CAPITULO 10.-
Tenía un par de semanas de vacaciones pagadas por la empresa,
que en este caso era la Marina de Guerra española y Carlos, el hijo mayor de la
pareja compuesta por Carlos y Cristina, había decidido que el mejor sitio para
disfrutarlas era en casa de sus padres, en Cartagena. Allí, aunque hacía
algunos años que había sido destinado a Ferrol, continuaba teniendo un montón
de amigos y encima cambiaba de aires que nunca venía mal. Era un Oficial de Marina
muy joven, veintinueve años, soltero, alto, de anchas espaldas, mirar sincero y
espíritu militar que se le apreciaba de lejos. Era parco en palabras y por lo
tanto se equivocaba pocas veces. En la mayoría de los asuntos se podía considerar
un liberal, con una amplia formación en países de indiscutibles raíces
democráticas, pero en cuanto le tocaban el tema político parecía como si le
encendieran una mecha.
Había tenido un par de destinos muy buenos, uno en Australia
donde había permanecido como tercer oficial de una fragata que se pensaba vender
a los australianos, allí tuvo oportunidad de aprender inglés fluído, estuvo casi
siete meses y conoció de manera directa otra manera de vivir bastante diferente
a la de Cartagena y sobre todo a la de Ferrol, donde reconocía que estaba encantado
pero el tiempo le echaba para atrás. Eso de estar todo el día lloviendo era superior
a sus fuerzas y en cuanto salió la posibilidad de embarcarse no tardó ni cinco
minutos en decidirse. Afortunadamente no tenía nada detrás, alguna novia pero
de escaso interés y para allá que se fue después de darles la noticia a sus
padres.
La base la tenían establecida en Sydney y rápidamente hizo
amigos, sobre todo con un Ingeniero Naval que estaba allí desplazado por Navantia
para tratar de contribuir con su trabajo a la adquisición de alguna de las
nuevas fragatas construidas en Ferrol por parte de la Armada australiana.
Formaba parte de un equipo compuesto por dieciocho personas en Sydney, cerca de
treinta en Melbourne y el grueso de la empresa, unos setenta en Perth. Carlos,
los días que no tenía guardia, quedaba con Ramón, el Ingeniero, que vivía solo
en un apartamento cerca de la Opera, con una vista impresionante sobre la bahía
y pasaba algunos días en su casa. Tenía una habitación para él, porque la novia
que había estado allí viviendo, se había tenido que volver a Madrid por motivos
de trabajo y por lo menos en un año no podría solicitar una nueva excedencia
por lo que Ramón tenía casa de sobra para que Carlos conviviera con él el
tiempo que estuviera en Sidney, que en principio sería por cinco años con
posibilidad de una prórroga de alguno más si no habían finalizado las obras del
Metro que estaban bastante avanzadas. Ajustaron una cantidad para afrontar
entre ambos los gastos de comunidad y allí permanecían muchas horas.
Ramón llevaba en Australia casi tres años y se conocía
hasta el último rincón de la ciudad. Le gustaba salir todos los días, al finalizar
su jornada laboral que era a las cinco de la tarde y hasta la hora de dormir
recorría múltiples pubs, discotecas y zonas de la movida donde conocía a bastante
gente, curiosamente muchos de ellos españoles que estaban allí trabajando. En
muy pocos días, Carlos era uno más y pasaron unos meses imborrables. Los días que
Carlos tenía guardia, que eran pocos y encima con muy poco trabajo, le invitaba
a cenar a la Cámara de Oficiales del barco y allí tomaban copas hasta horas de
la madrugada discutiendo con algún otro Oficial de todo, hasta de lo divino y
de lo humano. En alguna ocasión, se sumaba a la tertulia un marino australiano,
más o menos de su edad y se podían enterar de la organización de otra Armada
que no era la española
Carlos admiraba la Armada de aquel país, por supuesto que
como en cualquier ejército, la disciplina ocupaba un lugar destacado, pero las
decisiones importantes eran tomadas en múltiples comisiones que valoraban los
pros y los contras contando con la opinión de todas las partes interesadas. Por
si todo ello fuera poco, el sueldo era aproximadamente el doble de lo que
cobraría en España, aunque evidentemente vivir en Australia era bastante más
caro, pero no tanto como el doble ni mucho menos. Otra circunstancia que le
llamó la atención era que los barcos no paraban más de una semana en puerto, a
no ser que tuvieran alguna avería importante, pero como decía su amigo Michael,
el marino australiano, donde mejor se hacen las prácticas es en plena mar y todos
los procedimientos eran entrenados con los barcos en activo. Una cosa era la teoría
y otra la práctica, cosa que no pasaba en España por culpa de los presupuestos
nacionales que cada año disminuían para las Fuerzas Armadas. Ellos basaban la
defensa de su país sobre todo en la Marina y para tal fin tenían que tener buen
material, barcos, el personal entrenado, los marinos y por supuesto todas las posibilidades
de guerras con los países próximos para lo cual tenían infinidad de protocolos
con la mayoría de las posibilidades de ataque, tanto por mar como por tierra o
aire. Para el Gobierno australiano el Ejército era un pilar fundamental de su política
y aunque cambiara de signo, daba igual derecha que izquierda, seguían sin poner
ninguna traba a los presupuestos aceptados por el Gobierno anterior, de tal manera
que cada año se incrementaba cuando menos el índice de precios al consumo (IPC)
y en alguna ocasión hasta un poco más, lo que les permitía tener unas Fuerzas Armadas
completamente actualizadas y dispuestas a actuar en cuestión de minutos.
Otro hecho que le llamó poderosamente la atención es
que, en el caso de la Marina, la jubilación era a los cincuenta y cinco años
para navegar y cinco años más, como máximo para ejercer el mando en tierra,
precepto que se cumplía a rajatabla y la jubilación, en cuestión de salarios, era
de un 10% menos que si estuvieran en activo.
Todos los estamentos, desde el último marinero hasta
el Almirante de mayor rango, tenían sus vías de diálogo permanentemente
abiertas para negociar, no solo los salarios, sino también las condiciones de trabajo
y las comisiones encargadas para velar por su cumplimiento funcionaban con absoluta
normalidad y libertad para pedir todos aquellos documentos necesarios para que
su investigación fuera estudiada por los altos mandos y ellos a su vez controlados
por el Gobierno.
Aquello le abrió bastante los ojos a Carlos que charlaba
animadamente con su colega pensando la suerte que tenían de disponer de unas
normas como las que le contaba y le afianzaba en su idea de reformar las de
España.
El tiempo, como ocurre casi siempre, transcurrió mucho
más deprisa de lo deseado y después de ocho meses, más o menos, en Sidney, Carlos
volvió a Ferrol donde le concedieron quince días de permiso lo que le permitió
volver a Cartagena y pasar unos días con sus padres y hermanas, en donde tuvo
ocasión de contarle, sobre todo a su padre en aquella noches de Tentegorra
donde el calor invitaba a acostarse lo más tarde posible, todas las normas de
la Marina australiana y la envidia que le provocaba aquella situación
-
Fijate Papá que tú estarías ya jubilado y casi
con el sueldo completo y encima con esta casa para siempre.
-
Menudo chollo,
pero que le vamos a hacer, nosotros estamos en una empresa española y aquí,
como las lentejas, si quieres las tomas y si no las dejas. Venga, vamos a dormir
que tú estás de permiso, pero yo mañana a las ocho de la mañana tengo que estar
en el Arsenal.
-
Hasta mañana.
Con el paso de
los meses después del tiempo transcurrido en Australia y posiblemente de manera
involuntaria, quiso introducir algún tipo de representación democrática en el
Ejército y eso le hizo no ser santo de la devoción de mas de uno y mas de dos
Almirantes que lo tenían en su lista negra. Por eso y aunque era difícil de
demostrar, no consiguió ninguna de las dos plazas a a las que se presentó para
volver a su tierra cartagenera y continuaba destinado en Ferrol soportando los
duros inviernos y teniendo la necesidad de desplazarse con cierta frecuencia a
Madrid por asuntos relacionados con su supuesta representación de los trabajadores.
Al principio, fue una especie de Delegado Sindical, consentido aunque todo el
mundo sabía que era ilegal y mas adelante se pasó a ser en el mas válido
interlocutor llegando incluso a disponer de un permiso semioficial con lo que
trabajaba poco en lo suyo y mas en hacer de enlace entre los dirigentes del
Ministerio en Madrid y el grueso de los Marinos destinados en el gallego Departamento
Marítimo. Los mandos lo tenían como su hombre de confianza y era el encargado
de ir transmitiendo las noticias que con el paso de los días o semanas salían
en el Boletín Oficial.
El ambiente estaba muy cargado, la situación económica
iba de mal en peor y le comunicaron que en el plazo de doce meses no tendrían
mas remedio que rebajar el sueldo otro cinco por cien y que de seguir las cosas
por el mismo camino posiblemente habría que suprimir la paga extraordinaria de
Navidad y la medida mas impopular para unos hombres que estaban acostumbrados a
surcar los mares, era que el aporte de petróleo se reducía en un diez por ciento,
con lo que las horas de navegación proporcionalmente también sufrirían un importante
retroceso y en consecuencia también se vería mermado el sueldo. Total, un
panorama desolador para los componentes de la Armada sin posibilidad de
negociar con ningún tipo de representantes legales, que estaba rigurosamente
prohibido y ahí estaba Carlos, sindicalista sin título, pero representante, mas
o menos legal, de un colectivo que necesitaba como agua de mayo de sus
servicios.
Carlos padre estaba preocupado con el giro que había tomado
la carrera de su hijo. Por un lado se sentía muy orgulloso, al fin y al cabo,
era lo que él hubiera querido ser, pero por otro conocía de primera mano y de
hecho lo había sufrido en sus propias carnes, como pensaba la cúpula militar y estaba
convencido que mas pronto que tarde su hijo se vería en problemas.
Aquella tarde Carlos hijo estaba preparando una pequeña
maleta porque por la noche tenía que desplazarse a Madrid para una reunión al
día siguiente con otros compañeros de diferentes cuerpos para establecer las
pautas a seguir y adoptar, en la medida de lo posible, una actitud conjunta
para las futuras negociaciones, convenios o lo que fuera.
-
¿Qué tal van las
cosas? - Carlos padre preguntaba sabiendo la respuesta
-
Mal, para que nos
vamos a engañar. Todo el mundo quiere tener derechos pero ninguna obligación y eso
es imposible. Ando como loco buscando un ayudante que me hace falta como el comer
y no lo encuentro ni debajo de las piedras
-
Siempre los
derechos, pero nadie quiere problemas ¿verdad? – Carlos padre, se sirvió un
whisky – eso también pasaba en mi época. Está claro que la historia se repite.
-
Hombre tampoco
hay que exagerar. La gente se va involucrando poco a poco, pero necesita tiempo
y es necesario convencer a muchos que un sindicato no es una célula de
subversión porque todavía lo piensan muchos de mis compañeros.
-
Si te apoyan los
Jefes, adelante, pero si no, dedícate a otra cosa porque los mandos son los que
tienen la sartén por el mango y como te sometan a un juicio sumarísimo seguro que
lo pierdes y sobre todo, si me admites un consejo, no te fíes ni de tu padre porque
ese es un mundo llenos de falsos héroes y los que parece que van a ir contigo a
muerte, resulta que son los primeros que te dejan en la estacada y si te he visto
no me acuerdo
-
Yo creo que están
todos esperando a ver que pasa y hasta que no pase no tienen una postura
decidida y por eso algunos tenemos que hacer de avanzadilla, si no, estamos
perdidos
-
Yo, como padre –
Carlos se bebió el whisky de un tirón – quiero lo mejor para ti y me da la
impresión que estás cometiendo los mismos errores que yo y lo único que
pretendo es aconsejarte, aunque me parece que tienes las ideas muy claras.
-
¡Que va! – Carlos
hijo miró fijamente a su padre – precisamente me interesaba sacar este tema
contigo para que me orientes porque ahora mismo estoy como en una encrucijada
de caminos y no tengo ni idea por cual tirar. Mi conciencia me dice por uno, el
sentido común por otro, mis amigos que entre en el redil y me deje de representar
a nadie y la verdad, Papá, es que estoy hecho un lío y por eso me alegro de hablarlo
contigo.
-
La verdad es que
me pones entre la espada y la pared – Carlos padre trataba de medir bien sus
palabras – porque yo a tu edad, bueno a tu edad no porque era bastante mas mayor,
pero también estuve en la misma situación y entonces pensaba de una manera que
con el tiempo me he dado cuenta que estaba equivocado, pero claro, para eso han
tenido que pasar veinte años, que nunca va a ser tu caso y por eso no se muy bien
por donde empezar. El mejor consejo que se me ocurre en estos momentos es que te
preparases bien para mandar un barco y si tienes oportunidad irte a alguna base
naval en el extranjero para dominar el inglés como si fueras un nativo y si
después de todo esa preparación continúas pensando en política, entonces sería
el momento de decidirte, pero ahora eres muy joven, estás en período de
formación y creo que te vas a meter en mas de un lío que no te va a beneficiar
para tu carrera. Piénsalo, pero creo que ese es el mejor consejo que te puedo
dar. Yo me equivoqué y no me gustaría que tu siguieras mi camino porque no fue
nada bueno para mi y encima os puse a toda la familia a los pies de los caballos
- Carlos padre continuó con su pequeño discurso dándose perfecta cuenta de lo
importante del momento – Es lógico que con la ilusión que dan los pocos años
pretendas cambiar la Marina, todos lo hemos pensado, pero desgraciada o afortunadamente,
esta empresa es como es y por mucho que nos empeñemos en cambiarla, tiene sus
códigos de comportamiento y si te saltas las normas establecidas, antes o después,
eso ya es cuestión de tiempo, el rodillo de la normalidad te acaba aplastando y
todas las ideas de democratizar la relación entre los oficiales y la marineria
se convierte en papel mojado y lo peor es que seguro que muchos de tus
compañeros que ahora te animan a luchar con lo que se podría definir contra el
poder establecido, con el tiempo llegarán a ser el propio poder con lo cual
todo se complica.
-
Ya, pero estarás
de acuerdo que algo tiene que cambiar
-
Naturalmente que
tiene que cambiar, pero todo lleva su tiempo y si tu lo que quieres es acelerar
las reformas, mucha gente te aplaudirá pero, en cuanto te des la vuelta te
pondrán a parir y eso si solo se queda ahí, porque por ejemplo en mi caso, se
inventaron cientos de fantasías que al final desembocaron en que estuve no se
cuantos meses en un castillo y eso que nunca se probó que estuviera implicado
en ningún golpe de estado ni nada parecido.
-
Papá – Carlos
hijo miraba a su padre con emoción – estoy seguro que tu, en tu época actuaste
en conciencia eso para mi es lo mas importante
-
De eso puedes
estar seguro, pero ya te digo que según te vas haciendo viejo te vuelves mas
conservador y por eso es por lo que mi consejo es que dejes las cosas como están
que todo se irá arreglando, posiblemente no a la velocidad que tu quisieras
pero algo se va moviendo y los movimientos sindicales y asociaciones parecidas
se irán introduciendo en la milicia, entre otras cosas porque es ley de vida,
pero todo a su debido tiempo.
-
Gracias, Papá,
creo que seguiré tu consejo
-
Ojalá – Carlos
padre se levantó dando por finalizada la reunión - Hasta mañana, vámonos a dormir
que mañana toca madrugar.
-
Perdona Papá, he
pedido destino en Londres ¿crees que me lo darán?
-
No lo se, pero
eso será una prueba de como te valoran – Carlos Padre esbozó una sonrisa llena
de melancolía – si piensan que les puedes estorbar seguro que si. Ya se verá.
-
Hasta mañana.
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