Queridos blogueros/as: Esta vez me he retrasado un poco en publicar este capítulo, pero por lo menos si que está enviado en el fin de semana correspondiente que algo es algo.
Bueno pues como podéis ver, mejor dicho leer, la novelas sigue su camino y la niña ya está en los madriles mas feliz que una perdiz y disfrutando de la vida que para algo tiene la suerte de ser joven. Yo no se vosotros, pero yo me imagino perfectamente a los padres en Medina del Campo "cagaditos" por la suerte que pueda correr su Ana en la capital, pero la vida es así y nuestra niña, que ya empieza a no ser tan niña, no se desenvuelve mal y esperemos que pronto encuentre trabajo porque de lo contrario sería otra fuente de preocupación, pero la ventaja de ser yo el autor es que ya os adelanto que lo encontrará.
Una cosa que no acabo de entender es que siempre me contestáis los que considero mis dos lectores, iba a decir que favoritos pero tampoco hay que presumir, sois MIS DOS LECTORES, pero cuando brujuleo el blog me encuentro con que a lo mejor en ese capítulo han entrado 8 personas ¿que pasa que entran y no escriben? pues es una pena porque así habría mas ambientillo, pero bueno vosotros dos, ya sabéis a quienes me refiero, seguir así que la fidelidad siempre se premia. No se como, pero algo se me ocurrirá
Como os escribo en todos los capítulos, espero que os guste
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
24.-
Las dos amigas bajaron las
escaleras de dos en dos, cogidas de la mano y se perdieron, entre risas, por la Glorieta de Bilbao. Ana
lo contemplaba todo como si nunca hubiera visto nada igual y hasta los bares de
los que Medina del Campo, andaba sobrada, le parecieron como mejores. Los
escaparates eran su pasión y cada dos metros se paraba para mirarlos y
remirarlos. Todo le apetecía y repetía que en cuanto tuviera dinero se
compraría esto, aquello y lo demás allá, sin reparar en lo elevado de los
precios. Andaba como sonámbula, el cruzarse con tanta gente desconocida le
producía una sensación extraña de soledad por un lado y de libertad por otro y
entre tanto movimiento se acordó de su padre y después de comentarlo con su
amiga, está le aconsejó que lo mejor para la morriña de los primeros días era
el teléfono y sin más entró en un bar, pidió unas fichas y marcó un número. A
los pocos segundos, una voz conocida contestó:
- ¿Digame?
- Buenas, señora, soy su hija la de los
madriles ¿cómo está usted?
- ¡Ana! – la voz se tornó algo quebrada
adivinándose a través del hilo telefónico una emoción que trataba de amortiguar
- ¿qué tal estás? Ya empezábamos a estar preocupados porque no llamabas y no
sabíamos si habías llegado bien. ¿Qué tal el hostal? ¿has saludado a la señora?
¿has vaciado la maleta y has ordenado tus cosas en el armario? Cuentame, venga
que no sabes como te echamos de menos.
-
Bueno, bueno, no me agobies, por favor. Estoy en Madrid, he llegado muy
bien, he conocido a Doña Amparo que es la dueña de la pensión y ahora estoy en
un bar con Laura ¿qué te parece el plan?
- Muy bien, hija. Ya sabes mi opinión sobre lo
que has hecho y espero que te vaya muy bien, pero, sin exagerar porque no soy
tu padre, pero ten cuidado que las ciudades están llenas de peligros.
- Venga Mamá, - Ana puso los ojos en blanco –
no empecemos otra vez que bastante tuvimos ya como para empezar de nuevo.
- No, hija, no, perdona si te he molestado que
no era mi intención, pero es superior a mis fuerzas saber que hemos perdido una
hija y – a través de la línea parecía como si asomasen las lágrimas que Doña
María trataba de evitar – estoy deseando que llegue el fín de semana para verte
y que todos nos demos cuenta que las cosas no han sido como dice tu padre.
- Hala Mamá, no seas exagerada que tampoco me
he ido a la conchinchina, estoy a ciento y pico de kilómetros y a dos horas de
tren, o sea, que tranquilízate y no llores que me da mucha pena ¿vale?
- Bueno, pero llama de vez en cuando para saber
de tu vida. ¿Cuándo vas a volver a llamar?
- Mamá, por favor, ¡yo qué se! Mañana por la
mañana tengo la primera entrevista de trabajo y en cuanto sepa algo os lo digo
¿vale?
- Cuidate mucho Ana y reza todas las noches,
como hacías en casa, para que Dios te ayude ¿me lo prometes?
- Claro que te lo prometo y no te preocupes que
no va a pasar nada, ya lo verás. Un beso.
- Un beso, hija. Hasta pronto y no te olvides
de llamar.
- No te preocupes, un beso.
Un clic seco interrumpió
la conversación y durante unos segundos Ana permaneció con el auricular rozando
su oreja, como tratando de continuar aquellos minutos hasta que su amiga el dio
unos golpecitos en el hombro y salieron a la acera de la plaza de Alonso
Martinez por la que casi no se podía dar un paso. Cientos de jóvenes se
arremolinaban alrededor de dos pequeños kioskos mientras las jarras de cerveza
volaban por encima de sus cabezas siguiendo las instrucciones del dueño que
desde una especie de atril dirigía la maniobra.
- ¡Eh, chico! Esas dos jarras son para los del
fondo, si, aquella pandilla en la que hay una rubia que no te aconsejo que te
la pierdas. ¿la ves? No, hombre, no, la otra, la de más allá. Esa, justo. Bien,
chicos, ir pasando para acá las sesenta pelas que me deben. Gracias, chicos,
sois unos fenómenos.
Baldomero, que así se llamaba el susodicho,
era un hombre muy conocido en los ambientes estudiantiles de la capital y
subido en su plataforma mas parecía un juez de silla de los del tenis que un
listo empresario. Conocía a la mayoría de los que frecuentaban sus dos
establecimientos, incluso de algunos sabía hasta su nombre de pila y lo que
estudiaban y, dada su edad ya no era ningún niño, en ocasiones, les recordaba
que su padre también había sido cliente.
Era un hombre peculiar,
unos cincuenta años de edad y una gran barriga le hacían parecer mayor, aunque
su cara y su eterna sonrisa le daban un aire más juvenil. Siempre estaba con
una gorra en la cabeza y entre sus asiduos se había puesto de moda regalarle alguna
con lo que su colección se veía incrementada diariamente con un número
considerable. Al principio las colgaba del interior de los dos kioskos, pero el
número había aumentado de tal manera que había dispuesto ampliar el escaparate
y ahora se balanceaban airosas de los cables que unían varias farolas de la
rebosante plaza. El negocio era espectacular y cada día eran más los
estudiantes que acudían en demanda de diversión y en muchos casos de compañía.
La fórmula era sencilla,
Baldomero controlaba las cañas y a sus propietarios, sabía quien le debía y
quien no y cuales eran las pandillas mas formales y cuales no. Con un silbato
en la boca se encargaba de cuadrar las distintas piezas de jovencitos y así
animaba a algunos a unirse con tal o cual grupo y de paso hacer hueco para los
que vinieran detrás. Su frase favorita era: “venga chicos, no se me acumulen en
las puertas y distribúyanse por el amplio hall”
Ana y Laura bajaban
charlando por la acera de una bien cuidada calle y divisaban cada vez mas cerca
el tumulto de gente en la plaza. En uno de los bancos del mobiliario urbano,
Ana se subió y adivinando, más que viendo, tantas cabezas, soltó un silbido de
admiración.
- ¡Que barbaridad! ¿ Has visto? ¡ es increíble!
Yo creo que nunca en mi vida había visto tanta gente en una plaza.
Laura, desde las baldosas
la animaba a seguir disfrutando y le indicaba hacia donde tenía que mirar para
conocer mejor en donde se iban a meter.
- ¿ Ves una farola en uno de los lados de la
plaza? ¿la ves?
- Si, claro que la veo. ¿al lado de un anuncio
de una tienda de muebles?
- Si, de Muebles Pepita. Bueno, pues como aquí
es muy fácil perderse, si nos despistamos quedamos en esa farola ¿o.k.?
- Muy bien, tu mandas
Con aire decidido
avanzaron hacía la muchedumbre y a base de empujones y de pedir permiso a
diestro y siniestro llegaron hasta un clarito donde una docena de jóvenes
estaban sentados en el suelo rodeando a una especie de jarra de cerveza de
enormes proporciones que pasaba de mano en mano, volviendo a su lugar original
al cabo de unos segundos con algo menos de contenido en cada ronda.
Los chicos, de una media
entre veinte y veinticinco años, parecía que iban de uniforme. El vaquero era
el pantalón oficial, con unas camisas de vistosos colores y todos con el pelo
peinado hacia atrás mantenido con grandes dosis de gomina. Hablaban fuerte,
pero se notaba que eran gente con educación, bebían con moderación y en ningún
caso se despeinaban. Parecía que uno, con gafas redondas y unos mofletes como
hinchados a pleno pulmón, era el cabecilla y las risas de todos los de su
alrededor era su compañía habitual. Al percatarse de la presencia de Ana, se
acercó lentamente y con un par de besos se presentó:
- Hola, me llamo Roberto Gracia. ¿tú eres Ana,
la amiga de Laura?
- Si, ¿qué tal? Menudo ambientazo tenéis aquí
¿eh?
- Hombre, se hace lo que se puede, ya que
estamos fuera de casa por lo menos intentamos pasarlo lo mejor posible.
- ¿Tú también eres de fuera?
- Si, yo soy de Manzanares, un pueblo de la
provincia de Ciudad Real, pero en Madrid nunca eres un extraño porque todos
somos de fuera. Por ejemplo, en nuestra pandilla yo creo que no hay ninguno de
la capital, aunque tres o cuatro viven aquí, pero nacieron en otros sitios. De
Madrid, Madrid, ni uno.
- ¿Y venís todos los días?
- ¡Que va! Como mucho los viernes y los
sábados, el resto de los días tenemos que ir a la Facultad y por las tardes
el que mas y el que menos tiene algún trabajillo que nos proporciona el dinero
para gastar el fin de semana.
- Que gracia, siempre pensé que los estudiantes recibían una paga semanal
y que el resto era coser y cantar.
- Pero, bueno, ¿qué se ha creído la de Castilla
la Vieja ? Hoy
nos ves aquí de juerga, pero mañana, bueno el lunes, somos de los mas serios de
la ciudad o que te crees ¿qué los estudiantes no estudiamos?
- No te enfades, hombre, que yo no digo eso, lo
que pasa es que la idea que tenía era que vuestra vida era como muy divertida y
poco responsable, pero, si tu lo dices será verdad, aunque los de mi pueblo que
estudian aquí no me cuentan lo mismo y desde luego se lo pasan fenomenal
Laura se unió a la pareja
y avisó a Ana
- Ten cuidado con este que con esa carita de
niño bueno es un elemento de mucho cuidado. ¿Te ha contado ya lo mucho que
estudia?
- Estaba en ello – Ana se echó hacia atrás su
melena mientras que se ajustaba una cinta que le permitía mantener su frente
despejada .
-
Joder, Laura, como eres, siempre tienes que andar en el medio como el
jueves, ¿no ves que ya la tenía en el bote?
- Venga Roberto, no seas chulo que Ana es mucha
mujer para ti.
- ¿Mucha mujer para mí? Ana – el manchego afincado en Madrid desde
hacía dos años – mírame bien y dime si has visto algo mejor, pero dime la
verdad, no me engañes.
Laura le miraba con una
sonrisa mientras Ana no sabía a que carta quedarse. Si le contestaba con
sinceridad, malo porque no le resultaba tan increíblemente atractivo como él se
creía y si disimulaba, peor porque entonces no dejaría de decir tonterías.
- Prepárate compañera porque ahora te va a
soltar eso de tú lo que necesitas es un hombre a tu lado que te haga feliz y
que te diga bajito que eres la mujer mas atractiva de España y de parte de
Andorra y que con él descubrirás lo que es el amor ¿a que sí?
En la cara de Roberto no
asomó la mas mínima expresión de modestia y afirmaba con la cabeza como si de
una escena de la vida misma se tratara
- Claro que sí, pero no solamente eso, sino
muchas mas cosas que desconoces y un hombre como yo no tendría ningún
inconveniente en descubrírtelas. Por ejemplo, ¿tú has sentido alguna vez el
amor ante un plato de paella? Pues lo descubrirías conmigo. Si tu quieres, nos
vamos a Cullera, que mis padres tienen un apartamento allí, y entre locura de
amor y locura, nos tomaríamos un maravilloso arroz . ¿Te imaginas algo mejor?
- Perdona, chico, pero creo que te has
confundido de tía. Una es pobre pero honrá, como dicen los del Foro y para irme
con alguien a Valencia tiene que haber algo más que lo que tú ofreces y conmigo
no cuentes.
- En fin, allá tú, si no quieres. No pasa nada
y tan amigos, pero mi obligación es hacer proposiciones que para eso estamos.
Ah, se me olvidaba, si algún día estás sola y necesitas compañía me llamas
¿vale?
- Vale. – Ana se separó del grupo y se aproximó
a otro donde su amiga ya había comenzado su labor de zapa. Laura se movía entre
tanta gente como pez en el agua y según pasaba iba saludando a diestro y
siniestro. Para Ana todo aquello era una novedad y estaba tan sorprendida que
todo le parecía maravilloso y las nuevas amistades, excepto Roberto que le
había parecido un pesado, eran como muy amables con ella y todos se ofrecían
para lo que fuera y eso que le habían dicho que Madrid era una ciudad inhóspita
y que nadie se preocupaba de nadie. Desde luego, hasta ahora, este no había
sido su caso. Los temores que albergaba no se habían confirmado y con tan solo
unas horas en la capital ya se consideraba como de la pandilla. De acuerdo que
no era universitaria, pero por la educación recibida no desentonaba nada en
absoluto y su conversación era fluida y agradable. Los amigos de Laura, entre
los que se encontraban numerosos estudiantes, no hacían ningún tipo de
distinciones y el que fuera de una u otra facultad les daba igual, pero siempre
daban por hecho que se dedicaba a estudios superiores. Cuando Ana les explicaba
que se había venido a Madrid, sin saber muy bien lo que iba a hacer, era el
objeto de admiración de la mayoría y todos coincidían en que había que ser muy
decidida para dar ese paso.
- Bueno, tampoco es para tanto, porque primero
me tengo que buscar un trabajo y en cuanto lo tenga, ya valoraré lo que puedo
hacer, porque dependerá del horario, de las condiciones y de un montón de cosas
más que ahora prefiero no pensar. Lo primero es pasarme un buen fin de semana y
después ya veremos.
- Muy bien, Ana, así me gusta – Pedro Guetaria
Alvarez de Miranda la animaba a continuar con esa vida – yo de ti, en lugar de
pasármelo bien un fin de semana, me lo plantearía para todo un invierno y el
año que viene me apuntaba a un trabajo.
- Si, guapo y mientras ¿quién me mantiene?, ¿tú
te crees que soy rica por casa? Yo me he venido en contra de la voluntad de mi
padre y cualquiera le pide dinero, se pondría bueno.
Pedro la miraba y advirtió
una firmeza en sus ojos difícil de describir. Se notaba, y no sabía decir
porqué, que era una chica mucho mas madura de lo que aparentaba. Quizá su labio
inferior que se avanzaba como queriendo llegar antes a los objetos deseados,
quizá la mandíbula prominente surcada por una cicatriz de muy buena calidad que
la atravesaba en unos 3 cms, o la expresión en conjunto de su cara, el caso es
que si la mirabas, algo te atraía poderosamente. No era una belleza al uso,
tampoco tenía un cuerpo escultural, ni unas manos o unas piernas de llamar la
atención, pero toda ella constituía una personalidad muy atractiva. Eso si, era
especialmente simpática y siempre tenía una palabra agradable para cada
situación. En definitiva, que el conjunto hacía que los chicos se sintieran
especialmente atraídos por ella y aunque en Madrid, todavía no había tenido
tiempo de demostrarlo, en el pueblo todos sus amigos decían que era la mejor
persona con la que habían tratado. Los problemas de los demás los hacía suyos
sin apenas darse cuenta y era la compañera ideal para compartir las penas.
- No, mujer, no. No se trata de andar pidiendo
dinero en casa, no. Se trata de buscar algo que te permita disfrutar de la vida
y que te deje tiempo libre.
- Ya, pero eso ¿dónde lo busco?
- Eso me gustaría saberlo a mí también. Todos
buscamos lo mismo y ninguno sabemos donde y por eso te lo digo a ti.
- Mira que gracioso, pues para ese viaje no
hacen falta alforjas. Yo me he venido a trabajar y eso es lo primero que tengo
que hacer.
- Bueno, bueno, no te enfades, Ana, que se te
arruga la nariz. ¿ Quieres tomar algo?- Pedro Guetaria la invitaba a una
magnífica cerveza que servía como nadie Baldomero, el dueño del establecimiento
que, como siempre, oteaba los diferentes grupos desde su alta silla. El
acompañante ocasional de Ana era un chico atractivo, de unos veinticuatro o
veinticinco años, estudiante del último curso de Derecho y, según Laura que se
lo había susurrado al oído, un auténtico partidazo. Su padre era un conocido
político de la derecha, muy metido en temas de familia y nominado para ocupar
el cargo de Ministro de Educación o quizás de Turismo, aunque eso no se
produciría, según sus cálculos, hasta dentro de un año por lo menos. Aunque era
hijo de su padre, Pedro no presumía de ello y solo ante la propuesta de Ana de
la posibilidad que su padre le buscase algo, se comprometió a acompañarla al
día siguiente y así quedaron a las nueve y media en la puerta del Palacio de la Carrera de San Jerónimo,
donde el político tenía su despacho.
Durante la noche y hasta
la una y pico de la madrugada, Ana continuó recorriendo diferentes círculos de
amigos, siendo muy bien acogida por todos y al poco se metió en la cama sin
tiempo ni ganas de recordar lo vivido en ese primer día.
Esto se va poniendo mas interesante. Ana empieza su nueva vida por Madrid. Me parece una buena chica y lista por lo que no le van a faltar amigos y seguro que pronto encuentra trabajo.
ResponderEliminarEsperando el siguiente capítulo.
Un abrazo a todos
Aquí seguimos los fieles seguidores. Esto está muy entretenido y me ha encantado lo de Muebles Pepita !!!!. La primera librería que compré para mi casa era de allí. Que recuerdos ....
ResponderEliminarSeguro que te lee mas gente pero le da pereza hacer comentarios....
Un beso y hasta el próximo