viernes, 21 de marzo de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 28

Queridos blogueros/as, es decir, queridos Merce y Javier: Ahí va el capítulo 28 y espero que poco a pocose vayan resolviendo vuestras dudas. Yo tengo muchas y sobre todo una que me tiene intrigado desde hace tiempo y que no se muy bien si la sabré explicar. En una de las pestañas del bloc pone algo así como vista previa o algo parecido y ahí viene como una especie de gráfico y entre otras cosas pone número de veces que ha sido vista ésta página y por ejemplo en el capítulo 27, ese que no se lo que hice pero no salió nada, dice que la página ha tenido nueve entradas ¿eso quiere decir que ese capítulo, si el que salía en blanco, lo han leído nueve personas? pues vaya chasco se habrán llevado los pobres y digo yo ¿porqué no me escriben y me lo cuentan? En fin, por algo será
Ya me parecía a mí que a Fernando Altozano no le pegaba nada ir de manifestación por ahí como un funcionario cualquiera, ¡ni hablar! que no me entere yo,pasaba por allí y eso es mucho mas creíble y a partir de ahí empieza el lío.
Como siempre espero que os guste
Un abrazo y a procurar ser felices que parece fácil, pero a veces no se consigue
Un abrazo
Tino Belas  


CAPITULO 28.-

Todo comenzó un primero de Mayo cuando las fuerzas de seguridad disolvieron una manifestación de apoyo a los mineros rusos en la que estaban implicados numerosos estudiantes de las diferentes facultades que habían sido invitados a participar por los sindicatos correspondientes. La algarada afectó a las calles colindantes y fueron muchos los que corrían sin rumbo escapando de las porras de las fuerzas de seguridad que se empleaban con contundencia y sin distinciones.
El destino quiso que Fernando Altozano saliera en esos momentos del despacho profesional de D. Ernesto Segura de Viedma, ilustre Notario del Colegio de Madrid y al que había acudido el joven Abogado para aprender el difícil arte del papeleo en las herencias como parte de su formación antes de encerrarse para preparar las oposiciones a Notaría en las que estaba muy interesado y a las que había dedicado múltiples horas desde que iniciaba el tercer curso y por indicación de D. Fernando Troiba, entonces Catedrático de Derecho y actualmente destinado en el Tribunal de Aguas de Valencia, quien veía en el hijo de su buen amigo D. Fernando Altozano un gran estudiante y una persona con enorme interés en el estudio y con capacidad para desentenderse del mundo y dedicar todas las horas del día y parte de las de la noche en prepararse para las oposiciones mas difíciles de la historia de la abogacía.
En el despacho de D. Ernesto Segura de Viedma el joven abogado era el encargado de personarse en las casas de las familias que habían sufrido la muerte del padre y explicarles las condiciones de los bienes que serían susceptibles de heredar. Su exquisita educación le hacía un experto en ese tipo de gestiones y su trato amable y un especial don de gentes le granjeaba la amistad de muchos de los futuros herederos que, al cabo de muy pocos días le consideraban un amigo más que un asesor.
Los gritos de unos chicos le hicieron volver la cabeza y en ese momento algo le impactó sobre su espalda y le hizo caer al suelo. Su respiración se volvió entrecortada y aunque quería ponerse de pié, las piernas le fallaban y parecía como si el mundo se le viniera encima. En esa situación, las voces entrecortadas de alguien que insistía en que no le pegaran más porque no parecía que  fuera un alborotador era lo único que sentía. Al poco rato y como en sueños notó como era levantado por dos personas que, con dificultad, consiguieron meterlo en un portal y allí, sobre una moqueta de un amarillo ajado por el paso de los años, fue recuperándose. La cabeza parecía que iba a estallarle de un momento a otro y un agudo dolor entre los hombros le impedía articular palabra y volvió a perder la conciencia.
Convencido que había sufrido un infarto, aunque le parecía que era muy joven, Fernando abrió los ojos y contempló las suaves manos de una mujer que le secaba la frente y trataba de mantenerlo erguido sobre su regazo. Un ataque de tos le devolvió los dolores punzantes mientras una voz suave le instaba a quedarse quieto
-  Tranquilo que ya ha pasado todo. Procura respirar despacio y llenando los pulmones de aire. Eso, lo estás haciendo muy bien. Venga, respira tranquilo.
Fernando trató de agradecer los desvelos de esa desconocida, pero no era capaz de mover un solo músculo de su cara sin sentir un fuerte dolor.
De nuevo esa voz suave trató de infundirle ánimos a la vez que con sus manos le agarraba con fuerza para evitar movimientos que desencadenaran nuevos dolores
-  Estate quieto que si te mueves te va a doler más. Procura relajarte y pensar en algo agradable. Afortunadamente ya ha pasado todo y la situación parece que se ha tranquilizado, o sea que no te preocupes. Venga respira tranquilo. Así, muy bien. Venga sigue así y no te preocupes que en cuanto estés un poco mejor te subo a mi casa, pero, de momento, es mejor que no te muevas de aquí ¿de acuerdo?
Fernando intentó contestar y con un pequeño hilo de voz trató de saber lo que había ocurrido, pero enseguida él mismo se dio cuenta que esa tarea era imposible y desistió de tal empeño, cerrando nuevamente los ojos y perdiendo la noción del tiempo.
Una sensación de calor le embargaba cuando una luz que parecía muy potente, le hizo darse cuenta de la situación. Estaba tumbado en un sofá, tapado con una manta inglesa de pura lana, le habían desnudado completamente y en su frente notó una bolsa con hielo.
La habitación era, mas bien pequeña, con las cortinas perfectamente adaptadas a una pared también forrada de una cretona beis. Unas bolas doradas adosadas a la pared y de las que salía un cordón de diferentes colores, mantenía una discreta semipenumbra en la habitación. Al frente, una puerta de cristales corredera, daba paso a lo que parecía ser un comedor del que destacaban unas sillas de caoba de muy bonito diseño, con un espejo que reflejaba los tonos tenues de una mesa de importantes proporciones y en cuyo centro un gallo disecado trataba de mantener una autoridad que hacía muchos años que había perdido.
En un lateral, una librería que alcanzaba el techo, daba un toque cultural con los libros alineados de tal forma que era fácil descubrir que no era una librería de adorno sinó que constituía parte de la vida de su propietario y junto a los libros algunos objetos parecían contribuir a conocer la personalidad de ese, hasta ahora, desconocido pero bienintencionado personaje que le había salvado la vida.
Desde el sillón trató de adivinar quienes eran las personas retratadas que se alineaban en varios marcos de plata, pero la distancia le impedía reconocer a ninguna. Intentó incorporarse, pero de nuevo el dolor agudo hizo su aparición en la escena de ese pequeño pero cálido cuarto de estar. Una queja, que no llegó a ser un grito, hizo que la puerta de cristal se abriera y la voz que había permanecido con él en los primeros momentos, se hiciera nuevamente audible y le proporcionara una agradable sensación de tranquilidad.
-  ¿Qué tal? Estaba haciendo tiempo para despertarte, pero te he visto tan dormido que he preferido no molestarte. ¿Cómo estás?
Fernando no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos; una chica de unos veinte años trataba de arreglarle la almohada sobre la que descansaba su cabeza mientras le cambiaba la bolsa de hielo que tenía sobre su frente. Era una chica de facciones perfectas con el pelo rubio recogido en una cola de caballo, frente despejada, ojos de un color azul que parecían abrigar una acusada personalidad y que miraban penetrando profundamente en las intimidades de Fernando. Sus labios eran perfectos y ella añadía un toque de coquetería con una fina raya de color marrón que les hacía aparecer como mejor perfilados todavía. Los dientes parecían un manual de perfecta Odontología y todo el conjunto constituía un remanso de paz, solo alterado por un mentón prominente
Un conjunto de jersey y chaqueta de puntos rojo y un fino collar de perlas que daba dos vueltas sobre su cuello continuando con unos pantalones blancos perfectamente planchados era toda la indumentaria de aquella desconocida.
Fernando, lentamente e incluso con mayor parsimonia de lo habitual, fue escudriñando aquella a modo de aparición y sus ojos no daban crédito a lo que veían, pero estaba tranquilo y menos mal que el infarto no había sido muy grave, porque lo único seguro era que estaba vivo. No sabía donde estaba, ni lo que había pasado y solo un tremendo dolor de cabeza le hacía volver al mundo del que estuvo a punto de abandonar.
-  ¿Qué me ha pasado?, ¿dónde estoy? – sus ojos buscaron los de su benefactora y enseguida confluyeron.
-  No te preocupes de nada que estás en buenas manos y la policía ya se ha ido o sea que no tienes nada que temer.
-  ¿La policía? Pero me puedes explicar lo que ha pasado, porque no me acuerdo de nada, solo que oí muchas voces y cuando me quise dar la vuelta, sentí muchísimo dolor en la espalda y no me acuerdo de absolutamente nada más 
-  Pues nada, yo te lo cuento – se retiró un mechón de pelo con un movimiento violento de la cabeza – veníais todos corriendo por la calle y los guardias debieron disparar pelotas de goma o algo así y a ti te dio una en la espalda y te quedaste tirado en el suelo. Mi padre y yo que estábamos asomados a la ventana, bajamos corriendo justo en el momento que un guardia te daba la vuelta para proceder a tu identificación, y después de insistir en que te llevaban a la comisaria, mi padre le convenció que no tenías pinta de comunista y que te dejara allí que nosotros nos hacíamos cargo de llevarte a un hospital.
El guardia, que sabía que su actuación había sido desproporcionada, no necesitó ni una explicación más y desapareció entre toda la gente. Te hemos llevado al Hospital y de allí, aquí. ¿Qué te parece?
Fernando se incorporó un poco en sillón y tomó un poco de zumo de naranja que había depositado en un vaso sobre la mesa que estaba a su cabecera y trató de reorganizar sus ideas para lo cual preguntó directamente y sin rodeos:
-  Si no he entendido mal, dices que yo venía corriendo como el resto y eso no puede ser porque acababa de salir del despacho del Notario y casi no me dio tiempo a poner los pies en la calle cuando sentí una punzada en la espalda y me dio el ataque al corazón.
-  ¿Qué te dio el qué? ¿un ataque al corazón? Chico despiértate porque el golpe te ha afectado más de lo que nos han dicho en el Hospital. A ti, como te iba diciendo, no te ha dado ningún ataque a nada y menos al corazón, lo que te ha dado ha sido una pelota de goma de las que utiliza la Policía para disolver a los manifestantes y si nó te lo crees aquí tienes la prueba.
Del bolsillo de su pantalón extrajo una pelota de reducidas dimensiones y que, según le explicó, era  la causante de su desmayo y no había duda que la cosa había sido tal y como ella lo contaba porque habían sido testigos directos de todo lo ocurrido.
-  ¿Y como tienes tú esto?
-  Muy fácil, porque estábamos en la ventana mi padre y yo y esto es un primero y cuando te caíste redondo, bajamos y en un segundo estábamos a tu lado y al ponerme de rodillas para levantarte me la clavé y me la metí en el bolsillo no se porqué, pero fué como te lo estoy contando 
-  Ya – Fernando no daba crédito a lo que estaba oyendo y le parecía increíble la historia – Mira, guapa, cuéntame otra historia porque esa no me la creo-  volvió a incorporarse y se dio cuenta que estaba desnudo – pero ¿dónde está mi ropa?
-  En esa bolsa que está en la silla. Nos la dieron en el Hospital y ahí se ha quedado. Pensaba revisarla ahora para saber quien eres y donde vives, pero te has despertado antes y no me ha dado tiempo.
-  Ya, bueno perdona si pregunto tantas cosas, pero poco a poco voy haciendo memoria y yo no iba en ninguna manifestación ni nada por el estilo ¿acaso me ves con pinta de revolucionario?
-  La verdad es que no y por eso le dije a mi padre que te trajéramos a casa para que te repusieras del todo y no dejarte tirado en el Hospital, pero tal y como te estás portando, me parece que mi padre tenía razón y lo que tenía que haber hecho era haberte dejado allí y que hubieran avisado a tu familia y me hubiera dejado de tonterías, pero me diste pena y le convencí.
-  Perdóname, por favor, pero reconocerás que es una historia increíble, pero bueno si tú lo dices será verdad. ¿Te importa acercarme la ropa? Por cierto, ¿cómo te llamas?
-  Mamen ¿y tú?
-  Yo Fernando Altozano.
-  Muy bien, aquí tienes tu ropa, esa puerta da a un pasillo y la segunda puerta a la derecha es un cuarto de baño. Allí tienes una toalla limpia por si te quieres dar una ducha ¿de acuerdo?
-  Gracias, Mamen y perdona si he reaccionado mal. De verdad que te estoy muy agradecido.
-  De nada, estoy segura que tú, en mi lugar, hubieras hecho lo mismo.
Fernando se lió la sábana alrededor de su cuerpo y después de dar unos primeros pasos vacilantes, entró en el cuarto de baño, alicatado hasta el techo con un mármol precioso, se miró al espejo y se percató de los importantes hematomas que tenía en la cara y el pecho.
Se duchó frotándose enérgicamente como tratándose de despertar de una pesadilla, se peinó y se vistió con su elegante traje azul marino que tenía unas manchas en ambos codos y rodillas producto de sus escarceos por el suelo de la acera de los pares de la calle Serrano una de las mas elegantes y elitistas del barrio de Salamanca.
Cuando apareció por el cuarto de estar, su aspecto era diametralmente diferente y Mamen fue la primera en admirar el cambio producido en tan escaso minutos. Ambos intercambiaron una mirada cómplice e inmediatamente ella le presentó a  su padre que se había sentado en uno de los orejeros que circundaban la mesa camilla.
-  Papá, se llama Fernando ¿sabes?
D. Alberto Mendiburu Gorostizaga se levantó y saludó afectuosamente a Fernando estrechándole la mano de manera enérgica.
-  Ya le puede agradecer a Mamen lo que ha hecho por usted. ¿Cómo se encuentra?
-  Muy bien, gracias y por supuesto que les estoy muy agradecido.
Mamen se acercó con una taza de té y se la ofreció a Fernando mientras comentaba con su padre
-  ¿Sabes que se creía que le había dado un infarto?
-  Si, si, un infarto, lo que le dieron fue un tiro con una bola de goma. Claro que eso le pasa por ir en una manifestación.
-  ¡Que va! – Fernando miró fijamente a su salvador y trató nuevamente de explicarle la situación para que no hubiera malos entendidos – ya se lo dije a Mamen - Yo salía de casa del Notario D. Ernesto Segura y cuando me quise dar cuenta estaba tumbado en ese sillón. Todo ocurrió en un segundo y la verdad es que ni me enteré.
-  ¡Ah! ¿ o sea que usted salía de casa de Ernesto?. D. Alberto se levantó del orejero y se sirvió un té, sorbiéndolo lentamente después de depositar cuidadosamente dos cucharaditas de azucar y revolver el líquido con parsimonia - ¿cómo se llama usted de apellido?
-  Fernando Altozano soy Abogado y trabajo en la Notaría desde hace tres meses.
-  Bueno, bueno, o sea que Usted es el nuevo colaborador del que me ha hablado Ernesto. ¡ Hay que ver que pequeño es el mundo! Hace meses, estábamos en la tertulia que tenemos los miércoles en el Casino de Madrid y me comentó que ya había encontrado el novio ideal para Mamen, que era un joven Abogado hijo de diplomáticos que había ido a solicitarle trabajo y que lo iba a contratar y mire usted por donde aquí está. ¡Que casualidad!
-  Pero, Papá, como le dices eso si no le conocemos de nada – Mamen se mostró molesta y en su cara apareció un gesto de contrariedad – además, ya te he dicho muchas veces que no te preocupes por mí que ya me buscaré los novios cuando yo quiera.
-  Bueno, hija, no te enfades – D. Alberto la atrajo hacia si – ya sabes que lo hago por tu bien. Desde que se murió tu madre estás dedicada a cuidarme y te lo agradezco infinito, pero también tienes tu vida y me parece que, por mí, la estás dejando pasar y eso no está bien.
-  Ya – Mamen se levantó de las rodillas de su padre – tú no te preocupes que yo ya me divierto y salgo cuando quiero, que para eso está Basi y eso de que estoy dejando pasar la juventud contigo no me importa nada porque lo hago porque quiero, o sea que no vuelvas a las andadas de hablar con tus amigos banqueros para que me coloquen porque estoy muy bien como estoy.
-  Perdón – Fernando depositó la taza de té sobre la mesita que estaba a su lado derecho – como veo que esto está derivando hacia temas personales, si me lo permiten me voy que se me está haciendo un poco tarde. Muchísimas gracias por todo, de verdad que no sé como se lo voy a agradecer.
-  Pues no nos lo agradezca de ninguna manera. Ya sabe donde tiene unos amigos y cuando quiera se viene por aquí y hablamos de temas de la judicatura que, aunque ya estoy jubilado, algo de ellos sé.
-  Muchísimas gracias y – mirando a Mamen se despidió con un cálido apretón de manos – te llamaré porque a lo mejor D. Ernesto tenía razón.
Bajando la escalera pensó: adiós a la boda.





2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas22 de marzo de 2014, 19:13

    La gente que entra y lee tus novelas, Tino, debería escribir algo, ¿no te parece? En fin que le vamos a hacer. Otra nueva aventura de Fernando, a ver en que termina todo. Muy entretenido este capítulo.
    Un abrazo a todos

    ResponderEliminar
  2. Este capítulo es genial; entretenido y, como siempre, lleno de detalles de nombres, lugares, circunstancias.....
    Como dice Javier, no entiendo por qué el que entra no pone un comentario.
    Esta novela es muy entretenida y vamos a ver que pasa con Mamen y Fernando (adiós boda ...)

    ResponderEliminar