miércoles, 15 de enero de 2014

Queridos blogueros/as: Estaba preocupado porque vosotros, Merce y Javier, los únicos seguidores de verdad, no contestabais a mi escrito de esta semana pasada y resulta que porque el ordenadora ha empezado a hacer de las suyas o sabe Dios porqué, metí el capítulo 18 y sale en algo así como en pruebas o algo parecido, o sea, que os lo vuelvo a mandar por aquello del compromiso contraído y pidiendo perdón por meter nuevamente la pata con esto de la informática.
Como os decía la semana pasada, casi nos habíamos olvidado de Fernando Altozano con tanta fiesta en Medina del Campo, pero hete aquí (¿esto se escribe así?) que ha vuelto y aquí lo tenemos vivito y coleando.
Espero que os guste
Un abrazo
Tino Belas 

CAPITULO 18.-
    
 ¿ Sabes lo que te digo? Que estoy hasta las pelotas de este puñetero pais. Todo el día lloviendo y con los zapatos calados.
Benito Monjadiel, amigo íntimo de Fernando Altozano desde su llegada a Londres, era bajo de estatura, gordito, aunque no obeso, cara redonda envuelta por una hermosa mata de pelo negro ensortijado que le hacía parecer más un palmero que un estudiante de secundaria de la High School St. Paul ubicada en el elegante barrio de Chelsea en la capital del Reino Unido. Las manos eran recias y destacaban por debajo de la elegante chaqueta de color verde que, a su vez rellenaba un cuerpo de catorce que comenzaba a despertar a la vida. Los pantalones recien planchados y unos zapatos cepillados con mimo la noche anterior completaban la imagen de un joven español, de buena familia, que continuaba su formación en un pais extranjero.
El caso de Fernando Altozano era completamente diferente porque no fue enviado a Inglaterra para completar su formación sino que estaba allí siguiendo los pasos de su padre. Primero fue Roma, de la que guardaba un recuerdo inolvidable, después, vuelta a Madrid y ahora Londres. Entre medias, su padre había estado destinado en Bruselas y no hubo necesidad de desplazar a toda la familia. Menos mal – pensó Fernando porque según sus amigos, la capital belga era de las ciudades más aburridas del mundo y eso lo decían los hijos de los diplomáticos que normalmente conocían bastante mundo.
Dos años en Madrid, en su colegio del Pilar, con sus amigos de siempre habían constituido una inyección de moral en la vida de Fernando Altozano, quien, a sus catorce años, era un chico bien educado, listo y con un atractivo personal que ya lo iniciaba en el camino del liderazgo. Gracias a su viajes y a su inseparable institutriz dominaba el inglés, entendía perfectamente el francés y se expresaba en italiano como si de su propia lengua se tratase. Los cursos los pasaba con comodidad y a pesar de los cambios de colegio, su interés no disminuía un ápice y era una alegría tanto para sus padres como para sus profesores.
-  No seas pesado, Benito, siempre estás con la misma canción ¿no te parece? En Londres llueve un montón, pero no mucho mas que en La Coruña o en San Sebastián lo que pasa es que estás quemado y la lluvia te afecta más, porque no es para tanto.
-  Jo, yo solo sé que me levanto a las seis y media de la mañana y hasta que me acuesto, estoy calado hasta los huesos y eso que todo el mundo me dice que esto es solo unos meses y que despues ni te enteras que llueve, pero yo debo ser la excepción que confirma la regla porque ya son cinco meses de internado y continúo igual que el primer día.
-  No seas mentiroso – le interrumpió Fernando cambiándose de hombro la mochila de un solo tirante que llevaba – Ahora estás mucho mejor. Por lo menos me tienes a mi y eso de comer todos los Domingos en mi casa es una ventaja ¿o no?
-  Hombre, eso ni se pregunta. Menudo chollo he encontrado contigo y encima tu madre encantada porque los fines de semana hablamos todos en español y el ambiente es como en Madrid.
-  ¿ Tú lo echas de menos?-
-  Jo, yo un montonazo, lo que pasa es que me viene muy bien, pero en cuanto acabe el curso no me quedo ni un día más. Inglaterra para los ingleses que para eso la quieren tanto.
-  Pues yo no estoy tan mal.
-  Nos ha fastidiado – Benito no pudo reprimir un gesto de rabia – en tu casita, con Mamá y Papá pendientes de ti y con la Institutriz ¿qué mas se puede pedir?
-  Hombre, por pedir se podría pedir que no estuviera aquí el idiota de mi hermano que no hace nada más que darme el coñazo, pero, bueno, la verdad es que tienes razón.
-  Solo faltaría que no me la dieras, porque lo tuyo es ideal.- Benito se caló la gorra por la que manaban abundantes gotas de lluvia y se ajustó los pantalones que ya empezaban a sentir los efectos del agua caída y señaló con un dedo hacia una de las esquinas del parque por donde se acercaban alegremente las niñas del colegio que venían en el autobús de Nobergrim – Mira quien viene por ahí. ¿la has visto? Venga Benito, no te hagas el despistado que ya  se de que va
Benito miró distraídamente a un grupo de jovencitas que se acercaban con sus cara sonrientes, cargadas de libros, con mochilas que las hacían caminar con las espaldas encorvadas. Sobre todas ellas destacaba una chiquilla pecosa de melena rubia, cuerpo delgado y piernas muy largas, que ocupaba la primera posición en el grupo. Era Pamela Morris de la misma clase de Benito y Fernando, aunque por su manera de andar parecía mayor.
Los amigos se acercaron y en grupo entraron en el impresionante edificio de St. Paul. La puerta principal iluminada con unos focos estaba rodeada de esculturas de gentes desconocidas para los españoles, pero personalidades de las artes y las letras inglesas que habían posado con enorme paciencia, pero tambien con cierto regustillo interior porque eran muchos los antiguos alumnos y muy pocos los privilegiados que aportaban su persona a aquel primer choque con la cultura inglesa, era como la única parte moderna del colegio porque el resto ya era parte de la historia y la piedra y los arcos de medio punto constituían la parte visible de los diferentes claustros.
Aunque los alumnos eran numerosos, el silencio era la nota predominante y parecía como si los chavales fueran conscientes de la institución a la que penetraban y aunque los grupos se paraban alrededor de las fuentes centrales, enseguida continuaban su caminar hacia las aulas. En los pasillos se alineaban multitud de taquillas con el nombre de cada alumno y en ella se introducían los zapatos en la parte inferior y los libros en el resto. Tambien, la gorra y el gabán pasaban a formar parte del contenido de las taquillas; Así como la de Fernando era un modelo de orden con los zapatos en su cubículo, el gabán en la parte izquierda, los libros  en la derecha y la gorra en su lugar correspondientes, la de Benito Monjadiel era un auténtico bazar en la que los zapatos se mezclaban con los libros que, a su vez, contenían restos de bocadillos, un palo de cricket envuelto en una bolsa de plástico de un conocido almacén londinense, cuatro o cinco gorras de universidades americanas, un paraguas con una varilla rota y hasta una bandera, con palo y todo del Leeds United, que tenía la rara hablidad de caerse siempre que abría la taquilla. Benito era consciente que aquello era una mala tienda, pero la limpieza se hacía cada dos meses y Mr. Hamilton no pasaría hasta pasadas dos semanas, con lo que, de momento podía continuar con todo aquello , aunque últimamente ya comenzaba a tener dificultades y su amigo Pitt quería que le guardara doce ejemplares de revistas con señoritas en actitudes poco edificantes, la capacidad era la capacidad y como le había dicho en varias ocasiones, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible y cualquiera le dice a Fernando que las guarde él. Menudo es para esas cosas. Todavía se acordaba de la vez que se colaron por el techo del gimnasio y cuando las niñas estaban a punto de entrar en el vestuario, Fernando que se había quedado vigilando, avisó que como no bajaran inmediatamente, se lo diria al Supervisor y seguro que se nos caía el pelo. Ante tal amenaza, Benito y sus compinches  no tuvieron más remedio que bajarse de la ventana a la que tanto trabajo les había costado subir y encima soportar la indignación de Fernando que consideraba que aquello era un acto impropio de chicos de catorce años, educados en un ambiente religioso y procedentes de buenas familias. Total que se fastidió el invento y la pandilla desapareció, nunca mejor dicho, que con el rabo entre las piernas.
Las clases eran de pupitres individuales, con una cajonera que se levantaba y en cuyo interior se guardaban los libros de cada clase, las presidía un enorme cuadro de Sir Thomas Collins, fundador de la Institución quien, con gesto autoritario, parecía mirar a todos sin perderse ni un solo detalle. Según Larry, en sus ojos permanecía todavía el espiritu severo de los maestros antiguos y nadie podía sustraerse a su inquietante mirada. Algunos decían que con el paso de los años y los miles de alumnos que habían pasado por sus aulas, la mirada estaba cambiando y se iba como dulcificando. Incluso los mas viejos del lugar, cuando acuden a las reuniones de las diferentes promociones, creen que en la boca le está empezando a aparecer un rictus como de satisfacción por todos los que continúan su labor y que llevan años contribuyendo al desarrollo de su país.
La Srta. Jane pasea por entre las filas de pupitres con una  pequeña vara entre sus manos. Es, para los ojos de Fernando, la típica profesora de disciplina inglesa que utiliza el palo con la misma facilidad que la palabra y sus dotes de persuasión son absolutamente eficaces. Es de las que piensa que la letra con sangre entra y lo aplica con autoridad a sus pupilos que la miran por el rabillo del ojo para, en caso necesario, protegerse la cabeza con el antebrazo. Viste un traje negro con mínimo escote, protegido con una cenefa de puntillas blancas, puñetas que se desplazan hasta medio antebrazo, medias de licra y zapatos con una hebilla dorada en el lateral. Su cara es agraciada, aunque su gesto lo es menos. El pelo castaño es de tal manera recogido que forma una especie de ensaimada lo que hace parecer mas alta. Su cara está surcada por diversas arrugas que denotan bien a las claras que por ella también pasan los años.
Los alumnos se esfuerzan en contestar el examen de Geografía e Historia propuesto por la Pantera, como la denominaban entre ellos. Los que saben el tema escriben como posesos y prácticamente no levantan la cabeza del pupitre, mientras otros se dedican a mirar al techo, mordisquear el bolígrafo, en definitiva, a hacer tiempo mientras llega la inspiración divina que casi nunca llega a tiempo o el mas que probable soplo de algún compañero cercano, pero para eso hace falta que primero termine su examen y segundo que la pantera se despiste porque de lo contrario, no habría ninguna posibilidad.
Como ya era habitual desde hacía varios meses, Benito se había convertido en el compañero de Fernando Altozano en el pupitre de su izquierda y lo que para casi todos era un problema de nacionalidad, para él había sido la solución a sus deficientes estudios y hasta esa compañía había merecido los parabienes de D. Benito padre, quien estaba convencido que la amistad entre los dos españolitos era la razón de que su hijo tuviera unas notas como nunca en el Colegio y como solía repetir, quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
 En todos los exámenes se repetía la misma historia : al principio, la paciencia de Benito era infinita y después de oir las preguntas se ponía a escribir desaforadamente aunque no tuviera ni idea del tema, pero lo importante era hacer tiempo. Muchas veces dedicaba ese tiempo a escribir a algún amigo e incluso a su padre narrándole las dificultades de su vida en Londres y lo carísimo que es todo, lo que suponía inmediatamente que solicitase un aumento de su paga semanal que se había quedado ciertamente muy por debajo de sus necesidades y como en los estudios iba viento en popa, el padre le daba lo que fuera necesario para que no perdiera tiempo en salir de compras y no se cuantas cosas más. Por todo ello era necesario que  continuase la colaboración con Fernando porque de lo contrario todos sus ilusiones se vendrían abajo y el padre retiraría la subvención de la que ambos se beneficiaban porque sinó, ¿de donde iban a sacar para comprar dos helados diarios? Pero una cosa era ayudar en un examen y otra era hacérselo entero y encima dictárselo casi al pié de la letra y mientras Fernando estudiaba todos los días el Señorito Benito zascandileaba por la ciudad en busca, según él, de nuevas emociones.
El examen transcurría con normalidad hasta que, como siempre, Benito susurraba a su compañero Fernando - chist, chist, Fernando pasame algo que no tengo ni idea. -  -  Espera que todavía me quedan dos preguntas y enseguida te paso algo. - 
-  Bueno, pero date prisa que solo queda media hora.
Benito continuaba haciendo como que se concentraba y en cuestión de segundos un folio de los de Fernando pasaba a las manos de Benito quien  lo depositaba con sumo cuidado entre los suyos y solamente la primera linea se dejaba ver. Una furtiva mirada controlaba la posición de la pantera que continuaba dando vueltas hacia el fondo de la amplia sala y en pocos minutos, Benito había finalizado su copia rápida de las preguntas de Geografía y como era habitual salía el primero del aula con cara de haber tenido un tremendo desgaste intelectual y lo entregaba a la pantera que lo dejaba en el centro de la mesa.
-  Muy bien, Español, como siempre has sido el primero y se nota que te lo sabías ¿verdad?
  -Si, estaba seguro que los temas que nos iba a preguntar sería relacionados con la conquista de los ingleses de la India y después dibujar el mapa de los Estados Unidos de América y colocar los diferentes estados estaba chupado ¿a que si? 
- ¿ Que significa chupado? La pantera no podía disimular sus orígenes y un marcado acento escocés la hacía parecer como más británica todavía.
Benito contestaba a estas preguntas con gracia y en la seguridad que no le entendia porque de lo contrario seguro que se metería en algún lío
-  Quiere decir que eran temas que los tenía en la punta de la lengua, como si fuera un helado y por eso me parecieron muy fáciles y he terminado tan pronto.
-  Muy bien, Benito, así me gusta, que se aplique en los estudios porque el futuro de las personas está en sus conocimientos y si queremos progresar no hay mas remedio que estudiar.
Mientras tanto, Fernando Altozano finalizaba su examen y después de recoger todas sus cosas, se sumó a la larga fila de alumnos que avanzaban por los pasillos laterales en espera de entregarlo a la Srta. Jane. A sus catorce años, casi quince, era alto, con muy buena pinta, moreno, de intensos ojos negros y una dulzura en sus gestos que le hacía ser mirado con admiración por las chicas de la clase quienes, sin ningún rubor, le llamaban para que se sentase con ellas y poder disfrutar de un auténtico chico del sur. Fernando, tímido por naturaleza, se sentaba, pero se le notaba incómodo y no por problemas con el idioma que lo hablaba con naturalidad y aunque en su acento se advertía su procedencia hispánica se expresaba en un inglés fluido. Su estancia en el Colegio Romano le había marcado y en las niñas de su clase solo veía insinuaciones de mal gusto y ganas de meterse con él solo porque no les hacía proposiciones deshonestas como hacían el resto. Era incapaz de decirles algo que pudiera tener un doble sentido y en sus pensamientos siempre estaba presente la imagen del Padre Director que le recordaba que cualquier mujer podría ¿porqué no? ser la madre de sus hijos y como tal había que respetarlas y tratarlas, aunque había algunas que nunca podrían aspirar a ser la madre de nadie porque eran an feas y presumidas como ratitas de laboratorio. Alguna se libraba, pero pocas y desde el primer día que llegó al colegio, se dio cuenta que las chicas inglesas no eran su tipo.
-  ¿Qué tal, Benito? ¿te valió lo que te pasé?
-  Claro que me valió, muchas gracias. Con lo que me pasaste y la paja que metí por mi cuenta, yo creo que ha quedado un examen más que presentable y sobre todo que si no llego a copiar no hubiera escrito ni dos renglones, o sea que otra asignatura que te debo
-  Venga, Benito, pareces tonto, hoy por ti y mañana por mí, pero lo único que te pido es que no me pidas cincuenta veces que te pase el examen. Ya se que te lo tengo que pasar y no hace falta que me estés dando el coñazo que te lo paso cuando puedo, pero hay veces o que no he terminado yo o que la pantera anda cerca y entonces, te tienes que esperar.- 
-  Perdona si soy un palizas, pero según van pasando los minutos me entra el nervio y pienso que cuanto antes me lo pases mejor, porque al final aparece la pantera y no hay quien copie y otros días puedo poner algo de mi cosecha, pero hoy es que no tenía ni idea.
-  Ya, pero cualquier día nos caza y se te acabó el negocio.
-  Bueno, venga, vámonos que aquí no pintamos nada.- Benito se caló la gorra casi hasta las cejas y le propinó una colleja a Fernando que casi le hace irse al suelo- vamos que hoy te has ganado un doble de nata y fresa.
La heladería estaba cerca y a los pocos minutos ambos amigos estaban disfrutando de dos hermosos helados de cucurucho con sus correspondientes cucharillas de plástico. En la cara de Benito se reflejaba la satisfacción del deber cumplido mientras en la de Fernando se mantenía el gesto de responsabilidad que le hacía ser tan buen estudiante. Se sentaron en el césped de una amplia pradera que se extendía hasta mas allá de un lago en el que se disputaban los trozos de pan que los niños les tiraban, unos hermosos pavos reales. Benito se estiró todo lo largo que era y se quedó mirando una ardilla que trepaba por el tronco de un pino.
-  ¿ En qué piensas?
Benito se movió despacio y miró fijamente a los ojos de su amigo del alma
-  Estaba viendo esa ardilla y pensando en la suerte que  he tenido al conocerte. Si no fuera por ti, seguro que mi padre ya estaría aburrido que me suspendieran y estaría de vuelta a casa.
-  Tampoco es para tanto que me estás poniendo colorado – Fernando pasó su lengua por el filo del barquillo.
-  Pues que quieres que te diga, es la verdad. Tu pones la ciencia y yo a copiar como un cosaco, pero es que no soy capaz de meterme en la cabeza todas las materias.
-  ¡ Como que no eres capaz! Claro que eres lo que pasa es que es mucho mas fácil leer una novela o irse a dar una vuelta que sentarse delante de un libro  y concentrarse en lo que se está haciendo. A mí tambien me gustaría, pero comprendo que si queremos llegar a algo no hay mas remedio que prepararse.
Benito se levantó y lanzó una piña contra el tronco del árbol
-  Ya, en eso tienes razón, pero no soy capaz, de verdad, no soy capaz. Me encantaría que mi padre disfrutara y no me echase las broncas que me echa cada vez que nos juntamos, pero me siento delante del libro y me entra un sueño que se me cierran los ojos
-  Ya, eso cuéntaselo a tu padre que a lo mejor se lo cree, pero a mí no, que no cuela. Lo que te pasa es que eres un vago de siete suelas y te gustan más las faldas que a un tonto un lápiz y claro o te vas con ellas o estudias y no hay mas Benito
-  No, si tienes razón, pero es que  a mi eso de estudiar no me va, que quieres que haga. No me gusta y no me gusta y no hay que darle mas vueltas.
-  Me parece bien, Benito, pero algo tendrás que hacer ¿no?
-  ¡ Y yo que sé! A mí lo que me gusta es jugar al futbol y es lo único que no me dejan hacer, o sea que ya me contarás como voy a llegar a ser nada si no puedo ni entrenar.
-  Pues díselo a tu padre y ya está. 
-  Es imposible, de verdad - Benito se puso muy serio – cuando vivía mi madre todavía teníamos algo en común, pero, desde entonces y de eso hace ya casi dos años, no tengo nada que contarle. De verdad que me encantaría sentarme con él y explicarle todo lo que me pasa, pero no puedo; es superior a mis fuerzas. Por lo único que me gustaría aprobar es por verle contento porque, ya te digo que desde entonces no hace más que chillar y decirnos a mi hermana y a mí, que somos unos desastres y cada dos por tres la cancioncilla de que si viviera vuestra madre seguro que no haríais esto o no haríais lo otro. Estoy hasta el culo de tantas broncas y menos mal que aquí solo le veo una vez al mes porque en casa era horrible.
-  Hombre – Fernando miraba al infinito tratando de comprender la situación – yo solo le he visto dos veces y me pareció un tío fenómeno.
-  No, si cuando quiere es supersimpático, pero últimamente está siempre de malhumor como si yo tuviera la culpa de todo.
-  Ya, pero es que ha perdido a su mujer y eso es muy duro.
-  Y yo que he perdido a mi madre ¿qué? El si quiere se puede buscar otra, pero yo no puedo encontrar otra madre ¿no es peor mi situación?
-  ¿Qué quieres que te diga, Benito? A mi me parece que es una faena para los dos, pero si Dios lo ha querido no os queda más remedio que aceptarlo.
-  Mira Fernando, no empecemos como el otro día. - Benito metió la cabeza entre las rodillas y comenzó a sollozar. No trataba de disimular lo más mínimo porque, de vez en cuando le venía muy bien desahogarse con alguien, aunque reconocía que el paso de los meses iba suavizando su soledad y todavía se acordaba de su llegada la internado y la despedida de su padre augurándole una estancia estupenda y que cuando volviera todo sería diferente. Si diferente, eso sería él porque Benito no paraba de llorar y hasta tuvo que recibir los consejos de un Psicólogo que lo animaba y le recomendaba practicar deporte hasta la extenuación para evitar pensar, pero eso era imposible. Su padre le visitaba una vez al mes, fallaba alguno, pero por culpa de sus negocios sin darse cuenta que su negocio principal era su hijo y este lo acusaba en su interior y cada vez se iba haciendo mas reservado. El padre notaba la diferencia y lo achacaba a que estaba en la edad del pavo y que se le pasaría, pero ya hacía casi dos años del fallecimiento de su mujer y Benito, el niño, seguía no sin dirigirle la palabra pero si mostrándose muy reservado y contestando a todas las preguntas con un lacónico bien.
  En el colegio no le entendían y le castigaban con no dejarle entrenar con lo que aumentaban su depresión. Hasta su padre, de acuerdo con el Psicólogo, le bajó la asignación mensual y se la aumentaba si las notas eran buenas con lo que aquello se convirtió en un círculo vicioso y él se encerraba cada vez más en si mismo. La llegada de Fernando había sido como una medicina y ambos comenzaron a recorrer un largo camino. Fernando era consciente de la situación de su amigo y procuraba acompañarle y darle algunos consejos aunque tampoco era un especialista en el tema, fundamentalmente le hacía compañía, y le ofreció el calor de su familia con lo que Benito hacía algunos meses que estaba algo mejor.
-  Jo, Benito, perdona, pero otra vez he metido la pata recordándote lo de tu madre – Fernando le dio unos pequeños golpes en la cabeza –Perdoname.
Benito se abrazó a su amigo y después de secarse las lágrimas con un pañuelo se encaminaron hacia el colegio. Benito subió a su habitación y se tumbó en la cama, cerró los ojos y se quedó profundamente dormido, mientras que Fernando esperó unos pocos minutos al autobús 23 que lo dejó enfrente de su domicilio y a continuación se sentó en el cuarto de estar y ahí estuvo hablando con su padre y su madre hasta cerca de las once de la noche.



2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas15 de enero de 2014, 20:33

    Ya me parecía a mi que algo raro estaba pasando desde el Sábado hasta hoy sin recibir el capítulo 18, pero decidí esperar. Supongo que hay veces que a uno no le apetece escribir.
    Otro capítulo muy interesante con la descripción de la vida de dos estudiantes amigos en un colegio de Inglaterra. Me he metido de lleno en la novela y me ha gustado.
    Hasta la próxima.
    Un abrazo a todos.

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  2. Ya me extrañaba que no hubiese capítulo; pensé que estabas muy ocupado con los nietos...
    Fantástico este capítulo (y nos lo queríamos perder). Se está forjando una amistad que tiene toda la pinta de que va a tener mucha importancia a lo largo de la novela ....
    Una vez más, parece que has estado interno en Inglaterra. Genial
    Hasta muy pronto. Bss

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