viernes, 28 de febrero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 25


 Queridos blogueros/as: Una semana mas y aquí seguimos como si tal cosa. La niña se va haciendo mayor en los madriles y ya se empieza a relacionar con gente de lo mas "chic" Hasta va al Parlamento, lo que yo no he hecho en mis sesenta y ocho años de vida. En fin, hay gente por el  mundo que es mas lista y otros, los del montón, vamos tirando.
Esto de la tecnología es como un milagro. Hace un rato estaba hablando a través de Skipe con un primo mío que está en Australia y se ve casi tan bien como si estuviera ahí al lado y encima derecho cuando lo normal sería que saliese al revés, para eso está al otro lado del mapa mundi, pero ocurre como el de la Zarzuela "que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Todavía me acuerdo cuando estudiaba en Santiago y llamaba a Tere, la que hoy es mi mujer y cada rato había que meter mas monedas en el teléfono y las despedidas iban en relación con la cantidad de monedas que tuvieras en ese momento y ¿mandar un telegrama? la gente joven yo estoy seguro que no sabe ni lo que es eso, pero hay que reconocer que tenía su encanto. Naturalmente que enseguida sale el chiste aquel del que está en el mostrador de correos poniendo uno y dice: Wenceslao que te den por el ....... y la funcionaria de turno pregunta con voz impersonal: ¿como se pone Wenceslao? pues de lao, señora, de lao. Es viejo, pero es bueno, reconocerlo.
En fin, aprovechando que hoy parece que estoy inspirado, voy a aprovechar y escribir un poco de la segunda parte que, cuando me quiera dar cuenta, me pilla el toro
Un abrazo y como siempre espero que os guste
Tino Belas


CAPITULO 25.-

Unos leves toques en la puerta la hicieron abrir los ojos y aunque había dormido casi siete horas, le pareció que habían sido cinco minutos y después de un minuto haciéndose la remolona no le quedó más remedio que coger su bolsa de aseo y encerrarse en el cuarto de baño que, al ser para tres personas, se encontraba vacío en ese momento.
El espejo reflejaba una cara feliz, dispuesta a comerse el mundo, con las arrugas de la almohada tratando de desaparecer en sus mejillas y unos ojos curiosos que se desembarazaban lentamente de las horas de reparador sueño que precedieron a su segundo día de estar en la capital.
La ducha, cálida y en su punto, la hizo volver a la realidad. Mientras sus manos recorrían un cuerpo bien conformado con un pecho duro y expectante como corresponde a una persona en plena juventud, una tripilla en la que sobraban unos gramos de grasa y unas piernas recias que terminaban en unos pies grandes, su cabeza no paraba y se adelantaba a los acontecimientos imaginándose la entrevista con el padre del chico que había conocido la noche anterior. Por cierto, ¿cómo se llamaba? Vaya corte, quedo con él y no me acuerdo ni cual era su nombre. Bueno, ya lo arreglaré cuando le vea y eso que no estaba mal ¿verdad? Su cara se reflejó en el espejo con un movimiento coqueto al que era muy aficionada y que le daba bastante buen resultado y después de darse unos toques de colorete, se puso el albornoz y retornó a su habitación. Abrió el armario y como le ocurría siempre que tenía una cita importante, surgieron las dudas sobre cual sería el conjunto mas interesante para su primera entrevista de trabajo y allí fue donde, por primera vez echó de menos a su familia. La elección de la ropa era asunto de su madre y de su hermana mayor y sin embargo ahora y justo en un momento tan importante, sería ella sola la que tuviera que decidir. Primero un traje de chaqueta amarillo que se lo puso enfrente para ver el efecto y que le pareció excesivamente chillón, luego una blusa blanca, quizá demasiado transparente para pedir una recomendación de trabajo, a continuación u pantalón gris marengo que le marcaba las pistoleras y al final un conjunto blanco, un pantalón azul marino con un cinturón dorado de ochos y unos mocasines azules y blancos con un tacón discreto, compusieron una figura atractiva sin excesos, con un halo de moderación, pero también con aspecto moderno.
Un autobús de dos pisos que tenía la parada casi en la misma puerta de la pensión la dejó en la Plaza de Neptuno y desde allí, después de un pequeño paseo se encontró en la puerta del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde ya la estaba esperando Pedro quien le dio los buenos días con la mejor de sus sonrisas.
-  ¿Que tal Ana? – la saludó con admiración – hay que ver como te has puesto. Ten cuidado que mi padre es un viudo de muy buen ver y lo mismo lo dejas prendado de tu belleza.
-  Venga,  no seas tonto ¿voy presentable?
-  ¡ Como presentable! Vas fenomenal y si yo fuera mi padre te buscaba un cargo en mi oficina pero ya.
-  Que exagerado eres. –Ana esbozó una sonrisa mientras se acordaba de su madre que siempre la aconsejaba con aquello de tú vete bien vestida que la primera impresión es la que cuenta y parecía que esta vez había acertado con el modelo - -    -  ¿Nos está esperando?
-  Supongo que sí, porque ayer se lo dije al llegar a casa y estaba en la cama, pero quedamos en venir sobre las diez porque después tiene una reunión con no sé quien y entonces ya no sabía a que hora podría hablar contigo, o sea que vamos que se nos hace tarde y mi padre será lo que sea, pero puntual es más que un reloj suizo. Vamos.
Pedro se identificó ante un Policía Nacional que custodiaba la puerta provisto de un cetme reglamentario quien les indicó que el despacho estaba en la tercera planta y que el Sr. Guetaria les estaba esperando.
Avanzaron por un largo pasillo amortiguados sus pasos por una alfombra de vivos colores, flanqueados por innumerables cuadros de todos aquellos personajes que fueron presidentes de la Cámara, todo iluminados por potentes lámparas de delicados cristales que caían como gotas de lluvia sobre los altos techos. Al fondo, un bedel de uniforme azul marino y galones en la bocamanga les abrió las puertas de un antiguo ascensor y con una pequeña reverencia cerró la puerta.
La subida era lenta, diría que muy lenta, lo que permitió a Ana y a Pedro observar algunos de los amplios corredores que desde unos inmensos halls avanzaban como pasillos de las minas por los que se movían con rapidez cientos de funcionarios con innumerables papeles.
El primer piso era de un rojo importante con una cenefa dorada casi a la altura del techo y dos estatuas de algo así como arqueros que apuntaban con sus flechas a los inquilinos del ascensor.
Un bedel, siempre de uniforme azul con galones, flanqueaba la entrada de los visitantes y comprobaba la identidad de todos y cada uno para evitar posibles atentados.
La visión de la segunda planta desde el ascensor y en unos pocos segundos, era diametralmente opuesta a la de la primera. Unos grandes cuadros de arte moderno con churretones anaranjados enmarcan las paredes y unas luces indirectas mantenían un aspecto cálido a pesar de que los inevitables bedeles le daban un aspecto ancestral. El pasillo era un hervidero de luz que se perpetuaba al fondo con un enorme ventanal por el que entraba el sol a raudales.
La llegada al tercer piso fue sorprendente. Lo primero era la ausencia de bedeles, sustituidos por dos hermosa señoritas que con su pañuelo de flores anudado al cuello, sus vestidos  iguales con sus puños color marrón y una atractiva sonrisa, parecían dar otro ambiente a esta planta.
Una mesa como camilla con faldas que obstruían la visión de las piernas de las recepcionistas y pequeños jarrones con flores eran los principales motivos ornamentales. Ambas charlaban animadamente cuando Ana y Pedro se acercaron. Una de ellas se levantó con rapidez y  después de acompañarlos a lo largo de un interminable pasillo forrado de una especie de moqueta que se continuaba por las paredes, llamó con suavidad a una puerta y una voz femenina le indicó con un adelante que entrasen en el nuevo recinto.
Era un pequeño recibidor con una mesa pequeña en un lateral, la inevitable rosa sobre la mesa, un lámpara de pié que proporcionaba una luz mortecina y una señora de mediana edad que presidía todo el conjunto y que se levantó al ver a Pedro.
Su trato era con confianza, pero manteniendo las distancias, servicial pero no servil y siempre con un toque de distinción
-  Pedro, ¿cómo estás? – la secretaría personal del Procurador D. Pedro Guetaria se acercó a los recién llegados y tomando a Pedro de una mano lo examinó detenidamente – chico, no sigas creciendo que nos dejas a todas enanas
-  ¿Qué tal Conso? Te veo tan bien como siempre y eso que hacía tiempo que no venía por aquí.
-  Exactamente desde el último pleno antes del verano porque me acuerdo que te acompañé a ver a tu padre y no estuviste ni un minuto porque tenía que presentar una ponencia y la estaba preparando y casi ni te vio, ¿te acuerdas?
-  Claro, como no me voy a acordar si me acababa de romper la muñeca izquierda y ni siquiera me preguntó como estaba.
-  Bueno, pero tienes que disculparle, porque esas ponencias son una al año y en ellas va el prestigio y el trabajo de todo un equipo.
-  Ya - Pedro tragó saliva y añadió – también mi muñeca es para toda la vida y no me hizo ni puñetero caso. Pero bueno, aquello ya pasó, o sea, que lo pasado, pasado está.
-  Eso está muy bien. Hacemos una cosa, sentaros un momento que tu padre está terminando un informe, le aviso y en seguida os recibe ¿de acuerdo?
-  Muy bien, Ana siéntate aquí ¿quieres?
La espera fue de escasos minutos y enseguida apareció D. Pedro que los recibió con una sonrisa y les invitó a pasar a su despacho. La antesala era pequeña, sin embargo, el lugar correspondiente al Procurador por el tercio familiar era enorme. Presidido por un enorme retrato de su Excelencia el Generalísimo Franco, la mesa de caoba con patas torneadas con racimos como de uvas de un dorado intenso, era lo que mas llamaba la atención. El orden imperaba en todo, cada papel en su sitio, los bolígrafos alineados a cada lado de una carpeta de cuero reluciente en la que la esquina de la izquierda las iniciales del Procurador destacaban sobre el resto. Un juego de pluma y lápiz, marca Parker, permanecía erguido sobre un soporte negro también con sus iniciales y un marco de fotos completaba la decoración de la mesa. En ese marco, una señora rubia, primorosamente peinada, de facciones duras pero no desagradables, los miraba a todos como queriendo hacerse presente desde la lejanía.
Desde la puerta hasta la mesa, un amplio espacio daba cabida a una mesa como para reuniones con seis sillas de fondo de rejilla y brazos de caoba con sus correspondientes carpetas y en cada una de ellas como si de un cubierto se tratara, una cuartilla con el membrete de la entidad permanecía a la espera de que alguien tuviera a bien utilizarla. Al igual que en la mesa principal, el orden impregnaba todo el espacio y una alfombra de discretos rayas anchas hacía todavía mayor el espacio entre ambos ambientes.
D. Pedro rodeó la mesa lentamente, se sentó en su silla de brazos y con gesto afectuoso comenzó por preguntarle a su hijo a que hora había llegado el día anterior
-  Pero ¿no te acuerdas? Si estuve hablando contigo.
-  Ya lo sé, pero había tenido un día de lo más intenso y me quedé dormido a continuación. Debía ser tarde ¿no?
-  No, serian como la una y media o así.
-  ¿Y para ti eso no es tarde?
-  Hombre, no tanto que ya sabes que tengo las clases por la tarde.
-  Ya, pero por la mañana tendrás que aprovechar para estudiar algo ¿no te parece?
-  Papá, estoy en cuarto de Derecho y hasta ahora no he suspendido ninguna o sea que no tendrás queja de mí, supongo.
-  No, hijo, no. La verdad es que me siento muy orgulloso de cómo te portas y espero que sigas así. Bueno – sus ojos se cruzaron con los de Ana y en ellos se reflejó una sinceridad y un afán de ayudarla lo más posible – y esta supongo que es la jovencita de la que me hablaste ayer ¿es así?
-  Si, - Pedro la miró y se dio cuenta que su reciente amiga estaba realmente turbada – Es Ana, la conocí ayer y me contó su caso y aquí te la he traído por si le puedes echar una mano
D. Pedro la miró directamente a los ojos y entre ambos se estableció una especie de complicidad visible por cualquiera, quizás era la hija que no tuvo a pesar de los cinco hijos varones, quizá era de aquellas personas que te caen bien al primer golpe de vista. En fín, no sabía porqué pero aquella chica con pinta algo de pueblo le había caído bien y trataría de ayudarla como si fuera hija suya.
-  Encantado, Ana – Don Pedro continuaba mirándola fijamente y ella sostuvo su mirada hasta que bajó los ojos y se dedicó a quitarse el esmalte de una de sus uñas. Al poco sus miradas volvieron a cruzarse y tratando de inspirar confianza el Procurador la animó a expresar lo que deseaba.
Al principio, Ana no sabía muy bien porqué estaba allí, ni porqué se había dejado embaucar por aquel chico al que no hacía ni veinticuatro horas que había conocido, pero en un momento dado cambió de actitud y se dio cuenta que no tenía nada que perder y entonces perdió la vergüenza y se fue directamente al grano.
-  Mire usted, en primer lugar perdone mi atrevimiento, pero fue su hijo el que me dijo que viniese por si usted me podía ayudar a encontrar un trabajo. Si quiere que le diga la verdad, ahora que estoy aquí, siento muchísima vergüenza, pero la verdad es que me he venido de un pueblo de la provincia de Valladolid y necesito encontrar cuanto antes algo que me proporcione algún dinerillo para supervivir.
-  Qué pasa ¿que te llevabas mal con tus padres?
-  No, no ¡ que va! Al revés, lo que pasa es que estaba demasiado protegida y me gusta ser yo misma. Total, que acabé el Preu y aquí que me he venido. No quiero estudiar, al menos de momento, pero tampoco quiero seguir dependiendo de mi familia y por eso es por lo que le decía que necesitaba un trabajo. Hombre, algo tengo para ir tirando, pero no me da para mucho.
Don Pedro la miraba con curiosidad y no pudo por menos que hacerle algunas preguntas y al poco se confesó ensimismado por lo que le estaba contando, porque era exactamente lo mismo que había hecho él con la diferencia, por una parte que era varón que siempre era como mas llevadero y por otra, que lo de él fue nada menos que hacía treinta y cinco años por lo que ya había llovido desde entonces. Sin embargo, se acordaba como si fuese en ese momento la cara que puso su padre cuando le comunicó su decisión. Para empezar estuvo algo así como ocho días sin comer con el resto de su familia porque, como le recordaba permanentemente su progenitor, si no quieres nada con el resto de la familia y te importa un bledo lo que opinen, entonces tampoco tienes derecho a compartir con ellos mesa y mantel y en vista de eso, comía con el servicio en la cocina. Además, su padre le retiró el saludo y como continuaba con la locura de vivir solo en Madrid, le dio un plazo para que si agotado ese tiempo no era capaz de vivir con su propio dinero, entonces volvía a la disciplina familiar sin derecho a nuevas reivindicaciones.
Lo que no se podía imaginar el estricto D. Manuel, padre del padre de Pedro, era que aquel no solo subsistió, sinó que, gracias a un especial encanto personal, conquistó a la flor y nata de la capital y ascendió en la escala social mucho más que cualquiera de sus múltiples hermanos y no solo ganó abundante dinero, sinó que hasta por su posición pudo colocar a algunos de ellos en puestos de cierto prestigio y todo ello gracias a la valentía de abandonar todo y venirse con casi lo puesto a la capital.
Sus ojos casi se llenaron de lágrimas al comprobar la similitud de la historia y se mostró dispuesto a interceder en su favor a varios de sus amigos que, a buen seguro, la colocarían en algún lugar que le permitiría continuar su estancia en Madrid. Su emoción era tan grande y su admiración hacia Ana iba tan en aumento que se mostró dispuesto que hasta que llegara ese momento, viviera en su casa sin pagar ni una peseta a lo que Ana se negó enérgicamente porque, y así se lo dijo, no tenía mucho dinero, pero sí el suficiente como para no tener que mendigar cama y comida.
La conversación derivó hacia cual había sido la reacción de los padres y así estuvieron de charla casi una hora hasta que D. Pedro, después de consultar su reloj de bolsillo con una cadena de oro, la dio por finalizada, no sin antes conseguir de Ana la promesa de ir a comer a su casa los sábados, pero sin faltar ni uno.
Ella le agradeció todos sus desvelos y se despidieron con el agradecimiento de Ana por el interés despertado y de él por hacerle retrotraerse en el tiempo casi cincuenta años y hacerle revivir una etapa de su vida de la que se encontraba realmente orgulloso.

Una vez en la puerta, Ana no pudo reprimir su alegría y abrazó a Pedro ante la mirada de complicidad del Policía Nacional que continuaba de guardia en la garita de la entrada.
-  Muchísimas gracias, Pedro. No sabes lo que te agradezco lo que has hecho por mí.
-  Bueno, bueno – Pedro la miraba con curiosidad – no cantes victoria tan pronto que lo único que ha hecho es darte tres o cuatro direcciones y lo mismo no encuentras nada interesante.
-  Eso es lo de menos. Lo importante es como se ha portado y si encuentro o no algo, eso ya se verá.
-  ¿ Tienes algo que hacer?
Ana le miró y le guiñó un ojo con picardía :
-  ¿El señor desea aprovecharse de una provinciana sin trabajo?
-  ¡Que va! lo que digo es que si no tienes nada que hacer, podíamos dar una vuelta por el Museo del Prado, que está aquí al lado, luego tomar una caña en la Dolores que es la tasca mejor de Madrid y terminar comiendo en un garito colombiano que está bastante cerca.
-  Por mí encantada, pero te aviso que tengo poco dinero.
-  No te preocupes que para un plan como el de hoy tengo yo, no para mucho mas, pero para eso si que da.
Con la ilusión reflejada en sus caras los dos jóvenes cruzaron corriendo la Carrera de San Jerónimo y al grito de “viva el arte” se encaminaron a Recoletos y después de una pequeña cola entraron en la pinacoteca por la puerta de Goya y mostraron su admiración hacia los primeros cuadros y su perplejidad ante la Maja desnuda.





2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas2 de marzo de 2014, 23:48

    Me ha gustado la descripción de las dependencias oficiales en donde se ubica el despacho del Sr. Guetaria. Yo creo que Ana vale mucho y va a triunfar con su trabajo en Madrid. ¿Se meterá en política? Lo sabremos en próximos capítulos.
    Un abrazo a todos

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  2. Vaya con Anita: que pronto se ha buscado las habichuelas. Me parece que en el próximo capítulo encuentra trabajo.
    Esto va bien
    Hasta el próximo. Bss

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