Hola a todos: Cumpliendo con mi compromiso de mandaros algo todos los viernes, os envío el segundo capítulo de "Requiem por unas ideas"
De verdad que me interesan mucho vuestros comentarios. Yo seguir, voy a seguir escribiendo pero me gustaría saber vuestra opinión sobre lo que os mando.
Un abrazo
Tino
CAPITULO 2.-
Carlos Gonzalez Alía estaba a punto de coger un taxi
que lo llevara a su domicilio cuando lo pensó mejor y decidió llamar a su mujer
y tomarse un café en la calle Mayor como hacían con frecuencia antes de su
encarcelamiento, de tal manera que atravesó la plaza con las terrazas que se
iban animando de clientes y desde el teléfono del bar donde se había instalado
en la barra marcó el teléfono de su casa y a los pocos segundos la voz de su
mujer, Cristina, se oyó perfectamente a través de auricular
-
¿Diga?
-
Hola
-
¿Diga?
-
Hola mi amor ¿no
me reconoces? – Carlos disimulaba su voz poniéndose la mano entre el teléfono y
su boca
-
No, ¿quién es?
-
¿De verdad que no
lo sabes?- Carlos se quitó la mano de delante del teléfono - soy yo ¿me
reconoces ahora?
-
¿Carlos? –
Cristina pareció relajarse a través del teléfono – Menudo susto, hijo ¿cómo
quieres que sepa que eres tú si siempre me llamas por las mañanas y son las
siete de la tarde?
-
Es que me han
cambiado el régimen penitenciario y ahora tengo mas tiempo
-
¿Cómo que te han
cambiado el régimen penitenciario? Pero ¿todavía te quedan muchos días hasta
que te dejen salir? ¿No me decías que lo esperabas para esta semana?
-
Si, pero hoy es
martes.
-
Por eso
-
Pues todavía quedan
cuatro días para que pase lo que estoy deseando
-
Y yo también, no
te puedes imaginar cuanto te estoy echando de menos y que largo se hace el
tiempo
-
Bueno, pero
anímate porque ya nos queda muy poco
-
Si, pero eso
mismo me dijiste la semana pasada y todavía te estamos esperando
-
Bien, pero eso
fue la semana pasada, pero ahora ya estamos en esta. Por cierto ¿tienes algún
plan para esta noche?
-
Carlos, no digas
tonterías
-
No, no te rías
que lo digo en serio ¿quieres que vayamos a cenar esta noche al Club Naval?
-
Claro.
-
Pues entonces ven
a buscarme que estoy con Manolo en su bar de la calle Mayor
El silencio
se adueñó de la línea telefónica que los unía y a través de ella Carlos sentía
la emoción que embargaba a su mujer y esta no acertaba a decir nada. Entre sollozos
le pareció entender que Cristina le avisaba que enseguida estaba allí y un clic
le hizo volver a la cruda realidad.
Con parsimonia degustó el Brugal con Coca - Cola al
que le había invitado el dueño nada mas verle entrar por la puerta y se dedicó
a mirar, a través del amplio ventanal a toda la gente que pasaba por la calle.
El calor empezaba a dar muestras de ir dejando paso a
la noche que con brisa procedente del mar, hacía que la temperatura bajase de
una manera ostensible, mientras los cartageneros iban de aquí para allá con
parsimonia. Las camisetas de tirantes y los pantalones cortos se iban
lentamente metiendo en los armarios apareciendo casi de manera simultánea las
chaquetas de puntos
A Carlos los minutos se le estaban haciendo eternos
hasta que Cristina entró como una exhalación en el bar y se abalanzó sobre él
sin darle tiempo ni a dejar la copa encima de la mesa. Los clientes habituales
del bar que rápidamente se dieron cuenta de la situación, prorrumpieron en una
ovación que se prolongó tanto como el beso que el matrimonio se daba en la
boca. Esos escasos minutos fueron suficientes para saber que, pasara lo que
pasara, su amor seguía manteniéndose igual.
La llegada a su casa en el poblado que la Marina tiene
en Tentegorra a escasos dos kilómetros del centro de la localidad murciana, fue
en principio, discreta, pero a los pocos minutos la noticia corrió como la
pólvora y fueron muchos compañeros los que se acercaron a darle la enhorabuena
por la libertad recibida.
La casa, un chalet pareado rodeada de un pequeño
jardín se convirtió en un hervidero de gentes que abrazaban a su compañero o
las mujeres que se alegraban con Cristina que su pesadilla hubiera terminado.
El vino corría de boca en boca y solo la llegada de tres de sus hijas vino a
darle mayor emoción al encuentro, sobre todo la de la pequeña que pensaba y así
se lo habían hecho creer, que su padre estaba embarcado como casi siempre.
Desde su corta edad no acertaba a comprender porqué se había armado tanto
follón.
Cris y Mamen la tercera y la cuarta de sus hijas
llegaron en cuanto las avisaron en el Club Naval donde estaban empezando a celebrar
una fiesta de bienvenida a Nacho, el hijo de un vecino que había vuelto de
Estados Unidos, y se abrazaron llorando a su padre.
Las horas fueron pasando entre abrazos y
felicitaciones y ya bien entrada la madrugada el último de los que se habían
sumado a la fiesta se despidió con un “hasta pronto que me imagino que os
apetecerá estar solos”
Sentados en el jardín, con el sonido de los grillos de
fondo y la penumbra llenándolo todo, Carlos apuró su tercer Cuba libre y tomando
de la mano a su mujer la invitó a la cama con un gesto que no dejaba lugar a
ninguna duda. Cristina que pensaba lo mismo se apresuró a entrar en la
habitación y cerrar la puerta del dormitorio con pestillo para que nadie les
molestara y así, después de siete eternos meses, volvieron a demostrarse cuanto
se querían y aunque sin palabras se prometieron que aquello no podía volver a
repetirse. Carlos lo sabía y Cristina no estaba segura de las intenciones de su
marido y no estaba dispuesta a amargarle la noche con preguntas inoportunas.
Tiempo habría para lo que fuera, pero no en esta noche que tenía que ser
especial. Dicho y hecho fue una noche muy intensa y muy especial que terminó
con unas lágrimas de Carlos que fueron rápidamente sofocadas por su mujer que
no le dejaba manifestar sus sentimientos en ese momento
-
Llora, llora todo
lo que quieras, pero no digas nada. Mañana con tranquilidad hablamos todo lo
que quieras. Venga ahora duérmete y no pienses en nada. Descansa que mañana
será otro día. Buenas noches.
Carlos, sea
por la libertad, sea por la felicidad de estar en su casa o sea por el motivo
que sea, se durmió hasta casi las doce de la mañana del día siguiente en que
abrió un ojo y vio como su mujer, perfectamente vestida y primorosamente peinada
y pintada lo miraba desde la puerta con una bandeja en la mano
-
El señor desea el café solo o con leche fría.
Carlos no
daba crédito a lo que veían sus ojos y dejando la bandeja a un lado la empujó
hacia la cama, subió la sábana de tal manera que los cubría totalmente y con
una sonrisa le propuso:
-
Ven que te quiero
enseñan un reloj que me han regalado en el Penal por buen comportamiento y las
manillas se reflejan ¿lo ves?
Cristina
no dejaba de reírse recordando muchos momentos vividos en común y como se
repetía aquello del reloj, mientras sus manos recorrían el cuerpo de aquel
hombre que desde hacía siete meses no había tenido oportunidad de disfrutar del
amor de su mujer.
Los
movimientos se repetían como si el tiempo no hubiera transcurrido y el momento
culminante fue para ambos una nueva declaración de amor y de la unión que, a
pesar de todo, continuaba permaneciendo entre la pareja.
Cuando
las aguas volvieron a su cauce y el matrimonio permanecía en un duerme que no
duerme, unos golpecitos a la puerta hicieron que Carlos quitara el pestillo que
les proporcionaba privacidad y al abrir se encontró con su hija pequeña que
llevaba en la mano un paquete
-
¿ Que es eso
princesita Paula?
-
Es un regalo para
ti. Lo encontré justo el día que te fuiste de viaje y desde entonces lo tenía
en mi cuarto
-
¿Lo puedo abrir?
-
Claro – contestó
la pequeña con su voz de trapo
Carlos la
cogió en brazos y la ayudó a que se metiera en la cama. Con parsimonia fue
desenvolviendo el pequeño paquete y apareció una pequeña jaula hecha con unos corchos
y alfileres y en su interior un grillo que se esforzaba con sus patas
delanteras en hacerse un hueco entre los pequeños barrotes que lo separaban de
la libertad.
Carlos lo
miró emocionado y en pijama salió al jardín llevando de la mano a su hija y se
arrodilló en el césped, abrió la jaula y lo dejo escapar entre la hierba. El
grillo con paso lento pero firme desapareció de la escena
- Jo, Papá como eres ¿sabes que me había
costado mucho trabajo cogerlo?
- Mi amor, ya lo sé pero ¿tú estás contenta que
Papá esté en casa?
-
Claro
-
Pues igual va a
pasar en casa del grillo, seguro que ahora están todos llorando porque el padre
se les ha perdido y se pondrán muy contentos cuando lo vean entrar por la
puerta ¿ a que si?
-
Ya, pero era mi
regalo
-
El mejor regalo
es estar contigo aquí en el jardín y guárdate la jaula porque esta noche iremos
de cacería y por lo menos vamos a meter tres ¿qué te parece?
Carlos
entró de nuevo en su casa y tomando de la cintura a Cristina fue recorriendo
las distintas habitaciones como si fuera la primera vez. Sus comentarios llenos
de ironía hacían las delicias de su mujer
-
No me puedo creer
que Cris y Mamen se hayan vuelto ordenadas y el cuarto esté perfecto ¿tanto
tiempo he estado fuera?
-
Tu si has estado
mucho tiempo fuera, pero estas dos no han cambiado lo mas mínimo. Siguen
discutiendo a todas horas y se llevan peor que nunca, pero hoy hemos quedado
que arreglaban el cuarto porque sabían que ibas a pasar revista
Carlos
sonrió recordando aquellas mañanas de los sábados que todos sus hijos se metían
en su cama y cada uno les iban contando sus inquietudes. Era el momento de ver,
comentar y firmar las notas del colegio, de disfrutar con las manualidades, de
meterse con los pelos de unas y las orejas de otros. En fin, fueron momentos
inolvidables para hacer familia, para sembrar lo que mas adelante se pensaba
recoger y pasados varios años se daban cuenta que la semilla no había caído en
saco roto. Sus hijos habían crecido, algunos ya eran unos hombres como Carlos,
el mayor que a los veinte años ya era Guardiamarina de segundo con un
expediente brillante, Arancha diecinueve años como diecinueve soles, estudiante
de Filosofía en Murcia y enamorada como una tonta de un compañero de Carlos.
Cris y Mamen de diecisieis y quince años respectivamente y Paula la pequeña de
tan solo tres años fruto de una noche de desenfreno de Carlos a la llegada de
un largo viaje a la Argentina en misión humanitaria que se prolongó por espacio
de casi dos años.
El
matrimonio salió a la terraza y se sentaron en una tumbona doble de cojines
amarillos y blancos, él con la cerveza en la mano y ella con un vino de Jerez
para celebrar que estaban otra vez juntos. Cristina apoyó la cabeza en el
hombro del que era su marido hacía tantos años y cerró los ojos recordando
aquellas primeras veces en que se sentaban en aquella tumbona y hablaban de
planes de futuro, de cuando tendrían hijos y como serían cuando fueran mayores.
Ella con veintipocos años y él con cuatro mas todo lo veían de color de rosa,
los largos viajes serían un motivo para estar solos y saber de verdad si la
pareja era pura compañía y nada mas o realmente había amor y comprensión entre
ellos
-
¿Te acuerdas de
tu primer viaje después de casarnos?- Cristina entrelazó los dedos de su mano
derecha con los de Carlos
-
¿Porqué me preguntas eso ahora?
-
Porque yo me
acuerdo como si fuera ahora mismo. Me quedé sola en aquella casa lúgubre que
teníamos en Ferrol ¿te acuerdas? Fueron casi treinta días y lloré todo lo que
quise y mas porque me encontraba como muy abandonada. Recién casada, sin
conocer prácticamente a nadie, lloviendo sin parar y acostumbrada al clima de
Cartagena ¿te puedes imaginar como lo pasé?
-
¿Y que te crees
que yo lo pasé mejor en el Sil aquel guardacostas que era mas pequeño que un
bote?
-
No, seguro que
también estarías mal, pero no es igual, porque al fin y al cabo estabas en tu
trabajo, navegabas que es lo que mas te gustaba, tenías compañeros, yo que se,
es completamente distinto.
-
Hombre, distinto
claro que es, pero también fue duro.
-
¿Te acordaste mucho
de mí? – Cristina se acercó más a su marido mientras que con las piernas
empujaba la tumbona que adquiría un suave movimiento – seguro que no tienes ni
idea
-
Cristina, esa
pregunta me la has hecho un montón de veces y siempre te contesto lo mismo. No
me acuerdo ¿cómo me voy a acordar si hace por lo menos veintidós años?
-
Veinticuatro. El
día 12 de Marzo embarcaste y volviste el 9 de Abril en plena Semana Santa –
Cristina tenía la rara habilidad de acordarse de todas las fechas
significativas de su vida mientras que Carlos por no saber no se sabía ni la
fecha de nacimiento de sus hijos
-
Bueno, pues veinticuatro.
Se que fuimos a Santander y anduvimos por allí vigilando la costa y que una vez
a la semana hacíamos noche en la capital cántabra y me acuerdo ¿ves como tengo
buena memoria? que me iba a unas cabinas que había cerca del Sardinero y me
gastaba hasta la ultima moneda que llevaba en el bolsillo para hablar contigo
-
Seguro que
echarías alguna canita al aire.
-
¿Yo? – Carlos
puso cara de no haber roto un plato en su vida – pero como se te ocurre
semejante barbaridad. Los marinos tenemos fama de muchas cosas, eso de tener
una novia en cada puerto y no se que historias, pero no es mi caso. Dónde iba
yo a encontrar algo mejor que tú ¿me lo quieres explicar? Una cartagenera guapa,
morena con esos ojazos y ese cuerpo que parece el de la Guardia Civil. Nada,
imposible encontrar nada igual.
-
Ya, pero tú
entonces eras un partidazo, joven guaperas, con el uniforme azul y la gorra
blanca.
-
¿Y ahora ya no,
señorita? – Carlos se levantó con cierto esfuerzo de la tumbona y se paseó
despacio delante de su mujer que no podía disimular la felicidad que le
embargaba al estar de nuevo juntos en su casa de Tentegorra – Señorita ¿le han
dicho alguna vez que está usted mas buena que el pan?
-
Por favor,
caballero, va a usted a sacarme los colores.
-
Perdone si la he
molestado porque yo se que las verdades ofenden, por cierto ¿necesita usted un
novio para este fin de semana?
-
¿Se puede saber
que me ofrece el caballero que no me ofrezcan los otros hombres que también
quieren salir conmigo?
-
Señorita por
favor, no me ofenda. Yo le ofrezco todo, ¿le parece poco? El uniforme de
marina, la gorra, el cuerpo serrano que va incluido en el lote y hasta este
ramo de flores como señal de mi amor y fidelidad – Carlos le entregó un ramo de
flores secas que estaban en un florero encima de la mesa de la terraza- Le
aseguro, señorita que para usted va a ser una experiencia inolvidable
-
Caballero, me
rindo ante su proposición. Acepto
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