sábado, 29 de marzo de 2014

CAPITULO 29. EL TRIO DE DOS

Queridos blogueros/as: Hoy es un poco tarde y por eso no voy a escribir mucho, pero ya se puede apreciar que la tal Ana tiene su genio y eso que parecía una mosquita muerta.
De todas las maneras tengo que reconocer que después de tantos años no tengo ni idea lo que he escrito y voy leyendo cada capítulo según van saliendo. Ya se que es difícil de entender, pero es la verdad y luego tengo una manera de escribir que parece que voy bajando una escalera saltando los escalones de dos en dos y por eso me resulta un poco complicado, pero cada uno escribe como quiere ¿o no?
Lo que si os puedo asegurar es que la segunda parte está cuidando guay y eso que todavía no la he terminado, pero ya veréis como os gusta.
De resto de lectores ni opino porque no se quienes son
Bueno que lo paséis y seáis felices, bueno por lo menos un poco.
Hasta la próxima
Un abrazo
Tino Belas 



CAPITULO 29.-

Las luces que ensombrecían la discoteca se movían como impulsadas por una suave brisa y provocaban agudos contrastes entre el sudor de las frentes que se agolpan en el centro de la enorme pista de baile y la placidez de los que se encontraban cómodamente sentados en las mesas que, como islas en el mar, se distribuían por las proximidades de la zona encerada, dedicada a los bailones.
Grupos de jóvenes se repartían entre los dos ambientes e incluso se mezclaban al reclamo de la música caribeña que impregnaba todos los rincones de la Discoteca Don Juan. Situada en el centro de Madrid, era el lugar de reunión de la juventud madrileña. Allí los fines de semana se alternaba sin necesidad de enseñar el currículum, aunque la mayoría de los jóvenes eran profesionales  y estudiantes universitarios que aprovechaban sus horas de asueto los fines de semana para solazarse y hacer nuevas amistades. Los pantalones vaqueros, las camisas de cuadros con botones en el cuello, jerseys a la cintura, zapatos mocasines de marca y abundante gomina eran los ingredientes habituales de todos los que intentaban acercarse a las dos barras que se encontraban estratégicamente situadas a la entrada y a uno de los lados de la zona mejor iluminada. Las chicas con minifaldas de diferentes colores, botas de cuero y el pelo largo recogido en las nuca, distribuían sus miradas entre los que entraban y los de las barras.
En una de las mesas, situada casi al lado de la puerta, se encontraba Sonia, una de las mejores amigas de Ana que disfrutaba del gentío que se movía por aquella sala. La mesa, pequeña, que casi les daba en las rodillas, estaba hasta arriba de copas a media acabar y los ceniceros eran reflejo de la calidad de sus inquilinos. Gente joven, con unos veintidós o veintitrés años de media que no paraban de beber y de fumar, como si en ello les fuera la vida. Los restos de cubatas, gin tónics y hasta las botellas vacías de Coca-Cola se agolpaban encima de esa mesa esperando la llegada de algún camarero que, de vez en cuando se llevaba todas las copas, hacía una pasada con un trapo amarillo y dejaba la mesa tan limpia que parecía de estreno
Ana volvía en ese momento de la pista de baile y una sonrisa llenaba toda su cara mezclándose con unas gotas de sudor que le resbalaban desde la frente y se detenían al llegar a unas bien cuidadas cejas. Separó la silla y se sentó, permaneciendo en silencio, mientras seguía el ritmo de la música con pequeños movimientos de los dedos. Se apuró, de un trago, el resto de gin tónic que todavía estaba sobre la mesa y acercó su cara hacia Sonia que trataba de decirle algo.
-  Este sitio está bien, pero tiene una cantidad de ruidos que no se puede hablar ¿verdad?
-  ¿Qúe dices?- Ana hizo como si se colocase una trompetilla en la oreja izquierda.
-  Que aquí no hay quien hable- Sonia elevó su tono de voz - ¿me acompañas al lavabo?
-  Si, vamos, que yo me estoy haciendo pis desde que salí de casa y no aguanto más.
Las dos amigas se levantaron de sus respectivas sillas y desde allí avisaron al resto de los amigos que estaban bailando y por señas les explicaron que se iban al servicio. Sorteando mesas y sillas, llegaron a los repletos servicios introduciéndose Ana en una pequeña cabina mientras que Sonia se retocaba el carmín de unos bien perfilados labios. A los pocos segundos, apareció Ana que aprovechó ese rato para retocarse también los labios y pasarse un peine. Las dos amigas salieron y casi en la puerta continuaron la conversación
-  Entonces ¿te vas a venir con nosotras a vivir?
-  Todavía no lo sé. Por una parte me vendría muy bien, porque la pensión me cuesta una pasta, pero por otro, me da un poco de miedo. Si fuera contigo sola, no lo pensaba ni un segundo, pero con Lourdes no se si me apetece.
-  Pero, ¿por qué dices esa tontería? – Sonia le agarró por un brazo para que se apartase – te podías fiar de mí y si yo te digo que es buena gente no te voy a engañar ¿no te parece?
-  De verdad que no se que hacer – Ana avanzaba lentamente hacia la pista – ya te digo, si fuera contigo sola ni lo pensaba, pero las tres no se, no se.
-  No seas tonta y anímate. Mira: hacemos una cosa – en la expresión de Sonia se reflejaba las ganas que tenía de compartir con su amiga de hacía tantos años, su piso en Madrid. Le daba pena que su amiga no se fiara y no sabía como hacer para convencerla que las tres disfrutarían de múltiples ventajas, entre ellas y posiblemente la mas importante era la de compartir gastos, al fin y al cabo, Madrid era una ciudad muy cara y los ingresos de la gente joven eran mas bien escasos. Ana que, al principio, dijo tajantemente que no, iba cediendo lentamente en cada encuentro, como si quisiera convencerse a si misma antes de dar el paso y lo que era una negativa rotunda se había convertido en un no se que hacer. Sonia insistía porque sabía que Ana no atravesaba una situación especialmente agradable, al fín y al cabo era amiga tanto de ella como de Antonio y conocía a la perfección lo que había ocurrido entre ambos, incluso había vivido las dos etapas, una primera de absoluta compenetración y la segunda en la que empezaron las malas interpretaciones, y por lo que ella sabía también por una cabezonería de ambos, las cosas se fueron enconando y acabaron con el conocido despido de Ana de la Empresa de Celebraciones “La Hiedra”. Hasta ahí, era un tema conocido por todos los amigos comunes, sin embargo Sonia pensaba que había algo más, aunque no tuviera razones de peso para asegurarlo, pero su instinto de mujer le indicaba que lo que era de dominio público y conociéndolos tan bien como ella, era poco concluyente. Lo que estaba claro es que, por las razones que fueran, Ana estaba sin trabajo y aunque en su época del “catering” debió hacer unos buenos ahorros, ahora tenía que mirar la peseta y no gastar alocadamente como en su etapa final en “La Hiedra”, donde,  gracias a su buen hacer, ganaba más dinero en comisiones que en sueldo y se había convertido en una de las mas deseadas de la noche madrileña.
A pesar de las notables diferencias, Sonia y Ana habían conseguido mantener su amistad con un gran esfuerzo por parte de las dos y no era otro que el de verse dos días a la semana en el gimnasio Juventus. Allí, los Martes de dos a cuatro y los jueves de tres a cuatro, charlaban de lo divino y lo humano y eran citas para recordar sus principios y su llegada casi a la vez a la capital de España, ambas con multitud de cosas en común, por ejemplo, las dos de pueblo (y a mucha honra que repetía Ana un día si y otro también), de buenas familias, el padre de Sonia Abogado en un pueblo a las orillas de Miño y el de Ana Médico, cercanas a la treintena de años, algo más joven en el D.N.I Sonia, pero de aspecto muchísimo más joven Ana, con maneras de pensar similares y con las mismas ganas de comerse el mundo en cuanto a trabajar y de ponérselo por montera a la hora de divertirse, moviéndose en los mismos ambientes de gente joven, en un nivel social que les permitía viajar y darse la mayoría de los caprichos que se tienen a esa edad.
Para las dos amigas, que se habían conocido en un campamento de verano cuando tenían doce años, la amistad era lo más importante y la cultivaban dedicándole muchas horas a la semana, durante años. Por eso, los problemas de una, eran los problemas de la otra y entre ellas no había ningún secreto, hasta los amores se discutían en la tranquilidad del pequeño bar que las acogía frescas y lozanas, después de una ducha reconfortante, en las proximidades del gimnasio.
Sonia sabía que entre Antonio y Ana se había acabado esa especie de atracción que nunca llegó a nada y que a partir de ese momento todo se desarrolló con una velocidad de vértigo. Le parecía que no hacía ni un mes que Ana había conseguido lo que para ella era el sueño de su vida y todavía se acordaba que fue ella la que la llamó al Colegio Mayor para quedar y darle la noticia, con una cara que irradiaba felicidad, de su nuevo trabajo y de las condiciones económicas del contrato. Entonces, parecía que fue ayer y ya habían transcurrido hace casi dos años, Sonia intentaba hacerla reflexionar y la aconsejaba que lo pensara bien, porque aquello parecía el cuento de La Cenicienta; chico bien educado y de buena familia busca chica de un nivel un poco inferior al suyo para compartir ganancias sin pedir nada a cambio. Aquello sonaba muy mal, pero hasta hacía solamente una semana tenía que reconocer que se había equivocado de medio a medio y lo que parecía que había gato encerrado se había convertido en una auténtica relación profesional enteramente satisfactoria para ambos en la que Ana ponía su simpatía personal a la hora de contratar bodas, bautizos y comuniones y Antonio unas perfectas respuestas a las expectativas de los que solicitaban sus servicios. De esta manera tan simple, la empresa fue adquiriendo nombre entre las familias madrileñas y ya iban por seis meses de turno de espera para organizar cualquier evento, a pesar de haber subido las tarifas en casi un cincuenta por cien.
Las divergencias comenzaron cuando Ana organizó una fiesta de Fin de Carrera en el chalet que los Condes de Butarque tenían en la conocida Urbanización de La Florida con motivo de la finalización de los estudios por su hijo Borja. Se había convertido casi sin darse cuenta en un conocido Arquitecto, a pesar de sus pocos años y su madre, Doña Isabel Perez de Iturralde, quería premiarle de alguna manera, pero siempre por sorpresa y para ello había contactado con Ana y quedaron en verse en una cafetería en las proximidades de Aravaca.
Hasta allí se desplazó la Relaciones Públicas del catering y durante cerca de una hora estuvieron charlando sobre la calidad y cantidad de los canapés, las bebidas y la forma de organizar las mesas en el amplio jardín que la Señora Condesa tenía en los alrededores de su  chalet. Como casi siempre, coincidieron en todo, menos en el precio que a Doña Isabel le pareció algo elevado, más si tenemos en cuenta el número de invitados, lo que para Ana no era ningún inconveniente porque lo primero son los detalles y el resto se arreglaba con facilidad. Lo importante era que estuviera a gusto con lo ofertado y que el evento fuera un motivo de alegría para todos. Después de una pequeña discusión, todo quedó aclarado y Doña Isabel firmó el correspondiente contrato en el que, de puño y letra, hizo constar que sería causa de rescisión del mismo el que se supiera que el día 24 de Mayo habría una fiesta en la calle Río Orbigo 34.
-  No se preocupe que estamos acostumbrados y la discreción es una de las virtudes de nuestra empresa.
Esa misma tarde, Ana se reunió como era habitual con su jefe y sobre todo amigo Antonio de Lucas y le contó todo lo hablado con la Señora Condesa.
-  Es bastante exigente, pero lo único de verdad que le preocupa es que su hijo no se entere de la fiesta. Lo demás y aunque lo disimule, me parece que le importa un pito.
-  ¿Estaba de acuerdo con el precio?
-  Hombre – Ana se retiró el pelo de la cara – le pareció caro, pero le bajé un poco y estuvo de acuerdo, aunque yo sigo insistiendo que la subida ha sido excesiva y lo notaremos en la disminución de los contratos y si nó, dentro de un  mes, veras como tengo razón.
-  Ana, joder, no seas pesada – Antonio se levantó de la mesa repleta de papeles y miró distraído por el amplio ventanal y desde el que se divisaba una preciosa panorámica del centro de la capital de España – ¿ no te llegó con la discusión que tuvimos hace unos días? No quiero meterme donde no me llaman, pero tienes que estar de acuerdo conmigo que últimamente estás muy rara y lo peor de todo es que no lo quieres reconocer y así nadie te puede ayudar, pero estás que no te aguantas ni tú misma.
-  Vamos a dejarlo, Antonio ¿vale? Te repito que no me pasa absolutamente y lo único es que no estoy de acuerdo con tu política de precios y nada más. Si esto lo interpretas como que no hay quien me aguante, pues muy bien, pero no es así – Ana decidió no continuar por ese camino que no conducía a ninguna parte y solo quería dejar muy claro que este era un caso especial porque la Condesa lo único que quería era que nadie, ni siquiera su marido, se enterase de su fiesta sorpresa – Bueno, en el caso este, lo ideal sería que ni el cocinero se enterara de la dirección y así evitamos que alguien se vaya de la lengua, ¿te parece?
-  Bueno, como quieras, pero parece que es la primera vez que hacemos una fiesta así.
-  Conmigo sí, porque hasta ahora no se me había dado el caso.
-  Bueno, bueno, lo hacemos como tú quieras.
-  Muy bien, pues si no mandas nada, me voy que tengo una entrevista con la dueña de un apartamento para ver si me cambio y me espera a las siete.
-  Muy bien, Ana, espero que encuentres lo que buscas. ¿Vas a venir mañana?
-  Si, tengo que ir a ver una finca que nos han ofrecido cerca de El Escorial, pero casi mejor lo dejo para por la tarde, o sea que a las diez estoy aquí.
-  Fenomenal, mañana nos vemos. Según sales, dile a Ernestina que pase.
Ana se levantó, con la ayuda de Antonio se ajustó su bonito abrigo de visón y después de ponerse unos guantes negros de fina piel, salió del despacho con un hasta luego.
Ernestina, la secretaria, estaba al teléfono, como casi siempre, mientras pasaba rápidamente las hojas de una libreta grande tratando de buscar un agujero en la muy apretada agenda de su Jefe.
-  Perdóneme, Don Luis, pero el primer día que tiene libre es el próximo jueves, ¿le viene bien ese día a las siete y media?................. No, hombre, no, a las siete y media de la tarde........... ¿Prefiere por la mañana? Bueno, casi mejor. ¿El martes a las once y media? Muy bien, queda usted anotado para ese día. Adiós Don Luis, hasta ese día. Adiós – la secretaria colgó y extrajo un pitillo de un paquete de Ducados que tenía encima de la mesa, lo encendió y dio una larga calada, notando que sus pulmones se llenaban de un humo que los invadía hasta sus últimos rincones. Miró detenidamente a Ana y después de algunos años de trabajo en común tampoco era tan difícil adivinar cuando las cosas iban mal y parece que esta vez iba en serio.
-  Ernes, te llama el Jefe.
-  Joder, tía, tienes un careto que da miedo ¿marejada en el Cantábrico?
-  Lo que hay es mucho mar de fondo, con olas de muchos metros  y como las cosas sigan así yo, desde luego, abandono el barco y el Capitán que haga lo que quiera.
-  ¿Tan mal está el asunto?
-  Peor de lo que te imaginas – Ana se miró en un pequeño espejo de mesa dispuesto encima del ordenador – Venga, pasa que me parece que no esta el horno para bollos.
-  Voy, voy – la secre se acercó a  la puerta del despacho de su Jefe con la  correspondiente libreta en su mano derecha y el bolígrafo en la izquierda dispuesta, como otras veces a soportar los improperios de Antonio – que no cunda el pánico, las mujeres y los niños primero.


2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas30 de marzo de 2014, 21:33

    Pues parece que Ana tiene carácter y se le empiezan a complicar las cosas. Ya veremos como acaba todo.
    Desde La Coruña un abrazo a todos

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  2. Yo creo que bajamos las escaleras de veinte en veinte, jejeje. Que curioso este capítulo y que original la forma de desarrollarlo.
    Eres un gran escritor Tino.
    Saludos a todos los lectores desconocidos .... Compartimos admiración por el escritor
    Muchos besos y hasta la semana que viene (desde Madrid)

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