lunes, 1 de febrero de 2021

 

 

 

 

 

 

 

REQUIEM POR UNAS IDEAS

 

 

 

 

 

 F. Belascoain

  Julio -2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO 1.-

 

Los dos Infantes de Marina que montaban guardia en la puerta del castillo que servía de prisión para militares, se cuadraron reglamentariamente y levantando sus fusiles cruzaron el brazo izquierdo realizando una maniobra repetida en infinidad de ocasiones.

Frente a ellos, dos figuras perfectamente uniformadas, uno con el verde de Teniente Coronel de la Guardia Civil y otro con el blanco de Capitán de Navío de la Armada Española, traspasaban el umbral de la puerta y retornaban a sus domicilios después de siete meses de privación de libertad.

El saludo de los infantes fue devuelto correctamente por ambos oficiales y después de recorrer unos cincuenta metros se introdujeron en un coche oficial que les esperaba con las puertas abiertas.

-  Bueno, González, otra vez volvemos a la calle y esperemos que los políticos no nos obliguen a emplear la fuerza porque la Operación Paso del Estrecho no cristalizó, pero, si por la razón que sea lo intentamos otra vez, si que no podemos fallar.

 

El Capitán de Navío González Alía examinó con el rabillo del ojo las facciones de su compañero de arresto y pudo comprobar que los siete meses pasados en prisión no habían añadido ningún nuevo rasgo a su bien cuidado físico. El bigote, espeso y negro de su compañero de prisión le imprimía un duro aspecto a su cara y la nariz prominente no ayudaba a mejorar y solamente su pelo negro bien peinado con raya al lado, le daba un cierto aire de modernidad. El resto, incluidas sus manos que se movían a un ritmo vertiginoso y hasta sus piernas que no paraban como si tuvieran un tic, denotaban una personalidad autoritaria y tenaz como corresponde a un Guardia Civil educado a la vieja usanza.

El Marino profesional atisbó una intención amenazante en sus últimas palabras y replicó:

-       Chico, yo estoy harto de los políticos y sus cosas, pero me gustaría terminar mi carrera en paz y sin meterme en más líos porque siempre quedamos tres o cuatro que nos tildan de locos, suicidas o tontos y los peces gordos encima se aprovechan, ascienden y son considerados casi como héroes y si nó, acuérdate del General De Lucas, yo os apoyo, lo que queráis, España os necesita, lo único importante es la patria etc…etc y luego ¿qué?. En el juicio hasta tuvo la cara de decir que a mí no me habia visto en su vida cuando, tú lo sabes, le estuve explicando toda la operación en su finca de Jaen y estaba de acuerdo en todo. Claro que, como hemos comentado muchas veces, casi ha sido preferible no llegar a nada porque ¿estás seguro que hubieran respondido? Yo tengo mis dudas y creo que este General está un poco pasado y tiene muy poco o ningún carisma a nivel popular. ¡Que pena que tú no seas General porque tú si que valías!

-       ¿Yo? – el Teniente Coronel Cruz explotó en una sonora carcajada en la que se mezclaban la emoción de su salida de la cárcel y la posibilidad tantas veces soñada de dar un golpe de timón en la evolución de la madre patria – Lo siento Gonzalez, pero a mi edad y tal como va el escalafón difícil lo veo. Eso como militar y como civil no me plantearía nunca mandar, sino crear las condiciones para que sea un político decente el que gobierne España, pero estoy de acuerdo contigo en que se necesita alguien con mas prestigio. Nosotros, como decía un amigo mío en la época de la Academia, nosotros somos tropa selecta, pero tropa

 

Carlos Gonzalez Alía recorrió con la mirada la dársena del puerto de Cartagena y desde aquel punto de la carretera se veían las diferentes unidades de la Armada alineadas, como debe ser, algo lejanas en distancia real, pero muy próximas en su corazón y recordó, con nostalgia, sus años de Comandante de un dragaminas cuando en España, según su opinión, todavía existía el concepto de patria y honor. Sus ojos se posaron sobre una enorme enseña nacional que ondeaba en lo mas alto del Arsenal y como le ocurría siempre, no pudo contener un sentimiento de intensa emoción y una lágrima quiso hacer acto de presencia y trataba de abrirse camino entre los párpados medio cerrados para librarse del intenso sol. Un movimiento rápido de su mano derecha la hizo desaparecer y recuperó su expresión habitual. Se inclinó sobre la parte delantera del coche que los devolvía a la civilización y le indicó al marinero que lo conducía:

-       A mí me dejas en la puerta de Capitanía General que me tengo que presentar, de lo contrario puedo tener problemas y lo único que quiero es olvidarme de todo por un tiempo y disfrutar de la familia.

Otra vez las lágrimas – que llorón soy, coño – con el solo recuerdo de Cristina, su mujer y Carlos, Arancha, Cris, Mamen y Paula, sus hijos. Eran lo mejor del mundo y habían contribuido, solo con su recuerdo, a superar las múltiples horas de soledad durante aquellos larguísimos siete meses.

Sus manos alisaron los abundantes cabellos totalmente blancos y en su cara se reflejó un sentimiento de culpabilidad que desapareció inmediatamente. Fue solamente un instante pero suficiente para pensar si la patria merecía estos sacrificios. Desechó inmediatamente estos pensamientos y se dispuso a disfrutar de la vida después de tanto tiempo de privación de libertad.

Una barrera vigilada por dos marineros y el Oficial de puerta impedía el paso al recinto militar. El Capitán de Navío Gonzalez Alía se bajó rápidamente del coche y ante la posibilidad de nuevas emociones apretó la mano del Teniente Coronel Cruz a través de la ventanilla y con un “ya nos veremos”, giró sobre sus talones y se encaminó a la puerta del Arsenal .

El Oficial de Guardia ante la llegada de un Capitán de Navío correctamente uniformado ordenó que levantaran la barrera y saludó su entrada con un vigoroso saludo. D. Carlos Gonzalez Alía correspondió al saludo y avanzando unos metros se dirigió como un autómata al despacho oficial del Capitán General, situado en la primera planta.

Llamó con los nudillos y percibió un seco “adelante” lo que le permitió penetrar y cuadrarse ante el Secretario de la máxima autoridad de la Marina en Cartagena que se encontraba hojeando unos informes. El Capitán de Navío Arturo Molins, sin levantar la cabeza, preguntó:

-       ¿Qué desea?

-       Quiero presentarme al Capitán General para ponerme nuevamente a sus órdenes.

Molins a las primeras palabras ya reconoció a su compañero y levantó la vista apreciando el enorme cambio experimentado por ese hombre al que hacía siete meses que no veía. Gonzalez Alía, horchata como mote desde los lejanos tiempos de Escuela Naval, tenía el pelo todavía mas blanco. Sus facciones eran duras y unas enormes ojeras hacían su rostro mas enjuto. Había adelgazado por lo menos cinco o seis kilos y el uniforme le quedaba algo grande pero sin deteriorar en ningún momento su porte militar que se mantenía como el primer día. Sus anchas espaldas estaban algo cargadas por todos los incidentes que habían finalizado en un expediente y falta grave que casi le cuesta el puesto en Marina y en su boca se apreciaba un cierto rictus de altivez que para algunos era interpretado como chulería y que para sus amigos era simplemente un rasgo de su personalidad destacando mucho mas su sentido de la amistad, una cultura nada despreciable gracias en parte a su paso por la Universidad a distancia donde en las largas horas de navegación por los distintos océanos había llegado a terminar la Licenciatura en Lenguas Germánicas y sobre todo la sinceridad de sus razonamientos y la claridad en la manera de fijar su posición política. En definitiva un hombre íntegro, que no se andaba por las ramas y que defendía su manera de pensar contra viento y marea.

Pasados unos segundos, Molins se levantó rápido de su mesa y ambos se fundieron en un abrazo sincero

-       Lo siento, pero me fue imposible hacer nada por ti en el juicio. De verdad que lo intenté, pero tu ya venías juzgado desde Madrid y no había ninguna posibilidad. Nosotros éramos meros transmisores de las órdenes.

-       Arturo, no te preocupes, ya pasó y de nada vale volver la vista atrás. Fui juzgado, condenado a una pena, ya la cumplí y aquí estoy, dispuesto a reanudar algunos proyectos que tenía en cartera.

-       ¿Cuándo te llegó la carta de tu libertad?

-       Yo lo sabía desde ayer por la noche, pero la carta llegó esta mañana.

-       ¿Has visto ya a Cristina y a los niños?

-       No, vengo directamente del Castillo y he preferido no decirles nada para darles una sorpresa, aunque ya saben que un día de estos saldría a la calle.

-       ¿Quieres llamarla por teléfono?

-       No, te lo agradezco, pero casi prefiero hablar con el Almirante y terminar cuanto antes con este asunto.

El Capitán de Navío Molins con el desánimo reflejado en su rostro le informó que el Almirante estaba reunido con unos armadores alicantinos y había dado ordenes que no se le molestara hasta pasadas dos horas.

Carlos Gonzalez Alía, “horchata”, hizo una mueca de disgusto y replicó:

-       No te preocupes, creo que lo mejor será que espere aunque me suponga un retraso en estar con los míos.

Molins le indicó un sillón a un lado del despacho y le ofreció un pitillo negro que tomó de una pitillera colocada en un ángulo de la mesa

-       No, gracias, no fumo desde hace mes y medio y espero seguir manteniéndome porque en los primeros meses de castillo me fumé todo y creo que ya he cubierto la dosis hasta que me muera.

-       Bueno, por lo menos estos meses te han servido de algo.

-       Si, es verdad y lo que también te digo es que desde entonces me siento mucho mejor.

-       Chico yo no tengo ninguna fuerza de voluntad. Rara es la semana que no me planteo dejarlo, pero como mucho aguanto un día y enseguida enciendo un pitillo.

-       A mi también me pasaba igual, pero esta vez lo he conseguido. Ya veremos a ver lo que duro, pero de momento voy aguantando que es lo importante.

Los dos amigos permanecieron en silencio, Arturo hojeando unos fax que se acumulaban encima de su mesa y Carlos mirando la decoración del despacho formada fundamentalmente por metopas de todos los barcos con base en Cartagena y cuadros de antiguas naves, todas ellos rodeando a un cuadro con la imagen del Rey de España vestido con uniforme de gala de la Marina.

-       Perdona Arturo ¿sabes que va a pasar conmigo?

Molins abrió los brazos en un gesto significativo, apagó el pitillo en un cenicero de latón con el escudo de una fragata en el fondo y contestó:

-       No tengo ni la menor idea. Que yo sepa y no hace falta que te diga que por este despacho pasan todos los papeles oficiales, no ha habido nada de nada, hasta incluso he llegado a pensar que no hay intención de tocar el tema hasta que no se llegue a una situación límite y creo que ese momento ha llegado desde que entraste por esa puerta, pero que yo sepa no hay nada de nada a no ser que sea una decisión exclusiva del Almirante. Entonces yo no sabría nada, pero en todo el tiempo que has estado en  prisión solamente dos veces me ha preguntado por ti, una cuando ingresaste y se interesaba por las instalaciones en las que estabas y otra hará, mas o menos veinte días, en que me avisó que hablase con la Asesoría Jurídica en Madrid para que le informaran de tu situación, pero ninguna de las dos veces opinó absolutamente nada, aunque no se porqué me parece que está absolutamente de acuerdo contigo, pero ya sabes aquello de que hay que mantener las formas, el respeto a la legalidad vigente etc…etc

-       Ya –Carlos miró fijamente a su amigo de toda la vida y en esa mirada iba reflejada su manera de pensar que no había variado nada a pesar de la grave sanción recibida – empiezo a pensar que todos estáis conmigo, pero todos por unas u otras razones, no dais la cara y así vamos. Esa España unida, fuerte, con peso en el exterior, sin terrorismo, demócrata, esa es la que me gusta y no la de la dictadura de los votos como es ahora. Me gusta un gobierno en el que prime la honradez, el trabajo, el esfuerzo, con una libertad para que nuestros hijos estudien religión en el colegio si así lo decidimos los padres, con una moral en la que no se permitan las putas que salen en la televisión presumiendo de haberse acostado con fulano o con zutano, los maricones haciendo gala de su homosexualidad y mil detalles mas que nos están llevando a la ruina sin que nadie mueva ni un dedo y para dos o tres que lo movemos, nos caen siete meses de castillo. Eso sí, todos de acuerdo con nosotros ¿ironías del destino?

-       Capitán de Navío Gonzalez Alía – una potente voz a su espalda le hizo volverse bruscamente. El Almirante Germán Vierna Lopera había escuchado atentamente las últimas frases del discurso de su subordinado – está usted absolutamente equivocado. No debe considerarse el único patriota porque somos muchos los que con nuestro esfuerzo estamos contribuyendo a que este país en el que usted no cree, vaya hacia delante, con problemas, seguro que si, pero navegando lo mejor posible y tratando de ir legalizando situaciones que hasta ahora no se habían contemplado pero que están ahí y mucho no estamos de acuerdo en las formas y posiblemente en la velocidad de la transición, pero tendrá que reconocer que desde la legalidad es como se deben hacer las reformas y no buscando caminos alternativos que solo conducen a volver a la historia de las dos Españas que bastante disgustos nos han provocado hace muy pocos años

El Almirante dio unos pasos alrededor de su subordinado sin dejar de mirarle fijamente – Debo decirle porque es de justicia reconocerlo que en muchas cosas estoy de acuerdo con usted y sobre todo en el tema del terrorismo en el que creo que estamos fracasando, pero no comparto en absoluto su teoría de que acabaríamos con él enviando al Ejército. Sé que es un tema muy complejo y que prácticamente todas las soluciones hasta ahora han resultado inútiles, pero debería estar de acuerdo conmigo en que la violencia y mucho más si esa violencia es institucional solo genera mas violencia y aunque le parezca una barbaridad yo soy uno más de los convencidos que la única vía es la negociación

-       ¿Y que el País Vasco sea una nación? – el recién salido de prisión no pudo por menos que expresar su indignación – Con el debido respeto debo decirle que usted piensa como esos políticos de tres al cuarto que nos gobiernan como si fuéramos un rebaño de ovejas y que les da igual que España sea una nación o diecisiete

-       Se olvida usted mi querido amigo que esos políticos a los que usted desprecia han sido elegidos en unas votaciones democráticas

-       Las votaciones sí que han sido democráticas, estoy de acuerdo con usted, pero no en lo que ha venido a continuación.

-       ¿Se refiere usted a los pactos entre partidos?

-       Naturalmente y no pretenda hacerme comulgar con ruedas de molino – el Capitán de Navío desafiaba con su mirada al Almirante de Cartagena - ¿cómo es posible que un país esté gobernado por un partido político de una determinada autonomía que solo ha obtenido el ocho por cien de los votos? Eso si, en coalición con otro que obtuvo un montón, pero que solo no podría gobernar. ¿Es eso democrático?

-       No puedo decir si es democrático o no, pero es la ley vigente.

-       Pues alguien debería de cambiarla.

-       De acuerdo, deberíamos de cambiarla, pero no con operaciones como la Operación Paso del Estrecho que ustedes estaban intentando montar. Todo el mundo sabía que era el principio de un golpe de estado y es lógico que el estado de derecho se proteja de gente como ustedes que intentan desbancar a los políticos elegidos por el pueblo.

-       Entonces ¿me quiere contar como se puede hacer cambiar lo que hay? Si algunos lo intentamos tratando de convencer a los mandos que las cosas no pueden seguir igual, mal hecho, somos juzgados y vamos a la cárcel y si no lo intentamos, es evidente que los políticos de turno no tienen mayor interés en que cambie nada. Ellos bien instalados en el poder y a los demás que nos vayan dando. Si eso es el honor que nos han inculcado a todos en la Escuela Naval, que baje Dios y lo vea

-       Siempre estará en su mano votar a otros y que a los cuatro años cambie el Gobierno.

-       Ya, esa es la historia de siempre, pero no es tan sencillo. El que está en el poder ya se encarga de organizar todo de tal manera que los votos le caigan casi solos.

-       Lo siento, mi querido amigo, pero no estoy de acuerdo, pero, en fin como veo que nuestras posturas son tan distantes y va a ser difícil por no decir imposible que nos pongamos de acuerdo, creo que lo mejor es aplazar esta discusión para otro momento y que usted se vaya a su casa a disfrutar de los suyos durante quince días y luego ya hablaremos ¿le parece?

-       Bien, hasta dentro de quince días, pero ¿me podría decir si voy a continuar en mi puesto o me van a destinar a otro sitio?

-       Si quiere que le sea sincero, ahora mismo no le puedo contestar porque no lo sé. En conversaciones mantenidas con la gente del Ministerio he podido observar una cierta tendencia a que abandone el Departamento Marítimo de Cartagena, pero no hay nada decidido y yo creo que irá en relación con el futuro del Teniente Coronel Cruz.

-       Bien, espero sus órdenes.

-       No se preocupe que en cuanto sepa algo se lo haré llegar inmediatamente. Hasta pronto.

El Almirante abandonó el despacho después de estrechar la mano de su interlocutor

 

El Teniente Coronel Cruz pudo observar desde la ventanilla del coche como su amigo desde hacía pocos meses, Carlos Gonzalez Alía, penetraba en Capitanía y sin perder ni un segundo ordenó al chofer que lo llevara a la estación de tren. Mientras circulaba por las calles de Cartagena en las que empezaba a notarse el efecto del sol, fueron muchos los pensamientos que discurrieron por su cabeza. Pensó en su mujer Guadalupe la mejor compañera, sus tres hijos: Antonio, Teniente del Ejército de Tierra desde hacía un año que había terminado su período de formación en la Academia de Zaragoza, un tío como Dios manda, Julian estudiante universitario de Económicas con ideas muy diferentes a las suyas pero buena gente y Belén a punto de ser estudiante de primero de Farmacia, la mejor de sus hijos con diferencia. Por su mente como si de una película se tratase, pasaron desde su etapa de niño con el colegio de Granada, su época de Academia en Zaragoza, la boda en Toledo cuando estaba a punto de finalizar su período de formación, los malos momentos cuando le hicieron tomar la decisión de pasar a la Guardia Civil cuando toda su vida la había dedicado a prepararse para ser Oficial del Ejército de Tierra, los múltiples arrestos sufridos por su carácter indomable, hasta su última estancia en Cartagena en donde había madurado sus nuevas ideas para ayudar a salvar la patria sin ser arrestado otra vez.

Casi sin darse cuenta se encontró con que el coche frenaba en el amplio parking de la flamante estación de tren de la ciudad departamental. Descendió con rapidez ante la solicitud del chofer que abrió la puerta trasera cuadrándose a continuación. El Teniente Coronel recorrió con su vista la moderna cúpula de la estructura metálica que albergaba una moderna estación, se alisó la guerrera, se ajustó el tricornio y ordenó al marinero

-       Factúreme las maletas que yo iré directamente al departamento del tren. Ah, se me olvidaba, si pasa por algún puesto de periódicos me compra algo para leer durante el viaje.

Alargando la mano le entregó unas monedas y se encaminó tranquilamente al andén donde suponía que estaría estacionado el tren que le conduciría a su domicilio. Sabía que tendría por delante un tiempo hasta la salida, pero prefería estar solo. Entregó su billete al revisor quien le acompañó hasta su cabina de coche cama situada en el segundo vagón detrás de la máquina. Le dio una propina, se quitó el tricornio y se acomodó sabiendo que todavía tenía por delante seis o siete horas de viaje.

Con aparente calma, la que le había dado los meses de arresto primero domiciliarios y luego en Cartagena, se volvió a preguntar porqué le habrían prorrogado casi quince días mas de incomunicación. Le habían hecho una buena faena porque Guadalupe tuvo que volverse a Madrid para ocuparse de la casa y además ¿porqué quince días mas? Si los jueces dicen que siete meses pues son siete meses. El tiempo, es verdad, pasa muy deprisa, pero estos últimos se le hicieron eternos y encima sin saber cuando sería el día exacto de su liberación.

Recordó que esa misma mañana, mientras que se encontraba leyendo la prensa, el Oficial de Guardia le había comunicado que había recibido órdenes de sus superiores en el sentido de que el Teniente Coronel preparase sus cosas porque en muy pocas horas sería libre nuevamente. Ni siquiera tuvo tiempo de avisar a su familia, aunque dictó un telegrama que decía:

Por fin- stop – Mañana llego en el tren a las 9,30 h – stop – Abrazos Antonio……

Sentado en su departamento de coche cama que le conduciría directamente de Cartagena a su casa madrileña de la Avenida de la Ilustración, pensó en los largos meses de encierro ¿no sería mejor decir destierro? y en las madrugadas sin dormir en las que aprendió a distinguir las estrellas que llenan las noches cartageneras o en aquellos interminables paseos por el patio de la prisión, siempre acompañado del que se hizo su amigo del alma, Carlos, el Marino con el que compartía ideas e ilusiones y con el que planificó el golpe que no se llevó a cabo, o aquellas partidas de mus en las que siempre resultaba perdedor y aquellas horas muertas en la capilla del centro penitenciario que le habían aportado tranquilidad a un espíritu nervioso ante el cariz que estaban tomando los últimos acontecimientos.

El Teniente Coronel Antonio Cruz Perez se puso cómodo, se desabrochó la guerrera con todas sus condecoraciones, se quitó los zapatos y se tumbó cuan largo era en su cama cerrando los ojos con la intención de echar una pequeña cabezada y ni el traquetreo del tren ni los deseos de libertad conseguida después de siete interminables meses, le impidieron quedarse dormido como un tronco hasta una parada en Tarancón.

La ausencia de ruidos le hizo mirar por la ventanilla y pedir una coca-cola a un vendedor ambulante que anunciaba su mercancía a voz en grito.

A los pocos minutos, el tren comenzó otra vez su lento caminar y el Coronel Cruz ante los inútiles esfuerzos para volver a quedarse dormido, se desnudó completamente y se dio una ducha con el agua tan caliente que casi le produce quemaduras en la espalda.

Se secó  con una toalla blanca con el anagrama de Renfe en una de sus esquinas y se volvió a vestir.

De las diferentes revistas que el chofer le había conseguido, Antonio Cruz se decidió por el Dominical de “La Razón”, el periódico de derechas que leía diariamente desde su ingreso en prisión.

Solamente la portada ya era para entrar en calor y así en grandes titulares destacaba el nombramiento de Aitor Gracia Vidautierraleta como nuevo Consejero de Cultura de la Comunidad Vasca con lo que pasaba a formar parte de un gobierno al que no solamente había vetado en numerosas ocasiones desde su banco del Parlamento Foral Vasco, sino que en su juventud había intentado destronarlo con el procedimiento tan democrático de la mochila bomba que depositó en un cuarto de baño y que como explotó por la noche solo causó cuantiosos daños materiales, pero ninguna víctima mortal,  lo cual para el Presidente del Gobierno fue un gesto de humanidad por parte de la ETA.

El Teniente Coronel Cruz no podía disimular su tremendo enfado y cerrando el periódico bruscamente lo arrojó al suelo y lo pisoteó con rabia.

A los pocos segundos se dio cuenta que el suelo de todo el compartimento estaba lleno de hojas de periódico arrugadas y sintió como un poco de vergüenza y arrodillándose las recogió con parsimonia. Todavía le quedaban casi dos horas para llegar a la capital del España y tenía tiempo de sobra.

Terminó su cometido y se sentó nuevamente y en esta ocasión abrió la revista “Interviú” por la página central y allí se dio, casi de bruces con la foto de una señorita muy , pero que muy bien dotada por la madre naturaleza y no solo en su perfecta delantera con unos pechos turgentes y muy apetecibles sino también en su bien cuidada melena que se encontraba recogida con un tricornio de la Guardia Civil y en la página siguiente de nuevo la misma señorita pero esta vez solo con la parte superior del uniforme de tan glorioso cuerpo militar y calzada con las botas reglamentarias y el resto de su anatomía como Dios la trajo al mundo. En una última fotografía volvía a aparecer la misma señorita, pero en esta ocasión, entrando en un “jeep” de la benemérita y solo con el pantalón.

El Teniente Coronel Cruz no daba crédito a lo que veían sus ojos, el enrojecimiento se iba haciendo cada vez mas patente en su cara y un temblor generalizado le recorrió todo su cuerpo que se agudizó al leer y releer el pié de foto que completaba el reportaje y en el que se instaba a los mandos de la Guardia Civil a que dejaran ejercer sus derechos como ciudadana a la que hacía tan solo unos meses era el Sargento Ramírez y ahora había pasado a ser por arte de la Cirugía Plástica, la Sargento Carmen Gladys, según constaba en su nuevo D.N.I. expedido por la Dirección General de Seguridad.

Nervioso, pero con gesto decidido, abrió la ventana y lanzó al vacío la revista, mientras con gesto preocupado exclamaba: “Hijos de puta” pero ¿a dónde nos quieren llevar? Si ya sabía yo que esto iba a pasar, si mientras no exista una oposición como Dios manda, vamos a la ruina y este Gobierno nos llevará y si no al tiempo, a una guerra civil. ¡Parece que estamos en el año treinta y seis! Se han perdido los valores de la Madre Patria y así nos luce el pelo.

Se mesó los cabellos con ambas manos y al final se volvió a quedar dormido, mientras el tren continuaba su lento caminar hasta su llegada a la estación de Atocha.

 

 

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