lunes, 10 de marzo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 26

 Queridos blogueros/as: Siento mucho no enviar el capítulo 26 el viernes como es mi obligación, pero he estado pasando el fin de semana en Cedeira y en un ordenador pequeño que me llevé, no fuí capaz de que reconociera el pen drive y por lo tanto no podía escribir. Supongo que tendré que formatear o sabe Dios que tendré que hacer pero para una vez que tengo tiempo y ganas de escribir justo ese día la informática no está  por la labor de colaborar con el artista y no pudo ser. Todo esto me recuerda a la canción de Javier Krahe que decía aquello de justo hoy que tenía ganas de, pero donde donde se habrá metido esta mujer. En fin, la vida que es así. 
Tengo que reconocer que ha sido un fin de semana de jubilado, es decir que me fuí un miércoles y volví el lunes por aquello de no pillar ningún atasco y bien que nos lo deben de agradecer los gallegos porque ha hecho un tiempo mejor que en verano. La gente rápidamente ya salía a la calle con tirantes y camisetas de manga corta, claro que es lógico porque llevaban sin ver el sol desde primeros de Diciembre y estamos a diez de Marzo.
Venga, a lo nuestro que con tanto rollo se me olvida lo principal y es que Fernando Altozano se va haciendo mayor y se nos quiere casar o eso parece, pero no os lo creáis porque ya dice al final del capítulo que algo sucederá que cambiará el rumbo de toda la historia ¿que será? Ya lo sabréis en los próximos capítulos, pero ahora solo os pido que os imaginéis al sastre, si ese que se llama Severiano no se qué. Yo me lo imagino tipo José Luis Lopez Vazquez, haciendo reverencias a la madre de nuestro Fernando y con una actitud como muy servil ¿verdad? si señora, como usted diga señora, lo que desee la señora 
Bueno, Hasta el próximo viernes y como siempre espero que paséis unos minutos entretenidos que es de lo que se trata
Un abrazo 
Tino Belas


CAPITULO 26.-

Fernando Altozano, veintinueve años recién cumplidos, se miró repetidamente en el espejo, dio media vuelta y con pequeños pasos se desplazó a lo largo de la moqueta. Viró en redondo y se encaminó nuevamente hacia el espejo. Una y otra vez se miraba y trataba de componer una figura seria, pero, inmediatamente una sonrisa se asomaba a su bien conformado rostro. El chaqué le sentaba de maravilla y el probador de Cornejo, la mejor tienda de alquiler para artículos de boda, no paraba de hacer exclamaciones en el sentido que iba a ser uno de los novios mas atractivos de los últimos años y eso se lo digo yo y por aquí pasan casi todos , o sea que se lo que me digo.
Fernando sonreía, mientras su madre no paraba de poner pegas.
-  Usted es el que entiende y Dios me libre de meterme donde no me llaman, pero ¿no le parece que le queda una chispa estrecho? – Doña María Victoria Ortiz de Mendivil , Viqui para sus amigos, era una mujer de mundo. En su cutis, muy bien conservado, no habían hecho estragos su paso por las diferentes ciudades  del extranjero en las que se había dejado casi veinte años de su vida. Es mas, casi podría decirse que, al revés. Sus manos eran un compendio de expresividad con la uñas perfectamente contorneadas y pintadas con tonos suaves y constituían la forma de expresarse de una persona madura, con muchas recepciones a sus espaldas y una fiel compañera de su marido en el nada fácil mundo de las relaciones exteriores que si es verdad que les habían reportado pingues beneficios, también les proporcionó momentos duros y difíciles, sobre todo, en su etapa parisina, pero gracias a Dios todo se había resuelto satisfactoriamente.
Su marido, Fernando Altozano, todavía continuaba de la zeca a la Meca y nunca mejor dicho porque esos días se encontraba visitando al Principe Julab, que era el heredero de un pequeño país en los Emiratos Arabes, pequeño en superficie, pero grande en renta per cápita, al que intentaba venderle una remesa de helicópteros de la Factoría Casa  por importe de siete mil y pico millones de pesetas. Esa era la razón por la que no los acompañaba a probar el chaqué y muy a pesar de su mujer,  que insistía que la boda del primero de sus hijos era un acontecimiento de tal calibre que se merecía suspender las visitas a cualquier Jefe de gobierno de cualquier país, a lo que el Jefe de Relaciones Exteriores siempre respondía con un razonamiento que se sostenía casi por si mismo y era que esa boda , que sería uno de los mayores acontecimientos sociales de la época y a la que a poco que abrieran la mano acudirían casi mil invitados, podía celebrarse gracias a sus múltiples viajes y a las excelentes dietas que recibía del Gobierno.
-  Perdone que le lleve la contraria Señora, pero para Severiano, que es un servidor de usted, el atrezzo de su distinguido hijo está  que ni hecho a la medida y solo necesita un pequeño retoque en el pliegue de la ingle. El resto, está colosal. Palabra del Seve – dicho lo cual se agachó delante de Fernando y con gesto decidido le tiró suavemente de tan delicada zona, mientras Fernando le hacía un guiño a su madre y ponía cara de poker cuando se sentía admirado por el eminente sastre. – Ahora quedaría perfecto, ¿no le parece?
-  No, si quedar queda muy bien, pero ya sabes Fernando que no puedes engordar ni un gramo. – Doña Victoria se pasó delicadamente la mano por su frente separándose un mechón de pelo que le caía impidiéndole la visión – y ahora se aproximan épocas muy complicadas entre la petición, probar los menús y un sin fin de cosas más.
-  Mamá, tú no te preocupes que para eso ya está Chiruca, menudo sargento y eso que todavía no me he casado que después de la boda seguro que como mas verde que un conejo.
-  Fernando, por favor, modera esas expresiones tan, como diría yo, tan barriobajeras. Piensa que eres todo un señor letrado y dentro de nada el marido de María del Carmen Sanginés Ochandiano, una de las mujeres más  atractivas  que hay en Madrid y por si sus virtudes fueran pocas, hija de los Marqueses de Paloaltamera, pertenecientes a la Casa de la Duquesa de Alba desde hace siglos – Doña María Victoria sacó de un pequeño bolso que colgaba de su brazo izquierda una pañuelo bordado primorosamente con sus iniciales y se quitó una gota de sudor que pretendía discurrir por tan delicada mejilla.
Mientras tanto, Severiano Perez Lopez, hijo de madre conocida y huérfano, o por lo menos eso le habían contado,  desde que su padre falleció por la emoción que le produjo asistir al  parto de su segunda hija y que por eso recibió el nombre de Resurrección sin que surtiera el efecto deseado porque el primogénito de la familia, pastor de profesión, aunque desde su llegada a Madrid se había autonombrado Técnico de Grado Medio en leches semicuradas, permanecía enterrado y  bien enterrado en la Sacramental de San Justo donde todos los primeros de Noviembre, acudían los tres hermanos con su madre y se dedicaban a adecentar la tumba, colocar unas flores y cambiar la fotografía que presidía la lápida, porque según doña Segismunda, la madre, no le gustaba nada verlo envejecer. Pues bien, Severiano Perez, nuestro probador,  no perdía ni una sola palabra de las que se intercambiaban madre e hijo y con su habitual tonillo madrileño opinaba sin ningún pudor:
-  O sea, que por lo que se oye y perdonen que me esté enterando de la conversación, usted, joven, va a casarse pronto y la boda va ser de “alto standing”  ¿ me equivoco? No, Señora no, no vaya por otro sitio que las cosas son como uno quiere que sean y si a la boda del niño van mil invitados es que en su familia hay mucho poderío ¿a que sí? Pero si también es verdad que la consorte, es decir la susodicha novia, es hija de los Marqueses de no se qué, entonces es que por la contraria también hay posibles, o sea que no me dan ninguna pena y hay que mantener el listón alto. Muy bien, pues solo me queda añadir, que por parte de Almacenes Cornejo, especialistas en celebraciones sobre todo de casamientos, todo va a resultar como ustedes desean y como han venido con tiempo y siempre que mi jefe esté de acuerdo, creo que usted dispondrá de un chaqué nuevo como se merece tan fausto acontecimiento.
-  Muchas gracias, me dijo usted que se llamaba D. Severiano ¿verdad?,
-  Si, ilustre dama, Severiano Perez para servirla a Dios  y a usted.
-  Pues nada, lo dicho – Doña Victoria se levantó, se volvió a retocar en el amplio espejo y salió a la calle seguida por su hijo el mayor.
En la puerta, Fermín, el chofer de toda la vida, se acercó corriendo desde el chiringuito donde estaba dando cuenta de una caña y una tapita de boquerones y abrió la puerta del elegante Mercedes de color blanco en el que tomaron asiento madre e hijo y después de oídas las direcciones en que tenía que dejarlos, arrancó y se introdujo por laberinto de calles que formaban a modo de una colmena el centro de Madrid, siendo la admiración de propios y extraños al tratarse de un modelo de vehículo nuevo en la capital.
Desde el ventanal de la sastrería, Severiano observó toda la maniobra y por su cabeza pasaron distintos pensamientos que le inducían a pensar en  aquel verso que siempre le repetía  la Segismunda, su madre : “si acaso nunca has conseguido el amor y la fortuna es porque nunca has podido llegar a la hora oportuna” y con los diferentes trajes en la mano fue colocándolos uno a uno en el fondo del pasillo, en una barra atestada de restos de serie de otros años. -  Lo tienes claro, colega, a seguir en el curro que todavía te quedan muchos años para la jubilación y a renglón seguido enganchó con el siguiente futuro novio  con una expresión que no por repetida resultaba agradable: pase por aquí, por favor que con el traje que le va a proporcionar los Almacenes Cornejo usted va a ser uno de los novios mas atractivos de los últimos años, ya lo verá.
 Fernando Altozano no tenía prisa esa tarde y después de dejar a su madre en las proximidades de la Puerta del Sol donde había quedado con unas amigas para ir al teatro, dio orden a Fermín que lo dejara en la Plaza de Neptuno y, por fín después de años, pudo disfrutar de un paseo por Madrid al atardecer y un día de primavera como el que se presentaba. Desde que terminó la carrera, hacía ya casi seis años, se había colocado en el Gabinete de Navarro y Moncada y a pesar de ser joven y en algunos aspectos completamente inexperto, se había convertido en uno de los mejores Abogados y los casos recaían sobre él, como si fuera el único profesional, pensaba con frecuencia, pero por otra parte se estaba formando como ninguno y eso y el reconocimiento de sus propios compañeros le producía un placer que anulaba todos los inconvenientes que tanto trabajo le provocaba. De acuerdo que era joven y que a su edad, como siempre le decía su padre, lo que hay que hacer es matarse a trabajar hasta llegar a un nivel y a partir de ahí los casos caen como llovidos del cielo, pero  lo suyo era excesivo. El despertador sonaba a las seis y media, la jornada laboral comenzaba a las siete y media con un café bebido en el despacho mientras su secretaria le recordaba los asuntos a tratar, recibía a los clientes hasta la una y media. A continuación jugaba al tenis en un club privado de la Colonia del Viso, tomada cualquier cosa en el mismo club y a las tres y media ya estaba de vuelta en el despacho para despachar con D. Jesús Navarro a quien daba cuenta de los asuntos tratados y a partir de las seis dictaba informes a una secretaria de rostro vulgar que parecía no tomarse mayor interés, pero que no perdía ni una sola sílaba de lo que Fernando le iba exponiendo.
Naturalmente que dependía de los días, pero nunca salía antes de las diez de la noche y a esa hora tomaba una copa en Mildford y se metía en la cama ciertamente cansado con lo que a los cinco minutos era presa de dulces sueños que sistemáticamente se veían interrumpidos por el sonido agudo del despertador para iniciar una nueva jornada laboral.
La pulcritud en el cumplimiento de estas tareas era matemática y el horario solo se veía alterado cuando Fernando tenía que acudir a algún juicio fuera de la capital, cosa que empezó siendo muy esporádica, como máximo una vez al mes y que con el paso del tiempo se iba haciendo casi una costumbre dos o tres días por semana.
En esos casos y dependiendo del lugar donde fuera la celebración del juicio, tenía  que desplazarse  a última hora a la vieja estación de Atocha o a la más moderna pero más alejada del centro que era Príncipe Pío. Allí se acomodaba en el coche cama y continuaba escribiendo informes hasta bien entrada la noche. Al día siguiente acudía al juicio y si había tren se volvía por la tarde y en caso contrario, esperaba a la noche y tomaba otro coche cama para reiniciar la nueva jornada laboral a su llegada a Madrid.
Esta carga de trabajo se repetía de lunes a viernes y era objeto de comentarios por mucha gente que indirectamente se veían involucrados en esa vorágine y no era raro que Fernando, sin decirlo obligara a una secretaria a quedarse hasta las nueve o  las diez de la noche.
La situación se tornaba absolutamente diferente los fines de semana que comenzaban a las diez de la noche del viernes y persistían hasta alta horas de la madrugada del Domingo. Fernando colgaba la chaqueta y la corbata, se vestía de manera informal y era visitante asiduo de muchos pubs de las zonas más chic de la noche madrileña.
Tanto por su aspecto como por las propinas que iba repartiendo, era un hombre conocido en muchos ambientes y su especial don de gentes le abría muchas puertas que para la mayoría se cerraban a cal y canto a partir de determinadas horas. En compañía de amigos, siempre empezaba en Mildford y terminaba tomando unos garbanzos con acelgas en “el Rincón del Gato” o bailando sevillanas en La Casa de Sevilla o incluso en EL Cosaco deleitándose con alguna exquisitez del este europeo. Era parco en el comer, elegante en el vestir, un señor con las señoras, un imparable enamorador, discreto en las juergas con mas de una persona, lanzado en el amor y tenaz hasta la extenuación.
Su dominio a la perfección de tres lenguas extranjeras, inglés, francés e italiano, amén del castellano le convertía en un perfecto conversador y un cicerone de excepción para muchas turistas que deambulaban por los pubs y eran objeto frecuente de su atención y llevadas por su exquisita educación terminaban compartiendo sábanas en su moderno y bien decorado apartamento en un precioso ático en los aledaños del Parque del Retiro.
Sin embargo, su bien ganada fama de conquistador en las noches madrileñas, se vio truncada de raiz por un incidente casual que transformó la vida de Fernando Altozano.





2 comentarios:

  1. Me encanta lo minucioso que eres describiendo situaciones ...
    A mi Don Severiano me recuerda a Agustín González en Volver a empezar (recepcionista del hotel) jejeje. Me encanta !!
    Que sorpresa nos deparará el próximo capítulo?. Aunque como eres tan puñet..... seguro que lo dejas para dentro de dos o tres...y nos haces rabiar
    Hasta el próximo, besos a todos (a los dos)

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  2. El Tío Javier Belas12 de marzo de 2014, 19:08

    Interesante este chico. ¿ Cual será el incidente casual con el que se encuentra Fernando? La solución en próximos capítulos. Totalmente de acuerdo con Merce en la excelente descripción de las distintas situaciones.
    Un abrazo a todos

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