sábado, 27 de febrero de 2021

REQUIEM POR UNAS IDEAS

 

CAPITULO 5.-

 

-        Me gustaría celebrar nuestros treinta años de casados en tu bar ¿Qué te parece?

-       ¿Ya lleváis treinta años casados? – Juan, su inseparable compañero de la Guardia Civil durante muchos años se mostraba sorprendido - que suerte has tenido Antonio, encontrar una mujer como Guadalupe que te ha aguantado todos estos años.

-       Por supuesto que si, pero a ella tampoco le ha ido tan mal

-       Hombre, claro que no – Juan le ofreció una copa – me parece muy bien celebrar aquí ese día, ya sabes que para mí es un honor que te acuerdes de los amigos

-       Ahora lo que quiero saber es lo que me va a costar

-       Por eso no te preocupes, eso está arreglado, pero, joder Antonio, precisamente porque somos amigos no me hagas perder dinero.

-       No, ya sabes que no quiero que sea así, pero tú que has sido Guardia Civil sabes el sueldo que tenemos y da para lo que da.

-       Ya, si yo te entiendo, por eso estoy pensando que dar algo de marisco es muy caro y encima para sesenta y tantas personas te va subir mucho, pero ¿por qué no hacemos una cosa? – Juan adoptó una actitud como si se le acabara de iluminar la luz de una bombilla.

-       Tu dirás, pero algo que quedemos bien que treinta años de casados no se cumplen todos los días

-       No te preocupes que quedar vas a quedar bien. Yo lo que te propongo es cambiar los centollos por varias raciones de mejillones que las podemos poner al centro y así te sale mucho mas económico

-       ¿Y la gente no echará de menos algo de marisco?

-       No, seguro que no, porque la misa es a las siete y mientras que D. Eugenio dice un sermón y llegáis hasta aquí son por lo menos las ocho y media y lo que haremos es recibiros con la sidra ya preparada para que todo el mundo tenga un vaso en la mano y pasamos queso de Cabrales en tostadas y así los entretenemos hasta las nueve y pico y a esa hora les damos una buena crema de marisco y seguro que se quedan encantados y después carne o pescado a gusto del consumidor

-       ¿Y con esa solución cuanto me ahorro?

-       Por lo menos – Juan echó unas cuentas en la pequeña calculadora que tenía encima del mostrador – quince o veinte euros por barba. Bueno por ser tú y celebrarlo en mi chiringuito, veintidós euros por persona y en paz ¿vale?

-       Vale.

Antonio y Juan se fundieron en un abrazo que era lo mismo que sellar el acuerdo sin necesidad de firmar ningún papel.

-       Me voy que me está esperando Guadalupe y todavía nos tenemos que ir a Oviedo.

-       Bueno, entonces no hablamos mas, el día veinticinco a las ocho y media estará todo preparado para sesenta y cinco personas. ¿Todo en orden?

-       Si, si, todo en orden. Ese día te pago todo o ¿quieres que te deje algo de señal?

-       De verdad Antonio que muchas veces pareces tonto ¿Tu vas a venir con toda esa gente que hemos quedado?

-       Pues claro

-       Entonces no te preocupes. Me pagas cuando sea y tan amigos. Tu ahora preocúpate de organizar el resto que lo de la comida corre de mi cuenta.

 

El Teniente Coronel Antonio Cruz abrió la puerta de su Ford Mondeo, se ajustó el cinturón de seguridad, arrancó con lentitud y a los pocos metros se incorporó a la Autopista.

Ajustó la velocidad a 120 Kms. por hora dando pequeños toques a una palanca a la izquierda del volante y levantó el pié del acelerador continuando el coche la marcha previamente fijada.

Antonio recordaba con una sonrisa en los labios aquella época en que conoció a Juan en el acuartelamiento que la Guardia Civil tenía en el centro de San Sebastián. Hacía ya unos años, entonces él Comandante, y Juan Teniente e hicieron muy buenas migas sin razón aparente. Por aquel entonces ya Juan apuntaba maneras de buen jefe de cocina y cualquier acontecimiento lo celebraban a lo grande, eso sí, sin salir del cuartel que no está el horno para bollos, solía decir el asturiano mientras daba vueltas a las fabes con almejas que estaba preparando. En esta ocasión la detención de un grupo de etarras fue la causa para organizar una “farrada”, pero los motivos no tenían que ser necesariamente importantes.  Una victoria del Sporting de Gijón, su equipo de toda la vida o alguno de los partos de cualquier mujer de los allí alojados y que por razones obvias vivían en Burgos o se quedaban con sus padres en sus lugares de residencia. -  Las penas con pan siguen siendo penas pero se sobrellevan mejor - repetía mientras servía con alegría unas raciones bien colmadas de fabes con almejas. 

Fueron días muy duros en aquellas frías instalaciones. Las salidas se hacían siempre en coches camuflados con los cristales tintados para evitar ser reconocidos, los paquetes que entraban en el Cuartel eran rigurosamente supervisados y chequeados mediante un potente Scanner. Lo perros olisqueaban todo y a todos los que entraban en la llamada zona de seguridad y la alerta era permanente.

El aviso de bomba era casi constante y había días que las llamadas avisando era cada cuatro horas. Todas, absolutamente todas, se chequeaban, se localizaba el lugar desde donde habían sido realizadas y se buscaban, en la medida de lo posible, con el riesgo que eso conllevaba para los del grupo de explosivos. Al principio salían en grupos de diez, primero acordonaban la zona y luego ante la presencia de cualquier artefacto procedían a su desactivación.

El día que ocurrió lo de Juan, pasó lo que tenía que pasar. Las dotaciones eran escasas y estaban permanentemente de guardia. Los únicos que se permitían el lujo de disponer de algunos permisos eran los chóferes que, lógicamente, nunca se acercaban a las zonas mas conflictivas.

Era un Domingo, por la noche, no serían mas de las diez y media. El Sporting de Gijón había ganado a su eterno rival, el Oviedo y Juan había organizado una degustación de quesos. Muchos de los guardias no habían vuelto del fin de semana y sonó el aviso de turno que ya, a fuerza de ser tantas veces repetido, no dejaba de causar cierta preocupación y las caras de los agraciados a los que tocaba salir de patrulla lo reflejaban.

Alberto Perez Sota, estaba de alerta ese día y con gesto resuelto fue el primero que se levantó y empuñando su fusil ametrallador, se ajustó los correajes y anunció:

-       Vamos, al tajo que la unidad de España nos llama.

Poco a poco los otros tres Guardias que estaban de alerta se levantaron y se sumaron a su compañero con un “hasta la vista y no os comáis todo el queso que está cojonudo”

-       Y tan cojonudo – respondió Isidro Blanco, natural de Zamora y nuevo en el Cuartel – y encima ahora tiene madre, porque el otro día estaba bastante mas duro que hoy.

-       No te quejes, joder que me lo manda un patriota desde Cabrales, pero para que me lo coma yo que para eso tengo un paladar tan exquisito y no como tu que te da lo mismo queso de Burgos que un cabrales - Juan contestaba mientras se ajustaba el tricornio – y espero que sea la última alarma del día porque hoy ya hemos tenido que salir dos veces.

-       ¿Y te parece musho? – el acento sevillano de Jesús del Nido retumbó por todo el amplio comedor – el Domingo pasao fueron tres, pisha y encima uno al campo de la Real con lo que te puede imaginá como fue el resibimiento de esa gentusa . Te juegas la vida y el agradecimiento es ponerte a parir

Uno de los guardias tomó el aviso, inmediatamente activó el mecanismo de urgencia para la Unidad que estuviera mas cerca del lugar en el que teóricamente estaba colocada la bomba y en unos pocos minutos una patrulla de la Guardia Civil estaba en los alrededores de la sucursal bancaria en el centro de San Sebastián. En la primera inspección ocular, los dos agentes no apreciaron ningún paquete sospechoso, por lo que comunicaron que se volvían a su puesto de guardia.

A los pocos segundos el sonido de la sirena que anunciaba la explosión de una bomba se dejó sentir por todo el cuartel, dejando enmudecidos a los doce o catorce Guardia Civiles que degustaban el magnífico queso de Cabrales ofrecido por Juan por la victoria de su equipo favorito.

En esos momentos nunca se sabía si había victimas o no, pero la experiencia les indicaba que si se activaba era porque el coche había sido objeto de un atentado importante y las posibilidades eran altas.

Cuando bajaron al patio para recoger los coches, el tercer Jeep tenía una rueda deshinchada y Juan ofreció su coche para no perder ni un segundo. Dos números y él al volante salieron a toda velocidad mientras colocaban una sirena manual en el techo.

La llegada hasta las proximidades del lugar de los hechos y gracias al localizador de urgencias que todos los agentes tenían la obligación de llevar consigo, se había producido con absoluta normalidad y procedieron con celeridad a establecer un rígido control de toda la zona cruzando el coche en el centro de la amplia avenida. Desde ese lugar no se podía saber la magnitud de la  explosión aunque la intensa humareda que se adivinaba a unos cien metros no presagiaba nada bueno.

Los agentes se acercaron con las pistolas en la mano y se encontraron la imagen nunca deseada, el jeep estaba volcado en el centro de la calzada, uno de los guardias estaba tumbado sangrando abundantemente por una herida en la cabeza, mientras el otro permanecía llorando apoyado en una de las puertas del coche. Gracias a Dios parecía que esta vez no se habían producido victimas mortales y en pocos minutos la situación estaba controlada por los efectivos que habían llegado de Policía Nacional y Autonómica.

Juan sabía que los Guardias que le acompañaron se tenían que quedar al menos un par de horas para recabar información, incoar un expediente, tomar declaración a los testigos y buscar posibles huellas por lo que se decidió por dar una vuelta en lugar de volverse al Cuartel, arrancó y en ese momento se produjo una segunda explosión, esta vez, en los bajos de su coche particular, que lo levantó varios metros del suelo.

Después silencios, lloros, caras de preocupación en sus familiares y amigos, meses de hospital, dolores, lágrimas, desesperación, dudas, rabia, fe en Dios, odio hacia todo lo vasco, necesidad de revancha, operaciones quirúrgicas y mas operaciones, rehabilitación y lo mas importante una amputación de su pierna derecha por encima de la rodilla que le llevó a la situación de abandonar el servicio activo y dedicarse a montar su chiringuito en la playa de Laredo.

La Guardia Civil pasó a un segundo plano mientras las fabes con almejas, los calamares en salsa y la famosa carne de ternera con cabrales eran el objeto de su vivir. Los comienzos fueron muy duros, pero la vida es así y por mucho que te lamentes si te falta una pierna, te falta y lo único que puedes hacer es asumirlo, como se repetía casi diariamente Juan con resignación.

 

Juan había tirado la casa por la ventana, al fin y al cabo era la primera vez desde que inauguró el local hacía ya casi cuatro años que iba a celebrar un acontecimiento similar con tantos invitados y su preocupación era quedar lo mejor posible. Se consideraba amigo personal de Antonio y Guadalupe desde hacía muchísimos años e incluso había sido compañero de fatigas de Antonio cuando estaba en la Academia de la Guardia Civil en Baeza cuando todavía era soltero y sin compromiso. Después había sido nombrado testigo de la boda y por si todo eso fuera poco, había sido padrino de Belen la última hija de la pareja.

En esta ocasión, Antonio le había pedido el favor para invitar a familiares y amigos en aquella celebración de nada menos que treinta años de matrimonio. Rápidamente se habían puesto de acuerdo, aunque al principio hubo ciertas reticencias por parte de Antonio en lo referente al precio, pero como hablando se entiende la gente, lo solucionaron delante de unos “culines” de sidra y solamente consistía en unas pequeñas variaciones en el menú.

La tarde tocaba a su fin, el sol parecía querer esconderse a través del horizonte y el viento había caído como queriendo sumarse a la celebración.

Antonio y Guadalupe caminaban agarrados de la cintura a lo largo de la interminable playa. Las huellas de sus pisadas les seguían con la intención de no olvidar su paso por la blanca arena mientras algunos barcos se acercaban al pantalán con algún tripulante en la proa con el cabo dispuesto para ser enviado a cualquiera que estuviera en la punta del muelle.

Por detrás de la feliz pareja caminaban a buen ritmo los hijos del matrimonio que naturalmente no se habían querido perder tan importante  celebración de sus padres, acompañados de cerca de sesenta invitados que constituían una especie de manifestación a lo largo del amplio arenal de la playa de Laredo. Con parsimonia y con las zapatillas en la mano, todos encaminaban sus pasos hacia “la Taberna del Faro” propiedad de Juan Lopez García, Teniente de la Guardia Civil en situación de jubilado por gracia de una bomba colocada en los bajos de su coche por un etarra.  La taberna estaba ubicada en el extremo mas alejado de la playa y allí en las noches frías de invierno se organizaban tertulias de marcado contenido político que finalizaban a altas horas de la madrugada

 

La fiesta salió tal y como se la habían imaginado Antonio y Guadalupe. Primero tuvieron una Misa en la Iglesia Parroquial de Laredo celebrada por el Padre Dionisio, un capellán de la GuardiaCivil que durante la ceremonia repitió varias veces la labor del citado cuerpo en el País Vasco y la valentía de todos sus miembros al aceptar aquel destino. Realzó la calidad humana de Antonio y Guadalupe y la fuerza que habían tenido para superar todo lo que les había sucedido. Lo definió como un gran patriota y a ella como una mujer fiel que había sabido mantener con mano firme la educación de sus hijos mientras su padre permanecía arrestado por defender a su Patria y a sus hijos les supo decir que tenían que sentirse orgullosos de sus padres y que ya verían como con el tiempo todos sus esfuerzos se verían recompensados. Vendrán tiempos mejores afirmó, el gobierno será como Dios manda y el país volverá a ser lo que nunca debió dejar de ser. Comulgaron la mayoría de los presentes y al final les impartió la bendición Urbi et Orbi por gracia del Papa Pablo VI, finalizando la ceremonia con el canto del Himno a la Guardia Civil interpretado a capela por la mayoría de los presentes.

El banquete en la taberna había salido como lo habían planeado, la gente estaba satisfecha, comieron con ansia como era norma entre los Guardias Civiles, bebieron todo lo que quisieron, brindaron por los homenajeados, surgieron proclamas sobre España, su unidad territorial y su bandera, pusieron a caer de un burro al Gobierno de Zapatero y se les iluminó la mirada cuando alguien levantó su copa y brindó primero por el Gobierno del Partido Popular, por Rajoy y por supuesto por España reproduciéndose otra vez los vivas a España y al Rey y como remate final el Himno de la Guardia Civil. Todos los presentes emocionados lo cantaron y se despidieron con grandes abrazos asegurando que para la celebración de los cincuenta estarían los mismos

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