viernes, 31 de enero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 21



Queridos blogueros/as: Como ya os conté en otra ocasión, esta novela, bueno la primera parte de esta novela en la que estamos, la escribí hace ya unos años y ahora estoy con la segunda parte. Por eso no tengo ni idea que pinta aquí el Dr. Mundeñías, pero, en fin, supongo que en aquel momento estaría leyendo algo parecido y ahí está o quizás, eso me parece mas que posible, que entonces pensara que esto tenía que ser largo y esa sería la explicación. En cualquier caso, no queda mal, para que nos vamos a engañar, son las experiencias de uno de Bilbao que anda por ahí y como son así se acaba casando con no se cuantas señoras a cual mas americanas, supongo, pero bueno allá cada cual.
De todos modos, prometo y se que será así porque lo acabo de leer, que en el próximo capítulo volvemos a nuestro amigo Altozano.
Espero que os guste y que alguien mas se anime a contestarme porque, supongo que ya os habréis dado cuenta, lectores fieles que yo sepa, solo quedáis Mercedes y Javier, o sea que muy agradecidos a los dos por vuestra constancia.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 21.-

Un día de otoño en que los árboles se desnudaban en medio de las amplia avenida dejando sus ropas en forma de hojas  en los parques del pueblo, el Médico titular, Doctor Don José Luis Segura, oyó su nombre y dándose la vuelta una figura de unos ciento diez kilos de peso con una calva que le dejaba la cabeza monda y lironda, una manos enfundadas en unos guantes de cuero por los que asomaban un forro de piel de cabra y una bufanda de oscuros colores, se abalanzó sobre él y casi sin darle tiempo a reaccionar se puso, a voz en grito, a ensalzar la figura de su viejo amigo. Al parecer, Gustavo Mundeñías y D. José Luis habían sido compañeros de Facultad y compartido muchas horas de estudio en la biblioteca. Sus vidas habían sido en paralelo hasta que las circunstancias del destino los había separado; uno para un pueblo y otro a la Universidad de Ohio
-  ¡Pero Jose Luis si estás igual que hace treinta años¡ No me ha hecho falta ni llegar a tu casa, nada mas verte me he dicho para mí  este es Jose Luis y eres Jose Luis ¿a que sí?
-  Pues claro que soy yo y tú Gustavo ¿dónde te has metido desde hace tantos años?
-  Ya ves, la vida que da muchas vueltas, pero lo importante es que nos volvemos a ver y parece como si hubieran pasado cuatro meses desde que nos despedimos en la Plaza Mayor de Salamanca.
-  Si, si, cuatro meses – El Dr. Segura se enganchó del brazo del Dr. Mundeñías y juntos iniciaron un lento recorrido por la calle Mayor. Los dos se fueron animando en el transcurso del paseo y las imágenes de juventud se confundían con los balcones que les contemplaban en un día tipicamente castellano, sol y frío a partes iguales.
El otoño hacía su labor y los árboles se iban quedando calvos como si tuvieran una alopecia pasajera, las ramas se encogían y se aproximaban entre sí como queriendo abrazarse y así permanecer en los días invernales que se avecinaban. Los bancos de tablas barnizadas por el sol, se sumaban al ambiente desapacible con sus patas inmóviles sobre la arena de los parques y algunas urracas se posaban sobre sus respaldos como queriendo consolarles de la falta de compañía. Hasta el palco de la música, ahora desierto y como abandonado, parecía querer resurgir del centro de la plaza y una música salía de su entrañas, aunque no se trataba como casi siempre de la Banda de Música de la localidad sino del sonido del viento que se filtraba entre los barrotes oxidados y se distribuía como si de un órgano se tratase por los caminos adyacentes.
José Luis Segura y Gustavo Mundeñías se acercaban lentamente con las mejillas enrojecidas por el viento helador y protegidos con unos gorros de colores discretos.
Gustavo Mundeñías  a pesar de haber nacido en Bilbao, más concretamente en Neguri tenía un  aire internacional y se le veía con pinta de haber recorrido mucho mundo. Su voz era suave y armoniosa, con leve acento extranjero y los finales de cada frase iban siempre acompañados de un OK muy americano. A través de su desabrochado abrigo largo de color azul marino, se dejaba entrever una americana de tonos claros y unos pantalones verdes que no desentonaban en el conjunto. Una camisa de algodón beis y unos zapatos abotinados de color marrón completaban una vestimenta que denotaba claramente su pasado americano. Era ropa cara, muy bien tratada, limpia y cuidadosamente planchada. A pesar de los cincuenta y cuatro años, su aspecto era muy juvenil y su mirada era limpia y diáfana. Una gafas de concha muy finas le daban un aire intelectual y la calva le hacía ser un hombre atractivo en su conjunto. Las manos eran como caballos desbocados con una actividad febril y todo su cuerpo era un movimiento constante lo que contrastaba enormemente con la serenidad de su amigo, José Luis Segura, que presumía y ejercía de ser un hombre pausado, sereno, frío y muy hogareño
En la Avenida de Madrid, según se viene a mano derecha, hay un amplio bar con las mesas de un mármol raspado por el paso de los años y unas patas ennegrecidas que asomaban entre los escalones que conducían a una especie de semisótano donde el ruido era siempre ensordecedor  por la cantidad de gente joven que permanecía en su interior y todo elevado a la máxima potencia con la aportación de un billar americano  que con sus bolas al penetrar en los agujeros sonaban como terremotos. En el piso de arriba la situación cambiaba radicalmente y así el predominio era para la tercera edad con música de Vivaldi, sillones cómodos para jugar la partida después de comer y un ambiente relajado. Los camareros estaban a tono con los clientes y todos tenían hijos e incluso nietos que trabajaban en los pisos  inferiores. Las chaquetillas habían sido copiadas del bar Chicote en Madrid y todos tenían una servilleta blanca en su manga izquierda y una sonrisa permanente.
D. José Luis y su viejo amigo se sentaron en una de las mesas cerca de la ventana, dejaron sus respectivos sombreros en manos de un camarero que se acercó solícito, colgaron los abrigos en un perchero después de quitárselos cuidadosamente y ante dos cafés recorrieron sus vidas que habían ido en paralelo hasta finalizar la tesis doctoral.
El Dr. Segura había sido un estudiante ejemplar y no por su inteligencia que era normal sino por su capacidad de sacrificio. Todos los días a la misma hora se sentaba en el ático de la pensión y repasaba los temas que le habían explicado en clase. No era mucho el tiempo que dedicaba a repasar, pero por lo menos dos horas diarias seguro y a continuación dedicaba otra hora a pasar apuntes a limpio. Eso lo hacía desde el primer día de curso y lo seguía a rajatabla hasta la época de los exámenes finales en donde, al igual que los corredores de fondo, mantenía el ritmo y aceleraba en los últimos días, pero tampoco de una manera violenta, sino progresivamente y aumentando como mucho un par de horas diarias. Su dedicación era tan importante que hasta en verano aprovechaba para ahorrar algo del curso siguiente y adelantaba temas que comparaba con los de años anteriores y hasta se hacía una especie de apuntes que completaba durante el invierno. En fin, un modelo para el resto de sus compañeros de pensión que no entendían como se podía ser tan constante porque estudiar en el mes de Mayo con la presión de los exámenes encima es muy fácil pero hacerlo en Noviembre y en una ciudad con el ambiente como Salamanca era tarea que se les antojaba harto difícil. Su padre, D. Antonio Segura de Lucas era un importante agricultor de la zona y aunque había hecho dinero había sido a base de sus propias manos y dejándose en la tierra cientos de horas de esfuerzos y sinsabores, madrugones y decepciones, alegrías y cosechas de todo tipo. Había educado a sus hijos en el sacrificio y todos los días les repetía que uno en la vida podría ser lo que quisiera si fuera como un agricultor para los que no hay ni Domingos, ni festivos ni nada de nada y sus descendientes, en general, habían seguido sus consejos y todos eran universitarios y con posiciones destacadas en la sociedad que les había tocado vivir.
El Dr. Segura terminó su carrera y al poco tiempo se estableció en el pueblo donde formó una familia numerosa y desarrolló su actividad como profesional de la Medicina sin apenas tiempo para congresos, cursos y seminarios de actualización.
El Dr. Gustavo Mundeñías era la antítesis del Dr. Segura. Hijo de uno de los magnates del hierro y el acero de Bilbao, su vida siempre había sido fácil. Las amistades de su padre, Ingeniero Industrial que fuera presidente del Atlético de Bilbao y consejero de diferentes empresas, le ayudaban constantemente y entre su labia que era mucha y su poca afición a estudiar, la carrera de Medicina se convirtió en un permanente peregrinar por las distintas Facultades de España. El ahora admirado Dr. Mundeñías, comenzó en Bilbao y acabó en Salamanca, donde se hizo famoso por lo bien que jugaba al futbol y por una alegría desbordante que hacía que todos los que estuvieran a su alrededor se sintieran igualmente felices. Era el típico vasco con dinero, muy de Neguri, pero sin presunción  sinó simplemente porque había nacido ahí y nada más. Naturalmente era de los pocos que tenía coche y vivía en una pensión porque decía que los hoteles eran muy aburridos.
Los años de carrera transcurrieron sin pena ni gloría y después de nueve años consiguió su titulo que le abría las puertas del Servicio Médico de Estructuras Metálicas Martín y allí permaneció un mes, el tiempo justo para planificar su estancia en la Universidad de Ohío. Dejaba atrás un trabajo fijo y muy bien remunerado por un par de años en América, pero era consciente que se encontraba en una situación ventajosa porque sabía que antes o después su padre lo volvería a colocar en cuanto volviese.
-  No te lo puedes ni imaginar, José Luis, aquello es la ostia, de verdad. Siempre pensé que como Salamanca no había nada igual y mira que lo pasábamos bien ¿eh? pero lo de América es demasiado. Aprendí anestesia con un fulano de allí y a los dos años me volví para Neguri, pero solo duré otros dos años porque me llamó mi maestro americano ofreciéndome un puesto fijo en Florida y ganando casi tres veces más que aquí y con alegría me volví, claro que entonces era soltero y no tenía nada que respetar, pero, chico, que quieres que te diga, eso de viajar es maravilloso y te aporta otra mentalidad y una manera diferente de afrontar la vida y allí me quedé para siempre.
-  ¿Te casaste?
-  Si, tres veces y con mi última mujer las cosas van muy bien. Con las otras no tanto, pero, en fín, la vida es así.
-  O sea que te has casado tres veces, ¡ menudo pájaro! A pesar de haber pasado treinta años no has cambiado nada y todavía me parece verte con aquella chica de Medina de Rioseco ¿te acuerda?
-  ¡Como no me voy a acordar! Ese si que fue un amor de verdad y si hubiera querido ahora sería mi mujer. ¡ Que años aquellos y nos los queríamos perder!  Pero, en fín, la vida es así y si cuando era estudiante me dicen que iba a estar treinta años en América me habría parecido una tomadura de pelo y fijate que entonces ya me gustaban las americanas ¿verdad?
-  Venga Gustavo, dejate de historias que a ti lo que te gustaba era irte a la cama con la que fuera y en aquel entonces las únicas que tragaban con tus teorías eran las extranjeras porque las nacionales te tenían más que calado ¿ o no?
-  Si, en eso tienes toda la razón y bien que lo sentía porque las jovencitas de entonces estaban casi tan bien como las de ahora que cuidado que están apetecibles ¿eh? aunque hace tanto tiempo que no hablamos que supongo que seguirás como siempre y a ti eso de aventurillas fuera del matrimonio ni hablar ¿es verdad?
-  Para aventuras estoy yo – José Luis bebió lentamente un descafeinado que estaba en una taza con el anagrama del bar y al terminar rebañó el azucar sin dejar ni el más mínimo resto. A continuación depositó lentamente la taza en el plato, se secó los labios con una servilleta de papel que dobló cuidadosamente – como se nota que vienes de Estados Unidos. ¿Tú sabes como es la vida de un Médico de pueblo? No tienes tiempo ni para comer y por eso te digo que para aventuras estoy yo. Además en un sitio tan pequeño como este enseguida se enteraría hasta el lucero del alba, o sea que yo en casita con mi mujer y mis hijos que se está muy bien y como decía un amigo mío “como lo de casa nada”
-  Si, si, eso me dice todo el mundo, pero la gente se busca mil triquiñuelas para pegársela a su pareja, el caso es querer, pero, en fin, tú nunca has sido un Don Juan y con los años no parece que tu forma de ser haya cambiado.
-  Hombre es difícil que uno busque cosas fuera de casa cuando lo mejor está dentro y eso es lo que me pasa a mí, o sea, que no tengo ningún mérito.
-  Ya y lo peor es que tienes razón. ¡Ojalá a mí me pasara igual pero ni de broma! Comprendo que tú no lo comprendas pero chico, debe ser un mal desde pequeño, pero las mujeres cada vez me gustan más y con cuantas mas me acuesto, mas me gustan; todas tienen algo parecido , pero también son muy diferentes y sus reacciones son increíbles. Ya te digo, me he casado con tres diferentes y justo con la que hubiera sido feliz, no la he vuelto a ver desde hace treinta años y seguro que estará como siempre. ¿ Tú la has vuelto a ver?
-  ¿A quien? ¿a Consuelo?
-  ¡ A quien va a ser joder!, no va a ser a mi primo Arturo.
Jose Luis esbozó una sonrisa de complicidad como en sus épocas de estudiante y no respondió. Estuvo como un minuto pensando que sería lo mejor y al final optó por una mentira piadosa que sabía sería beneficiosa para su viejo amigo.
-  Consuelo, fue amiga mía durante muchos años, siempre hablábamos de ti y no te puedes imaginar como te echaba de menos. Era muy discreta y no lo preguntaba directamente, pero estaba muy pendiente de todas tus correrías por Salamanca y fue un golpe muy duro cuando decidiste irte a América y la dejaste mas sola que la una.
-  Es que eso no es verdad – El Dr. Mundeñía no pudo disimular su emoción y sacando un pañuelo del bolsillo derecho del pantalón se lo pasó delicadamente por su nariz en un gesto fino que demostraba su exquisita educación – No es verdad, José Luis y me alegro que salga este tema porque, aunque es difícil de creer es lo único que todavía me hace pasar las noches en blanco. Yo me fui a América un veintiséis de Mayo y como quince días antes hablé con el padre de Consuelo y le expliqué que estaba enamorado de su hija y que quería casarme con ella lo antes posible porque una vez en Estados Unidos, trabajando y afincado allí me sería mucho más difícil y D. Severo que así se llamaba aquel individuo que Dios tenga en su gloria, me prometió que en el plazo máximo de seis meses me autorizaba a casarme con Consuelo, eso si por poderes, y después ella se iría a reunirse conmigo. La palabra de lo que yo creía que era un caballero no se debe poner nunca en duda y yo naturalmente menos, porque al fin y al cabo era mi futuro suegro, pero desgraciadamente pasaron muchos meses y no recibí ni una sola carta de Consuelo. Traté por todos los medios de saber que había pasado, pero el silencio era la única respuesta y el doce de Octubre, es decir, casi seis meses después y me acuerdo perfectamente porque el día de la Hispanidad en Florida que es donde estaba entonces, se celebra como nosotros la Navidad, me vine a Salamanca y ya no encontré ni rastro de Consuelo, de su padre ni de nadie que hubiera tenido relación con ella, parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Incluso pregunté por ti y me dijeron que te habías casado y que te habías ido a un pueblo, pero ninguno de los conocidos sabia a cual y como no encontré ni una pista me volví convencido que todo se había terminado y a partir de ahí si que soy consciente que me volví loco y tuve una vida de lo más arrastrada. Anestesista, español, joven, con dinero y con ganas de olvidar, te puedes imaginar lo que fue aquello. Mi apartamento se convirtió en un auténtico burdel en el que se desmadraban las niñas bien de Florida, corrían las drogas como si las regalaran y las juergas se sucedían una tras otra casi sin tiempo para recuperarse. Como ocurre siempre, al principio iba trampeando y el trabajo lo sacaba adelante con sueño, pero bien, pero poco a poco la situación se fue deteriorando y al final me llevaba drogas anestésicas a casa y aquello era un desastre. Afortunadamente todavía quedan buenas personas por el mundo y gracias al capellán del Hospital pude salir de aquel infierno y lo mejor de todo es que fue casi sin darme cuenta. Empecé a ir a una especie de escuela de vida, allí conocí a una costarricense preciosa y me casé ilusionado. El matrimonio no funcionó y curiosamente no por mi culpa y tuvimos que dejarlo, bueno mejor sería decir que me dejó porque un día me levanté de la cama y se había llevado todas sus cosas y el único recuerdo era una amable nota en la que me anunciaba que se iba porque se le había acabado el amor. Te puedes imaginar que aquello me sentó como una patada en los cojones. Había conseguido salir de la droga y la separación me hizo volver a caer en ella y la vida no parecía tener ningún sentido, pero como me ha pasado casi siempre la fortuna se volvió a aparecer en mi camino y así una Cirujano Infantil de Arkansas que estuvo pasando una temporada en mi hospital comenzó a frecuentar mi quirófano y poco a poco se entabló una auténtica amistad que, al principio, no parecía que fuera a llegar a nada, pero que terminó en matrimonio y nada menos que por doce años.
José Luis lo miró con cierto excepticismo porque era sabedor de su correrías amorosas y de que nunca eran con final feliz:
-  Querido amigo : como han cambiado las cosas ¿verdad? claro que es normal que sea así porque son treinta años sin vernos y sin saber nada el uno del otro, pero tú que te has pasado media vida haciendo proposiciones matrimoniales, resulta que caes dos veces. ¡ Parece mentira!.
-  No, dos veces no, tres, que todavía es peor – el Doctor Mundeñía se rió abiertamente y cogió a su viejo amigo por el antebrazo – pero espera que termine de contarte la segunda y luego pasamos a la última – se bebió el café a pequeños sorbos con un pequeño tic en el labio superior que le hacía aparecer unos dientes blancos bien cuidados – Bueno , supongo que tienes tiempo porque te estoy soltando un rollo de mucho cuidado ¿eh?
-  Nada Gustavo, no te preocupes que para los viejos amigos siempre hay tiempo y además he dejado encargada a una de mis hijas que si hay algún aviso, se acerque y me lo diga, o sea que tranquilo que tenemos todo el tiempo del mundo.
-  Bueno, muy bien, porque tú estás trabajando, pero yo ya soy un jubilado de lujo y a mí si que me sobra el tiempo.
-  ¿Ya estás jubilado? – José Luis lo miró de arriba abajo como si de un examinador de secuelas se tratara – chico, pues no parece que estés tan mal y eso que ya tienes un taco de años, porque tú eras un año mas viejo que yo ¿no?
-  Si, joder, soy un año más viejo, pero no es por eso porque de salud estoy como un roble sino que en los Hospitales Privados de Estados Unidos que por cierto son la mayoría, cuando llevas veinticinco años de trabajo ininterrumpido te ofrecen una jubilación anticipada con todo igual que si estuvieras en activo y encima te dan una especie de sobresueldo porque comprenden que ya no puedes ganar nada por fuera y así parece como si te premiasen lo servicios prestados. Casi igual que aquí. ¡Que cabrones los yanquis! Como les sobra el dinero se pueden permitir estos lujos y así te vas a cualquier campo de golf y están todos allí dándole a la bola como si fueran chavales.
Bueno, como te iba diciendo, mi segunda mujer fue una cirujano infantil y con la que reconozco que encontré la estabilidad emocional que necesitaba. Fue una época muy feliz para los dos, pero en la vida casi todo se acaba y ella se fue con una despedida maravillosa después de una semana en Hawai y cuando ya nos volvíamos, en el aeropuerto me confesó que se había enamorado de un nativo y que se quedaba. Me agradeció los servicios prestados y sin mas se dio media vuelta y me dejó solo en la sala de espera del aeropuerto y dos billetes de avión. Total, que me tuve que buscar la vida y a los pocos meses me casé con una enfermera del hospital, pero ya de manera diferente. Cada uno hace su vida, nos respetamos como marido y mujer, pero ya no existe el amor y la cosa es muy particular.
-  ¿Y se puede vivir con una mujer sin amor?
-  Claro, hombre, ¿cómo no se va  a poder? – el Dr. Mundeñía alzó los brazos al cielo y luego se atusó sus bien cuidados cabellos – es un problema de mentalidad. Ella vive sola y yo vivo solo y juntándonos nos hacemos compañía y encima el fisco norteamericano nos premia con una subvencion ¡que más se puede pedir!
-  Chico me estás contando unas cosas que no se que contestar. Hombre, así de pronto, parece como una vida muy ajetreada y si ahora te cuento la mía, pues todavía más, pero no te envidio Gustavo porque en toda tu charla parece existir un deje como de amargura que creo que te afecta bastante ¿verdad?
-  Pues sí, que quieres que te diga, al principio todo es de color de rosa, pero llega un momento que uno se acuerda de su pais, de su gente y de todo aquello que has dejado atrás y claro que se echa de menos, pero, en fin, la vida es así, alegrías, sinsabores, penas, mas alegrías, mas sinsabores, ¡yo que sé!
-  Y ahora ¿qué? Eres un triunfador, has conseguido dinero, algo de fama, quizás hasta poder y al final te vuelves para España.
-  ¿Y quien te ha dicho que me vuelvo?
-  Mira Gustavo, hace muchos años  que nos conocemos y aunque llevemos un montón sin vernos, se te nota en la mirada que ya no estás enamorado y que vuelves a casa en busca de aquella a la que nunca debiste dejar y mucho menos de la forma en que lo hiciste, pero, en fin, allá tú si lo quieres confesar, pero creo que eso es lo que te pasa.
-  Querido Jose Luis, por una vez y sin que sirva de precedente debo darte la razón porque son demasiados años sin saber nada de aquella mujer y todos los días tengo un recuerdo para ella. No se si la encontraré, pero para eso he venido y necesito tu ayuda.      
-  Bueno, - Jose Luis se frotó las manos y con un gesto correcto llamó al camarero para que le llevase la cuenta – yo te ayudaría, pero no tengo ni idea de donde puede estar porque ya te digo que hace muchos años que le perdí la pista, pero malo será que no encontremos a alguien.
En fin, Gustavo, perdona que no me quede más tiempo, pero tengo una consulta en el nuevo ambulatorio y no quiero llegar tarde. Y he avisado a mi mujer y te esperamos a las dos en casa ¿de acuerdo?
-  De acuerdo. Allí estaré como un clavo y podré conocer a tus hijas que como hayan salido a ti apañadas van.
-  Hasta luego – el Dr Segura dejó el bar seguido por la atenta mirada de su amigo de toda la vida quien, a continuación llamó al camarero y le pidió un whisky con agua bien cargadito que hay que celebrar los reencuentros con los amigos de verdad
El día invitaba a caminar y Gustavo tenía por delante casi tres horas para darse un paseo, volver al hotel, ducharse y presentarse a la hora de comer hecho un pincel. El sol iluminaba las casas de piedra, algunas con escudos como queriendo perpetuar el pasado histórico de un pueblo que siglos atrás había sido capital de la comarca y los soportales de la calle Mayor parecían querer unirse a esa especie de clasismo del que no se hablaba pero parecía penetrar por cada rincón y era natural porque la historia de España era la que era y aunque la decadencia se iba incorporando a la vida nacional, el señorío y la clase todavía se mantenía intacto. Gustavo pensó que sería de Estados Unidos si tuvieran nuestra historia; seguro que no habría quien los aguantara, porque sin historia eran como eran, o sea que mejor dejar las cosas como están.
La Iglesia del Carmen, con su campanario que rozaba el cielo, presidía la entrada a la Plaza Mayor la cual con su forma casi circular parecía querer albergar a todos los habitantes. El reloj marcó las horas puntualmente mientras nuestro querido Doctor se colocaba en el centro geométrico y con su cámara de fotos trataba de inmortalizar aquel momento. Algunos operarios limpiaban cuidadosamente los cristales de las farolas mientras las mujeres pasaban presurosas con las bolsas de la compra. Otras permanecían alrededor de un pequeño recinto cerrado mientras que sus hijos se balanceaban en elegantes columpios de cadenas doradas.
Gustavo se sentó en un banco, abrió el periódico y lo ojeó lentamente. Sus pensamientos estaban más allá que las paginas del diario y los acontecimientos políticos no parecían interesarle especialmente por lo que lo cerró y se quedó mirando a un niño que lloraba desconsolado porque otro, algo mayor, le había quitado el columpio. La madre se acercó presurosa y con un venga Mariano no llores que este niño acaba enseguida y te deja el sitio a que sí, a lo que el eventual propietario del columpio contestó con un pienso estar aquí toda la mañana y no se lo pienso dejar o sea que se vaya buscando otro sitio. Bueno, no te preocupes que si no te lo deja Mamá te compra un bollo en la Pastelería de Ramón, pero no llores mi rey.
-  ¿El señor desea tomar alguna cosa?
Gustavo volvió a la realidad mientras el camarero con su mandil blanco como los chorro del oro esperaba con un papel y un lápiz para tomar nota de la comanda como si el cliente solicitara veintisiete cosas.    
-         Si, por favor, un vermouth y unas patatas fritas – el camarero se alejó y Gustavo continuó con su pensamiento en aquella chica de la facultad a la que dejó y con la que soñaba diariamente. De pronto, su corazón sufrió una especie de vuelco cuando por el final de la calle mayor una figura femenina se acercaba despacio, muy despacio .......



2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas2 de febrero de 2014, 12:37

    Bonita historia, mezcla de amor, de camaradería y de recuerdos entre dos viejos amigos que se encuentran en un día frío de invierno en un pueblo castellano. ¿ Como acabará el americano ? La respuesta en el próximo capítulo. O no...... Nunca se sabe.
    Un abrazo a todos

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  2. Pero bueno ¿Cómo nos dejas con los puntos suspensivos??????. No ha derecho.
    Seguro que el viva la vida de Gustavo tiene su papel ....
    Describes tan bien el pueblo que es como si hubieras vivido allí toda la vida.
    Animo que aquí seguimos semana a semana
    Bss

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