CAPITULO 25.-
Unos leves toques en la
puerta la hicieron abrir los ojos y aunque había dormido casi siete horas, le
pareció que habían sido cinco minutos y después de un minuto haciéndose la
remolona no le quedó más remedio que coger su bolsa de aseo y encerrarse en el cuarto
de baño que, al ser para tres personas, se encontraba vacío en ese momento.
El espejo reflejaba una
cara feliz, dispuesta a comerse el mundo, con las arrugas de la almohada
tratando de desaparecer en sus mejillas y unos ojos curiosos que se desembarazaban
lentamente de las horas de reparador sueño que precedieron a su segundo día de
estar en la capital.
La ducha, cálida y en su
punto, la hizo volver a la realidad. Mientras sus manos recorrían un cuerpo
bien conformado con un pecho duro y expectante como corresponde a una persona
en plena juventud, una tripilla en la que sobraban unos gramos de grasa y unas
piernas recias que terminaban en unos pies grandes, su cabeza no paraba y se
adelantaba a los acontecimientos imaginándose la entrevista con el padre del
chico que había conocido la noche anterior. Por cierto, ¿cómo se llamaba? Vaya
corte, quedo con él y no me acuerdo ni cual era su nombre. Bueno, ya lo
arreglaré cuando le vea y eso que no estaba mal ¿verdad? Su cara se reflejó en
el espejo con un movimiento coqueto al que era muy aficionada y que le daba
bastante buen resultado y después de darse unos toques de colorete, se puso el
albornoz y retornó a su habitación. Abrió el armario y como le ocurría siempre
que tenía una cita importante, surgieron las dudas sobre cual sería el conjunto
mas interesante para su primera entrevista de trabajo y allí fue donde, por
primera vez echó de menos a su familia. La elección de la ropa era asunto de su
madre y de su hermana mayor y sin embargo ahora y justo en un momento tan
importante, sería ella sola la que tuviera que decidir. Primero un traje de
chaqueta amarillo que se lo puso enfrente para ver el efecto y que le pareció
excesivamente chillón, luego una blusa blanca, quizá demasiado transparente
para pedir una recomendación de trabajo, a continuación u pantalón gris marengo
que le marcaba las pistoleras y al final un conjunto blanco, un pantalón azul
marino con un cinturón dorado de ochos y unos mocasines azules y blancos con un
tacón discreto, compusieron una figura atractiva sin excesos, con un halo de
moderación, pero también con aspecto moderno.
Un autobús de dos pisos
que tenía la parada casi en la misma puerta de la pensión la dejó en la Plaza
de Neptuno y desde allí, después de un pequeño paseo se encontró en la puerta
del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde ya la estaba esperando Pedro
quien le dio los buenos días con la mejor de sus sonrisas.
- ¿Que tal Ana? – la saludó con admiración –
hay que ver como te has puesto. Ten cuidado que mi padre es un viudo de muy
buen ver y lo mismo lo dejas prendado de tu belleza.
- Venga,
no seas tonto ¿voy presentable?
- ¡ Como presentable! Vas fenomenal y si yo
fuera mi padre te buscaba un cargo en mi oficina pero ya.
- Que exagerado eres. –Ana esbozó una sonrisa
mientras se acordaba de su madre que siempre la aconsejaba con aquello de tú
vete bien vestida que la primera impresión es la que cuenta y parecía que esta
vez había acertado con el modelo - - - ¿Nos está esperando?
- Supongo que sí, porque ayer se lo dije al
llegar a casa y estaba en la cama, pero quedamos en venir sobre las diez porque
después tiene una reunión con no sé quien y entonces ya no sabía a que hora
podría hablar contigo, o sea que vamos que se nos hace tarde y mi padre será lo
que sea, pero puntual es más que un reloj suizo. Vamos.
Pedro se identificó ante
un Policía Nacional que custodiaba la puerta provisto de un cetme reglamentario
quien les indicó que el despacho estaba en la tercera planta y que el Sr.
Guetaria les estaba esperando.
Avanzaron por un largo
pasillo amortiguados sus pasos por una alfombra de vivos colores, flanqueados
por innumerables cuadros de todos aquellos personajes que fueron presidentes de
la Cámara, todo iluminados por potentes lámparas de delicados cristales que
caían como gotas de lluvia sobre los altos techos. Al fondo, un bedel de
uniforme azul marino y galones en la bocamanga les abrió las puertas de un
antiguo ascensor y con una pequeña reverencia cerró la puerta.
La subida era lenta, diría
que muy lenta, lo que permitió a Ana y a Pedro observar algunos de los amplios
corredores que desde unos inmensos halls avanzaban como pasillos de las minas
por los que se movían con rapidez cientos de funcionarios con innumerables
papeles.
El primer piso era de un
rojo importante con una cenefa dorada casi a la altura del techo y dos estatuas
de algo así como arqueros que apuntaban con sus flechas a los inquilinos del
ascensor.
Un bedel, siempre de
uniforme azul con galones, flanqueaba la entrada de los visitantes y comprobaba
la identidad de todos y cada uno para evitar posibles atentados.
La visión de la segunda
planta desde el ascensor y en unos pocos segundos, era diametralmente opuesta a
la de la primera. Unos grandes cuadros de arte moderno con churretones anaranjados
enmarcan las paredes y unas luces indirectas mantenían un aspecto cálido a
pesar de que los inevitables bedeles le daban un aspecto ancestral. El pasillo
era un hervidero de luz que se perpetuaba al fondo con un enorme ventanal por
el que entraba el sol a raudales.
La llegada al tercer piso
fue sorprendente. Lo primero era la ausencia de bedeles, sustituidos por dos
hermosa señoritas que con su pañuelo de flores anudado al cuello, sus
vestidos iguales con sus puños color
marrón y una atractiva sonrisa, parecían dar otro ambiente a esta planta.
Una mesa como camilla con
faldas que obstruían la visión de las piernas de las recepcionistas y pequeños
jarrones con flores eran los principales motivos ornamentales. Ambas charlaban
animadamente cuando Ana y Pedro se acercaron. Una de ellas se levantó con
rapidez y después de acompañarlos a lo
largo de un interminable pasillo forrado de una especie de moqueta que se
continuaba por las paredes, llamó con suavidad a una puerta y una voz femenina
le indicó con un adelante que entrasen en el nuevo recinto.
Era un pequeño recibidor
con una mesa pequeña en un lateral, la inevitable rosa sobre la mesa, un
lámpara de pié que proporcionaba una luz mortecina y una señora de mediana edad
que presidía todo el conjunto y que se levantó al ver a Pedro.
Su trato era con
confianza, pero manteniendo las distancias, servicial pero no servil y siempre
con un toque de distinción
- Pedro, ¿cómo estás? – la secretaría personal
del Procurador D. Pedro Guetaria se acercó a los recién llegados y tomando a
Pedro de una mano lo examinó detenidamente – chico, no sigas creciendo que nos
dejas a todas enanas
- ¿Qué tal Conso? Te veo tan bien como siempre
y eso que hacía tiempo que no venía por aquí.
- Exactamente desde el último pleno antes del
verano porque me acuerdo que te acompañé a ver a tu padre y no estuviste ni un
minuto porque tenía que presentar una ponencia y la estaba preparando y casi ni
te vio, ¿te acuerdas?
- Claro, como no me voy a acordar si me acababa
de romper la muñeca izquierda y ni siquiera me preguntó como estaba.
- Bueno, pero tienes que disculparle, porque
esas ponencias son una al año y en ellas va el prestigio y el trabajo de todo
un equipo.
- Ya - Pedro tragó saliva y añadió – también mi
muñeca es para toda la vida y no me hizo ni puñetero caso. Pero bueno, aquello
ya pasó, o sea, que lo pasado, pasado está.
- Eso está muy bien. Hacemos una cosa, sentaros
un momento que tu padre está terminando un informe, le aviso y en seguida os
recibe ¿de acuerdo?
- Muy bien, Ana siéntate aquí ¿quieres?
La espera fue de escasos
minutos y enseguida apareció D. Pedro que los recibió con una sonrisa y les
invitó a pasar a su despacho. La antesala era pequeña, sin embargo, el lugar
correspondiente al Procurador por el tercio familiar era enorme. Presidido por
un enorme retrato de su Excelencia el Generalísimo Franco, la mesa de caoba con
patas torneadas con racimos como de uvas de un dorado intenso, era lo que mas
llamaba la atención. El orden imperaba en todo, cada papel en su sitio, los
bolígrafos alineados a cada lado de una carpeta de cuero reluciente en la que
la esquina de la izquierda las iniciales del Procurador destacaban sobre el
resto. Un juego de pluma y lápiz, marca Parker, permanecía erguido sobre un
soporte negro también con sus iniciales y un marco de fotos completaba la
decoración de la mesa. En ese marco, una señora rubia, primorosamente peinada,
de facciones duras pero no desagradables, los miraba a todos como queriendo
hacerse presente desde la lejanía.
Desde la puerta hasta la
mesa, un amplio espacio daba cabida a una mesa como para reuniones con seis
sillas de fondo de rejilla y brazos de caoba con sus correspondientes carpetas
y en cada una de ellas como si de un cubierto se tratara, una cuartilla con el
membrete de la entidad permanecía a la espera de que alguien tuviera a bien
utilizarla. Al igual que en la mesa principal, el orden impregnaba todo el
espacio y una alfombra de discretos rayas anchas hacía todavía mayor el espacio
entre ambos ambientes.
D. Pedro rodeó la mesa
lentamente, se sentó en su silla de brazos y con gesto afectuoso comenzó por
preguntarle a su hijo a que hora había llegado el día anterior
- Pero ¿no te acuerdas? Si estuve hablando
contigo.
- Ya lo sé, pero había tenido un día de lo más
intenso y me quedé dormido a continuación. Debía ser tarde ¿no?
- No, serian como la una y media o así.
- ¿Y para ti eso no es tarde?
- Hombre, no tanto que ya sabes que tengo las clases
por la tarde.
- Ya, pero por la mañana tendrás que aprovechar
para estudiar algo ¿no te parece?
- Papá, estoy en cuarto de Derecho y hasta
ahora no he suspendido ninguna o sea que no tendrás queja de mí, supongo.
- No, hijo, no. La verdad es que me siento muy
orgulloso de cómo te portas y espero que sigas así. Bueno – sus ojos se
cruzaron con los de Ana y en ellos se reflejó una sinceridad y un afán de
ayudarla lo más posible – y esta supongo que es la jovencita de la que me
hablaste ayer ¿es así?
- Si, - Pedro la miró y se dio cuenta que su
reciente amiga estaba realmente turbada – Es Ana, la conocí ayer y me contó su
caso y aquí te la he traído por si le puedes echar una mano
D. Pedro la miró
directamente a los ojos y entre ambos se estableció una especie de complicidad
visible por cualquiera, quizás era la hija que no tuvo a pesar de los cinco
hijos varones, quizá era de aquellas personas que te caen bien al primer golpe
de vista. En fín, no sabía porqué pero aquella chica con pinta algo de pueblo
le había caído bien y trataría de ayudarla como si fuera hija suya.
- Encantado, Ana – Don Pedro continuaba
mirándola fijamente y ella sostuvo su mirada hasta que bajó los ojos y se
dedicó a quitarse el esmalte de una de sus uñas. Al poco sus miradas volvieron
a cruzarse y tratando de inspirar confianza el Procurador la animó a expresar
lo que deseaba.
Al principio, Ana no sabía
muy bien porqué estaba allí, ni porqué se había dejado embaucar por aquel chico
al que no hacía ni veinticuatro horas que había conocido, pero en un momento
dado cambió de actitud y se dio cuenta que no tenía nada que perder y entonces
perdió la vergüenza y se fue directamente al grano.
- Mire usted, en primer lugar perdone mi
atrevimiento, pero fue su hijo el que me dijo que viniese por si usted me podía
ayudar a encontrar un trabajo. Si quiere que le diga la verdad, ahora que estoy
aquí, siento muchísima vergüenza, pero la verdad es que me he venido de un
pueblo de la provincia de Valladolid y necesito encontrar cuanto antes algo que
me proporcione algún dinerillo para supervivir.
- Qué pasa ¿que te llevabas mal con tus padres?
- No, no ¡ que va! Al revés, lo que pasa es que
estaba demasiado protegida y me gusta ser yo misma. Total, que acabé el Preu y
aquí que me he venido. No quiero estudiar, al menos de momento, pero tampoco
quiero seguir dependiendo de mi familia y por eso es por lo que le decía que
necesitaba un trabajo. Hombre, algo tengo para ir tirando, pero no me da para
mucho.
Don Pedro la miraba con
curiosidad y no pudo por menos que hacerle algunas preguntas y al poco se
confesó ensimismado por lo que le estaba contando, porque era exactamente lo
mismo que había hecho él con la diferencia, por una parte que era varón que
siempre era como mas llevadero y por otra, que lo de él fue nada menos que
hacía treinta y cinco años por lo que ya había llovido desde entonces. Sin
embargo, se acordaba como si fuese en ese momento la cara que puso su padre
cuando le comunicó su decisión. Para empezar estuvo algo así como ocho días sin
comer con el resto de su familia porque, como le recordaba permanentemente su
progenitor, si no quieres nada con el resto de la familia y te importa un bledo
lo que opinen, entonces tampoco tienes derecho a compartir con ellos mesa y
mantel y en vista de eso, comía con el servicio en la cocina. Además, su padre
le retiró el saludo y como continuaba con la locura de vivir solo en Madrid, le
dio un plazo para que si agotado ese tiempo no era capaz de vivir con su propio
dinero, entonces volvía a la disciplina familiar sin derecho a nuevas
reivindicaciones.
Lo que no se podía
imaginar el estricto D. Manuel, padre del padre de Pedro, era que aquel no solo
subsistió, sinó que, gracias a un especial encanto personal, conquistó a la
flor y nata de la capital y ascendió en la escala social mucho más que
cualquiera de sus múltiples hermanos y no solo ganó abundante dinero, sinó que
hasta por su posición pudo colocar a algunos de ellos en puestos de cierto
prestigio y todo ello gracias a la valentía de abandonar todo y venirse con
casi lo puesto a la capital.
Sus ojos casi se llenaron
de lágrimas al comprobar la similitud de la historia y se mostró dispuesto a
interceder en su favor a varios de sus amigos que, a buen seguro, la colocarían
en algún lugar que le permitiría continuar su estancia en Madrid. Su emoción
era tan grande y su admiración hacia Ana iba tan en aumento que se mostró
dispuesto que hasta que llegara ese momento, viviera en su casa sin pagar ni
una peseta a lo que Ana se negó enérgicamente porque, y así se lo dijo, no
tenía mucho dinero, pero sí el suficiente como para no tener que mendigar cama
y comida.
La conversación derivó
hacia cual había sido la reacción de los padres y así estuvieron de charla casi
una hora hasta que D. Pedro, después de consultar su reloj de bolsillo con una
cadena de oro, la dio por finalizada, no sin antes conseguir de Ana la promesa
de ir a comer a su casa los sábados, pero sin faltar ni uno.
Ella le agradeció todos
sus desvelos y se despidieron con el agradecimiento de Ana por el interés
despertado y de él por hacerle retrotraerse en el tiempo casi cincuenta años y
hacerle revivir una etapa de su vida de la que se encontraba realmente
orgulloso.
Una vez en la puerta, Ana
no pudo reprimir su alegría y abrazó a Pedro ante la mirada de complicidad del
Policía Nacional que continuaba de guardia en la garita de la entrada.
- Muchísimas gracias, Pedro. No sabes lo que te
agradezco lo que has hecho por mí.
- Bueno, bueno – Pedro la miraba con curiosidad
– no cantes victoria tan pronto que lo único que ha hecho es darte tres o
cuatro direcciones y lo mismo no encuentras nada interesante.
- Eso es lo de menos. Lo importante es como se
ha portado y si encuentro o no algo, eso ya se verá.
- ¿ Tienes algo que hacer?
Ana le miró y le guiñó un
ojo con picardía :
- ¿El señor desea aprovecharse de una
provinciana sin trabajo?
- ¡Que va! lo que digo es que si no tienes nada
que hacer, podíamos dar una vuelta por el Museo del Prado, que está aquí al
lado, luego tomar una caña en la Dolores que es la tasca mejor de Madrid y
terminar comiendo en un garito colombiano que está bastante cerca.
- Por mí encantada, pero te aviso que tengo
poco dinero.
- No te preocupes que para un plan como el de
hoy tengo yo, no para mucho mas, pero para eso si que da.
Con la ilusión reflejada
en sus caras los dos jóvenes cruzaron corriendo la Carrera de San Jerónimo y al
grito de “viva el arte” se encaminaron a Recoletos y después de una pequeña
cola entraron en la pinacoteca por la puerta de Goya y mostraron su admiración
hacia los primeros cuadros y su perplejidad ante la Maja desnuda.
Me ha gustado la descripción de las dependencias oficiales en donde se ubica el despacho del Sr. Guetaria. Yo creo que Ana vale mucho y va a triunfar con su trabajo en Madrid. ¿Se meterá en política? Lo sabremos en próximos capítulos.
ResponderEliminarUn abrazo a todos
Vaya con Anita: que pronto se ha buscado las habichuelas. Me parece que en el próximo capítulo encuentra trabajo.
ResponderEliminarEsto va bien
Hasta el próximo. Bss