Espero que os guste y perdonar que hoy no siga escribiendo pero es un poco tarde y tengo un sueño que me muero. Además me tengo que concentrar porque mañana tenemos la final de la Champion y hay que estar bien despierto, o sea que hasta mañana y que seáis felices que es lo mas importante.
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
37.-
Ana
mientras esperaba el autobús se miró en un anuncio de la marquesina que en la
parte inferior tenia una especie de leyenda que se adaptaba a la figura
reflejada en el espejo como si formara parte del anuncio y con grandes letras
de vistosos colores indicaba ¿quiere ser feliz? Vente al Carnaval de Río de
Janeiro por muy poco dinero. El espejo rodeado de bailarinas de espectaculares
cuerpos y escasa ropa hacían que la que se mirase se sintiera imbuida en un
ambiente festivo bastante diferente al que rodeaba la parada del autobús en el
que estaba el anuncio. El cuerpo de Ana había sufrido una importante
transformación. Ya no era aquella chica de provincias que apareció en Madrid
buscando un empleo con enorme ilusión, pero prácticamente con lo puesto. Su
ropa era de marca, el abrigo, beis, largo hasta casi los tobillos escondía una
falda escocesa y un jersey de cuello
vuelto de colores verdes, adornados por una cadena de oro en cuyo centro
llevaba engarzada una especie de ave de bonitos colores. Las piernas iban
envueltas en unas medias gruesas de lana gris que terminaban en unos mocasines
marrones con un hebilla en la parte externa. Una boina escocesa daba entrada a
una cara de cutis perfecto, nariz corta, cejas muy bien contorneadas y ojos de
una expresividad que llamaban la atención. Una mínima melena completaba el
cuadro que en ese momento se veía rodeado del ambiente brasilero. Ana se
observó con detenimiento. Desde su llegada a la capital, hacía ya casi tres
años, había engordado por lo menos dos kilos lo que le daba un aspecto como mas
placentero, menos nerviosa, aunque por dentro continuaba exactamente igual. Los
continuos cambios de trabajo la habían convertido en una fenomenal
conversadora, una auténtica relaciones públicas que siempre tenía una palabra
agradable y una sonrisa para regalar a los que la conocían. Sus manos se movían
con una facilidad pasmosa complementando con su gesticular una voz bien
modulada.
Era temprano, casi las
ocho de la mañana y ese día, como muchos otros, se había levantado con la idea
que sería el mejor de sus veintitantos años. Sería un día de proyectos, no en
vano se juntaban en la tienda donde trabajaba, seis amigas para preparar el
Camino de Santiago que estaban dispuestas a recorrer empezando en primavera y
terminando después del verano. Hasta entonces solo habían charlado de ese
proyecto en muchas noches de copas, pero esta vez la cosa iba en serio y aunque
era Domingo, todas estaban de acuerdo en reunirse para organizar.
EL trayecto desde su
domicilio hasta la tienda de alta costura de Maite Punset situada en pleno
centro del barrio de Salamanca, concretamente en Serrano esquina a Jorge Juan,
había sido muy corto porque el tráfico al ser un día festivo era prácticamente
nulo, lo había hecho en apenas diecinueve minutos, cuando en condiciones
normales le llevaba, por lo menos, cuarenta y cinco minutos o más según las
horas. Era el mismo recorrido de todos los días y sin embargo aquel le pareció
diferente. El cielo de Madrid estaba como muy limpio, las calles recién regadas
despedían un olor diferente y hasta los edificios parecían emitir una mejor
luminosidad. Le llamó poderosamente la atención la fachada de Presidencia del
Gobierno, con toldos verdes en las ventanas, Guardias Civiles con sus
tricornios por todas partes y en contraste un perro vagabundo que hacía sus
necesidades a escasos metros sin percatarse de la presencia de los componentes
de la benemérita.
La gente, a pesar del sol
que se abría paso a través de la noche, circulaba deprisa como si de un lunes
se tratase y daban ganas de pararse y convencerles que los Domingos se han
hecho para la tranquilidad y no para las prisas, para sonreir y no para
permanecer con el gesto ceñudo de toda la semana, para respirar y llenar los pulmones
de aire y no para tragar el humo de un Ducados a esas horas de la mañana, para
disfrutar de la vida y para saludar a todos los que te cruzases con ellos por
la calle, para dar las gracias al barrendero por su trabajo tan digno como
cualquier otro y para gritar ¡viva la vida! que para eso una es joven. Aquel
ajetreo le hizo recordar que unos meses antes había asistido a una reunión
parecida y no habían llegado a nada en concreto. Todo el mundo tenía enormes
deseos de hacer el Camino de Santiago, pero unas no podían porque no tenían
dinero, otras porque no tenían tiempo y alguna porque lo que no tenían eran
ganas, todo eran excusas y justificaciones para quedarse en casa e hicieron que
el atractivo proyecto se convirtiera en un tremendo fracaso.
Al fondo de la tienda, en
una especie de despacho delimitado por cuatro paneles en los que se encontraban
posters de famosas top models, se encontraban cuatro de las seis citadas a la
reunión. Todas eran chicas jóvenes, vestidas de manera informal, sonrientes y dispuestas
a lo que fuera. La llegada de Ana motivó que todas las miradas convergieran en
ella y aunque faltaba Patricia, los preparativos comenzaron porque eran
conocidos y padecidos por todas sus frecuentes plantones y más un festivo por
la mañana si la noche anterior había sido algo ajetreada.
Inició la reunión Blanca
Cienfuegos quien con su habitual verborrea las llenó de datos, direcciones,
precios, formas de pago y mil detalles más que completaban la perfecta
organización que, como siempre había realizado, para eso era la gerente de
Nuevas Experiencias, una especie de agencia de viajes todo incluido, que estaba
haciendo furor entre las jóvenes de la alta sociedad madrileña. Su trabajo era
integral en el sentido que le encargaban un viaje, el presupuesto con el que
contaban y ella se encargaba de todo. Con más motivo se había esmerado en la
organización del camino de Santiago para sus cinco amigas y para ello había
establecido tres formas de hacerlo. Una y es la que ella aconsejaba era
utilizando los hoteles que a lo largo de toda la caminata se distribuían por
los pueblos de la zona, la segunda era haciendo un Camino de Santiago como Dios
manda y no era otro que utilizando los albergues que jalonaban todo el
recorrido y la última, posiblemente la mejor, pero también la mas cara, no le
deis vueltas lo mejor siempre es caro, era utilizando como una especie de
campamentos-base en las capitales de las provincias por las que se atravesaba.
Ello conllevaba una furgoneta escoba para acercarlas al lugar donde terminaban
el día anterior.
Se discutieron los pros y
los contras de todas las propuestas y al final se aceptó por unanimidad que la
primera era la mejor. Harían el camino como todo el mundo pero a la hora de
dormir lo harían en hoteles que tuvieran baño y agua caliente. Solamente Edurne
Goicoechea mostró su pesar por no ir a los albergues de Peregrinos porque sus
amigas le habían comentado que era un ambiente fenomenal y que la gente se
portaba de maravilla, aunque fue convencida por el resto que insistían en que
harían igual que todos, pero a la hora de dormir la habitación estaría limpia y
caliente e incluso una ducha calentita al final de cada etapa les vendría
fenomenal.
La discusión subió de tono
y aquello se convirtió en un auténtico gallinero cuando comenzaron con el tema
de las fechas. Una preferían verano, otras no podían en esas fechas, alguna no
estaba dispuesta a sacrificar sus vacaciones y todas tenían graves
inconvenientes. Blanca Cienfuegos llevaba la voz cantante y fue ella la que
propuso la próxima reunión en los Carnavales de Río de Janeiro. A todas les
pareció una locura, pero la oferta era de las que no se podían desaprovechar y
al cabo de unos minutos ya eran cuatro las que estaban de acuerdo en que el
plan era maravilloso, cuatro días en Río, dos en las cataratas de Iguazú y los
dos restantes para viajes de ida y vuelta. Ocho días con todo incluido a un
precio irrisorio y encima con la posibilidad de pagarlo en seis plazos.
Total que otra vez la idea
del camino de Santiago se disolvía como un azucarillo en un café y ya era la
tercera intentona. En fín, otra vez será, pensó Ana mientras volvía a la parada
del autobús de vuelta a su casa. Tampoco es mala idea lo de Río, seguro que lo
pasamos bien, lo que siento es que no venga Patricia, pero no podemos depender
de nadie porque si nó, no hay viaje posible; una vez será una y otra vez otra,
pero lo que está claro es que es imposible que las seis nos pongamos de
acuerdo, pero bueno tampoco es una tragedia, somos cinco y todas animadas o sea
que malo será.
Los días pasaban con una
lentitud desesperante, Ana en su trabajo de secretaria en una empresa de
importación de bienes de consumo, no era capaz de centrarse. Su cabeza estaba
en una playa paradisíaca, rodeada de palmeras por todas partes, menos por una
en la que una arena blanquísima y fina la conectaba con una orilla donde un
agua transparente depositaba una espuma que se difuminaba entre los cientos de
esculturales cuerpos que se paseaban al son de alegres músicas.
Cada pocos metros, unos
chiringuitos maravillosos ofrecían a los viandantes productos exóticos que eran
anunciados por unos vendedores de torso desnudo con una sonrisa de oreja a
oreja, mientras que la gente bailaba y bailaba sin parar. Se imaginaba un calor
agobiante y la necesidad de meterse en el agua a cada minuto, a pesar que su
intención era volver morena como un conguito.
Incluso dejaba volar su
imaginación hasta encontrarse con un brasilero increíble que la enseñaba los
secretos de la samba y de la vida en esa ciudad. A pesar de ser advertida en el
hotel, se iba sola con él y una sensación impresionante recorría todo su cuerpo
y eso que nunca llegaba a plantearse un romance. Por fín, volvía con sus amigas
y entre lágrimas de alegría les contaba sus correrías por la ciudad, mientras que
éstas la ponían verde por el susto que les había pegado.
El final siempre era
feliz, pero los estadíos intermedios se desarrollaban en soledad, como una
persona independiente y nunca en compañía de sus cinco amigas.
Por fin estaban en Rio de
Janeiro, el tiempo era su mejor aliado y fue lo primero que le llamó la
atención. Eran las seis y cuarto de la tarde, hora local, y aunque el viaje se
le había hecho mas corto de lo que se esperaba, las nueve horas que llevaban
entre pecho y espalda hacían mella en su ánimo y tuvo que ser Blanca Cienfuegos
la que animara la llegada explicando que la zona donde se encontraban era a
unos doce kilómetros de la ciudad, en un valle famoso por su cantidad de
humedad y que esa lluvia era muy buena señal porque si allí llovía, en Río
haría sol, como decía la canción de Joao Silveira, famoso trovador al que
pensaban oir en un pequeño local de su propiedad en las proximidades del Hotel
“Bissau” donde estarían alojadas por siete noches.
El trayecto fue, al menos
para Ana, angustioso. Barrios enteros de favelas con miseria por todas partes,
chiquillos persiguiendo el microbús y alzando sus pequeñas manos en busca de
alguna limosna, meretrices que ofrecían la mercancía de sus cuerpos en cada
esquina y motos con tubos de escape ensordecedores que atronaban las amplias
avenidas hasta llegar a la zona turística. Los explotadores de turistas, como
los definió la guía que les acompañaría durante su estancia en Brasil, no se
hicieron esperar y ya en la puerta del hotel se acumulaban para ver a las
blanquiñas exhibiendo sus cuerpos bien torneados en muchas horas de gimnasio.
Al bajar del autobús fueron literalmente asediadas por una pandilla de hombres
que al ritmo de samba se ofrecían para enseñarlas a bailar en la Escuela “El Jairçinho, a
mellor do mundo mundial”, como pregonaba a los cuatro vientos un negrazo de
casi dos metros que se movía como los propios ángeles. Almudena Gandarío no
pudo resistirse ante su endiablado ritmo y le acompañó en unos pasos de baile.
Joao Mouriño que así dijo que se llamaba el brasilero se contoneaba a su
alrededor con unos movimientos insinuantes de sus caderas, pero sin rozar
absolutamente para nada a la joven española. Sus miradas se cruzaron y en ella
Almudena le pareció ver un deseo de aventura. Los movimientos se fueron
haciendo mas cadenciosos ante la atenta mirada del resto de turistas y sus
cuerpos se fueron acercando como si de un imán se tratase. En una de las
vueltas, Joao abrazó a Almudena quien se dejó atrapar entre las manos de aquel
desconocido que en menos de cinco segundos había recorrido todo su cuerpo y la
había hecho desear que aquel momento continuase varios minutos. Sin embargo,
con una rapidez increíble, se deshizo de ella en un instante y desapareció
dando grandes saltos sobre la alfombra que iniciaba el acceso a uno de los
mejores hoteles de la cadena Meliá en
Río de Janeiro.
Tanto Ana como Blanca
Cienguegos y Sonia Siguero se encaminaron hacia la puerta de cristales
arrastrando sus pesadas maletas hasta que unos botones negros como tizones con
gorritos de vistosos colores les indicaron que ellos las acompañaban hasta la
recepción y que una vez que se registrasen las acompañarían a la habitación.
Almudena se quedó discretamente rezagada mientras que Choni Verdugo la esperó
con paciencia y con un gesto de complicidad le explicaba que tenían ocho días
por delante y que no se deberían quedar con el primero que se cruzase en su
camino.
Treinta minutos de
trámites en la recepción del hotel amenizados por un sonido de samba que
inundaba todos los rincones y enseguida se encontraron instaladas en dos
amplias habitaciones con unas terrazas impresionantes que daban a la playa de
Copacabana. Casi como si de una orden se tratara, las cinco dejaron las maletas
encima de la cama y se sentaron en amplias hamacas de bambú negro con loneta
blanca y admiraron el paisaje que se ofrecía a sus ojos ansiosos de emociones.
La playa era impresionante de tamaño, circundada por un paseo marítimo hasta
los topes de gente entre los que sobresalían por su número los winsurfistas que
con sus tablas a hombro bajaban por múltiples escaleras hasta la blanquísima
arena de la playa y allí desplegaban las velas y se ajustaban los trajes de
neopreno para tener la posibilidad de permanecer a uno cincuenta metros de la
orilla en busca de unas olas que les transportasen en sus lomos como si de
caballos se tratase.
Abrieron las maletas y una
colección de camisetas de todos los colores, pantalones cortos de distintas
hechuras, zapatillas con cintas de colores, sujetadores, bragas a cual mas
pequeñas, pañuelos de chillones colores, zapatos de cuero con algunos trajes
largos, por si hubiera alguna situación que así sucediera y hasta algún
sombrero fueron lentamente depositados por sus propietarias encima de la cama,
mientras dejaban encima de un mármol, en el cuarto de baño, diferentes bolsas
en las que se acumulaban lápices para sombra de ojos, barras de labios,
estuches con múltiples colores y hasta
unos peines de delicadas cerdas que apareció entre los viajeros. Los bikinis
pasaban de mano en mano y a los pocos minutos hicieron su aparición las dos
amigas que ocupaban la habitación contigua, ataviadas con mínimos biquinis y
amplios pareos y con la bolsa de la playa preparada.
- Como
siempre Blanca Cienfuegos fue la
encargada de animar a todas y de organizarlas para que no perdieran el bus contratado para
visitar la zona central de la ciudad carioca, zona en la que era especialmente
peligroso atravesarla sin ir con un guía, debido a la tradicional inseguridad
ciudadana.
- Venga, Ana, espabila que siempre tenemos que
esperarte y esta vez tenemos prisa porque el bus está contratado para las siete
y cuarto y son las seis y media.
Ana se levantó lentamente
y afirmó
- Pero aquí ¿a que hemos venido? Tranquilidad
señoritas que a mí no se me puede estresar que estoy en una edad muy difícil
¿entendido?
- Jo, Ana, siempre me
contestas lo mismo y no tengo ningún interés en estresarte, pero lo que si
quiero es visitar la ciudad que todo el mundo dice que es una maravilla y
aunque aquí se hace de noche tarde, te recuerdo que después de la tourné por la
ciudad todavía nos queda la cena en el Sambodromo de Santa Lucía, o sea, que
ánimo que la noche se presenta muy caliente.
Sonia Siguero con su pelo
casi al cero, su cintura de avispa que arropaba un cuerpo bien conformado,
excepto por unas pistoleras que a ambos lados de sus caderas la hacían parecer
mas ancha que la realidad, terminó de cepillarse los dientes y asomó la cabeza
en la habitación
- ¿A que hora hemos quedado Jefa?
- A las siete y cuarto. ¿Le parece bien a la Señora Marquesa ?
- Si, no me parece mal
aunque hubiera sido mejor alguna horita para echar una cabezada porque ahora
mismo tengo un mal cuerpo que no sé como voy a tirar de mí.
- No te preocupes – Choni intervino desde la terraza
– que eso nos pasa a todas. Seguro que es del viaje, porque casi sin darnos
cuenta nos hemos metido entre pecho y espalda diez horitas de avión, que aunque
algunas hemos dormido como troncos, eso del cambio de horario debe ser verdad
porque yo parece que vengo de correr la maratón de Nueva York.
- Venga, venga – Blanca se plantó en el centro
de la habitación – las normas son las que nos hemos marcado nosotras mismas y
la que no esté se queda en tierra.
Un pequeño microbús de
ocho plazas las esperaba en la puerta del hotel con un cartel en el frontal
delantero que ponía Srta. Blanca Cienguegos y acompañantes. Se acomodaron en
los diferentes asientos y comenzaron lentamente a desplazarse por las amplias
avenidas que les aproximarían a Río de Janeiro. Al principio, la velocidad era
razonable, pero según se acercaban a los enormes edificios que asomaban sus
últimos pisos como si del final de la autopista se tratase, los parones se
hacían frecuentes lo que les permitía hacer cientos de fotos de los lugares que
les parecían como más emblemáticos. Suciedad no se veía por ninguna parte, pero
sí miseria, pero era una misería como aquella que se produce en las casas de
los ricos venidos a menos, el señorío heredado de sus predecesores los
portugueses flotaba en el ambiente y auque lo externo era pobretón, las miradas
eran altivas y orgullosas de ser brasileiros. En cada esquina, un pequeño campo
de fútbol permitía desarrollar las habilidades de los más jóvenes y aunque el
espacio fuera pequeño, los niños correteaban como si del mejor estadio se
tratase y algunos parecían magos con los balones viejos que se pasaban de un
pié a otro sin dejarle tocar el suelo. Como porterías valían cualquier cosa y
palos viejos hacían las veces de blanquísimo postes y las redes, podridas por
el paso de los meses, eran asiento de los balones cuando transpasaban las manos
de los porteros que con sus guantes de vistosos colores trataban de evitarlo
con escorzos en el aire. Casi todos los niños portaban camisetas amarillas con
el nombre de sus idolos, entre los que destacaba el de O Rei Pelé.
Casi no me acordaba de Ana pero veo que progresa adecuadamente. Creo que en Brasil habrá alguna aventura o pasará algo. Esperemos acontecimientos.
ResponderEliminarUn abrazo a todos
Con el fin de semana intenso que hemos tenido me he retrasado en leer el capítulo. He estado abducida por toda la información relativa al Rey de Europa del fútbol ...
ResponderEliminarVolviendo a la realidad, nos encontramos con Ana en Brasil. Me temo lo peor pero como este escritor no es nada previsible, seguro que es un viaje de ida y vuelta sin más consecuencias.
Bss a todos y hasta la próxima