También quiero comentaros que juraría que hace uno o dos días metí el capítulo 15, pero no se si fue porque venía de la típica cena de empresa o porqué, el caso es que no lo encuentro por ningún lado y por eso lo publico otra vez. Como ya sabéis mis conocimientos informáticos siguen como siempre, o sea que si lo encontráis hacer como si fuera un perro abandonado, le miráis el collar y me decís donde lo habéis visto
Bueno que muchísimas felicidades, que paséis unas fiestas como nunca, que espíritu navideño se quede en vuestras casas para siempre y que ya que hoy es el día de la salud, porque la lotería toca pero muy poco, que no la perdáis.
Un abrazo para todos y aplicaros a la tarea porque a lo tonto hoy tenéis lectura para rato
Tino Belas
CAPITULO 15.-
Mientras tanto en la
carreta D. José Luis trataba de poner orden en una discusión que se había organizado entre Ana y Begoña, sus
dos hijas pequeñas.
- Ya está bien, Ana. Ten un poco de paciencia y
no grites, que me habéis despertado de la siesta - el Médico de toda la vida de
Medina del Campo y por el que había pasado más de la mitad de la población, se
removió incómodo en el fondo del carromato. Su pelo, moreno y habitualmente
bien peinado, se encontraba sobre su frente como si no hubiera pegado ojo en
toda la tarde cuando sus hijas habían sido testigos involuntarios de la gran
siesta aderezada con armónicos ronquidos de su padre que ahora se afanaba en
negar. Las mangas de la camisa remangadas y los pantalones desabrochados le
daban un aspecto completamente diferente a lo habitual y por ello era objeto de
las bromas de sus dos hijas que lo miraban como si de una aparición se tratase.
- ¿Tú has visto la pinta que tienes? – Ana se
acercó a su padre y con los dedos de la mano derecha trató de peinar algo a su
padre sin resultado alguno porque a los pocos segundos la cabellera volvía a su
lugar original. - ¿No te has traído el fijador? Espera un momento que voy a
mirar si en la bolsa de Mamá tiene algo.
- Ana, déjame tranquilo que lo único que quiero
es dormir. Luego, si quieres me peinas o haces conmigo lo que quieras, pero
ahora déjame que estoy muerto. – D. José Luis se dio media vuelta y los sonidos
volvieron a hacer su aparición como queriendo unirse a los silbidos de los
jinetes que revoloteaban por doquier.
- Menudo cabreo que ha pillado – Begoña se
quedó mirando a su hermana sin quitarle ojo de encima. Sus facciones
demostraban claramente una insuficiente maduración en el seno de su madre, los
ojos eran pequeños, con los párpados casi unidos entre sí, la nariz aguileña,
unas gafas de concha y el pelo moreno y corto denotaban un Síndrome de Down que
no se reflejaba en el grado de inteligencia que podría considerarse como
normal. La lengua era grande y parecía querer hacerse sitio por fuera de unos
labios gruesos, mientras que las manos eran mínimas y poco expresivas. Unas
cuantas cartas se agrupaban en ellas, sin orden ni concierto, mientras buscaba
en los repliegues de su falda un as de corazones que, según ella, lo tenía y se
le habría caído sin darse cuenta. Sus compañeros de partida, aparte de Ana su
hermana, eran Felipe , el hijo del boticario y Andrés que, aunque nacido en el
pueblo, vivía en Arenas de San Pedro donde su padre era Abogado de la Comunidad de Regantes y
que todos los años, por estas fechas venía a Medina a pasar las fiestas con su
íntimo amigo Felipe con quien, a pesar de las distancias mantenía una estrecha
amistad y raro que en dos o tres meses no se vieran y pasaran unos días en casa
de uno u otro.
La paciencia del los tres
era infinita pero habían llegado a un punto que ya no aguantaban más y era Ana
la que más gritaba aunque Felipe y Andrés no le iban a la zaga.
- ¡ Mira Begoñita, o tiras una carta o yo me
voy porque llevamos media hora esperando y así no hay quien juegue una partida!
- Espera un momento Andrés – Begoña continuaba
con la intensa búsqueda – que como encuentre el as os vais a enterar.
Felipe y Ana se miraron
por encima de las cartas y el pié de él avanzó por debajo del estrecho tablero
hasta tocar la espinilla de ella que no tuvo ningún recato en no retirarla y
así transcurrieron unos segundos en que las miradas se alternaban con los roces
y los sentimientos se exacerbaban contribuyendo los diecisiete años de él y los
quince de ella.
Los días anteriores ya
habían sido como el inicio de una carrera hacia el estado de bienestar del que
ambos disfrutaban sin el consentimiento de nadie y navegando por un terreno
resbaladizo entre los consentimientos, las intenciones, las intuiciones, los
deseos y las prohibiciones de la época. Habían sido encuentros casuales, por
supuesto siempre acompañados de alguien, pero suficientes como para crear un
clima de mutuo entendimiento que se iba aumentando con el paso de los días. Al
principio fue como una leve brisa que pareció provocar un pequeño escalofrío en
Ana y algo de vergüenza en Felipe ; al fin y al cabo se conocían desde muy
pequeños y siempre habían sido compañeros de juegos sin la menor insinuación.
Sin embargo, el día de la gallinita ciega en casa de Guadalupe, la hija de D.
Juan, el Maestro todo había sido diferente. Parecía como si de un imán se
tratase y tanto él como ella se encaminaban siempre hacia el otro hasta tal
punto que la propia hermana de Ana, Begoña se quejaba diciendo que para que
jugaran ellos solos para eso no hacía falta que estuvieran los demás. Felipe se
reía dejando entrever unos dientes sanos
y Ana no parecía darle mayor importancia.
Sin embargo, esa noche, cosa rara porque nunca se despertaba, se
despertó y se tuvo que levantar a beber un vaso de agua. La cabeza le daba como
vueltas pero no era mareo ni mucho menos, era una sensación como de estar
flotando, pero no desagradable, aunque tampoco era maravillosa sino era algo
nuevo, diferente que la mantenía en tensión, pero tampoco nada preocupante. Eso
sí, era una sensación completamente nueva y que nunca, hasta ahora la había
tenido.
- Ana ¿qué haces? – Doña María se había
levantado extrañada al oír ruidos en la cocina lo que no era nada frecuente
porque en esa casa, afortunadamente todos dormían como lirones - ¿no tienes
sueño?
- Mamá – Ana se volvió – vaya susto que me has
pegado.
- No te asustes hija que soy yo. He oído como
pasos desde mi habitación y por eso me he levantado.
- Lo siento pero llevo una hora intentando dormir
y como no podía me he levantado a beber un poco de agua pero enseguida me
acuesto otra vez, no te preocupes.
- No, si la que te tienes que preocupar eres tú
no yo, pero vamos tampoco te tienes que preocupar demasiado por que eso que
estás notando es natural que te pase – Doña María se colocó detrás de la cuarta
de sus hijas y acariciándola la atrajo hacia si – eso que te pasa se llama
atracción, ganas de disfrutar de las cosas con alguien, flechazo y no sé
cuantas cosas más y en el fondo no es más que los quince años que ya te están
empezando a pasar factura y comienzas, como hemos hecho todos a tu edad, a
tener ganas de que alguien esté pendiente de ti, a apreciar a la gente que te
rodea, a que te miren con admiración y a un montón de pequeños detalles que son
de lo más insignificantes pero que todos juntos llenaran tu vida y eso no es
para preocuparse sino para disfrutarlo. ¿Quién es el afortunado? ¿lo conozco
yo?
Ana se volvió hacia su
madre y con el cansancio reflejado en sus pequeños ojos , trató de ordenar las
ideas que se paseaban por su cerebro y haciendo un esfuerzo consiguió intuir
algo
- Mamá, no se si te lo vas a creer pero no
tengo ni idea lo que me pasa y tampoco, por lo menos que yo sepa, he conocido a
nadie que sea mi príncipe azul.
- ¿Seguro?. Mira Ana, - Doña María se sentó en
una de las sillas de la cocina y con un gesto la invitó a sentarse – no busques
príncipes azules, ni situaciones extraordinarias porque es posible que no las
encuentres. Mira cerca de ti, en tus amigos de siempre, en todos esos con los
que sales todos los fines de semana, con los que vas al cine o a dar vueltas
por la plaza. Ahí es donde tienes que mirar. – Doña María miró a su hija con
expresión bondadosa y continuó – Es natural que a tu edad estés pensando que te
vas a enamorar de alguien famoso o muy conocido y lo lógico es que ese alguien
sea un cualquiera pero que a ti te llenará la vida y eso es lo más importante.
- ¿Tú has sentido algo igual? No me lo creo.
-Ana se quedó mirando el vaso de agua como si fuera una bola de cristal
tratando de ver su futuro.
- Pues claro, hija, o es que te piensas que yo
no he tenido tu edad.
- Ya, pero eran otros tiempos.
- Claro que eran otros tiempos y bien que lo
siento, porque me gustaría que fueran ahora, señal que tendría tus años, pero
la vida es como es y no se puede cambiar y eso que digo yo siempre de que el
tiempo se pasa sin darte cuenta, es una verdad como la copa de un pino y si no
te lo crees pregúntale a tu padre porque precisamente ayer estuvimos hablando
de estos temas y de cómo estabais creciendo.
Ana se bebió de un sorbo
el vaso de agua y continuó con sus preguntas, sin ningún tipo de precaución
- ¿Pero tú has notado lo que yo te digo con
alguien que no fuera Papá?
La madre de Ana, Doña
María Ferrandez, con sus cuarenta y pico de años vividos de los cuales casi
treinta lo habían sido en compañía de su marido, no pudo por menos de sonreir
recordando idénticas conversaciones con su madre. Afortunadamente la historia
se repite y si que es cierto que cambian los actores, pero en el fondo, todo es
lo mismo.
- Hija mía, lo que te voy a decir suena a
antiguo y como a novela de Corin Tellado, pero es la pura verdad. Desde el
mismo día que vi a tu padre la vida cambió para mí y desde entonces todavía
sigue siendo diferente. No se como explicarte, pero tienes otra ilusión, las
pequeñas cosas se valoran más y luego, poco a poco, la convivencia te va
haciendo muy parecidos y al final eres tú, pero tienes muchas cosas de tu
pareja. No se si lo entiendes, pero es así.
- Bueno – Ana se estiró todo lo grande que era
– no es que no lo entienda pero lo que
yo digo es distinto, porque no es que tengas un novio ni nada por el estilo si
no que hay un chico que te gusta y nada más.
- ¿Me puedes decir de una vez quien es?
- Bueno, no sé, porque tampoco hay nada entre
nosotros, pero me cae muy bien y cuando estamos todos en la plaza procuro
ponerme cerca y yo creo que él hace igual
¿quieres que te diga quien es? ¿de verdad? pero me tienes que prometer
que no se lo dices a nadie, pero a nadie, nadie ¿vale?
Doña María hizo una cruz
con dos dedos y los besó como hacían cuando eran jóvenes
- Por estas que no se lo digo a nadie. ¿Quien
es?
- Pues es Felipe, el hijo de D. Juan el de la Farmacia de la plaza,
¿sabes quien te digo?
- Ana, tú pareces tonta ¿como no voy a saber
quien me dices si está en casa cada dos por tres? Me parece muy buen chico y
ojalá sea el hombre de tu vida, pero a tus años lo que tienes que hacer es
divertirte y pasártelo lo mejor posible. Está bien que alguno te guste más que
otros, pero solo quiero decirte que siempre procures mantener a tus amigos,
tengas un noviete o no, porque como dijo algún filósofo, el que tiene un amigo
tiene un tesoro. Eso no lo olvides nunca.
- Entonces soy rica – Ana se dio una vuelta por
la cocina – porque yo no tengo un tesoro si no que por lo menos tengo diez o
doce. Fijate, solo de la pandilla somos nueve que vamos juntos a todas partes y
eso que no cuento a todos los que se adosan los fines de semana. Si no seríamos
un montón.
- Si, Ana , ya se que sois muchos, pero de
verdad, de verdad, ¿cuántos son amigos? Tú piensa que no es decir soy amiga de
fulanita o de menganito y ya está . No, no es eso, si fuera así todos
tendríamos miles de amigos. No, yo lo que digo es alguien a quien puedas acudir
con un problema, que te comprenda, que esté a tu lado en los momentos malos y
que aunque no diga nada sabes que está ahí Eso es un amigo.
- Jo, Mamá, si lo pones tan difícil me quedo
sin ninguno, aunque yo creo que Mónica y Patricia si serían así y Felipe ¿es mi
amigo o es algo más? ¿tú que crees?
- Hombre, por lo que cuentas es algo más, pero
todas esas cosas no aparecen así como así, no. Se empieza poco a poco y se va
creando una relación que suele ser muy bonita.
- Oye y tú que das tantos consejos ¿tú tienes
algún amigo íntimo?
Doña María adoptó una
postura seria y con un gesto de contrariedad contestó:
- No, yo no y eso es un fallo que tuvimos tu
padre y yo, porque desde que empezamos a salir, y yo no era mucho mas mayor que
tú, nos distanciamos de la gente y siempre
estábamos solos. Eso, a la larga, se ha demostrado que ha sido fenomenal
para nuestra relación como pareja, pero
nefasto para lo demás y eso es lo único que le puedo echar en cara a tu padre.
Siempre se ha dedicado a sus pacientes y a su familia y como yo iba detrás,
pues igual y aunque conocemos mucha gente y entramos y salimos, si ahora mismo
tuviéramos un problema gordo, no se a quien se lo contaría. No lo sé. Yo creo
que a nadie.
- Bueno, ¿pues sabes una cosa? – Ana dejó el
vaso de agua en el fregadero – que me voy a dormir que por hoy ya está bien de
rollos – Le dio un beso en la mejilla a su madre y se metió en la cama porque
al día siguiente tenía clase en el instituto y como siguiera de cháchara no la
levantaban ni con una grúa.
Todos estos recuerdos se
almacenaban en su cerebro mientras los pies, por debajo de la mesa continuaban
con sus insinuaciones y el carro parecía desvencijarse a cada accidente del
camino.
El sol abrasaba todo lo
que se pusiera al descubierto y en las caras de los participantes comenzaban a
aparecer síntomas inequívocos de cansancio, sobre todo en aquellos de más
edad; Las arrugas se hacían más
profundas y los párpados se iban cerrando casi a la par de las comisuras
bucales que al descender aportaban un gesto de aburrimiento en muchos de los
nacidos hacía más de media década.
En contraposición, los
jóvenes aumentaban sus expresiones de alegría, sus caras reflejaban la
felicidad de los pocos años y saltaban, bailaban y bebían al son de un
dulzainero que acompañado de un pequeño tambor amenizaba las primeras horas de la tarde y parecía un pequeño
flautista de Amelín porque, como era tradición, al oir sus jotas castellanas y
sus seguidillas vallisoletanas, los jóvenes que todavía no formaban parte de la
comitiva, bajaban de los carros y se integraban en una larga fila que discurría
entre la caravana. Algunos, para
mantener las costumbres, solicitaban algo de comida o de bebida que era gustosamente
entregada por los de mayor edad que asomaban sus brazos desnudos por las
traseras de los carromatos. En el caso que fuera un joven o una joven la que
aportaba su condumio, la obligación era bajar, despedirse de sus antecesores
con un “ustedes sigan bien” e ir a engordar la fila de los seguidores del
dulzainero que, con paso lento y dubitativo se aproximaba a las inmediaciones
del cerro de San Torcuato.
Allí, cientos de vecinos
se agolpaban en los laterales del camino para dar la bienvenida a los
caminantes y con aros de flores creaban una especie de arco del triunfo por el
que las carretas hacían su entrada en el recinto. Formando una especie de
campamento gitano, con las carretas distribuidas al son que marcaba el Antonio,
típico tonto del pueblo que con un pito en la mano las hacía circular hacía los
rincones mas sombreados del alto, excepto a la del Alcalde que, como le caía
mal, lo colocaba siempre en el medio de la explanada para que supiera lo que es
sudar la gota gorda y encima le pedía propina porque para eso le reservaba el
lugar de Honor. Don Tiburcio, el regidor municipal sonreía para sus adentros
porque sabía que eso era cosa del Sebastián, el farolero que con ese castigo le
hacía pagar las horas dedicadas a iluminar las calles del pueblo.
En fin, algún
inconveniente tendría que tener el ser Alcalde, porque si no todo eran
parabienes, abrazos, adulaciones y un montón de cosas más producto de la
autoridad concedida por el poder que dan los votos.
Para D. Tiburcio,
naturalmente que el derecho de pernada entraba dentro de sus atribuciones y así
muchas de las chicas del pueblo habían concedido al Edil sus favores con la
idea de conseguir a continuación una plaza fija en el Ayuntamiento a lo que la
autoridad siempre contestaba que lo primero era lo primero y las
recomendaciones le parecían un acto poco ético, aunque, bien es verdad, que al
cuarto o quinto favor el concepto ético iba variando y así la Casa Consistorial
estaba abarrotada de personal femenino que desafiaba las leyes del País en lo
que se refiere a cuotas de participación de la mujer en la vida pública.
CAPITULO 16.-
La carretas terminaron su
rápido peregrinar por entre los pinos que llenaban el alto y un ruido de voces
iba creciendo. Voces que reclamaban los pantalones, niños que despertaban a sus
padres, movimiento incesante de material para la cena, chocar de sillas y mesas
que se preparaban para la larga noche que se adivinaba, cacerolas que, con los
restos de las viandas, se alineaban a lo largo de los carruajes como esperando
su oportunidad para agradecer a sus dueños lo bien condimentadas que
estaban y sobre todo, manteles de
cuadros por doquier que servían de apoyo en las comidas, tapetes en las
sobremesas y barras de bar en la madrugada, finalizando a modo de colchón para
albergar los dulces sueños de sus propietarios. Al igual que los manteles, las
botas de vino corrían por el campo como si se hubieran provisto de gruesas
patas y pasaban de mano en mano sin casi dar tiempo a que el vino peleón se
aposentase sobre sus paredes y derramando el preciado elemento sobre las
gargantas ávidas de los jóvenes y menos jóvenes que las solicitaban a voz en
grito.
El dulzainero llegó y la
alegría se desbordó. Los mayores se sumaban a la comitiva mezclándose con los
demás y las parejas que bailaban al son de la Jota Castellana
eran de lo más diversas; Paco, mancebo de la Farmacia jubilado y viudo
de la tercera mujer, juntaba sus manos con Eloisa, la hija de D, Juan Alba el
dueño de la única funeraria de tan solo dieciséis años de edad y le daba
pellizcos en el trasero al hacer el paso de la respingona que suponía darle la
espalda lo que el bueno de Paco aprovechaba para dejar deslizar sus manos ante
la atónita mirada de la niña que no terminaba de creer lo que su piel estaba
notando y que, al principio se dejaba hacer, pero que al tercer o cuarto pase,
le decía con la mayor candidez de sus dieciséis años recién cumplidos ¿pero
Paco porqué no le tocas el culo a una de tu edad? A lo que este contestaba que
era mucho mejor la carne fresca que la de vaca insatisfecha y además toreada en
múltiples cosos y aquello terminaba en que la Eloísa se cambiaba de pareja y el Paco brujuleaba
por la fiesta hasta encontrar otra que le siguiese la juerga.
Jose Luis, el Médico,
estaba ayudando a su mujer y desde lo alto del carro le pasaba el mobiliario,
primero las sillas, después y con ayuda de unos sus yernos, la mesa para
finalizar con dos perolas de callos con garbanzos que habían sido cocinados por
Doña María para tan magno acontecimiento. Depositó cuidadosamente el recipiente
en el suelo y levantando la tapa aspiró el intenso aroma y cortando un trozo de
pan con la mano, lo introdujo en la olla y sacó un poco de su contenido
saboreándolo con placer.
Eran ya media tarde y
después de la siesta apetecía algo sólido y más para él que casi no había comido
y todo por culpa de Adolfo, el hijo de la Trini , la de la Mercería , que tenía una
gatroenteritis y le habían llamado dos veces durante la romería. A quien se le
ocurre meter a un enano de dos años en este tinglado sabiendo que al salir de
casa ya tenía casi treinta y ocho de fiebre pensó para sí, mientras la madre
trataba de justificarse diciendo que no sabía que estaba enfermo porque el niño
no dijo ni mu con tal de no perderse la excursión, que si lo llega a saber a
buenas horas lo hubiera traído que se hubiera quedado con su suegra y así ella
podría cantar y bailar. Pero, bueno, que le vamos a hacer, repetía la Trini , esto de la maternidad
también tiene algunos inconvenientes, no todo van a ser satisfacciones y
alegrías y eso que este niño nunca le había dado ningún problema y fijese si
era bueno que usted nunca le había visto por la consulta, o sea que estaba más
fuerte que un roble y perdone que le haya molestado en pleno camino pero ya nos
estábamos empezando a preocupar porque la criatura está hecha un trapo y da
mucha pena verlo, un niño que no para y ahora lo vemos encogido al fondo como
si fuera un gato ¿qué tiene D. José Luis? ¿es grave?
- No, yo creo que no. ¿Ha comido alguna cosa
rara últimamente? – Preguntó el Galeno mientras le palpaba la tripa con manos firmes de delicadas uñas cuidadosamente
recortadas.
- Yo creo que no, como no sean unos chorizos
que hicimos ayer en la finca, pero que aunque no eran caseros, eran de total
confianza, Fijese si eran de confianza que hasta Eulogio, que nunca come nada,
se tomó uno en bocadillo y según él estaba buenísimo , o sea que tenían que
estar de chuparse los dedos porque otra cosa no, pero mi Eulogio es de lo más
tiquismiquis con la comida.
Eso puede venir de ahí, -
D. Jose Luis se remangó la camisa mientras continuaba con su exhaustiva
exploración – pero parecería más lógico que fuera algo como más comercial, no
sé, alguna lata de algo o alguna cosa que estuviera mucho tiempo en la despensa
- No – La Trini se acercó y liberó al niño de una camisita
de colores aprovechando estos pequeños movimientos para alegrar al niño con
unas carantoñas ¿quién es el niño más guapo de toda la caravana? Ajó mi bebé,
el mas bonito de España, ¿quieres un poco de zumo de limón?
El niño quería colaborar
en la alegría de la madre pero casi no tenía fuerzas ni para llorar y mucho
menos para sonreir. La cabeza se le caía hacia los lados y los ojos se cerraban
dejando una mínima hendidura por donde afloraban unas lágrimas de impotencia
que bañaban toda su cara.
D. José Luis terminó su
concienzudo trabajo y le extendió tres recetas para que le compraran en la
farmacia un suero, un laxante y un calmante con lo que, seguro que el niño se
quedaría más tranquilo. En todo caso y si las cosas no fueran a mejor él
estaría alrededor de su carromato y solo tenían que avisarlo para que lo
explorase nuevamente.
- ¿Qué le debo, Doctor? – La Trini metió la mano en su
pecho y rebuscando entre las grasas y el sujetador encontró un fajo de billetes
que lo sacó todo doblado.
- No me debes nada, mujer, ¿cómo te voy a
cobrar si vamos en la misma romería? Solo faltaba. Un día que vengas a mi
consulta en Medina hacemos cuentas y ya está ¿de acuerdo?
Como Eulogio no estaba
seguro que Trini quisiera ser vista por un Ginecólogo, no se atrevió a decirle
el motivo de esa súbita excursión y se inventó un sin fin de excusas : que si
ya estaba bien de no salir del pueblo, que si nos íbamos a atocinar metidos
allí sin salir, que si había que ver el mar, que si tenía que ver una maquinaria
para su taller y mil historias parecidas.
Así que Trini se embarcó
en esta aventura convencida que era una simple excursión a Barcelona y
agradecida a su Eulogio por el detalle.