sábado, 27 de octubre de 2012

LA ENFERMERA RURAL: CAPITULO 15


Queridos blogueros/as: Lo siento pero volvemos otra vez con la enfermera al pueblo. Ya decía el otro día que era una novela de un pasito "pa alante" y otro "pa atrás" y ahora toca el primero. 
Yo no se vosotros, pero yo ya tengo ganas que se mate con el Médico para entrar en temas interesantes, pero lo escrito, escrito está y no seré yo el que lo cambie, que ya lo hice el otro día y llevo una semana dedicado a darle vueltas a los últimos capítulos porque, de lo contrario, la historia no pega ni con cola.
Tengo que inventar algún premio para vosotros por ser blogueros/as con una fidelidad pasmosa, eso si, no el número no aumenta de ninguna manera, pero vosotros seguís erre que erre todas las semanas y eso tiene que tener algún reconocimiento por mi parte. Ahora no se me ocurre el que, pero todo se andará
Un abrazo
Tino Belas




CAPITULO 15


Sofía estaba impaciente. El cuarto de estar se le hacía pequeño, hasta el cuadro del salón que semejaba un mar con la línea del horizonte parecía haberse acercado más y se percibía como el rumor de las olas. Sofía permanecía sentada unos segundos y a continuación se levantaba y recorría el salón dando pasos y más pasos. Comprobó que el timbre funcionaba, bajó hasta la consulta para ver el ordenador. Volvió a subir, se preparó un café y se acercó hasta la habitación de su hijo que dormía placidamente.  Se quedó mirándole, como hacía muchas noches, y pensó en el futuro. ¿Cómo sería? Para ella bueno, casi con seguridad, pero para el niño, sin padre, en un pueblo perdido, sin conocer a casi nadie, ¿Se abría equivocado saliendo de Madrid?  En una capital todo es mas probable, los peligros por supuesto y las oportunidades mas. ¡Que mayor está! Parece mentira, claro que ya tiene casi trece años ¡trece años que murió David!  Y desde entonces ni un solo día había dejado de recordarle. Habían sido unos años maravillosos, primero en Honduras y luego en Mali hasta el día que lo secuestraron sin motivo ni razón, pero las guerras son las guerras y muchas veces pagan justos por pecadores. David, su marido, no había ayudado a ningún jefe de ninguna tribu y mucho menos de alguna banda rival y aunque se empeñasen, él no era culpable de nada. Atendía a todo aquel que llegase herido a la Misión y nunca preguntaba por las afinidades políticas de cada uno. El era Médico, atendía enfermos y ni su pasado, por supuesto su presente y mucho menos su futuro, le interesaba lo mas mínimo.

Lo que empezó siendo una simple discusión entre bandas rivales, acabó como el rosario de la aurora y el país se enzarzó en una guerra civil que acabó entre otros con su marido que nada tenía que ver. El destino, en el que tanto creía Sofía, había sido protagonista nefasto en aquella ocasión.

Estaba tan obsesionada en sus pensamientos que no advirtió como David, su hijo, abría los ojos y la miraba fijamente

-  Mamá, mamá eh, eh  despierta – David movía los brazos tratando de llamar la atención - ¿en que estabas pensando?
-  Perdona David – Sofía se echó para atrás unos mechones de pelo que le impedían una buena visibilidad de su hijo – pensaba en tu padre.
-  Pues espabila porque te está llamando Charo ¿no la oyes?
-  Si ahora si - contestó Sofía mientras bajaba las escaleras de dos en dos – voy, voy
-  Venga, Sofía que ya tenemos a la primera paciente – la auxiliar que le había proporcionado el ayuntamiento la llamaba ilusionada – cuando quieras la paso porque la he dejado en la sala de espera.

Sofía se sentó delante de la mesa de su despacho. El tablero de caoba precioso, solamente estaba cubierto por una carpeta de cuero que hacía las veces de cajonera y una especie de cubilete donde se apilaban distintos  bolígrafos de varios colores. Sofía se santiguó como hacía siempre que comenzaba algún trabajo interesante, se ajustó la bata blanca y se sentó con la mayor de sus sonrisas.

-  Charo: Dile que pase.

La puerta se abrió y lentamente apareció una señora mayor aunque no sabría decir cuanto, enormes ojeras que la hacían parecer todavía mas mayor, el pelo bien cuidado, las mejillas con un discreto toque de colorete al igual que los labios. Un sobre de grandes dimensiones en su mano derecha y el bolso en la otra eran los complementos a un vestido rigurosamente negro reflejo de su pasada viudedad.

Sofía se levantó de la silla, rodeó la mesa y dio la mano a su primera paciente con gesto algo más que sonriente. A continuación la invitó a sentarse y ella hizo lo propio.

-  Si le parece empezamos por la parte burocrática y luego me cuenta ¿le parece?
-  Lo que usted diga Señorita.
-  Bien - Sofía se ajustó el ordenador e iba anotando las respuestas de su primera paciente - me dice su nombre, por favor.
-  Si señorita, mi nombre es Eunomia.
-  ¿Apellidos?
-  Lopez Salgado
-  ¿Fecha de nacimiento?
-  Espere un momento que me acuerdo porque fue hace muchos años, el 12 de Enero de hace ochenta  y un años.
-  Pues está usted muy bien para esos años ¿nunca se lo han dicho?
-  Si, pero no se fíe - la señora se secó una lágrima con un pañuelo que sacó del bolso -  porque desde que se murió mi pobre Evaristo no levanto cabeza.
-  ¿De que se murió?
-  De siempre tenía asma y se debió de romper algo en el pulmón porque se murió casi de repente. Una tarde en el Hospital y a última hora nos avisaron que estaba muy mal y cuando llegamos había fallecido
-  Lo siento.
-  Gracias, hija
-  ¿Hace cuanto tiempo que se murió?
-  El día de San Teodoro, el veinte de Abril de hace casi un año
-  ¿Usted vive sola?
-  Si señorita, si. Ahora si
-  ¿No tiene hijos?
-  Tuvimos dos, pero se nos murieron. Uno, nada mas nacer, en plena guerra y otro cuando tenía cinco años. Ya sabe usted. Tuberculosis. No había nada que hacer
-  Menuda faena - Sofía pensaba en ese momento en David,  su hijo. Si le pasara algo no sabía si podría superarlo.
-  Si, pero hija mía, ¡ya sabes! es ley de vida. Dios te los da y Dios te los quita.
-  ¿Es usted creyente?
-  Si, mucho. Mi Evaristo y yo éramos como los encargados de mantener la Iglesia en condiciones y claro teníamos mucha relación con D. Hermógenes, el Cura.
-  O sea, que si no le he entendido mal era usted la sacristana.
-  Bueno, el sacristán era mi Evaristo y yo ayudaba en todo lo que podía.
-  Muy bien, Doña Eunomia y ¿que le trae por aquí?
-  Me gustaría que me diera algo para mejorar porque estoy como sin fuerza ¿me comprende?
-  Claro que la comprendo ¡como no! Doña Eunomia. Se ha quedado viuda y sola en la vida y quiere encontrarse mejor ¿no eso?
-  Si, hija si. El problema es que llevo mucho tiempo intentándolo y yo sola no soy capaz.
-  ¿La ha visto Don Antonio María?
-  ¿El  Médico? Si, muchas veces
-  ¿Y que le ha dicho?
-  Que estoy depresiva y  que con el tiempo se me irá pasando
-  ¿Le ha recetado algo?
-  Si, unas “cláusulas” rojas y blancas
-  Se podrían llamara Lexatin o algo así
-  Si me suenan
-  Eso está muy bien
-  Si, pero yo no me encuentro mejor.
-  ¿Y hace mucho tiempo que las toma?
-  Tres o cuatro meses.
-  Ya - Sofía creía que podría ayudarla con algún producto de herbolario, pero cualquiera le cambiaba el tratamiento - yo creo que Don Antonio María tiene razón y con esas pastillas y dejando pasar un poco mas de tiempo seguro que mejorará.
-  No se yo - Doña Eunomia había depositado toda su confianza en aquella chica, pero tenía la impresión que no se interesaba mucho por su caso - es normal - pensó casi en voz alta - una vieja pesada ¡que tome unas pastillas y que vuelva en tres meses! son todos iguales.
-  Si me permite un consejo
-  Dime hija, dime
-  Salga de su casa. No se quede mucho tiempo allí sin hacer nada porque no tendrá nada más que recuerdos y eso no le vendrá bien para su recuperación. ¿Sigue yendo a la Iglesia?
-  No. Bueno si, pero no como antes. Ahora solo voy a Misa los días de precepto y nada más.
-  ¿Y eso porqué?
-  Pues porque en la Iglesia, en cada jarrón del altar, en cada rincón, en cada altar, en la sacristía, en el banco en que me siento, en cualquier lugar de la Iglesia allí  está mi Evaristo y no puedo, es superior a mis fuerzas
-  Pues no se - Sofía trataba de buscar otras alternativas - vaya a casa de una vecina a tomar un café, a charlar un rato. En fin, que se tiene que buscar algo que hacer Doña Eunomia y ya verá como si lo busca lo encuentra.
-  Muchas gracias, Señorita, ha sido usted muy amable y me ha dedicado bastante mas tiempo que D. Antonio María -  Doña Eunomia se levantó de la silla y salió de la consulta caminando lentamente apoyada en su bastón. Casi en la puerta se dio la vuelta
-  Señorita ¿le debo algo?
-  No se preocupe, Doña Eunomia, que esta vez por ser la primera paciente que me visita en el pueblo, no le cobro nada.
-  Muchas gracias
-  Adiós y que supere esa situación poco a poco.
-  Adiós.

Sofía vio como se cerraba la puerta y pensó lo difícil que era tratar este  tipo de pacientes porque no necesitaban medicinas, ni actuaciones muy complicadas, ni siquiera la visita a un Médico o como en su caso acudir a una consulta de enfermería, no, lo que necesitaban era pura y simplemente, compañía, algo que parece tan fácil y que habitualmente resulta tan difícil. Una sonrisa, una palmada en la espalda y comprensión hacia su problema. Sofía no era psicóloga pero no era necesario ser muy lista para darse cuenta que después de convivir con una persona cincuenta o sesenta años, si de pronto fallece, naturalmente que te tiene que quedar un vacío muy importante. ¡Como no! y llenarlo es muy complicado. Encima estas cosas te pasan cuando tienes muchos años y pocas ganas de pelea.

Lo que puedo hacer como Doña Eunomia vive aquí al lado, mañana me paso un segundo por su casa y le hago un rato de compañía y seguro que eso le viene mejor que todas las pastillas que le ha mandado D. Antonio María, pero, de todas las maneras y para no meterme en líos, no seré yo la que le diga que esas pastillas no le valen para nada, pero no le valen.

La enfermera comprobó que no había nadie más en la sala de espera y subió a su casa. Charo, la chica que había contratado para la consulta  y para ayudarla en las labores del hogar, se esmeraba entre las cazuelas para dejar la cocina como “los chorros del oro”. Con una fregona pasaba un suelo agradecido que al menor contacto con el agua, brillaba casi con luz propia. Los armarios estaban  cerrados aunque a través de una especie de rejilla de alambre se adivinaba con claridad todo su interior. Los platos estaban apilados con un orden riguroso, los platos hondos a un lado, los llanos a otro  y en medios los de postres. Todos eran de color amarillo con un ribete en azul marino.  Los cubiertos, cada uno en su espacio correspondiente, contribuían a mantener el orden y todo el interior de los amplios armarios reflejaban el carácter ordenado de su dueña.

Sofía pasó revista a los dormitorios. El de su hijo estaba hecho un desastre como  siempre. Por supuesto la cama sin hacer, lo ropa toda tirada por el suelo, el armario medio abierto con algún jersey haciendo esfuerzos para no caerse, los libros mezclados con los apuntes, un plumier con todos los lápices a medio salir, en fin la habitación de un crío desordenado.

-  Esta noche en cuanto venga a casa le cantaré las cuarenta porque esto no puede ser. Este niño necesita un poco de disciplina y hasta ahora yo no he sido capaz de dársela, entre otras cosas, porque es un amor, da pena hasta regañarle. ¡Es tan bueno! Si viviera su padre otro gallo nos cantaría, pero la vida es así y esta es la que me ha tocado a mi.

Casi sin darse cuenta y con un movimiento que ya formaba parte de ella, cogió un marco donde aparecía David, su marido, rodeado de niños en la misión hondureña. Tenía los dos brazos estirados y en cada uno de ellos, varios niños se apoyaban como si buscaran su amparo. David sonreía con esa alegría que solo aparece cuando por todos los poros del cuerpo aparece la felicidad y la sensación de estar haciendo algo que merece la pena.  Vestía una camisa blanca, unos vaqueros que llegaban hasta las viejas botas de las que no se deshacía nada más que para dormir y un sombrero de paja de ala ancha le hacía parecer todavía más alto.

Sofía casi ni se acordaba de aquel fatídico día en que le habían comunicado el  secuestro y posterior asesinato de David por falta de colaboración del gobierno español, según comunicaba el panfleto que habían hecho repartir las fuerzas revolucionarias de aquel país. ¡Que pena que todo acabara así de mal! Que pena y que injusto. Si injusto, aunque el Padre García Molins, el Jesuita que la atendió en aquellos momentos, se empeñara en que la voluntad de Dios era lo mejor para todos. Se quedaba sola, bueno sola y una nueva criatura a punto de nacer de sus entrañas y encima tenía que dar gracias a Dios. Su educación le indicaba que ese era el camino, pero su interior no lo admitía. Como es posible que ese Dios tan bueno que le decían las monjas de su colegio de Soria, fuera capaz de hacerle semejante faena.

El tiempo iba haciendo que todas las situaciones se fueran sedimentando. No era una mujer feliz, en muchas ocasiones se encontraba muy sola, pero tenía que reconocer que cada día estaba mejor. A ello contribuía y mucho, su hijo David, el hecho que  fuera haciéndose mayor también le ayudaba. Era lo que los psicólogos llaman un niño maduro ¡que remedio! y la verdad es que con su manera de ser le servía como un bastón en el que apoyarse en los malos momentos que cada vez iban siendo menos. Intentaba, en la medida de lo posible, consultar todas las cosas con su hijo, sabiendo naturalmente que estaba en plena adolescencia e incluso para desplazarse al pueblo había recabado su opinión y el si tan rotundo que salió de su boca, la animó a continuar hacia delante.

La campana de la puerta de la  consulta la hizo volver a la realidad de la vida cotidiana. Bajó la escalera rápidamente y allí en la sala de espera, de pié,  vestida de negro como lo hacía permanentemente, allí estaba Doña Eulalia.

-  Pase, por aquí, por favor

La enfermera y la paciente penetraron en la consulta tomando asiento cada una en su lugar. Sofía como hacía con todos los pacientes, se colocó un paquete de folios encima de la mesa dispuesta a realizar una pequeña historia clínica

-  Dígame, Doña Eulalia ¿en que puedo ayudarla?
-  Perdone, Doña Sofía, pero yo no vengo a que me trate porque eso ya lo hace D. Antonio María, vengo a que me recete unas pastillas que se me han acabado.
-  Lo siento, pero como sabe, esto es una consulta de enfermería y no se receta porque eso es misión de D. Antonio María.
-  Ya – Doña Eulalia no tenía nada claro por donde empezar – es un tema un poco delicado.
-  Cuénteme sin miedo que yo en esta consulta soy como un Sacerdote en un confesionario.
-  Mire -  Doña Eulalia quería contar todo – como sabe las cosas van muy mal en el campo y mi Antonio dice que no podemos seguir manteniendo la iguala que tenemos con D. Antonio María y por eso  me he atrevido a venir a hablar con Usted ¿me entiende?
-  Pues la verdad es que no.
-  Mire, Señorita, a mi el tratamiento de D. Antonio María me va muy bien  y llevo con él mas de treinta años, pero como no le puedo pagar, seguro que no me recibe.
-  ¿Y eso no se lo puede explicar a él? Seguro que le da algunas solución
-  ¡Que se lo cree Usted! Ya se lo he dicho y su contestación ha sido absolutamente clara.  Me contestó : He llegado a una edad que solo me importa rentabilizar todo las horas que le he dedicado en mi vida a  la Medicina y ahora y solo trabajo para ganar mas. Si le gusta bien y si no, ahí tiene el Hospital. Usted puede ir siempre que quiera y le atenderán como se merece.
-  Ya, le contesté pero el problema es que el Hospital está a casi cincuenta kilómetros de aquí y claro ir solo para pedir recetas me sale muy caro
-  Ese es su problema. Yo si no tiene iguala la atiendo, faltaría más, pero la tengo que apuntar a turno de espera y le tocará cuando le toque.
- Pero si yo solo vengo a por recetas.
-  No, no, usted viene a consulta y si yo lo considero oportuno le recetaré lo que creo que la curará cuanto antes
-  ¡Pero si llevo casi treinta años con estas pastillas!
-  No importa, Doña Eulalia, ahora han salido pastillas nuevas que le vendría muy bien para lo suyo
-  Pero Doctor ¿yo que tengo? Y ¿sabe lo que me contestó? que eso era secreto profesional y no me lo podía decir y que en todo caso como ya sabía que vendría a esta consulta que me diagnosticara usted
-  ¿Así se lo dijo?
-  Si no es verdad,  que me muera ahora mismo
-  No lo haga Doña Eulalia que entonces si que tendría que llamar a Don Antonio María para que le hiciera el Certificado de Defunción
-  Pues usted me dirá que hago
-  Lo tiene muy fácil. Lo primero es que no vuelva a tomar esas pastillas porque son para la tensión y usted ahora mismo  la tiene perfecta.
-  ¿Pero algo tendré que tomar?
-  Tome una tila que venden en la farmacia, muy suave, que le ayudará a estar menos alterada y ya verá como con eso será suficiente
-  ¿Tengo que volver?
-  Debería de revisarse en una semana para saber si le ha ido bien o no
-  ¿Y cuanto cuesta la consulta?
-  La primera diez euros y la sucesivas tres, excepto si son consultas solo para recetas en cuyo caso no parece lógico que le cobre nada.
-  Fíjese la diferencia -  Doña Eulalia hacía cuentas mentalmente – Don Antonio María cobra veinticinco euros por la primera y quince por las sucesivas.
-  Si, pero piense que el es el Médico y yo solo soy Enfermera.
-  Ya, pero me ha dicho la Clotilde que la está usted tratando de la reuma y está muchísimo mejor y encima con productos mucho mas baratos que los que venden en las Farmacias.
Yo es que no puedo recetar aunque quisiera porque no soy Médico.
-  Bueno, por la razón que sea, pero el caso es que está mucho mejor y encima se enfada D. Antonio María, señal que lo hace usted bien porque con la otras enfermeras no decía nada, pero con usted es que no para
-  No se porqué será, porque lo mismo que lo he hecho con usted, lo hago  con todo el mundo, o sea que le podrá molestar, pero no tiene ninguna razón. De todas formas tendría que hablar con él, pero nunca veo el momento.
-  Estoy de acuerdo porque ya sabe usted que hablando se entiende la gente.
-  Bueno, no se preocupe que la mantendré informada.
-  Hasta otro día
-  Adiós.

3 comentarios:

  1. Otra vez al pueblo....cuando estábamos encantados con la historia en Honduras, Sofia se vuelve pá el pueblo....Pero bueno, yo estoy deseando que aparezca el médico a ver como se lleva con Sofia. Esta claro que a las señoras del pueblo se las está ganando, ya veremos en el siguiente capítulo que pasa.... Tú no te preocupes que seguro que nosotros tres seguiremos fieles a tus historias. Besos.

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  2. El Tío Javier Belas29 de octubre de 2012, 0:49

    La Yenka, un pasito palante y un pasito patrás, ya hemos pasado de Honduras al pueblo español, de la selva a la civilización y Sofía se va centrando y ganándose a los clientes. La cosa va bien y parece contenta.
    Aquí nos tienes a tus fieles blogueros, no te vamos a fallar, pero si nos quieres invitar a una mariscada......
    Hasta el próximo capítulo.

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  3. Perdón por el retraso pero he tenido un finde muy liada...
    Bueno, ya estamos avanzando y, a su vez, ya sabemos que pasó con el marido. Pobrecilla. Yo creo que esta chica termina haciendo Medicina y casi casi, va a ser un Premio Nobel de la medicina natural .....
    D. Antonio María es un canalla, ¿no? y ya le han llegado rumores de la nueva enfermera y está que se lo levan los demonios
    Es una historia real como la vida misma. Que bien escribes Tino
    Bss

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