REQUIEM
POR UNAS IDEAS
F. Belascoain
Julio
-2010
CAPITULO
1.-
Los dos
Infantes de Marina que montaban guardia en la puerta del castillo que servía de
prisión para militares, se cuadraron reglamentariamente y levantando sus fusiles
cruzaron el brazo izquierdo realizando una maniobra repetida en infinidad de
ocasiones.
Frente a
ellos, dos figuras perfectamente uniformadas, uno con el verde de Teniente
Coronel de la Guardia Civil y otro con el blanco de Capitán de Navío de la Armada
Española, traspasaban el umbral de la puerta y retornaban a sus domicilios
después de siete meses de privación de libertad.
El saludo
de los infantes fue devuelto correctamente por ambos oficiales y después de
recorrer unos cincuenta metros se introdujeron en un coche oficial que les
esperaba con las puertas abiertas.
- Bueno,
González, otra vez volvemos a la calle y esperemos que los políticos no nos
obliguen a emplear la fuerza porque la Operación Paso del Estrecho no
cristalizó, pero, si por la razón que sea lo intentamos otra vez, si que no
podemos fallar.
El Capitán de Navío González Alía examinó con el
rabillo del ojo las facciones de su compañero de arresto y pudo comprobar que
los siete meses pasados en prisión no habían añadido ningún nuevo rasgo a su
bien cuidado físico. El bigote, espeso y negro de su compañero de prisión le
imprimía un duro aspecto a su cara y la nariz prominente no ayudaba a mejorar y
solamente su pelo negro bien peinado con raya al lado, le daba un cierto aire
de modernidad. El resto, incluidas sus manos que se movían a un ritmo vertiginoso
y hasta sus piernas que no paraban como si tuvieran un tic, denotaban una
personalidad autoritaria y tenaz como corresponde a un Guardia Civil educado a
la vieja usanza.
El Marino profesional atisbó una intención amenazante
en sus últimas palabras y replicó:
-
Chico, yo estoy
harto de los políticos y sus cosas, pero me gustaría terminar mi carrera en paz
y sin meterme en más líos porque siempre quedamos tres o cuatro que nos tildan
de locos, suicidas o tontos y los peces gordos encima se aprovechan, ascienden
y son considerados casi como héroes y si nó, acuérdate del General De Lucas, yo
os apoyo, lo que queráis, España os necesita, lo único importante es la patria
etc…etc y luego ¿qué?. En el juicio hasta tuvo la cara de decir que a mí no me
habia visto en su vida cuando, tú lo sabes, le estuve explicando toda la
operación en su finca de Jaen y estaba de acuerdo en todo. Claro que, como
hemos comentado muchas veces, casi ha sido preferible no llegar a nada porque
¿estás seguro que hubieran respondido? Yo tengo mis dudas y creo que este
General está un poco pasado y tiene muy poco o ningún carisma a nivel popular.
¡Que pena que tú no seas General porque tú si que valías!
-
¿Yo? – el
Teniente Coronel Cruz explotó en una sonora carcajada en la que se mezclaban la
emoción de su salida de la cárcel y la posibilidad tantas veces soñada de dar
un golpe de timón en la evolución de la madre patria – Lo siento Gonzalez, pero
a mi edad y tal como va el escalafón difícil lo veo. Eso como militar y como
civil no me plantearía nunca mandar, sino crear las condiciones para que sea un
político decente el que gobierne España, pero estoy de acuerdo contigo en que
se necesita alguien con mas prestigio. Nosotros, como decía un amigo mío en la
época de la Academia, nosotros somos tropa selecta, pero tropa
Carlos Gonzalez Alía recorrió con la mirada la dársena
del puerto de Cartagena y desde aquel punto de la carretera se veían las diferentes
unidades de la Armada alineadas, como debe ser, algo lejanas en distancia real,
pero muy próximas en su corazón y recordó, con nostalgia, sus años de
Comandante de un dragaminas cuando en España, según su opinión, todavía existía
el concepto de patria y honor. Sus ojos se posaron sobre una enorme enseña
nacional que ondeaba en lo mas alto del Arsenal y como le ocurría siempre, no
pudo contener un sentimiento de intensa emoción y una lágrima quiso hacer acto
de presencia y trataba de abrirse camino entre los párpados medio cerrados para
librarse del intenso sol. Un movimiento rápido de su mano derecha la hizo
desaparecer y recuperó su expresión habitual. Se inclinó sobre la parte
delantera del coche que los devolvía a la civilización y le indicó al marinero
que lo conducía:
-
A mí me dejas en
la puerta de Capitanía General que me tengo que presentar, de lo contrario
puedo tener problemas y lo único que quiero es olvidarme de todo por un tiempo
y disfrutar de la familia.
Otra vez las lágrimas – que llorón soy, coño – con el
solo recuerdo de Cristina, su mujer y Carlos, Arancha, Cris, Mamen y Paula, sus
hijos. Eran lo mejor del mundo y habían contribuido, solo con su recuerdo, a
superar las múltiples horas de soledad durante aquellos larguísimos siete meses.
Sus manos alisaron los abundantes cabellos totalmente
blancos y en su cara se reflejó un sentimiento de culpabilidad que desapareció
inmediatamente. Fue solamente un instante pero suficiente para pensar si la
patria merecía estos sacrificios. Desechó inmediatamente estos pensamientos y
se dispuso a disfrutar de la vida después de tanto tiempo de privación de
libertad.
Una barrera vigilada por dos marineros y el Oficial de
puerta impedía el paso al recinto militar. El Capitán de Navío Gonzalez Alía se
bajó rápidamente del coche y ante la posibilidad de nuevas emociones apretó la
mano del Teniente Coronel Cruz a través de la ventanilla y con un “ya nos
veremos”, giró sobre sus talones y se encaminó a la puerta del Arsenal .
El Oficial de Guardia ante la llegada de un Capitán de
Navío correctamente uniformado ordenó que levantaran la barrera y saludó su
entrada con un vigoroso saludo. D. Carlos Gonzalez Alía correspondió al saludo
y avanzando unos metros se dirigió como un autómata al despacho oficial del Capitán
General, situado en la primera planta.
Llamó con los nudillos y percibió un seco “adelante”
lo que le permitió penetrar y cuadrarse ante el Secretario de la máxima
autoridad de la Marina en Cartagena que se encontraba hojeando unos informes.
El Capitán de Navío Arturo Molins, sin levantar la cabeza, preguntó:
-
¿Qué desea?
-
Quiero presentarme
al Capitán General para ponerme nuevamente a sus órdenes.
Molins a
las primeras palabras ya reconoció a su compañero y levantó la vista apreciando
el enorme cambio experimentado por ese hombre al que hacía siete meses que no
veía. Gonzalez Alía, horchata como mote desde los lejanos tiempos de Escuela
Naval, tenía el pelo todavía mas blanco. Sus facciones eran duras y unas
enormes ojeras hacían su rostro mas enjuto. Había adelgazado por lo menos cinco
o seis kilos y el uniforme le quedaba algo grande pero sin deteriorar en ningún
momento su porte militar que se mantenía como el primer día. Sus anchas
espaldas estaban algo cargadas por todos los incidentes que habían finalizado
en un expediente y falta grave que casi le cuesta el puesto en Marina y en su
boca se apreciaba un cierto rictus de altivez que para algunos era interpretado
como chulería y que para sus amigos era simplemente un rasgo de su personalidad
destacando mucho mas su sentido de la amistad, una cultura nada despreciable
gracias en parte a su paso por la Universidad a distancia donde en las largas
horas de navegación por los distintos océanos había llegado a terminar la
Licenciatura en Lenguas Germánicas y sobre todo la sinceridad de sus
razonamientos y la claridad en la manera de fijar su posición política. En
definitiva un hombre íntegro, que no se andaba por las ramas y que defendía su
manera de pensar contra viento y marea.
Pasados
unos segundos, Molins se levantó rápido de su mesa y ambos se fundieron en un
abrazo sincero
-
Lo siento, pero
me fue imposible hacer nada por ti en el juicio. De verdad que lo intenté, pero
tu ya venías juzgado desde Madrid y no había ninguna posibilidad. Nosotros
éramos meros transmisores de las órdenes.
-
Arturo, no te
preocupes, ya pasó y de nada vale volver la vista atrás. Fui juzgado, condenado
a una pena, ya la cumplí y aquí estoy, dispuesto a reanudar algunos proyectos
que tenía en cartera.
-
¿Cuándo te llegó
la carta de tu libertad?
-
Yo lo sabía desde
ayer por la noche, pero la carta llegó esta mañana.
-
¿Has visto ya a
Cristina y a los niños?
-
No, vengo
directamente del Castillo y he preferido no decirles nada para darles una
sorpresa, aunque ya saben que un día de estos saldría a la calle.
-
¿Quieres llamarla
por teléfono?
-
No, te lo agradezco,
pero casi prefiero hablar con el Almirante y terminar cuanto antes con este
asunto.
El
Capitán de Navío Molins con el desánimo reflejado en su rostro le informó que
el Almirante estaba reunido con unos armadores alicantinos y había dado ordenes
que no se le molestara hasta pasadas dos horas.
Carlos
Gonzalez Alía, “horchata”, hizo una mueca de disgusto y replicó:
-
No te preocupes,
creo que lo mejor será que espere aunque me suponga un retraso en estar con los
míos.
Molins le
indicó un sillón a un lado del despacho y le ofreció un pitillo negro que tomó
de una pitillera colocada en un ángulo de la mesa
-
No, gracias, no
fumo desde hace mes y medio y espero seguir manteniéndome porque en los primeros
meses de castillo me fumé todo y creo que ya he cubierto la dosis hasta que me
muera.
-
Bueno, por lo
menos estos meses te han servido de algo.
-
Si, es verdad y
lo que también te digo es que desde entonces me siento mucho mejor.
-
Chico yo no tengo
ninguna fuerza de voluntad. Rara es la semana que no me planteo dejarlo, pero
como mucho aguanto un día y enseguida enciendo un pitillo.
-
A mi también me
pasaba igual, pero esta vez lo he conseguido. Ya veremos a ver lo que duro,
pero de momento voy aguantando que es lo importante.
Los dos
amigos permanecieron en silencio, Arturo hojeando unos fax que se acumulaban
encima de su mesa y Carlos mirando la decoración del despacho formada
fundamentalmente por metopas de todos los barcos con base en Cartagena y
cuadros de antiguas naves, todas ellos rodeando a un cuadro con la imagen del
Rey de España vestido con uniforme de gala de la Marina.
-
Perdona Arturo
¿sabes que va a pasar conmigo?
Molins
abrió los brazos en un gesto significativo, apagó el pitillo en un cenicero de
latón con el escudo de una fragata en el fondo y contestó:
-
No tengo ni la
menor idea. Que yo sepa y no hace falta que te diga que por este despacho pasan
todos los papeles oficiales, no ha habido nada de nada, hasta incluso he
llegado a pensar que no hay intención de tocar el tema hasta que no se llegue a
una situación límite y creo que ese momento ha llegado desde que entraste por
esa puerta, pero que yo sepa no hay nada de nada a no ser que sea una decisión
exclusiva del Almirante. Entonces yo no sabría nada, pero en todo el tiempo que
has estado en prisión solamente dos
veces me ha preguntado por ti, una cuando ingresaste y se interesaba por las
instalaciones en las que estabas y otra hará, mas o menos veinte días, en que
me avisó que hablase con la Asesoría Jurídica en Madrid para que le informaran
de tu situación, pero ninguna de las dos veces opinó absolutamente nada, aunque
no se porqué me parece que está absolutamente de acuerdo contigo, pero ya sabes
aquello de que hay que mantener las formas, el respeto a la legalidad vigente etc…etc
-
Ya –Carlos miró
fijamente a su amigo de toda la vida y en esa mirada iba reflejada su manera de
pensar que no había variado nada a pesar de la grave sanción recibida – empiezo
a pensar que todos estáis conmigo, pero todos por unas u otras razones, no dais
la cara y así vamos. Esa España unida, fuerte, con peso en el exterior, sin
terrorismo, demócrata, esa es la que me gusta y no la de la dictadura de los
votos como es ahora. Me gusta un gobierno en el que prime la honradez, el
trabajo, el esfuerzo, con una libertad para que nuestros hijos estudien
religión en el colegio si así lo decidimos los padres, con una moral en la que
no se permitan las putas que salen en la televisión presumiendo de haberse
acostado con fulano o con zutano, los maricones haciendo gala de su homosexualidad
y mil detalles mas que nos están llevando a la ruina sin que nadie mueva ni un dedo
y para dos o tres que lo movemos, nos caen siete meses de castillo. Eso sí,
todos de acuerdo con nosotros ¿ironías del destino?
-
Capitán de Navío Gonzalez
Alía – una potente voz a su espalda le hizo volverse bruscamente. El Almirante
Germán Vierna Lopera había escuchado atentamente las últimas frases del
discurso de su subordinado – está usted absolutamente equivocado. No debe considerarse
el único patriota porque somos muchos los que con nuestro esfuerzo estamos
contribuyendo a que este país en el que usted no cree, vaya hacia delante, con
problemas, seguro que si, pero navegando lo mejor posible y tratando de ir
legalizando situaciones que hasta ahora no se habían contemplado pero que están
ahí y mucho no estamos de acuerdo en las formas y posiblemente en la velocidad
de la transición, pero tendrá que reconocer que desde la legalidad es como se
deben hacer las reformas y no buscando caminos alternativos que solo conducen a
volver a la historia de las dos Españas que bastante disgustos nos han
provocado hace muy pocos años
El
Almirante dio unos pasos alrededor de su subordinado sin dejar de mirarle
fijamente – Debo decirle porque es de justicia reconocerlo que en muchas cosas
estoy de acuerdo con usted y sobre todo en el tema del terrorismo en el que creo
que estamos fracasando, pero no comparto en absoluto su teoría de que
acabaríamos con él enviando al Ejército. Sé que es un tema muy complejo y que
prácticamente todas las soluciones hasta ahora han resultado inútiles, pero
debería estar de acuerdo conmigo en que la violencia y mucho más si esa
violencia es institucional solo genera mas violencia y aunque le parezca una
barbaridad yo soy uno más de los convencidos que la única vía es la negociación
-
¿Y que el País
Vasco sea una nación? – el recién salido de prisión no pudo por menos que
expresar su indignación – Con el debido respeto debo decirle que usted piensa como
esos políticos de tres al cuarto que nos gobiernan como si fuéramos un rebaño
de ovejas y que les da igual que España sea una nación o diecisiete
-
Se olvida usted
mi querido amigo que esos políticos a los que usted desprecia han sido elegidos
en unas votaciones democráticas
-
Las votaciones sí
que han sido democráticas, estoy de acuerdo con usted, pero no en lo que ha
venido a continuación.
-
¿Se refiere usted
a los pactos entre partidos?
-
Naturalmente y no
pretenda hacerme comulgar con ruedas de molino – el Capitán de Navío desafiaba
con su mirada al Almirante de Cartagena - ¿cómo es posible que un país esté
gobernado por un partido político de una determinada autonomía que solo ha
obtenido el ocho por cien de los votos? Eso si, en coalición con otro que obtuvo
un montón, pero que solo no podría gobernar. ¿Es eso democrático?
-
No puedo decir si
es democrático o no, pero es la ley vigente.
-
Pues alguien
debería de cambiarla.
-
De acuerdo,
deberíamos de cambiarla, pero no con operaciones como la Operación Paso del
Estrecho que ustedes estaban intentando montar. Todo el mundo sabía que era el
principio de un golpe de estado y es lógico que el estado de derecho se proteja
de gente como ustedes que intentan desbancar a los políticos elegidos por el
pueblo.
-
Entonces ¿me
quiere contar como se puede hacer cambiar lo que hay? Si algunos lo intentamos
tratando de convencer a los mandos que las cosas no pueden seguir igual, mal
hecho, somos juzgados y vamos a la cárcel y si no lo intentamos, es evidente
que los políticos de turno no tienen mayor interés en que cambie nada. Ellos
bien instalados en el poder y a los demás que nos vayan dando. Si eso es el
honor que nos han inculcado a todos en la Escuela Naval, que baje Dios y lo vea
-
Siempre estará en
su mano votar a otros y que a los cuatro años cambie el Gobierno.
-
Ya, esa es la
historia de siempre, pero no es tan sencillo. El que está en el poder ya se
encarga de organizar todo de tal manera que los votos le caigan casi solos.
-
Lo siento, mi
querido amigo, pero no estoy de acuerdo, pero, en fin como veo que nuestras
posturas son tan distantes y va a ser difícil por no decir imposible que nos
pongamos de acuerdo, creo que lo mejor es aplazar esta discusión para otro
momento y que usted se vaya a su casa a disfrutar de los suyos durante quince
días y luego ya hablaremos ¿le parece?
-
Bien, hasta
dentro de quince días, pero ¿me podría decir si voy a continuar en mi puesto o
me van a destinar a otro sitio?
-
Si quiere que le
sea sincero, ahora mismo no le puedo contestar porque no lo sé. En
conversaciones mantenidas con la gente del Ministerio he podido observar una
cierta tendencia a que abandone el Departamento Marítimo de Cartagena, pero no
hay nada decidido y yo creo que irá en relación con el futuro del Teniente
Coronel Cruz.
-
Bien, espero sus
órdenes.
-
No se preocupe que
en cuanto sepa algo se lo haré llegar inmediatamente. Hasta pronto.
El
Almirante abandonó el despacho después de estrechar la mano de su interlocutor
El
Teniente Coronel Cruz pudo observar desde la ventanilla del coche como su amigo
desde hacía pocos meses, Carlos Gonzalez Alía, penetraba en Capitanía y sin
perder ni un segundo ordenó al chofer que lo llevara a la estación de tren.
Mientras circulaba por las calles de Cartagena en las que empezaba a notarse el
efecto del sol, fueron muchos los pensamientos que discurrieron por su cabeza.
Pensó en su mujer Guadalupe la mejor compañera, sus tres hijos: Antonio,
Teniente del Ejército de Tierra desde hacía un año que había terminado su
período de formación en la Academia de Zaragoza, un tío como Dios manda, Julian
estudiante universitario de Económicas con ideas muy diferentes a las suyas
pero buena gente y Belén a punto de ser estudiante de primero de Farmacia, la
mejor de sus hijos con diferencia. Por su mente como si de una película se
tratase, pasaron desde su etapa de niño con el colegio de Granada, su época de
Academia en Zaragoza, la boda en Toledo cuando estaba a punto de finalizar su
período de formación, los malos momentos cuando le hicieron tomar la decisión
de pasar a la Guardia Civil cuando toda su vida la había dedicado a prepararse
para ser Oficial del Ejército de Tierra, los múltiples arrestos sufridos por su
carácter indomable, hasta su última estancia en Cartagena en donde había
madurado sus nuevas ideas para ayudar a salvar la patria sin ser arrestado otra
vez.
Casi sin
darse cuenta se encontró con que el coche frenaba en el amplio parking de la
flamante estación de tren de la ciudad departamental. Descendió con rapidez
ante la solicitud del chofer que abrió la puerta trasera cuadrándose a continuación.
El Teniente Coronel recorrió con su vista la moderna cúpula de la estructura
metálica que albergaba una moderna estación, se alisó la guerrera, se ajustó el
tricornio y ordenó al marinero
-
Factúreme las
maletas que yo iré directamente al departamento del tren. Ah, se me olvidaba,
si pasa por algún puesto de periódicos me compra algo para leer durante el
viaje.
Alargando
la mano le entregó unas monedas y se encaminó tranquilamente al andén donde
suponía que estaría estacionado el tren que le conduciría a su domicilio. Sabía
que tendría por delante un tiempo hasta la salida, pero prefería estar solo.
Entregó su billete al revisor quien le acompañó hasta su cabina de coche cama
situada en el segundo vagón detrás de la máquina. Le dio una propina, se quitó
el tricornio y se acomodó sabiendo que todavía tenía por delante seis o siete horas
de viaje.
Con
aparente calma, la que le había dado los meses de arresto primero domiciliarios
y luego en Cartagena, se volvió a preguntar porqué le habrían prorrogado casi
quince días mas de incomunicación. Le habían hecho una buena faena porque
Guadalupe tuvo que volverse a Madrid para ocuparse de la casa y además ¿porqué
quince días mas? Si los jueces dicen que siete meses pues son siete meses. El
tiempo, es verdad, pasa muy deprisa, pero estos últimos se le hicieron eternos
y encima sin saber cuando sería el día exacto de su liberación.
Recordó
que esa misma mañana, mientras que se encontraba leyendo la prensa, el Oficial
de Guardia le había comunicado que había recibido órdenes de sus superiores en
el sentido de que el Teniente Coronel preparase sus cosas porque en muy pocas
horas sería libre nuevamente. Ni siquiera tuvo tiempo de avisar a su familia,
aunque dictó un telegrama que decía:
Por fin-
stop – Mañana llego en el tren a las 9,30 h – stop – Abrazos Antonio……
Sentado
en su departamento de coche cama que le conduciría directamente de Cartagena a
su casa madrileña de la Avenida de la Ilustración, pensó en los largos meses de
encierro ¿no sería mejor decir destierro? y en las madrugadas sin dormir en las
que aprendió a distinguir las estrellas que llenan las noches cartageneras o en
aquellos interminables paseos por el patio de la prisión, siempre acompañado del
que se hizo su amigo del alma, Carlos, el Marino con el que compartía ideas e
ilusiones y con el que planificó el golpe que no se llevó a cabo, o aquellas
partidas de mus en las que siempre resultaba perdedor y aquellas horas muertas
en la capilla del centro penitenciario que le habían aportado tranquilidad a un
espíritu nervioso ante el cariz que estaban tomando los últimos
acontecimientos.
El
Teniente Coronel Antonio Cruz Perez se puso cómodo, se desabrochó la guerrera
con todas sus condecoraciones, se quitó los zapatos y se tumbó cuan largo era
en su cama cerrando los ojos con la intención de echar una pequeña cabezada y
ni el traquetreo del tren ni los deseos de libertad conseguida después de siete
interminables meses, le impidieron quedarse dormido como un tronco hasta una
parada en Tarancón.
La ausencia
de ruidos le hizo mirar por la ventanilla y pedir una coca-cola a un vendedor
ambulante que anunciaba su mercancía a voz en grito.
A los
pocos minutos, el tren comenzó otra vez su lento caminar y el Coronel Cruz ante
los inútiles esfuerzos para volver a quedarse dormido, se desnudó completamente
y se dio una ducha con el agua tan caliente que casi le produce quemaduras en
la espalda.
Se
secó con una toalla blanca con el anagrama
de Renfe en una de sus esquinas y se volvió a vestir.
De las
diferentes revistas que el chofer le había conseguido, Antonio Cruz se decidió
por el Dominical de “La Razón”, el periódico de derechas que leía diariamente
desde su ingreso en prisión.
Solamente
la portada ya era para entrar en calor y así en grandes titulares destacaba el
nombramiento de Aitor Gracia Vidautierraleta como nuevo Consejero de Cultura de
la Comunidad Vasca con lo que pasaba a formar parte de un gobierno al que no
solamente había vetado en numerosas ocasiones desde su banco del Parlamento
Foral Vasco, sino que en su juventud había intentado destronarlo con el
procedimiento tan democrático de la mochila bomba que depositó en un cuarto de
baño y que como explotó por la noche solo causó cuantiosos daños materiales,
pero ninguna víctima mortal, lo cual para
el Presidente del Gobierno fue un gesto de humanidad por parte de la ETA.
El
Teniente Coronel Cruz no podía disimular su tremendo enfado y cerrando el
periódico bruscamente lo arrojó al suelo y lo pisoteó con rabia.
A los pocos segundos se dio cuenta que el suelo de
todo el compartimento estaba lleno de hojas de periódico arrugadas y sintió
como un poco de vergüenza y arrodillándose las recogió con parsimonia. Todavía
le quedaban casi dos horas para llegar a la capital del España y tenía tiempo
de sobra.
Terminó su cometido y se sentó nuevamente y en esta
ocasión abrió la revista “Interviú” por la página central y allí se dio, casi
de bruces con la foto de una señorita muy , pero que muy bien dotada por la madre
naturaleza y no solo en su perfecta delantera con unos pechos turgentes y muy
apetecibles sino también en su bien cuidada melena que se encontraba recogida
con un tricornio de la Guardia Civil y en la página siguiente de nuevo la misma
señorita pero esta vez solo con la parte superior del uniforme de tan glorioso
cuerpo militar y calzada con las botas reglamentarias y el resto de su anatomía
como Dios la trajo al mundo. En una última fotografía volvía a aparecer la
misma señorita, pero en esta ocasión, entrando en un “jeep” de la benemérita y
solo con el pantalón.
El Teniente Coronel Cruz no daba crédito a lo que
veían sus ojos, el enrojecimiento se iba haciendo cada vez mas patente en su
cara y un temblor generalizado le recorrió todo su cuerpo que se agudizó al
leer y releer el pié de foto que completaba el reportaje y en el que se instaba
a los mandos de la Guardia Civil a que dejaran ejercer sus derechos como
ciudadana a la que hacía tan solo unos meses era el Sargento Ramírez y ahora
había pasado a ser por arte de la Cirugía Plástica, la Sargento Carmen Gladys,
según constaba en su nuevo D.N.I. expedido por la Dirección General de
Seguridad.
Nervioso, pero con gesto decidido, abrió la ventana y
lanzó al vacío la revista, mientras con gesto preocupado exclamaba: “Hijos de
puta” pero ¿a dónde nos quieren llevar? Si ya sabía yo que esto iba a pasar, si
mientras no exista una oposición como Dios manda, vamos a la ruina y este
Gobierno nos llevará y si no al tiempo, a una guerra civil. ¡Parece que estamos
en el año treinta y seis! Se han perdido los valores de la Madre Patria y así
nos luce el pelo.
Se mesó los cabellos con ambas manos y al final se
volvió a quedar dormido, mientras el tren continuaba su lento caminar hasta su
llegada a la estación de Atocha.
De momento me gusta
ResponderEliminarMuy bueno Tino, aunque hoy en día, políticamente incorrecto
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