderezada con armónicos ronquidos de su padre que ahora se afanaba en negar. Las mangas de la camisa remangadas y los pantalones desabrochados le daban un aspecto completamente diferente a lo habitual y por ello era objeto de las bromas de sus dos hijas que lo miraban como si de una aparición se tratase.
-  ¿Tú has visto la pinta que tienes? – Ana se acercó a su padre y con los dedos de la mano derecha trató de peinar algo a su padre sin resultado alguno porque a los pocos segundos la cabellera volvía a su lugar original. - ¿No te has traído el fijador? Espera un momento que voy a mirar si en la bolsa de Mamá tiene algo.
-  Ana, déjame tranquilo que lo único que quiero es dormir. Luego, si quieres me peinas o haces conmigo lo que quieras, pero ahora déjame que estoy muerto. – D. José Luis se dio media vuelta y los sonidos volvieron a hacer su aparición como queriendo unirse a los silbidos de los jinetes que revoloteaban por doquier.
-  Menudo cabreo que ha pillado – Begoña se quedó mirando a su hermana sin quitarle ojo de encima. Sus facciones demostraban claramente una insuficiente maduración en el seno de su madre, los ojos eran pequeños, con los párpados casi unidos entre sí, la nariz aguileña, unas gafas de concha y el pelo moreno y corto denotaban un Síndrome de Down que no se reflejaba en el grado de inteligencia que podría considerarse como normal. La lengua era grande y parecía querer hacerse sitio por fuera de unos labios gruesos, mientras que las manos eran mínimas y poco expresivas. Unas cuantas cartas se agrupaban en ellas, sin orden ni concierto, mientras buscaba en los repliegues de su falda un as de corazones que, según ella, lo tenía y se le habría caído sin darse cuenta. Sus compañeros de partida, aparte de Ana su hermana, eran Felipe , el hijo del boticario y Andrés que, aunque nacido en el pueblo, vivía en Arenas de San Pedro donde su padre era Abogado de la Comunidad de Regantes y que todos los años, por estas fechas venía a Medina a pasar las fiestas con su íntimo amigo Felipe con quien, a pesar de las distancias mantenía una estrecha amistad y raro que en dos o tres meses no se vieran y pasaran unos días en casa de uno u otro.
La paciencia del los tres era infinita pero habían llegado a un punto que ya no aguantaban más y era Ana la que más gritaba aunque Felipe y Andrés no le iban a la zaga.
-  ¡ Mira Begoñita, o tiras una carta o yo me voy porque llevamos media hora esperando y así no hay quien juegue una partida!
-  Espera un momento Andrés – Begoña continuaba con la intensa búsqueda – que como encuentre el as os vais a enterar.
Felipe y Ana se miraron por encima de las cartas y el pié de él avanzó por debajo del estrecho tablero hasta tocar la espinilla de ella que no tuvo ningún recato en no retirarla y así transcurrieron unos segundos en que las miradas se alternaban con los roces y los sentimientos se exacerbaban contribuyendo los diecisiete años de él y los quince de ella.
Los días anteriores ya habían sido como el inicio de una carrera hacia el estado de bienestar del que ambos disfrutaban sin el consentimiento de nadie y navegando por un terreno resbaladizo entre los consentimientos, las intenciones, las intuiciones, los deseos y las prohibiciones de la época. Habían sido encuentros casuales, por supuesto siempre acompañados de alguien, pero suficientes como para crear un clima de mutuo entendimiento que se iba aumentando con el paso de los días. Al principio fue como una leve brisa que pareció provocar un pequeño escalofrío en Ana y algo de vergüenza en Felipe ; al fin y al cabo se conocían desde muy pequeños y siempre habían sido compañeros de juegos sin la menor insinuación. Sin embargo, el día de la gallinita ciega en casa de Guadalupe, la hija de D. Juan, el Maestro todo había sido diferente. Parecía como si de un imán se tratase y tanto él como ella se encaminaban siempre hacia el otro hasta tal punto que la propia hermana de Ana, Begoña se quejaba diciendo que para que jugaran ellos solos para eso no hacía falta que estuvieran los demás. Felipe se reía  dejando entrever unos dientes sanos y Ana no parecía darle mayor importancia.                                                                   Sin embargo, esa noche, cosa rara porque nunca se despertaba, se despertó y se tuvo que levantar a beber un vaso de agua. La cabeza le daba como vueltas pero no era mareo ni mucho menos, era una sensación como de estar flotando, pero no desagradable, aunque tampoco era maravillosa sino era algo nuevo, diferente que la mantenía en tensión, pero tampoco nada preocupante. Eso sí, era una sensación completamente nueva y que nunca, hasta ahora la había tenido.
-  Ana ¿qué haces? – Doña María se había levantado extrañada al oír ruidos en la cocina lo que no era nada frecuente porque en esa casa, afortunadamente todos dormían como lirones - ¿no tienes sueño?
-  Mamá – Ana se volvió – vaya susto que me has pegado.
-  No te asustes hija que soy yo. He oído como pasos desde mi habitación y por eso me he levantado.
-  Lo siento pero llevo una hora intentando dormir y como no podía me he levantado a beber un poco de agua pero enseguida me acuesto otra vez, no te preocupes.
-  No, si la que te tienes que preocupar eres tú no yo, pero vamos tampoco te tienes que preocupar demasiado por que eso que estás notando es natural que te pase – Doña María se colocó detrás de la cuarta de sus hijas y acariciándola la atrajo hacia si – eso que te pasa se llama atracción, ganas de disfrutar de las cosas con alguien, flechazo y no sé cuantas cosas más y en el fondo no es más que los quince años que ya te están empezando a pasar factura y comienzas, como hemos hecho todos a tu edad, a tener ganas de que alguien esté pendiente de ti, a apreciar a la gente que te rodea, a que te miren con admiración y a un montón de pequeños detalles que son de lo más insignificantes pero que todos juntos llenaran tu vida y eso no es para preocuparse sino para disfrutarlo. ¿Quién es el afortunado? ¿lo conozco yo?
Ana se volvió hacia su madre y con el cansancio reflejado en sus pequeños ojos , trató de ordenar las ideas que se paseaban por su cerebro y haciendo un esfuerzo consiguió intuir algo
-  Mamá, no se si te lo vas a creer pero no tengo ni idea lo que me pasa y tampoco, por lo menos que yo sepa, he conocido a nadie que sea mi príncipe azul.
-  ¿Seguro?. Mira Ana, - Doña María se sentó en una de las sillas de la cocina y con un gesto la invitó a sentarse – no busques príncipes azules, ni situaciones extraordinarias porque es posible que no las encuentres. Mira cerca de ti, en tus amigos de siempre, en todos esos con los que sales todos los fines de semana, con los que vas al cine o a dar vueltas por la plaza. Ahí es donde tienes que mirar. – Doña María miró a su hija con expresión bondadosa y continuó – Es natural que a tu edad estés pensando que te vas a enamorar de alguien famoso o muy conocido y lo lógico es que ese alguien sea un cualquiera pero que a ti te llenará la vida y eso es lo más importante.
-  ¿Tú has sentido algo igual? No me lo creo. -Ana se quedó mirando el vaso de agua como si fuera una bola de cristal tratando de ver su futuro.
-  Pues claro, hija, o es que te piensas que yo no he tenido tu edad.
-  Ya, pero eran otros tiempos.
-  Claro que eran otros tiempos y bien que lo siento, porque me gustaría que fueran ahora, señal que tendría tus años, pero la vida es como es y no se puede cambiar y eso que digo yo siempre de que el tiempo se pasa sin darte cuenta, es una verdad como la copa de un pino y si no te lo crees pregúntale a tu padre porque precisamente ayer estuvimos hablando de estos temas y de cómo estabais creciendo.
Ana se bebió de un sorbo el vaso de agua y continuó con sus preguntas, sin ningún tipo de precaución
-  ¿Pero tú has notado lo que yo te digo con alguien que no fuera Papá?
La madre de Ana, Doña María Ferrandez, con sus cuarenta y pico de años vividos de los cuales casi treinta lo habían sido en compañía de su marido, no pudo por menos de sonreir recordando idénticas conversaciones con su madre. Afortunadamente la historia se repite y si que es cierto que cambian los actores, pero en el fondo, todo es lo mismo.
-  Hija mía, lo que te voy a decir suena a antiguo y como a novela de Corin Tellado, pero es la pura verdad. Desde el mismo día que vi a tu padre la vida cambió para mí y desde entonces todavía sigue siendo diferente. No se como explicarte, pero tienes otra ilusión, las pequeñas cosas se valoran más y luego, poco a poco, la convivencia te va haciendo muy parecidos y al final eres tú, pero tienes muchas cosas de tu pareja. No se si lo entiendes, pero es así.
-  Bueno – Ana se estiró todo lo grande que era – no es que no lo entienda  pero lo que yo digo es distinto, porque no es que tengas un novio ni nada por el estilo si no que hay un chico que te gusta y nada más.
-  ¿Me puedes decir de una vez quien es?
-  Bueno, no sé, porque tampoco hay nada entre nosotros, pero me cae muy bien y cuando estamos todos en la plaza procuro ponerme cerca y yo creo que él hace igual  ¿quieres que te diga quien es? ¿de verdad? pero me tienes que prometer que no se lo dices a nadie, pero a nadie, nadie ¿vale?
Doña María hizo una cruz con dos dedos y los besó como hacían cuando eran jóvenes
-  Por estas que no se lo digo a nadie. ¿Quien es?
-  Pues es Felipe, el hijo de D. Juan el de la Farmacia de la plaza, ¿sabes quien te digo?
-  Ana, tú pareces tonta ¿como no voy a saber quien me dices si está en casa cada dos por tres? Me parece muy buen chico y ojalá sea el hombre de tu vida, pero a tus años lo que tienes que hacer es divertirte y pasártelo lo mejor posible. Está bien que alguno te guste más que otros, pero solo quiero decirte que siempre procures mantener a tus amigos, tengas un noviete o no, porque como dijo algún filósofo, el que tiene un amigo tiene un tesoro. Eso no lo olvides nunca.
-  Entonces soy rica – Ana se dio una vuelta por la cocina – porque yo no tengo un tesoro si no que por lo menos tengo diez o doce. Fijate, solo de la pandilla somos nueve que vamos juntos a todas partes y eso que no cuento a todos los que se adosan los fines de semana. Si no seríamos un montón.
-  Si, Ana , ya se que sois muchos, pero de verdad, de verdad, ¿cuántos son amigos? Tú piensa que no es decir soy amiga de fulanita o de menganito y ya está . No, no es eso, si fuera así todos tendríamos miles de amigos. No, yo lo que digo es alguien a quien puedas acudir con un problema, que te comprenda, que esté a tu lado en los momentos malos y que aunque no diga nada sabes que está ahí Eso es un amigo.
-  Jo, Mamá, si lo pones tan difícil me quedo sin ninguno, aunque yo creo que Mónica y Patricia si serían así y Felipe ¿es mi amigo o es algo más? ¿tú que crees?
-  Hombre, por lo que cuentas es algo más, pero todas esas cosas no aparecen así como así, no. Se empieza poco a poco y se va creando una relación que suele ser muy bonita.
-  Oye y tú que das tantos consejos ¿tú tienes algún amigo íntimo?
Doña María adoptó una postura seria y con un gesto de contrariedad contestó:
-  No, yo no y eso es un fallo que tuvimos tu padre y yo, porque desde que empezamos a salir, y yo no era mucho mas mayor que tú, nos distanciamos de la gente y siempre  estábamos solos. Eso, a la larga, se ha demostrado que ha sido fenomenal para nuestra relación como pareja,  pero nefasto para lo demás y eso es lo único que le puedo echar en cara a tu padre. Siempre se ha dedicado a sus pacientes y a su familia y como yo iba detrás, pues igual y aunque conocemos mucha gente y entramos y salimos, si ahora mismo tuviéramos un problema gordo, no se a quien se lo contaría. No lo sé. Yo creo que a nadie.            
-  Bueno, ¿pues sabes una cosa? – Ana dejó el vaso de agua en el fregadero – que me voy a dormir que por hoy ya está bien de rollos – Le dio un beso en la mejilla a su madre y se metió en la cama porque al día siguiente tenía clase en el instituto y como siguiera de cháchara no la levantaban ni con una grúa.
Todos estos recuerdos se almacenaban en su cerebro mientras los pies, por debajo de la mesa continuaban con sus insinuaciones y el carro parecía desvencijarse a cada accidente del camino.
El sol abrasaba todo lo que se pusiera al descubierto y en las caras de los participantes comenzaban a aparecer síntomas inequívocos de cansancio, sobre todo en aquellos de más edad;  Las arrugas se hacían más profundas y los párpados se iban cerrando casi a la par de las comisuras bucales que al descender aportaban un gesto de aburrimiento en muchos de los nacidos hacía más de media década.
En contraposición, los jóvenes aumentaban sus expresiones de alegría, sus caras reflejaban la felicidad de los pocos años y saltaban, bailaban y bebían al son de un dulzainero que acompañado de un pequeño tambor amenizaba las primeras  horas de la tarde y parecía un pequeño flautista de Amelín porque, como era tradición, al oir sus jotas castellanas y sus seguidillas vallisoletanas, los jóvenes que todavía no formaban parte de la comitiva, bajaban de los carros y se integraban en una larga fila que discurría entre la caravana. Algunos,  para mantener las costumbres, solicitaban algo de comida o de bebida que era gustosamente entregada por los de mayor edad que asomaban sus brazos desnudos por las traseras de los carromatos. En el caso que fuera un joven o una joven la que aportaba su condumio, la obligación era bajar, despedirse de sus antecesores con un “ustedes sigan bien” e ir a engordar la fila de los seguidores del dulzainero que, con paso lento y dubitativo se aproximaba a las inmediaciones del  cerro de San Torcuato.
Allí, cientos de vecinos se agolpaban en los laterales del camino para dar la bienvenida a los caminantes y con aros de flores creaban una especie de arco del triunfo por el que las carretas hacían su entrada en el recinto. Formando una especie de campamento gitano, con las carretas distribuidas al son que marcaba el Antonio, típico tonto del pueblo que con un pito en la mano las hacía circular hacía los rincones mas sombreados del alto, excepto a la del Alcalde que, como le caía mal, lo colocaba siempre en el medio de la explanada para que supiera lo que es sudar la gota gorda y encima le pedía propina porque para eso le reservaba el lugar de Honor. Don Tiburcio, el regidor municipal sonreía para sus adentros porque sabía que eso era cosa del Sebastián, el farolero que con ese castigo le hacía pagar las horas dedicadas a iluminar las calles del pueblo.
En fin, algún inconveniente tendría que tener el ser Alcalde, porque si no todo eran parabienes, abrazos, adulaciones y un montón de cosas más producto de la autoridad concedida por el poder que dan los votos.
Para D. Tiburcio, naturalmente que el derecho de pernada entraba dentro de sus atribuciones y así muchas de las chicas del pueblo habían concedido al Edil sus favores con la idea de conseguir a continuación una plaza fija en el Ayuntamiento a lo que la autoridad siempre contestaba que lo primero era lo primero y las recomendaciones le parecían un acto poco ético, aunque, bien es verdad, que al cuarto o quinto favor el concepto ético iba variando y así la Casa Consistorial estaba abarrotada de personal femenino que desafiaba las leyes del País en lo que se refiere a cuotas de participación de la mujer en la vida pública.


CAPITULO 16.-

La carretas terminaron su rápido peregrinar por entre los pinos que llenaban el alto y un ruido de voces iba creciendo. Voces que reclamaban los pantalones, niños que despertaban a sus padres, movimiento incesante de material para la cena, chocar de sillas y mesas que se preparaban para la larga noche que se adivinaba, cacerolas que, con los restos de las viandas, se alineaban a lo largo de los carruajes como esperando su oportunidad para agradecer a sus dueños lo bien condimentadas que estaban  y sobre todo, manteles de cuadros por doquier que servían de apoyo en las comidas, tapetes en las sobremesas y barras de bar en la madrugada, finalizando a modo de colchón para albergar los dulces sueños de sus propietarios. Al igual que los manteles, las botas de vino corrían por el campo como si se hubieran provisto de gruesas patas y pasaban de mano en mano sin casi dar tiempo a que el vino peleón se aposentase sobre sus paredes y derramando el preciado elemento sobre las gargantas ávidas de los jóvenes y menos jóvenes que las solicitaban a voz en grito.
El dulzainero llegó y la alegría se desbordó. Los mayores se sumaban a la comitiva mezclándose con los demás y las parejas que bailaban al son de la Jota Castellana eran de lo más diversas; Paco, mancebo de la Farmacia jubilado y viudo de la tercera mujer, juntaba sus manos con Eloisa, la hija de D, Juan Alba el dueño de la única funeraria de tan solo dieciséis años de edad y le daba pellizcos en el trasero al hacer el paso de la respingona que suponía darle la espalda lo que el bueno de Paco aprovechaba para dejar deslizar sus manos ante la atónita mirada de la niña que no terminaba de creer lo que su piel estaba notando y que, al principio se dejaba hacer, pero que al tercer o cuarto pase, le decía con la mayor candidez de sus dieciséis años recién cumplidos ¿pero Paco porqué no le tocas el culo a una de tu edad? A lo que este contestaba que era mucho mejor la carne fresca que la de vaca insatisfecha y además toreada en múltiples cosos y aquello terminaba en que la Eloísa se cambiaba de pareja y el Paco brujuleaba por la fiesta hasta encontrar otra que le siguiese la juerga.
Jose Luis, el Médico, estaba ayudando a su mujer y desde lo alto del carro le pasaba el mobiliario, primero las sillas, después y con ayuda de unos sus yernos, la mesa para finalizar con dos perolas de callos con garbanzos que habían sido cocinados por Doña María para tan magno acontecimiento. Depositó cuidadosamente el recipiente en el suelo y levantando la tapa aspiró el intenso aroma y cortando un trozo de pan con la mano, lo introdujo en la olla y sacó un poco de su contenido saboreándolo con placer.
Eran ya media tarde y después de la siesta apetecía algo sólido y más para él que casi no había comido y todo por culpa de Adolfo, el hijo de la Trini, la de la Mercería, que tenía una gatroenteritis y le habían llamado dos veces durante la romería. A quien se le ocurre meter a un enano de dos años en este tinglado sabiendo que al salir de casa ya tenía casi treinta y ocho de fiebre pensó para sí, mientras la madre trataba de justificarse diciendo que no sabía que estaba enfermo porque el niño no dijo ni mu con tal de no perderse la excursión, que si lo llega a saber a buenas horas lo hubiera traído que se hubiera quedado con su suegra y así ella podría cantar y bailar. Pero, bueno, que le vamos a hacer, repetía la Trini, esto de la maternidad también tiene algunos inconvenientes, no todo van a ser satisfacciones y alegrías y eso que este niño nunca le había dado ningún problema y fijese si era bueno que usted nunca le había visto por la consulta, o sea que estaba más fuerte que un roble y perdone que le haya molestado en pleno camino pero ya nos estábamos empezando a preocupar porque la criatura está hecha un trapo y da mucha pena verlo, un niño que no para y ahora lo vemos encogido al fondo como si fuera un gato ¿qué tiene D. José Luis? ¿es grave?
-  No, yo creo que no. ¿Ha comido alguna cosa rara últimamente? – Preguntó el Galeno mientras le palpaba la tripa con  manos firmes de delicadas uñas cuidadosamente recortadas.
-  Yo creo que no, como no sean unos chorizos que hicimos ayer en la finca, pero que aunque no eran caseros, eran de total confianza, Fijese si eran de confianza que hasta Eulogio, que nunca come nada, se tomó uno en bocadillo y según él estaba buenísimo , o sea que tenían que estar de chuparse los dedos porque otra cosa no, pero mi Eulogio es de lo más tiquismiquis con la comida.
Eso puede venir de ahí, - D. Jose Luis se remangó la camisa mientras continuaba con su exhaustiva exploración – pero parecería más lógico que fuera algo como más comercial, no sé, alguna lata de algo o alguna cosa que estuviera mucho tiempo en la despensa
-  No – La Trini se acercó y liberó al niño de una camisita de colores aprovechando estos pequeños movimientos para alegrar al niño con unas carantoñas ¿quién es el niño más guapo de toda la caravana? Ajó mi bebé, el mas bonito de España, ¿quieres un poco de zumo de limón?
El niño quería colaborar en la alegría de la madre pero casi no tenía fuerzas ni para llorar y mucho menos para sonreir. La cabeza se le caía hacia los lados y los ojos se cerraban dejando una mínima hendidura por donde afloraban unas lágrimas de impotencia que bañaban toda su cara.
D. José Luis terminó su concienzudo trabajo y le extendió tres recetas para que le compraran en la farmacia un suero, un laxante y un calmante con lo que, seguro que el niño se quedaría más tranquilo. En todo caso y si las cosas no fueran a mejor él estaría alrededor de su carromato y solo tenían que avisarlo para que lo explorase nuevamente.
-  ¿Qué le debo, Doctor? – La Trini metió la mano en su pecho y rebuscando entre las grasas y el sujetador encontró un fajo de billetes que lo sacó todo doblado.
-  No me debes nada, mujer, ¿cómo te voy a cobrar si vamos en la misma romería? Solo faltaba. Un día que vengas a mi consulta en Medina hacemos cuentas y ya está ¿de acuerdo?
La Trini sabía de la bondad de D. José Luis, pero aunque lo había oído en el pueblo, nunca había tenido la oportunidad de experimentarlo en su propia carne. Menuda diferencia con D. José, el que le tocaba a ella de cupo. Vamos, que si le llamas, menos de doscientas pesetas no te cobra nunca y encima protestando. La ambilidad de este Señor la había conmovido y había algo en su forma de mirar y en la manera de comportarse que la atraía poderosamente. Era un hombre alto, de importante nariz que le ocupaba casi la mitad de la cara, labios finos, dientes blancos y bien alineados, cuello firme y aun en ropa de campo, se le notaba una cierta distinción. El gesto era bondadoso y te hacía partícipe de sus pensamientos y así se despidió con un no se preocupe que no parece que sea nada, pero habrá que esperar a ver la evolución. De momento que no se enfríe y que solo beba leche o zumo, pero nada sólido ¿de acuerdo? Si hay alguna novedad me avisa que para eso estamos. Hasta pronto.
La Trini lo vio alejarse en su caballo y al poco volvió a la cabecera de su pequeño, que se encontraba completamente dormido. Le subió un poco una sabana que hacía las veces de manta y se sentó a su vera. Daba pequeños golpes en la cuna mientras pensaba lo difícil que había sido la gestación de su hijo y la de disgustos que había tenido con Eulogio por algo tan simple y a la vez tan complejo como tener hijos. El quería a toda costa porque era muy niñero y ella, algo mas reacia porque sabía que su vida cambiaría con su nacimiento y prefería esperar unos años. El lo achacaba a eso y, al principio no le daba mayor importancia alegando que para quedarse embarazada no solo había que intentarlo sino que, además, había que ponerle interés. La Trini le explicó de todas las maneras posibles que ella no tenía especial interés en un embarazo, pero que tampoco hacía nada para evitarlo, prefería que no, pero si se quedaba, tampoco se caería el mundo. El insistía y fueron pasando los meses y los años sin el fruto apetecido y la relación se fue deteriorando, sin que hubiera roces frecuentes, pero algo latía en el ambiente. Los hijos no llegaban y Eulogio los quería y hasta ella también, pero no venían. El Médico del pueblo les aconsejó determinadas fechas para intentarlo coincidiendo con épocas teóricas de mayor fertilidad, pero nada. Un día Eulogio oyó por la radio que en Barcelona había un Médico que se dedicaba única y exclusivamente a estos temas y ni corto ni perezoso se puso en contacto con un primo suyo taxista en la Ciudad Condal y sin contar con La Trini organizaron una entrevista.
Como Eulogio no estaba seguro que Trini quisiera ser vista por un Ginecólogo, no se atrevió a decirle el motivo de esa súbita excursión y se inventó un sin fin de excusas : que si ya estaba bien de no salir del pueblo, que si nos íbamos a atocinar metidos allí sin salir, que si había que ver el mar, que si tenía que ver una maquinaria para su taller y mil historias parecidas.
Así que Trini se embarcó en esta aventura convencida que era una simple excursión a Barcelona y agradecida a su Eulogio por el detalle.


sábado, 14 de diciembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 14

 Queridos blogueros/as: Gracias a Dios parece que los problemas que hemos tenido ultimamente se van solucionando, unos bien la mayoría y otro mal, pero así es la vida. Lo último ha sido la operación de nuestra hija Teresa que ha pasado a ser de la tribu de "los sin vesícula". La operación fue muy bien, eso de la cirugía endoscópica parece un milagro y es una pena no haber grabado todo porque se ve mucho mejor que si fuera una cirugía abriendo la tripa, que es como se hacía en mis tiempos, pero ya lo decía aquella zarzuela: Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.
Continuamos con una romería que me inventé hace tiempo y me debió pillar en una época como muy fina porque ahora me las imagino como mucho mas bestias, pero en fin, para no haber estado en ninguna, no ha quedado especialmente mal. 
Para que sepáis con quien os estáis jugando los cuartos, os diré que ahora estoy escribiendo el capítulo 61, o sea, que os queda mili como para parar un tren
Como siempre, espero que os guste y paséis un rato agradable sin pensar en los catalanes ni cosas por el estilo
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 14.-
                                                                                                                                         Las carretas vistosamente engalanadas se acercaban lentamente hasta la ermita de la Patrona de la ciudad situada en un montículo a pocos kilómetros del centro rodeadas de polvo, algarabía, diversión, juventud y juerga desbordante de los jóvenes y menos jóvenes provenientes de la ciudad y alrededores.
Las fiestas de Medina del Campo desde hacía casi cuatro siglos finalizaban con la Romería a la ermita del Patrón de la Villa y Corte que lo fue en la época de los Reyes Católicos. Tradicionalmente las carretas pasaban de padres a hijos y las familias que se preciasen y algunas que no se deberían de apreciar tanto, invertían tiempo y dinero en hacer resaltar tanto el caballo como a la carreta para obtener el preciado galardón de “Carreta del Año”  premio que otorgaba el Ayuntamiento y que se luciría durante los doce meses con la exposición de la carreta en el patio del edifico Consistorial y la placa conmemorativa correspondiente.
Las carrozas avanzaban parsimoniosamente, como queriendo mostrar su estructura en la interminable llanura castellana y en su interior las familias y amigos disfrutaban de exquisitos manjares preparados con esmero. Los hombres con ropas de labrador y un pañuelo azul al hombro y las mujeres con amplios sombreros de paja y las faldas largas hasta casi los tobillos completaban un típico cuadro pastoril que se repetía todos los años en la última semana de Septiembre calificada por todos como la Semana Grande, aunque las corridas, concursos literarios, exposiciones pictóricas y hasta las fiestas en el Casino comenzaban allá por el mes de Junio.
Los jefes de las familias iban delante, jaleando a los caballos y buscando la rodera más adecuada del camino para evitar que los que viajaban en el interior tuvieran excesivos tumbos. Para ello iban provistos de unas varas largas, que ondeaban al aire con demasiada frecuencia, gargantas bien afiladas para soportar la tensión del momento y recias botas camperas que facilitaban el camino hasta la ermita.
La comitiva estaba compuesta por veintinueve carretas numeradas correlativamente y ordenadas según un sorteo efectuado en el Ayuntamiento. La primera y fuera de concurso era la del Señor Alcalde que abría el desfile y la última, también fuera de concurso, la de la familia del Damián, eterno enterrador que parecía que no iba a morirse nunca y que a sus noventa y un años azuzaba a su caballo con la misma fuerza que un chaval de veinte. La correspondiente al Dr. Segura Parrondo y familia llevaba marcado en un lateral el número diez y así los que en ella peregrinaban estaban convencidos que este año el premio era para ellos. La madera pintada de verde, el toldo a rayas verdes y blancas y el caballo con las crines pintadas con la bandera de España, le daban un aspecto andaluz a toda la cuadrilla aumentado por los sombreros andaluces de las dos hijas mayores de D. José Luis el Médico que, sentadas en el alto pescante manejaban con destreza las riendas de Ligerito, el caballo del doctor que por el tiempo trascurrido y los servicios prestados, parecía ya como uno más de la familia.
Matilde y Sonsoles, las dos hijas mayores disfrutaban del paisaje y miraban, con la alegría  reflejada en sus rostros morenos, como la ermita se iba aproximando como si quisiera acortar el camino entre ambos. Sus maridos, Prudencio y Genaro, trotaban por los alrededores en sendas jacas y cada poco se acercaban y repartían parabienes a sus esposas.
En el interior de la enorme carreta, Doña María Ferrandez presidía la larga mesa, hecha con tablones y hasta arriba de restos de comida y bebidas, mientras sus dos hijas pequeñas Ana y Begoña jugaban al tute subastado en compañía de dos amigos que se habían sumado a la sobremesa.
El calor era sofocante, las gotas de sudor discurrían por numerosos canalillos, las mentes se iban progresivamente embotando y los efectos del alcohol agredían directamente a muchos de los romeros lo que hacía que las madres extremaran sus cuidados y no perdieran de vista a sus hijas casaderas.
En el interior de la carreta de D. José Luis Segura el calor y el polvo del camino se hacía insoportable y un botijo convenientemente cargado de agua fresca pasaba de mano en mano aliviando en lo posible la sequedad de las gargantas.
Al fondo, como si hubiera sufrido un vahído, Doña María se aferraba a unos cojines de vistosos colores que se encontraban apoyados a las maderas de los bancos laterales que hacían las veces de asientos y trataba de mantener la vertical. Las irregularidades del camino se iban haciendo cada vez mas manifiestas y los tumbos marcaban la imposibilidad de tener una sobremesa relajada. La frente era como una fuente de sudor a pesar del abanico de toreros en plena faena que danzaba por el carromato; sus labios resoplaban y emitían una especie de gruñidos que mas parecían ronquidos que signos de impaciencia por arribar lo antes posible. Aquello era insoportable y se repetía la misma historia de todos los años. Menos mal que no se acordaba de uno para otro, pero siempre el final era similar: el año que viene no vengo porque esto es una fiesta de gente joven y una ya no está en edad de soportar este trasiego. Para los jóvenes, muy bien, se ríen, bailan y se divierten, pero para mí esto es demasiado. Este año porque lo hago por Begoña, pero es el último que vengo. ¡Que horror, que calor!
El toldo de la carreta iba bajado e impedía ver al resto de la comitiva; la mayoría iban tumbados disfrutando de una bien merecida siesta y algunos ronquidos se escuchaban en la lejanía. Los niños correteaban alrededor de los carros y las voces de las madres los devolvían al redil : Paco, coñe, deja de empujar a Felipe y no molestes que estoy durmiendo la siesta, Julianín, como te voy a decir que te pongas la gorra, luego coges una insolación y que pasa ¿eh?. Como te vuelva a ver jugando a la pelota cerca de las ruedas del carro te juro por lo más sagrado que te meto en la carroza y no sales hasta que lleguemos de vuelta a casa, jodío niño, me estás dando la romería, mejor estarías en casa con la abuela. Los jóvenes eran los únicos que, a lomos de briosos corceles, pasaban de carreta en carreta tratando de encontrar a alguien o algo que les hiciera olvidar todo lo andado.
Con pantalones vaqueros, sin camisa y destilando sudor, se acercaban y pedían algo de beber. Su solicitud en la mayoría de los casos era atendida con prontitud y la moza que quería y en pago a su deferencia, se le permitía subirse a la grupa del caballo y dar una pequeña vuelta. Los brazos alrededor de sus cinturas parecían dar alas a los caballos y los jinetes, para demostrar sus habilidades, salían al galope dejando tras de sí la preocupación de los padres, las risas nerviosas de las nuevas amazonas y una gran cantidad de polvo que se sumaba al de las carretas.
Genaro, el yerno mayor de D. José Luis Segura, se acercó al galope, con una sonrisa de oreja a oreja, puso su caballo al ritmo cansino de la carreta familiar y guiñando un ojo se  ofreció a Matilde, su mujer para llevarla a dar una vuelta. Ella lo miraba con gesto de complicidad, le pasó las riendas a su hermana Sonsoles y apoyándose en el estribo, saltó a lomos de “Cabrerizo”, caballo de seis años conocido por ese nombre por haber nacido en tierras leonesas, allá en Cabrerizo de los Montes, de donde eran oriundos la familia de su marido. Era la primera vez en sus veintiocho años que le estaba permitido porque la disciplina en su casa era rígida y hasta que no estuviera casada su padre no la dejaba merodear por los alrededores a lomos de los caballos de los amigos. Me vas a decir a mí como son tus amigos ¿no ves que yo también fui joven? solía decir el Dr. Segura y por fín este año sería libre para ir con su Genaro a donde le viniera en gana. El viento le daba en la cara, el calor se hacía agobiante, sus manos se aferraban a la cintura de su jinete, el pecho se oprimía contra su espalda y una sensación de libertad les hacía apretarse más y más mientras la velocidad del caballo iba aumentando. Genaro experto en el arte ecuestre, gracias a los dieciséis años que vivió en el pueblo, enfiló la cabalgadura hacia un grupo de árboles que formaban un pequeño bosque distante unos cientos de metros del camino y al arrullo de las sombra hizo descender a su mujer y detrás de un chopo de considerables dimensiones se fundieron en un solo cuerpo con la misma pasión que la primera vez en la noche de bodas hacía ya siete meses.


sábado, 7 de diciembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 13

 Queridos blogueros/as: Como ya he visto que la Semana Santa no os trae muy buenos recuerdos, pasamos al capítulo 13 y parece que lo hubiera escrito casi a propósito para la ocasión porque os diré que este fin de semana la abuela y yo, que por si no habéis caído soy el abuelo, nos hemos quedado de canguros y tenemos a los mellizos de mi hija. La verdad es que con casi 5 años son bastante buenos, aunque siguen siendo unos enanos y uno ya no tiene la misma paciencia. La abuela si, pero a mi se me ha debido olvidar que hemos tenido cuatro hojas porque hacen lo mismo que los demás. 
Cualquier día escribiré una novela sobre los abuelos canguros que eso si que es un tema para escribir todo lo que se quiera.
En este capítulo comienzan las fiestas y espero que lo paséis bien.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 13.-

El Domingo de Resurrección era la fiesta por excelencia. En el espacio de tan pocas horas como las que van de un Domingo a otro, el cambio era espectacular. La mujeres cambiaban el luto tradicional por trajes de vistosos colores estrenados para tan señalada ocasión, mientras los hombres lucían su palmito con sus sombreros de ala ancha, sus trajes de doble abotonadura y los zapatos de dos colores  y la rejilla en el antepié. Los niños eran los verdaderos protagonistas y la permisividad de los padres era tomada al pié de la letra por los chavales que deambulaban por las calles con numerosos petardos en los bolsillos que hacían estallar al paso de las señoritas y a veces no tan señoritas, quienes mostraban su aparente disgusto repartiendo pequeños cachetes a los que se ponían a tiro. Los más atrevidos les tocaban el culo y ahí sí que los cachetes se convertían en auténticos tortazos que dejaban los dedos marcados en las caras de los que eran pillados “in fraganti”
Ana celebraba con sus padres la llegada del Resucitado y un helado de cucurucho de enormes dimensiones se abría camino entre su boca y los pliegues de su vestido de Domingo; las manos eran de un color entre fresa y  nata del helado y marrón de la tierra con la que había estado jugando en el parque y la cara era una prolongación del helado. Cuando la vio llegar Doña María se echó las manos a la cabeza:
-  Pero ¿donde te has metido? Criatura. ¿Has visto como te has puesto el traje nuevo?
-  Si, yo estaba en el parque y el tío Anselmo me ha convidado a helado ¿quieres un poco? Está buenísimo
-  Mira, Ana, vete a casa antes que te vea y le dices a la Encarni que te cambie, pero antes que te meta en el baño ¿de acuerdo?
-  Mamá, yo no quiero subir a casa. Hoy es el día de los niños y me castigáis y siempre me toca a mí porque Begoña está igual y no le habéis dicho nada.
-  Bueno, pero ya sabes que Begoña es distinta.
-  Si claro, siempre es distinta y los castigos para mí.
-  Bueno, Ana, tengamos la fiesta en paz – Doña María trataba de mantener la calma – no vamos a discutir, te subes a casa, te bañas y vuelves a bajar ¿estamos?
-  Si y mientras la niña esa se queda con Papá como si nada.
-  Ana – Doña María le limpió la cara con un pañuelo – te lo he explicado muchas veces y ya vas siendo mayor para entenderlo. Tu hermana es como es y no le puedes pedir cosas que no entiende, pero tú, sabes de sobra que no puedes mancharte como te manchas y por eso no es que yo te castigue, porque si así fuera te mandaría a casa y no volverías a bajar, si no que lo que quiero es que parezcas una señorita y no un golfillo de la calle. ¿Has visto la pinta de tu hija?
D. José Luis se acercaba con una sonrisa en los labios y un paquete en las manos. Se sentó en el banco y comenzó a desliarlo lentamente mientras trataba de imponer armonía
-  Mujer, no es para ponerse así, al fín y al cabo son niños y hoy es el día de su fiesta
-  Pero ¿la has mirado bien José Luis? Si da pena verla.
-  Ven aquí, Ana – el padre la rodeó con sus brazos y la estrechó contra su pecho no sin antes limpiarle las manos con un pañuelo – te portas como una niña pequeña y tu madre te tiene que regañar ¿porqué eres así de trasto? Eres la mejor de la casa y es una pena que los pequeños detalles sean los que te matan. Además que estoy pensando que ya no eres tan pequeña porque ¿cuántos años tienes?
Ana se quedó mirando a su padre con la admiración de siempre, era un padrazo y aunque alguna vez le caía una bronca, casi siempre era con razón
-  ¿No lo sabes?
-  No, lo siento pero no me acuerdo, aunque haciendo un poco de memoria tendrás, mas o menos, ¿trece?
-  ¡ Que va! Muchos menos. – Ana se separó de su padre y este la miró de arriba abajo sin dejar de tener una pícara sonrisa en su boca
-  ¿Doce?
-  Menos.
-  ¿ Diez?
-  Menos.
-  No se porqué me parece que esta señorita me está engañando – Jose Luis, el Médico de toda la vida de Medina del Campo la volvió a estrechar entre sus brazos y le dijo al oído - ¿tu sabes que los Médicos tenemos una forma infalible de saber la edad?
-  ¿Si? – Ana abrió sus ojos en un gesto de admiración - ¿de verdad?
-  Claro, solo tenemos que dar pequeños capones en los huesos de la cabeza y si estan duros es que tienes mas de ocho años y si nó es que eres una enana. ¿Me dejas probar?
La niña agachó la cabeza y el padre fue dando pequeños golpecitos alrededor de toda la cabeza y de vez en cuando soltaba pequeñas exclamaciones como : umm, no se, no se, creo que esta jovencita andará por los nueve años, aunque no estoy muy seguro porque si fuera así no tendría las manos tan pringosas, o sea que tendrá seis o siete porque las mayores se bañan y se quitan la porquería.
-  No vale, Papá, estás haciendo trampas porque has dicho que era por los huesos de la cabeza y no por otras cosas. 
-  Ya, pero si fueras de nueve años no te mancharías tanto de helado y sobre todo te mancharías, pero no haría falta que tu madre te regañase para lavarte, ¿no crees?
-  Si, pero Mamá lo que quiere es que me suba a casa y me bañe y si me voy mis amigas se van y cuando vuelva no las encuentro.
-  Eso si que no – D. José Luis se puso muy serio y frunció los labios como si estuviera muy enfadado – yo me encargo que no se muevan de aquí y que te esperen. Venga señorita, súbase a casa y en cinco minutos esté de vuelta. – Para animarla le dio un pequeño azote en el culo.
Doña María se acercó con una sonrisa en su cara y se agarró al brazo de su marido mientras exclamaba con gesto cansado
-  Hay que ver las cosas que hay que hacer para convencer a Ana que vaya limpia ¿verdad?
-  Si, pero los hijos que has parido son una auténtica bendición del cielo porque mira que son diferentes y ninguno nos ha dado nunca motivos para sentirnos mal y la  única mas así como respondona es esta y la pobre es muy trasto, pero tiene una mirada tan limpia que da pena hasta castigarla. Pero, bueno, lo importante es que se ha ido a casa a lavarse y sin enfados que hoy es un día muy especial.
-  Si, eso es verdad, porque si por mi fuera, se hubiera llevado un azote que lo estaba pidiendo a gritos, pero me alegro que estuvieras aquí porque sinó yo siempre soy la mala.
-  Venga mujer, no te pongas tan tétrica que te salen arrugas en la cara y hoy es un día de felicidad y de regalos, o sea que toma – D. José Luis sacó una caja estrecha del bolsillo de su chaqueta y se la entregó a la mujer de su vida, con la que llevaba un montón de años conviviendo. Ella, nerviosa, empezó a abrirla con la emoción reflejada en su cara y a los pocos segundos su boca se abrió en un gesto de sorpresa
-  Pero José Luis ¿te has vuelto loco? ¡Los pendientes que vimos el otro día en la joyería de Valladolid! ¡Que maravilla!. -  Doña María los puso en la palma de la mano y los contempló brevemente. Luego mirando a los ojos a su marido le dijo con naturalidad – ¿Sabes una cosa? Que te quiero mas que el primer día ¿qué te parece?
José Luis se mostraba ufano y con aire distinguido respondió
-         ¡Faltaría más! Pero que conste que no tienes ningún mérito porque eso nos pasa a todos – y sin más palabrería como buenos castellanos se levantaron y se fueron hacia la Plaza Mayor a continuar con la fiesta.




domingo, 1 de diciembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 12

Queridos blogueros/as:
Este capítulo ya es como nuevo y no tiene nada que ver con los anteriores. El Papa ya se ha visto con el niño y casi sin solución de continuidad nos vamos de Semana Santa y que Viva España.
Tengo que reconocer que también entre curas me lo paso bien, lo cual quiere decir que me lo paso bien en cualquier ambiente, aunque es justo reconocer que entre el niño viendo al Papa y la Semana Santa de Medina del Campo es cierto que hay alguna similitud, pero yo lo que he hecho es poner aquí mis recuerdos de niño, porque las cosas eran mas o menos así ¿o no? yo creo que si, aunque posiblemente no fuera tan exagerado pero bueno, como siempre os digo, esto es lo bueno de una novela: te acuerdas de lo que quieres, el resto te lo inventas y tan amigos.
Hasta la próxima
Un abrazo
Tino Belas


CAPITULO 12.-

Todo el pueblo contribuía a que la Semana Santa fuera lo que debía ser, una Semana de tristeza, de intenso dolor por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la que no se permitía ningún atisbo de alegría para lo cual se cerraban todos los establecimientos de diversión  como bares, casinos, etc. Los hombres deambulaban cabizbajos por la Plaza Mayor y los corrillos habituales alrededor de un buen vaso de vino se disolvían hasta el Lunes Santo en que todo volvía a la normalidad. Las mujeres permanecían en sus casas y solamente salían a los Oficios que eran habitualmente a las ocho en la Iglesia de San Juan y un poco antes en las otras parroquias y siempre acompañadas del resto de su familia. Los hijos permanecían también en sus casas y jugaban en silencio en los patios. Los Colegios se cerraban a cal y canto y se suspendían todas las competiciones deportivas de los fines de semana.
La familia del Dr. Segura, fiel a la tradición, se encerraba durante siete días y solamente se les veía y siempre a todos juntos,  asistiendo a los Oficios. D. José Luis vestía con traje oscuro y corbata negra en señal de luto y con gesto circunspecto acompañaba a Doña María quien con su traje largo negro y su mantilla de encaje eran la envidia de la ciudad. Todos la admiraban por su belleza de rasgos tranquilos, su mirada penetrante y su andar discreto. Sus hijas, las cuatro, arropaban al matrimonio y se removían a su alrededor como polluelos en corral ajeno. Matilde, la mayor, que ya había cumplido dieciocho años, también vestía traje largo y mantilla aunque en este caso el rico bordado estaba sobre un tejido de color marrón lo que hacía resaltar su juventud . Sonsoles, de catorce llevaba un traje de color azul oscuro y un simple velo cubría su larga melena. En las manos un misal y un rosario de cuentas blancas heredado de su tía Encarnación, completaban una figura en la que empezaban a aparecer, como si de la primavera se tratase, unos signos inequívocos de juventud imposibles de disimular incluso con las poco favorecedoras ropas de semiluto. Las dos hermanas pequeñas, Ana y Begoña permanecían agarradas de la manos de su madre y ni los reproches de la señora ni los de su padre que las miraba con su seriedad habitual, las hacían perder su candidez y jugaban como si de una semana cualquiera se tratara.
Los Oficios en la Iglesia de San Juan eran una repetición de la Misa Dominical, el mismo decorado, los mismos curas, los mismos asistentes y, sin embargo, eran absolutamente diferentes. La tristeza invadía el impresionante templo con las imágenes como escondidas tras unos grandes telares de color púrpura y los gestos de todos denotaban una unión en la pena.
D. Gerardo, el párroco, con su casulla negra, su nariz aguileña, sus manos largas y su pelo corto, era precedido de cuatro monaguillos también con pequeñas sotanas negras y los ojos fijos en el suelo, que caminaban con ritmo cadencioso haciendo sonar las cadenas de unos pequeños incensarios que distribuían un olor a incienso por todo el templo. El coro entonaba lúgubres salmos acompañados por un órgano de sonidos metálicos.
Los asistentes acompañaban al párroco en sus oraciones leyendo en sus misales las preces correspondientes y prestaban atención a la homilía que D. Gerardo, desde el púlpito, trataba de inculcar en ellos los valores eternos de todos los cristianos. ¡Que es la vida sinó un paso hacia la muerte¡ Decía mientras sus manos se alzaban al cielo en un gesto de súplica. Los mayores asentían con sus relucientes calvas y sus lacias melenas blancas, mientras los más jóvenes se miraban sin entender el objetivo de su disertación. El párroco insistía una y otra vez que lo importante no era la muerte en sí, si no la resurrección y para eso había venido a salvarnos el Hijo de Dios en persona. Fijaros si para Dios seremos importantes que nos envía a su propio hijo y hace que los hombres lo matemos para que se pueda cumplir el milagro de la Resurrección. ¿No os parece maravilloso? Sin embargo, mis queridos hermanos, hoy día de Viernes Santo podríamos decir sin temor a equivocarnos que hoy estamos muertos y si no se produjera el Milagro de la Resurrección, estaríamos muertos para toda la eternidad, pero no os preocupéis porque Dios vendrá como siempre en nuestra ayuda y con gozo disfrutaremos de la vida eterna en su presencia. ¡Que gran verdad mis queridísimos hermanos! Hoy debéis de mostrar vuestra peor cara porque nos encontramos ante la muerte, pero el mismo Dios nos dice que estemos siempre preparados y que tengamos confianza porque llegará el Domingo de Resurrección y nuestra alegría debe ser contagiosa y que todo el mundo al vernos pueda decir que ahí va un buen cristiano.
Los Santos Oficios continuaron por espacio de casi hora y media más lo que hizo que Doña María tuviera que regañar seriamente a su hija Ana que no paraba de meterse con su hermana y se movía sin parar .
Mamá, me aburro. Esto es un rollo.- Ana se levantó y empujando a Begoña trataba de adivinar lo que hacía el cura. Doña María la agarró por un brazo y la sentó bruscamente en su sitio y le advirtió que como siguiera igual, la llevaría a casa y no volvería nunca más a los Oficios con ellos. Mientras tanto, Begoña, su hermana pequeña se entretenía doblando y desdoblando un pañuelo blanco que le había dado su madre y aunque no podía ser consciente de tan señalado día, parecía como si, a su nivel, quisiera sumarse a la celebración y mantenía un discreto silencio solamente alterado por los empujones de su hermana. Como Ana continuaba con su guerra particular, su padre la llamó y la hizo sentar a su lado con gesto imperativo. Por unos minutos, se mantuvo en silencio y haciendo pucheros, pero al poco encontró la solución. Delante justo de su padre, se encontraba Doña Luisa, la hermana de Juan el cartero que llevaba una especie de mantón de hilos largos que se enganchaban en las maderas de los bancos de la Iglesia y cada vez que se levantaba se tenía que ayudar para evitar que se le cayera. Ana que, a pesar de las apariencias, era buena por naturaleza le iba deshaciendo nudo a nudo y Doña María Luisa se lo agradecía con un muchas gracias, bonita, que Dios te lo pague y así consiguió llegar al final de los Oficios cuando Don Gerardo continuaba con un rezar hermanos que el Hijo de Dios está muerto pero resucitará y debéis estar alerta para cuando venga y para eso, queridísimos hermanos dejaremos abiertas las puertas del Templo y el Santísimo estará en el altar para que lo adoréis todo el tiempo que consideréis oportuno.
Los asistentes se santiguaron pasándose el agua bendita de mano en mano y en las columnas románicas que sujetaban el ancho porche, se saludaban y quedaban para el Domingo de Resurrección.
Doña María, siempre del brazo del Dr. Segura, parecía disimular los tirones que de su falda le daba su hija Ana y caminaba con la espalda erguida y la cabeza bien alta. En esta ocasión y en base a la peineta de la que caía como una cascada la mantilla que había sido de su bisabuela y le había correspondido en herencia por ser la mayor de la familia, la estatura de su marido se equiparaba a la suya y hacían una pareja que llamaba la atención. Por otra parte, al ser el Dr. Segura conocido por la mayoría, era saludado por la calle por muchos de sus pacientes y el correspondía con una inclinación de cabeza.
El paso por las seis parroquias que constituían el núcleo urbano de Medina del Campo era visita obligada para todas las familias cristianas y la del Dr. Segura era un ejemplo de ellas. Los padres delante y los hijos detrás formaban una pequeña procesión que discurría por los mismos lugares que todos los demás y no era raro cruzarse con la misma familia en diversas ocasiones, lo que provocaba la hilaridad de los más pequeños que no podían resistir la sonrisa cuando los padres por tercera o cuarta vez decían : Adiós Señor y Señora Ventura, Ustedes sigan bien y la contestación de los correspondientes con un hasta pronto Doctor, señora del Doctor y jovencitas.
La primera parroquia en ser visitada siempre era a la que uno pertenecía y como poco antes habían asistido a los Oficios, la visita consistía en salir al atrio de la Iglesia, saludar a los conocidos y volver a entrar. A continuación, iniciaban lentamente el recorrido por la calle Mayor y visitaban la Iglesia de La Anunciación, y la de Santa María, descendían por la calle de las Norias visitando la Iglesia de San Nicolás, subían la cuesta de la Vega y entraban en las Reparadoras y terminaban en San Julian donde además de las oraciones de rigor, D. José Luis  rezaban una Salve a Nuestra Señora y las jaculatorias de San Torcuato que eran contestadas con un así sea por toda la familia.
El acto más significativo y el que tenía más eco en la provincia era la Procesión del Silencio que comenzando en San Juan terminaba después de ocho horas en la Concatedral de San Julián. Los nazarenos vestidos totalmente de negro con su paso lento y en un silencio impresionante, solamente alterado por los redobles de  un único tambor, recorrían el pueblo de lado a lado. Muchos de los penitentes arrastraban pesadas cadenas de gruesos eslabones que les provocaban importantes rozaduras en los tobillos y el ritmo se iba haciendo mas cadencioso según transcurrían las horas. Los velones dejaban caer la cera como si de lágrimas se tratara y el suelo se volvía céreo y resbaladizo. La imagen presidencial era la de Jesús Sacrificado, preciosa talla de cinco siglos de antigüedad que se ubicaba para la ocasión en un trono desprovisto de cualquier tipo de ornamentación  y solamente cuatro velones lo flanqueaban. A su paso, los hombres se quitaban respetuosamente los sombreros mientras las mujeres hacían una pequeña reverencia.

La familia de D. José Luis, podía ver la procesión desde la amplia galería de la consulta, sin embargo, por tradición familiar, bajaban hasta la Puerta Morisca y allí contemplaban la imagen rodeados de un silencio sobrecogedor. Los niños tenían miedo y se agarraban a las faldas de sus madres en demanda de ayuda. Begoña siempre decía que un señor de los que iban escondidos le decía adiós y que estaba convencida que era su padre que se disfrazaba un poco antes de llegar al viejo arco mudejar que coronaba la calle de Cervantes. Sus hermanos se reían, pero eran conscientes que durante algunos minutos todos los años su padre desaparecía con la excusa de ir a algún sitio. Este año la segunda de sus hijas se lo preguntó directamente mirándole a los ojos y el ya entrado en años Doctor no tuvo más remedio que confirmar lo que ya sabían. Desaparecía porque era uno de los costaleros deL Jesús Sacrificado y efectivamente, desde doscientos metros antes del arco hasta la fonda de La Raimunda, era el cuarto por la derecha de los costaleros del Cristo Crucificado. Todos los años respondía con fe al llamamiento del Párroco de San Juan y pagaba la cuota de costalero. Así desde el mismo año que llegó al pueblo y la tradición familiar se vería truncada con él, porque no tenía hijos varones y a las mujeres se las tiene absolutamente prohibido acceder a tal honor. Si que podía, y  lo había pensado varias veces, hacer socio costalero a algún nieto, cuando los tuviera y así mantener la tradición familiar. En caso de fallecimiento, o por impago de cuotas, sería dado de baja y cualquiera de las numerosas solicitudes  sería llamada para ocupar su lugar lo que en ningún caso se planteaba el galeno. Había conseguido que uno de sus pacientes le cediera los derechos de costalero y eso no se podía perder así como así y más teniendo en cuenta que su ubicación era perfecta porque tanto a los primeros costaleros como a los últimos se les distinguía fácilmente porque tenían que entrar o salir de la Iglesia, pero a él no lo veía nadie porque el cambio se hacía en una zona de pinares, a las afueras del pueblo, y se permitía el lujo de mantener en secreto su identidad y era uno más de los cincuenta y siete que durante media hora cargaban con el citado trono hasta la esquina de la calle Palencia  en su cruce con Valenzuela. No eran muchos metros, pero sí exigía un esfuerzo adicional porque en ese tramo la ciudad se empinaba claramente y entre los pies descalzos, como manda la tradición, y la prohibición de colocarse cualquier tipo de hombrera para protegerse de la rozadura de una de las vigas de madera que prolongaban el trono, el final era una buena herida en el hombro derecho y una llagas en los pies que le suponían importantes secuelas en los días siguientes que necesariamente tenía que disimular para evitar ser descubierto de un secreto conocido por la mayoría pero celosamente guardado por los participantes. Era un sacrificio y no tenían porqué pregonarlo a los cuatro vientos.

lunes, 25 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 11

 Queridos blogueros/as: Después de una semana de esas que es mejor olvidar, ya estamos de nuevo en donde tenemos que estar y seguimos con nuestro capítulo habitual ¡Y casi sin darnos cuenta ya vamos por el once y si sigo a este ritmo en cuanto me quiera dar cuenta se acaban y yo sigo sin escribir el final. Todo se andará
Si que es verdad que me lo paso bien escribiendo historias de niños y ésta no está quedando mal, se nota que me lo paso bien con esas cosas ¿no será que soy un poco como ellos? Seguro que no, pero la ingenuidad de los enanos para mi es fantástica. 
Espero que os lo paséis bien leyendo estas historias
Un abrazo
Tino Belas





CAPITULO 11.-

Se despertó cuando una mano le acariciaba la frente, levantó los ojos y descubrió la figura de un cura mayor, con pinta de buena persona, vestido totalmente de blanco y con un crucifijo enorme sobre su pecho. Una sonrisa franca iluminaba su cara y con voz débil, pero a la vez demostrando una autoridad moral importante le preguntó:
-  ¿Tú eres Fernando Altozano, hijo del Embajador de España?
-  Si – Fernando abrió los ojos con la sorpresa todavía reflejada en ellos y se excusó rapidamente – perdona que estuviera dormido, pero ayer mi hermana estuvo toda la noche llorando porque le dolía la cabeza y yo como duermo en el cuarto de al lado casi tampoco he dormido.
-  No te preocupes, hijo mío – El Papa le ayudó a levantarse de la silla sujetándole con suavidad por el brazo – Yo aquí no tengo ninguna hermana que me deje sin dormir, pero tengo muchos problemas y sobre todo muchos años que hacen que las noches se me hagan eternas, pero el recibir a los niños, siempre me ha hecho mucha ilusión y si no hablo más con vosotros es porque no dispongo de mucho tiempo, pero cuando me dijo Monseñor Ruscoli que estabas interesado en hablar conmigo, le dije que vinieras cuanto antes, porque hoy tengo casi toda la mañana para que podamos hablar de todo lo que quieras.
-  Perdona, pero ¿tu eres el Papa? – en la cara del niño se adivinaba cierta confusión – jo, vaya corte y yo dormido como un lirón, pero mi padre no es Monseñor Ruscoli, sinó
El Papa no pudo dejar escapar una sonora carcajada ante la ingenuidad de Fernando:
-  Ya sé, ya sé que tu padre no es Monseñor Ruscoli, sinó Altozano, el embajador de España y lo que tu no sabes es que yo conocí a tu padre hace muchos años, pero muchos años, cuando él estaba de encargado de negocios en la Embajada de Chile y yo estaba allí de Nuncio de su Santidad.
-  Eso no lo sabía, pero no se debe de acordar porque cuando pensé en hablar contigo, me puso un montón de excusas y cuando yo quiero pedirle un favor a algún amigo, le llamo por teléfono y ya está.
-  Si, pero a mí es muy difícil llamarme porque siempre estoy reunido o viajando y yo creo que por eso pensó que era mejor no molestarme.
Una llamada en la puerta interrumpió la conversación. El Papa desvió la mirada molesto y autorizó la entrada del nuevo visitante : Adelante.
La figura juvenil del Padre Escuola apareció tras la puerta de caoba :
-  ¿Me llamaba Santidad?
-  Andá, si es mi chofer- Fernando le saludó con la mano - ¿qué tal Paulo?
-  Bien – el Padre Escuola pareció disculparse por la familiaridad por la que era tratado por el joven visitante – ¿Desea algo de aperitivo o de beber?
El Papa pidió una copita de chianti mientras que Fernando quería Coca-Cola y panchitos.
-  ¿Sabes lo que me ha dicho este cura?  que era forofo de la Roma y que era el mejor equipo del mundo ¿ a que el mejor equipo del mundo es el Real Madrid?
-  Hombre, yo no entiendo demasiado de futbol, pero ya sabes que yo soy italiano del sur y para mí el mejor equipo del mundo es el Nápoles.
-  ¿El Nápoles? Me parece a mí que vosotros los curas no entendeis nada de futbol, pero bueno, ya me he jugado unas pizzas con Paulo a que este año mi equipo vuelve a quedar Campeon de Europa y si quieres me juego contigo otra cosa.
-  ¿Cómo qué? – el Papa estaba encantado con la conversación y trataba de no intimidar al niño y para eso intentaba por todos los medios ponerse a su altura – Si te parece yo cuando era como tú jugaba a la peonza y todavía la tengo por ahí. ¿Nos la jugamos?
-  Bueno, hacemos una cosa – Fernando calculó por unos segundos su situación – Si gana el Madrid, yo me quedo con la peonza y si gana el Nápoles yo te doy mi juego de canicas ¿vale?
-  Muy bien, pero no vale arrepentirse ¿de acuerdo?
Se chocaron las manos y con ello la apuesta quedó definitivamente pactada.
El Papa se levantó de la mesa y se quedó mirando por el amplio ventanal desde el que se adivinaba prácticamente toda la capital italiana. Intentaba acordarse de sus años de niño y sin embargo solo se acordaba de su padre, hombre bueno donde los hubiese y de su pequeño pueblo, a escasa  media hora en tren de Nápoles. Hacía por lo menos treinta años que no había vuelto y según le contaban sus familiares, no lo conocería porque había crecido una barbaridad. A los pocos años ingresó en el Seminario y desde entonces solo había  trabajado sin descanso. Su crecimiento en el seno de la Iglesia había sido vertiginoso y tan solo con treinta y pocos años llegó al Vaticano y a partir de ahí había pasado por casi todas las secciones hasta llegar a la Curia y desde allí, nada más y nada menos que a Jefe de todos los Católicos del mundo. Todavía cuando lo pensaba, le parecía mentira que aquel chiquillo napolitano hubiera llegado tan lejos y mirando a Fernando Altozano pensó como sería cuando tuviera los setenta y dos años que tenía él.
El niño español estaba muy interesado en agotar todos los panchitos que le habían puesto en una pequeña bandeja de plata y tragaba apresuradamente masticando con la boca cerrada como le habían enseñado. De vez en cuando, miraba por el rabillo del ojo para no perder ni un minuto en plantearle al Papa sus aspiraciones, pero como le veía asomado a la ventana y sin que aparentemente le hiciera mucho caso, no se atrevía a decir nada. Su primera impresión había sido muy buena y no parecía tan serio como le habían dicho, aunque no le parecía muy bien que no fuera del Madrid, pero bueno, allá él.
Una de las veces que el Papa se volvió, sus miradas se cruzaron y en lugar de retirarse continuaron mirándose fijamente, hasta que Fernando guiñó un ojo, lo que provocó que el Papa le imitase. Fernando no pudo resistir la tentación y preguntó con la inocencia que dan los pocos años
-  ¿Ya somos amigos?
-  ¿Tú que crees? – le contestó su Santidad.
-  Yo creo que sí ¿y tú?
-  Pues, yo creo que también.
-  Bueno, entonces tengo que pedirte un favor – Fernando se acercó despacio – y ya sabes que a los amigos no se les puede decir que no.
El Papa adoptó un actitud como muy preocupada y esperó a oir lo que le iba a pedir sin tener ni idea de que se trataba.
-  Mira, el día 12 de Octubre celebramos la Virgen del Pilar y yo he dicho a mis compañeros de clase que sería una buena cosa que vinieras y dijeras una Misa, que para eso eres el Papa, tomarás unas porras con nosotros y durante el desayuno podíamos hacerte preguntas o cosas así, ¿qué te parece?
Su Santidad volvió a mirar al niño con expresión pícara y no dudó en plantear una cuestión que le sonaba extraña
- Como hemos quedado, ya somos amigos y por lo tanto no puedo decir que no y aunque no he mirado la agenda te prometo que haré todo lo posible por acudir, pero lo que ya no estoy tan seguro es si comeré porras con vosotros porque no ando muy allá del estómago y los Médicos me tienen sometido a un régimen muy estricto y si no recuerdo mal, las porras son como churros gordos ¿no?
-  Si, a mí me gustan más que los churros, pero bueno, por eso no te preocupes porque a mí amigo Joseph tampoco le gustan y le suelen dar un suizo.
-  Bien, entonces si eso es así, iré y me comprometo además a contestar todas vuestras preguntas.Por cierto, ¿cuántos sois en tu clase?
-  Doce –contestó Fernando con rapidez
-  ¡ Solo!  que suerte tenéis los estudiantes de ahora. Nosotros en la escuela éramos, por lo menos, treinta y así volvíamos locos a D. Lucca que era muy exigente, pero buena persona.
-  Nosotros tenemos a Don José Luis que no es tan bueno como el tuyo. Bueno – Fernando bebió un sorbito pequeño de Coca-Cola – tampoco es que sea malo, pero no nos deja hablar en clase y nos manda trabajos a casa y entre las clases de tenis y las de inglés casi no tenemos tiempo ni para jugar.
-  Eso es verdad – el Papa tomó entre sus manos el crucifijo que llevaba en su pecho – y por lo que me cuentan parece que ya casi ni se reza en los colegios. Dios mío, Dios mío, que tiempos nos han tocado vivir.
-  En mi cole si que rezamos y ponemos todos los viernes flores a la Virgen y cada dos sábados tenemos una reunión con el Prefecto que nos habla de Dios y de su hijo. Por eso se me ocurrió la idea de pedirte que vengas un día, porque nos ha contado varias veces que siempre quería tener niños alrededor y como tú eres el que mandas ahora, yo sabía que me ibas a decir que sí y no te quiero ni contar lo famoso que voy a ser en el cole.
-  Mira, Fernando, tú sabes que soy una persona muy ocupada y que me he comprometido a asistir a la Misa el día de la Hispanidad, pero me gustaría que eso fuera un secreto entre tú y yo hasta ese día ¿me lo prometes?
-  Joé, me haces una faena – Fernando se levantó y se metió otro montón de panchitos en la mano y se los fue metiendo lentamente en la boca con gesto pensativo - ¿sabes porqué?
El Papa casi no podía contener la risa con las expresiones del pequeño español y permanecía impasible escuchando argumentos de lo más convincentes, mientras mantenía la cabeza sobre su pecho
-  No tengo ni idea.
-  Pues es muy fácil. – Fernando se fue acercando hasta la silla que ocupaba el Santo Padre -
si yo no puedo decir que vas a venir, entonces habrá que hacer lo que ha dicho Fernando García de Leaniz y nos tendremos que disfrazar de angelitos y yo prefiero desayunar que aburrirme como una ostra y pasando un calor de miedo durante toda la Misa, pero bueno, - Fernando alargó su mano derecha – lo prometido es deuda y lo mismo que tú me has prometido que vienes, yo te prometo que no diré nada ¿vale?, pero acuérdate ¿eh? no se te vaya a olvidar.
Se chocaron las manos como dos hombres, se dijeron adiós y el Papa le dio un beso en la frente agradeciéndole el rato tan bueno que le había hecho pasar. 
Los meses pasaron y el día de la Hispanidad, cuando faltaban diez minutos para la Misa de doce, el Papa apareció en la puerta del Colegio con sus guardaespaldas y todo su séquito, compuesto por sesenta personas en total. En la puerta, para recibirle, solamente estaban el Director, al que Fernando no había tenido más remedio que contarle su secreto y D. Jose Luis, su profesor que había sido el encargado de convencer a Fernando para que hablara con el Director y le contara todo, porque un secreto es un secreto, pero la visita del Papa había que prepararla y no podía aparecer así como así en el Colegio. Al principio, Fernando no se mostró nada partidario, pero los argumentos de D. Jose Luis le hicieron desistir de un mutismo absoluto, entre otras cosas, porque el Director se iba a enterar de todas las maneras porque las Fuerzas de Seguridad tienen obligación de revisar todos los edificios que vaya a visitar el Papa y antes o después se enteraría. Pero dentro de lo malo, era lo menos malo, porque eran los únicos que lo sabían y el resto no tenían ni idea de tan magno acontecimiento.
La Misa fue normal, pero el desayuno constituyó un auténtico ejercicio de reflexión para el Santo Padre quien tuvo que echar mano de toda su inteligencia para contestar adecuadamente a las preguntas de todos los de la clase de Fernando que con sus ocho y nueve años, hacían gala de una tremenda madurez y a la vez de una ingenuidad manifiesta y le hicieron preguntas como que para qué necesita tantos guardaespaldas si nadie quiere matar al Papa o que porqué existe la figura del Santo Padre si en la Iglesia somos todos iguales e incluso la de Alberto Cucalón que le preguntó tranquilamente porque vestía de blanco si el uniforme de los curas era negro. Con humildad y con un fino sentido del humor, el Papa pasó una mañana de la que se acordó durante muchos años y cada vez que recibía a alguna representación española siempre la recordaba con cariño y agradecía públicamente la invitación de aquel niño español al que , por cierto, no había vuelto a ver y  ya sería un hombre hecho y derecho.


viernes, 15 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 10

Queridos blogueros/as: Como veréis por este corto capítulo llegar hasta el Papa no es tan fácil aunque Fernando ya apunta maneras desde pequeño y tiene toda la pinta que lo va a conseguir, pero todavía no se sabe. 

En fin, os pido perdón por no escribir nada mas hoy, pero llevo una semana, mejor dicho, llevamos toda la familia, una semana que lo mejor es que pase lo antes posible porque, como dicen por ahí, parece que nos ha mirado un tuerto. Para la próxima espero estar un poco mejor y ya os contaré alguno de mis proyectos, pero os puedo adelantar que lo mismo dejo escrita una carta para que sea leída en mi propio funeral. Puede ser original y hasta un poco extraño y macabro, pero bueno, es solo una idea y lo mismo dentro de un rato cambio de opinión y le dejo para el cura que me despida diciendo aquello de que hay que tener fe, que la vida es como un grano de arena comparado con el desierto, que si era muy bueno, fiel y trabajador etc...etc.

Bueno, tampoco hay que ponerse tan trascendente que la vida tiene que continuar.

Un abrazo

Tino Belas



CAPITULO 10.-

Un miércoles de Junio con un calor insoportable, los dieciséis miembros de la citada Comisión, paseaban charlando animadamente por los jardines del Vaticano, situados a la espalda de la Catedral de San Pedro, acompañados de varios miembros de la Curia Cardenalicia y el Secretario Personal del Papa. D. Fernando Altozano se acercó ceremoniosamente a Monseñor Ruscoli y besándole la mano le preguntó si podía hablar con él un minuto a solas. Monseñor se mostró encantado de poder departir unos minutos con el representante de la nación española tan querida por la Santa Madre Iglesia y cuna de innumerables mártires.
Se alejaron unos pasos del resto de embajadores y tomados del brazo iniciaron una breve charla que terminó en el compromiso por parte de Monseñor Ruscoli de  encontrar un minuto para que  Fernando Altozano hijo , tuviera la oportunidad de exponer al Papa sus intenciones.
A los pocos días, una llamada de teléfono hizo movilizarse a todo el colegio en busca de Fernando  Altozano quien en esos momento se encontraba jugando al futbol con los de su clase contra los de segundo B.
-  Fernando Altozano, preséntese urgente en portería – unos potentes altavoces derramaban su solicitud por todo el patio y Fernando al que, por cierto, nunca lo habían llamado con tanta urgencia se presentó en Conserjería siguiendo instrucciones. Iba hecho un desastre, la camisa por fuera, los pantalones con manchas de distintos colores, los zapatos imposible de reconocer el color por la gran cantidad de polvo acumulada, la cara sucia y el pelo hacia todas partes menos a la raya que se hacía todas las mañanas, bajo la supervisión de Miss Elizabeth. Lo esperaba el Director del Colegio y el Jefe de Estudios por lo que Fernando supuso que habría cometido alguna falta grave, pero no acertaba a saber cual.
-  D. Fernando Altozano y Ortiz de Mendivil, ¿es usted? – preguntó el Director con cara de pocos amigos.
-  Si, señor – contestó Fernando.
-  Perdone – el Director lo miró de arriba a abajo – pero bajo esa espesa masa de porquería no le había reconocido.
-  Perdon, pero estaba jugando al futbol y como no ha venido Gabriel Jordao, me ha tocado ponerme de portero y por eso tengo el pantalón con tantas manchas, pero en seguida me cambio y me pongo el chándal que lo tengo en la taquilla.
-  Bien – el Director lo miró fijamente a los ojos tratando de escudriñar los pensamientos del hijo del Embajador de España ante la Santa Sede - ¿Tiene idea porqué le hemos llamado urgente por megafonía?
-  No, Señor.
-  ¿Se acuerda que para la fiesta de la Hispanidad Usted propuso que viniera el Papa?
-  Si, claro que me acuerdo y hasta hablé con mi padre por si me podía organizar una entrevista pero no le convencí porque dice que como es Papa tiene muy poco tiempo pero si me prometió que un día podía ir yo a verle y contarle nuestra idea, pero no me regañe porque Jose Luis, mi Tutor, también estaba de acuerdo.
-  No, no, si no le voy a regañar, al revés – El Señor Director tenía dudas si decirle claramente que le estaba esperando el Papa en su despacho antes de una hora o darle algún rodeo por si se asustaba – Han llamado del Vaticano para que vaya y hable con alguien sobre su proyecto, pero no nos han dicho con quien, o sea que lávese un poco y espere aquí que en media hora vienen. Espero que consiga su objetivo y tengamos el honor de recibir en esta su casa al Sumo Pontífice y que sus argumentos son buenos, porque si no, me temo muy mucho que pondrá alguna excusa y aunque nos mande su bendición no podríamos disfrutar de su presencia.
Fernando Altozano, ocho años y diecinueve días, hijo del Embajador de España, estudiante modélico y organizador por excelencia, se dio cuenta que se le presentaba la oportunidad de hablar con el Representante de Dios en la tierra, como siempre les repetía Jose Luis, su profe y se duchó convencido que el Papa no se podría negar y así se lo hizo saber al Director.
A la media hora, puntual, como debe de ser, Fernando se encontraba en la puerta del colegio esperando la llegada del anunciado coche del Vaticano que lo llevaría en presencia de alguien cercano al Papa. Su aspecto había mejorado,  pero no se correspondía en absoluto con un miembro del Colegio Español en visita oficial. Parecía, mas bien, que fuera a una competición deportiva. Eso si, el pelo iba perfectamente ajustado a la raya que todas las mañanas le marcaba su seño Elizabeth. El chándal azul con el anagrama del colegio estaba limpio y las zapatillas de deporte no tanto. Bueno, - pensó para si mismo – seguro que él, cuando juega al futbol, también se mancha.
Un Volvo negro con los cristales oscuros se detuvo delante de la puerta y de él descendió un cura, de expresión jovial que era el encargado de acompañar a Fernando a su visita. Se sentó en el asiento delantero y el sacerdote inició el recorrido acelerando bruscamente y entrando en la Avenida Fosati a una velocidad excesiva. Fernando disfrutaba porque le gustaba correr y no decía ni esta boca es mía. El chofer provisional con el que se había encontrado le preguntó, si conocía Roma a lo que contestó que poco, porque solo llevaba allí unos meses y entonces el joven clérigo se ofreció a darle una vuelta porque tenían tiempo hasta las doce y media que era la entrevista.
Recorrieron Roma a toda velocidad, pero pasaron por diferentes plazas típicas de la Ciudad Eterna y fue algo mas despacio por delante del Coliseo, que Fernando ya lo había visto por dentro una vez que lo llevaron de excursión desde el colegio, y se paró delante del Estadio Comunale de Roma donde, según le dijo, jugaba al futbol el mejor equipo del mundo: la Roma. Fernando con la candidez normal de su edad preguntó : ¿y el Real Madrid no gana siempre las Copas de Europa?
     -  Bueno, si, pero por poco tiempo porque la Roma de la que yo soy su capellán, tiene un equipazo y va a ganar a quien sea y sinó, el tiempo lo dirá. Volvió a acelerar bruscamente y en unos minutos la puerta de la Ciudad del Vaticano se abrió, como por encanto, ante la llegada del Padre Escuola que así se llamaba su chofer y guía circunstancial. Le pareció todo como majestuoso, muy grande, lleno de curas por todas partes y con muchísimo movimiento. El coche se lo dejaron a un aparcacoches y subieron por una amplia escalinata que daba entrada a un hall enorme del que colgaban dos lámparas de cristal que estaban apagadas. A los lados estaban situadas varias estatuas que supuso que serían de Santos, pero uno tenía una cara de mala uva que metía miedo y decidió, por su cuenta y riesgo que ese era el demonio. A continuación atravesaron unos larguísimos pasillos llenos de cuadros que a lo mejor hasta eran buenos y terminaron en un habitación pequeña, una especie de sala de espera y otro cura, ya con pinta de más viejo, le dijo que se sentase que enseguida le recibiría Su Santidad. El Padre Escuola se despidió con un adios y quedaron emplazados a tomarse unas pizzas si la Roma quedaba Campeona de Europa.
Fernando se sentó en la silla de hermosos dorados, apoyó la cabeza en uno de los brazos y se quedó completamente dormido.